Ser, viajar, arriesgar «Miniantropología» para la actualidad

1 junio 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Norberto Alcover es periodista y profesor de Teo­ría de la Comunicación en la Universidad Pontificia «Comillas de Madrid.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Más allá de las habituales definiciones light, la persona humana es un ser que se arriesga en el “viaje interior y exterior en busca de otros semejantes a los que narrar su propia identidad”. Pero nuestra sociedad dificulta sobre manera este «ser, viajar y arriesgarse», con el sometimiento informativo y el empobrecimiento comunicativo. Las consecuencias de esa influencia dictatorial: pérdida de la intimidad, de la sociedad y de la «ajenidad». Por ahí discurre la «miniantropología de la comunicación» tejida por el autor con diversos hilos de la actualidad para, finalmente, sugerir algunas pautas educativo-pastorales de cara a los jóvenes.
 
 

  1. Interrogación inicial

 
Parece que hemos aceptado definir nues­tra sociedad desde parámetros fundados en una mezcla de sociología y de psicología al uso, des­vinculando el intento de toda posible interven­ción de naturaleza metafísica, por una parte, y de naturaleza material por otra (se evita decir materialista para evitar malos entendidos, aun­que sería lo más justo). De esta manera, el re­sultado siempre es el mismo: una sociedad es­tablecida sin referentes sustanciales y situada en una especie de nimbo que se pretende ocul­tar mediante saturación de elementos socioló­gicos y psicológicos. Estamos, para esclarecer nuestro pensamiento, a todas luces contracul­tural según la moda imperante, ante una defi­nición de sociedad que carece de basamento y también carece de justificación, como no sea el recurso más inmediatista tomado de esas dos disciplinas comentadas. Resultado: cierta satisfacción a la hora de determinar cuanto nos sucede porque, irremediablemente, nos sucede por determinadas razones plenamente estudia­das y justificadas. Y ahí estamos, dando enési­mas vueltas de tuerca a la maquinaria inventada como «para siempre», como si no fuera posible ir más allá en la investigación.
 
Está claro que la consecuencia más radical de todo esto es que al mismo tiempo vamos desarrollando una correlativa definición de per­sona, es decir, de este ser humano que se de­bate cotidianamente en el seno de ese magma social ya definitivo. Una persona sociológica y psicológicamente fijada en la vida y en la his­toria, carente, como su sociedad, de referentes metafísicos y materiales. En otras palabras, la negación de Tomás de Aquino hasta llegar a Habermas y pasando por Hegel, Freud, Marx y Rhaner. Toda esta gente que podríamos llamar «maestros de la sospecha» porque obligan a trabajar desde una permanente aporía sobre la propia investigación, toda vez que el objeto de su trabajo, la persona/ser humano, se escapa a toda intentona de fijación determinista.
Por jugar con dos conceptos que manejare­mos con frecuencia después, estamos esta­bleciendo con los conceptos de sociedad y persona una relación informativa/plana y nun­ca otra comunicativa/honda, a manera de las reglas más pronunciadas por la postmoderni­dad. Caemos en la trampa de cuanto decimos querer evitar. Pero tan contentos con nuestros análisis audiovisuales de turno, saltándonos a la torera cuanto los precede como condición de posibilidad de esos mismos análisis.
 
He aquí, pues, la interrogación inicial que pre­tende darte sentido último al conjunto de cuan­to se va a estudiar en este grupo de aproxima­ciones: ¿no será necesario romper con sistemá­ticas trilladas para acceder a una definición de sociedad y de persona mucho más fundada y, desde ella, por paradójico que pueda resultar, resolver en profundidad la cuestión pendiente de su carácter audiovisual, típico del momento que vivimos en lo sociológico y en lo psicológi­co? Vamos a intentar proponer tales definicio­nes, sin perder jamás de vista que deberán con­ducimos a la tripleta emblemática de nuestra época: comunicación, infamación y relación, co­mo fundamentos del misterio de la amistad y de la transmisión de ese otro misterio que es la «Buena Noticia»[1].
 

