Mar Martínez García
Profesora Titular del Área de Psicología Evolutiva y la Educación
Centro de Enseñanza Superior Don Bosco
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO:
La autora hace un resumen del concepto de inteligencia emocional y de sus implicaciones educativas. Parte para ello de la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner y de la concepción de Goleman. Para éste, la inteligencia emocional es la “capacidad de reconocer nuestros sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones”. Tras referirse también a la psicología positiva deSeligman, muestra cómo los que se dedican a la educación tienen “el gran compromiso y la gran responsabilidad de contribuir al desarrollo de esa educación emocional y social que nos permita reinventarnos y ser más capaces de afrontar, juntos, los retos que tenemos por delante”.
- “La inteligencia emocional es útil en tiempos de bonanza, imprescindible en tiempos de crisis”.
Comienzo con esta cita de Hendrie Weinsinger que en realidad es aplicable no sólo a las crisis de tipo económico como la que estamos sufriendo en la actualidad, sino a todo tipo de crisis: tanto de carácter vital, como en nuestras relaciones personales o en el trabajo, y no solo de forma individual sino también colectiva.
¿Y por qué resulta tan importante la inteligencia emocional? Vamos a detenernos a entender qué es para encontrar las claves que nos permitan responder a esa cuestión.
Para ello habría que comenzar, aunque sea de forma breve, por revisar la evolución en la concepción sobre la inteligencia. Tradicionalmente se la ha asociado a aspectos predominantemente cognitivos, y más concretamente a las capacidades lógico-matemáticas y lingüísticas, junto con la memoria. De hecho, son esos los aspectos evaluados y medidos desde siempre por la mayoría de los tests de inteligencia estandarizados, y a partir de los cuales se ha venido obteniendo el denominado cociente intelectual o CI.
Sin embargo, desde hace ya años, se alzaron voces críticas desde los ámbitos de la psicología y de la educación que cuestionaban este concepto de CI y, en general, la concepción sobre lo que se debería entender como inteligencia. Surgieron preguntas tan necesarias como:
– ¿Qué es exactamente lo que miden los test de inteligencia?
– ¿Por qué y para qué se mide y clasifica a las personas según un cociente intelectual?
– ¿Es correcto medir y etiquetar a las personas en proceso de desarrollo y cambio con un simple número estático como es un CI?
– Y quizás, la pregunta que abrió la puerta a su vez a más preguntas fértiles para lograr un cambio significativo a la hora de entender en qué consiste ser inteligente fue: ¿es el cociente intelectual y la concepción sobre la inteligencia que éste refleja lo que pronostica el éxito en la vida, tanto en lo académico como lo profesional y personal?
- Diferentes formas de ser inteligente: el enfoque de las “inteligencias múltiples”.
Una de las propuestas más interesantes para responder a esa última pregunta vino de la mano de Howard Gardner y su equipo de la Universidad de Harvard, en 1983, al ofrecernos otra visión realmente novedosa del concepto de inteligencia, a partir de su modelo de las inteligencias múltiples. En él, ésta no se concibe como algo unitario, sino como un conjunto de inteligencias múltiples, distintas y con un carácter de cierta independencia. Define la inteligencia como la «capacidad de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas». De modo que defiende que, así como hay muchos tipos de problemas que resolver, también hay muchos tipos de inteligencia.
Según esta teoría, todos los seres humanos poseen las ocho inteligencias propuestas en mayor o menor medida, por lo que hablaríamos de que, en cada persona, encontraríamos una combinación de inteligencias.
De hecho, esta concepción en realidad recupera el origen etimológico del término “inteligencia”, puesto que proviene del latín intelligere, compuesto de inter`entre’ y legere `elegir o escoger’. De modo que alguien inteligente sería quien sabe escoger; es decir, que la inteligencia entonces permitiría ser capaz de elegir las mejores opciones para resolver un problema o una cuestión, lo cual podría ser aplicable a situaciones muy diversas, y de diferente naturaleza, que se nos presentan continuamente en nuestra vida cotidiana.
