Realidad y futuro de la relación familiar de los jóvenes

1 noviembre 2001

PIE AUTOR
Javier Elzo es Catedrático de Sociología en la Universidad de Deusto (Bilbao).
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La actual «coexistencia feliz» en las relaciones entre padres e hijos esconde, entre otras cosas, la urgente necesidad de reorientar los papeles del padre y de la madre para que sea posible una verdadera atención a los hijos. «Las relaciones familiares en España son buenas», sin embargo la comunicación es débil; por lo que, en muchos casos, no hay una verdadera relación educativa… Evidentemente, la capacidad socializadora de la familia depende de su estructura interna; de cara al futuro, cuatro serían los modelos familiares, en los que solo el último estaría en disposición de preparar adecuadamente para vivir en la sociedad actual: familia de nombre, familia conflictiva, «familia familista» y familia transmisora de valores.
 
 

  1.  Una «coexistencia feliz»

 
Hay casi tantos tipos de relaciones entre padres e hijos como situaciones familiares. La familia, por otro lado, es muy importante para la formación de los chicos y chicas: un poderoso agente de socialización –junto a la escuela, el grupo de amigos y los medios de comunicación social–.
La mayoría de las familias españolas de clase media son «familias nucleares»: padre, madre e hijos. En muchas familias modernas, además, las relaciones bilaterales –de un hijo o hija con su padre o con su madre–, así como la relación de la pareja, del esposo con la esposa, son prioritarias sobre las relaciones de la familia, entendida como un todo.
Sostengo que, en muchas familias actuales, la relación de la pareja es antecedente a la construcción de la familia propiamente dicha. Y que en más de un caso la promoción del bienestar de cada miembro de la pareja es prioritaria sobre el bienestar de la propia pareja. De ahí, entre otras razones, el aumento de los divorcios en España en los últimos años. Y de ahí también que resulte difícil hablar de familia como unidad, como estructura unitaria. Volveré a este punto más abajo.
 
Las relaciones familiares en España son bastante buenas. Desde que Toharia hablara hace ya 20 años de coexistencia feliz, su afirmación no se ha desmentido. Hasta puede que se haya mejorado. No solamente se da una coexistencia feliz sino un grado de convivencia, una facilidad de comunicarse sus vivencias los padres y los hijos, que desde luego no hemos disfrutado los de generaciones anteriores.
Sin embargo, esta convivencia razonablemente feliz, ese compartir sentimientos, experiencias, historias personales, esas pequeñas historias que hacen, conforman y modelan la gran historia de cada uno de nosotros, padres e hijos, tiene sus límites. El principal, una comunicación débil, cuando no inexistente, entre padres e hijos: referida en primer y principal lugar a la transmisión explícita, tematizada y razonada de valores; y, en segundo lugar, a la escasa presencia en la convivencia de los pequeños relatos de las historias de cada día, esto es, de la comunicación entre padres e hijos de las experiencias sexuales, la vida nocturna de los fines de semana, la experimentación con las drogas, los hurtos y, en no pocos casos, la vida en los centros docentes, los suspensos en especial.
 
 

  1. Figuras paternas y maternas

 
En nuestra publicación «El silencio de los adolescentes» hemos dedicado un capítulo entero, el más largo incluso, a describir diferentes prototipos de figuras paternas y maternas, algunos sobre todo de figuras maternas inéditas en nuestros lares. La mera enumeración permitirá al lector darse cuenta de lo que queremos decir.
Prototipos de padre: padre ausente, el padre que mira a otro lado (dimite de la labor de educar), el padre super-protector, el padre compañero y amigo (que, en la práctica, no es padre), el padre que provoca pena, el padre-padre, denominación esta última, por la que queremos significar el prototipo de padre que no es sino padre, el modelo de lo que entiendo que debe ser un padre, aún con el riesgo que conlleva tal pretensión.
 
Es evidente que la inserción social de las mujeres está incrementándose de forma singular en nuestra sociedad. Especialmente entre las familias de mayor nivel cultural. Tal cambio repercute fuertemente en la organización familiar y, sobre todo, en los patrones socializadores en la familia. Describimos varios prototipos de madre que hemos denominado madre ausente, madre amiga-confidente-cómplice, madre preocupada-metomentodo –e histérica a ratos–, madre humillada y, también aquí, la figura de la madre-madre.
Los nuevos modelos de madre emergentes tienen una importancia mayor a la hora de explicar la evolución del papel educativo y socializador de la familia. Sencillamente porque, de siempre, este papel ha sido mayor en la madre que en el padre. Cuando la madre ha salido de casa sin que el padre haya entrado, el vacío es clamoroso. No es tanto, aunque también, ausencia física (el hijo o la hija que llegan del colegio y no hay nadie en casa y se enganchan a la TV a ver «Al salir de clase» o a leer sus revistillas), cuanto la situación de cansancio y estrés de los padres, después de la jornada laboral que hace muy difícil encontrar el clima familiar adecuado para una convivencia participativa.
 
