Recuperar las «Pascuas con Jóvenes»

1 marzo 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Álvaro Ginel pertenece al Consejo de Redacción de —Misión Joven», es director de «Proyecto Cate­quista» y profesor del Instituto Superior de Teología <<Don Bosco,

SÍNTESIS DEL ARTICULO

 
4″°’ vida de los jóvenes, la situación socio-cultural actual y los procesos de educación en la fe confluyen en subrayar la importancia de los «tiempos y experiencias especiales». En este contexto sitúa el autor la necesidad de «recuperar las Pascuas con jóvenes», como experiencia celebrativa básica para la maduración en la fe.
Misión Joven 242 (1997), 25-32.
van quedando lejos los ecos de los años 70 y 80 cuando estallaron con fuerza las Pas­cuas juveniles’, que enseguida pasaron a lla­marse Pascuas con jóvenes, para no herir sus­ceptibilidades y no caer en un lenguaje confu­so. La Pascua no tiene edad, se decía. Y no es patrimonio de los jóvenes ni de nadie. La Pas­cua es de todos. Ningún adjetivo puede aca­parar el sentido de la Pascua. La Pascua ver­dadera es de Jesús y de aquellos que con Él quieran caminar. De ahí nació el cambio de no­menclatura y se comenzó a hablar de «Pascua
‘ Se van haciendo ya estudios y tesinas sobre la im­plantación de las «Pascuas con Jóvenes» entre noso­tros. Ver el articulo dedicado a la perspectiva histórica en este mismo número.
 
 
 
 
 
 
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con, «.jóvenes, adolescentes, adustos, etc. Sur­gieron, además, otros tipos de celebración de la Pascua, como, estoy seguro, que seguirán brotando nuevas maneras de celebración del acontecimiento pascual.
Nuestra sociedad es sedentaria, está esta­blecida con tendencia a crear grandes aglome­raciones en torno a polígonos industriales o cen­tros de servicios; pero tiene una gran propen­sión al nomadismo. El nuevo nomadismo es el turismo. Se sale de casa para buscar calidad de vida, novedad. aire puro, nieve, mar, arte, ami­gos, familia, soledad, montaña, la casa de cam­po, pueblos y gentes nuevas… Socialmente los días del Triduo Pascual se han cargado de sen­tido de éxodo o nomadismo, sobre todo en las grandes ciudades. No vacían las parroquias los pocos jóvenes que van a celebrar la Pascua en medio de la naturaleza revestida de fuerza y de explosión primaveral. Lo que vacía no sólo las parroquias, sino las enteras ciudades (al menos las del interior en busca de otros aires, otros so­les, otras playas…) es la nueva conciencia so­cial de cómo y dónde vivir esos días de vaca­ciones de primavera, (que ese es el verdadero sentido que dan a la semana santa muchos hombres y mujeres de hoy). La terminología re­ligiosa («santa») empleada para denominar es­ta semana no implica darle contenido celebra­tivo religioso.
Un compromiso nuevo de creyentes testimo­niales hoy consiste en permanecer en la comu­nidad habitual para la celebración de la Pascua: celebrar la Muerte y la Resurrección de Jesús allí donde vivimos y morimos en el día a día de nuestra vida.
En este contexto ambiental es donde quiero reflexionar sobre recuperar las «Pascuas con Jóvenes» 2.
El título ya expresa una intención: recuperar es volver a poseer lo que antes se tenía, y da por hecho que, al menos en algunos ambien­tes, se ha perdido insistencia en la celebración de la «Pascua con Jóvenes» dentro del itine­
rario o proceso de maduración en la fe. Esto parece un paso atrás.
Al hablar de «recuperar» no aludo a la mera recuperación de una praxis, sino a la recupe­ración del sentido de la «Pascua con Jóvenes» dentro del itinerario de formación en la fe. Só­lo para quienes la celebración de la «Pascua con Jóvenes» fue tomada como una moda es posible hoy el olvido y el desuso, o considerar­la corno algo más que llega y hay que hacer, o al­go que se va perdiendo poco a poco, se va des­cafeinando y no se percibe ni inquieta ni produ­ce reacciones…
La celebración de las «Pascua con Jóve­nes» dentro del itinerario de formación posee una honda riqueza de contenido.
El punto de partida
a educación, y la educación en la fe, es un largo camino. Por lo que sea3, a medida que las naciones se desarrollan, invierten más en educación y alargan los procesos de escolari­zación obligatoria. No se trata de compararnos con un ayer. Todo lo educativo es complejo y tiene muchos puntos de vista. Apunto consta­taciones muy evidentes.
Pero sigue siendo insuficiente alargar los tiem­pos de permanencia en las aulas. En muchas naciones se están imponiendo los stages o prácticas: periodos especiales de concentración de experiencia en un determinado lugar y con unas personas con experiencia práctica. Estos períodos son más breves que la escolarización, pero están cargados de tanto valor que una es­
Otras reflexiones anteriores sobre este tema las he hecho en: Pascuas juveniles: perspectivas catequéti­cas, en «Misión Joven» 37-38(1980), 31-37; Celebrar el Triduo Pascual, Edit. CCS, Madrid 1994.
No nos detenemos en análisis; preferimos un estilo de evocación y de sugerencia, convencidos de que la enunciación hecha es fácil de demostrar si esa fuera la pretensión del artículo.
 
