EDUCACIÓN EMOCIONAL: LA BRÚJULA PARA LA ESCUELA DEL S.XXI

1 noviembre 2013

Beatriz Montañés Ríos
Maestra, psicopedagoga, asesora y autora de Proyectos Educativos.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO:
Las escuelas han ido asumiendo cada vez más tareas fuera del terreno estrictamente académico, como el cuidado de la salud física, la higiene, la educación vial, la nutrición o la sexualidad. Ahora también se les pide que enseñen a los alumnos a tomar consciencia de sus emociones, las de los otros y que las gestionen, así como a afrontar situaciones adversas, resolver conflictos y generar relaciones interpersonales satisfactorias. Educación emocional ¿Por qué y para qué? A través de este artículo intentaremos razonar esta nueva necesidad que asoma con fuerza en la educación.
 

  1. ¿Qué es educar?

“El propósito de nuestra vida es dar nacimiento a lo mejor que llevamos dentro”

 (Miriam Williamson)

          Posiblemente en muchas ocasiones nos hemos hecho esta pregunta y hemos encontrado numerosas respuestas interesantes y motivadoras, más aún si hemos vinculado el corazón a la razón. Pero busquemos una definición que nos ayude a situarnos y a sentir realmente qué es eso de educar.
La raíz etimológica de “educar” es ex y ducere: “Acompañar, sacando lo mejor de cada uno desde dentro hacia fuera”. Por tanto, desde esta mirada los dos protagonistas, el educador y el  educando, toman un matiz especial. El educador acoge y no impone, acepta al niño tal y como es y le acompaña en su búsqueda de la excelencia. El niño asume que el deseo de aprender nace desde dentro y no desde fuera, dejando atrás un bombardeo de estímulos externos para ampararse en unos nuevos ritmos donde él es protagonista y su mundo emocional la brújula que lo orienta. Por tanto el arte de educar no es otra cosa que ayudar a sacar hacia afuera la gran belleza que hay dentro de cada uno.
Sin duda ante este movimiento interno se despierta con fuerza el  encuentro con infinitas emociones, algunas perfectas aliadas del corazón y otras de máxima dificultad y confusión; pero son ellas en su conjunto las que nos guían e iluminan y las que nos ayudan a ser quienes realmente queremos ser. Todo esto implica aprender a capitanear nuestro propio mundo emocional y encontrar manuales personalizados que solo uno mismo es capaz de gestionar, y que requieren de una serie de habilidades concretas que, a su vez, serán básicas para la vida y nuestro bienestar.
 

  1. Crear espacios educativos con cabeza y corazón. ¿Educación emocional?

“La disposición emocional del alumno determina su habilidad de aprender”  (Platón)
 
