Adolescentes y Reconciliación

1 octubre 1998

Ignacio García Sañiz, psicólogo y director espiritual del Colegio «San José» de Valladolid.
 
Síntesis del Artículo:
El autor, arrancando de un modelo específico y con un claro objetivo educativo-pastoral, formula una propuesta concreta para celebrar el «sacramento de la reconciliación» con adolescentes en la ESO. Una propuesta que esencialmente trata de poner el acento en la esperanza cristiana y en el perdón como claves educativas para que los adolescentes construyan armónicamente su propia personalidad.
 
 
 
La confesión ha tenido diferentes formas a lo largo de la historia y se ha ido adaptando a las necesidades de los fieles. La primitiva Iglesia la tomó exclusivamente como salvaguarda de la comunidad ante contados escándalos de algunos de sus fieles, que recobraban la comunión en la fe tras el perdón de los creyentes. Los monjes medievales irlandeses la usaron como medio de reconciliación con Dios casi exclusivamente en el terreno de lo individual.
Cabe que, en los ambientes educativos donde trabajamos, estudiemos las posibilidades de adaptar la confesión, con ciertos retoques de procedimiento, para que se transforme en instrumento de crecimiento y afianzamiento personal y colectivo en la fe y práctica cristianas de nuestros educandos. Se trata, pues, de hacer conscientemente de la confesión un instrumento de educación cristiana.
En estas páginas explico e intento justificar en el plano de la doctrina y de la psicología unos pocos elementos concretos, con los que ir configurando la confesión de los adolescentes como ese instrumento de educación cristiana. Apenas se tocan otras realidades más ambientales que describen la fenomenología de la vida del adolescente y que están claramente aparte del marco estricto del sacramento como acto litúrgico. Cierto que esas realidades están relacionadas e íntimamente ligadas a cuanto aquí se comenta. El educador que es también confesor tiene una doble razón para preocuparse por dichas implicaciones que no desarrollamos en nuestro estudio.
El tratamiento de la confesión aquí esbozado se aplicaría concretamente a partir de la última confesión de alumnos/as del primer ciclo de la ESO y hasta el final del segundo ciclo. He preferido no quedarme en puras consideraciones teóricas. Pero quiero que las soluciones y sugerencias concretas indicadas a continuación, se tomen exclusivamente como marco de los razonamientos y reflexiones que vienen más adelante. Estos razonamientos  son lo que de verdad importa a la hora de tomar decisiones válidas, en el sentido que parezca más oportuno después de considerarlos en profundidad y tras discutirlos entre los responsables directos en el centro.
 
         MODELO PARA LA PREPARACIÓN DE LA CONFESIÓN (14 AÑOS)
 
La confesión que ahora vamos a hacer será provechosa y útil si:
Primero, damos gracias a Dios por todo lo que hemos hecho bien y ello nos hace pensar que Él está satisfecho con nosotros porque nos siente cada vez más cercanos.
Segundo, le confesamos y le pedimos perdón por lo que estamos arrepentidos de haber hecho mal.
 
Dios quiere contar con nuestra capacidad de reflexionar para que le obsequiemos con nuestro esfuerzo para ser mejores, de una manera que nos convenza a nosotros mismos por parecernos razonable y conveniente. Repasa, pues, el cuestionario que sigue a continuación, teniendo en cuenta que lo vas a usar de este modo:
n Piensa en las dos o tres cosas que crees son las más importantes tanto en lo bueno que has hecho (1º) como en lo que has fallado (2º). No más de seis cosas en total. Sin angustiarte, si es que olvidas algo.
n Cuéntaselo al confesor, que te animará -de parte de Dios- a darle gracias por lo bueno que has hecho con su ayuda… y a mejorar en lo que no es tan bueno. El perdón de Dios es para siempre, o sea, que ya no tendrá en cuenta los pecados nunca más. Este es el gran regalo que Él nos hace en la confesión.
 