Hasta hace poco decir estas cosas era visto como algo retrógrado, conservador, «catolicón», caduco… Podría citar, sin embargo, opiniones y afirmaciones en contextos científicos (por ejemplo en el Congreso Español de Sociología de Septiembre pasado en Salamanca) donde catedráticos de universidad que nadie tildaría (ni ellos lo permitirían) de conservadores, retrógrados, etc., apuntan con fuerza a la pérdida del papel socializador de la familia y sus consecuencias (por ejemplo en el auge de determinadas manifestaciones de la violencia juvenil), precisamente por la situación interna que se produce en el seno familiar cuando la madre está ausente. Digo la madre porque, ya sé que lo repito, el padre ha estado siempre ausente, incluso más que ahora.
Este discurso es muy mal visto por determinadas feministas antiguas (o las actuales pero con discursos antiguos) porque dicen que es un discurso, machista por supuesto, que además culpabiliza a las mujeres trasladándolas una responsabilidad que es mutua, del padre y de la madre, y que además no es sino una forma de frenar la todavía incipiente y desigual inserción social de la mujer. Vamos, que lo que pretende, o se esconde tras ese discurso, es que las mujeres vuelvan de nuevo a casa para paliar los efectos del déficit educativo en las nuevas familias.
 
Evidentemente nada más lejos de mis pretensiones, ni de mis juicios, en muchos sitios expresados, y –aunque no es éste el espacio para entrar en semejante debate– solamente quiero señalar aquí que ese dato objetivo es insoslayable y no señalarlo porque «no es políticamente correcto», irresponsable. Lo que necesitamos es, en el ámbito «micro» de la familia, una reorientación de los papeles del padre y de la madre pasando del igualitarismo a ultranza a la diferenciación no discriminante, por un lado y, por el otro, a una jerarquización de objetivos que resumiría en esta frase: modifica la actual situación en la que de hecho se prioriza el ascenso social de los padres, con lo que lo esencial está fuera de la familia, con lo que la atención a los hijos queda en segundo lugar. No se puede priorizar los dos objetivos al mismo tiempo y con la misma intensidad, al menos en los diez primeros años de la vida del hijo.
 
Pero en el ámbito «macro», el de la sociedad en su conjunto habrá que cambiar algunas cosas. Ciertamente el tratamiento fiscal a la familia y al servicio doméstico (pudiendo desgrabar, por ejemplo, el sueldo asignado al mismo por la unidad familiar), la potenciación del trabajo en casa en situación de paternidad y maternidades, etc. Pero al mismo tiempo, diría que incluso previamente, nada se hará mientras en el imaginario social, no se valore el trabajo de la madre en la educación de los hijos, mientras no se sitúe como primer valor social la atención a los hijos, mientras los derechos de los padres y de las madres (derecho a su bienestar, por ejemplo) se sitúen un punto por encima del de los hijos. Lo correcto es decir que ambos por igual. La realidad nos dice que no es así, no puede ser así, en la práctica.
 
 

  1. Contenidos de la actual relación padres-hijos

 
Cuatro son los grandes temas que suscitan la mayor reserva de los adolescentes y jóvenes: los referidos a la vida sexual, al uso del tiempo libre y, en estrecha relación a este segundo tema, todo lo relacionado con los consumos de alcohol y drogas, la cuestión de los pequeños hurtos que realizan con frecuencia los adolescentes.
No son los únicos temas frente a los que hay reticencias. También se resisten a hablar de lo que ellos llaman «sus depresiones», de sus conflictos escolares (ya sean causados por las calificaciones, por algún docente, por episodios de violencia escolar o violencia entre amigos, etc.
De todos estos temas, sin duda, la relación con los amigos y el uso del tiempo libre pueden ser el gozne de todo «su mundo».
A la práctica totalidad de los jóvenes les gusta salir o reunirse con los amigos y de hecho lo practican como actividad claramente mayoritaria. Por lo demás, los adolescentes y jóvenes españoles de hoy pasan su tiempo libre en lo que realmente les gusta; están contentos con lo que hacen en su tiempo libre y no echan en falta prácticamente nada.
 