Hasta hace muy poco tiempo la separación entre “razón y emoción” ha sido una evidencia científica que ha tenido claras consecuencias en muchos ámbitos, pero sobre todo el educativo. Esta realidad está en proceso de cambio y, tras muchos estudios, se confirma que la mente no puede ser concebida sin emociones, siendo este el gran impulso que ha llevado a popularizar el constructo de Inteligencia Emocional.
La Inteligencia Emocional es “aquella que comprende la habilidad de supervisar y entender las emociones propias así como las de los demás, discriminar entre ellas y utilizar esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones” (Salovey y Mayer, 1990)[1]. Este nuevo concepto de inteligencia ha revolucionado nuestra sociedad,  e infinitas investigaciones y publicaciones así lo avalan; pero, sobre todo en estos últimos años, ha ido transformando el ámbito educativo, que se ha visto cada vez más necesitado de incluir la educación de las emociones en el currículo escolar. Por tanto la escuela no sólo debe educar en inteligencias que desarrollen habilidades y destrezas intelectuales; es fundamental también trabajar con las emociones, y eso es algo que debe y puede moldearse en cualquier etapa del sistema educativo.
Educadores, psicólogos, pedagogos e incluso las propias familias,  observan cada vez con más claridad que el pleno desarrollo de la inteligencia exige también una dedicación especial a lo emocional, comprobando experimentalmente que aquellos alumnos que han sido entrenados en el desarrollo de habilidades emocionales obtienen un mejor rendimiento en el mundo académico y más éxito en su vida. En consecuencia muchos países y escuelas han apostado por espacios educativos que fusionen perfectamente cabeza y corazón, a través de programas diseñados con el objetivo de educar a los alumnos en una serie de habilidades cognitivas y emocionales que favorezcan esta fusión y un verdadero aprendizaje integral. Simultáneamente, los profesores también resultaremos beneficiados al educarnos emocionalmente junto con los niños, desarrollando en nosotros mismos la inteligencia emocional y dejando pasar una escuela que tenga presente en todo momento aprender  a ser feliz con uno mismo y con los demás.
La educación emocional, por tanto, se puede definir como un “proceso educativo, continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como un elemento esencial del desarrollo integral del individuo, con el objetivo de capacitarlo para toda la vida. Podemos decir que la educación emocional tiene como finalidad aumentar el bienestar personal y social. Desde esta perspectiva, la educación emocional se presenta como un proceso continuo y permanente, puesto que debe estar presente a lo largo de todo el currículum académico y en la formación permanente a lo largo de toda la vida” (Bisquerra, 2000)[2].
La educación emocional surge como una respuesta a las necesidades sociales y su objetivo es buscar la mejor manera de educar a las personas para que puedan afrontar los retos que les va a deparar la vida. Por tanto, es una forma de educar para la vida que intenta dar respuesta a un conjunto de necesidades que no quedan suficientemente atendidas en la educación tradicional.
En torno a esta idea existen cuantiosos argumentos para justificar la educación emocional.  Enumeremos los más destacados:
– El objetivo general de la educación es el desarrollo integral de la persona. Esto conlleva que se tenga en cuenta con el mismo nivel de importancia y compromiso  el desarrollo cognitivo y el desarrollo emocional.
– La relación entre las personas implica un intercambio emocional muy importante. La vida en la escuela está llena de infinitas relaciones insertas en los procesos de aprendizaje, y esto conlleva que se generen múltiples emociones. Algunas de estas emociones pueden facilitar el aprendizaje, mientras que otras pueden limitarlo e incluso generar un claro rechazo que, a largo plazo, puede derivar en fracaso escolar. Luego queda claro que es de suma importancia depositar gran parte del proceso educativo no sólo en la búsqueda de métodos con objetivos eminentemente académicos, sino que será de gran utilidad que emerjan métodos que nos ayuden a “amar lo que se aprende” para que pueda ser verdaderamente interiorizado. Es decir, encender la emoción por lo que se ve, se oye o se toca; pues es el núcleo central de todo el aprendizaje. Nadie puede aprender nada, a menos que aquello que se vaya a aprender le motive, le diga algo y posea algún significado que lo ilumine emocionalmente.