  1. Un caso: «El paciente inglés»

Desde Memorias de África, con la excep­ción de Los puentes de Madison, es muy difícil encontrar una película que haya revuelto nues­tras entrañas con el poder audiovisual del film de Ánthony Minghella, donde sobresale la fas­cinante presencia de Juliette Binoche, el rostro más inquietante del cine actual. Tomemos, pues, este «paciente inglés» como materia de trabajo a la hora de definir lo permanente de la persona y su correspondiente textura social, sin perder de vista que lo hacemos sobre un producto preci­samente audiovisual, es decir, basado en datos informativos y comunicativos de relevancia por tratarse de algo de calidad irrebatible (aunque no se trate de un film perfecto).
La médula de este cautivador film reside en la historia de amistad, que en parte deviene en historia de problemático amor, entre una enfer­mera (Juliette Binoche) y un personaje herido de muerte (Ralph Fennes), a la sombra de un per­dido monasterio en la Italia colorista durante el final de la II Guerra Mundial. Toda una antropo­logía, por mínima que sea, se esconde en esta historia de relación exquisitamente humana por­que nos permite constatar que ser hombre/mu­jer es «ser», es «viajar» y, para colmo, es «arries­gar». Y desde ahí, sin olvidar jamás que esta­mos ante un producto audiovisual, será posible determinar un tipo de sociedad donde la infor­mación, la relación y la comunicación alcanzan carta de ciudadanía hasta llegar a los verdean­tes y siempre peligrosos campos de lnternet.
 
Toda persona comienza, como nuestros pro­tagonistas, por ser algo. Un algo que, antropoló­gicamente, se convierte en ser alguien. En la raíz de toda realidad existe, pues, una ontologicidad más o menos consistente pero innegable porque sin ella la persona desaparecería en cuanto tal. Es nuestro fundamento radical, que nos constituye en cuanto seres humanos y que es imposible olvidar al analizar individuos y sociedades. Pero decir esto significa que referimos, a la vez, la his­toria personal de ese alguien, lo que nosotros lla­mamos su viaje interior y exterior en busca de otros semejantes a los que narrar su propia iden­tidad. Ningún ser humano se basta consigo mis­mo, puesto que tiende a la nada.
 
Entonces, la esencia se hace existencia en una extrapolación viajera a través del tiempo y del espacio históricos. Quien no viaja muere. Muere de soledad solitaria Muere de esa feroz entropía que aniquila. Y si esto es así, resulta que solamente una necesaria capacidad de riesgo será capaz de movilizar la feroz tendencia a con­servar lo adquirido en anteriores viajes y practi­car renovados intentos de salir de nosotros mis­mos en viajes interrogantes, sorpresivos, miste­riosos. Quien no arriesga nunca viajará. Será víc­tima de su propio miedo, de su propia autocon­servación, de su propia y falsa seguridad[2].
 
Tanto la enfermera como su paciente son lo que son. Y porque lo son pueden entrecruzarse sus propias historias, que por contener ser fe­cundo en riqueza nos subyugan. Y cuando sus respectivos seres/historias se encuentran en los repetidos diálogos, siempre agónicos y ca­riñosos, aparece el viaje particular de cada uno, camino del pasado (él) y camino del futu­ro (ella). Precisamente porque viajan desde su propio ser, precisamente por esta concretísima razón, puede desarrollarse el producto audio­visual: éste es el misterio del guión/realización en todo film. Naturalmente, los dos arriesgan, aunque sea in extremis: ella arriesga el sentido profesional y personal en el amor que deposi­ta en él y él arriesga nada menos que el miste­rio de su pasado en la confianza que deposita en ella. Cuando él muera, el film estará cerra­do. La historia fundamental habrá concluido.
 
