LA CATEQUESIS EN LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

1 junio 2012

Emilio Alberich Sotomayor, sdb.
Presidente de AECA
 
La reflexión sobre la catequesis, en la Iglesia actual, se caracteriza por la búsqueda de una nueva visión de su identidad y significado, en el contexto religioso y cultural hodierno (se habla de la búsqueda de un nuevo  «paradigma» catequético). Todo esto en conexión con la opción evangelizadora de la Iglesia y – más concretamente – con el proyecto pastoral de la «nueva evangelización», objeto de atención en el Sínodo de Obispos de 2012.
 

  1. ¿Por qué se habla hoy tanto de “Nueva Evangelización”? ¿Estamos ante una nueva “moda pastoral”?

Ya hace tiempo que experimenta el término «evangelización» una verdadera explosión de actualidad. Lo constatamos consultando varios documentos y experiencias eclesiales, especialmente el Sínodo de Obispos de 1974 y el documento de Pablo VI «Evangelii nuntian­di» (EN, 1975). Y últimamente hemos visto generalizarse la expresión «nueva evangelización». ¿Qué significado tiene todo esto?
Ante todo, una aclaración importante: la evangelización, considerada por mucho tiempo como tarea de frontera eclesial en las llamadas «tierras de misión», ha sido pro­clamada misión esencial de toda la Iglesia:
 
              «Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea deoctubre de 1974, estas palabras luminosas: “Nosotros queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la evangelización de todos los hombres        con­stituye la misión esencial de la Iglesia”: una tarea y misión que los cambios        amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes.       Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su         identidad más profunda» (EN 14).
 
Otra aclaración, también importante: el término «evangelización» ha pasado de un significado restringido, como anuncio del Evangelio a los no creyentes, a otro más amplio que la identifican con el conjunto de la actividad profética y misionera de la Iglesia.
Esta acepción amplia ha sido recogida – junto con otros documentos eclesiales – en elDirectorio General para la Catequesis (DGC) de 1997:
    
              «Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer         discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único         Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización. […] Los agentes de        la evangelización han de saber operar con una “visión global” de la misma e         identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia». (DGC 46) 
    
              «Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso por el      que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el      mundo» (DGC 48).
 
Se puede decir que, en la concepción actual de la Iglesia, se entiende por evangelización el anuncio y testimonio del Evangelio dados por la Iglesia, en el mundo,mediante todo lo que ella dice, hace y es.
          La evangelización abarca en cierto sentido toda la actividad de la Iglesia, pero en cuanto finalizada a anunciar y atestiguar el Evangelio del Reino de Dios. Esto no acontece de forma automática, como si fuera suficiente la vida ordina­ria de la Iglesia, realizada de cualquier manera, para que se realice la acción evangelizadora. No: se requiere una profunda reconversión de la presencia cristiana, pues la acción de la Iglesia no se cumple plenamente, no evangeliza,
              «no tiene pleno sentido, más que cuando se convierte en testimonio,  provoca la admira­ción y la conversión, se hace predicación y anuncio de la         Buena Nueva» (EN 15).
 
Dicho con otras palabras: se puede hablar de evangelización cuando el Evangelio es anunciado, testimoniado y percibido como «buena Nueva», como «fuerza para vivir» y «sentido de la vida».  O, como afirmaba un texto mandado en nombre del Papa a París, en 1964, cuando la palabra evangelizadora de la Iglesia es percibida por cada uno «como una apertura a sus problemas, una respuesta a sus preguntas, una dilatación de los propios valores y al mismo tiempo la satisfacción de sus aspiraciones más profundas: en una palabra, como el sentido de su existencia y el significado de su vida».
Pero, ¿por qué se habla ahora tanto de “nueva” evangelización?
Fue el Papa Juan Pablo II, en los años 80, el que lanzó la campaña por una “Nueva Evangelización”, y ya desde entonces la expresión se ha extendido por toda la Iglesia, hasta llegar al anunciado Sínodo de Obispos de este año 2012, dedicado precisamente a este tema.
El significado y alcance de la “nueva evangelización” se concentra, fundamentalmente, en dos características principales:
–          es “nueva”, ante todo, con respecto a la tradicional y masiva evangelización de los siglos pasados, situación que dio origen a la llamada “cristiandad”.
–          y es “nueva” también si se tienen en cuenta las profundas transformaciones de nuestra actual situación cultural y religiosa, que reclama nuevos criterios y actitudes en la acción evangelizadora.
 

  1. La opción evangelizadora y la búsqueda de un “nuevo paradigma catequético”

              Hoy se alza en campo catequético un clamor general: el «paradigma   tridentino» ya no funciona, no responde a las nuevas exigencias. Se impone la     búsqueda de un nuevo paradigma para la catequesis.
 
