Ubaldo Montisci
Salesiano, catequeta y docente de «Teología de la educación» en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO.-
El autor, experto en Catequética, reflexiona sobre la relación entre Catequesis y Nueva Evangelización, y sobre los actuales cambios de acento en la función eclesial de la catequesis. Nos ofrece también unas pistas sobre las condiciones y líneas de actuación que hoy pueden mejorar la praxis catequética.
El reciente XIII Sínodo de Obispos (7-28 octubre 2012), centrado en la revisión de la capacidad de las comunidades cristianas para vivir su dimensión misionera en la actual intemperie cultural, ha tocado un punto neurálgico para la vida de la Iglesia. Al finalizar sus trabajos, sin embargo –y como suele ocurrir con las grandes expectativas–, desde diferentes posiciones se tiene la impresión de que el acontecimiento eclesial no ha conseguido del todo restituir energía fresca y entusiasmo a las comunidades cristianas y, sobre todo, dar respuestas concretas a numerosas cuestiones presentes hoy en la Iglesia, concernientes a la capacidad de evangelizar.
Las expectativas se referían también a la catequesis que, no estando en el centro del Sínodo[1], terminó implicada en base al objeto común que estaba en juego: la transmisión de la fe. En las Proposiciones finales se asegura que «una buena catequesis resulta esencial para la nueva evangelización» (n. 29). Se trata de una afirmación comprometedora, presentada por desgracia en modo lapidario y sin ulteriores desarrollos, que merece una reflexión no superficial; en concreto, nos preguntamos: ¿cuáles son las condiciones que hacen «buena» una catequesis?, ¿por qué es «esencial» en el proceso evangelizador?, ¿qué comporta la referencia específica a la época actual de nueva evangelización?
- La catequesis al servicio de la nueva evangelización
Antes de nada, es necesario tener una idea suficientemente clara del concepto «nueva evangelización» (NE), expresión acuñada por Juan Pablo II[2] y punto de referencia obligado en la acción eclesial de nuestros días, pese a ciertos elementos problemáticos denunciados por estudiosos del tema, referidos especialmente –como sabemos– al adjetivo «nueva» en relación al sustantivo «evangelización» tal como aparece formulado en los números 14 y 24 de la Evangelii nuntiandi.
El atributo «nueva» debe declinarse, en principio, en referencia a un tiempo que no solo instaura un simple cambio de época, sino que constituye una especie de «inédito absoluto» en la historia de la humanidad[3]; por otro lado, nos hace conscientes de la urgencia de que la Iglesia recupere energía, voluntad, frescura e ingenio en su compromiso evangelizador[4].
No se trata de rehacer algo mal hecho o que no ha funcionado, como si la nueva acción fuese un juicio implícito sobre el fracaso de la primera; ni estamos frente a un nuevo modelo pastoral que, por sucesión lineal, sustituye a otras acciones (la misión ad gentes, la «cura» pastoral). La NE, más bien, es un instrumento de evaluación e integración de todas las acciones que, con osadía y coraje, pretende abrir sendas inéditas –y quizá aún inexploradas– ante los cambios en los que la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio.
El Sínodo, tras confirmar la Trinidad como fuente de la NE (Proposición 4),reconoce la mediación humana de la inculturación (Proposición 5) para consentir la regeneración en el Espíritu, una refundación de la experiencia cristiana tanto personal, como comunitaria y cultural. La Iglesia manifiesta así la voluntad de habitar en el nuevo clima cultural de modo propositivo; de ahí que mucho dependerá de la actitud con la cual sepa dialogar con la cultura: el modelo de lectura eclesial de la situación, hasta ahora, considera la crisis en un sentido prevalentemente negativo, como si en la sociedad actual fuese imposible el renacimiento de la experiencia cristiana y la cultura no constituyera un recurso para la realización de la salvación. Las intervenciones del magisterio, con frecuencia, parecen más “reactivas” quepropositivas, más en la óptica de la emergencia y del remedio a los males del mundo que empeñadas en buscar la presencia del Espíritu que Dios siembra en cualquier tiempo y cultura.