Ser, viajar, arriesgar constituyen los funda­mentos metafísicos de toda relación que, ba­sándose en una determinada información, de­viene excelente comunicación, pero sin perder de vista la materialidad del asunto. Y es que to­do lo anterior acontece en un determinado ba­samento espacio/temporal que permite que «la historia arriesgada de esos dos seres viaje» en diferentes escenarios y en diferentes momen­tos históricos. Somos, viajamos y nos arriesga­mos en algún sitio y en algún momento mate­riales, que confieren consistencia visible y audi­ble a lo más hondo e invisible. Nada interior ca­rece de su correspondiente exteriorización, pe­ro también al revés. Por ahí discurre la conjunción entre metafísica y materialidad que constituye la esencia espacio/temporal donde se realiza la esencia existencial humana Eso que llamamos, sin más, vida.
 
Las sociedades, de la misma manera, com­puestas como están por personas/seres huma­nos que se desarrollan en su propia materiali­dad, también son lo que son ontológicamente y contienen sus propios viajes históricos y permi­ten observar apabullantes riesgos de su propia corporeidad social, especialmente en esos mo­mentos seculares que llamamos revoluciones. Toda sociedad es y viaja y se arriesga en el espa­cio y en el tiempo, tanto corno matriz de cuanto le sucede a sus personas como consecuencia de que éstas sean y viajen y se arriesguen en su po­sición histórica Persona y sociedad constituyen un delicioso caso de vasos comunicantes en su metafísica y en su materialidad. El resultado de esta conjunción se denomina «cultura de un mo­mento histórico» que suele devenir en «civiliza­ción del mismo momento histórico». Nada esca­pa a nada. Y siempre hay desarrollo.
 
El paciente inglés esconde el siempre miste­rioso devenir de personas y sociedades. Es ella secándole el sudor a él y es él contándole su pa­sado a ella. Es un momento determinado de una sociedad determinada, que se concentra, porque existe la varita mágica del arte, en dos miradas entrecruzadas en ese destruido pero acogedor monasterio italiano, hincado en el ver­deante campo meridional que siempre recoge memorias mediterráneas. El sol poniente. La belleza inmarcesible de todo detalle.
 

  1. Intento detraducción audiovisual

La película tomada como referente hemos dicho que es un producto audiovisual, como son audiovisuales, con sus correspondientes matices, todos los medios de comunicación social que dominan la actualidad. Surge, pues, una pregunta de sentido común: ¿qué relación se establece entre cuanto hemos escrito ante­riormente con este universo prepotente en don­de la imagen hecha extraño sonido configura, según estamos todos de acuerdo, la sociedad y las personas? Porque, en definitiva, lo que se nos solicita en este trabajo es teorizar con fun­damento sobre » la sociedad de la información» donde deberá darse o no darse el fenómeno de la amistad y la proclamación de la Buena Noticia.’ Demos, pues, el salto3.
 
1.- La cuestión de fondo no reside en co­menzar preguntándose por lo audiovi­sual en cuanto tal sino en cómo incide lo audiovisual en el ser, viajar y arriesgar materializados de sociedades y personas. Es de­cir, hay que realizar un planteamiento de la cuestión mucho más anterior, más amplio y más profundo, so pena de permanecer en aquellos análisis recortadamente sociológicos y psicológicos. Hay que ir hasta la raíz de la ac­tualidad. Tomar la herencia de McLuhan, en au­tores como Chomsky, como Eco, como Gubern, como Moragas y un largo etcétera, y someterla al filtro de los grandes interrogantes metafísicos y materiales. Es imprescindible.
 
