Julio Yagüe Cantera, sdb
Alcalá de Henares
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor, desde una clave vivencial y pastoral, se acerca al fenómeno de las migraciones. Compara, desde su experiencia, el fenómeno migratorio que conoció hace ya unas décadas en Paris con el fenómeno migratorio del que es testigo en este momento. Saca de estas reflexiones algunas enseñanzas.
“No oprimirás ni vejarás al extranjero,
porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto”
(Ex 22,20)
Me piden un testimonio de mi trabajo en la emigración. La verdad es que tengo la riqueza de haberla vivido en varios lugares y con experiencias muy variadas. Yo mismo fui emigrante. Uno de mis primeros recuerdos de infancia se sitúa en mi pueblo un 17 de diciembre, con 7 años, esperando el coche para marchar a Madrid, a donde había marchado ya mi padre. Al cabo del tiempo te das cuenta de que tienes dos pueblos… o no tienes ninguno. Y que, como me decía un emigrante mayor en la cola del Consulado de París: “Mira, los hombres somos como los elefantes: cuando sentimos que nos vamos a morir queremos regresar al sitio donde hemos nacido”. Estaba allá para arreglar sus papeles de vuelta a casa después de muchos años en Francia.
- La emigración y las emigraciones
En octubre del 1978 marché para Paris con la idea romántica de lo que era la emigración. El choque con la realidad fue bastante fuerte. Se te caen mitos y se levantan convicciones. Perteneces a una sociedad que cada día está llevando trabajadores de un rincón a otro del globo. Si los traen no es por amistad, sino por cuestión económica: su trabajo suele ser más eficaz y más barato. ‘Mano de obra barata’, que se acuñó después como slogan.
Y caes en la cuenta de que la emigración es una experiencia vital, de las que marcan la vida de las personas, transformante de verdad. Después de la emigración nadie queda igual. Te remodela por dentro, te da una nueva visión de la vida, de la historia, de tu propio país que te ha empujado a salir y de la nueva sociedad en la que no te atreves del todo a ser partícipe de su vida y su cultura. “Uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él” (Nicolasde Bouvier). Y he sido testigo de las lágrimas de tanta gente que en la emigración ha perdido su identidad: ‘Vuelvo a mi pueblo y me tienen como extranjero. Me quedo aquí y soy español: ¿de dónde soy?’, me decía una noche un emigrante entre lágrimas, a su vuelta de vacaciones.
Al mismo tiempo es una experiencia enriquecedora en la que descubres lo que llevas dentro. Sólo los más atrevidos son capaces de dejar la seguridad de su tierra y lanzarse a buscar ‘la aventura’ de entrar a formar parte de una sociedad que no es la tuya. Te enriquece el conocer otro tipo de organización social, otros valores. ‘Tuve que dejar mi país para empezar a conocerme a mí mismo’, decía un emigrante con largos años de contacto con la emigración en Francia.
Isabel Allende, experta en cambiar de país, habla de la experiencia emigrante: “Aprendí pronto que al emigrar se pierden las muletas que han servido de sostén hasta entonces, hay que comenzar desde cero, porque el pasado se borra de un plumazo y a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes” (Isabel Allende). Es el camino que tiene que hacer todo emigrante: caminar sin apoyos, partiendo de sus fuerzas internas, lo que algunos pierden, y se quedan sin recursos para seguir caminando como personas por la vida. Uno de los apoyos que se suelen quedar es el económico. Se ha emigrando para ‘vivir mejor’. Por eso quieren dejar testimonio en el chalé del pueblo, que no ocupan ni ocuparán posiblemente, pero que queda como testimonio del triunfo que esa familia ha tenido en su vida emigrante.
La experiencia de vida emigrante ayuda a enfrentar la propia realidad en contraste con lo que vive en el país de acogida.
- La emigración de nuestro pueblo: París.
