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Síntesis del Artículo La apuesta del autor por una estética renovada y compartida se resume en el objetivo global de «hacer de este mundo un espacio más habitable». Contemplado en el ámbito del Don, de lo gratuito y libre, el arte nos conduce a los terrenos de la belleza y de lo bello, de lo trascendente. El artículo se detiene particularmente a considerar actitudes vinculadas tanto al artista creyente como a la educación y celebración de la fe. Tras una crítica sin contemplaciones a la estética en que vive y por la que apuesta la Iglesia, presenta el horizonte de un nuevo compromiso con un arte más solidario y libre. Ä Siro López —pastoralista, pintor y actor— dirige el Centro Artístico «Soma» y forma parte del Consejo de Redacción de «Misión Joven». |
Para emprender toda una labor de restauración es necesario un afinamiento de nuestro propio concepto estético que nos impulse a un compromiso humanizador en el contacto con los jóvenes; expresado de forma sencilla, pero en su esencia: hacer de este mundo un espacio más habitable.
La preocupación por la estética no es una cuestión de «adornos bonitos» en fechas navideñas o marianas, sino algo mucho más serio y transcendente que afecta a toda nuestra percepción de la vida y de la persona, del mundo y del mismo Dios.
Una determinada estética nos llevará a considerar a quienes tienen una piel negra, como seres que no merecen el respeto y la consideración de su tierra, su cultura e, incluso, su propia vida. Una determinada estética hará que, en beneficio de la técnica y un mal entendido desarrollo —eso sí, con un buen diseño y pintado de verde—, se arrasen selvas, cielos, mares y profundidades.
Una determinada estética hablará del Dios cristiano como el único, verdadero y Todopoderoso, definido y ya sabido. Una determinada estética hará que la Iglesia predique un continuo mal en los otros: en la falta de democracia de determinados países, en la marginación de la mujer, en el consumismo de países industrializados…, pero siempre se verá ella misma bellamente reflejada. Una determinada estética impedirá celebrar nuestra experiencia de fe con los lenguajes de la vida y del corazón, haciendo que todo se reduzca a normas litúrgicas envasadas en formol. En definitiva, una estética que se cree a sí misma, inmaculada, tan blanca y sin tacha que carece de imagen.
Por el contrario, si nos fijamos en Jesús desde su propia capacidad expresiva, en él se dio cumplimiento de forma plena lo que entendemos por una estética humanizadora. Fue un artista de los caminos polvorientos, con un espíritu independiente y libre, que supo hacer de su mensaje, bellas y seductoras imágenes. Sus obras tocaban el corazón y escandalizaban la razón. Su vida fue ante todo belleza interpelante, y nos hizo entrar en la poética de la fe como ninguno. Sus parábolas y signos fueron la expresión y el anuncio del Reino. Sus comidas y banquetes fueron verdaderas inauguraciones de lo transcendente. Lograba unificar lo sumamente complicado en un símbolo e inducía a soñar en lo aún no germinado.
Como creyentes, no podemos ser indiferentes ante un tema tan esencial como es el de la estética, que lo empapa todo y que determina todas nuestras acciones y pensamientos a través de la mirada: una mirada limpia, transparente, brillante, conquistadora, emprendedora, respetuosa, sincera, despierta, acogedora, contemplativa… o por el contrario, una mirada ojerosa, triste, inquisidora, manipuladora, falsa, que no perdona, que adultera la realidad y que, en definitiva, divide. Aprender a mirar y ver el mundo fue la genialidad mística de San Juan de la Cruz, de Antonio Machado, de Van Gogh, o del actual fotógrafo Sebastián Salgado. Y es que la Belleza, aquella que permanece incluso en los días de desolación y frío, no es otra cosa que la vida vivida en plenitud, hermanada con el amor, la verdad y la justicia.
Como ya bien sabemos, el Reino de Dios no es un territorio neutral donde habitan todos los bienes, sino un nuevo orden de las cosas que no tiene fronteras. Evangelizar y servir a Dios es promover y defender los derechos de hombres y mujeres y en especial de los pobres, esa gran mayoría ignorada. La belleza no puede ser tal si para enmarcarse en una pared requiere pisotear al hombre mismo que la contempla o a la naturaleza que la inspira. A la larga, será una mera imagen oscurecida por los barnices de unos pocos (llámense burgueses, técnicos, autoridades, puritanos, eclesiásticos o visionarios), afanados en ocultar su verdadero rostro.
