Plegaria del discípulo amado

1 junio 2013

Uno de ellos, el discípulo al que Jesús tanto quería,

estaba recostado a la mesa sobre el pecho de Jesús (Jn 13,23)

 Aunque los evangelistas omitan el nombre,
aunque los discípulos discrepen “por lo bajinis” de la elección,
aunque los teólogos no se pongan de acuerdo…,
Tú, Señor, lo tienes claro: la decisión es irrefutable.
 
Señor, en un mundo donde se habla el doble o el triple de lo que se escucha,
donde la verborrea y las largas peroratas son sinónimo de sabiduría,
donde todos queremos llevar la voz cantante…,
acudo a tu presencia en el silencio de mi corazón.
 
Señor, en un mundo donde el micrófono y el ambón,
la palmadita en la espalda y… “qué bien habla usted”
dejan en un segundo, tercero o quinto lugar al testimonio y a las buenas obras…,
acudo a tu presencia en el silencio de mi corazón.
 
Señor, en un mundo, en el que yo soy autor o cómplice (lo mismo da),
donde se habla mucho, demasiado, a los hombres de Dios
y donde apenas se habla a Dios de los hombres…,
acudo a tu presencia en el silencio de mi corazón.
 
Hoy, Señor, no quiero un receptor que escuche “mis batallitas”
ni un emisor que bombardee mis oídos…
Hoy, Señor, quiero simplemente recostarme sobre tu pecho
y sentir cómo tu corazón bombea amor, amor del bueno.
 
Hoy, Señor, mi plegaria carece de palabras,
muda a los oídos de los hombres, ciega a los ojos del mundo.
Hoy, Señor, mi oración habla tu idioma,
el lenguaje del silencio, de la fe, del amor.
 
Hoy, Señor, quiero someterme a una transfusión,
de Ti a mí, de corazón a corazón,
y recibir, una vez más, la alegría, el orgullo y la responsabilidad
de saberme y de sentirme tu discípulo amado.

 José María Escudero

 
 

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