«La emigración de los sesenta fue económica, nadie escribió sobre ella,
porque no había intelectuales detrás”
(Carlos Iglesias, “Un franco, catorce pesetas”)
2.1. El emigrante español en Francia.
El ‘vente p’alemania, Pepe’, fue típico de los años 60 españoles. Parece que era donde había futuro (como hoy: la historia se repite), ya que aquí en el campo ya no se cabía, y a las grandes capitales, que se industrializaban, ya habían ido muchos del pueblo. El remedio español fue marchar para Francia, Alemania, Suiza… Fue una emigración económica, como años antes había sido política. Ciertamente hay que reconocer que no se ha escrito mucho de ella. Sólo han aparecido las ‘chachas españolas’, que parecen en algunas manifestaciones el descanso del guerrero francés. Yo no conocí esa realidad, sino la lucha de las familias por sacar los medios para valerse en España, ya que el proyecto era volver cuanto antes al país. Y a ser posible dando la sensación de que se había triunfado, aunque la habitación en París era cercana a los 30 m2, donde vivía la familia con los hijos.
Mi contacto con la gente fue un descubrimiento. Gente fuerte, en general de campo, que había sacado de su interior una gran valía sin base cultural. El aprendizaje de la lengua fue la suficiente para entenderse. La mayoría no había tenido escuela. En una experiencia de alfabetización, recuerdo una señora que al describir lo que era la escuela se admiraba de la escuela de su hija con sillitas pequeñas, de fuertes colores. Ella soñaba con haber ocupado un sitio de esos en su niñez. Pero no lo tuvo. Pronto se tuvo que valer para trabajar y traer para comer la familia. En Francia el franco valía más que la peseta al cambio.
El deseo de la vuelta y el recuerdo de su patria les sostenía. A sus hijos les transmitían la ‘cultura’ de ese país que dejaron atrás: “Entre notas de guitarra/ les hablaba de su tierra/ de un clavel y de un balcón…”, que cantaba Mocedades en ‘La otra España’. Su sueño de España se iba desvaneciendo según pasaba el tiempo y veían a la vuelta de vacaciones cómo sus paisanos les decían: ‘No se te ocurra volver: aquí no hay sitios para todos…’ Esa experiencia les hacía cortar el cordón umbilical con la que había sido su madre-patria. E iban cayendo en la cuenta de lo que algunos decían como conclusión: ‘La patria del pobre es la que le da de comer’. Los sueños patrios quedaban difuminados, aunque no faltaban al período de vacaciones, pero bastantes abrían su mirada más allá de las fronteras: “Un hombre, cualquier hombre, vale más que una bandera, cualquier bandera” (Eduardo Chillida). Experiencia que aseguraban cuando oían a los políticos darles ánimo para seguir mandando su dinero a España, necesitada de divisas. Al final terminaban asegurando: «Se por qué me fui, pero no por qué aún no he vuelto».
Curiosa fue la vivencia religiosa de esta gente. Traían sus fervores que en Francia fueron o perdiéndose o profundizándose. De todos modos pensaban que lo religioso era lo que se vivía en España. ‘¿Vale aquí la misa por mi madre, que se ha muerto?’, me decía un gaditano de la sierra. Pensaba que el Dios de allá abajo no escuchaba las oraciones de Francia. Y era más dura la realidad de injusticias vividas en personas que se negaban a rezar el padrenuestro en francés: ‘No puedo rezar a Dios en la lengua del patrón’, decía alguna persona dolida del trato recibido de alguien que era creyente. Otros encontraron un buen momento para encontrarse con el Dios de la liberación que sacó a su pueblo del país de la opresión.
2.2. La segunda generación.
Pronto fueron naciendo los hijos que romperían la dinámica de los padres. Siempre un padre quiere aportar lo más valioso al hijo, pero no siempre el hijo reconoce el valor que tiene esa herencia. Estos chicos, desde la escuela maternal, fueron siendo hijos de otra madre: Francia. Su lengua ‘materna’ era el francés, la lengua de su cultura. En un encuentro al que los padres mandaban a sus hijos para utilizar el español me di cuenta: cuando se habla de cosas usaban el español, pero cuando se pasaba a hablar de experiencias personales lo hacían en francés. La lengua de una persona suele ser la lengua en la que sueña. Y ellos soñaban en francés.