Podemos resumir ante todo lo que se entiende por «paradigma tridentino». Es la concepción de la catequesis, en un contexto socio-religioso y cultural de «cristiandad», como instrucción religiosa o enseñanza de la doctrina cristiana, recogida por lo general en los catecismos, dirigida principalmente a los niños y adolescentes y extendida, idealmente, también a los adultos. De esta visión de la catequesis debemos afirmar, por lo menos, que hoy nos resulta insuficiente, inadecuada, incapaz de responder a los nuevos retos y exigencias que la situación del mundo nos lanza.
Una primera fundamental razón resulta bastante clara: estamos hoy ante una crisis evidente del sistema catequético tradicional. Vivimos una sensación generalizada de fracaso, de ineficacia, de impotencia, de situación muy problemática[1].
Es verdad que no faltan, en el panorama de la actividad catequética actual, aspectos positivos y prometedores, como son, por ejemplo: el aumento y mejora de los catequistas y de su formación; el redescubrimiento y aprecio de la Sagrada Escritura; la nueva floración de experiencias catecumenales; el lento avanzar de la catequesis con adultos; el énfasis en la comunidad; la valoración de la familia como lugar de educación religiosa; la promoción de los laicos en la Iglesia; el paulatino reconocimiento de la igualdad de la mujer; los nuevos intentos de inculturación de la fe; la conciencia de la importancia del diálogo intercultural e interreligioso, etc. Son todos elementos y síntomas de un despertar religioso y pastoral cargado de esperanza.
Pero no podemos negar la existencia de una crisis generalizada del sistema catequético, manifestada en toda una serie de situaciones problemáticas o francamente negativas. He aquí algunas de estas situaciones:

  • El relativo fracaso del proceso tradicional de iniciación cristiana, que se ha convertido, para muchos niños y jóvenes, en un verdadero «proceso de conclusión» de la vida cristiana;
  • La crisis evidente de la socialización religiosa y de la educación en la familia y en la escuela (el llamado «silencio educativo», padres que «tiran la toalla» ya con niños de 5 y 6 años);
  • El carácter ampliamente infantil e infantilizante de la catequesis, mientras resulta siempre precaria y descuidada la catequesis de adultos;
  • El problema siempre abierto de la pastoral sacramental, con sus tradicionales ambigüedades y componendas (desproporción entre «demanda» y «oferta»);
  • La asignatura pendiente del lenguaje de la comunicación religiosa, que no es significativo y no comunica.

 

  1. Una visión renovada de la identidad de la catequesis

 
He aquí algunos de los rasgos característicos del deseado y llamado  «nuevo paradigma» de la catequesis, en la Iglesia de hoy:
 

  1. a) Catequesis evangelizadora. Catequesis para la promoción de verdaderso creyentes, de fe personalizada, suscitando la conversión, la opción por el Evangelio, la decisión y la alegría de ser cristianos. Pastoral del «buen creyente».

 
Ya no es necesario insistir en ello: el carácter evangelizador ha llegado a ser para todos una opción clara, indiscutible. Un importante documento francés[2] la vuelve a poner en evidencia desde el principio. Ya en su introducción se anuncian dos opciones de fondo que van a constituir el eje central del documento: la opción por una catequesis, situada decididamente «en una voluntad de evangelización», y la propuesta, a cuantos solicitan la fe a la Iglesia, del «camino de la iniciación» (p. 17).
Se trata de redescubrir la novedad del evangelio, de realizar un encuentro personal con Cristo, como verdadero «camino de humanización», para que sea posible recuperar la identidad cristiana, necesaria hoy más que nunca para mantenerse en la vida como verdaderos «creyentes»:
              «En nuestro país de ‘vieja’ cristiandad, los cristianos no podrán constituir una Iglesia que ‘propone la fe’ si no redescubren ellos mismos a      Cristo y su Evangelio como una verdadera novedad» (1.3).
 
La evangelización constituye la opción dominante en la actual conciencia eclesial y el contexto – «humus» –  necesario para un positivo desarrollo de la catequesis. Estamos ante una necesaria convicción de fondo: la necesidad de pasar «de la herencia a la propuesta». Esta feliz expresión del documento francés citado, es una auténtica consigna pastoral:
              «No podemos contentarnos con un herencia, por muy rica que sea.     Hemos de acoger el don de Dios en condiciones nuevas y reencontrar a la vez el        gesto inicial de la evangelización: el de la propuesta sencilla y decidida del      Evangelio de Cristo» (3.1).
 