 
 
 
 
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colarización sin contar con los «stages» o «prác­ticas» no da derecho a tener los diplomas acre­ditativos de unos determinados estudios.
La mejor tradición eclesial de educación en la fe ha entendido esto muy bien y ha propuesto desde siempre «stages» o «prácticas» para quie­nes deseaban tomar en serio su «iniciación» en el seguimiento de Jesús. Los nombres técnicos son muchos: ejercicio de la buena muerte, días de retiro, tiempo de desierto, tiempo de silencio, cursillos de cristiandad, ejercicios espirituales, convivencias, experiencias temporales de con­vivencia en una comunidad monástica, etc.
en plena naturaleza, para conocer y convivir con gente de la misma edad… Todo eso se da­rá por añadidura. Lo central es el aconteci­miento en sí: la celebración del misterio de la muerte y resurrección de Jesús dentro del pro­ceso de formación y maduración de la fe. La celebración de la Pascua no es algo puntual, como una isla en medio de la vida. El ideal es que sea un elemento de especial densidad en el camino de fundamentación en la fe. Un mo­mento que tiene un antes que prepara, y un des­pués que ayuda a asimilar.
Quienes estamos dentro de la realidad de educación de la fe de las jóvenes generaciones experimentamos la necesidad de «alargar pro­cesos» de educación en la fe. Sentimos (¡al me­nos!) las mismas realidades y dificultades que encuentra cualquier maestro o educador en otros ambientes de educación. Buscamos nuestras soluciones, con una particularidad: en educación de la fe no tenemos un ministerio legislativo que nos imponga unánimemente qué hacer y en cuánto tiempo. Solamente se nos dan gran­des líneas de actuación dentro de la comunión eclesial. Las comunidades concretas son las responsables de dar respuestas a sus necesi­dades. Hay libertad, variedad de caminos y de proposiciones. Pero en todo caso, sentimos la urgencia de responder a problemas que se ex­presan casi sin querer en frases como: ¡Qué in­maduros están! ¡Cada vez vienen menos pre­parados! ¡Les cuesta mucho la fe en el am­biente que actualmente se respira! ¡Tenemos que hacer algo/, etc.
La celebración de la «Pascua con Jóvenes» yo la encuentro todo su sentido en la medida que es un «tiempo especial y privilegiado» (un stage o práctica) dentro de «un proceso de ma­duración en la fe». La celebración-de las «Pas­cua con Jóvenes» es uno de los momentos más significativos en el itinerarío de fe.
No entiendo la celebración pascual como dis­culpa para salir unos días de casa, para estar
Celebración pascual y maduración en la fe
específico de un proceso de madura­ción en la fe, basado en la tradición catecume­nal, es: la presentación del misterio de salva ción para ser conocido, el ejercicio de una vida según el evangelio, la celebración y la oración, el compromiso por la realización del Reino en este mundo de hoy (cf. AG 14; CC 83-94).
El documento de base de la catequesis en­tre nosotros («La catequesis de la Comunidad» = CC) hace mención, de alguna forma, a la ce­lebración especial del Triduo Pascual cuando dice: «Los procesos catequéticos diversos, de jóvenes y adultos, podrán con toda razón con­cluirse o expresarse en la Vigilia Pascual de las comunidades cristianas con la profesión de fe y la renovación de los compromisos bautisma­les» (CC 96).
La formulación orienta en dos direcciones la celebración de la Vigilia Pascual (y, por exten­sión, del Triduo Pascual):