Sentían que tiraban de ellos dos culturas: la francesa que tenían en la escuela y la española que no querían los padres que perdiesen. Pero esa era una ‘cultura de vacaciones’. Al crecer y buscar su identidad se veía que tenían una crisis más fuerte que los adolescentes normales. No sabían por dónde decidirse: el país de vacaciones o el país de la escuela. Se hizo típico en aquellos años una definición: ‘le cul être entre deux chaises’ (tener el culo entre dos sillas). Era una experiencia gráfica que hablaba de la dificultad adolescente de encontrar su definición personal. Los ‘españolitos’ que querían los padres eran franceses de cultura y de vida. De otra manera hubiesen estado marginados en lo que vivían en el día a día.
El vivir dos mundos no dejaba de ser una riqueza, ya que conocían algo de la cultura española y la cultura francesa, que para ellos tenía más base. En una ocasión se les preguntó qué les quedaba de la cultura que le sabían transmitido los padres, y muchos de ellos contestaron: ‘¡La paella!’. El tirar de ellos hacia España suponía un desgarro de lo que vivían día tras día. Volver a España (fuera del tiempo de vacaciones) suponía vivir la experiencia de la emigración de los hijos. Iban al mundo que no conocían en el día a día. El hecho de abrirse a la afectividad en aquella sociedad les daba la seguridad de que iban a hacer su futuro en la sociedad francesa. Los padres, con fuerte deseo de vuelta a su patria, se sentían ‘condenados’ a seguir en Francia para no romper la familia.
Desconocían el problema de la violencia de sentirse rechazados: eran blancos, europeos y hablaban perfectamente francés. Eran aceptados como unos chicos franceses más. No había exclusión. Lo único, sus padres por el habla. En una ocasión, en el metro, la señora que tenía al lado me dice toda segura: ‘¿Se da cuenta? Estamos llenos de extranjeros que nos están estropeando nuestra sociedad francesa’. No se daba cuenta de que yo mismo era uno de esos extranjeros que ella rechazaba. El color me delataba como si fuese un francés normalito. ‘¡La pobre!’, que diría Manolito, amigo de Mafalda.
2.3. Los emigrantes políticos: otra lectura de la historia de tu país.
El barrio en el que trabajaba y vivía era centro de vida de refugiados políticos de la guerra. Era otra manera de ser emigrante. Fue la situación de los que tuvieron que huir, de los perdedores. Gentes de todo tipo que tuvieron que rehacer su vida en una tierra de asilo. Cada uno con su historia dentro, una historia que son despojos de la historia común.
El contacto con ellos en el barrio de Belleville de Paris te daba una lectura de la historia de España distinta. Luchadores con El Campesino, actores de la Batalla del Ebro, milicianas que marcharon embarazadas ‘Pirineos adelante’… Una parte de la historia de los países que quedaban en el olvido en Francia, país de acogida. Más tarde eran sudamericanos que venían de los diferentes golpes de Estado. El golpe lo llevaban dentro. Y ante un Ricard te contaban toda su nostalgia de un país del que tuvieron que huir. Y tú asimilabas una historia desconocida, contada desde la otra orilla. Ejemplos admirables, como el del anarquista que sintiendo la muerte encima, iba pagando a cada uno de los que le hacían el servicio de llevarle al hospital, del que no salió vivo. Para él eso era ser justo.
Algunos olvidaban sus penas en Chez Gerardo, el bar español del barrio, pero como alguien ha sugerido: «Las penas y preocupaciones no se ahogan en alcohol, saben nadar«. Al contar su vida se sentían personas, porque alguien los escuchaba.
- La emigración a nuestro pueblo: Madrid
3.1. La emigración adulta
Y nos llegó a nosotros la emigración de fuera. Quiere decir que ya teníamos una cierta riqueza y que necesitábamos gente que nos levantasen nuestras casas. Claro, que emigrante se decía al que venía a trabajar en la construcción, no al ingeniero o al delantero de fútbol. Así nos fuimos haciendo país de acogida de extranjeros. Después de un primer momento de curiosidad, fue saltando la preocupación: ‘¡La de negros que tenemos ya!’ Muchas fueron las naciones que acudieron, sobre todo al olor del ladrillo.