Quizás cueste entenderlo, pero el verdadero arte anida en el corazón y no en la razón; por eso no puede haber reglas objetivas de gusto para determinar por conceptos lo que ha de ser bello. Todos, al nacer, hemos recibido una capacidad para expresarnos, al igual que todos y todas hemos recibido una misma capacidad para amar.
El arte pertenece al sistema del Don, gratuito y libre. El arte es el fundamento de toda sacramentalidad. Cuando algo no se puede poseer, se pinta; cuando algo no se puede besar, se hace melodía; cuando algo no se puede hablar, se danza; cuando algo no se puede resucitar, se hace verso.
Nuestra capacidad creadora, que nos ha sido regalada, ha de integrarse en todo aquello que nos rodea, en nuestro propio ser y en nuestra praxis pastoral, de forma integradora. La naturaleza y el individuo se acompañan en un proceso de búsqueda y de desnudez, de libertad y de respeto, de sinceridad y de perdón. Se constata que la Revelación o la inspiración (ambas son hermanas), se da tanto en el insecto como en la gran constelación, en el catedrático como en la madre, en el pintor como en el jardinero. La belleza lo transciende y lo empapa todo. Su espíritu acaricia todo atisbo de vida.
1. Estética transcendente
Empecemos por donde más duele. Dios es bello y la Iglesia lo está ocultando. De ahí la importancia de despolvorear el concepto de belleza para que nos ayude a una renovada compresión de la fe cristiana: “Sin una evaluación teológica positiva de la belleza no hay motivo para deleitarse en Dios ni razón convincente para amarle”[1]. La belleza no puede estar ausente en nuestro mensaje de Buena Noticia, pues dejaría de serlo.
No sólo es necesario renovar el concepto de belleza sino también aquello que entendemos por artista. Esas personas especiales, besadas por las Musas, que al igual que les sucede a los santos, mientras habitan aquí abajo se le desprecia o se les endiosa y llegada la muerte, se les coloca en altares inaccesibles. Pensemos que ni santos ni artistas son modelados con otra arcilla. Todos y todas somos creados por las mismas manos del Gran Artista para continuar su labor creadora. Toda persona por el hecho de ser persona está llamada a la interrelación con el otro, a comunicarse mediante la gran diversidad de lenguajes en todos sus ámbitos (literario, musical, corporal, plástico, afectivo, lúdico, y un largo etcétera) y a esas manifestaciones las llamamos «arte». Me atrevería a definir la expresión artística como la plasmación del sentimiento. “El arte es el reino del sentimiento y, dentro de la constitución de ese reino, el pensamiento sólo puede habitar a lo plebeyo y vulgar, sólo puede representar la vulgaridad”[2]. ¿Acaso se puede dar el caso de una persona que se niegue a sí misma la capacidad de expresar lo sentido?
Siempre está sobre el tapete la pregunta de si se nace o se hace un artista. Considero éste, un planteamiento desajustado, injusto y excluyente. Por de pronto todos nacemos y todos nos hacemos… en ese crecimiento lento y cotidiano de la maduración de la persona.
En dicho proceso, es lógico que destaquen determinadas personas que por su sensibilidad especial o formación artística, nos cautivan en su poder de transcender lo real. A estos seres de corazón abierto, de pupilas dilatadas, de manos creadoras, les solemos llamar «artistas»; pero me parece importante destacar que en esta labor no queda nadie excluido, nadie queda apartado en este arte de la vida. Ni mujeres, ni homosexuales, ni pobres, ni africanos, ni siberianos… ni tan siquiera los niños o los enfermos psíquicos[3]. ¡Dónde quedan las risas irónicas e insultantes hacia toda manifestación artística que procedía de otras culturas llamadas «primitivas» y que hemos tenido que silenciar con cierto rubor ante el descubrimiento y la influencia masiva en el arte contemporáneo!