            Relaciones con Dios
 
n ¿He acompañado con alegría a mi familia o a mis amigos para ser fiel a mi cita con Dios cada domingo? ¿O me he dejado llevar por la pereza, la desgana o la comodidad?
n En mis comuniones, ¿he procurado concentrarme y alegrarme con Jesús?
n ¿He rezado mis breves oraciones antes de acostarme?
n ¿Me he acordado de poner todos mis problemas en manos del Dios bondadoso?
n ¿He utilizado los nombres de Dios o de la Virgen poco respetuosamente?
n Sobre todo, ¿me creo que quien más interesa -que es Dios-, me conoce por mi nombre, me lo ha dado todo, me ama personalmente a mí hasta la locura y tiene sus planes para mi vida de modo que yo sea siempre feliz y haga más felices a los demás?
 
 
            o Relaciones con mis amigos, profesores y familiares
 
n ¿Me gusta decir siempre la verdad o he mentido cuando me interesaba?
n ¿Agradezco el aprecio y el cariño que me muestran mis padres, familiares, profesores y amigos?
Respondiendo ahora a las cinco preguntas siguientes verás si haces todo lo que está en tus manos para merecer ese aprecio y cariño que esperas de los que Dios te ha dado como amigos y familiares:
n ¿Digo sinceramente «muchas gracias» a mis padres, profesores y siempre que alguien o me ha hecho favores o me ha atendido o dedicado su tiempo y esfuerzo?
n ¿He intentado ayudar a los demás cuando puedo o sólo me he ocupo de lo mío?
n ¿Acepto en mi grupo de amistades sólo a los simpáticos o que me convienen? ¿O me preocupo por los chicos y chicas que no tienen amigos, que están solos, que no se atreven a decir ante los demás qué es lo que prefieren?
n ¿Respeto los gustos, opiniones y preferencias de todos? O ¿pretendo tener la razón en todo imponiéndome a los demás?
n ¿Ayudo a todos en casa incluso cuando no me lo piden? ¿O pretendo seguir con las ventajas del niño pequeño y mimado que tiene sólo derechos y nunca la obligación de colaborar en lo que puedo y hacer más agradable la vida familiar?
 
            Relaciones conmigo mismo
 
n ¿Estudio todo lo que puedo? ¿O, como muchos, sólo me preocupo de aprobar, de cumplir pasando sin esfuerzo ni ilusión?
n ¿Quiero de verdad aprender, prepararme para estudios más difíciles, asimilar lo me va a servir para poder dejar de ser una carga en la familia?
n ¿Intentas dominar las lecciones mal aprendidas estudiando a tiempo en casa? ¿O te escapas a la calle o te distraes con la televisión dejando sin acabar tus deberes y tu estudio a solas en casa?
n ¿Pongo empeño en controlar y mejorar mis sentimientos? ¿En cuidar de mí mismo respetando y controlando mi cuerpo y sus impulsos?
n ¿Me esfuerzo en hacer de mí una persona responsable en el trabajo, que es de fiar cuando doy mi palabra, que goza siendo amable con todos?
 
Conforme a este modelo, a partir de la última confesión del primer ciclo se introducirían los cambios apuntados. Los dos más significativos se refieren a la introducción de sentimientos de acción de gracias a Dios (1º) y a centrarse en unos pocos fallos más importantes o graves (2º), donde concentrar los esfuerzos a corto plazo. Al ser los más importantes o graves, la integridad de la confesión queda a salvo. No estará de más que se haga caer en la cuenta de este extremo a los confesandos.
 
 
Cualquier cambio puede implicar desconcierto y distracción en actos que requieren la máxima concentración. Si se introducen en el tema de la confesión, requerirán una explicación razonada previa ante los alumnos. A continuación se aportan ideas más que suficientes para poder hacerlo. Todo ha de ser sopesado y cuidado en los detalles antes de ponerlo a funcionar. Los experimentos a bote pronto se hacen con gaseosa, nunca con champán.
 