En concreto, la NE presupone el estímulo y la promoción de algunas actitudes fundamentales en la acción pastoral:
1.- La voluntad de discernimiento, es decir, de vivir la coyuntura presente reconociendo el bien en los diversos «escenarios» nuevos, convencidos de que también en nuestro tiempo es posible anunciar el Evangelio y vivir la fe cristiana.
2.- La capacidad de vivir con formas de adhesión radical y genuina a la fe cristiana que sean testimoniales, con la simple manifestación simple de la fuerza transformadora de Dios en la historia del hombre.
3.- Una clara y explícita relación con la Iglesia, que haga visible su carácter misionero y apostólico.
4.- La disponibilidad para obrar con «fidelidad creativa», esto es, con capacidad de conversión y reforma interna a nivel cultural, organizativo y lingüístico.
La NE, en fin, se refiere en primer lugar a las naciones de antigua cristiandad, como la española o la italiana, donde generaciones enteras de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o, incluso, no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una vida alejada de Cristo y de su Evangelio[5]. La catequesis, en este contexto particular, debe aportar su contribución específica.
- El papel «esencial» de la catequesis en la nueva evangelización
La catequesis, junto con la liturgia y la caridad, constituye uno de los elementos determinantes en la configuración del proceso de maduración en la fe de cada creyente. Afirmar la «esencialidad» de su presencia en la NE significa evidenciar la unicidad y, en cierto modo, hasta la indisolubilidad en su relación con la catequesis. Este aspecto reclama una reflexión sobre la identidad y finalidad de la catequesis dentro del proceso evangelizador de la Iglesia.
Respecto a la identidad, se ha de advertir enseguida que la reflexión del último Sínodo parece anclada en un concepto más bien genérico de catequesis: losLineamenta se limitan a decir que “la catequesis, a partir del Sínodo a ella dedicado, se entiende ya como el proceso de transmisión del Evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha recibido, como lo comprende, lo celebra, vive y comunica” (n. 44). Pese a la autoridad de las fuentes[6], se ha de observar que la definición no es unánimemente compartida por los expertos y resulta reductiva a la luz de algunos significativos avances catequéticos y culturales contemporáneas.
Los estudios catequéticos, en particular, apuntan hacia una reorganización de la dimensión doctrinal y presentan la catequesis, antes de nada, como una acción relacional y comunicativa. En suma, la catequesis debe no tanto –o no solo– transmitir un bagaje de conocimientos, cuanto favorecer la comunión con Jesucristo; su fin definitivo, en efecto, “es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo” (DGC, n. 80).
Al mismo tiempo, asistimos a una mayor valoración de la importancia de la contribución humana al diálogo salvador con Dios. Se pone menos la atención en los contenidos y más en la persona que ha de entrar en relación con el Señor y con la comunidad cristiana; en este sentido, se describe la catequesis como la “forma particular del ministerio de la Palabra que hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, explícita y operativa confesión de fe” (DGC, n. 82). La centralidad del sujeto humano resulta evidente y se funda en el reconocimiento del papel esencial de las personas implicadas en la relación educativa, cuya libertad y responsabilidad constituyen el presupuesto indispensable para la maduración humano-cristiana de cada individuo: cualquier intervención formativa que no incluya a los destinatarios está destinada al fracaso; atenerse únicamente a los contenidos es infecundo porque “hasta los valores más altos del pasado no pueden simplemente heredarse, sino que han de hacerse nuestros, renovándolos a través de la asunción personal, no siempre fácil”[7].
Se trata de una perspectiva no excluyente (no pretendemos discutir el primado de la acción precedente de Dios y su gracia) que, sin embargo, valora la acción de todos los protagonistas del diálogo entre Dios y la humanidad; justamente por eso, en varios documentos eclesiales[8], se prefieren las expresiones «proponer» o «comunicar la fe» al término «transmisión», en cuanto más sensibles a integrar la cooperación de los seres humanos, con su libertad y responsabilidad, en la historia de la salvación.
En sintonía con este modo de concebir las cosas, por catequesis se entiende, en general, “toda actividad dialogada, organizada pedagógicamente, que tenga la finalidad de ayudar a las personas y comunidades a apropiarse de la fe y vivirla en sus diferentes dimensiones. […] Ella no tiene el poder de transmitir la fe; su papel consiste en cuidar las condiciones –cognitivas, relacionales, comunitarias, ambientales, etc.– que la hacen posible, comprensible y deseable”[9].