  • Conclusión de un proceso de feTenemos que reconocer que esta manera de celebrar el Triduo Pascual no está muy desa­rrollada en la práctica. Hay comunidades que sí la tienen en cuenta, pero, desde los conoci­mientos que yo tengo, no es lo más abundan­te. Se dan aproximaciones a esta postura en

 
 
 
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grupos y colectivos que escalonan la celebra­ción de la «Pascua con Jóvenes» por niveles o etapas. Pero no hay una celebración conclusi­va del proceso de fe que converja en la cele­bración del misterio pascual. Queda aquí abier­ta una posibilidad pastoral.

  • Momento intermedio

Los procesos catequéticos diversos podrán expresarse, dice literalmente el texto, de acuer­do con lo específico de cada proceso. Elemen­tos constitutivos de la diversidad de un proce­so pueden ser: la edad, la etapa dentro del iti­nerario de fe en el que el catecúmeno se en­cuentre, etc. Es aquí donde hay que situar la gran mayoría de las «Pascua con Jóvenes» que se desarrollan en nuestro entorno.
Un proceso catequético trata de fundamen­tar la fe (CC 97). Después el catecúmeno po­drá participar activamente en la vida y tareas de la comunidad cristiana. Primero hay que poner las bases, consolidar cimientos en cuanto al misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Es cierto que todos y en todas partes celebra­mos durante el Triduo Pascual el mismo miste­rio salvador: la vida de Jesús entregada hasta la muerte y la respuesta del Padre que lo resuci­ta de entre los muertos. Pero no todos celebra­mos lo mismo con la misma profundidad, con la misma riqueza de vida, con la misma experien­cia de lo que es la muerte y de lo que es la vi­da en nuestra existencia e historia. Celebramos la obra de Dios en favor nuestro de una mane­ra histórica: desde las coordenadas en que ca­da persona se encuentra.
Los jóvenes tienen necesidad específica de abrirse a la muerte y de abrirse a la vida desde su situación concreta, de aceptar y entender su historia como historia de muerte (entrega) y co­mo historia de vida (don). La vida del joven y su momento de maduración en la fe son los facto­res que dan tono y originalidad a la celebración de la «Pascua con Jóvenes». Dicho de otra ma­nera, si se admite unos rasgos característicos en la formación y catequesis de los jóvenes (CC
248), éstos mismos nos llevan a plantear una celebración característica. No parece muy lógi­co que a los jóvenes los estemos tratando de manera concreta y específica en la catequesis y en la celebración entren sin más a formar par­te «del común». Es cierto que esto se puede decir ,y extender a otras etapas de la vida con igual o más fuerza. Ahora hablamos de jóve­nes. Es aquí donde quisiera abundar en una re­flexión más detenida para profundizar el senti­do de celebración especial de la Pascua.
2.1. Celebramos lo que vivimos
a vida de cada persona humana es una vida de entrega y de apertura al futuro. Ahí es donde nos perdemos o ahí es donde encon tramos el sentido verdadero para vivir a pleno pulmón y con alegría.
Creo que la celebración del Triduo Pascual en un ambiente especial y con un grupo que presente rasgos de homogeneidad (edad, mo­mento en el itinerario de fe …) es un kairós -tiem­po santo, tiempo cargado de significación sal­vífica- para el grupo y para la persona singular.
El Tilduo Pascual acentúa la celebración. Todo parte y todo se desarrolla en tomo a las grandes celebraciones que se inician con «La cena del Señor» el Jueves Santo y terminan en la «Gran Vigilia Pascual» al amanecer del Domingo de Resurrección. Estas celebraciones tienen la ca­racterística de ser celebraciones del misterio central de la fe, no reflexiones ni teorías sobre la muerte y la vida. Misterio éste tan denso que só­lo podemos aproximarnos a él como por partes o en dosis, sin que las partes nos impidan ver la totalidad del misterio. En realidad el Triduo Pas­cual es una única celebración prolongada en un espacio de tiempo de tres días.
Es la Iglesia en su liturgia la que convierte en una larga celebración el silencio, el ayuno, el gesto„ el simbolismo, la oración, la procesión, la dramatización… Y es aquí donde está la
 