  1. El «paciente» cambia, también ha de cambiar el tratamiento

 
En los años anteriores el niño o preadolescente ha conseguido expresar con claridad suficiente sus fallos y deficiencias respecto a sus obligaciones morales y religiosas. Su sentido de culpabilidad es agudo y su sinceridad conmueve. El confesor que trata con niños, probablemente se ha visto obligado más de una vez a atemperar el sentido excesivo de autoinculpación de sus juicios morales. Quizá ha tenido que decir expresiones como: «me dices a veces no obedezco, y yo interpreto que sólo a veces no obedeces, pero casi todas las veces obedeces». Una interpretación muy probablemente justa por parte del sacerdote y que el niño o la niña sin duda agradecerán.
Niños y preadolescentes encuentra dificultades para modular la frecuencia o gravedad de sus faltas. Sus juicios sobre sí mismo y los demás adolecen de esa misma falta de ponderación y tienden a ser excesivamente duros. El confesor comprensivo ha intentado compensar esas deficiencias; ha ayudado a que las vivencias del niño sobre la confesión sean positivas.
En la horquilla de los 14 a 16 años, o incluso antes, los confesandos han dado un salto cualitativo en su personalidad y han entrado en la que se ha llamado «edad crítica». Refiriéndonos a ésas y posteriores edades, se habría de intentar un doble objetivo:
n Mejorar las capacidades de emitir juicios equilibrados sobre sí mismo y sobre los demás, modulados ahora -como comprobaremos más adelante- con nuevos elementos de su percepción de los adultos.
n Reforzar la confianza del adolescente en el confesor. Darle cancha para que pueda fiarse de él. Intentar que el adolescente continúe manteniendo la sinceridad y franqueza de la infancia, ya que no su espontaneidad.
A este doble objetivo aluden las referencias a Dios (Dios quiere contar…) y al confesor (Cuéntaselo al confesor…) señaladas en el modelo. En las primeras se aplica y adapta a la situación que nos ocupa el principio general de moral cristiana que expone San Pablo en Rom 12,1 (rationabile obsequium vestrum): todo cuanto dais a Dios que esté puesto en razón, que se corresponda con lo que la naturaleza señala como conveniente, aunque la fuerza del Espíritu pueda también llevarnos a posiciones mucho más audaces e insospechadas. Ese mismo Espíritu inspirador y guía es calificado en Sab 7,23 como spiritus intelligentiae sanctus… humanus: «humano» o conforme con todo lo mejor del hombre. Cristo toma nuestra humanidad para salvarla y acercarnos a su divinidad.
Pasando esa doctrina a nuestro caso, es claro que se habrán de tener en cuenta las capacidades crecientes del adolescente para aprehender los aspectos morales, juzgarlos y decidir sobre ellos dentro del proceso de su maduración moral.
Este es el planteamiento que va implícito en la invitación que se hace al confesando a recordar sus logros y sus faltas y tomar la iniciativa para establecer un orden adecuado y reflexivo de prioridades.
 
 
Se trata, entonces, de buscar entre todos respuestas válidas a ese doble objetivo y cuestionamiento: ¿Cómo hemos de reflexionar los educadores y confesores y sobre qué elementos de la psicología evolutiva del adolescente? ¿Cómo y sobre qué aspectos de su vida hemos de hacer reflexionar a los adolescentes?
Precisamente en la frontera de estos años, es donde el abandono de la práctica religiosa se generaliza. ¿No será oportuno el cuestionarse si estamos o no acertando con las vetas, con los puntos de apoyo, con la sintonía de sus actitudes más profundas? ¿O es que no tendremos que repensar y redescubrir las razones que determinan su rechazo? ¿No es nuestra obligación más seria intentar por todos los medios dar toda la potencialidad al regalo del perdón de Dios cualquiera sea el envoltorio de ceremonias con que lo presentemos?
Parece razonable y conveniente que, al final del primer ciclo de la ESO, se introduzca oportunamente esa luz de Dios que nos ayude a discernir, buscando en todo su voluntad con humildad y sinceridad. Que no nos asustemos por lo que tiene de nuevo y diferente. Que a su debido tiempo se sopese todo y se contrasten los resultados con la experiencia.
 