En cuanto a la finalidad de esta específica función eclesial que es la catequesis, ante el énfasis puesto actualmente sobre el primer anuncio (PA) como momento que funda genética y cronológicamente el camino de fe[10], se ve obligada a repensarse a sí misma, para encontrar su justa colocación y su función precisa dentro del proceso evangelizador. Por el momento, nos movemos en una doble polaridad:
- La defensa de un concepto «fuerte» de catequesis, que se cualifica por la responsabilidad peculiar de acompañar el crecimiento de quienes ya han adherido a Jesucristo o, en cualquier caso, han dado los primeros pasos en el camino de fe, distinguiéndose de esta manera del PA, al que compete en cambio el honor de favorecer la «generación» de la fe;
- La posición de aquellos que insisten en la urgencia de una catequesis misionera, o sea, “que tenga como objetivo primario y como finalidad última la propuesta de la fe y la invitación a la conversión”[11], y consideran su organización estrechamente interrelacionada con la propia del PA.
Ambas perspectivas se pueden apoyar en disposiciones magisteriales autorizadas: la primera está en sintonía con cuanto afirma el Directorio General para la Catequesis[12], y tiene el mérito de «aligerar» la actividad catequética de responsabilidades demasiado vastas, con las que a veces ha cargado y que en alguna manera la paralizan[13]; la segunda encuentra su apoyo en la Catechesi tradende o en el mismo Directorio General para la Catequesis[14], que evidencian la necesidad, por motivos pastorales, de ampliar el horizonte propio de la catequesis.
Este último punto de vista encuentra partidarios, bien porque parece recuperar el sentido originario de la catequesis –que “no se puede identificar con una sociedad cristiana donde (casi) todos son bautizados de pequeños; al contrario, en principio, está presente allí donde se anuncia el Evangelio en vistas a la conversión y fe en Jesucristo”[15]–, bien porque se reconoce que, en la práctica, las líneas de demarcación teórica entre las etapas del proceso evangelizador se ensamblan hasta desaparecer como tales, diluyéndose las diferencias que caracterizan los destinatarios de la actividad eclesial[16]: nos damos cuenta que, en el fondo, ¡todos somos «buscadores de Dios»!
En definitiva, necesitamos optar y atenernos a las consecuencias; en cualquier caso, sea cual sea la opción, la catequesis tiene un papel «esencial» en la NE en cuanto es “el primer acto educativo de la Iglesia” (Gravisimun educationis, n.4).
Se podría objetar que, si es verdad que la catequesis es una acción educativa, sin embargo, no abarca ya por completo el dispositivo formativo eclesial, que puede contar hoy con formas de «pastoral integral» tras el redescubrimiento y la valoración de la liturgia y la caridad como lugares educativos por eminencia[17], así como tras el reto de la centralidad del PA, destinado a ser el hilo conductor de todas las acciones pastorales[18].
El primado de la catequesis, no obstante, tiene aún su valor; en efecto, si en el pasado se trataba de hecho de un «primer» acto educativo, porque la catequesis sumaba en sí la casi totalidad de las intervenciones con las que la comunidad cristiana se prodigaba en la educación de las nuevas generaciones, tal prioridad permanece hoy, pues se considera que la catequesis da inicio o introduce en todas las dimensiones de la vida cristiana y acompaña al creyente en todas las etapas del camino de maduración de la fe. Tal como afirma un documento italiano: “La catequesis no es todo, pero en la Iglesia todo necesita catequesis: la liturgia, los sacramentos, el testimonio, el servicio de la caridad”[19].
Naturalmente, sigue viva la aguda urgencia de alcanzar una más estrecha sinergia de la catequesis con las otras funciones eclesiales, para no exponerla al aislamiento.
- Condiciones para una «buena» catequesis
La Iglesia, en toda época, ha extendido al máximo su esfuerzo por engendrar nuevos hijos de Dios y hacerles madurar en la fe. También en nuestro tiempo necesita formas de intervención que salvaguarden los valores perennes de la tradición, atendiendo igualmente a la novedad de la cultura contemporánea y a la NE. Sin pretensión de ser exhaustivos, sugerimos algunos centros de atención para que la catequesis pueda desarrollar su específica tarea de manera fecunda, esto es, para que resulte una «buena» catequesis, como deseaba el Sínodo de Obispos.