 
 
 
 
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aportación original del Triduo Pascual al pro­ceso de maduración en la fe: el punto de par­tida de toda reflexión y el punto de llegada es la celebración. La experiencia de una «Pascua con Jóvenes» es la vivencia de unos días en los que todo lo que se hace es celebración.
Muy a menudo, o siempre, el proceso de maduración en la fe tiene como punto de par­tida la reflexión teórica y teológica desarrolla­da a lo largo de un «instrumento o método ca­tequético». El Triduo Sacro invierte los planos y nos sitúa en otra perspectiva. El componen­te celebrativo y oracional, propio de todo pro­ceso de educación en la fe, se convierte en eje central.
Desde esta perspectiva, la celebración de la «Pascua con Jóvenes» dentro del itinerario de educación en la fe es un momento privilegia­do para poner de relieve las normas derivadas del carácter didáctico y pastoral de la liturgia (cf. SC 33-36). «Aunque la sagrada liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel» (SC 33).

  • Los ritos

«Deben resplandecer con una noble senci­llez; deben ser breves, claros, evitando las re­peticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y en general, no deben tener ne­cesidad de muchas explicaciones» (SC 34, las cursivas son mías). No hace falta añadir nada más. Bastaría confrontar las diferentes praxis con estas palabras conciliares para quitar o poner aquello que realmente conduce a la co­munidad celebrante a «comprender fácilmente y participar por medio de una celebración ple­na, activa y comunitaria» (SC 21). Para todo es­to no hace falta salirse del misal, sino adaptar, es decir, recrear el misal teniendo en cuenta la comunidad celebrante.y no perdiendo de vista la totalidad de la comunidad cristiana. La co­munidad es siempre el origen y la meta de to­do proceso catequético (CC 253).
Las «Pascuas con Jóvenes» tienen que cui­dar la celebración mucho más que los mo­mentos de debate, que tendrían que ser par­cos, y centrarse más en el silencio, en la narra­ción, en el compartir, en la celebración en sí. No se educa ni en la fe ni humanamente con cha­puzas y con improvisaciones. Lo que se hace y cómo se hace es factor determinante de edu­cación y sensibilización a la celebración del misterio revelado por Dios. Tan importante es el qué se hace como el cómo se hace. Las dos cosas son educativas y creadoras de un tipo concreto de creyente. Será oportuno no argu­mentar con casos concretos objetivamente de­ficientes. Inmediatamente se pueden poner otros casos válidos. Lo importante es ir al fondo de la argumentación: por qué hacemos lo que ha­cemos y con qué intencionalidad dentro de un itinerario de educación en la fe.
El Triduo Pascual está tejido de celebracio­nes que se prestan para una catequesis más directamente litúrgica (SC 35,3), o explicación del significado de determinados ritos. En todo caso, habrá que velar para no convertir la ce­lebración en mera explicación. Hay que dar pistas y dejar que los gestos hablen por sí mis­mos, sin querer explicarlo todo. Al obrar así, se evitará hacer de la celebración una representa­ción plana. El misterio forma parte también de la vida personal y de la vida de fe. Y el miste­rio culmen de Dios es el que celebramos en la liturgia del Triduo Sacro.

  • La primacía de la Biblia

El Triduo Pascual está cargado de abundan­cia de lecturas de la Biblia. Es vana la preten­sión de acercarse a la celebración pascual ol­vidando la Biblia. Por encima de la palabra de los catequistas y de los autores que constru­yen métodos e itinerarios de educación en la fe, está la Palabra revelada. Especialmente ri­ca y pedagógica es la Vigilia Pascual. Muchas veces se acorta la proclamación de los gran­des acontecimientos de salvación por cues­tiones de tiempo. Es un punto a revisar.
 