Desde una visión mucho más amplia, todos hemos de considerarnos artistas. ¡Qué sentido tendría mi ser si no fuese capaz de transcender! ¡Qué sentido tiene la vela que permanece apagada! Deja de ser vela si no alcanza a estar encendida, dejándose consumir en su tarea de «dar a luz». A toda criatura se le ha concedido el mismo don de expresarse en la diversidad de formas, que una vez más nos enriquece. Son artistas tanto el que en un determinado momento plasma una obra artística, como el que la contempla en su profundidad. Ése es el gran misterio de la fecundación artística que, en su desvelamiento, requiere de la excitación de todo el ser. Ambos se necesitan. La obra de arte no se consuma hasta que no es contemplada.
De ahí que cuando convertimos el arte en una cuestión de élite y de unos pocos elegidos, hacemos de la belleza un arma de alienación. Repetidas veces Ortega y Gasset alude a ello, afirmando que: “El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura […]. La masa se siente ofendida en sus derechos del hombre por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza, de nervios, de aristocracia instintiva. Dondequiera que las jóvenes musas se presentan la masa las cocea”[4].
En esta estética transcendente —aunque a algunos les pueda parecer mentira—, también está presente el juego: esa capacidad lúdica de la vida que nos permite transcender la realidad, que encauza nuestra fantasía y nuestra capacidad de soñar. Juego… desde ese Dios revelado como «Abbá» que nos interpela como adultos, para nacer de nuevo, para hacernos niños en su disposición creadora. Lo estético como juego educativo para la libertad y lo transcendente. Ya el poeta y dramaturgo Schiller afirmaba que “la belleza, como consumación de su humanidad, ni puede ser exclusivamente mera vida […], ni puede ser exclusivamente espíritu […]: es el espíritu de ambas tendencias, esto es, la tendencia al juego. Este nombre lo justifica plenamente el uso lingüístico, que suele designar con la palabra juego todo lo que no es ni subjetivamente ni objetivamente azaroso, y sin embargo no obliga ni exterior ni interiormente”[5].
Quizás por eso, la Iglesia se ha desmarcado de la sensibilidad estética, al perder su espíritu lúdico, su capacidad de juego, de alegría, de sorpresa, de búsqueda, de sencillez… Se han tomado tan en serio las cosas de Dios que se han momificado, desvirtuado. En demasiadas manos, Dios se ha hecho cadáver, discurso ideológico, puro artificio interesado, pieza de engranaje en una descomunal estructura. De este modo, ni procede ni existe lugar para la belleza. Solamente se dejan espacios para el almacenamiento de glorias y recuerdos pasados.
2. Un nuevo reto
Entramos en algo más concreto, y lo hacemos con enunciados sintéticos.
Necesitamos impulsar una acción pastoral, especialmente en el mundo juvenil, sirviéndonos de unos lenguajes que nos posibiliten un entendimiento y «un compartir» desde realidades que nos interpelan. Esta acción, desde una sensibilidad estética y comprometida, no puede ignorar la riqueza histórica de un pueblo creyente que ha logrado expresarse de muy diversas formas a lo largo de veinte siglos. Este largo recorrido nos permite disponer, además de un amplísimo patrimonio, de una gran experiencia… si logramos aprender de ella.
Teniendo esto en cuenta, nos tenemos que preguntar: ¿si existe un arte de hoy, por qué hemos de recurrir a hablar con Dios y de nuestra experiencia con Él a través del arte de ayer? No tiene sentido, a no ser que vivamos anclados en un puerto deshabitado.
3. Un compromiso por hacer
A menudo se ha planteado la cuestión de si hay un lugar para el arte dentro del ámbito cristiano. La pregunta es: ¿necesitamos el arte? Ya Pablo VI supo dar en el clavo con gran valentía y claridad en su precioso discurso a los artistas romanos en 1964, repetido últimamente por Juan Pablo II: “¿Tendremos que decir la gran palabra, que por lo demás ya conocéis? Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración, pues, como sabéis, nuestro ministerio es el predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, emotivo, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación, que trasvasa el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros […]. Vuestro arte consiste precisamente en recoger del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabras, de colores, de formas, de accesibilidad… Y si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio sería balbuciente e incierto”[6].
Buscamos al artista que trabaja dentro de la sociedad y que participa de esta manera en la construcción de una vida más llevadera, profunda, apasionante y rica, en un sentido espiritual.