3.1. Una aproximación sistemática para encarar el camino de fe
Resulta claro para todos que la crisis de la transmisión intergeneracional de la fe no es un fenómeno pasajero ni de fácil solución. El modelo catequístico dominante en la práctica es todavía el tridentino, que aún goza de un cierto número de seguidores –en especial, entre aquellos que ven en el «catecismo» el instrumento más idóneo para la transmisión de la fe–; pero son cada vez más numerosos quienes denuncian la inadecuación del mismo en la situación contemporánea. En consecuencia, se buscan vías inéditas, se experimentan diversas formas de itinerarios de fe, mas por el momento la definición de nuevos paradigmas de referencia está pendiente de una buena formulación[20].
Ahora bien, cuando se hace balance o se preparan estrategias, el riesgo de los prejuicios y de las contraposiciones entre los distintos agentes pastorales no es nada raro. Sucede así porque no existe un acercamiento correcto a la problemática. Normalmente, en efecto, las distintas partes se limitan a oponer el propio parecer sobre las diversas iniciativas catequísticas con un amplio elenco de ventajas (si se es favorable) o desventajas (si se es contrario), sin alcanzar una visión panorámica y global que tenga en cuenta todos los elementos puestos en juego. En cambio, sería necesario una aproximación sistemática, que no se reduzca a presentar, uno después de otro, todos los elementos, sino que “los considere dentro del sistema de relaciones que los une, entre ellos y con otros ya existentes. De esta forma, emergen las ambigüedades y resulta posible tomar en serio los puntos controvertidos: en cualquier sistema, pues, la variación de un punto provoca también cambios en el resto. De ahí que la ventaja en un elemento puede ir acompañada de la desventaja en otro. El catálogo lineal e irenista de las ventajas […] termina fácilmente siendo abstracto, al igual que un hipotético elenco de las desventajas acaba siendo estéril”[21].
Hace falta una mentalidad sanamente crítica, también frente a las propuestas pastorales indicadas oficialmente por los documentos del magisterio eclesial: a problemas complejos no se pueden dar soluciones simplistas o unívocas; es indispensable un trabajo serio de discernimiento tal como manifiesta la NE.
3.2. Una catequesis fiel a Dios y al hombre
En línea con las últimas afirmaciones, para una «buena» catequesis resulta indispensable la referencia constante al principio de la doble fidelidad: a Dios y al hombre en situación (DGC, n. 145). Dicha preocupación evita las posiciones unilaterales que contraponen, por ejemplo, tradición y educación, sacramentos y proceso educativo en los recorridos de la iniciación cristiana, contenido y método.
En tiempos de «emergencia educativa», hemos de redescubrir y recomendar el valor de la tradición –en nuestro caso la traditio fidei– “porque educar es exactamente poner la solidez de una tradición en manos de la creatividad de las nuevas generaciones. […] Justamente porque el ser humano es libertad e historia, nodispone a su placer de sentido y verdad: sentido y verdad son dones de los que nos hemos de apropiar”[22]. Al mismo tiempo, la catequesis no debe desatender el cuidado de las personas y sus concretas situaciones existenciales; antes bien, una aplicación coherente de tal perspectiva la obliga a repensarse, en cuanto los destinatarios “no sólo marcan la dirección del empeño proprio de la acción catequística, sino que también determinan su desarrollo y articulación interna, de tal modo que dicha acción se configura y se define como acción pedagógica en vistas y a partir de la realidad de los mismos destinatarios”[23]. Quizá los especialistas del sector –más allá de la clásica dinámica traditio-reditio– deban examinar con mayor atención la reditio, o sea, las dinámicas a través de las cuales la persona aprende, interioriza y re-expresa los contenidos de la fe que le comunican.