 
 
 
3U      RECUPERAR LAS «PASCUAS CON JOVENES»
Claro, todo esto puede ser «flor de un día» si no existe un antes y un después de la celebra­ción del Triduo Pascual. En estos días se ofre­cen «concentrados de celebración y de ora­ción». Todo concentrado necesita, para su asi­milación, una prolongación en el tiempo, un más allá del momento presente. Esta es la dinámica de complementariedad de elementos: ni pode­mos vivir a base de concentrados, ni podemos vivir a base de «momentos planos». El arte de tren­zar ambas realidades es lo que nos dará con­sistencia.
2.2. Experiencia eclesial
celebración de la «Pascua con Jóve­nes» es una experiencia eclesial única. Mu­chos de los catecúmenos hoy no tienen oportu nidad de vivir una experiencia eclesial en «tiem­po ordinario». Los límites de horarios y espacio, la división en grupos, la escasa participación en las celebraciones de la comunidad de aquellos que se preparan para insertarse en ella, el re­chazo a un tipo de «comunidad cristiana» que se percibe como «comunidad compuesta por mayores» y con poca sintonía con la gente más joven, etc… hacen que muchos jóvenes hoy no tengan como experiencia positiva de vida co­munitaria cristiana más que el grupo, la sec­ción de catequesis en la que están o la vida del o de los/as catequistas.
La celebración de la «Pascua con Jóvenes» ofrece una oportunidad, (limitada en cuanto a tiempo y significado, pero experiencia válida), para muchos jóvenes que ponen en su histo­ria personal la celebración de la Pascua como referencia central y fundante de algo nuevo y posible en el seno de la comunidad cristiana. Estos mismos jóvenes, con el paso de los años, reconocerán que es una referencia que hay que superar y corregir; pero, en todo caso, inmen­samente válida y significativa en un momento preciso de la propia vida y evolución personal. Y válida porque en su circunstancia concreta
ofrece fuerza para seguir caminando y descu­briendo al Señor Resucitado y a la Comunidad por Él inaugurada.
Abrirse a otros, convivir, relacionarse, jugar, reflexionar juntos, palpar que hay jóvenes en la misma onda y buscando en la misma di­rección, celebrar y orar… es todo un conjunto, una atmósfera que entra en la historia de la persona dejando huellas.
Puede que haya animadores y responsa­bles de animar «Pascua con Jóvenes» y ado­lescentes que resten valor a la experiencia hu­mana y cristiana de este encuentro acentuan­do o potenciando la fibra del sentimentalismo u otros aspectos a los que la edad de los par­ticipantes da pie. Hay que considerar que ac­tuaciones así son imperfectas y no tienen cla­ro el objetivo que se pretende.
Un encuentro de Pascua como experiencia de comunidad cristiana, tiene que potenciar las dimensiones que el NT nos proponer como esenciales de la comunidad: la celebración de lo que Dios ha hecho en favor nuestro, el ser­vicio entre los hermanos, el reconocimiento de la obra de Dios y del don de Dios en el otro, la acogida y el perdón, el compartir lo que se es y se tiene -también material-, la escucha de la palabra, la invitación a ser luz y sal, la celebra­ción y la oración… Y todo esto dentro de los lí­mites de una edad, de un espacio y de una si­tuación de excepción.
Muchos están tentados de mirar la experien­cia eclesial de la «Pascua con Jóvenes» «con malos ojos» por las imperfecciones (sentimen­talismo, ambiente artificial = no de la vida real, edad de los participantes que lleva a cargar de sentimentalismo muchas relaciones…) que sus ojos ven. Quizás se pierde de vista que cada tiempo tiene su afán. El afán de mañana hará descubrir la verdad y los límites del afán de hoy. Pero el hoy necesita esto para enca­minarse y afrontar el mañana.
Lo importante es que al final de la «Pascua con Jóvenes» éstos sean capaces de expre­
 
 
 
