[vc_row][vc_column][vc_column_text]Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos,
porque nunca acabarán de divertirse.
Bienaventurados los que saben distinguir
una montaña de un montículo,
los que miran dónde ponen los pies,
porque evitan el resbalón y los pisotones atolondrados.
Bienaventurados los que son capaces de trabajar,
descansar, dormir y reír… sin pedir excusas,
porque son sabios.
Bienaventurados los que saben callarse y escuchar,
porque ellos aprenderán cosas nuevas.
Bienaventurados los que son bastante inteligentes
para no creerse el ombligo del mundo,
porque ellos serán apreciados por quienes les rodean.
Bienaventurados los que piensan antes de obrar
y los que oran antes de pensar,
porque ellos evitarán bastantes tonterías.
Dichosos seréis
sí sabéis admirar una sonrisa y olvidar una mala cara,
porque vuestro camino estará lleno de sol.
Dichosos seréis
si sabéis callaros y sonreír
aún cuando os corten la palabra,
os contradigan y os pisen…
Entonces el Evangelio comenzará a entrar en vuestro corazón.
PARA HACER
- Muchas veces vivimos crispados porque carecemos del sentido del humor. Eso mismo nos hace perder la alegría y, con ella, a veces, el sentido. ¿Cómo vivimos nosotros esta realidad?
- Meditar cada una de estas bienaventuranzas e ir diciendo cómo las vive cada uno. Descubrir las causas, decir por qué nos cuesta, poner ejemplos concretos de superación.
- Para que esta meditación sea un decálogo faltan dos puntos.. Concretar dos actitudes más cada uno que ayuden a alcanzar alegría. Entre todos se hace después un decálogo nuevo. Publicarlo en la revista, enviarlos a los periódicos o a esteCuaderno Joven.
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