MUERTE Y VIDA

1 noviembre 1998

En el mes de noviembre, que comienza con los difuntos, las hojas caen y el sol decae. Por eso está dedicado al recuerdo de la muerte. Aquí también lo recordamos (ver las secciones «Testimonio» y «Parábola»).
La muerte forma parte de la vida, pero cada vez está más separada de ella: ha creci­do la esperanza de vida y se ha reducido la mortalidad. Por eso la experiencia de la muerte se ha hecho menos frecuente. Además, en la actualidad se trata de eludirla: cuando un familiar o un amigo se va sin remedio, exigimos de sus seres queridos una ficticia fortaleza con la que enmascarar lágrimas, vacío, ira y hasta desánimo. Los fa­miliares del fallecido ponen cara de «aquí no ha pasado nada». Sólo las grandes catás­trofes y la violencia cinematográfica merecen atención y comentario.
La muerte, para quienes no la conciben como una realidad ineludible -los jóvenes, so­bre todo-, es desgarradora, tanto por la sensación de impotencia que genera como por el hecho de verle la cara y asumir la certeza de la propia extinción.
Los estudiosos de la muerte han comprobado que cuanto más significado halle cada uno en su propia vida, menos miedo se tendrá a la muerte. En todos los casos, parece positivo expresar los sentimientos, ya sea por parte de quienes ven cercana la muerte o de quienes sufren la pérdida de un ser querido.
Las emociones que genera una muerte se acusan de diferente manera según la ma­durez y la edad:

  • Los más pequeños no entienden que el suceso sea irreversible hasta los siete u ocho años.
  • A los adolescentes les supera el ideal romántico y les ronda el suicidio como una fan­tasía más.
  • Los adultos de mediana edad comienzan a tomar conciencia de que se pueden topar con la muerte en cualquier esquina.
  • En la edad más tardía, la certeza de que el ciclo vital es imparable y la experiencia de haber perdido ya a numerosos seres queridos restan dramatismo al tránsito.

Pero nosotros no queremos enseñar a morir -no lo evitamos, eso sí-, sino aprender a vivir y contagiar el gusto por la vida vivida en plenitud.
Muchos jóvenes deambulan a la intemperie, casi muertos en vida. En ese sentido la reciente película Barrio refleja el mundo de tres jóvenes que van al instituto, viven en las afueras de la ciudad y sueñan con no complicarse la vida. Caminan «por la perife­ria de sus vidas por los descampados de su adolescencia», como dice el director de la película (ver las secciones Textos y Tema). Quieren vivir la vida, no complicarse la vi­da, pero están ya un poco muertos en un mundo sin salida. Y sin embargo, ellos, como tantos otros, siguen esperando una mano amiga que les llame a la vida.

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