  1. Pasar el centro de atención a la esperanza cristiana

 
El adolescente necesita un campo de autoexplicación más amplio que el de la simple relación de sus fallos. Estos fallos los va percibiendo ahora como reiterativos. Insistir en el mismo procedimiento que el seguido en su infancia puede llevarle progresivamente a una cierta desorientación y hasta la experiencia personal de una profunda frustración. Puede tener una sensación, cada vez más claramente percibida y sentida, de que no avanza y llegar en un determinado momento, consciente o inconscientemente, a la conclusión -quizá sólo subjetiva, pero válida en el mundo interior de su percepción de valores- de que la confesión no le sirve de gran cosa. De hecho vemos que es así.
En este momento percibimos que el adolescente está desmoralizado. Quizá porque no hemos conectado con la absoluta necesidad de abrirle el horizonte de esperanzas, que él o ella intuye le corresponde en el momento en que se le abren todas las posibilidades en la vida. No hemos entrado suficientemente en sintonía con su apasionado interés por adivinar en qué puede consistir su futuro y cómo puede comenzar ya a cimentarlo y construirlo. No hemos enfatizado lo bastante y puesto de relieve ante sus ojos que en sus manos está el poder escoger y decidir lo mejor ya desde ahora. Posiblemente no hemos sabido hacerle soñar hasta dónde puede llegar en el camino del bien, con sólo mantener una actitud permanente de reflexión personal, particularmente en la confesión.
Y esto nos ha podido ocurrir porque no hemos empezado centrando su atención en la mejora de sus capacidades personales de todo orden, y en los avances y logros conseguidos, de los que con razón está profundamente satisfecho y por los que debería, como buen nacido, estar agradecido a sus padres y educadores, a sus amistades y, sobre todo y antes que a nadie, a Dios.
En la medida en que no hayamos cumplido los anteriores supuestos, habremos de admitir que no hemos sido capaces de sintonizar afectivamente, o sea efectivamente, con su mundo de percepciones y actitudes. Y muy posiblemente habremos empezado a perder el rumbo cuando nos hemos centrado, siguiendo rutinariamente procedimientos tradicionales del sacramento de la penitencia, únicamente en el aspecto negativo de sus fallos.
¿Así, no hemos podido haber traicionado un poco la generosidad y la grandeza de los planes de Dios sobre el educando?
 
 
 
Su sensación de frustración o desapego es tanto más probable por cuanto puede interferir o chocar duramente contra otros aspectos propios de la psicología específica del adolescente. Indicamos a continuación algunos de esos elementos de posible conflicto.
 

