Soy consciente de que últimamente se habla mucho, quizá demasiado de este tema, pero parece que no lo suficiente porque, a pesar de que los padres de hoy en día somos de los más preparados de la historia, nuestros hijos son los menos “preparados para la vida” desde el origen de los tiempos.
No voy a negar que el cansancio del final de curso me hace ser bastante menos positiva que en las otras dos ocasiones que he escrito para este blog, aunque mi intención no es serlo. Más bien quisiera sonar a objetiva y poder ayudar a cuantos padres y madres ejercen con tal celo su paternidad que, con perdón, “la lían parda” y animar a los educadores “des-protectores”.
Y es que estoy cansada de que solucionemos los pequeños y los grandes problemas que tienen nuestros hijos en la escuela y en la vida. Entendiendo bien que son “grandes” y no “graves”. Pues los graves, los tenemos que afrontar todos a un tiempo, familia y escuela y aún nos faltan manos. Pero los otros, los que nosotros nos resolvíamos solitos,…por favor, ¡dejen que los resuelvan ellos!
Quedan patéticos cuando vienen a entregar un currículum acompañados por papá, o a matricularse en la universidad de la mano de mamá, pero ¿qué esperamos si no les hemos hecho devolver el lápiz del compañero cuando lo hemos descubierto en su estuche, o enseñado a pedir explicaciones al “chulito de turno” que les planta cara en un recreo, o a solicitar ayuda a un mayor cuando sentimos miedo, o con respeto y educación a decirle al profe que se ha equivocado al sumar la nota que se la revise?
Hoy encubrimos el hurto para que no pase vergüenza, la mami llama a la mamá del compañero para que se entere de que a su hijito ni se le tose, denunciamos un acoso tras una riña de chavales o acusamos al profesor ante la dirección por injusto a la primera de cambio.
Y así, sin darnos cuenta, nuestros hijos son cada vez más inútiles y están, los pobrecitos, más desprotegidos en esta sociedad en la que otros sí se habrán espabilado a tiempo.
Y es que hemos sustituido nuestra labor de educadores acompañantes por la de educadores hacedores.
Y nos enfadamos y no entendemos nada cuando son incapaces de hacer determinadas cosas, de defender determinadas injusticias y de ser autónomos o independientes.
Hasta aquí “la pataleta”.
Y nuestra escuela salesiana, ¿qué aporta en este sentido? Pues algo que para nosotros es lo habitual y que parece que ahora es como “inventar la sopa de ajo”: El protagonismo juvenil. Eso tan manido de que los jóvenes sean los constructores de su propio aprendizaje y que sean los jóvenes los educadores de otros jóvenes. Algo que les permite crecer, madurar, tomar responsabilidades adecuadas para su edad o capacidad,… hacerse adultos, transformadores, influyentes, autónomos y capaces.
Por eso, cuando les dejemos hacer y aprender equivocándose, no debemos sentirnos mal. Debemos estar felices porque esa “desprotección” les protege.
Mª PAZ PLASENCIA GARCÍA, Dirección Salesianos San Antonio Abad
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