Lo que se dice para muchas personas, por escrito, o en los medios de comunicación o en las manifestaciones personales pero dirigidas a muchos, la palabra pública, en suma, reclama un tratamiento lleno de respeto, veracidad sobre todo, cordialidad si es posible. Exige además, por supuesto, pensamiento previo: hay que pensar con rigor lo que se va a decir, lo que se puede debe expresar. Una inmensa porción de lo que se lee o se oye revela ligereza, falta de atención, descuido. Si se pensara un poco no se diría gran parte de lo que oímos o leemos a diario.
Es frecuente la agresividad innecesaria, el desprecio al lector o al oyente; en muchas ocasiones se procura esa agresividad, la hostilidad, el desplante. Es probable que los que se expresan así tengan una formación superior, estudios universitarios, nivel social elevado, y por supuesto económico. La rusticidad podría ser un atenuante, pero lo más frecuente es que no exista.
Lo decisivo, sin embargo, es la veracidad. Se dicen innumerables cosas falsas, en las que no cree el que las dice; no errores sino falsedades deliberadas, voluntarias, que el autor o transmisor conoce. Antes de que empiece a hablar, se adivina que va a mentir, que está esperando que de sus labios o su pluma brote la mentira.
Por el contrario, es refrescante y consolador ver que alguien dice lo que piensa, lo que cree, lo que ha llegado a ver Ycomparte. Los climas que estas dos actitudes provocan son radicalmente distintos y constituyen las posibles tonalidades del mundo en que vivimos.
Verdad y mentira tienen para nosotros, o deberían tener, un sentido claro. La mentira se prodiga abusivamente, con alarmante frecuencia, con probable impunidad. La verdad es accesible y ex¡gible. Reclama justificación ,quiero decir exhibición de las razones en que se apoya. Cumplido este requisito, la mentira es intolerable. Debería bastar para descalificar al que se la permite, al que la difunde, al que la usa como un arma, como un instrumento de poder. Lo primero que hay que hacer ante la mentira es no tenerla en cuenta, no dejarse perturbar por algo que no tiene realidad, que es precisamente la suplantación de lo real,la traición a lo que existe. Cuando alguien miente, se excluye del diálogo, esa noble palabra profanada a diario, lo mismo que el nobilísimo vocablo paz. Ambas cosas suponen la verdad, la busca de ella, su aceptación, su formulación pase lo que pase, con una implacabilidad justificada por algo tan importante como el respeto a la realidad.
Como la mentira no tiene realidad, ya que es su suplantación, el remedio contra ella es primariamente hacerle el vacío, no permitirle invadir la atmósfera que respiramos. Hay que distinguir las voces y los ecos, la palabra pública que refleja lo existente o lo investiga y aquella otra que nos priva de ello y lo sustituye por imágenes falsas y destructoras.
JULIÁN MARÍAS ABC, 13-6-02
Para hacer 1. Leer este texto. ¿Qué nos dice? 2. Concretar las ideas en hechos. 3. Tomar postura antes esos hecho. ¿Qué podemos hacer nosotros a nuestro nivel? |