  1. El adolescente y la búsqueda agónica de su identidad

 
El adolescente tiene una muy clara percepción de que su propia personalidad aflora ahora con fuerza. Muy posiblemente no sepa articular ante los demás la presencia de esta su nueva realidad existencial, pero la sentirá en su interior con toda su fuerza y tenderá a apoyarse en esa sensación con creciente ardor, incluso con obstinación, para presentarse así ante los demás como único dueño indiscutible de sus propias decisiones.
Sin embargo aún no es muy capaz de sopesar serenamente la necesidad de pactos y acuerdos con su entorno social y familiar.
Por otro lado, la seguridad en sí mismo es aún débil y fluctuante. No tiene totalmente cogida la medida de su propia fuerza, independencia y poder de decisión personales. Su pugna contra los mayores es expresión de una inmadurez latente.
Las reacciones del adolescente ante esta mezcla de fuerza y debilidad pueden llegar a parecernos, al menos, desconcertantes. Exigirá brusca o soterradamente un trato de parte de los adultos, sobre todo los más cercanos a él, que tenga en cuenta sus preferencias y su capacidad de decidir por sí mismo sobre asuntos que va considerando exclusivamente propios.
En otros contextos diferentes, podrían tomarse a la ligera estas actitudes extremosas del adolescente. En la confesión se han de tomar en lo que tienen de más serio: la afirmación de su personalidad. Se ha señalado, no sin razón, que el tipo de vida y de persona se van a decidir fundamentalmente en esos pocos años. De una manera implícita y, en ocasiones, muy explícita, el adolescente tiene ya clara conciencia de lo que quiere ser. El peso y transcendencia de esta toma de postura no va a ser en absoluto banal.
El que ayuda a preparar las confesiones debe tener todo esto muy en cuenta. Concretamente debemos advertir al adolescente que son precisamente sus problemas más íntimos y personales los que ha de presentar al confesor, quien le ha de ayudar a pensar para tomar responsablemente las decisiones más convenientes y correctas. Está en juego la definición de lo que va a ser su vida. Si algo importa realmente es su vida. Y si se lo planteamos con sinceridad y confianza veremos que es lo que de verdad más interesa al propio adolescente.
Él o ella se sentirán entonces a salvo, con su personalidad reafirmada. Si, después, su decisión entra en terrenos de actitudes vitales, de su formación como persona -no sólo de sus propósitos de estudiar más y mejor, aunque también en ellos-, de preocupación por aspectos de su carácter, del modo de afrontar una realidad familiar complicada o penosa, etc.,  el adolescente irá formándose una idea de sí mismo cada vez más articulada, coherente y madura.
En cada una de las posibles situaciones aludidas, y en muchas otras más, el confesor tiene la oportunidad de incluir el «papel de Dios» con decisión y naturalidad. Más aún, la posible solución deseada sólo vendrá si la situación se encuadra dentro de los planes de Dios sobre cada persona.
 
 
 
En cualquier caso, ninguna de las seis confesiones que el adolescente previsiblemente puede hacer como media en dos años de su vida, debería ser simplemente reducidas a la solución de problemas que el adolescente puede considerar intranscendentes. En el contexto íntimo de sus vivencias, utilizar de ese modo la confesión, se interpreta como una tomadura de pelo.
 

  1. Acercamiento afectivo, respetuoso e imparcial al adolescente

 
El sentimiento de culpabilidad del adolescente ya no es simple y candoroso como lo fue en el niño. El adolescente se ve impulsado por la necesidad, interiormente muy sentida, de crear en su entorno la sensación de que es fiable a la hora de tomar sus propias decisiones. En esta especie de pugna de competencias, cuando adviene el fallo o el error, el adolescente puede tender, justa o injustamente, a echar sobre los mayores toda la culpa o parte de ella.
Ahora va percibiendo con mayor claridad los fallos y deficiencias de los adultos, incluso nuestra tendencia a exculparnos de los fallos y a disimular los errores. Y, claro está, tiende a copiar cuanto aprende de los adultos, también los aspectos más negativos. El adolescente no hace lo que se le dice -tiene una independencia terca y recién nacida-, hace lo que aprende de los que le son más cercanos física o emocionalmente.
Definitivamente, el de la imposición sin más explicaciones o el de la norma no son los caminos adecuados. Sí lo es, cuando el adolescente está estrenando todo tipo de nuevas relaciones humanas, el de un trato con afecto.
Particularmente, su acercamiento a Dios depende de una religación afectivamente cálida o de una religión que no se dará nunca o se dará muy difícilmente si no entran en juego elementos afectivos. Incluso las clases de religión que no se dan con un verdadero sentimiento por parte de la persona que las imparte van a ser muy poco efectivas. El adolescente -y en esto continúa siendo poco más que un niño- necesita una cosmovisiónamiga y entrañable, o no entrará siquiera en el juego.
Es importante notar que pedir al confesando que nos diga, en primer lugar y antes de cualquier otra tema, en qué cosas piensa que Dios está satisfecho con él o ella se evitan consecuencias o efectos irreparables y catastróficos desde el punto de vista de la delicadeza y respeto con que debe ser tratada cualquier persona con una inseguridad cuasi constitucional en sí misma, como es la del adolescente.
La selección de temas hecha por el adolescente nos orienta sobre su capacidad de discernir, de razonar, etc., incluso acerca de su sinceridad y verdadera disposición al cambio o a la mejora.
Se crea de este modo una situación favorable para abrir un diálogo en el que nuestro interlocutor es quien antes y más ha de hablar. Jamás hemos de interrumpir a nadie cuando nos ha escogido como persona adecuada a la que se confían las confidencias más íntimas. Jamás responder a la ligera, como con prisas, dándole la impresión de que sus problemas nos parecen irrelevantes. Tanto como lo que vamos a decir, interesa explotar los tiempos de nuestro silencio.
Por elementales principios de educación, no podemos quedarnos fríos cuando alguien nos habla como a Dios. Una asignación de papeles que desde luego nadie merece sin más. Esta situación no nos ha de llenar del sentido de poder o prepotencia; nos ha de mover, arrastrar al amor del confesando, haciéndonos compartir sus depresiones -tan frecuentes en esta edad, aunque no se hagan notorias-, sus pesimismos, sus pánicos, sus desconciertos. Claro está que con más entusiasmo, si cabe, hemos de acoger todos los éxitos con los que él o ella nos alegran de verdad.
El desconcierto, ante ciertas cosas que Dios permite en nuestras vidas, es simplemente desconcierto. María y José, y casi todo el mundo después de ellos, han sufrido toda clase de desconciertos. Podemos encontrar poderosas razones para que el confesando intente aceptar cuanto Dios decide. Nunca que acepte una realidad cuyo mejoramiento sea posible, y muchas veces lo es. Desde Abraham e Isaac, sabemos que Dios no acepta cierto tipo de sacrificios. Es conocido el fortísimo sentido de justicia que tiene el adolescente. Explicitemos en todo que sólo se pretende hacerle justicia. No induzcamos nunca al victimismo que acaba en rechazo.
El confesor ha partido de un «cuadro clínico» hecho con luces y sombras, pero más completo, más interpretable, más ponderado sobre la situación de salud moral del confesando que el que pueda poner delante cualquier adolescente.
Sobre todo si se le felicita cordialmente por los avances logrados, partiremos con una buena posición de salida para animarle a reafirmarse en lo positivo. Pero este tema merece un nuevo apartado.
           