Es precisamente Gardner quien habla por primera vez de inteligenciaintrapersonal e inteligencia interpersonal como dos de estas ocho inteligencias propuestas en su modelo, siendo uno de los principales precursores del gran interés que existe en la actualidad por los aspectos emocionales como elemento fundamental del funcionamiento psicológico, cognitivo y social de la persona en sus diferentes facetas.
- La posibilidad de ser mejores: la inteligencia emocional.
Aunque realmente fue más tarde Daniel Goleman, en 1995, quien fundió y popularizó en un solo concepto denominado inteligencia emocional esas dos inteligencias propuestas por Gardner, en su libro Inteligencia Emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?, publicado un año más tarde en nuestro país con el título más escueto de Inteligencia Emocional, y que se convirtió en poco tiempo en un auténtico best seller en la mayoría de los países –iba a escribir “de todo el mundo”, pero me he corregido a tiempo para no caer en el error de olvidar, que en muchas partes del mismo, muchos millones de personas ni siquiera pueden comprar un libro, y lo que es infinitamente peor, no han tenido la posibilidad de aprender a leer-.
No obstante, no quisiera hacer pensar que anteriormente a las teorías deGardner o Goleman no se hubiera prestado atención a la importancia de las emociones o que, aunque sin denominarla con tal nombre, no se haya reflexionado sobre lo que es la inteligencia emocional. De hecho, el propio Daniel Goleman, en el libro ya mencionado, arranca con una introducción titulada “El desafío de Aristóteles”, donde incluye un párrafo de la obra Ética a Nicómaco de este filósofo:
Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
En realidad, Aristóteles nos ofrece un clarísimo ejemplo de lo que es la inteligencia emocional. Lo que ocurre es que tradicionalmente, en la mayor parte de los casos, desde la propia filosofía, la psicología y otras disciplinas, las emociones han sido vistas como un lastre para poder alcanzar un pensamiento puro y racional; como algo primitivo que nos acercaba a nuestra naturaleza más animal y denostada. A menudo el mostrar emociones se ha considerado un signo de debilidad y algo que, por lo tanto, había que reprimir. Y, desde luego, unir en un mismo concepto las palabras “inteligencia” y “emoción”, hubiera sido, en otro tiempo, cuando menos chocante, por no decir un disparate. Goleman (1996) lo explica así:
“En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional, y nuestro funcionamiento en la vida está determinado por ambos (…). Esto vuelve a poner sobre el tapete el viejo problema de la contradicción existente entre la razón y el sentimiento. No es que nosotros pretendamos eliminar la emoción y poner la razón en su lugar –como quería Erasmo-, sino que nuestra intención es la de descubrir el modo inteligente de armonizar ambas funciones. El viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la emoción. El nuevo paradigma, por su parte, propone armonizar la cabeza y el corazón. Pero, para llevar a cabo adecuadamente esta tarea, debemos comprender con más claridad lo que significa utilizar inteligentemente las emociones” (pp. 58-59).
Por ello, aunque en la actualidad ya nos sea un concepto conocido y repetidamente escuchado, es importante que entendamos las repercusiones reales que tiene asumir esta forma de entender la inteligencia. Para ayudar a convencernos de la necesidad de tomar conciencia acerca del papel de la inteligencia emocional en nuestra vida aporto un dato que creo muy revelador: según investigaciones realizadas por The Consortium for Research on Emotional Intelligence inOrganizations, el éxito de las personas se debe en un 23% a las capacidades intelectuales y en un 77% a las aptitudes emocionales. Y cuando se habla de éxito no se refiere sólo al académico o profesional, sino también al personal.
3.1. ¿En qué consiste ser emocionalmente inteligente?
Bien, parece que merece la pena entonces detenernos a analizar con más detalle cuáles serían esas aptitudes emocionales que tanto influyen en todos los aspectos de nuestra vida.
Goleman definió la inteligencia emocional como la capacidad de reconocer nuestros sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones. Partiendo de esta definición general, vamos a intentar concretar aún más, y para ello nos puede ser útil volver a los dos tipos de inteligencia propuestos por Gardner: la inteligencia intrapersonal y la interpersonal.