Debemos estar convencidos: la catequesis debe colocarse hoy en el marco de una Iglesia en estado de evangelización. Esto supone una verdadera «conversión pastoral», el paso de una pastoral «de conservación» o «de mantenimiento» a una pastoralevangelizadora, misionera (fin del período de «Cristiandad»), en una Iglesia situada en el mundo al servicio del Reino de Dios (superación del eclesiocentrismo). Será necesario repensar con creatividad los objetivos pastorales: forjar un nuevo modelo de creyente cristiano, promover un nuevo tipo de comunidad cristiana, tender hacia un proyecto renovado y convincente de Iglesia.
La catequesis, «momento esencial del proceso evangelizador» (DGC 63-64), no puede limitarse a fomentar el modelo tradicional del «buen cristiano»: tiene que promover ante todo verdaderos creyentes, suscitando la conversión, la opción por el Evangelio, la decisión y la alegría de ser cristianos. Es hora de pasar «de la herencia a la propuesta».

  1. b) Una urgencia pastoral: catequesis sobre todo de adultos. Con los adultos, una catequesis «adulta»

 
Hoy día se insiste especialmente en la necesidad de una opción prioritaria por la catequesis de adultos. Muy esplícita era ya, al respecto, la afirmación de esta opción en elDirectorio Catequístico General de 1971 :
 
              «Recuerden también [los pastores] que la catequesis de adultos, al ir  dirigida a hombres capaces de una adhesión plenamente responsable, debe ser        considerada como la forma principal de catequesis, a la que todas las demás,          siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan»[3].
 
En el Directorio General para la Catequesis (1997) la opción prioritaria por los adultos recibe su definitiva consagración. Tras afirmar que el catecumenado de adultos debe inspirar «a las otras formas de catequesis» y que la catequesis de adultos es «la forma principal de catequesis» (n. 59), en el capítulo sobre las distintas edades se da importancia especial a la catequesis de adultos (nn. 171-176)  y, en relación con el «proyecto diocesano de catequesis» de la Iglesia particular, se atribuye a la catequesis de adultos un papel de primacía absoluta:
               «Como ya ha quedado indicado, el principio organizador, que da         coherencia a los distintos procesos de catequesis que ofrece una Iglesia     particular, es la atención a la catequesis de adultos. Ella es el eje en torno al cual gira y se inspira la catequesis de las primeras edades y la de la tercera edad» (DGC,  n. 274).   
 
Por otra parte, es importante también insistir en la necesidad de que, con los adultos, la catequesis sea realmente adulta, respetando las exigencias y sensibilidad de los adultos. No debe ser, de ninguna manera, una extensión a los adultos de la catequesis tradicional dirigida a niños y adolescentes.
Dicho con otras palabras, la catequesis debe demostrar voluntad y capacidad de conectar eficazmente con los adultos de hoy y con sus problemas:
 
              «Esta catequesis no puede ser elaborada más que a partir de los        problemas de los adultos responsables que quieren un cristianismo de adultos,       en un mundo que ha superado la mi­noría de edad y que accede a la edad adulta.       Con otras pala­bras, una catequesis que no pretende ‘recuperar’, sino que toma   en serio los problemas de los hombres para estimularlos y construir con ellos la verdad»[4].
 

  1. c) Catequesis no en clave de conservación, sino de transformación

 
La catequesis de «conservación», para perpetuar la situación eclesial existente, tiene que convertirse en catequesis de «transformación», al servicio de un modelo renovado de creyente, de comunidad, y de un proyecto convincente de Iglesia renovada, fraterna, diaconal (según las pautas de una eclesiología de «comunión» y «servicio»).
Con los adultos, hay que tener siempre presente el peligro de caer en el “infantilismo”. A veces se ha podido decir que la Iglesia no entiende a los adultos, o que les tiene miedo, o que teme la «madurez» de los adultos. Ya en su tiempo lamentaba Joseph Colomb el hecho de que, pese a sus repetidas insistencias, tardara tanto en afirmarse la catequesis de adultos. Y añadía esta reflexión:
              «¿Hay que ir más lejos, hasta el inconsciente y decir que acaso haya en        algunos cierto  miedo a que el conocimiento más total del misterio cristiano, de       extenderse en la masa de los fieles, haría más delicado el gobierno de la         comunidad cristiana? Nada tendría de extraño este modo de pensar, si es cierto que el problema de la enseñanza religiosa de los adultos está íntimamente ligado al de la promoción de los laicos, que se sabe plantea y planteará múltiples problemas. Lo cierto es que entonces se tropezaría con un temor muy an­tiguo de un pensamiento más consciente, más lúcido, capaz de crítica»[5].
 
