Entre amor y odio, servicio y poder

1 enero 2001

[vc_row][vc_column][vc_column_text]LA VIDA ES BELLA, PERO HAY QUE ELEGIR
 
Proponemos aquí unos materiales elaborados por un grupo de jóvenes que arrancan del film «La vida es bella»[1]. Pueden ser un buen punto de partida tanto para trabajar directamente con ellos como para promover una iniciativa semejante sobre el tema, por ejemplo, del voluntariado.
 
 
 
 
 
 

  1. Elección entre amor y odio, servicio y poder

 
Antes de proyectar la película —«La vida es bella»— se trabaja en torno a las elecciones fundamentales que comporta la vida, vistas a través de algunos de sus personajes.
 
La elección de Dora
La escena que parte la película en dos momentos es la de Dora optando por subir al tren. «Yo también quiero subir en ese tren», repetirá por tres veces. ¿Entre quienes ha de elegir? Los citamos a continuación.
 
«El príncipe» Guido
Es un buscador de la vida, listillo, pero un poco tarambana. Representa la cultura, aunque sea de rebajas («Los libros están a mitad precio»), el arte (cuenta con un amigo poeta que «tiene que quitarse la poesía de la cabeza») y sabe cómo hechiza la música de Offembach. Representa también al «conquistador por amor». Sus «armas»: un «cuerpo serrano» —¡claro!—, en donde se encuentran los mejores «cartílagos móviles plegables (orejas) y el mejor ombligo italiano («el que no se deshace»).
Guido es la sorpresa de lo inesperado: espera que las mujeres le lluevan del cielo; es un alocado conductor de bicicletas, el inspector escolar «suplente», el chofer inesperado e inútil o el camarero montado en «Robin Hood».
Su saludo: «¡Buenos días, princesa! Sus especialidades: chupar veneno de avispas —a poder ser en las rodillas de las chicas—, pasarse el fascismo por quién sabe dónde, confeccionar paraguas con cojines y poner una alfombra roja al paso de su amor… Su secreto: los «milagros milagrosos» —conseguir la «llave» para vivir…—.
 
«El cabezón de los huevos»
Alto y guapetón: el perfecto fascista. Su ciencia, las matemáticas del holocausto de los pobres —ejecución de los dementes, inválidos…—. Resuelve los problemas casi como un niño alemán.
Funcionario de la alcaldía y «lameculos» perfecto. Es quien obliga a Dora a hacer lo que no quiere —ir a la casa del perfecto— y no le compra el detalle del helado de chocolate. En fin, quien cree saber que «Dora es la mujer de su vida y yo el hombre de su vida».
 
Los aliados…
De Guido: el poeta y el tío. Del «cabezón»: la madre, Bruno y los bárbaros.
«El poeta», amigo de Shopenhauer: «Con la voluntad se puede hacer todo. Yo soy lo que quiero». Éste es el golpe secreto de los poetas. Pero ¿qué significa «querer»? ¿Poder o amar?
«El tío» (y ¡qué tío) —la sabiduría de la religión—: «El silencio es el grito más fuerte. No hay nada más necesario que lo superfluo —lo gratuito: el amor—. Fíjate bien en los girasoles, se inclinan al sol, pero si ves alguno que se inclina demasiado es que está muerto. Tú estás sirviendo, pero no eres un siervo. Servir es el arte supremo. Dios sirve a los hombres, pero no es un siervo».
La madre de Dora (Marisa Paredes): misterioso personaje que quiere la boda de su hijo con el «Cabezón de los huevos» y parece tramar una sorpresa o venganza.
Bruno, el hermano del novio y, a su vez, el «novio de la muerte». Y, en fin, los bárbaros…
 
 

  1. El combate que es un drama

 
La «princesa» comienza dejándose chupar el veneno de la rodilla, luego presta su sonrisa y termina pidiendo a Guido un beso bajo la mesa y… «llévame contigo». El «príncipe», en su corcel-«caballo judío», rescata a la princesa.
El fruto de este primer asalto será Josué, el hijo de ambos. Al que le gustan los libros y no le gusta ducharse… El segundo asalto: un final —que no desvelamos, respetando a quienes no han visto la película— que es la consecuencia del estilo de vida de Guido. «Estos son malos tiempos» (y más si los hijos se llaman Adolfo o Benito).
Dos personajes presentan este segundo asalto: 1/ El profeta de la tragedia —El doctor—: «El tiempo apremia, es demasiado tarde»; «Soy más grande y menos me ves» (la oscuridad); «Si pronuncias mi nombre desaparezco» (el silencio); 2/ La madre-abuela (Marisa Paredes): ¿es ella la traidora?
 
Campo de concentración: oscuridad y silencio
La lógica de la muerte sólo puede ser superada con la locura del amor:
ú El juego que sostiene al niño para ganar el carro blindado.
ú El amor es que sostiene al padre.
ú El amor se convierte en humor para superar y transformar la realidad con la imaginación.
 
La hora de la locura, de la barbarie, y de la muerte:
ú Los justos mueren perdonando: «¿Se ha hecho daño, señora?»
ú Los profetas se han vuelto locos en su complicidad (el doctor).
 
