Todo, según la pasión con que se vive

1 julio 2000

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Las portadas de Misión Joven están dando que hablar. ¡Eso —y algo más— pretendemos! Apenas estrenadas las nuevas direcciones de los buzones electrónicos, ya están poblados de vuestras cartas. Gracias por las opiniones, críticas, elogios, sugerencias o comentarios: un camino efectivo de interrelación y participación. Lo dicho, ¡eso perseguimos!
Ahí va un «corazón de carne», una nueva portada viva. ¡Ojalá dé también para hablar con pasión! ¡Ojalá —al hilo de las distintas secciones de este número— suscite compasión y pasión!
 
 

         Todo es según el «dolor» con que se mira

 
¡Más razón que un santo tiene M. Benedetti cuando habla así! Sin embargo, color o dolor dependen de dónde pongamos los ojos. Hoy, fácilmente, dirigimos la mirada o «ponemos los ojos» en brillos y resplandores que suelen oscurecer y hasta ocultar la verdadera realidad y, sobre todo, la vida de las personas.
Vivimos —deslumbrados— en una sociedad donde no resulta extraño ni alarma en exceso la suplantación de la realidad. Agudizamos la inteligencia en tantos descubrimientos científicos y técnicos, hasta alcanzar una increíble capacidad para transformar el mundo, pero funcionamos con una pobrísima capacidad de previsión humana. En el fondo, nos gusta tratar mucho con medios —de ahí el arrinconamiento de quienes no disponen de ellos— y casi nada con fines —nos complican la vida, así que mejor abandonarlos «a la opinión personal»—.
En este nuestro mundo moderno, hemos llegado al extremo de considerar la compasión como una especie de blandura o fatalismo que engendra sujetos no aptos para la competición social instaurada a todos los niveles.
 
 

         Saber mirar: rehabilitar la compasión

 
Andamos necesitados, como siempre el hombre, de un corazón nuevo, de un «corazón de carne» sensible a la miseria, a la desgracia de los otros: rehabilitar la compasión para ser capaces de contemplar, al mismo tiempo, la dignidad y pobreza de los seres humanos, confirmando la primera con el compromiso por liberarla de toda servidumbre.
Antes de nada, pues, para mirar y ver la realidad —para reconocer, en particular, a los jóvenes— ha de guiarnos más la «razón compasiva» que una simple inteligencia técnica. Es decir —y situados en el mundo juvenil—, hemos de acercarnos a ellos colocando la compasión y la benevolencia como puntos de partida de cualquier proceso educativo.
Más aún: la «memoria passionis» que llevamos dentro ha de impulsarnos no sólo a ser sensibles ante sus desgracias, sino a estar decididamente de su parte. Para que nuestra vista no quede cautiva, entonces, deben ser los jóvenes quienes nos presten su mirada: aprenderemos a ver de modo diverso —desde abajo, desde ellos, desde fuera de los límites y sanciones sociales al uso— y podremos desarrollar una «educación samaritana» capaz de restituirles vida y esperanza.
 
 

         Y ver: pasiones de educadores

 
Cuando la mirada se carga de simpatía se ve mucho mejor, se recrea a las personas y se penetra tan profundamente la realidad como para entrever esos «signos del Reino» que se escapan a las miradas superficiales o predominantemente instrumentales.
De por sí —máxime en la compleja situación actual—, la educación es un «acto de coraje», amén de valiosa… ¡hay que tener valor para dedicarse a ella! Y vivirla apasionadamente, con esa pasión inmensa que brota del «patire cum», del compadecerse, del conmoverse ante los pequeños, los humildes, los pobres, los desorientados a causa de despistes o intereses egoístas…
La educación —repetía Don Bosco— es una «cuestión de corazón», una «cuestión de entrañas»: los rostros de tantas víctimas jóvenes, el intenso deseo de que triunfe la vida y la justicia, de que ningún verdugo tenga razón… han penetrado tan hondamente en el interior de cada educadora y educador como para remover y revolucionar su existencia, comprometiéndola de por vida en esas causas.
 
¡Feliz verano!

José Luis Moral

directormj@misionjoven.org[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]