El artista no puede esperar pasivamente a que el mundo se renueve, la crisis se resuelva y sean trazados unos nuevos principios. Tenemos que participar de la vida de nuestro tiempo. De hecho, tal vez el artista se encuentre en la posición más difícil, dado que el espíritu de la deshumanización y de la desesperación, se fortalece en la tradición del arte de vanguardia. Los nuevos artistas jóvenes se hallan en un lugar crucial. Tienen que formar parte de este movimiento, un movimiento que no tiene organización, que no tiene nombre y, que en definitiva, se encuentra a la deriva.
No deberíamos pensar que esto sea algo fácil y sencillo. Hacer este trabajo es difícil, además de laborioso. Hay que sacrificarse, hacer cosas que otros consideran irrelevantes. Puede significar hallarse en una postura económica débil o vulnerable. Ya Nietzsche apuntaba sobre el peligro de perderse a sí mismos como artistas: “Los artistas empiezan a valorar y a sobrevalorar sus obras cuando dejan de tenerse respeto a sí mismos. Su frenético afán de fama vela a menudo un triste secreto. La obra no forma parte de su regla, ellos la sienten como su excepción. También quieren quizá que sus obras intercedan por ellos; quizá que otros se engañen sobre ellos. Finalmente: quizá quieren ruido en ellos, para no oírse más a sí mismos”[7].
Necesitamos urgentemente una teoría del arte, con sentido común, que sirva de guía al artista, sin ser por ello una colección legalista de reglas, sino que realce su libertad. Pero la ayuda que ofrecen los líderes o los intelectuales y teólogos es pequeña. Cada artista se ve obligado a desarrollarse por sí mismo como tal, en una soledad no deseada, lo que —con demasiada frecuencia— provoca en los artistas creyentes deserciones silenciosas o, con el paso del tiempo, una indiferencia interior. En cierto modo, es una forma de protesta sosegada que resuena vigorosamente desde hace tiempo; sólo que no es escuchada en las filas eclesiales.
De modo que si queremos que el artista participe en la totalidad de la vida cristiana —no únicamente para encargos de altar—, si admitimos que sin los artistas y su obra, no es sólo improbable sino casi imposible una reforma y una fe expresada y vivida, entonces, tenemos que pensar en ciertos compromisos y responsabilidades.
4. Actitudes del artista creyente
Creo necesario aplicar en esta ocasión las aportaciones de Leonardo Boff[8] en relación a los intelectuales, pero que se pueden trasladar perfectamente a la tarea de un científico, artista o sacerdote. Según él, tendríamos los procesos que siguen.
n «Acercamiento para un posterior distanciamiento»
En el caso de los artistas cristianos se requiere un conocimiento y estudio, sin necesidad de llegar a una especialización, de las nuevas aportaciones teológicas, de la realidad social, de la problemática de la mujer, de la ecología… No se puede vivir fuera de la aldea global. Al igual que se dice de los monjes, el artista no puede cantar o pintar sin tener al lado el periódico y un espacio de silencio; ahí está su verdadera paleta de colores.
El artista no es hijo únicamente de su tiempo, sino de todos los tiempos; no considera la realidad exclusivamente desde el juego de intereses del presente, sino en sus raíces pasadas y en su apertura al futuro. De ahí la importancia de conocer el pasado histórico-artístico del legado cristiano.
Posteriormente, se ha de dar en el artista un cierto grado de desvinculación de la realidad en la que vive; se distancia de ella y la contempla desde una visión más alta, para de esa forma tener un mayor conocimiento de ella; supera el aislamiento que le puede provocar su excesiva especificidad y especialización en el campo artístico. Esto sólo puede realizarse si antes ha estado inmerso de forma consciente en el contexto en el que vive.
