Raúl Tinajero
Director del Secretariado de Juventud
Archidiócesis de Toledo
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El director del Secretariado de Juventud de Toledo, en su artículo, hace un repaso a lo vivido en la JMJ Madrid 2011 y propone unas claves para avanzar: constancia y perseverancia, escuchar a los jóvenes, prepararnos para la Nueva Evangelización.
1- La JMJ: ¿Un antes y un después de nuestra pastoral juvenil?
Contestar con un “sí” a esta pregunta sería demasiado ambicioso. Pero tampoco podemos caer en un pesimismo y decir “no”. Es cierto que en el año 1989, después de la JMJ de Santiago de Compostela, se pudo contemplar un cambio en los procesos y en los planteamientos de Pastoral Juvenil. Hoy quizás es distinto, pues las realidades no son las mismas que entonces, pero sí creo que la JMJ ha removido nuestras estructuras, nuestros proyectos y nos ha abierto una puerta a la esperanza y a nuevas respuestas ante los nuevos retos. Es algo que lleva su tiempo y que debemos trabajar con verdadera alegría y poniendo toda nuestra confianza en el Señor.
Los que ya hemos vivido alguna otra Jornada Mundial éramos conscientes de que la JMJ sería un verdadero “éxito”, si nos referimos a la participación, a la alegría, al entusiasmo, al testimonio de esperanza y de vida en la sociedad de hoy, en especial de España. La fuerza y la gracia que transmite la JMJ allí donde se realiza eran ya sabidas.
Es cierto que existieron dificultades, problemas, equivocadas previsiones, planteamientos erróneos; es verdad que se podría haber aprovechado mucho más todo este acontecimiento; haber creado más lazos de comunión, de compartir planteamientos pastorales juveniles, de habernos implicado a todos un poco más… es cierto. Pero la fuerza de la juventud “una juventud llena del amor de Dios, que mira a la Cruz pero abre su corazón a la Resurrección, que es impresionante en sus testimonios, que se muestra expectante ante las palabras del Papa, unida en la oración, en el silencio, en la celebración” lo puede todo y supera todas las expectativas, todos los sufrimientos, todos los sinsabores que pudieran haberse dado.
Fueron días de encuentro, de formación, de disfrutar, de convivir, de rezar, pero días que dieron a España y al mundo un testimonio insuperable de educación, de valores, de respeto, de tolerancia. Como suelen decir los jóvenes “ahí queda eso… y el que quiera que lo anote…”
Creo que todo está en la retina de los que allí estuvimos o pudieron seguirlo por los medios de comunicación. Todo ha quedado grabado en nuestra memoria, en nuestro corazón y en todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, más allá de sus creencias, pudieron constatar que existe una juventud viva, válida, esperanzada y abierta a la vida… y que toca apostar por ellos.
Podría destacar muchos momentos: catequesis, encuentros, actos culturales, celebraciones… pero dejarme que recuerde dos, que no son ninguna novedad y que no se le escaparon a nadie. Fueron dos momentos de silencio. Uno cuando se produjo esa gran tempestad, con la que parecía que se venía todo abajo, que el esfuerzo de estos años, la esperada Vigilia, uno de los momentos cumbres, se desquebrajaría… Fue un silencio desgarrador, una pausa dubitativa, un momento de oscuridad.., pero muy corto, roto por el entusiasmo, por la fuerza, por la luz, por la vida, por el amor, por la esperanza, de unos jóvenes que se unieron mucho más entre ellos y con el Santo Padre. Un silencio que hizo vibrar y transformar a todo el que estaba allí, bajo la lluvia, calándose hasta los huesos, pero sin moverse, porque Todo estaba por llegar. Y así fue cuando llegó el segundo momento de silencio. Este sí, más largo, impactante, ante el Todopoderoso, ante el Señor. ¡Qué quince minutos! ¡Cuántos corazones se removerían, cuantas súplicas, cuántas ilusiones, cuántos diálogos abiertos! Cada uno, solo ante el Señor, en un recinto con cerca de dos millones de jóvenes, ni más ni menos… Impresionante.