  1. Reafirmación de la autoestima

 
Constatamos, por todo lo anteriormente dicho, que el adolescente ha pasado a ser, más que mero objeto de educación, sujeto y protagonista de la misma.
La afirmación y relativa consolidación de su personalidad, incluso cuando es una mera exigencia de decidir por su cuenta al margen de los mayores, es un dato positivo de su desarrollo como persona. Y así hay que reconocérselo o dárselo a entender sin remilgos, incluso con el orgullo y la emoción de quien sabe que al confirmarle, por así decirlo, está colaborando en dar a luz una criatura nueva.
El aspecto más creativo de este crecimiento cualitativo o signo de maduración -y hay que dárselo a conocer y sentir igualmente- es la responsabilidad, que pasa gradualmente a depender del adolescente. Actuar con responsabilidad quiere decir intentar por todos los medios que las decisiones personales sean obligadamente justas y justificables ante mi conciencia -reducto último de moralidad- y ante los demás, si de alguna manera quedan implicados en las consecuencias de ciertas decisiones. Eso ocurrirá de una u otra manera en la mayoría de los casos. Posiblemente no lo percibirán así, pero nuestra tarea consiste precisamente en hacérselo ver con la evidencia de los hechos.
Las decisiones serán justas sólo si han sido tomadas con criterios objetivos y objetivables. No vale simplemente decidir por cuenta propia; hay que aprender a decidir lo razonable. Y lo razonable es además lo que es justo y conveniente para mí y para los demás. Incluso Dios no quiere de mí nada que no sea razonable.
Lo razonable será también lo que es oportuno, no antes ni después de su tiempo, sino lo acertado después de reflexionar, comparar y prever las consecuencias. En definitiva, aquello que me va a llevar al éxito como persona que va logrando cada vez un mayor equilibrio personal y una mejor adaptación al entorno.
Es precisamente ahora, en la confesión, una vez que el penitente ha escogido los temas que más le llegan o preocupan, cuando el confesor, según la capacidad y receptividad del adolescente allí presente, hará un ejercicio de respeto, acercamiento y aplicación a la realidad concreta que se le presenta, para ayudarle en la formación y toma de decisiones morales y cristianas. En realidad, es el penitente quien va a decidir, aunque sea  imprescindible un diálogo con él.
 