Y, debido a la mencionada distancia, el artista tiene la posibilidad de un pensamiento estético y social no distorsionado. Para pasar a lo que ya bien afirmaba Nietzsche: “El autor tiene que callar la boca cuando su obra abre la suya”[9].
n «Crítica»
También son esenciales al artista la reflexión independiente y la libertad. Necesita de la libertad como el pez que, sin extraviarse, nada por un mar cuyo fondo prescinde de caminos y senderos marcados. La libertad vive hermanada con la creación. Se necesitan mutuamente. Esto hace que el artista sea esencialmente un crítico. Quizás por eso no son bien recibidos en una Iglesia temerosa y a la defensiva de la nueva cultura. Sin la crítica, el artista es un pseudoservidor del intellectus en función de una ideología faraónica. El mejor ejemplo de lo dicho es el arte desarrollado al servicio de una Iglesia aliada descaradamente con el poder y gustosa de la suntuosidad, o la estética avasalladora de las dictaduras y regímenes totalitarios, de uno u otro tinte.
La crítica no es necesariamente destructiva; el momento «acrisolador» no es más que un momento necesario en el proceso de construcción de una visión más plena que la experimentada por el grupo.
n «Compromiso»
El verdadero artista no vive en las nubes, sino que es un actor social que participa de la composición de fuerzas sociales y posee su lugar social desde el que elabora su visión; es aquí donde se sitúa su compromiso histórico.
En una entrevista realizada al joven pintor «matérico» Barceló afirmaba: “Si yo no tuviera un mensaje que comunicar no me tiraría 14 horas pintando. Un mensaje no es una palabra, sino algo que me parece importante, una especie de afirmación. Algo que tiene relación con la vida y con la muerte. Las cosas que me interesan no se pueden decir con palabras. Las cosas interesantes son las que producen ideas no las que son producto de ideas”[10].
Preguntémonos también por qué el Guernica de Picasso es una de las obras más representativas del siglo XX. No es precisamente por sus grandes dimensiones (349,3 x 776,6 cm), ni por los tres únicos colores empleados (blanco, azul y negro), sino ante todo por el contenido en su forma «picassiana». “Guernica se convirtió pronto en un cuadro mito, casi en un eslogan o en una consigna sobre la negada libertad del hombre”[11]; en “manifiesto mundial contra la brutalidad y el dolor organizado”[12].
Es una ingenuidad pensar que pueda existir el artista puro, inmerso en una burbuja de cristal, preocupado de una estética desvinculada de la realidad en la que vive y de las fuerzas sociales que le envuelven. El problema no radica en querer estar desvinculado, pues nunca será verdaderamente posible. Sino que todo artista —lo queramos o no—, con su práctica simbólica refuerza la conservación o reforma del status quo o bien, desde su plasmación de la belleza, secunda los movimientos portadores de alternativas sociales.
5. Arte solidario, arte marginal
Como creyentes, con mayor razón, hemos de tratar de ser coherentes con nuestros planteamientos evangélicos, para anunciar lo que aún no ha tenido lugar pero que es posible, para ser factores de anticipación, para ser utópicos en lo real, para apostar por una estética humanizadora, para desvelar una Belleza marginada.
El hombre y la mujer expresan la Belleza cuando se realizan como tales, cuando viven desde lo que son, cuando desde su fragilidad y su riqueza logran la realización de sus derechos, cuando en sus creaciones anida el respeto, la sinceridad y la justicia. No hay mejor artista que aquel que potencia la «salida de sí» en su relación con el otro. En realidad, el arte nos reconcilia, reduce nuestros miedos, nos completa, nos comunica. De esta manera, el arte se convierte en una de las herramientas más válidas de intervención pacífica en la marcha de la historia. La capacidad para alimentar el respeto, la escucha, el diálogo, la expresión, la interpelación… se hace imprescindible en toda persona, en todo colectivo y en toda nación. En realidad estamos hablando de contemplación y de creación. A modo de ejemplo, fijémonos en las obras del pintor Guayasamín en donde se refleja la humanidad maltratada del indio latinoamericano, el cuerpo dolorido de la mujer, las manos del terror y de la oración… Él mismo llegaba a decir que “Pintar es rezar. Pintar es gritar”[13].