2.- Entonces, descubrimos que tiene una lógica absoluta hablar de una persona y de una sociedad preferentemente sometidas a la dimensión informativa y empo­brecidas en su dimensión comunicativa, creán­dose un tipo de relación superficial en primera instancia (más allá de la periferia relacional siem­pre es peligroso establecer teorías definitivas). Cuando los sucesivos datos informativos, a tra­vés de todo el universo mediático, se desplo­man sobre la persona sin discernimiento algu­no o casi alguno, entonces se hace muy com­plejo que dicha persona los transforme en mate­rial de comunicación: ¿cómo lanzar un mensaje que pueda provocar reacciones de ida y de vuel­ta (ahí reside la comunicación) si previamente los datos de tal mensaje han recaído en una persona que ni es, ni viaja, ni arriesga en la ma­terialidad espacio/temporal de su vivir cotidia­no? Responderse a este interrogante es deci­sorio para comprender cuanto sigue.
3.- Está claro que si la persona procede así, y el ciudadano medio así procede, su correspondiente sociedad vaya dis­minuyendo su ser, su viajar y su arriesgar sobre su correspondiente materialidad histórica, para asentarse en una aquiescencia cuasi total a cuanto los poderes de las diferentes cúpulas determinan. La consecuencia es de. un peligro­so subido y nunca puede ser olvidada en este contexto: las actuales sociedades, sometidas al imperio de una dominante relación informativa (y no comunicativa) desde el universo mediáti­co, acaban siendo sociedades dictatoriales en todas sus esferas aunque permanezcan sobre el papel referencias a la democracia, al pueblo, a la ciudadanía, es decir, a todo aquello que constru­ye la sociedad desde la base y, de esta forma, la libera de opresiones económicas, políticas, ide­ológicas y hasta religiosas.
Dogmatismos, totalitarismos y fundamentalis­mos guardan una relación perfecta con socie­dades informadas y no comunicadas, porque la información neutral homogeneiza mientas que la comunicación personalizada produce lo hete­rogéneo y plural, condiciones para un recto ejer­cicio de la libertad crítica. Este problema está a la base de cualquier hecho amistoso y de toda la proclamación del Evangelio, porque condiciona el ámbito societario y personal en que todo se desarrollará. El gran debate del futuro se detiene aquí.
4.- Alcanzamos una conclusión bastante evidente: el incremento del universo mediático/audiovisual puramente in formativo (por la pobreza del ser, del viajar y del arriesgar de la persona moderna) invalida la re­lación comunicativa, y de esta manera la pes­cadilla se muerde la cola: aumentará el empo­brecimiento del ser, del viajar y del arriesgar, convirtiéndose los MCS en instrumentos de aniquilación social y personal si se aceptan in­discriminadamente y sin su correspondiente lectura. Entonces, la persona verá incrementar­se su ámbito de noticias pero será necesario in­vestigar si le corresponde un incremento del ámbito del conocimiento en el sentido com­prensivo de tales noticias. De otra manera, la persona mediatizada será un «tren repleto de datos» (pura información) que jamás alcanzará la deseada estación de una comunicación en que los datos devienen instrumentos de rela­ción interpersonal.
 
Las consecuencias las analizaremos inmedia­tamente, pero siempre serán muy delicadas. Porque no debe olvidarse esta afirmación tan sencilla como peligrosa: los datos/noticias son puestos en circulación, de forma dominante, por los grandes pomares de todo tipo, y el usua­rio del Internet, por ejemplo, siempre acabará por encontrarse con ellos de forma preferente, a no ser que vaya en busca diferenciada de de­terminados datos/noticias, pero estos supon­dría ya una actitud comunicativa difícil de alcan­zar. Par aquí, de nuevo, surge la serpiente del pe­ligro democrático al que antes nos referíamos.
 
Metafísica y materialidad constituyen, así, el núcleo duro de toda investigación empirista de naturaleza sociológica y psicológica, que no negamos pero si ponemos en un lugar ni prio­ritario ni decisorio. Analizar nuestra sociedad mediatizada y qué tipo de persona determina conduce irremediablemente a preguntarse por el ser, por el viajar, por el arriesgar en la mate­rialidad ambiental/histórica, todo lo cual he­mos visto que produce reflexiones y constata­ciones de amplio espectro, desde la posible de­fenestración democrática hasta el vaciamiento informativo de un ser humano normal/medio. La traducción audiovisual intentatada no sola­mente es fácil sino también provocadora, más allá de recortados detalles una y otra vez re­petidos en tantos manuales afamados. Hay que ir más allá, para situarse donde las cosas alcanzan su radical ultimidad.
 

