María Pérez y Ernesto Morales
Juventud Obrera Cristiana (JOC)
La Juventud Obrera Cristiana (JOC) somos un movimiento de jóvenes que pertenecemos al mundo obrero: trabajamos, buscamos el primer empleo, estamos en paro o estudiando. Nuestro ser obrero y cristiano nos anima a organizarnos junto a otros/as jóvenes para hacer frente a situaciones de injusticia y sufrimiento, y conseguir unas condiciones de vida más dignas. De esta manera, queremos rebelarnos ante tantas situaciones de precariedad y transformar la dura realidad del mundo obrero, con la seguridad de sentirnos Hijos e Hijas de Dios.
En la actualidad, nos enfrentamos a una situación de crisis global que abarca múltiples niveles (económico, social, ético, religioso…), y estamos viendo cómo la juventud se siente sin futuro. Porque mucho se ha dicho y escrito sobre los orígenes de la crisis: quiénes tienen la culpa, quiénes la están pagando, si tiene salida o no la tiene; pero a la par no paramos de oír hablar de la destrucción de empleo, de los desahucios, la desaparición de empresas, ajustes, recortes en servicios públicos… y detrás de toda esta estadística hay vidas concretas, rostros con nombres y apellidos que están sufriendo las consecuencias de un sistema que, muchas veces, ni siquiera llegan a entender.
La precariedad vital que vivimos hoy transciende del mundo laboral. Trae consigo inestabilidad económica y social, y en la JOC no paramos de encontrar, en nuestro trabajo en barrios obreros de distintas ciudades de España, jóvenes a los que esta situación les está llevando a la indefensión, la imposibilidad de emancipación o del desarrollo de sus proyectos vitales.
También hemos visto cómo muchos jóvenes dejaron los estudios prematuramente porque encontraban trabajo en la construcción como albañiles, pintores, fontaneros, etc. En muchos casos se trataba de personas con poca formación pero que encontraban empleos, algunos muy bien remunerados, por trabajar a la sombra de una burbuja inmobiliaria que, entre otras consecuencias, nos ha traído hasta aquí. Y cuando esta crisis estalló, fueron los primeros en verse en la calle; muchos de ellos sin derechos por haber estado trabajando y cobrando en negro, y han tenido que volver a casa de sus padres, quienes en muchas ocasiones también se han visto afectados por la situación de paro e inestabilidad laboral. Sin apenas formación y con un mercado laboral que, lejos de arrojar algún rayo de esperanza, continúa devorando empleos día a día, les está costando encontrar un horizonte que les permita remontar.
Hay quienes han decidido volver a estudiar, pero la dificultad de acceso cada vez mayor a la educación no obligatoria (escasez de plazas en Formación Profesional, Grados medios y superiores, aumento de tasas universitarias y rigidez en los programas y requisitos de todos ellos) hace que muchos/as jóvenes estén quedando al margen, empujados en no pocas ocasiones a formar parte de ambientes en los que la pobreza y la droga se hacen presentes, envueltos en situaciones vitales de las que es muy difícil salir.
Es en medio de esta crisis global, donde cuestiones como el paro o la dificultad de acceso a una vivienda están siendo las caras más visibles y sangrantes. La tasa de desempleo entre los jóvenes supera ya el 55%, y está siendo habitual que a nuestro alrededor los/las jóvenes experimenten una situación de paro prolongada. Las sensaciones que nacen a raíz de este hecho coinciden: incertidumbre ante el futuro, miedo, desánimo, retraso de la emancipación, regreso al «colchón familiar», imposibilidad de planificar/plantear la vida personal y en pareja, una realidad económica ajustada o insuficiente… y son sensaciones que, tal y como vienen expresando, les paralizan, deshumanizan y cuestionan todo el esfuerzo e ilusión con la que se planteaban su inclusión en el mercado de trabajo.
Pero, además del desempleo, crece la precariedad. Lo que se ha venido produciendo desde que estalla la crisis financiera -convertida en crisis multidimensional- es una globalización a la baja de las condiciones laborales, que lleva a concebir el trabajo como un privilegio. Nos encontramos con numerosos casos en que los jóvenes tenemos que estar agradecidos de “poder” trabajar, aunque sean más de 40 horas semanales, aunque sea sin horario fijo, aunque cobremos 800€, aunque no llegue a media jornada, aunque seamos temporales, aunque se trate de un contrato en prácticas y se permitan pagarte 300€ para “coger experiencia”… porque preferimos estar trabajando al desempleo, y la crisis parece justificar esta precariedad aún más con el «tal y como están las cosas… no te puedes quejar», o «hay que arrimar el hombro ante esta situación difícil.» Así las cosas, parece que encontrar trabajo estable sea una utopía.
