Stephan Harding, discípulo de Lovelock, tiene 52 años que “me empujan a recuperar la relación con la Tierra y a echar nuevas raíces”.
– Usted sostiene que el planeta es un ser vivo como nosotros.
– Lovelock dice que la Tierra, Gaya, es «lifelike», como un ser vivo. No pretendemos ser anticientíficos, pero en la intimidad Lovelock afirma que es un ser vivo y yo lo puedo decir aquí abiertamente.
– Si la Tierra es un ser vivo, ¿los humanos somos sus virus porque la destrozamos?
– Los seres humanos somos parte de ese ser vivo, de ese sistema de vida que es la Tierra, pero una parte de nosotros, inducidos por una ideología suicida, luchamos contra nuestro propio sistema, del mismo modo que un cáncer es una célula que se rebela contra el cuerpo del que forma parte.
– ¿Y cómo va a acabar esto?
– El economista Schumacher decía que «el capitalista occidental ha emprendido una feroz batalla contra el planeta para arrancarle todos sus recursos. El problema es que si gana esta guerra descubrirá que está en el bando de los perdedores». O nosotros acabamos con la Tierra o la Tierra acaba con nosotros. Pero yo precisaría que los seres humanos no somos el cáncer ni el virus. El problema no está en nosotros como seres, sino en una determinada ideología que ha adoptado una parte de la humanidad: el cáncer es el desarrollismo capitalista salvaje y no la existencia de seres humanos.
– ¿En qué sentido?
– En la Tierra hay de todo para cubrir las necesidades de todos, pero nunca habrá suficiente para colmar la avaricia de unos pocos.
– ¿El virus son esos pocos avariciosos?
– El virus es la santificación de la avaricia como motor de progreso. El problema es la falsa creencia de que necesitamos consumir más y más, y acumular más y más para realizarnos como humanos.
– ¿Y ese virus tiene cura?
– ¡Claro que sí! Una de las recetas es pensar en la Tierra como un ser vivo. La Tierra no es ni nuestro enemigo ni una cantera inagotable e inerte de la que podemos obtener de todo sin límite: es nuestro sistema vivo y puede agotarse. Nace y crece y puede morir. La Tierra somos nosotros, y si no cambiamos de mentalidad, la destruiremos y con ella, como sucede con los cánceres, moriremos también nosotros.
– ¿No es un pensamiento esotérico?
– En absoluto. Esa intuición del universo vivo está en Descartes. Y esa comprensión última de que la materia es energía, que convirtió en ecuación Einstein, ya estaba en los presocráticos. Y los griegos hablaban con naturalidad del psique logos, lo que los latinos traducen como el anima mundi.
– El alma de la Tierra.
– Antes de los presocráticos, el pensamiento mítico no separaba el logos racional del mitos. Todo el conocimiento era uno. Al separar el raciocinio de las demás formas de conocimiento se perdió una parte de la sabiduría intuitiva de la especie. Y la razón es el motor de nuestro progreso, pero, si la usamos bien, concluiremos que no debemos descartar otras formas de sabiduría.
– En otras palabras…
– Usted a menudo se ha sentido ligado de una manera especial a un paisaje, a un entorno, a una materia, a la naturaleza. Y, en teoría, no existe una relación racional entre una roca y una persona, pero ¿negará usted su sentimiento sólo porque no es explicable racionalmente?
– Las piedras no aman.
– Los átomos se mueven y, si llegamos a las partículas elementales, descubriremos que a nivel cuántico la materia está viva. Cuando se analiza el baile de las partículas elementales de la materia se descubre que entran en el agujero cuántico y después ellas deciden cuándo salen en un juego de ser o no ser que los físicos describen como el de la materia y la antimateria.
– ¿Las moléculas sienten?
– Sólo digo que la distinción entre orgánico e inorgánico, inerte y vivo, no es tan taxativa como se cree cuando se habla de la ciencia sin haber profundizado en la física. Nosotros mantenemos una relación emocional con la materia del planeta y formamos parte de ese mismo sistema, la Tierra.
– ¿No resulta usted un poco apocalíptico?
– Lovelock cree que sólo el miedo nos hará reaccionar y corregir nuestro rumbo suicida, pero yo creo que también el amor puede hacernos cambiar para restablecer el equilibrio en el sistema, el ser, el mecanismo o como quiera usted llamar al planeta.
– ¿Qué sería reaccionar a tiempo?
– Si quiere hacer el bien a los demás, consuma menos. Demos ejemplo a China e India, porque, si ellos consumen tanto como nosotros, vamos directos a nuestro suicidio.
LLUÍS AMIGUET
La Vanguardia 02/05/2006