En el mes de septiembre del año 1885, Don Bosco tuvo un sueño. Soñó que viajaba hacia Castelnuovo, y por el camino se le acercaba un venerable anciano que le decía: “¡Trabajo, trabajo, trabajo!” (cfr MB 17, 331)
Desde entonces, ese lema ha quedado grabado a fuego en generaciones y generaciones de salesianos y educadores, que han hecho del trabajo su bandera, su objetivo, su justificación y su sentido. Si por algo se ha distinguido la familia salesiana ha sido por su actividad incansable, siguiendo el ejemplo de Don Bosco.
Y en ocasiones se ha abusado de eso, y el trabajo ha desembocado en un activismo irrefrenable, en un ansia de hacer cosas y más cosas, y en una visión del mundo que juzga a las personas según su nivel de actividad.
Esto nos ha llevado, sin lugar a dudas, a muchos problemas, mostrándonos muy exigentes con los que pueden trabajar menos, o sintiéndonos muy desubicados cuando por edad, salud o cualquier condicionante, no se puede trabajar como se querría.
Creo que habría que reorientar ese dicho en nuestro momento actual, recogiendo elementos que hoy en día nos dan una perspectiva nueva.
Trabajo: es una suerte trabajar. Es la aspiración de muchos y muchas jóvenes que están deseando incorporarse al mundo laboral. Y desgraciadamente, muchos no lo consiguen. Muchos se conformarían con cualquier trabajo, lo que fuese: contratos muy reducidos con muchas horas extras no pagadas, condiciones de trabajo insuficientes, inestabilidad, inseguridad, precariedad… y aun así, no lo consiguen.
Un joven conocido me comentaba su experiencia, en una empresa de limpiezas.: “Yo no soy un limpiacristales que los fines de semana se va a la montaña: soy un montañero que trabaja limpiando cristales para tener un sueldo”.
Trabajo: todavía es una suerte mayor poder trabajar en lo que verdaderamente te gusta, poder sentir que el trabajo que llevas a cabo es mucho más que un medio de ganarse la vida. Un trabajo que te hace crecer, que saca lo mejor de ti, que te reta y te gratifica. Un trabajo en el que ayudas a crecer a las personas, en el que ayudas a construir un mundo mejor.
Un profesor dejó su trabajo para incorporarse en una importante empresa informática, en un puesto de responsabilidad, pero me comentaba: “En el fondo, yo arreglo máquinas. Echo de menos ser significativo en la vida de personas”.
Trabajo: el colmo de la suerte es poder compartir la misión con tanta gente ilusionada y comprometida, implicada mucho más allá de lo que se considera estrictamente laboral, que creen en su trabajo y ponen su granito de arena en la construcción de un proyecto de persona y de sociedad.
Y así, sí: Trabajo (digno para todos), trabajo (significativo y gratificante), trabajo (compartido en comunidad). Un trabajo que nos hace sentirnos colaboradores de la obra creadora de Dios, y herederos de la tradición salesiana. ¡Qué suerte trabajar así!
Pablo Gómez, SDB