  1. Consecuencias concretas

Como hemos anunciado, se hace preciso detectar una serie de consecuencias que, na­cidas en el seno de la sociedad estudiada, acaban por determinar la situación de muchas personas del momento, sin que ello signifique que todas ellas se encuentran en idéntica si­tuación y aunque se haga muy complejo es­capar a estas denotaciones singulares.
 
 
 
– La pérdida de la intimidad
El aluvión de datos informativos invade la inti­midad de la persona y la hace incapaz de re-fle­xionar sobre ella misma, saturada como está de miniseres dominantes. La persona se extrovier­te entonces porque no se encuentra con ella misma jamás, incapacitándose para el contacto comunicativo con otras personas. Hablar de pér­dida de la intimidad es corno hablar de la pérdi­da del propio ser, lo que provocará incapacidad para viajar y, por supuesto, un pánico cerval a to­do posible riesgo porque carece de asentamien­to en sí misma. Curiosamente, toda esta situa­ción produce personas pseudoseguras en la medida que reproducen como retahíla datos y datos en estado bruto y en ellos basan su pre­tendida seguridad. No solamente perdieron su intimidad sino que, además, se convirtieron en ignorantes de la realidad verdadera.
 
– La pérdida de la soledad
Parece mentira pero la persona contempo­ránea se ha tornado un ser humano dominado por la solitariedad pero incapaz de soportar todo tipo de soledad. llamando solitariedad a la soledad inducida desde afuera, mientras la soledad es la opción de la propia libertad. Po­cas personas, hoy día, desean tener la expe­riencia sublime de toda intimidad, cuando te recuperas de tus zonas más hondas y viajas por ti mismo y arriesgas en tu propia ultimidad, determinando así tu propio ámbito material his­tórico. El aluvión informativo conduce a este aluvión de personas solitarias, capaces, enton­ces, de venderse a cualquier oferta, por sospe­chosa que resulte, de cercanía y de amistad po­sibles. El solitario se vende con facilidad mien­tras quien desea experienciar la soledad sola­mente se vende a sí mismo en un acto de so­berana libertad. Y entonces, se comunica con­sigo mismo, placer de dioses y fundamento de toda extroversión.
 
– La pérdida de la «ajenidad»
¿Cómo tener en cuenta al otro como persona susceptible de comunicación si el otro aparece como otro dato más de naturaleza puramente informativa? Es ingrato constatar esta feroz rea­lidad, y sin embargo abunda tanto que produce pavor, pensando sobre todo en los más jóvenes. Porque el joven, por naturaleza, necesita este viaje hasta la ~¡dad como instrumento de de­sarrollo personal en un momento de la vida en que no puede construirse en solitario de forma al­guna El otro se objetiza, en la línea de los exis­tencialistas franceses de los cincuenta, convir­tiéndose en «objeto informativo» al que se cono­ce pero al que se distancia Y es que produce miedo, no sea que invada mi intimidad.
 
Una sociedad formada, en general, por per­sonas humanas carentes de intimidad, de so­ledad y de ajenidad aparece ante nosotros co­mo una sociedad de autómatas, susceptibles de ser manipulados desde cualquier ámbito y de poner en serio peligro las realidades comu­nitarias. Habrá que recordar cómo todo esto lo intuyó perfectamente Herbert Marcuse en los sesenta al escribir El hombre unidimensional, y cómo lo ha verificado Woody Allen en su ex­celente Otra mujer, con una aplicación prefe­rente al universo femenino.
 
Llegados aquí, uno se pregunta de dónde surgen entonces, tantas sonrisas y tanta carca­jada como nos invaden. La respuesta es senci­lla: de la propia nada, como expresión idiotiza­da de una intimidad vaciada, de una soledad evitada y de una ajenidad alienada. Es la cultu­ra del simulacro en estado puro, correspon­diente a una civilización tecnológica punta que determina la invasión de instrumentos mediáti­cos en cadena. Entonces, los denominados «es­cenarios de encuentro» devienen «escenarios de silencio», silencio de naturaleza insuperable porque, sencillamente, se carece de algo que responder. Y no hay otra solución: ser uno mis­mo, viajar hasta la extenuación y arriesgar con­tra todo pánico, sabiéndose instalados en un espacio y tiempo concretos. Es decir, vivir vi­viéndose.
 