 
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sar que han tenido la experiencia de sentirse y vivir felices celebrando, orando, haciendo si­lencio, reflexionando, sirviendo, compartien­do, ocupándose del otro, confrontándose con los demás, descubriendo en su momento his­tórico que hay una manera de vivir según el evangelio y ésta produce felicidad, gozo, ga­nas de vivir, en definitiva, vale la pena y vale una vida lanzarse a vivir así: pascualmente.
Pero lo que realmente va a quedar en la me­moria de las personas reunidas allí no será tanto los materiales utilizados, cuanto el esti­lo de vida y convivencia alcanzados, es decir, la experiencia de comunidad eclesial realiza­da, la vida vivida. Preparar materiales y olvi­darse de lo que es el clima comunitario es per­der de vista una dimensión fundamental en la maduración de la fe.
También la experiencia de amistad y de ena­moramiento de primera juventud es algo signifi­cativo y es vida que hay que tomar en las ma­nos. No es cualquier cosa esta experiencia que se suele producir en algunos grupos, favorecida por el clima de sinceridad y de apertura a lo re­ligioso que se crea. Los animadores despachan, a veces, estos acontecimientos con expresio­nes como «los típicos enamoramientos y tonte­os de adolescentes»… Visto desde el adulto pue­de ser (es) así. Visto desde la realidad del ado­lescente y del joven las cosas cambian: es toda su vida la que experimenta una realidad nueva que le conmociona y hasta le paraliza. Y éste sí que es un paso, una «pascua real», un aconteci­miento en su vida. Tiene lugar justamente en el momento de celebrar la Pascua de Jesús. Con mucha probabilidad no será » la pascua definiti­va», pero es un paso que le da experiencia y ri­queza para el futuro. La pascua del adolescente parece que no interesa al adulto o no la sabe in­tegrar y celebrar (¿porque da miedo todo lo del amor?) junto con la de Jesús. Como si sólo se hubiera ido a celebrar la Pascua de Jesús, sin caer en la cuenta de que celebrar la Pascua de Jesús tiene que ver con celebrar «nuestra pas­cua». Todo lo de Jesús nos afecta y hace que podamos celebrar nuestra vida de hoy con Él para gloria del Padre. Nuestra historia es histo­ria santa. Todo lo que nos pasa tiene visos de muerte y de vida y es para alcanzar la Vida.
Tiempos especiales
F3 1
ce algún tiempo me interrogaba de esta manera: Encuentros con jóvenes: ¿vale todo?4 En línea con lo que allí sugería, creo que la «Pascua con Jóvenes» es uno de los tiem­pos significativos dentro el itinerario de madu­ración de la fe.
La tradición educativa de la comunidad cris­tiana se ha regido, y se rige actualmente, por una pedagogía de la significatividad del tiempo. Hay un tiempo ordinario, un tiempo de adviento y navidad, de cuaresma y de pascua, con caracte­risticas peculiares cada uno de ellos, con lecturas bíblicas propias y con sugerencias de praxis cristiana que se han ido popularizando y cada país ha asimilado con mayor o mejor fuerza. Además no podemos olvidar los tiempos per­sonales que cada uno juzga oportuno tomarse.
La expresión «tiempos especiales» describe aquí un período de tiempo, más bien breve, en el que la persona vive de manera concentrada, por circunstancias concurrentes que se dan, una ex­periencia de vida que le abre a descubrir realida­des de su persona que, poco a poco, tendrá que asimilar y consolidar en el proceso de madura­ción integral que es la tarea de ser persona.
Las cosas importantes tardan en salir del corazón; brotan al final; hay que dejar pasar tiempo, mucho
Una «Pascua con Jóvenes» es más que preparar unos materiales y tenerlos muy bien presentados para consumirlos. Eso puede salvar a los animadores el momento concreto.
a Cf. «Misión Joven,>, 197(1993), 15-22. Remito tam­bién a una breve reflexión Tener tiempo, en «Proyecto Catequista» 52(1991), 26-27.
 
