¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
(M. Hernández en El niño yuntero)
- Aparenta poquita cosa, se expresa con dificultad, le cuesta incluso explicar bien el camino que hace de su casa a la escuela. Con frecuencia se descuelga del grupo (“está en su mundo”, como suele decirse).
- Grita, quiere llamar la atención, ser el centro, aunque sea faltando al respeto. No es capaz de “ejercer” el rol de persona tierna y amable (que lo es). Carencias familiares considerables.
- A veces utiliza un tono violento, porque quiere simplemente hacer lo que le da la gana. Padres ausentes (cárcel…)
- Es amable, agradece, se motiva. Aunque se le ve frágil. A los padres, tener tantos hijos les supera; les faltan recursos para educarlos.
¡Cuántos casos (¿demasiados?) podríamos poner de criaturas vulnerables! ¡Y cuántos motivos que causan esa vulnerabilidad! El contexto familiar y social no les es favorable; poco estímulo positivo, muchos referentes negativos, poca posibilidad de levantar la mirada hacia un futuro prometedor…
Y ahí estás tú, mirando las caras de esas criaturas, con el interrogante de qué será de ellas dentro de unos años. Y preguntando si estamos haciendo algo realmente (porque, a veces, has dudado). Y oyendo cómo alguien te responde que sí: estamos posibilitando que estas criaturas tengan una experiencia positiva durante una franja de su vida; que experimenten que se puede vivir de otra manera; estamos sembrando, en un presente frágil, semillas de un futuro diferente.
Cada gesto, cada mirada, cada palabra, cada conversación, cada “bronca” (que también las hay), cada esfuerzo y alegría, cada risa y sonrisa… todo eso, que tiene que ir impregnado de amor, hay que considerarlo una aportación a la construcción de un futuro con más sentido.
De vez en cuando me gusta tomar conciencia de esta confianza educativa, profunda y necesaria, sobre todo cuando el contexto es especialmente duro y poco facilitador. Y me gusta que en equipo se recuerde, y que se compartan éxitos -grandes o pequeños, es igual-, para reforzar el sentido de nuestra siembra, y para mantener vivo lo que nunca debemos perder.
Por todo esto, y para todo esto: Esperanza, te quiero. Te queremos.
Pepe Alamán, sdb.