Café Irlandés

1 abril 1997

[vc_row][vc_column][vc_column_text]«Reencuentro» con la familia
The Snapper está basada en la novela homónima de R. Doyle. Es el segundo libro de su trilogía The Barrytown, compuesta por The commitments, The Snapper y The Van. Esta saga de novelas cuenta las aventuras y desventuras de la familia Rabbitte, que vive en un suburbio proletario del norte de Dublín. Ca­da uno de estos tres textos ha inspirado una adaptación cinematográfica, todas ellas de notable interés.
La película que nos ocupa, según palabras de su propio autor, relata la historia de una chica de veinte años, soltera, que se queda embarazada y aprende a afrontar los problemas que su situación acarrea. en cierto sentido, se trata de los sanos esfuerzos de un ser humano por convertir un accidente, un fracaso, en un logro. Con esa intención, Sharon forzará a su clan (sus padres y sus cinco hermanos, a cual más vario­pinto) para que lleven a cabo en comunidad un proceso de aceptación de la adversidad similar al que se está produciendo en su cerebro. De este modo, el largo período de gestación del bebé que abarca el fil­me, en lugar de transformarse, como cabría sospechar, en el previsible reflejo de la lenta descomposición de unas relaciones en tenso equilibrio es, a la postre, la crónica de una lucha por adaptarse a una nueva manera de lidiar la vida, un cómico y emocionante camino de descubrimiento y amor: el niño aparecerá como símbolo de la consolidación de esa célula parental en que se funda toda sociedad y que está forma­da por la confluencia de unos tan etéreos como insoportables vínculos de sangre.
Si traemos a esta sección Café irlandés es, precisamente, porque el tema de la familia está siendo abor­dado recientemente por el cine y la televisión de una manera que no podemos por menos que calificar de gratamente sorprendente. En este sentido, nuestra película sienta un precedente paradigmático. En una época caracterizada, ante todo, por principios como la ruptura y la desconexión, por la disolución de todo posible lazo u obligación social premeditada; cuando los rituales y las situaciones heredadas (¡y qué he­rencia más incontestable que la propia familia!) parecen condenados de antemano a su cuestionamiento, la institución familiar aparece retratada como una de las pocas puertas de salida a este caos.
No se trata de que moralistas interesados o recalcitrantes defensores a ultranza de valores tradicionales lancen una cruzada en favor de lo establecido. Al contrario: artistas de primera fila y de la más diversa ex­tracción cultural insisten en proponernos en sus obras la necesidad de empezar de nuevo por el principio, de reencontrar la familia como anclaje simbólico-afectivo fundacional para así posibilitar un cambio de rumbo en un mundo que camina hacia su autodestrucción espiritual (y material) por vías como la incomu­nicación, el individualismo, la soledad y el pragmatismo. ¿Qué otra cosa es Smoke si no una llamada a re­cuperarnos de la orfandad, del vacío de figuras de referencia producido por la crisis de las estructuras an­tropológicas básicas? ¿Qué es la soberbia Secretos y mentiras, además de un contundente alegato en fa­vor de la reconstrucción del núcleo doméstico como fundamental espacio de convivencia y hallazgo de la propia identidad? ¿De qué nos habla Familia, una película española y memorable (no hay deje de ironía en la combinación de estos dos adjetivos, tantas veces incompatibles) cuando vapulea en su raíz muchos de los principios caducos en los que se sustenta el núcleo familiar, a no ser de que la familia, con sus innu­merables limitaciones, sigue constituyendo, hoy por hoy, un punto de referencia y de realización personal obligado? ¿Y por qué Los Simpson, a pesar de lanzar dentelladas vitriólicas a las más enfermizas formas de vida en el seno de un hogar, acaba siempre por equilibrar la balanza de su sana y mordaz crítica con el no menos afectivo recurso a insinuar la bondad de fondo de unas relaciones paterno filiales tan destructi­vas como hilarantes? Hasta en obras de una negrura insondable como El funeral, hasta en desengañadas comedias como A casa por vacaciones, donde, con tintes nihilistas, se acaba por aniquilar cualquier con­fianza en el reducto de lo familiar, hasta en estas desesperadas incursiones, decía, es la destrucción o la ruptura de la referencia familiar el alarmante signo del final de unas formas de vida, nunca su causa.
Café irlandés funciona como paradigma de este necesario reencuentro, de esta estimación crítica de la familia como enclave, no por cercano menos estratégico, para la mejora de las relaciones humanas en es­tos umbrales del siglo XXI.
Jesús Villegas
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