«Villacafé»: jóvenes evangelizadores de los jóvenes

1 abril 1998

[vc_row][vc_column][vc_column_text]MEDELLÍN es una típica ciudad latinoamericana. Situada sobre el andino Valle del Aburrá, con una población en su área metropolitana de más de tres millo­nes de habitantes, es uno de los centros urbanos más desarrollados e importan­tes de Colombia. Fábricas, industrias, comercio, arte y grandes universidades estatales y privadas hacen que sea una ciudad a la vanguardia, no sólo de su país, sino de toda Sudamérica.
Pero su historia no ha sido muy distin­ta de las grandes metrópolis latinoame­ricanas, pues ha crecido a causa de la mi­gración campesina.
Hoy día aún llegan campesinos de zo­nas tan violentas como Urabá, un lugar del Caribe en donde individuos armados luchan por la hegemonía de la región an­te la riqueza de la misma y la perspecti­va de que por esa zona puede pasar el fu­turo canal interoceánico; pero eso se hace a costa de desplazar a sus habitantes: ne­gros, indígenas y campesinos. Pueblos enteros se desplazan al abrigo de ciuda­des como Medellín, se aferran a sus altas montañas y ensanchan así el perímetro urbano. Pero, ¿quién las recibe?
 
Villatina:
otro Armero en Medellín
ARMERO, un pueblo colombiano, estremeció al mundo, cuando en los años ochenta fue borrado literalmente del ma­pa por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Esta Pompeya latinoamericana ha quedado en la historia como una de las más grandes tragedias del siglo XX.
Algunos de los supervivientes fueron a Medellín y, mezclados con otros inmigra­dos campesinos, construyeron sus casas en la ladera de un monte y lo llamaron barrio Villatina. Este barrio nació conde­nado por el peligro inminente de desplo­me de la montaña. Se avisó preventiva­mente del peligro, pero no se tomó nin­guna decisión. Y así, en 1991, se repitió, a escala menor y en un contexto urbano, la tragedia de Armero. La montaña se des­plomo y sepultó a medio barrio. Nuevos damnificados, nuevos lutos, más noticias sensacionalistas para la prensa.
 

El barrio de Villacafé

 
EN aquel momento, algunas institu­ciones estatales y ONGS, en especial An tioquía Presente y la Federación Nacional de Cafeteros, se unieron y destinaron fondos para construir un barrio para los damni­ficados. Eligieron terrenos baldíos de la ciudad, pero apropiados para construir viviendas, y con la colaboración de la gente empezaron a levantar un barrio nuevo y distinto.
Niños, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, durante un año construyeron su barrio con escuela y servicios.
Quien llega a Villacafé se encuentra con un barrio acogedor, pero no sospe­cha cuántos dolores y lágrimas ha costa­do. A la entrada del barrio están asenta­das las familias negras originarias del Pacífico y que le dan su ambiente alegre y colorista. Después, las familias de ori­gen antioqueño. Todos acogedores, de­portistas, llenos de niños y jóvenes. Vi­ven la alegría del pobre que, aún en la pobreza más extrema, sabe sonreír y es­pera que el mañana será mejor.
La Escuela es el centro del barrio. La vida gira en torno a ella y a su directora, Gloria Gómez. Es como una madre del barrio, aunque no vive en él. Ella da con­sejos, planifica, educa, adapta, hace pro­yectos de microempresas.
Otra institución que trabaja allí es una ONG, la Presencia Colombo-Suiza, dirigida por Jorge García. Su función es la forma­ción de los jóvenes en liderazgo y auto­gestión. Esto mantiene a los muchachos en el esfuerzo constante de seguir cons­truyendo su barrio; aunque esté termina­do materialmente, aún queda mucho por hacer. Ahora es necesario construir la convivencia, la comunidad, entre sus ha­bitantes; así lo entienden los muchachos.
Existe también el «restaurante comu­nitario», que da comida a los niños con problemas de desnutrición, pues existe mucho desempleo y subempleo en el ba­rrio; y, al final, los más afectados son los niños y adolescentes.
 