Un tema diferente de la emigración española, es que muchos de ellos eran adultos. Dejaban a sus hijos en el país con la familia, pues venían a hacer un dinero para volver cuanto antes para iniciar allá un negocio, o construir una casa. Su destino era trabajar duramente para ahorrar el tiempo de estancia. Mis contactos han sido, sobre todo, con gente sudamericana. De su país llegaron al país de las facilidades. Y, sin conocer bien las reglas del juego, echaron las fichas para jugar en este país de ricos. Y perdieron. Se liaron en hipotecas que luego les hicieron perder lo que habían ganado. Y bastantes, decepcionados, se tuvieron que volver al país dejando la casa al banco. Otros han triunfado, ya que son emprendedores natos y pusieron negocios que controlaban ellos. Algo enriquecedor para nuestra economía y un ejemplo de decisiones que nos faltaban en los últimos años. Las mujeres, sobre todo, fueron ejemplo de peersoas emprendedoras.
En el aspecto religioso podían (y en algún caso lo han sido) haber dado nuevos aires a nuestra religiosidad demasiado paralítica. Sí que, decía algún periódico, el 25% a los tres meses han perdido la fe. Pero tenemos gente que han animado comunidades cristianas en su tierra y aquí han quedado callados en el quinto banco de una iglesia. Han traído sus devociones, pero al no ser atendidos en sus devociones han marchado algunos a las activistas comunidades evangélicas. Allá ya había conocido esta invasión americana de evangelismo. En las parroquias en las que se les ha abierto las puertas han enseñado a celebrar sus novenas del Divino Niño, sus celebraciones del la Virgen del Quinche… Algo que cristianos han visto como aire nuevo que traían. Pare ellos ha sido un lazo importante para no degradarse en medio de las dificultades de la emigración.
3.2. La segunda generación.
Algunas familias trajeron a sus pequeños. Se adaptaron, en general, bastante bien a la escuela. Aunque sus rostros eran diferentes, la lengua los unía. Y los niños no se diferencian mucho. Son sus amigos. Bastantes de ellos tenían más interés que los autóctonos, porque sus padres tenían la idea de la emigración como un medio de mejorar el futuro de sus hijos.
El problema estuvo con los que llegaron de mayorcitos, cuando los padres habían decidido quedarse aquí. Venían de una escuela de nivel bajo y, al encontrarse con el nivel de la escuela europea, se sintieron desplazados. No eran de la edad de la clase a la que les mandaban y, al no encontrarse en su sitio, prefirieron marchar a la calle, donde no se sentían despreciados y se reunían con los otros compañeros de país o de cultura. Allá fueron surgiendo los grupos, y de los grupos las bandas, dedicadas a defenderse en la calle. El adolescente ya no admite al diferente. Lo ve como un intruso. Y había que tener un grupo de apoyo que te defendiese. La violencia crea violencia, y así fue aumentando la inseguridad en las plazas de los barrios periféricos.
Una organización, nacida en Chicago años antes, vino a instalarse entre nosotros: Los Latins Kings. La cultura de la violencia, normalizada en los países de origen, fue traída a nuestra tierra como medio de defensa y de autoafirmación. Pronto, como es lógica la evolución, pasó al ataque. Es algo que he notado en mi contacto con ellos: la violencia desestructuraa la persona. En Ecuador se trabaja en algunos grupos seriamente la recuperación de estos pandilleros. Una de las propuestas es reconvertirlos de la violencia a las actitudes de escucha, de equilibrio, de paz, de diálogo… La verdad es que en mi contacto con ellos ha habido experiencias importantes que me han hecho comprender su modo de actuar. La violencia era un medio de subsistencia en medio de un ambiente agresivo, como el de la calle. Han sido interesantes los encuentros con policías, dispuestos a hablar con ellos, cuando juntos hablaban de sus formas de actuar. Cuando dos palos chocan se pueden romper. Cuando se unen, pueden crear un asiento para estar cómodo. Y, al sentirse escuchados, comprendían que su modo de comportamiento no era el adecuado en este país en el que la policía no actuaba (siempre) como la que conocían en sus países de origen.