El principio de la doble fidelidad puede aplicarse también a la iniciación cristiana que, como cualquier iniciación, tiene lugar en un proceso «dialéctico», resumible en las expresiones «iniciarse» y «ser iniciado». La primera de ellas subraya la acción y la colaboración personal en el itinerario de iniciación; la segunda, en cambio, privilegia la focalización de la intervención divina a través de la comunidad eclesial. Superando perspectivas unilaterales, se ha de recordar siempre que “la iniciación «objetiva» (lo dado gratuitamente) y la iniciación «subjetiva» (aquello recibido activamente) son dos aspectos complementarios e integrantes del mismo proceso”[24]. Tal principio gobierna igualmente la relación entre el contenido y el método para “evitar toda contraposición, separación artificial o presunta neutralidad entre método y contenido, afirmando más bien su necesaria correlación e interacción. […] Un buen método de catequesis es garantía de fidelidad al contenido” (DGC, n. 149).
3.3. Los adultos como centro de la atención catequística
El Sínodo insiste sobre la catequesis de adultos (CA): “No se puede hablar de nueva evangelización si la catequesis de adultos es inexistente, fragmentaria, débil o está descuidada” (Proposición 28). Aunque siempre se ha subrayado la necesidad de la catequesis con los adultos, en la práctica, no siempre las orientaciones teóricas corresponden a las realizaciones concretas: hay que hacer aún mucho más, lo mismo que dejar bien claros los términos del problema.
Antes de nada, hace falta que la «centralidad» de la CA sea entendida correctamente: “Centralidad no significa prioridad respecto a otras formas de catequesis, sino exigencia de hacer converger el proyecto catequístico y los diversos itinerarios en un núcleo central de referencia: la catequesis de adultos, por supuesto”[25]. Después, en cualquier caso, se debe afrontar la cuestión del cómo precisar la identidad del adulto en la fe. Dar una definición unívoca de adulto no es tarea fácil[26]. Un reciente texto canadiense, entre los documentos eclesiales que se esfuerzan por dar indicaciones al respecto, afirma que el creyente –un discípulo que hace la voluntad del Padre– se caracteriza por la capacidad de “narrar la propia experiencia de salvación y liberación, de testimoniar, de leer la Escritura y de actualizarla, de situar la propia experiencia en relación con la tradición cristiana, de buscar las razones del creer y desarrollar la inteligencia de la fe, de compartir y dar razones de su fe, de tomar la palabra en referencia a la propia fe cristiana, de dialogar con diferentes categorías de personas, de discernir los signos de los tiempos”[27].
Habida cuenta de que el catecumenado de adultos contiene los criterios inspiradores de toda catequesis, y de que la catequesis con los adultos es su forma principal (DGC, n. 59), resulta evidente la urgencia de organizar itinerarios diferenciados de educación a la fe dentro de la vida eclesial de la comunidad, para acompañar a las personas a través de los diferentes períodos de su vida, impulsando la capacidad de autoafirmación de todas ellas.
3.4. Comunidad donde hacer experiencias transformadoras
La experiencia es un medio educativo necesario para cualquier tipo de educación. También en el ambiente catequético se asume la convicción de que “sin experiencia religiosa no existe comunicación religiosa”[28]; la transmisión de la fe adviene a través de la narración de experiencias vividas y la propuesta de experiencias a realizar. El catequista debe ser experto en este campo que cualifica su competencia como persona “que posee la capacidad de transmitir y compartir con otras personas su experiencia de vida cristiana”[29].
El ambiente natural e indispensable donde desarrollar la experiencia es la comunidad cristiana. Mucho depende de la calidad de su vida y testimonio para que los jóvenes de mañana acudan a la Iglesia por elección y no por tradición, por deber o por miedo; vengan porque quieran y con la condición de sentirse interesados por el ambiente, pues descubren en la Iglesia un espacio donde se viven realidades que no se experimentan en ningún otro lugar y que dan calidad, fecundidad y plenitud a la vida: la experiencia del encuentro con Dios, la experiencia de la fraternidad y la experiencia del compromiso por la solidaridad y la transformación. Sólo una perspectiva sinodal y de corresponsabilidad, que prevea papales diferenciados y complementarios en el pueblo de Dios, puede garantizar a las comunidades cristiana una educación fecunda de las nuevas generaciones.
