Por Manu Seguín
No quiero levantarme. Grito. Nada de esto tiene sentido. Para qué voy a ir si nadie me quiere, estoy solo. No puedo con todo esto. Lloro. Me gustaría estar allí. Me gustaría vivir así. Nunca llegaré.
- ¿Te pasa algo? ¿Estás bien?
- Sí, no es nada.
- Bueno, ya verás como se pasa.
Pero sí que te pasa y sí que es algo. Y no sabes lo que es, y no sabes por qué es, pero sabes que no eres el mismo. Con el tiempo has cambiado, algo ha hecho “crack”.
Buscas en Google, tu médico de confianza, y las respuestas son: cansancio, ansiedad, depresión, fatiga pandémica,…. Pero, ¿cómo voy a tener yo algo de eso? Acaso, ¿seré yo uno de esos de la generación cristal? Con lo que yo he pasado.
Durante años hemos relegado a un tercer plano la salud mental. Hasta hace unos meses era un tema tabú. Ir al psicólogo estaba reservado para los `locos´ y hablar de suicidio, era incitar al suicidio. Si algo iba mal, se cambiaba. “La vida corre”, decían, “no puedes pararte, así que continúa”. Y de repente, un día, paró. Sin esperarlo. Sin avisar. Y cuando necesitamos sujetarnos en nuestros pilares para poder continuar, muchos estaban rotos. Y es que todo ese tiempo no habíamos avanzado, habíamos escapado.
Hoy sabemos que gran parte de nosotros sufrimos, hemos sufrido o sufriremos ansiedad o depresión, pero también sabemos que tiene salida. Y no, no está en el correr, está en el parar. Parar y disfrutar de una ducha, de un libro o de unas risas con los amigos y debemos hacerlo acompañados de profesionales si es necesario. Porque sí, ir a terapia, está bien.
Nuestras expectativas se han visto truncadas. Por segunda vez en pocos años una misma generación está sufriendo las consecuencias más devastadoras de una crisis social y económica que no sabemos cuando terminará. El paro ya es un chiste y la posibilidad de emanciparse, una quimera. `La sociedad entre crisis´ nos llaman.
Y si todo esto fuera poco, las redes sociales, un mundo en el que estamos obligados a sonreír. Hemos abandonado sentimientos como la rabia, el dolor, la tristeza o la envidia, que son naturales y que, en realidad, lo que necesitamos es saber gestionar. El mundo no es perfecto, y vivir también conlleva momentos malos. Estar abajo y arriba es estar vivos, y necesitamos interiorizarlo.
Nosotros, tú, no eres más débil que tus padres o tus abuelos. Nos mueven cosas distintas, como ha pasado siempre. Avanzamos, evolucionamos, resistimos. Ahora somos más conscientes, más sociales y más sensibles a esta nueva realidad, y es perfecto.
Es el momento de abrir los ojos. Estar atento a ti y a los demás, porque nadie es inmune a pasar un mal bache y la salud mental no tiene más vacuna que la compañía. Estar ahí. Acompañar. Como educadores, voluntarios o compañeros en nuestros centros juveniles, plataformas, patios o colegios estamos en el lugar perfecto y en el momento indicado para escuchar.
Y si me permites un consejo: tú eres tu pilar fundamental así que cuídate, mímate, regálate tiempo y, sobre todo, no te calles nunca.