No podemos hacer de la belleza algo excluyente y elitista, incluso insultante[14], en la medida que el arte sea de aquellos que poseen los medios económicos para la compra, clasificación y prostitución del arte. Es entonces cuando el arte se convierte en instrumento camuflado de poder. Hemos de ser rebeldes con la esclavitud de un arte en venta y subastado para unos pocos. La Belleza, si es tal, es precisamente porque no es poder, imposición o exigencia, sino gracia, presencia gratuita y gratificante. Desde y por la gratuidad de la belleza mantiene la bondad su fuerza de atracción y la verdad su fuerza concluyente. En palabras de Hegel: “El arte no está destinado a una minoría de sabios o eruditos; se dirige a la nación entera. Sus obras deben hacerse comprender y gustar por sí mismas, no de manera rebuscada […]. El deber del artista es colocar la idea que constituye el fondo de su obra en armonía con el espíritu de su siglo y con el genio propio de su nación”[15]. También William Morris lo dirá de forma convincente: “…No quiero arte para unos pocos, como tampoco educación para unos pocos, o libertad para unos pocos”[16].
El arte que nace de dentro se hace de difícil asimilación para quienes desean silenciar la grandeza de lo humano. Los sistemas autoritarios y las grandes estructuras dominantes intentarán servirse de todo tipo de estrategias para doblegar todo atisbo de sensibilidad hacia lo marginal. Siguen molestando aquellas personas, profetas o artistas de la vida, sensibles a la selva amazónica, a las ballenas, a los derechos de una infancia esclavizada y explotada, a la igualdad de las mujeres, al respeto de las conciencias, a la acogida de los enfermos de sida, a la libertad de expresión y búsqueda de la verdad. Sigue molestando a unos pocos la belleza de unos muchos silenciados y marginados.
Para el ofuscamiento de dicha sensibilidad delatadora, se utiliza de forma consciente un arte patético y plastificado, acorde a una moda —definida a sí misma en relación con todo aquello que pasa de moda—, que proclama gustos generalizados e impuestos en una sociedad de consumo, donde la estética se hace comestible, a base de aditivos verdaderamente vomitables. Es curioso observar en la historia del arte cómo la inspiración artística ha estado más incentivada cuanto más grande ha sido la dificultad y, por el contrario, cuanto mayor ha sido el aburguesamiento, más superfluas y banales han sido las manifestaciones artísticas. Quizás de esta manera, dando posibilidad de imagen a los sin palabra, podamos renovar y dar sentido al arte actual. Es necesario que se dé una profunda renovación —encauzada, si queremos—, aunque de forma libre y sincera, encarnada en la realidad.
Dejemos que fluya nueva sabia de toda la gran diversidad de culturas que nos rodean y que nos enriquecen en su diversidad. El mejor ejemplo de todo esto lo podemos observar en el campo de la música, en donde la multiculturalidad ha enriquecido los registros sonoros, los ritmos y la fusión de nuevas músicas, en un acercamiento étnico y cultural. Es de desear que algo parecido suceda con el resto de los lenguajes artísticos.
La evangelización no puede permanecer pasiva ante tales manifestaciones. Se hace imprescindible una revisión de la pastoral que se adapte a la diversidad y pluralidad culturales de los pueblos. La evangelización de la cultura lleva a un proceso de inculturación del Evangelio. La evangelización debe contribuir a fortalecer estas identidades culturales, comprometiendo la voluntad de la Iglesia en apoyar la promoción humana, respetando, valorando y promocionando la expresión cultural y artística de todos los pueblos.
6. Celebraciones con jóvenes, todo un arte
¿Qué es lo que nos permite hablar de la necesidad de una renovación estética para «andar por casa» dentro de los habitáculos pastorales? Como botón de muestra y a vista de pájaro, revisemos nuestras últimas intervenciones artísticas en templos, capillas, objetos litúrgicos, revistas, portadas de libros, vídeos, grabaciones musicales, programas televisivos… Quizá nos demos cuenta de la ausencia lamentable de una estética sincera y acorde con nuestro siglo y nos encontremos con el Kitsch estético-religioso de lo monjil y de lo «curil». (Siempre existen, gracias a Dios, las excepciones que nos oxigenan la mente, el cuerpo y el espíritu).
Si uno se decidiese a pasear por las realizaciones artísticas de nuestra Iglesia en estos últimos años, se encontraría con templos y capillas que parecen salas de espera de una estación de ferrocarril o remilgados palacetes con altavoces y micros distorsionados; difícilmente se toparía con espacios acariciados por la luz, el silencio y la oración. Si dirigiese la mirada a los objetos litúrgicos e imágenes del templo se encontraría con flores y velas de plástico, con cálices horteras de alto brillo y precio, con cristos de hormigón caducado y en serie, con vírgenes que rezuman beatería bobalicona.