  1. Referencias evangelizadoras

En el marco que nos ocupa, es de sentido común que intentemos ofrece algunas refe­rencias de cara a la actividad pastoral/evange­lizadora, teniendo presente, sobre todo, a los jóvenes. Un grupo social que, al consumir con especial intensidad productos mediáticos de todo tipo, resulta afectado en profundidad por cuanto llevamos dicho, tanto más cuanto en muchas ocasiones resulta imposible para el to­davía joven reaccionar frente a tan compleja si­tuación. De ahí la trascendencia que tienen el educador y el pastoralista, en nuestro caso, para llevar adelante cuanto se diga a continua­ción.
 
1.- Desde el horizonte planteado, queda claro que se hace necesario trabajar para que los jóvenes obtengan una identidad personal consistente como paso pre­vio a la confrontación de sus vidas con el Evan­gelio. Queremos decir que debe intentarse que sean conscientes de su propio ser, de su pro­pio viajar y de su propio arriesgar dentro de los parámetros espacio temporales que constitu­yen su sociedad. Sugerimos que este trabajo se realice, entre otros modos, utilizando elementos mediáticos, y muy especialmente películas pero también canciones de moda, de forma que, a la vez que se identifican, vayan descubriendo to­do el potencial humanístico encerrado en los medios de comunicación e información social. Por ahí se distingue una tarea sumamente ase­quible y además de resultado potencialmente valioso. El vídeo sale al encuentro de tal nece­sidad.
 
2.- Convendrá demostrar a los jóvenes las diferentes apreciaciones comentadas en tomo a la información y a la comunicación como diferentes sistemas de relación in­terpersonal y societaria, sin perder de vista cuan­to se ha escrito relativo a la dimensión democrá­tica del fenómeno, puesto que pocas veces rela­cionamos la acción evangelizadora con la cons­trucción de una sociedad verdaderamente de­mocrática. Hay que enseñarles, siempre desde productos mediáticos, que en este caso podrá ser la prensa o el telediario, la relación entre in­formación, comunicación, democracia y los ele­mentos comentados en el anterior apartado, co­mo formando un bloque único que decide tanto su personalidad corno la de la sociedad.
 
3.- En tercer lugar, habrá que insistir, con todos los medios de comunicación e información sin excepción, en que descubran la realidad socio/histórica que cons­tituye su ámbito espacio/temporal inevitable en el que se insertan como personas y como ciu­dadanos. Establecer esta relación entre indivi­duo y contexto es fundamental para un acceso objetivo y no alienado y alienante al hecho cris­tiano. Insistiendo en que pueden quedarse en consideraciones meramente informativas/pla­nas del fenómeno sin alcanzar otras comunica­tivas/hondas del mismo. O se domina la es­tructura social o se es dominado por ella. No hay término medio en realidad.
 
4.- Mucho más concreto es el trabajo de mostrarles cómo una mediatización imperfecta produce la terna comenta da en lo relativo a la intimidad, a la soledad y a la ajenidad, precisamente utilizando productos mediáticos. Porque recogiendo lo dicho antes, es capital que contemplen todo ello en el en­tramado audiovisual de naturaleza lingüística. El joven comprende con llamativa rapidez cuanto se juega en la vida precisamente cuando lo con­templa hecho imagen audiovisual a la que tan habituado está.
 