– La necesidad de conocerse a sí mismo ha sido uno de los objetivos del ser humano y, en consecuencia, debería estar presente en la educación. Dentro de esteautoconocimiento, uno de los aspectos más importantes es la dimensión emocional. Conocer las propias emociones y la relación que estas tienen con nuestros pensamientos y comportamientos estaría dentro de este proceso de crecimiento personal, y sin duda se convertiría en uno de los grandes objetivos de cualquier ámbito escolar. Si contextualizamos esta idea en la enseñanza tradicional, no es muy difícil reconocer que ésta se limita a observar, analizar y razonar únicamente el mundo exterior que nos rodea. Por tanto, poco podremos dedicar a esta mirada interior y a quienes somos realmente.
– En la actualidad se han agudizado los problemas en la formación de los niños y adolescentes y esto se traduce en un incremento del fracaso escolar dentro de la  enseñanza tradicional, que se limita mayoritariamente a los resultados académicos, pese a los numerosos intentos de las diversas reformas educativas. La presencia de la educación emocional puede contribuir y generar esperanza en esta situación tan delicada y desmotivadora, puesto que  se convertiría en un factor preventivo. La sistematización de esta enseñanza emocional se anclaría ayudando a los alumnos a afrontar el aprendizaje con una serie de habilidades que puedan prevenir factores de riesgo muy unidos al fracaso escolar: depresión, baja autoestima, estrés, ansiedad, etc.
– Cada vez  son más los chicos que se rebelan, tienen una vida inestable, les afecta la crisis de la familia y hasta de la sociedad en general. Entre otras cosas, esto se desencadena desde que nuestra sociedad está enormemente expuesta a los medios de comunicación y a muchas informaciones que antes se ocultaban, sobre todo del sector más vulnerable, la población infantil-juvenil. Gran parte de esta información, por desconocimiento y falta de competencias, no se decodifica adecuadamente y, peor aún, no se autogestiona, generando problemas graves que engordan cada vez más esta crisis externa e interna en la que estamos inmersos. Esto nos invita a reflexionar con optimismo para convencernos de que necesitamos una reubicación en las nuevas formas de educar, teniendo muy presente el estímulo de habilidades que ayuden a afrontar las adversidades que podemos ir encontrando a lo largo de nuestra vida.
– Es imposible no aceptar que cualquier contexto de vida es vulnerable al conflicto, puesto que es una condición de la relación humana. En la educación tradicional los  conflictos suelen ser sancionados con castigos muy alejados del objetivo real, que no es otro que ayudar al niño a modificar la conducta inapropiada. En cualquier circunstancia de la vida, pero más aun ante un conflicto, ayudar al niño para que aprenda a atender lo que siente, a comprender por qué se siente así y a cómo gestionarlo, son habilidades que favorecerán las relaciones y la gestión pacífica y efectiva del conflicto.
– La Psiconeuroinmunobiología es la ciencia que estudia la conexión que existe entre el pensamiento, la palabra, la mentalidad y la fisiología del ser humano. El pensamiento y la palabra son una forma de energía vital que tiene la capacidad de interactuar con el organismo y producir cambios físicos muy profundos. Se ha demostrado en diversos estudios que un minuto entreteniendo un pensamiento negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis horas, pudiendo lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas en el hipocampo. Esto puede afectar a nuestra capacidad intelectual, porque deja sin riego sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar decisiones adecuadas.  Luego es obvio que cualquier ámbito educativo que dedique parte de su línea de trabajo al enriquecimiento emocional, estará generando en los alumnos valiosos recursos que le ayudarán a tener una vida más equilibrada, saludable y exitosa.
 