La inteligencia intrapersonal se refiere a la comprensión de uno mismo; es el conocimiento de los aspectos internos de una persona, es decir, ser capaz de acceder a la propia vida emocional, a la propia gama de sentimientos. Consiste en la capacidad de poder discriminar las diferentes emociones y, además, ponerles un nombre y recurrir a ellas como medio de interpretar y orientar la propia conducta.
Las personas que poseen una inteligencia intrapersonal notable poseen modelos ajustados y eficaces de sí mismos.
Por otro lado, la inteligencia interpersonal permite comprender a los demás y comunicarse con ellos de forma eficaz, teniendo en cuenta sus diferentes estados de ánimo, temperamentos, motivaciones y habilidades. Incluye la capacidad para establecer y mantener relaciones sociales y para asumir diversos roles dentro de diferentes grupos. La inteligencia interpersonal está relacionada con el contacto persona a persona y la predisposición a las interacciones efectuadas en grupos o actividades de tipo colaborativo. Podríamos decir que la capacidad de empatía sería la clave.
En cualquier caso, es evidente la estrecha relación e interdependencia entre estos dos tipos de inteligencia. Precisamente el concepto de inteligencia emocional nos permite englobarlos y entender mejor su estrecha vinculación.
Aunque aquí nos hemos centrado en los modelos de Gardner y Goleman, lo cierto es que han ido surgiendo más modelos sobre inteligencia emocional. Más allá del debate teórico que pueda darse sobre cuál es el modelo más adecuado, en lo que sí encontramos un acuerdo general es en que existen unas competencias emocionales que deberían aprender todas las personas, lo que se ha dado en llamar laalfabetización emocional.
Al fin y al cabo, y tal y como dice el propio Goleman, cualquier concepción de la naturaleza humana que soslaye el poder de las emociones pecará de una lamentable miopía. Lo explica así:
“A la luz de de las recientes pruebas que nos ofrece la ciencia sobre el papel desempeñado por las emociones en nuestra vida, hasta el mismo términohomo sapiens –la especie pensante- resulta un tanto equívoco. Todos sabemos por experiencia propia que nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto –y a veces más- de nuestros sentimientos como de nuestros pensamientos. Hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales (de todo lo que mide el CI) para la existencia humana pero, para bien o para mal, en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados por las emociones, nuestra inteligencia se ve francamente desbordada” (1996, p.23).
De nuevo la etimología nos aporta luz sobre la naturaleza de la emoción. El término proviene del verbo latino movere (que significa “moverse”) más el prefijo “e-”, es decir, sería “movimiento hacia”. Por tanto nos sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a la acción; las emociones funcionarían como motores de nuestro comportamiento.
3.2. La clave está en nuestro cerebro.
Un pilar esencial en el que se ha fundamentado la teoría de la inteligencia emocional ha sido la investigación reciente en el ámbito de la neuropsicología. Los modernos medios tecnológicos de neuroimagen, como el escáner cerebral, han permitido poder llegar a vislumbrar el funcionamiento de nuestro cerebro en sus misterios más profundos, mientras pensamos, imaginamos, soñamos o sentimos. En palabras de Goleman:
“Este aporte de datos neurobiológicos nos permite comprender con mayor claridad que nunca la manera en que los centros emocionales del cerebro nos incitan a la rabia o al llanto, el modo en que sus regiones más arcaicas nos arrastran a la guerra o al amor y la forma en que podemos canalizarlas hacia el bien o hacia el mal. Esta comprensión –desconocida hasta hace poco- de la actividad emocional y de sus deficiencias pone a nuestro alcance nuevas soluciones para remediar la crisis emocional colectiva” (1996, pp.12-13).
- Esa asignatura pendiente: la necesidad de una educación emocional.
Eduard Punset, autor interesado en el tema de las emociones y con varias publicaciones de carácter divulgativo sobre el mismo, defiende la importancia de seguir sensibilizando sobre la necesidad de una educación emocional con estas palabras: “Si me preguntaran sobre la revolución que se nos viene encima y que nos va desconcertar a todos, respondería, sin vacilar, la irrupción del aprendizaje social y emocional en nuestras vidas cotidianas” (Bisquerra, 2012, p.5).