  1. El sentimiento de fidelidad en los adolescentes

 
El desarrollo de relaciones hacia los demás en los adolescentes es complejo y varía mucho de unos a otros. Los psicoanalistas lo contemplan estrechamente ligado a las reacciones sexuales del individuo. Sin negar que hay en ello mucha verdad, es una lástima que no tengan más en cuenta su importancia dentro del desarrollo global de la persona.
Es cierto que hay buenas posibilidades de que el adolescente ande perdido en busca de un objeto o sujeto de su afectividad creciente y desconcertada. Se asocia a sus amigos buscando apoyo, válvulas de escape y, para bien o para mal, aprendizaje y orientación.
Quiero insistir particularmente en el hecho de la enorme influencia que el grupo de amigos ejerce quienes lo forman. Más concretamente en la dependencia afectiva que cada adolescente tiene con sus amigos del grupo.
Pensemos en los enormes dramas personales cuando un o una adolescente se siente rechazado por alguien que consideraba amigo. Este sentimiento fortísimo de fidelidad entre adolescentes, ¿cómo y porqué no puede ser empleado para referirlo a Dios; precisamente, cuando la fidelidad del adolescente va ser puesta duramente a prueba? ¿Porqué no hacerle reflexionar sobre ello?
Una vez que se les ha hecho conscientes del problema, apoyándose en que han podido sufrir las consecuencias en su propia carne, conviene recordarles que la fidelidad no se nos da gratis, sino que se crea y afianza a golpe de reflexión y generosidad. Quien no es fiel con los amigos, no lo será con sus padres. Quien no es fiel con los hombres, no lo será con Dios.
Dios es fuente de todo amor. Quien es fiel con Él, lo será con los suyos.
 

  1. Primera preparación a la confesión

 
El adolescente que es invitado a hacer su nueva «primera confesión» debe ser informado al detalle del nuevo procedimiento. Esto hemos intentado con el modelo presentado, que debe ser repartido cuando acceda a la capilla para repasar personalmente y preparar seriamente cuanto ha de decir en confesión.
Hay que recordar, en ésta y en las sucesivas confesiones, que a esta edad se decide la actitud definitiva ante la vida y su confesión ha de tener ese alcance.
Por tanto, es muy conveniente que se aduzcan ejemplos concretos conforme se repasan los puntos del examen de conciencia (es más serio haber dejado una misa dominical que un día las oraciones de la noche, etc.), de manera que les induzcamos siempre a confesar lo más importante. Invitarles también a contar, entre los elementos negativos, toda clase de problemas personales con el entorno familiar y escolar. Introducir, motivar y crear en él o ella sentimientos de agradecimiento por sus propios logros. Si no los encuentra, que se acuerde de los vinculados a otras personas, expresando su agradecimiento y recordando hechos lo más concretamente posible.
Se puede sugerir, entre muchos otros motivos concretos, el agradecimiento a los padres que hasta ahora les han mostrado la imagen de Dios, acompañado y apoyado a cumplir con el precepto dominical, etc. También cualquier tipo de satisfacción nueva en casa o en el colegio.
 
 
 
Incluso en la confesión de cada trimestre, más adelante, podrán señalarse y profundizar temas concretos. Pero la primera vez ha de procurarse la mayor sencillez y claridad, no dejando cabos sueltos que induzcan a la confusión.
Por tanto, esta primera vez, el adolescente necesita todas las ayudas. Dedicar un buen rato de reflexión previa a fijar detalles claros y concretos. Cuidar que la exposición sea ordenada. Ayudarles a reflexionar. Despertar su confianza en el confesor. De todo ello dependerá que la primera experiencia sea positiva. n
 
Ignacio García Sañiz