  1. Demostrando un nuevo camino: Objetivos y beneficios de la educación emocional

“Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto” (Aristóteles)
 
Los objetivos generales de la educación emocional pueden resumirse en estos que a continuación se detallan, pero teniendo en cuenta que pueden ser ampliados perfectamente en función de las necesidades y del contexto social donde se esté llevando a cabo:
– Desarrollar la habilidad para atender y percibir los sentimientos y emociones de forma apropiada y precisa en sí mismos y en los demás.
– Estimular la capacidad para asimilar los sentimientos y emociones en sí mismos y en los demás, y comprenderlos de manera adecuada.
– Potenciar las destrezas para regular y modificar sentimientos y emociones de forma eficaz.
– Educar al niño en la formación de una alta autoestima.
– Desarrollar la habilidad de automotivarse.
– Adoptar una actitud positiva ante la vida.
– Fomentar en el niño las capacidades que le permitan tener, mantener y disfrutar de buenas relaciones con otras personas.
– Desarrollar conductas asertivas, manejando adecuadamente los conflictos que se produzcan tanto dentro como fuera del aula.
– Manifestar empatía y capacidad de escucha.
 
Está científicamente comprobado que las repercusiones de una educación emocional sistematizada con una buena planificación y motivación de todos los agentes educativos pueden verse reflejadas en muchos aspectos de la vida escolar. Estos beneficios se van percibiendo en espacios de tiempo muy pequeños, más aún si lo comparamos con otro tipo de procesos en los que tiene que pasar años para detectar algún avance. Algunos de estos beneficios son:
– Mejora la autoestima porque niños, adolescentes y adultos comienzan a descubrir lo importante y necesario que es aprender a quererse tal y como son, intentando dejar a un lado percepciones negativas y destructivas que llevan a la inseguridad y alejarnos de nuestra verdadera esencia. En este proceso no hay únicas respuestas, sino múltiples y creativas respuestas, y toda equivocación se percibe como oportunidad y crecimiento.
– Mejora del rendimiento académico. Los alumnos se sienten cada vez más motivados y fortalecidos porque el sistema los acompaña y los entiende. Esto genera una mejora en las tareas diarias y estudio, repercutiendo positivamente en las calificaciones académicas.
– Mejora el bienestar personal del alumno y educador porque contribuye directamente a gestionar ansiedad, depresión y estrés.
– Se interioriza en los agentes educativos el proceso de toma de decisiones, aprendiendo a fijar metas realistas y gestionando cambios a voluntad si la necesidad lo requiere.
– Desarrolla el compromiso personal en el individuo y lo amplia rápidamente al compromiso social, puesto que se percibe perfectamente que la responsabilidad tiene este proceso de apertura. Esto ayuda a la persona a sentirse bien con uno mismo y con los demás.
– Mejora el sistema inmunológico. Una mala gestión de las emociones puede repercutir en la salud. Las emociones que generan malestar en la persona y que no pasan a ser autogestionadas, contribuyen a disminuir sus defensas y la predisponen a sufrir ciertas enfermedades.
– Aumenta la tolerancia a la frustración. Esto supone asegurar en la persona salud mental en el presente y en el futuro, sobre todo si se va trabajando desde edades muy tempranas.
– Mejora la capacidad de comunicación verbal y no verbal. Tanto el receptor como el emisor van adquiriendo estrategias que les llevan a decodificar significativamente todo aquello que se quiere comunicar y que en muchas ocasiones pasa desapercibido, sobre todo si nos referimos al lenguaje no verbal.
– Mejora el equilibrio  personal y el bienestar de la persona y el comunitario. Esto genera que las relaciones interpersonales sean satisfactorias y de mayor calidad.
– Aprendizaje en resolución de conflictos de forma positiva. Los alumnos comienzan  a descubrir formas constructivas para relacionarse, sobre todo si hay disparidad de opiniones que pueden generar conflicto. En este sentido se va desarrollando en ellos el empleo de estrategias de afrontamiento y manejo de impulsos, logrando la autogestión emocional ante situaciones emocionalmente complejas y aumentando su nivel de tolerancia y respeto hacia los demás.
 

  1. Creando la necesidad de una hoja de ruta emocional

“El principio de la educación es predicar con el ejemplo”
(Anne Robert Jacques Turgot)
 
Los que trabajamos en la docencia sabemos perfectamente todo el trabajo extra que esto conlleva: programar las clases, elaborar material, reuniones con padres de alumnos, claustros, departamentos, etc. Un sin fin de tareas que nuestro cerebro debe asimilar y priorizar en función de las demandas externas.
Aún teniendo en cuenta esta lista interminable de tareas, los docentes hacemos todo lo posible por buscar  tiempo para la formación porque es verdaderamente una necesidad interna y de evolución. En estos últimos años para mí ha sido muy gratificante descubrir que una de las necesidades de formación que más está demandando nuestro colectivo es dotarnos de competencias emocionales para poder llevar a cabo educación emocional  en las aulas.
El porqué de esta demanda no es otra que una necesidad vital desencadenada por todos los problemas socioemocionales que se han ido agudizando en nuestras escuelas: niños muy desmotivados ante el aprendizaje, otros llorando amargamente porque nos se sienten bien en el colegio, niños que molestan e interrumpen en clase, agresividad, crisis de familia, profesores tensos porque el curso se agota y apenas han cumplido la mitad del temario impuesto por Educación, y muchos más conflictos que sería imposible enumerar.
Año tras año estas escenas se multiplican, entrando en una espiral que genera mucha ansiedad y estrés a niños, profesores y familias, y que nos sitúa al límite de nuestra resistencia como seres humanos, llegando incluso a  odiar  ese lugar llamado escuela.
Cuando la necesidad de querer hacer algo para arreglarlo nace de la motivación intrínseca ya está diseñada gran parte de esa hoja de ruta a seguir, y esto implica un porcentaje de éxito muy alto.
Es necesario partir de la idea de que no podemos trabajar con los alumnos y enseñarles un concepto de algo que nosotros no conocemos, y mucho menos potenciar competencias que nosotros mismos no tenemos. Atender, comprender, gestionar emociones, autoestima, la automotivación, la empatía o las habilidades de relación se convierten en el temario de estas formaciones en las que en un primer lugar el educador aprende cómo se gestiona todo ello en uno mismo, y en un segundo lugar aprende a  cómo transmitirlo a sus alumnos.
Arrancamos motores valorando la importancia de la gestión y el dominio de la actitud: hacia nuestros compañeros, nuestros alumnos, las familias de nuestros alumnos; nos ayuda a comprobar que podemos variar nuestra actitud, que nosotros somos los que controlamos nuestro estado, que éste es fruto de una elección ¿Hay algo más gratificante que escuchar a un profesor contar con pasión y armonía cuánto le emocionan sus alumnos? ¿O a aquel que siente admiración por las familias de sus alumnos? ¿O aquel que expresa a sus compañeros lo afortunado que se siente trabajando en equipo?   Nuestros escolares están obligados a pasar en nuestras aulas al menos seis horas de su día, las familias están sujetas a la realidad que nosotros queramos mostrarle y nuestros equipos docentes se contagian unos a otros de actitud. El regalo que merecen todos por igual es una buena gestión emocional  y que esta sea un gran referente para todos, porque es la única manera de dar luz y esperanza a la escuela.
 

