Agustín Ortega Cabrera
Subdirector del Centro Loyola (Las Palmas), Centro Fe y Cultura de la Compañía de Jesús y Profesor del Instituto Superior de Teología de Las Islas Canarias (ISTIC, Sede Gran Canaria, Departamento de Praxis).
- Inteligencia de la santidad
Hoy en psicología, y en las ciencias sociales en general, se habla mucho de la inteligencia en su diversidad de aspectos: inteligencia emocional, social, ecológica, espiritual… Pues bien, creemos que todas esas inteligencias culminan en lo que vamos a denominar “la inteligencia de la santidad”. Que no es otra cosa que la inteligencia del amor. La santidad consiste en esa vida entregada por y para el amor, como desarrollaremos a continuación. Santidad que es acontecimiento y actualidad por la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la iglesia, y por la venida a España, a la península y a nuestras Islas Canarias, de las reliquias de Don Bosco. Si la santidad, de forma universal y global, es esta vida de plenitud en el amor, corazón de la espiritualidad; se sea creyente o no, en la fe y espiritualidad cristiana-católica la santidad se configura como la vida teologal (la fe que espera y actúa por la caridad) en el Espíritu de Jesús, mediante su comunidad, la iglesia, en nuestro caso, la iglesia católica.
En la fe cristiana-católica, esta vida teologal de la santidad, de la fe que actúa por el amor-caridad en el don (gracia) del Dios Amor, manifestado en Jesús y su proyecto, el Reino del Padre, ha sido siempre el tesoro y la entraña de la fe eclesial. La iglesia ha ido caminando, actualizándose y renovándose en la historia, por la vida de tantos santos y santas que han testimoniado el Rostro del Evangelio de Jesús y su Reino. La santidad es don y carisma teologal, místico y profético que el Espíritu regala a su Iglesia. Para que ella sea testigo fiel, coherente y creíble del Reino en medio del mundo y de la historia.
- En los orígenes cristianos
Efectivamente, ya en los orígenes del cristianismo. Cuando el imperio romano con su sistema de esclavitud y dominación, basado en los ídolos del poder, la riqueza y la violencia quiso pervertir y corromper el corazón de la fe cristiana: surgieron las primeras formas de vida religiosa, como la monástica; el monacato primitivo surgió como don y carisma del Espíritu, como denuncia y alternativa profética a la decadencia y corrupción constitutivas del imperio romano. Fue un hacer memoria actualizadora y renovadora de la entraña de la fe, de Jesús y su iglesia apostólica. Con una vida espiritual de lectura y experiencia de la Palabra de Dios, de pobreza evangélica, de vida comunitaria en el compartir la fe, la vida y los bienes. Lo cual, como se puede observar, era denuncia y alternativa mística-profética al imperialismo del poder y de la riqueza-propiedad, que imponía el sistema romano.
Esta vida religiosa y monástica de espiritualidad, santidad y profecía dio sus frutos abundantes en la conocida como época patrística, con los llamados padres de la iglesia. Como los padres griegos, por ejemplo, los Capadocios y San Juan Crisóstomo en oriente, o los latinos como San Ambrosio y San Agustín. Es de subrayar, como constante en la historia de la santidad y de la iglesia, que estos padres, además de santos, fueron los primeros, cualificados y reconocidos teólogos de la iglesia. Muchos de ellos proclamados doctores de la iglesia. Como a veces se puede pensar, no hay oposición entre la fe y la razón, entre la espiritualidad y el pensamiento o cultura, entre la santidad y la inteligencia. Muy al contrario, estos santos y testigos nos han legado un caudal de filosofía y teología cualificada, real y verdadera, coherente con su vida de fe en el amor.
- En la época patrística
Por ejemplo, como paradigma de lo que estamos diciendo, ahí está toda la fecundidad de la enseñanza social patrística. Ella nos transmite un mensaje veraz y creíble de una fe y espiritualidad al servicio del amor en un compromiso solidario por la fraternidad y justicia con los pobres (empobrecidos, oprimidos y excluidos). Efectivamente, la patrología social es entraña y corazón de una filosofía, de una antropología y ética integral que promueve y desarrolla al ser humano en todas sus dimensiones. En lo espiritual y material, en el cuerpo y en el alma. A nivel personal y cultural, comunitario y social-político. Una ética universal del amor, la compasión y la justicia social, universal que se realiza de forma real, concreta e histórica desde y con los pobres. Y nos presenta claves espirituales y morales tan decisivas en la historia de la fe, de la teología y de la ética como: que la economía y la política deben estar configuradas por el amor y la justicia con los pobres, por lo espiritual y moral en la fraternidad; el destino universal y común de los bienes, que está por encima de la propiedad; la injusticia de las riquezas, del ser rico, ya que estos bienes de más, las riquezas, le pertenecen al pobre; por lo que hay que compartir todo lo superfluo- lo que nos sobra-, los bienes, hasta dejar de ser rico para que no haya pobres.
