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La religión cuenta poco en la vida de los jóvenes
Por si hiciera falta, los últimos análisis dejan muy claro que los jóvenes españoles son cada vez menos religiosos. Es el fruto que se podía esperar del agotamiento de la actual socialización religiosa. Y dicho agotamiento, en definitiva, sobreviene tanto por una inadecuada o mala transmisión del cristianismo como por una deficiente incorporación de los jóvenes a la vida y acción de la Iglesia.
Indudablemente no está ahí todo. Impera en nuestra sociedad una especie de «ateísmo de la indiferencia» respecto a Dios, la fe y la religión, que cierra el paso a todo credo no marcado por la «religión de la economía mundial». Aún con ésas y para un ateísmo de semejante calaña, no echemos en saco roto el dictamen del concilio Vaticano II: “En la génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes […], velando más que revelando el genuino rostro de Dios y de la religión” (GS 19).
¿Alejados o nos alejamos?
Viene como anillo al dedo, en el caso de los jóvenes, el recuerdo del concilio. El diagnóstico no admite paños calientes: más que alejarse de la Iglesia y de la religión, somos principalmente nosotros —los miembros de la primera con las formas de vivir la segunda— quienes nos alejamos de los jóvenes, aunque también ellos se distancian de forma espontánea.
Una profusa y variada cantidad de datos —bastantes citados en los dos primeros estudios de este número de Misión Joven— confirma el aludido agotamiento de la socialización religiosa de las nuevas generaciones. Nos encontramos ante los primeros jóvenes que no han sido educados religiosamente. El legado de los adultos es evidente: “un soberano desinterés por la religión y el sentido religioso”, según expresión de J. González-Anleo. En un contexto similar, no resulta fácil a la Iglesia presentar su mensaje. Pero es que, además, se ha ganado a pulso una irrelevancia flagrante en la vida de los jóvenes —apenas si suscita interés entre ellos, siendo percibida como algo antiguo y pasado—, por exceso e ininteligibilidad de palabras, falta de sintonía y acercamientos más retóricos que otra cosa.
Reconstruir con los jóvenes la fe y la religión
Cuestión primera. Lenta pero inexorablemente vamos comprendiendo cómo las dificultades, incluida la incapacidad de muchas parroquias y agentes de pastoral para entrar con contacto con los jóvenes, tienen la raíz común de un cierto descuido de las actitudes educativas. Aunque el problema sea complejo, en la base, nos enfrentamos a una cuestión de competencia o incompetencia pedagógica.
Cuestión segunda. Observando la realidad, sólo queda una alternativa: (re)pensar y (re)construir con los jóvenes la fe y la religión. Para ello, han de ser sus rostros el lugar fundamental y punto de arranque para «educar a la fe»: la pastoral con jóvenes se orienta, no tanto por el contenido y objeto de la propuesta cristiana, cuanto por la condición existencial de los destinatarios. Por tanto, habrá que partir desde sus vidas —y no desde nuestra seguridad de «convencidos»— para reflexionar a fondo «con ellos» cómo y por qué les resulta difícil o imposible creer, para reconstruir con una sinceridad radical lo que queremos decirles a la hora de hablar de Dios, de Cristo… Piercing toca, ¡qué le vamos a hacer!
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José Luis Moral
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