 
 
 
.3L    RECUPERAR LAS «PASCUAS CUN JUVtNtb»
tiempo. Cuando estamos con prisas no nos atreve­mos a abrir determinados archivos que guardamos interiormente. No vale la pena hacerlo; no arriesga­mos que se nos tome a la ligera algo que para no­sotros es importante, algo donde nos jugamos el ser o no ser. Dar tiempo a lo que queremos, a lo que buscamos, a lo que llevamos en el corazón, a lo que vemos como en niebla, a la palabra que se nos diri­ge y no logramos entenderla, al misterio que nos za­randea toda seguridad y nos pone al borde del abis­mo («me lanzo por el camino de la fe o no me lanzo»), etc., es algo que acontece en los tiempos especiales como el de la «Pascua con Jóvenes».
El itinerario de educación en la fe pide tiempos especiales para que broten las preguntas que lo or­dinario vela o no deja aflorar. En la «Pascua con Jó­venes» la fuerza reposa en la incidencia que tiene en la persona lo vivido en este espacio de tiempo. El proceso de maduración ordinario de fe va sembran­do, cultivando y despertando aspectos de la vida cristiana. El encuentro pascual potencia y favorece la explosión o la apertura a dimensiones experien­ciales, al sentido de la vida y de las vidas de los otros, al simbolismo como realidad única para decir lo indecible, a la celebración…
No decimos que el trabajo diario y silencioso de las reuniones semanales en los lugares de vida ordi­naria no tengan valor en el camino de maduración de la fe. Todo ese mundo forma el antes del tiempo es­pecial. En la convivencia de la celebración pascual introducimos una ruptura con lo ordinario: el lugar de encuentro, el entorno de personas, las comidas, las maneras de vivir habituales en la familia, los horarios, las amistades, la universidad, el trabajo… La ruptura favorece y crea condiciones para una experiencia de vida que interroga o deslumbra o lleva más allá…
La experiencia de un tiempo especial no es ma­temática. Por el hecho de «romper la cotidianidad’ no se sigue inmediatamente una «vivencia significa­tiva» para la persona. Ésta depende de muchos fac­tores que se escapan de las manos, no son contro­lables; forman parte del mundo interior y libre de ca­da persona. Siendo esto verdad, sí que es impor­tante que los responsables y animadores busquen intencionadamente las condiciones que «en buena lógica» lleven a que los jóvenes alcancen una expe­riencia significativa.
Enumeramos algunas: el lugar y la infraestructura, los detalles fomentan una convivencia educada y res­
ponsable, la preparación, cuidado y realización de lo que se hace, la participación de todos en todo, etc.
Pero quiero insistir en un aspecto: la presencia de adultos y animadores. Una «Pascua con Jóvenes» tiene una intencionalidad educativa dentro del itine­rario de maduración de la fe. Por eso es de vital im­portancia la presencia de animadores y de adultos significativos. Una de las cosas que más interroga a las personas (¡y a los jóvenes!) es la vida de otras personas. La calidad de vida de los otros es la que cuestiona mi propia calidad de vida. Es importante cuidar en las «Pascuas con Jóvenes» el equipo de adultos que en ellas participa. Los jóvenes necesitan confrontar y verificar en otras personas de franjas de edades superiores a las suyas que es posible vivir «`en resucitado», que «el mensaje de Jesús es lleva­do a cabo concretamente por hombres y mujeres al alcance de la mano», que están «embarcándose en un estilo de vida que otros ya han elegido y siguen en él con alegra y plenitud»… Recuerdo la lección que recibí en una Pascua de un joven de 20 años que al ver la presencia de matrimonios con hijos se me acercó para decirme: «O sea, que este rollo de la Pascua de Jesús no acaba cuando te confirmas… Veo que están aquí con sus hijos R. y V Quiere decir que después de casarte y todo puedes seguir en es­tas cosas… Yo creí que venir a la Pascua era sólo co­sas de jóvenes que se van a confirmar».
Conclusión
D
«lJesde muchos puntos de vista, las «Pas­cuas con Jóvenes» son una etapa importante dentro del itinerario de maduración en la fe. Hemos señalado algunos. La reflexión queda abierta. Y sobre todo la apelación a los ani­madores y responsables de la educación de la fe de adolescentes y jóvenes. Son éstos los que tienen que situarse y saber qué proponen y por qué a los catecúmenos. Recuperar la celebración de las «Pascuas con Jóvenes» es una invitación a revisar los itinerarios de fe que proponemos y los momentos significativos que elegimos.
Álvaro Ginel
 
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