3.5. Lenguajes significativos
Hoy más que nunca, en la catequesis, se siente la necesidad de recuperar la armonía de los lenguajes de la fe, de «alargar» la racionalidad (todavía prevalenteen la educación a la fe) con una perspectiva que podríamos llamar «comunicacional» o «simbólica»[30], una perspectiva que introduzca la amplia gama de lenguajes humanos y de la fe (el narrativo vinculado a la Escritura, el simbólico unido a la Liturgia, el de la síntesis propio de las formulaciones dogmáticas, el estético de la poesía y del arte, el argumentativo o el de la oración, etc.).
Entre todos los lenguajes, hay que redescubrir en particular el de la «narración», porque narrar aquello que, por gracia de Dios, hemos llegado a ser constituye un modo respetuoso y adecuado de anunciar la verdad cristiana: la narración de historias personales de vida permite una relación que se propone y no se impone.
¡ CONCLUSIÓN
Si queremos que la catequesis mantenga su significatividad, especialmente en el mundo juvenil, hace falta una cambio de mentalidad pastoral: “La catequesis de jóvenes ha de ser revisada y potenciada profundamente” (DGC, n. 181); además, “en general se ha de proponer a los jóvenes una catequesis con itinerarios nuevos, abiertos a la sensibilidad y a los problemas de esta edad […]. Vale la pena por eso insistir en la necesidad de una adaptación de la catequesis a los jóvenes, sabiendo traducir a su lenguaje con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo” (DGC, n. 185).
Daniel O’Leay cuenta esta pequeña anécdota: “Un chaval estaba sentado en las escaleras de un edificio con un sombrero estropeado a sus pies. Un cartel decía: «Soy ciego, por favor, ayudadme». El sombrero tenía algunas monedas. Un hombre pasaba caminando y dejó caer un euro en el sombrero, cogió el cartel, lo dio la vuelta y escribió algo, para después ponerlo cerca del joven. De repente, el sombrero comenzó a llenarse. Por la tarde, el hombre que había escrito las nuevas palabras en el cartel regresó para ver cómo andaban las cosas. Reconociendo su paso, el joven dijo: «Eres quien esta mañana cambió mi cartel. ¿Qué has escrito? » Aquel señor respondió que había escrito la verdad, pero en un modo diferente a como la decían las palabras del chaval ciego. El nuevo cartel decía: «Estás gozando de un hermoso día, pero yo no puedo verlo»”[31].
Los dos carteles decían a la gente que aquel muchacho era ciego. El primero indicaba simplemente un estado de hecho; el secundo recordaba a la gente el don de ver. Uno se basaba en el conocimiento; el otro, en la experiencia personal; aquél, en la mente; éste, en la entera persona. Sólo conocer o tener ideas y conceptos mentales no cambia en profundidad ni a nosotros mismos ni a los jóvenes.
Estas reflexiones quisieran servir de estímulo para realizar con coraje una catequesis a y con la juventud en la que ellas y ellos lleguen a ser “sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social” (DGC, n. 183).
[1] En las Proposiciones finales del Sínodo, las referencias al ámbito catequístico son 29: el término catequesis aparece 16 veces (nn. 9, 11, 24, 26, 28-29, 37, 47-49, 51); (proceso) catequético 2 (n. 29); catequista/s 6 (nn. 29-30); catecismo (de la Iglesia católica) 2 (n. 29);catecúmeno/catecumenado/catecumenal 3 (nn. 28, 30). Al argumento se dedican explícitamente las Proposiciones 28 y 29, situadas en la tercera parte del documento: «Respuestas pastorales a las circunstancias hodiernas» (usamos la traducción oficiosa propuesta en www.zenit.org, a cargo de Paul DeMaeyer).
[2] JUAN PABLO II, Homilía en la Eucaristía celebrada en el Santuario de la Santa Cruz(Mogila, 9 junio 1979), en “Acta Apostolicae Sedis” 71/II (1979), 865; ID., Discorso a la XIX Asamblea del CELAM (Puerto Príncipe, 9 marzo 1983), n. 3, en “Acta Apostolicae Sedis” 75/I (1983), 778.
[3] Cfr. Angelo SCOLA, Buone ragioni per la vita in comune. Religione, politica, economia, Milano, Mondadori, 2010, 53.