Quizás el análisis de Colomb, hoy día, haya perdido algo de su ac­tualidad. Pero siempre cabe preguntarse si la Iglesia está verdaderamente dispue­sta por su parte, y en qué medida, para un encuentro corresponsa­ble y serio con los adultos de nuestro tiempo.
Es fácil comprender que una acción catequética de cuño conservador no tiene futuroy compromete seriamente el porvenir de la fe en el mundo de hoy. Más aún: la catequesis de adultos podría reducirse a un discurso cerrado, separado, relegado a un ámbito muy lejano del mundo real de nuestros contemporáneos.
 

  1. d) De la catequesis de preparación a los sacramentos a la catequesis como «educación de la fe»

 
De la catequesis de preparación a los sacramentos se debe pasar a la catequesis como educación de la fe (DGC 84), para superar el callejón sin salida de la pastoral sacramental y salvar la distancia entre «demanda» y «oferta» pastoral. A la tradicional orientación «devocional» de la catequesis sucede la preocupación primordial por la educación de actitudes de fe y de amor como «liturgia de la vida».

  1. La necesaria reformulación del mensaje cristiano

Como es natural, está muy presente en todas las Iglesias la preocupación por el contenido de la transmisión de la fe. Es constante la referencia a la Biblia como fuente principal, y algunos documentos no dejan de remitir al «Catecismo de la Iglesia Católica».
Pero – en relación con la opción pastoral de la nueva evangelización – hay que destacar sobre todo la exigencia, presente en los documentos eclesiales, de actuar la función del «primer anuncio» del Evangelio, redescubriendo el núcleo esencial de la fe y la novedad del mensaje cristiano. Esta exigencia se presenta, según los países, con expresiones distintas, pero en cierto modo equivalentes.
 

  1. a) En el centro: el anuncio de la Palabra de Dios y la comunicación de experiencias de fe

 
La palabra de Dios y las experiencias de fe antes que la doctrina. En lugar de tender en primer lugar a la «transmisión de la doctrina» cristiana, la catequesis debe ser ante todo «anuncio de la palabra» y «comunicación de experiencias de fe». La palabra de Dios, percibida en la experiencia cristiana de fe, constituye el contenido propiamente dicho de la catequesis («sin experiencia religiosa no hay comunicación religiosa»). Esto no echa en olvido el contenido doctrinal, pero lo relativiza y lo integra en un contexto más amplio y vital.
 

  1. b) Un mensaje sobre todo «significativo»

De la catequesis de la «verdad» a la catequesis de la «significación». A la obsesión por la doctrina teológicamente correcta, sucede la preocupación por asegurar el carácter «significante», vital, existencial, del mensaje transmitido. No decae el interés por la verdad revelada, pero lo más importante es que se destaque en el mensaje transmitido el carácter de «Evangelio», de buena noticia.

  1. c) Un mensaje renovado por la vuelta a las fuentes. Relativización del papel de los catecismos

A la preocupación por la ortodoxia del contenido sucede el deseo de fidelidad a las fuentes (primacía absoluta de la Biblia – el «libro» por excelencia de la catequesis – y de los Evangelios: DGC 41). El proceso catequético contempla la «entrega» (traditio) de los documentos de la fe (DGC 85 y 88) y desea recuperar la credibilidad del testimonio. Queda relativizado – en cierto sentido – el papel de los catecismos
He aquí una serie de indicaciones orientadas – en la situación actual – a la práctica de la catequesis dentro de la opción pastoral por una «nueva evangelización”.

Emilio Alberich 

 
[1] Cf J. MARTIN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea. Santander, Sal Terrae, 2002; E. ALBERICH, ¿Tiene futuro la catequesis?, «Sinite» 45 (2004)135, 73-84.
[2] «Proponer la fe en la sociedad actual. Carta de la Conferencia Episcopal Francesa a los católicos de su país (Lourdes, 9 de noviembre de 1996)», en: D. MARTÍNEZ – P. GONZÁLEZ – J. L. SABORIDO (Eds), Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto. Santander, Sal Terrae 2006, 37-84.
[3] SAGRADA CONGREGACIÓN DEL CLERO, Directorio General de Pastoral Catequética. 2 ed. Madrid, Edice 1981, n. 20.
[4] E. LEPERS, Nécessité d’une catéchèse d’adultes dans l’Eglise?, en »Catéchèse» 21 (1981)82, 10.
[5] COLOMB, Manual de Catequética. Al servicio del Evan­gelio. Vol. II, Barcelona, Herder 1970, p. 465.