También podemos hablar de nuestra generación como de una «juventud hipotecada», que ha crecido en una sociedad en la que el “tener” estaba por encima del “ser” y la existencia parecía justificarse sólo en el acto de consumir. Así también, en los años de «bonanza económica», muchos jóvenes se ataron a créditos e hipotecas abusivos para mantener el nivel de vida, y que ahora no pueden afrontar, lo que está provocando trayectorias fallidas de emancipación. Observamos a nuestro alrededor jóvenes que ya no pueden asumir el alquiler, o que accedieron a una vivienda en propiedad y que ahora sufren la amenaza del paro y la imposibilidad de seguir pagando la hipoteca, las cuales, como vemos, se han convertido en una trampa financiera y han multiplicado el número de desahucios causando un inmenso sufrimiento a tantas familias. Además, el “volver a casa de los padres” no siempre es una opción, ya que las situaciones de desempleo y precariedad afectan cada vez a más sectores de población, como ya hemos comentado.
Constatamos que cada vez es mayor la inestabilidad para lograr proyectos personales y comunitarios, vivir con ilusión y con sentido nuestro itinerario personal, sentirnos protagonistas del mismo. Los ritmos de vida, los contextos individualistas y superficiales que se han ido generando en nuestros entornos y la cultura de lo efímero también hacen a las nuevas generaciones más vulnerables e inconsistentes.
En la JOC, por nuestra vocación en la educación y evangelización de la juventud del mundo obrero, estamos en contacto con personas que están sufriendo las consecuencias más directas de la situación actual, pero no sólo por los/las chavales/as con quienes trabajamos en los barrios, sino que lo vemos en los propios militantes del movimiento, especialmente entre quienes tienen entre 23 y 30 años: dificultades para encontrar trabajo, despidos y recortes en personal y recursos, nóminas que a final de mes no llegan, tasas inasumibles para acceder a estudios superiores, imposibilidad de independizarse, emigrar, incluso fuera del país, dejando atrás la familia, las amistades, la ciudad…
Todos estos datos, así narrados, no tienen sentido si no vemos su reflejo en la realidad. Esos rostros con nombres y apellidos que decíamos al principio son la cristalización de las estadísticas, los verdaderos sufridores de esta situación. En nuestra militancia cristiana nos cruzamos con muchas personas que responden a alguna situación de las anteriores, o a varias a la vez.
Vamos a presentar la experiencia que aporta una militante en relación a las jóvenes a las que acompaña desde hace unos años. Vemos cómo las personas más débiles son las que están pagando un precio más alto por la situación que vivimos:
«Éstos tiempos de crisis que vivimos están teniendo consecuencias muy duras para las personas que viven desde que nacieron permanentemente en crisis. Acompañar a un grupo de cinco adolescentes que son o han sido menores en protección me ha ayudado a tomar contacto y conciencia de lo que significa vivir teniendo que reconstruir una vida rota sin ayuda para hacerlo.
La mayor dificultad que he vivido junto a ellas es la transición a la mayoría de edad. Cuando los menores en protección cumplen 18 años, se les considera plenamente preparados para afrontar la vida adulta, por lo menos, según el planteamiento que la Comunidad Autónoma donde resido desarrolla con estos jóvenes.
La vivencia de esta etapa es especialmente difícil, solas, sin apoyos, desorientadas y teniendo que tomar decisiones demasiado importantes, su situación se vuelve prácticamente imposible de digerir. Por no hablar de lo que supone vivir sin saber si el mes que viene se seguirá desarrollándose el programa de ayudas económicas que, con muchas limitaciones, les sirve para que no termine de romperse el frágil equilibrio que consiguen mantener en sus vidas.
A esta realidad hay que añadirle los motivos o razones por los que estas adolescentes acaban siendo menores en protección. Cada una arrastra una biografía rota marcada por la ruptura del hogar y las relaciones significativas durante la infancia, con todo lo que ello implica en la configuración personal de cada una. Esto lo gestionan como pueden, cada una a su manera. Unas, con sus limitaciones personales y en ocasiones demasiado silencio, tanto que a veces les impide avanzar en cualquier dirección, pues se sienten atrapadas en un pasado que quieren entender y no pueden. Otras, sin embargo, han sido capaces de crecerse a pesar de la adversidad y han aprendido de su dolor y saben cómo convivir con él.
Sea cual sea la forma de situarse ante su realidad, todas ellas son para mí testimonios fuertes de lucha y superación, ya que la situación socioeconómica que vivimos y la gestión política que se está haciendo de ella les está arrebatando la mínima posibilidad de tener un futuro diferente al pasado que les ha tocado vivir. Y sin embargo, quieren seguir adelante a pesar de los pesares.
Puede que todo esto que hoy pongo por escrito para ser compartido suene cotidiano, desgraciadamente nos estamos familiarizando a escuchar este tipo de narraciones, sin embargo, releerlo a mí me indigna y me duele, para mí no son cinco adolescentes, las reconozco por sus nombres, por sus ilusiones, por sus miedos, por sus rebeldías; las reconozco por quienes son y por lo que están llamadas a ser.