Los chicos y chicas españoles entre 15 y 17 años son la generación más noctámbula de Europa. Respecto a este dato, sería claro que el objetivo prioritario, al respecto y a medio y largo plazo, debe consistir en lograr que los jóvenes disfruten de su tiempo libre en horas no tan avanzadas de la noche. No es objetivo imposible pero exige el convencimiento de que el actual modo de diversión de los adolescentes y jóvenes españoles es socialmente nefasto. Y yo no percibo que esto se vea con claridad, por prácticamente ningún estamento significativo de la sociedad, padres incluidos que, en muchos casos, prefieren que sus hijos se descontrolen antes que verlos encerrados en casa y viviendo en solitario, actitud que también es comprensible.
Por otro lado, lo que hacen los adolescentes y jóvenes las tardes y las noches de los fines de semana resulta frustrantemente banal… Algunos elementos comunes: se juntan los amigos, beben botellón hasta «coger el punto»; según la edad y el dinero, la cosa acaba ahí o van a discotecas, bares, en general lugares donde hay mucha marcha, lo que significa siempre mucho ruido, siguen bebiendo, algunos experimentan con otras drogas, hablan entre sí, aunque poco, pues el ruido les impide tener una comunicación verbal fluida; a veces tienen sus escarceos amorosos, se besan, se acarician, se tocan, o más… Conviene no olvidar, por otra parte, que no son los que más tarde llegan a casa los que más dicen divertirse, aunque lo contrario tampoco sea cierto, esto es, que los que antes llegan a casa o no salen tampoco son los que más se divierten.
 
 
 

  1. Familia y socialización de las nuevas generaciones

 
Antes de nada, el proceso de socialización de las nuevas generaciones se efectúa más por experimentación en el grupo de amigos y amigas que por reproducción, incluso aunque ésta sea crítica, de lo recibido, de lo heredado de los mayores. En otras palabras, a la hora de hacerse jóvenes, en el tránsito de la infancia a la edad adulta, en el particular caminar de cada uno por la adolescencia y la juventud, es fundamental abordar cuáles son los espacios donde se encuentran más cómodos y donde vienen a beber para situarse en la vida.
Abordando el tema –en el último informe de la Fundación «Santa María» (Jóvenes españoles ’99)– desde la pregunta por el «dónde piensas tú que se dicen las cosas más importantes en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo», encontramos que sitúan en primer lugar a la familia (54% la citan), pero pisándole los talones (47%) el grupo de amigos –particularmente cuando se trata de chicos y adolescentes–. En proporciones menores se señalan, y por este orden, los medios de comunicación social (34%), los libros (20%) y los centros de enseñanza (19%) bajando, a un escaso 3 por ciento, se encuentra la Iglesia.
Hay que destacar, mirando los datos precedentes, el avance de la importancia que los jóvenes conceden al grupo de amigos –en la última encuesta sube 12 puntos en importancia con respecto a la del año 94–, indicador evidente del espacio privilegiado que ocupan en la socialización juvenil.
 
El citado Jóvenes españoles ‘99 deja claro que la familia ocupa el primer lugar entre los aspectos más importantes de sus vidas. De igual modo, en casa y con la familia es donde se dicen las cosas de mayor interés referidas a distintos aspectos de la vida, donde encuentran el espacio fundamental para adquirir las ideas e interpretaciones del mundo, etc. Por último, la familia –junto a los amigos– también destaca por su importancia socializadora.
La familia, en fin, constituye sin duda el espacio central en la vida de los jóvenes. Están contentos con ella. Su demanda de autonomía se sitúa en el campo no de las grandes ideas y concepciones del mundo, sino en la gestión de su vida cotidiana (libertad, salidas, etc.). En cualquier caso, la capacidad socializadora de la familia depende fundamentalmente de la estructura interna de la propia familia. Ahí es donde reside la ambigüedad de este tema: hay poco intercambio de contenidos temáticos en el seno familiar.
 
Con todo, los jóvenes dicen estar contentos con sus padres y nada menos que el 70% considera a la familia como una institución «muy importante» en sus vidas. Además, más del 80% de los jóvenes participan de un concepto e imagen de la familia como espacio seguro de estabilidad en el que la educación de los hijos está por encima de todo, incluso del dinero.
En fin, las relaciones de los jóvenes con la familia son muy buenas si no excelentes, con prácticamente nulos espacios de fricción en cuestiones ideológicas o trascendentes, limitándose los conflictos al hecho de una prolongada cohabitación que se da de bruces con un sistema de valores omnipresente que coloca en su firmamento la utopía de la autonomía personal, el self-made woman y el self made man. Por otro lado, nuestros jóvenes son muy homologables con los jóvenes europeos pero una especificidad española, no solamente de la juventud sino de la sociedad toda, parece que reside en lo que la familia tradicional todavía significa entre nosotros.
 