Cuando los fundadores de los primeros grupos salieron de prisión, terminaron con las propuestas creativas que íbamos trabajando con ellos. La vuelta de la violencia hizo desaparecer a los chicos que buscaban otra vida. El sueño de un final pacífico y democrático sucumbió con la vuelta de los más duros. Hoy los fundadores siguen en prisión y los chicos que querían cambiar, dispersados.
Con todo, hay experiencias muy positivas de mi vida con ellos. ‘No olvides que eres sacerdote y ellos te respetan y te escuchan’, me dijo un día Nelsa Curbelo (una antigua religiosa que hizo la paz entre Latins y Ñetas en Guayaquil). Y es verdad que lo religioso está en medio de sus vidas como experiencia importante. En todos sus encuentros rezan por sus ‘hermanitos’. Las cruces y el rosario son distintivo suyo. Su fiesta principal es el día de Reyes: su nombre es ‘Reyes y Reinas Latinos’. Un hecho importante que les valió a muchos para recuperar la vida normalizada. Sobre todo cuando empezaron a tener hijos. Y ellos los tienen pronto. No querían dejar de herencia a sus hijos la violencia que ellos habían vivido. Esto les llevaba a cambiar de vida y a dedicarse a preparar un futuro mejor a sus hijos. Era emocionante cuando en una ‘misita’, como dicen, presentaban sus hijos a Dios pidiéndole sabiduría para guiar sus vidas por caminos de felicidad.
Grandes virtudes he encontrado en esta emigración joven, junto a los reproches que esta sociedad los hace. Se sienten pueblo, cuando sus países están divididos sin sentido de pueblo. Su apertura es a todos los emigrantes, incluso españoles. Grupos de diferentes nacionalidades se han reunido en una convivencia más allá de las nacionalidades de cada uno. Y nunca hemos tenido un problema. La autoridad de ‘los reyes’, bien llevada, es medio para dirigir la edad convulsiva adolescente. Son ‘la otra nación,’ como la llama el sociólogo Mauro Cerbino de la FLACSO.
(cfr. http://lasa.international.pitt.edu/members/congress-papers/lasa2010/files/2871.pdf). La solidaridad, aunque esté bastante cerrada en el grupo, les hace capaces de abrirse a los problemas de los demás compatriotas. Un grupo de muchachas ‘reinas’ se ofreció a un grupo de Cáritas para trabajar con gente sudamericana para ayudarla en sus problemas. La experiencia fue muy positiva, ya que los que eran temidos por sus delitos, eran capaces de reunirse para reflexionar sobre su presente que tenían que cambiar y por su futuro, que tenían que crear.
- Lo que he aprendido:
El trabajo con la emigración te abre caminos nuevos. En pocas palabras los resumo:
– El destino común del ser humano: todos somos de la misma tierra, más allá de razas, lengua, cultura…
– Cada pueblo tiene una experiencia de vida que te enseña a vivir. No eres el ombligo del mundo.
– Conocer los problemas de la tierra: cuando escuchas al que los vive, lo comprendes.
– La acogida: es propio del corazón cristiano. Más allá de dogmas y doctrinas.
– Nadie es mayor que nadie: todos los seres humanos somos iguales, cada uno con su riqueza.
– Entre países, “punto y raya, raya y punto”, decía una cantante chilena: en la tierra no se ven. De los demás no te separan ni puntos ni rayas ni rayas ni puntos.
– La violencia de los jóvenes: cuando un joven es violento hay que mirar por dentro. Tiene sus razones, aunque no tenga razón.
– La pluriculturalidad: una riqueza que no empobrece a nadie, respeta al otro.
– Emigrar es ponerte en camino: si no emigras no avanzas. Abraham a sus 70 años lo aprendió: ‘Y salió Abraham de su tierra a la tierra de Canaán…’ (Gn.12,5).
Esto me ha enseñado el contacto con los emigrantes.
Julio Yagüe Cantera