[4] Aparece con claridad en los Lineamenta (n. 5): “Ya estamos en condiciones de comprender el funcionamiento dinámico correspondiente al concepto de “nueva evangelización”: a tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios en acto. A estos desafíos la Iglesia responde no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas contemporáneas”.
[5] Cfr. Redemptoris missio, n. 33. El Directorio General para la Catequesis recoge el texto en el n. 58: “En muchos países de tradición cristiana, y a veces también en las Iglesias más jóvenes, se da una «situación intermedia», (CT 65; cfr. CIC 778) ya que en ella « grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (CCC 915; cf. LG 44). Esta situación requiere una nueva evangelización. Su peculiaridad consiste en que la acción misionera se dirige a bautizados de toda edad, que viven en un contexto religioso de referencias cristianas, percibidas sólo exteriormente. En esta situación, el primer anuncio y una catequesis fundante constituyen la opción prioritaria”.
[6] El texto contiene una referencia explícita al Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 4-10) y alDirectorio General para la Catequesis (DGC, n. 105).
[7] Carta del Santo Padre Benedicto XVI a la Diócesis de Roma acerca de la tarea urgente de la educación, 21 enero 2008(http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2008/documents/hf_ben-xvi_let_20080121_ educazione_it.html.).
[8] Así, por ejemplo, el texto de los Obispos franceses: Proponer la fe en la sociedad actual. Carta a los católicos de Francia (9 noviembre 1996), o las orientaciones pastorales de los Obispos italianos para el primer decenio del 2000: Comunicar el Evangelio en un mundo que cambia (29 junio 2001).
[9] André FOSSION, «La compétence catéchetique», en H. DERROITTE – D. PALMYRE (dir.),Le nouveaux catéchistes. Leur formation, leurs compétences, leur mission, Bruxelles, Lumen Vitae, 2008, 15.
[10] He desarrollado más ampliamente el tema en estas mismas páginas: cf. Ubaldo MONTISCI,Pastoral juvenil y «primer anuncio», en Misión Joven 144-415(2011), 63-72.
[11] Enzo BIEMMI, La dimensione missionaria della catechesi. Il Convegno EEC nel cuore dellaproblematica del primo annuncio, en Catechesi 78 (2008-2009) 3, 5.
[12] El texto fundamental, referido precisamente a la relación entre el PA y la catequesis –una relación que ha de entenderse como distinción en la complementariedad–, se encuentra en el n. 61: “La catequesis, «distinta del primer anuncio del Evangelio», promueve y hace madurar esta conversión inicial, educando en la fe al convertido e incorporándolo a la comunidad cristiana”. Más adelante, en el n. 63, se añade: “El «momento» de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión”.
[13] Cfr. Luciano MEDDI, La catechesi oltre. Il servizio catechistico nella prospettivamissionaria ed evangelizzatrice, en “Euntes Docete” 55 (2002) 2, 113-141, sobre todo 132ss.
[14] En la Cathechesi tradendae, n. 19, se lee: “[…] Es decir, que la «catequesis» debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis”. Y el DGC afirma que las diversas formas del ministerio de la Palabra, según circunstancias pastorales, se ven obligadas a asumir más de una función: “La catequesis, por ejemplo, junto a su función de iniciación, debe asumir frecuentemente tareas misioneras” (n. 52).
[15] Joseph. GEVAERT, Studiare catechetica, Edizione interamente rinnovata, a cura di UbaldoMONTISCI, Roma, LAS, 2009, 11.
[16] Un ejemplo, para entendernos: las clásicas divisiones entre «cercanos» y «lejanos» quizá tengan aún un sentido pragmático para la pastoral, pero son difíciles de individuar bajo el punto de vista sociológico, porque los indicadores sobre los que normalmente se basan (práctica, creencias, pertenencia, etc.) resultan cada vez más incoherentes hasta para la persona misma.
[17] Por ejemplo, las orientaciones pastorales de Conferencia Episcopal Italiana (CEI), Educarealla vita buona del Vangelo (4 octubre 2010), hablan de la liturgia como «lugar educativo y revelador» donde la fe toma forma y es transmitida (n. 39); reconocen en la celebración litúrgica «una intrínseca forma educativa» (n. 20); afirman que, entre las muchas actividades parroquiales, ninguna tiene tanto valor para la vida y la formación de la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía (n. 39); atribuyen a la caridad la capacidad de educar el corazón de los fieles y de manifestar una comunidad solidaria y capaz de discernir (n. 39).