Sólo el amor sostiene la vida: Un «buenos días, princesa, sólo pienso en ti» por el altavoz; un poco de la vieja música de Offembach, recordando el primer amor; un sueño de amor mantenido…
ú Cuando el decir «gracias» te puede costar la vida…
ú Siempre hay una salida: es cuestión de imaginación y coraje. Hasta Schopenhauer puede salvar una vida —el perro alemán se largará…—.
ú Puede que todo esto sea un sueño…
 
Fin del «juego»: ¡Hemos ganado! (el grito de Josué)
El «juego» se ha cumplido. «Hemos ganado, mamá. Es verdad, mi padre tenía razón»: el juego del amor-humor es vedad —¿qué es la verdad?—.
«Esta es mi historia —nos dice Josué—. Este era el sacrificio que hizo mi padre. Aquel era el regalo que tenía para mí». Y… ¡todos hemos ganado!
 
 

PISTAS PARA EL DIÁLOGO

 
¡ Análisis general de la película: ¿Qué es lo que más me ha llamado la atención? ¿Qué transmite cada uno de los personajes La «elección de Dora»: ¿realmente quería coger el tren?
¡ Llama la atención (y las referencias): ¿Qué es lo que más me ha impactado en cada una de estas escenas y qué me dice la cita bíblica? ¿Soy yo testimonio del «poder del amor»? ¿Tomo decisiones comprometidas?
– El tío: «¿Se ha hecho daño, señora?»                        – Lc 23,33-34.
– El médico o la locura de la tragedia…             – Mt 14,6-12.
– Dora: «¡Quiero coger ese tren!»                            – Mt 10, 38-39.
– Schopenhauer: el poder del amor…                         – 1Cor 13,1-4.
– Josué: «¡Hemos ganado!»                             – Lc 24,30-34.
– Josué: «¿Por qué nosotros dejamos entrar a todos?»      – Mt 19,13-15.
– Josué: «¡Gracias!»                                     – Mt 5,9-12.
¡ El «príncipe Guido»: ¿«Parábola» de Cristo? ¿En qué sentido?
Es el personaje contrario al «galán de película», contrario a lo normal; lucha contra las normas establecidas; sinceridad, alegría, amor, compromiso…
¡ Plegaria personal: ¿En qué me parezco yo a Guido y a Cristo?
Jn 12,23-26; Rm 5,5-8 y carta a Josué:
Querido Josué:
Me dirijo a ti como superviviente. Tú eres el guardián de la esperanza de esta vida que sigue siendo bella. De Guido, tu padre, aprendiste a jugar o, lo que es lo mismo, a vivir. El te enseñó un juego que ocultaba una dramática verdad. La muerte consentida de tantos que por su fe o por sus límites no cabían en el decreto de los que seleccionaban a los perfectamente hombres. Esta verdad exige el mayor silencio de la historia. Y esta verdad todavía, desgraciadamente, siguiendo verdad real.
Hoy siguen muriendo en los campos de concentración de la historia los que no tuvieron otro delito que nacer en la zona de los pobres, en la tierra del hambre. Y hoy continúa la tragedia y como en las adivinanzas del viejo doctor seguimos entre la oscuridad y el silencio.
 
Los interrogantes nos cercan. ¿Será más fuerte el odio del amor? ¿Podrá la vedad vencer la mentira? ¿Tendremos valor para desfilar con paso firme, como Guido, hacia la muerte? Y después de dar el paso, ¿no ganará la muerte la partida?
En la zozobra nos queda la memoria: el recuerdo de los que murieron amando y vivieron dando la vida. Guido nos recuerda que en medio del desastre es posible el amor y sólo el amor nos sostiene. Los milagros son posibles porque siempre hay una salida. En lo inesperado, en las sorpresas siempre hay un resquicio para seguir esperando.
Recuerdo lo que decía tu tío abuelo: Dios es el que sirve al hombre. Que no estamos solos. Que el que garantiza todo amor no es nuestro amor sino Dios. Que el que hace posible la sonrisa en medio de la tragedia no son nuestras fuerzas sino el poder del amor (ya sabes Schopenhauer) que viene de más allá y de más arriba.
 
Mirando a Guido veo una Buena Noticia que es reflejo de otra Buena Noticia. Bienaventurados los que sufren porque serán consolados. Bienaventurados los que en la tragedia hacen reír con cuentos para seguir amando. Bienaventurados los que están dispuestos aunque siempre salgan perdiendo. ¡Cuánto nos recuerdan las palabras de Jesús!
Hay una forma de vivir la muerte que da la vida. Y Dios está tras ella. En el Jesús que vive en Guido, vive y vivimos nosotros.
Cada vez que convertimos el amor en humor y las tragedias en comedias para seguir seriamente viviendo y seriamente «comprometiendo al vida», estamos resucitando. O, lo que es lo mismo, estamos ganando…
Y, por eso, aunque la palabra puede ser peligrosa: Gracias Josué, heredero de la promesas, heredero de la esperanza.
 
 
[1] En la redacción de los materiales han colaborado también Peio (Comunidad Adsis) y José Sorando.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]