Y todo este pensamiento espiritual, ético y social, razonable y creíble, coherente y testimonial se abre a lo teologal, se enraíza en el misterio de Dios. Ya que la vida y dignidad de la persona, la dignidad usurpada al pobre, se fundamenta en que los seres humanos somos creados por (somos imagen y semejanza) de Dios. Todavía más, somos hijos de Dios Padre y entrañas Maternas en el Hijo Jesucristo, que por su encarnación ha asumido lo humano y se encuentra presente en los seres humamos. El ser humano, sobre todo el pobre, es sacramento de Cristo Pobre y Crucificado, que se encuentra sufriente y crucificado en la injusticia de la pobreza y miseria. Por lo que toda la solidaridad y justicia que se haga con los pobres se le hace al mismo Señor Jesús, que se identifica solidariamente con sus hermanos más pequeños, los pobres. Este es el criterio y la clave de salvación liberadora que nos trae Jesús y su Reino: la entrega, servicio y compromiso por la fraternidad solidaria y justicia con los pobres, tal como aparece en Mt 25, 31-46, que es clave evangélica de toda la fe y espiritualidad cristiana.
Como se observa, el corazón y la entraña de la espiritualidad, de toda experiencia y encuentro real, auténtico, con Dios es la santidad en el amor y justicia con los pobres, enraizado en el Misterio de la Encarnación. Esto es, el que Dios en Jesús asume y se encarna en lo humano e histórico, desde el amor y la justicia con los pobres. Para salvarnos así en este amor fraterno y justo con los pobres, liberándonos así de todo pecado y mal. Esto es, del egoísmo, de los ídolos del poder y la riqueza, de la pasividad y complicidad con esta injusticia social y opresión, que causa esta riqueza y poder. Nos hemos detenido más en estos orígenes del cristianismo, en el cristianismo antiguo y su enseñanza y testimonio de fe, ya que, como se observa y nos enseña la iglesia, es una época esencial, pilar o núcleo decisivo para comprender lo que ha sido y es la trasmisión y el desarrollo de la fe, desde la santidad, en épocas posteriores, como veremos. En definitiva, fue y es clave para la vida de santidad y amor, que acogió y asume con madurez y hondura el Evangelio del Reino. Lo que es el seguimiento de Jesús Pobre y Crucificado, perseguido a manos de los poderosos y ricos por las Bienaventuranzas de la misericordia y la justicia con los pobres. Así completamos los rasgos principales y el perfil primordial de la santidad en la iglesia, que seguiremos viendo: el conflicto y persecución de los santos y santas, a manos del poder y la riqueza, del sistema injusto y opresor, que no quiere convertirse de su pecado y mal, del egoísmo, privilegios e insolidaridad injusta con los pobres.
- Al final de la Edad Media
Nos situamos ahora en el tránsito entre la Edad Media y Moderna: fue entonces en el sistema feudal el que ha intentando pervertir la fe, a la vida cristiana y religiosa. La aristocracia y nobleza, en continuidad con el Imperio Romano, prosigue con su escandalosa vida de ostentación y privilegios injustos, a costa de explotar y oprimir a las poblaciones rurales, que se van desplazando a las nuevas ciudades. Surge todo un movimiento espiritual y civil, que pretende lograr la fraternidad, igualdad y libertad. En este contexto, como eco de estos anhelos y valores humamos, morales y espirituales surge la renovada vida espiritual y religiosa de santidad, conocida como vida mendicante, con San Juan de Mata, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. Una renovada vida de fe, espiritual y santa en lo evangélico, comunitario y apostólico (misionero), proclamando y realizando la fraternidad, la paz y la pobreza solidaria y liberadora con los pobres; frente al orden feudal de poder, riqueza y posesiones.