…Si entre sus manos pasasen las portadas e interiores de revistas y libros publicados por las editoriales religiosas se dañaría la vista, se adentraría en una profunda tristeza. Y si, ya abatido, se quisiese sentar a ver alguno de los programas religiosos televisados, definitivamente perdería la fe. Para colmo, algunos todavía se extrañan al constatar que los jóvenes se aburren y, no tardando, se nos van en búsqueda de otros espacios de celebración.
Se sigue confundiendo intencionadamente belleza con lujo, fealdad con pobreza. No pongamos la excusa del dinero y de la falta de tiempo. Es posible una estética sencilla y al mismo tiempo noble, sin caer en lo vulgar; pobre y auténtica, interpelante y creativa, actual y permanente. ¿No será que nuestra capacidad expresiva, nuestra mirada sorpresiva y nuestra creatividad interpelante están totalmente adormecidas? ¿No será que nuestra fe ha pasado a ser únicamente ensayo taxidérmico?
La creatividad está reñida con el aburrimiento. Ha de renovarse la expresión, incluso el sentido de nuestras celebraciones. Filmemos las celebraciones que se llevan a cabo en las parroquias de una ciudad en un fin de semana y nos encontraremos de forma desbordante con el tedio, la rutina, el aburrimiento y la improvisación.
Si de verdad deseamos que nuestras celebraciones sean tales, si realmente queremos que lo pascual sea festivo, si nuestra liturgia quiere ser expresión de lo vivido, si nuestros espacios quieren ser alternativos, si nuestra praxis pastoral quiere ser anuncio de un nuevo Reino, hagamos de nuestra fe expresión de la Belleza de un Dios encarnado. n
Siro López
estudios@misionjoven.org
[1] R. HARRIS, El arte y la belleza de Dios, PPC, Madrid 1995, 15.
[2] J. ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte, Alianza, Madrid 101996.
[3] AA.VV., Visiones Paralelas. Artistas modernos y arte marginal, Museo Nacional Centro de Arte «Reina Sofía», Madrid 1995.
[4] Ibíd. p.14
[5] J.CH.F. SCHILLER, Cartas sobre la educación estética. Decimoquinta carta (1795), en: J.Mª VALVERDE, Breve historia y antología de la estética, Ariel, Barcelona 1995, 168. Sobre el juego y la experiencia estética, cf.: A. LÓPEZ QUINTÁS, Para comprender la Experiencia estética y su poder formativo, Verbo Divino, Navarra 1991.
[6] PABLO VI, Volvamos, Iglesia y artistas, a la gran amistad, «Ecclesia» 1193(1964), 7.
[7] F. NIETZSCHE, Del legado póstumo (Otoño 1885 hasta 1887), en: J.Mª VALVERDE, o.c., p. 228.
[8] L, BOFF, Y la Iglesia se hizo pueblo. Eclesiogénesis: La Iglesia que nace de la fe del pueblo, Sal Terrae, Santander 21986, 232-233.
[9] F. NIETZSCHE, Humano, demasiado humano: un libro para espíritus libres (1876), en: J.Mª VALVERDE, o. c., p. 227.
[10] M. BARCELÓ, Barceló, «La Revista», 29 de marzo de 1998, p.41.
[11] V. BOZAL, La construcción de la vanguardia, 1850-1939, Cuad. para el Diálogo, Madrid 1978, 273.
[12] G. NUÑO, Guernica, Guía didáctica, Museo Nacional Centro de Arte «Reina Sofía», Madrid 1997, citado en p. 41.
[13] O. GUAYASAMIN, Exposición, Ed. Caja Salamanca y Soria, Salamanca 1995, 13.
[14] En muchos casos las obras de arte litúrgico nacieron como producto de la riqueza, fácilmente en manos de los explotadores, y hasta del robo o asalto. Hay oro y plata «conquistada» de América que brilla en los templos españoles.
[15] F. HEGEL, en: J.Mª VALVERDE, o. c., p.115.
[16] W. MORRIS, Las artes menores (1877), en: J.Mª VALVERDE, o. c., p.206.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]