  1. ¿Cómo desarrollar la inteligencia emocional en el aula?

“Todos somos maestros y alumnos. Pregúntate: ¿Qué vine a aprender aquí
y qué vine a enseñar?” (Louise Hay)
 
La forma más eficaz para desarrollar la inteligencia emocional en el ámbito educativo es a través de programas de educación emocional. Afortunadamente existen cada vez más programas, desde Educación Infantil hasta la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), que ayudan al docente a sistematizar el trabajo emocional en sus escuelas y a sentirse seguro con el proceso.
En cualquier edad es primordial el desarrollo de la inteligencia emocional, ya que nos ayuda a conocernos mejor como personas y a comprender mejor a los demás; pero, según la etapa donde nos encontremos, el camino a seguir será lo más cercano a las necesidades de los alumnos y al momento evolutivo en el que se encuentran.
En las primeras sesiones utilizaremos ejercicios muy sencillos a través de la comunicación verbal y no verbal, con el objetivo de favorecer el desarrollo de lapercepción y expresión emocional: poner  nombre  a las emociones, relacionar las emociones con expresiones faciales y corporales, identificar y compartir la emoción que están sintiendo y reconocer las emociones en los demás.
A medida que los alumnos van interiorizando y generalizando de manera espontánea esta primera capacidad, el siguiente paso es aprender a integrar dentro de nuestro pensamiento lo que sentimos y lo que sienten los demás, con el objetivo de beneficiar el desarrollo de la comprensión emocional. ¿Cómo? Asociando las emociones a situaciones cercanas y reales que pueden vivir los niños y formulando preguntas cuyas respuestas nos ayuden a entender por qué nos podemos sentir así.
Seguidamente trabajaremos la regulación emocional, para que la persona aprenda a gestionar las emociones propias y de los demás de forma apropiada. Tiene un lugar muy importante en el proceso de enriquecimiento emocional por dos razones fundamentales: es una buena estrategia para hacer frente a las situaciones críticas y de conflicto y favorece la capacidad de autogenerar emociones agradables.
Otra de las competencias emocionales a trabajar simultáneamente es laautonomía emocional, con la que se pretende favorecer todo lo relacionado con la autogestión emocional e  incluye la autoestima, la autoconfianza, una actitud positiva ante la vida, la responsabilidad en la toma de decisiones, la capacidad para sentirse como realmente se desea y para superar las situaciones adversas que la vida pueda deparar. Cabe destacar que sobre todo en la adolescencia es vital trabajar la autonomía emocional, puesto que los chicos necesitan autoafirmarse, valorar sus capacidades y limitaciones, tomar sus propias decisiones, sentirse aceptados por los demás, etc.
Las Habilidades socioemocionales ponen fin a las competencias a desarrollar que dan forma a nuestro proceso de educación emocional. Las habilidadessocioemocionales  nos ayudan a desplegar maneras de actuar y favorecer las relaciones entre las personas, aprendiendo a ser asertivos,  desarrollando la empatía, activando la escucha activa, negociando soluciones ante los problemas, etc.
Todas y cada una de esta gama de habilidades están enlazadas de forma que para una adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional, y para una comprensión eficaz requerimos de una apropiada percepción emocional. Por este motivo cualquier programa de educación emocional que pueda favorecer de manera equilibrada el desarrollo de todas y cada una de estas competencias lo podremos considerar óptimo y probablemente exitoso.
La metodología a seguir más eficaz es aquella que parte de los conocimientos previos de los alumnos, de sus intereses y necesidades personales y sociales y de sus vivencias directas. Para ello, podemos contar con recursos didácticos como fotografías, imágenes, audiovisuales, cuentos, juegos, role-playing, etc., y preparar espacios amplios con una comodidad postural que faciliten la posibilidad de exponer, compartir y vivenciar tranquilamente las actividades a realizar.
Integrar la educación emocional en la vida académica de un centro escolar no es un impedimento, porque existen estrategias para ponerla en marcha. Una de ellas es integrándola en las diversas áreas académicas y a lo largo de todos los cursos, de forma transversal. Cuando esto no es posible, los equipos docentes de cada etapa pueden pensar en otras opciones que se adapten a su realidad, siendo por ejemplo la tutoría un  espacio idóneo para la educación emocional.
 