5.- Por fin, pero con suma precaución, habrá que ayudarles a descubrir cómo el Evangelio contiene los elementos necesarios para desarrollar esos fundamentos metafísicos y materiales de que hemos hablado con tanta intensidad, así como puede suplir las carencias que conlleva la comentada informa­ción/plana que normalmente es su campo de acción espontáneo. Esto significa aproximar el hecho evangélico a las mismas fuentes antro­pológicas de estos jóvenes, consiguiendo asu­mir lo humano desde lo divino y lo divino des­de lo humano que siempre acaba siendo el gran reto evangelizador. Importa mucho en es­ta tarea, compleja y sutil, insistir en la riqueza personal y social de la misma persona de Je­sucristo, como definitoria en sí misma de los ámbitos esenciales y existenciales del ser hu­mano y de su sociedad.
 
Como se observa se trata de cinco aplica­ciones prácticas encadenadas en función de cuanto llevamos escrito y con la intención de que el educador/pastoralista consiga llevar a cabo una obra de «afincamiento personal» del cristiano en desarrollo como algo consentáneo con la obra de «adhesión personal» relativa al Evangelio, unificando la dimensión mediática y la dimensión evangelizadora. Porque la clave en esta cuestión es la no separación entre el pro­ducto mediático y el hecho cristiano para evitar posibles instrumentalizaciones y manipulacio­nes de ambas cosas. Una tarea que exige en quien la realiza como acompañante el dominio de la «lectura crítica» de todo producto mediá­tico, con especial referencia al universo audio­visual en que todo acaba por jugarse. Saber le­er la vida hecha imagen verbalizada es capital para poder leer desde ella la vida cristiana co­mo algo inserto en la realidad cotidiana y, sin embargo, transcendiéndola.
 
*******
¿Hemos relegado la sociología y la psi­cología tan de moda hoy? En absoluto. Pero ambas disciplinas solamente podrán proyec­tarse sobre el fenómeno mediático cuando ten­gamos clarificado su previo universo metafísico y material espacio/temporal. Hay que plantear­se, en otras palabras, el hecho informativo y co­municativo de la relación humana como algo afectado en su raíz por el ser del hombre consi­derado como estructura compleja, relativa a su sociedad. Hay que darse cuenta de que en to­do escenario mediático se encuentran, en el ca­so interpersonal, protagonistas personales y su contexto societario.
 
No se trata, pues, de un mero problema de información y de comunicación sino que tal problema queda impactado por una lectura mu­cho más última de lo que somos, de lo que via­jamos y de lo que arriesgamos. Es decir, desde dentro del universo audiovisual/mediáfco, acce­demos a una «miniantropología para la actuali­dad» que en general ni se contempla ni se so­mete a radical estudio. Esta es la grandeza de una información en camino de convertirse en comunicación, es decir, en instante privilegiado de relación interpersonal de cuantos vivimos en la misma sociedad.
 
 
En un momento dado de El paciente inglés, un oficial indio ayuda a que la enfermera des­cubra los frescos de un derrumbado monaste­rio italiano. Es momento deslumbrante, como si el espectador descubriera también tanta belle­za como se oculta en la realidad velada.
Algo así puede producirse en cuanto lleva­mos escrito: que paseándonos, junto a los jó­venes, por misteriosos vericuetos mediáticos, en cualquier momento seremos capaces de hacerles descubrir la belleza de lo informativo/comunicativo en su calidad estrictamente personal y societaria. Será un gran momento. Y será un gran momento también para nosotros, unos adultos afectados de tantas enfermeda­des mediático/históricas que ya casi las hemos olvidado…

Norberto Alcover

 
 
[1] Ayudará para este planteamiento el libro de A. GIO­DENS, Modernidad identidad del yo, Ed. Península, Barcelona 1995.
 
[2] Aproximaciones a esta materia en Comunicación y Pluralismo, de AUTORES VARIOS (1 er. Congreso Interna­cional de Salamanca), Ed. Universidad Pontificia de Sa­lamanca, Salamanca 1994.
 
3 El sustrato de todo ello lo descubrimos en Creer, esperar, amar, de P. LAÍN ENTRALGO, auténtica antropo­logía metafísica y societaria (Ed. Círculo de Lectores, Madrid 199[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]