Lo cierto es que parece que este planteamiento es compartido por muchos. En los últimos años se han multiplicado las investigaciones, publicaciones, congresos y cursos de formación sobre este tema de la inteligencia emocional, así como sobre cómo conseguir desarrollar las competencias relacionadas con la misma. Lo importante, además, es que este interés se ha extendido a numerosos y variados ámbitos: el mundo de la empresa y de las organizaciones, los campos de la educación, de la salud o el deporte, por poner algunos ejemplos. Y los resultados están siendo realmente significativos y muy fructíferos.
En esta línea, encontramos la Psicología Positiva, un nuevo enfoque dentro del ámbito del la Psicología, iniciado por Seligman, que está muy relacionado con todo lo que vengo planteando en este pequeño artículo. Tradicionalmente en Psicología nos hemos centrado más en estudiar e investigar, por decirlo de alguna manera, lo que no funciona o funciona mal: los trastornos, las patologías, las dificultades… Sin embargo, Seligman se hizo una gran pregunta: ¿por qué hay personas que viviendo situaciones difíciles, o incluso extremas, en vez de enfermar psicológicamente o de hundirse como otras, son capaces no sólo de salir indemnes, sino incluso fortalecidas? Estudiando y analizando esto se llegó a un concepto muy interesante: la resiliencia, que se podría definir como la capacidad de sobreponerse a periodos de dolor emocional o traumas, y como ya apuntaba anteriormente, incluso ser capaz de resultar fortalecido por esa experiencia.
La psicología positiva, por tanto, se centra en las capacidades, valores y características positivas de los seres humanos. Desde la neuropsicología se plantea que las personas resilientes tienen un mayor equilibrio emocional, una mayorinteligencia emocional frente a situaciones de estrés, de crisis, de modo que pueden soportar mejor la presión. Esto permite una sensación de control frente a los acontecimientos y una mayor capacidad de afrontar retos. Permite que una persona o grupo sienta que puede superar obstáculos de forma exitosa.
Por ello termino como empezamos. Con la cita de Hendrie Weinsinger: “La inteligencia emocional es útil en tiempos de bonanza, imprescindible en tiempos de crisis”. Espero que ahora, tras todo lo expuesto, entendamos que en gran parte las soluciones, las respuestas, radican en cómo seamos capaces de percibir lo que nos ocurre, en cómo seamos capaces de gestionar nuestras emociones para que se conviertan en motor de afrontamiento y cambio de las situaciones difíciles y negativas que podamos encontrar. Entender que la fortaleza está en nosotros, como individuos pero, sobre todo, siendo capaces de sumar esas fuerzas junto a otros. Ser capaces de cooperar y buscar fórmulas para sentirnos bien y procurar el bienestar de los que nos rodean. Y quienes nos dedicamos a la educación tenemos el gran compromiso y la gran responsabilidad de contribuir al desarrollo de esa educación emocional y social que nos permita reinventarnos y ser más capaces de afrontar, juntos, los retos que tenemos por delante…
BIBLIOGRAFÍA
– Bisquerra, R. (Coord.) (2012). ¿Cómo educar las emociones? La inteligencia emocional en la infancia y la adolescencia. Esplugues de Llobregat: Hospital SantJoan de Déu.
– Gardner, H. (1998). Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica. Barcelona:Paidós.
– Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós.
– Fernández-Berrocal, P., Ramos-Díaz, N. (2002). Corazones inteligentes. Barcelona:Kairós.
– Hué, C. (2007). Pensamiento emocional. Zaragoza: Mira Editores.
– Lantieri, L. (2009). Inteligencia emocional infantil y juvenil: ejercicios para cultivar la fortaleza interior en niños y jóvenes. Madrid: Aguilar.
– Mora, F. (2009). Cómo funciona el cerebro. Madrid: Alianza Editorial.
– Punset, E. (2010). Viaje a las emociones. Barcelona: Destino.
– Seligman, M. (2011). La auténtica felicidad. Barcelona: Zeta.
MAR MARTÍNEZ GARCÍA
Misión Joven. Número 442. Noviembre 2013