  1. Educación emocional y familia

“No le evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida,
enseñadles más bien a superarlas” (Louis Pasteur)
 
Por mucho que la escuela se esfuerce, poco se puede avanzar sin la implicación de las familias. Si algunos padres carecen de esta educación emocional, ¿cómo interiorizará y generalizará estas habilidades el niño si no mantiene una continuidad en su familia?
Es necesario comprender que la base de la educación emocional se forma también dentro de la familia y no únicamente en la escuela. Por eso es importante acompañar en paralelo a las familias para que aprendan y enseñen a sus hijos, desde bien pequeños, a reconocer lo que sienten, saber expresarlo de forma adecuada, saber lo que sienten los demás, gestionar eso que están sintiendo, asumir las responsabilidades de cada momento, saber tomar decisiones, afrontar la adversidad, relacionarse de manera satisfactoria con los demás, etc.
En las primeras edades es necesaria la comunicación continua entre el profesorado y las familias a través de materiales que podamos enviar a casa, para que los padres o educadores puedan participar junto con la escuela en la educación de la inteligencia emocional. En la adolescencia se hace más hincapié en el trabajo con el alumnado para que este, de manera autónoma, pueda trasladarlo a su entorno familiar y social.
¿Y si en la escuela no hay educación emocional? ¿Pueden los padres contribuir en el  desarrollo de la inteligencia emocional de sus hijos? Como hemos ido aclarando en este artículo, la emotividad no es algo sorprendente e incontrolable, sino un medio de expresión de su personalidad, y como todo medio de expresión, puede ser educado. Por este motivo, enseñarles a identificar, reconocer, y gestionar sus emociones y el resto de habilidades socioemocionales, debería ser un objetivo prioritario en la educación de los hijos, y los padres deberían servir de modelos. Pero la disposición de los padres hacia los sentimientos, la gestión y la expresión de las emociones es muy diversa y en la gran mayoría está condicionada y limitada por la experiencia de vida que ha tenido cada uno.
 
          6.1 Dos estilos muy distintos de actitud familiar
Aún así, intentando clasificar este estilo educador emocional parental, podemos hablar de dos  tendencias generales: acompañamiento y escucha activa de las emociones o eliminación y desinterés de las emociones. Sin duda esto no quiere decir que ambas se den puramente, pero esta clasificación nos puede ayudar a explicar y defender que  en las relaciones padres-hijos el acompañamiento y la escucha siempre será  más óptimo que la limitación o eliminación emocional.
En el primer estilo educador, acompañamiento y escucha activa de las emociones, los padres consideran las emociones como algo válido e importante, y enseñan a sus hijos las características de cada una, las posibles causas y sus diferentes formas de expresión, mientras les ayudan a regularlas y sobre todo a manejar aquellas que resultan más difíciles y generan mayor malestar, como el enfado, la tristeza, el miedo, los celos o la envidia. Además consideran importante enseñar a sus hijos mediante el modelado a iniciar y mantener relaciones satisfactorias con los demás y a superar los problemas que pueden aparecer, inevitablemente, en la vida.
Sin embargo, el otro grupo de padres intenta eliminar  o mostrar desinterés ante las emociones, al considerar que su expresión es poco importante e incluso puede resultar peligrosa o inconveniente, rechazando la expresión de algunas de ellas o intentan cambiarlas. Además los conflictos personales y sociales pasan desapercibidos, ya sea por no generar preocupaciones en los niños o porque sencillamente no se consideran importantes. En muchos casos esta tendencia enmascara sobreprotección o, todo lo contrario, una indiferencia hacia todo lo que conlleve educar a los hijos.
Las dos estilos tienen sus consecuencias: si los hijos comprenden que las emociones son algo fundamental del ser humano y las valoran, las comprenden y regulan, recurrirán a ellas para ofrecer información sobre su mundo interior, no sólo a los padres sino a los agentes sociales que vayan interactuando en su vida. En consecuencia  estos niños transmitirán espontáneamente a sus hijos en el futuro este aprendizaje.
Si, por el contrario, consideran la expresión emocional algo inadecuada o vergonzosa, reprimirán su expresión con las consecuencias que esto supone para su bienestar no solo psicológico sino incluso físico. Crearán un blindaje emocional que bloqueará sus emociones, pero que, a la vez, les puede distanciar de las emociones de los demás, teniendo incluso dificultades para sentir empatía.
El bloqueo emocional conlleva también un efecto de acumulación que va creciendo dentro de nosotros. Cada emoción que nos negamos a sentir va dejando un poso negativo sobre nosotros, aunque no seamos conscientes del mismo. Las emociones  necesitan una forma de expresión y la consecuencia más habitual del proceso de bloqueo emocional suele ser la explosión.
 