[18] Esa la frase comprometida de los obispos italianos contenida en la nota pastoral: Il voltomissionario delle parrocchie in un mondo che cambia (30 mayo 2004).
[19] CEI, Lettera dei vescovi per la riconsegna del testo “Il rinnovamento della catechesi”, 3aprile 1988, n. 6.
[20] Un tentivo en esta dirección ha sido formulado en los «Coloquios dell’ISPC» (París 12-15 febrero 2003), individuando cuatro hipótesis para componer el nuevo paradigma: una «catequesis de propuesta», una «catequesis más litúrgica», una «catequesis de iniciativa», «hacia una presentación orgánica del misterio cristiano» (cfr. Catéchèse en mutation I-II, in «Catéchèse» (2003) nn. 172-173).
[21] Ugo LORENZI, La riforma dell’iniziazione cristiana dei ragazzi. Uno sguardo d’insieme ealcune proposte. 1, en «La Rivista del Clero Italiano» (2011) 6, 444.
[22] Roberto CARELLI, L’educazione e la tradizione, en «Archivio Teologico Torinese» 17 (2011) 2, 282.
[23] Luciano MEDDI, «L’autocomprensione della catechetica nel cammino della teologia italiananel post-Concilio», en ASSOCIAZIONE ITALIANA CATECHETI, Catechesi ed educazione: un rapportopossibile e fecondo, a cura di Franca FELIZIANI-KENNHEISER, Leumann (TO), Elledici, 2011, 193.
[24] Dionisio BOROBIO, La iniciación cristiana. Bautismo, Educación familiar, Primera Eucaristía, Catecumenado, Confirmación, Comunidad cristiana, Salamanca, Sígueme, 22001, 34. Añade: “Para alcanzar una iniciación plena, por lo tanto, se necesita una cierta «sinergia» entre aquello que me ofrece la Iglesia y cuanto objetivamente acepto, entre la acción de la gracia y la respuesta personal de conversión y de fe, entre la iniciativa salvadora de Dios, mediación eclesial a través de la comunidad, y la aceptación personal del proprio sujeto”.
[25] Cesare NOSIGLIA, Introduzione, en Notiziario dell’UCN 19 (1990), 2, 83; cf. también DCG, n. 20 y DGC, n. 171.
[26] La UNESCO se limita a describir a los adultos como «aquella categoría de personas que la sociedad a la que pertenecen considera como tales». Cf. UNESCO, Recommendation on the Development of Adult Education, Nairobi, 26 noviembre 1976, en http://www.unesco.org/education/pdf/NAIROB_E.PDF (19.10.2008), 2.
[27] ASSEMBLÉE DES ÉVÊQUES DU QUÉBEC, Jésus Christ chemin d’humanisation.Orientations pour la formation à la vie chrétienne, Montréal, Médiaspaul 2004, 33-34. Hay versión española del texto: Jesucristo, camino de humanización, en D. MARTÍNEZ – P. GONZÁLEZ – J. L. SABORIDO, Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto, Santander, Sal terrae, pp. 123-162.
[28] Cfr. E. ALBERICH, La catechesi oggi. Manuale di catechetica fondamentale, Leumann(TO), Elledici, 2001, 113.
[29] UFFICIO CATECHISTICO NAZIONALE, La formazione dei catechisti per l’iniziazione cristiana dei fanciulli e dei ragazzi, 4 giugno 2006, n. 19.
[30] “La aproximación simbólica constituye un modo de acercamiento más completo y respetuoso de la realidad, la cual contiene siempre un exceso, un «plus» respecto a cualquier comprensión racinal. Por esto es más adecuada para expresar el misterio de la fe” (E. BIEMMI, Spunti per riorientare la catechesi.Contenuti, linguaggi, strumenti e percorsi, en «Notiziario dell’Ufficio Catechistico Nazionale» (2012) 5, 302. Se puede consultar online: www.chiasacattolica.it).
[31] Daniel O’ LEARY, The senses have it, en “The Lancet” (23 julio 2011), 8.
Misión Joven. Número 438_439. Julio-Agosto 2013