         ¿Hasta qué punto es la familia espacio de socialización? La capacidad socializadora de la familia depende fundamentalmente de la estructura interna. Allí donde haya una familia con una consistencia ideológica y emocional sólida no hay instancia socializadora que sea más potente a la hora de conformar hábitos, estructuras de pensamientos, actitudes, valores, etc.
Al hablar de nuevos modelos familiares, a veces, da la impresión de que se trasladan miméticamente modelos americanos y noreuropeos… Sin embargo, es cierto que hay poco intercambio de contenidos temáticos en el seno de la familia española. No hay adoctrinamiento, incluso en el sentido más noble del término. Lo sabemos, por ejemplo, en la falla gigantesca que se ha producido en la transmisión de la dimensión religiosa, aunque en este punto lo que quizás sucede es que los padres de los jóvenes actuales han dejado de ser religiosos, se han secularizado y es esa secularización la que transmiten a sus hijos.
 
Pese a todos los pesares y aunque no sea fácil de probar, la tradición familiar, la historia de la familia, el humus familiar, tiene entre nosotros la suficiente fuerza para que –por una especie de ósmosis o transmisión coexistencial– los valores familiares, los valores de los padres, en lo que tienen de más profundo, de no necesariamente tematizado sino de sentido, de vivido, de palpado, se transmiten de padres a hijos.
Esa fuerza socializadora no actúa en todas las cuestiones y, sobre todo, se debilita a la hora de configurar esquemas referenciales sólidos, a la hora de transmitir esquemas de valores suficientemente estructurados, construidos, defendidos, legitimados.
 
 

  1. Relación padres-hijos y transmisión de valores

 
Necesitamos seguir investigando sobre la función de la familia. Ya hemos dicho más arriba que hemos propuesto unos determinados modelos de padre y de madre y, en nuestro trabajo, hemos presentado de qué forma esos prototipos de padre y de madre, separadamente considerados, influyen en el modo de relacionarse con sus hijos y en el nivel de comunicación que mantiene con ellos. Pero hay que dar un paso más. Tenemos que ir hacia modelos o prototipos de familias, es decir a la interacción del padre, la madre y los hijos en razón de la organización familiar, de los niveles de compenetración entre los padres y de éstos con los hijos así como de los valores que se desean transmitir, esté o no tematizado y explicitado cuales sean esos valores. En efecto, así como no hay personas sin valores tampoco hay familias que no se posicionen ante los valores que desean transmitir. Otra cosa es que no lo digan, ni siquiera se lo planteen. Pero ya ese «no planteamiento» es una opción de valor.
 
De forma muy esquemática y, sobre todo hipotética –lo que sigue está sujeto a verificación científica, en la que ahora trabajamos–, avanzaría el siguiente esquema.
 

  • Familia de nombre

Una proporción muy importante de familias españolas tiene de familia solamente el nombre. Es lo que ya hemos denominado siguiendo a Toharia, la situación de coexistencia pacífica que pensamos que ha llegado también a cierta «convivialidad democrática». No hay conflictos en casa, sencillamente porque los padres han decidido que no los haya. Es el liberalismo familiar del «laisser faire, laisser passer», dejar hacer y mirar al otro lado si algo no gusta. Se dirá que «al fin y al cabo son jóvenes», es su mundo, la vida ya les enseñará, y no pueden ir contra la moda imperante, etc. Evidentemente la capacidad socializadora, de forma tematizada y holística de esta familia es nula.
 

  •  Familia conflictiva

Otro modelo hacia el que estoy apuntando hablaría de una familia claramente conflictiva. Los hijos y los padres se tiran los trastos a la cabeza. Son pocas estas familias. Sospecho que en muchos casos, no en todos, la causa está en la impotencia de los padres para entender el cambio social, el miedo ante las derivas de algunos jóvenes (drogas, alcohol, robos, etc.) de tal suerte que ante la primera manifestación en ese sentido de un hijo suyo reaccionan fuertemente, ahondando una distancia que –quizás al inicio– era pequeña. Aquí la socialización puede ser contrasocialización, los hijos adoptando valores antitéticos de los de sus padres. Se afirma negando lo que suponen los valores de sus padres.
 

