Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador…
Oíd todos las excelencias que el Señor se place en concederme día tras día, su fuerza inconmensurable se torna para conmigo en un amor puro, cristalino, apasionado. Mi alma rezuma felicidad, y es que Dios siempre cuida de mí, y me hace una transfusión de alegría y amor siempre que lo necesito.
Porque ha mirado la humillación de su esclava…
Desde que nuestras miradas se cruzaron, mis ojos “han resucitado” a una nueva vida, de hecho cada vez que veo a un ser humano, mis pupilas transmiten a mi corazón deseos irrefrenables de amar, de ayudar, de compartir.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones…
Soy inmensamente feliz, la gente que entra en mi vida no se explica de dónde puede brotar tanta alegría y paz interior… mas yo sí, pues cuanto más agua bebo de la fuente de Dios más ensancho mi corazón. No entiendo cómo puede haber personas que siguen bebiendo a cuentagotas cuando muy cerca de ellos está la Gran Fuente disparando a chorro.
Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación…
Desde que experimenté las caricias de Dios, no he cesado ni un minuto de pregonar su misericordia. Me he convertido en su altavoz, en el altavoz de Dios, y es que a través de mí, su voz se hace más fuerte, más poderosa, más cálida, más humana, más universal.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón…
A Dios no le valen las medias tintas… o sí o no. Dios reparte justicia de la buena (no la que nos hemos inventado los hombres), algunos se alejan de Él pues no quieren complicarse la vida, mas los que confían en su amor experimentan su brazo, su fortaleza, capaz de mover montañas… ¡qué digo montañas! y hasta las más altas cordilleras.
Derriba a los poderosos y enaltece a los humildes…
Cuántas lágrimas derrama Dios cada vez que uno de sus hijos es marginado, pisoteado, condenado a una vida difícil… Claro, es imposible ver estas situaciones cuando se tiene la barriga llena y la calefacción a tope, aunque Dios sí, Dios lo ve todo y… no lo olvides nunca, llora amargamente.
A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos…
El grito de los más desfavorecidos es el grito de Dios… o acaso ¿no le has escuchado nunca? ¡Anda! revisa tus oídos, tal vez en lugar de oír con el corazón lo estés haciendo con el estómago o con el bolsillo.
Auxilia a Israel su siervo acordándose de su misericordia…
Mi historia es una historia de amor, en la que Dios jamás se ha olvidado de mí… Cada día siento cómo Él me protege, me alivia, me conforta, me mima… Por eso cada día saludo a Dios con un canto agradecido.
Cuánto me gustaría que fuésemos muchos los que uniésemos nuestras voces para entonar las misericordias de Dios… Por cierto, todos deberíamos tener un canto de victoria, de alegría, de agradecimiento… Un canto dirigido al Señor. O acaso ¿tú no lo tienes? Bueno, no te preocupes, empieza por revisar tu vida, encuentra en ella la presencia amorosa de Dios y da a tu corazón rienda suelta para expresar las proezas que Dios va haciendo en tu vida. José María Escudero |