Y esta vida santa genera, de nuevo, la inteligencia de la fe y de la santidad, suscitando a genios decisivos para la fe, la teología y el pensamiento en general, tales como San Buenaventura o Tomás de Aquino. Se ha dicho con razón, o como dice la sabiduría popular, “con más razón que tiene un santo”, de este último, del Doctor Angélico: que es el sabio más santo y el santo más sabio; el Aquinate fue sabio porque fue santo y viceversa. Ahí está de nuevo, por ejemplo, su pensamiento moral, social y político, con claves básicas de la fe, de la antropología y de la ética: como el carácter integral, social-político y ético-solidario de la persona; que la economía y la política, las leyes e instituciones deben estar cimentadas en la autoridad, primera y soberana, de las comunidades y pueblos, en el bien común y en la justicia, en la vida y dignidad; y, que por tanto, cuando la autoridad y las leyes, los bienes y la propiedad no se configuran desde esta ética y la justicia no hay que respetarlas, sino que, moralmente, hay que oponerse a ellas y revertirlas para el bien común y el destino universal de los bienes, que es lo primario, moral y espiritual (la ley natural o de Dios, el Evangelio de Jesús).
- En la Edad moderna
Llegamos así a la Edad Moderna, en el conocido siglo XVI, el Siglo de Oro español. Con personas espirituales, y amigos en la fe, de la profundidad de nuestros San Juan de Ávila e Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, la Escuela de Salamanca con Vitoria y Soto, Bartolomé de Las Casas y, después, Francisco Suárez. Ellos son santos y testigos, maestros espirituales, renovadores de la fe y de la teología, del pensamiento y la cultura universal. Ellos, por ejemplo, siguen actualizando y renovando todo este pensamiento moral y social, y son precursores de los derechos humanos y de los pueblos; frente a la injusticia e inmoralidad del ya naciente sistema capitalista -comercial en sus orígenes-, que empezaba a explotar y oprimir a los conocidos hoy como pueblos del Sur. Tal fue la situación del continente latinoamericano.
En el caso de San Juan de Ávila, éste sigue en la línea de los padres y doctores de la iglesia: en su denuncia de la injusticia de la riqueza, del ser ricos; en su promoción evangélica de la fraternidad y solidaridad con los pobres; del destino común de los bienes para todos, para que no exista la desigualdad e injusticia de la riqueza. Y es que, como enseña el denominado apóstol de Andalucía, los pobres tienen el derecho de apropiarse de los bienes que necesiten, porque les pertenece por justicia, sin que sea considerado robo delito.
- En el siglo XIX
Ya avanzada la edad moderna, surgen nuevas congregaciones religiosas y santos como Vicente de Paúl, José de Calasanz, Alfonso M. de Ligorio, y, más tarde, San Juan Bosco. Estos santos y Don Bosco siguen promoviendo la inteligencia de la santidad, en el amor y solidaridad con los pobres, en la educación-formación y desarrollo integral del ser humano; ahora frente al capitalismo industrial, al nuevo egoísmo e insolidaridad de los ricos, causa de violencia e impedimento para el Evangelio, como nos enseña Don Bosco. Él, maestro y amigo de los jóvenes, nos regalo su inteligencia de la santidad, en realidades como su sistema educativo preventivo e integral, basado en la razón y en la fe espiritual desde el amor y el cariño, en ser buenos cristianos y honrados ciudadanos. Una educación-formación y desarrollo integral con los pobres. ¡Cuántos frutos de amor!
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PARA PENSAR Y ACTUAR:
- ¿Cómo podemos hoy continuar y actualizar esta inteligencia de la santidad que atraviesa toda la Historia del mejor cristianismo?
- ¿Qué aplicaciones pastorales concretas se os ocurren?
- Si los Padres de la Iglesia, o Tomás de Aquino, Juan de Ávila, Juan Bosco… vivieran hoy, ¿qué dirían de la actual crisis económica y social?, ¿qué dirían sobre la Nueva Evangelización, sobre nuestra pastoral, sobre nuestra recurrente autorreferencialidad (cf. Papa Francisco) en la Iglesia? ¿Qué caminos nuevos educativos y de crecimiento ofrecerían a los jóvenes de hoy?
- ¿Hay inteligencia de santidad en nuestros discursos, oraciones, proyectos…? ¿Cómo la habría o cómo mejorarla?