          6.2 Medio ambiente emocional de cada familia    
Es importante destacar en este apartado que cada familia posee también su propio ambiente emocional que afecta a todos los miembros, dado su componente de interdependencia y el contagio que se observa en la propia actividad diaria. Por este motivo las emociones de los padres afectan directamente a los hijos y, a su vez, las emociones de los hijos afectan al comportamiento de los padres, creándose un caos emocional en las que muchas personas se ven atrapadas.
En algunas familias podemos encontrar altos niveles de expresión emocional negativa que incluyen la crítica, el enfrentamiento y una continua intrusión en la vida de los hijos con un alto grado de control. O justamente ambientes en el que se expresa todo lo contrario, frialdad y desvinculación emocional. Ambos ambientes alejan y destruyen el vínculo familiar, generando a medida que crecen desconfianza y agresividad en los hijos. En muchas ocasiones esta conducta será extrapolada a otros ambientes como, por ejemplo, el escolar.
Pero también existen familias cuyo ambiente emocional es muy positivo, caracterizado por altos niveles de confianza mutua, de afecto y de escucha activa, los cuales promueven relaciones muy sanas y equilibradas que ayudarán a sus hijos a tener un buen desarrollo social y facilidad para encontrar éxito en la vida.
Por tanto lo más adecuado para el funcionamiento y equilibrio de la familia es creer e implementar en la vida diaria el intercambio abierto de información sobre los sentimientos y las emociones. Desde este enfoque tan rico la expresión emocional facilita el conocimiento de cómo es realmente la vida interior de los hijos y de la pareja, permitiendo que cada miembro se pueda desarrollar como individuo.
En definitiva, el objetivo no es otro que ampliar la educación emocional al ámbito familiar para generar redes de comunicación padres- hijos con la mayor claridad posible, y dando máxima tolerancia a las diversas maneras de pensar y sentir. Todo ello con la única intención de abrir un canal de enlace, de corazón a corazón, que pueda estar activo toda la vida y permita un crecimiento conjunto capaz de propagarse de generación en generación.
Concluyendo, el mejor consejo posible, que resume todo lo expuesto, es algo muy fácil y accesible: hablar, escuchar a los hijos y dejarlos-se sentir.
 

  1. Un soplo de esperanza

“Confianza en sí mismo, es hacerle caso al CORAZÓN aunque tu cabeza diga que no” (Andrea, 4 años. Tenerife)
 
Ojalá que esta lectura no os deje impasibles y que os ayude a descubrir o reafirmar la idea de que educar es algo más que transmitir conocimientos. Educar sobrepasa los límites de la razón para acercarse más que nunca al corazón y dejar paso a una nueva escuela.
Por esta razón y muchas más, que podremos encontrar juntos, aprender a vivir y convivir con emoción y creatividad no es más que aprender a escuchar tu CORAZÓN para transformarlo
– en la luz que necesitan nuestros niños y  niñas,
– en la ayuda incondicional que necesitan padres y madres,
– en el apoyo pleno hacia nuestros compañeros y
– en el amor necesario e infinito que necesita urgentemente la sociedad delS.XXI.
 

BEATRIZ MONTAÑÉS RÍOS

 
[1] SALOVEY, P. & MAYER, J. D. (1990). Emotional intelligence. Imagination, Cognition, and Personality.
[2] BISQUERRA, R. (2000). Educación emocional y bienestar. Barcelona. Praxis.

Misión Joven. Número 442. Noviembre 2013