La impotencia marca muchas de las reuniones que compartimos, porque yo no puedo hacer todo lo que me gustaría por ellas, pero sobre todo, la vida compartida junto a ellas me hace más humana y más comprometida con el sufrimiento que arrastran muchos de nuestros jóvenes. Me hace permeable a todas estas situaciones de injusticia y me pone en acción para tratar de transformarlas».
Experiencias como ésta son las que nos enseñan que todavía queda mucho por hacer, que los/las jóvenes tenemos mucho que decir y que en nuestras manos está transformar estas situaciones de injusticia.
Uno de los medios que tenemos en la JOC para llevar a cabo esta transformación y estar personal y colectivamente entre los jóvenes, son lasCampañas de acción-reflexión, que durante estos años han versado sobre:
- La participación social «Participa y construye»
- La movilidad laboral «¿Tu vida es móvil? Muévete»
- el derecho a una vivienda digna y en condiciones justas «Derecho a techo»;
- la precariedad laboral «Precariedad laboral, ¿te parece normal? rebélate»;
- el consumo «konsumumuxo»;
- la dignidad, trabajada a nivel europeo, «Dignity», el curso pasado.
Para este curso 2012-2013 estamos tratando el tema de la educación, Educación, ¿en qué? ¿pa´qué? ¿pa´quién? El motivo de hacer una campaña en la actualidad sobre educación, como cualquier otra de la JOC, surge de la realidad, del contacto con los/las jóvenes y sus necesidades. A través de nuestra acción como militantes cristianos hemos vivido las desigualdades y dificultades que padecen los Jóvenes de la Clase Obrera de nuestros barrios para acceder a la educación, para desempeñar las profesiones para las que se han formado, para desarrollar la vocación a la que se sienten llamados. Y es que estamos viendo cómo la educación se está convirtiendo en uso exclusivo de aquellos que pueden pagarla, condenando a la población más vulnerable a incorporarse demasiado pronto a un mercado laboral precarizado que se aprovecha, aún más, de esa falta de formación para racanear derechos, sueldo y dignidad. Por ello reivindicamos una educación pública, de calidad y que permita el acceso a los más necesitados a todos y cada uno de sus niveles como garantía que una sociedad tiene de que todos sus habitantes van a poder desarrollarse y disfrutar de las mismas oportunidades. Y anunciamos el valor de la Educación, formal y no formal, para el desarrollo integral de los jóvenes y la igualdad de oportunidades.
Así mismo, nos preocupa el modelo de educación hacia el que caminamos, donde se habla de «eficiencia, eficacia, optimización de recursos, control y evaluación de resultados», pero no de educar en valores, ni en formas de vida solidarias que fomenten el desarrollo de la persona, su vocación y autonomía… donde el estudio y el trabajo estén al servicio de las personas desde la vida y para la vida colaborando con un mundo más justo y humano.
En la JOC, estas campañas, junto con el trabajo en barrios, grupos de jóvenes, acciones a nivel local, etc. nos ayudan a estar centrados en la realidad concreta y cercana, a no quedarnos en hipótesis y teorías que no se ponen en práctica, y, sobre todo, nos llevan a vivir nuestra fe a través del compromiso, a ver a Dios en las vidas rotas que nos vamos encontrando, a actualizar el mensaje del Evangelio cada día y transmitirlo a los jóvenes que más lo necesitan.
Saúl Pérez, en su reflexión al terminar la responsabilidad como Presidente General del movimiento, nos decía: «La profunda transformación social y juvenil que hemos vivido en estos últimos años tiene que hacernos reflexionar y plantearnos nuestro papel, el de la JOC, en esta«sociedad líquida» (de movilidad, incertidumbre, relatividad de valores, identidades frágiles…). Tenemos que ofrecer y demandar formación, herramientas y argumentos para ayudarnos a situarnos y hacernos presentes en la sociedad, allí donde están los jóvenes o donde se ponen en juego cuestiones fundamentales para la juventud trabajadora».
Desde la JOC intentamos estar al lado de estos jóvenes. No podemos aportarles soluciones concretas, pero sí podemos recordarles que, como hijos e hijas de Dios, tienen una dignidad que nadie les puede arrebatar. Intentamos partir de la vida, con una fidelidad y atención a la de cada joven -en todas sus dimensiones-, a la del conjunto de la juventud y la clase obrera. Y todo ello a través de una acción educativa que requiere de la participación crítica de todos/as, tanto en lo personal como en la marcha de la vida social, laboral, política, económica, eclesial… Tratamos de descubrir las contradicciones entre una realidad que se basa en un sistema injusto que necesita de pobres y excluidos, y el mensaje de Jesús y del Evangelio de liberación de los hombres y mujeres. Tratamos de que los/las jóvenes busquen ser y sean protagonistas de su vida, que no sigan el camino fácil y descubran que el primer paso para cambiar el mundo es empezar por cambiar nosotros mismos en nuestro día a día, implicándonos en nuestros ambientes, sembrando paz y justicia entre quienes nos rodean, contribuyendo en la transformación hacia ese «otro mundo posible».
María Pérez y Ernesto Morales