La parroquia

 
VILLACAFÉ quedó integrado en la parroquia del Santo Cura de Ars, que per­tenece a un sector de mejores recursos económicos, llamado Belén-Los Alpes. Es­to ha supuesto para la parroquia un gran reto: asumir el compromiso por los po­bres que han ido llegado a la vecindad, a aquellos campos que antes estaban aban­donados.
La parroquia apoyó a la comunidad con la organización de actividades juve­niles, como los campeonatos deportivos y el grupo scout. Todo está dirigido por los mismos jóvenes comprometidos con la Iglesia, especialmente los que perte­necen a los sectores más privilegiados. Ellos dedican el sábado o el domingo para acompañar a la comunidad de Vi­llacafé, especialmente a los jóvenes.
Los catequistas han descubierto que las personas del barrio necesitan ser es­cuchadas en sus necesidades. Pocas ve­ces, en una sociedad consumista como la nuestra, el pobre es escuchado. La parro­quia entiende, pues, que la evangeliza­ción es un diálogo y que ese diálogo lo empieza el pobre.
 
Los jóvenes, evangelizadores de los jóvenes
EL papa Juan Pablo II invita a los jóvenes a ser evangelizadores de los jóvenes. Son ellos los que con su dinamismo natu­ral se hacen amigos de Jesús o sus parceros -por usar un término juvenil popular co­lombiano y que designa al amigo leal, con el que se puede contar siempre-, para atraer a otros a la comunidad de la Iglesia.
Y en la parroquia, los principales cola­boradores laicos son muchachos y mucha­chas con un gran sentido misionero, aun­que su misión esté muy cerca de su casa.
Les resulta fácil hacerse amigos de otros jóvenes, porque hablan su mismo lenguaje y comparten muchas inquietu­des. Pero descubren realidades concretas que los hacen más sensibles, como el he­cho de que esos muchachos del barrio popular no tienen las mismas oportuni­dades que ellos.
El compromiso, entonces, crece en el marco evangélico. La opción por los po­bres trasciende la sensiblería y se hace con seriedad.
Los jóvenes catequistas descubren, por ejemplo, que el estado de la familia es la­mentable: madres solteras o madres viu­das a causa de la violencia urbana, han de educar a unos hijos que, por lo gene­ral, no conocen la figura paterna.
¿Cómo presentar ante ellos la figura de un Dios-Padre, cuando la imagen del padre en un barrio como éste es distan­te, confusa, violenta y sin sentido?
Son varios los retos para el joven laico: mostrarse a través de un compromiso eclesial como un padre que acoge a imi­tación de Cristo y mostrar a un Dios que no sólo es Padre, sino que también es Madre. La figura materna en el barrio es la preponderante: es la mujer la que lu­cha con tesón para proteger y educar a sus hijos, es la mujer la que toma las de­cisiones ante la ausencia del hombre.
Hay que evangelizar a la familia para que no traiga al mundo huérfanos con pa­dres vivos, como dijo el Papa en Sao Pau­lo. Este asunto de la familia es importan­tísimo y hay que darle una nueva vitali­dad en la evangelización, porque como dice el documento de Puebla (n. 571), «la Iglesia es consciente de que en la familia repercuten los resultados negativos del subdesarrollo».
Pero también es necesario generar me­jores condiciones de vida, porque un jo­ven que no tenga la oportunidad de ali­mentarse, de estudiar, de trabajar, es un joven en peligro.
Por eso, ahora se promueven ideas co­mo la microempresa, para posibilitar a los muchachos una ocasión de empleo, que les posibilite abrirse a nuevas pers­pectivas. Se piensa, por ejemplo, en fun­dar una panadería; sólo faltan los recur­sos económicos y un horno. Pero los mu­chachos de Villacafé, con los muchachos catequistas de la parroquia, confían fir­memente en que, cuando se unen, allí es­tá Dios y donde está Dios no falta nada.
De esta manera Jesús de Nazaret cami­na por Villacafé, un barrio popular con muchas esperanzas y con toda la juven­tud que trabaja en la Iglesia para cons­truir desde ahora el Reino de Dios, el parcero mayor.
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