A lo largo de mi vida, he hecho diferentes voluntariados con diferentes asociaciones y entidades, en las que he conocido la satisfacción de dar lo mejor de ti a los demás, sin esperar nada más a cambio que su agradecimiento. Compartir tu tiempo con los demás, sobre todo con personas que más lo necesitan, es una de las cosas más enriquecedoras. Durante años pensé en realizar un voluntariado internacional, donde poder conocer realidades muy diferentes, pero no tan lejanas como pensamos. Pero por falta de tiempo, pandemia… no fue posible realizarlo hasta este verano.
Así, después de un año de preparación junto con otros voluntarios, en marzo me comunicaron que finalmente viajaría junto con una compañera y amiga a realizar nuestro voluntariado, y el país de destino fue Ecuador. Más concretamente a Guayaquil, a un centro de acogida perteneciente a la fundación Don Bosco, Ecuador.
Durante nuestras cinco semanas de estancia en Guayaquil se nos ha brindado la oportunidad de colaborar en distintos proyectos, la mayoría de ellos ligados a nuestra labor profesional diaria, como es aquella que tiene que ver con el ámbito educativo.
En este tiempo, nos hemos alojado en Casa Don Bosco, un centro de acogida de menores que se ha convertido en el hogar de muchos niños de la calle, y es precisamente allí donde pudimos echar una mano. Más concretamente, en la escuela que se encuentra inserta en el propio centro de acogida, y donde cada niño que acude a diario arrastra consigo la mochila del analfabetismo y la pobreza. Con ello, se ha convertido en un verdadero reto enseñar a leer y escribir a niños de entre 12 y 16 años, que además, a duras penas consiguen encontrarle el sentido a adquirir tal conocimiento, dado que hasta ahora sus esfuerzos se han centrado en sobrevivir en la calle, y allí, las letras no eran su principal preocupación.
Pero no solo hemos colaborado en la escuela, también hemos podido convivir con los menores día a día en su casa de acogida, donde nos han recibido con ilusión y cariño. Así, les hemos ayudado en sus tareas diarias: preparar la comida, realizar las encomiendas de limpieza y cuidado de la casa, participar con ellos en su ocio y tiempo libre, etc. Para ellos, todas las personas que participan en la fundación son su “ segunda familia”, los que les acompañan y cuidan . Al fin y al cabo, los chicos sufren la pena de no estar con sus familias verdaderas, ya que por diversas circunstancias han tenido que salir de ellas. Con ello, ha sido muy esperanzador ver la ilusión y la fe de todos los trabajadores y voluntarios que se vuelcan día a día en el quehacer diario de los menores. Entre todos, estoy segura que abríamos caminos de esperanza a muchos jóvenes. Todos ellos creen en ellos y se esfuerzan por darles oportunidades para poder tener una vida mejor, ya que la que intentan dejan atrás no lo era.
Además, en nuestro periodo como voluntarias también hemos podido colaborar dentro de otro proyecto en la casa “Juanito Bosco”, que brindaba un espacio para que los niños y niñas acudieran a llevar a cabo sus tareas escolares, jugaran y recibieran un plato de comida diario. Todo ello en el seno de una comunidad afroamericana con muy bajos recursos económicos instalada y asentada desde hace años en barrio Nigeria, dentro de Guayaquil (Ecuador). Los niños que acuden a la fundación, viven, con suerte, bajo techos de familias desestructuradas y donde la droga, el sicariato, la delincuencia y el narcotráfico son su pan de cada día. Es aquí donde te das cuenta de que de poco o nada sirven tus conocimientos en el ámbito educativo o todo lo que tú les quieras enseñar, si su realidad es la de que apenas cuentan con ropa para vestirse, lápices para realizar las tareas o comida que llevarse diariamente a la boca.
Pero no solo eso, también pudimos conocer y participar en diferentes proyectos que llevan a cabo los salesianos que se encuentran en casa Don Bosco, como es la entrega de comida una vez por semana a chicos drogodependientes que viven en las calles o la construcción de una casa para un chico del centro de acogida, de modo que pueda regresar con su familia.
Todo ello, le recoloca a uno en el sitio, y le hace sentir, en primer lugar, afortunado de su realidad en el país de origen y en segundo lugar, tremendamente vulnerable y empático ante la situación de sus iguales. Uno siente que nunca puede dar ni hacer lo suficiente para echar una mano, pero toda ayuda es agradecida de corazón por ellos.
Con ello, podemos concluir que ha sido una experiencia muy enriquecedora y positiva. Estando allí, sentimos el cariño y afecto de todas las personas con las que convivimos y trabajamos y nos ha parecido vital, dar testimonio aquí, de todo aquello que pudimos sentir en primera persona. Sin duda, nuestra estancia en Guayaquil nos hizo reflexionar sobre la dura realidad que viven y sufren a diario injustamente estos menores y, aunque suene a tópico, nos hizo valorar, más si cabe, todo lo que nos rodea. Todo ello nos ha motivado a seguir colaborando con diferentes proyectos solidarios en nuestra casa de origen y a involucrarnos en pequeñas acciones para ayudar desde aquí a conseguir una mejor calidad de vida para ellos. Animamos a todas las personas que tengan la ilusión de realizar un voluntariado, porque verdaderamente ha sido un privilegio poder vivir está experiencia.