  •  «Familia familista»

Hay sin embargo otras familias que pueden tener capacidad de socialización. Distinguiría dos tipos. Un caso es el de una familia muy centrada en sí misma, una familia familista que diría Andrés Orizo, una familia en la que las relaciones son excelentes, los conflictos muy escasos si no inexistentes, los hijos contentos con sus padres y los padres con los hijos. Lógicamente esta familia es transmisora de valores y de forma tematizada, estructurada. El riesgo de esta familia, cuando la transmisión de valores está anclada básicamente en la sutura emocional más que en la vertebración intelectual, es que no prepare suficientemente al hijo para el momento en que salga a la intemperie, cuando salga del nicho familiar y tenga que crear su propia familia o, simplemente, salga de casa a estudiar lejos del hogar paterno. Es el riesgo de la sobreprotección emocional que hace que «pase» el discurso ideológico, el constructo intelectual, el universo de valores, sin resistencia alguna, esto es, sin haber sido matizado, internizado, por el cedazo de la duda, de la reflexión personal, de la asunción personal.
 

  •  Familia transmisora de valores

En fin el cuarto modelo en el que pienso, ya lo habrá adivinado el lector, es el de la familia transmisora de valores en la que el hijo y la hija han sido capaces de afirmar su propia personalidad, incluso su discrepancia con determinados postulados paternos (y maternos, claro) que han sido objeto de discusión. Pero, ¡cuidado!, no estoy pensando en una familia que sea como una academia.
Pienso en lo que he expresado al final de mi libro sobre El silencio de los adolescentes cuando señalo respecto a la familia: “Quizás lo que falta en nuestros días es la comunicación fluida sobre lo que sucede en su círculo de amigos, acerca de una película que todos han visto, un comentario sobre tal suceso de actualidad que la televisión ha transmitido, la declaración de un político, de un artista, un profesor…, la inmigración, las violencias urbanas, los dineros del fútbol, etc. Hay que hablar, repetidas veces, muchas veces, sobre algunas dudas, incertidumbres y hasta angustias que sienten nuestros hijos ante el futuro, un futuro que lo perciben demasiado abierto, con dificultades de decidir qué es lo quieren, de verdad, hacer con sus vidas. Creo que se habla poco de la forma de negociar una frustración amorosa, un encuentro sexual fracasado, acerca de las preguntas sobre el origen y el fin de la vida, la razón de ser de nuestra existencia, eso que se ha dado en llamar las primeras y últimas preguntas, el sentido de la vida y, ¿porqué no?, hasta el resplandor o llamada de una «vocación» religiosa o laica” (pp. 217-218).
 
Evidentemente en este modelo hay conflictos, desajustes, situaciones difíciles pero, pienso que, a la postre, es el que mejor prepara para «salir a la intemperie». Este es el nivel de conversación que creo que falta en las relaciones de los padres con sus hijos. Esto es lo que es realmente importante, que haya una comunicación fluida, aunque tensa a veces, sobre lo divino y lo humano, pero fundamentalmente sobre las cosas de la vida cotidiana. Entonces la familia será socializadora, abierta al mundo, preparando al hijo y a la hija a volar por libre y con criterio propio. Criterio en cuya génesis y formación habrán participado los padres. n
 

Javier Elzo

estudios@misionjoven.org
  Hace un par de años, en el marco de mi asignatura «Sociología de los valores» en la Universidad de Deusto, dos grupos de alumnos se dedicaron a visionar varios programas de «Al salir de clase» y los analizaron desde la perspectiva de los valores que transmitían. Se discutía en una sesión en mi clase, tras el visionado de un programa en el aula. Los propios alumnos se sentían incómodos, cuando confesaban que ellos mismos habían visto en casa ese programa, por la imagen del joven que transmitía, llena de amoríos, encuentros y desencuentros, celotipias y estereotipos vacíos a rebosar. …Más grave es aún lo que se puede encontrar en las revistillas que leen, especialmente las chicas. Todo padre y madre debería al menos alguna vez acercarse a un quiosco y comprar alguna de esas revistas. Voy a citar, comenzando por la que más lectores tiene, las cinco más leídas por las chicas y por los chicos. Las chicas: «Nuevo vale», «Super Pop», «Bravo por ti», «Pronto» y «Ragazza». Los chicos: «Hobby Consolas«, «Quo», «Muy interesante», «Pronto« y «Micromanía» (Fuente: EGM, Abril 2000, en J. Elzo, El silencio de los adolescentes, Temas de Hoy, Madrid 2000, 189 y 191.)