Creo que estos dos momentos han mostrado el Espíritu de esta JMJ. Unos jóvenes que, ante la adversidad, ante los problemas de esta sociedad, ante los sufrimientos, ante las tempestades inesperadas, ante los sinsabores que les dan sus propias experiencias, son capaces de observar, recapacitar y desde ahí levantarse para revitalizar nuestro mundo, para darle un nuevo sentido, sin otro interés que el verdadero sentido del ser humano, del respeto, de la dignidad de la persona… Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Con qué fuerza? La respuesta vino dada por lo que continúo: la Oración, el encuentro personal con Cristo, el vivir como hermanos que se unieron en la plegaria, el caminar unidos en un mismo Amor… ¡Vivan los jóvenes! ¡Vivan los que apuestan por seguir avanzando desde el respeto y el amor! ¡Vivan los que reconocen que sólo desde Él pueden alcanzar el sentido y la fuerza necesaria para seguir caminando! ¡Vivan!.
¡Se puede!
Algo muy generalizado en los momentos en los que vivimos es quejarnos de que no se puede, de que los jóvenes no escuchan, de que no tenemos medios, de que no somos capaces de atraerles para Cristo, etc…
Una de las enseñanzas principales de la JMJ no ha sido tanto el acontecimiento como tal (que ya de por sí, como indico, tiene una fuerza y una vivencia pastoral impresionante como ha quedado demostrado en cada uno de los momentos vividos). Yo me inclinaría por todo lo que se ha motivado anteriormente, todo lo que ha rodeado a este gran acontecimiento histórico. Todo los esfuerzos, proyectos pastorales que se han programado y activado en cada una de las Diócesis de acogida, en todas las parroquias y colegios que se han unido para trabajar, no sólo en la acogida y participación en la JMJ o en los DeD, sino también para romper con tantos obstáculos, miedos y prejuicios y para proyectar verdaderos planes pastorales de acercamiento a la realidad juvenil, quizás un poco temerosos por el ambiente social, pero siendo conscientes de que, poniendo su confianza en Dios (algo que a veces nos falta, en otros momentos), llegarían a buen puerto.
Creo, y así lo hemos tratado de vivir en nuestra Diócesis, que los años anteriores han sido un tiempo para sembrar, motivar, acercar la alegría de ser joven y cristiano, de buscar cauces de convocatoria, de primera llamada; un momento de ahondar en la fe, de tener encuentros de formación para seguir en el crecimiento y madurez de la fe; momentos para presentar, con el “pretexto” de la JMJ, a un Jesucristo joven, que camina al lado del que está abierto a la esperanza, al que mira más haya de su propio horizonte; un momento para la coordinación, la colaboración, el compromiso en la Pastoral Juvenil, para mostrar una Iglesia joven, que apuesta por ellos, que promueve este encuentro impresionante, no para mover jóvenes sin más, sino para dar un testimonio de esperanza al mundo, para hacer comprender a todos que el joven tiene un lugar que no es cualquier lugar, sino uno principal, porque necesitamos de ellos para la evangelización: son corresponsables en esta tarea esperanzadora.
Dedicación…
En relación con este aspecto preparatorio, considero que los frutos de futuro de la JMJ dependen mucho (exceptuando casos muy particulares y a veces espectaculares), del ímpetu, de la importancia, del esfuerzo, del aprovechamiento que hayamos tenido en los años previos a este gran acontecimiento. Es verdad que son llamativos esos frutos que se dan durante el encuentro o justo posteriormente, pero debemos ser conscientes, y más aún los que trabajamos directamente con los jóvenes, que el día a día, el acompañamiento, la perseverancia, la fidelidad, el espíritu evangelizador a largo plazo, tarde o temprano, gracias a estos momentos de gracia que supone una JMJ y todo lo que rodea a un acontecimiento histórico como éste, dará sus frutos y serán abundantes.
Creo que debemos ser conscientes de que, cuando se nos ha puesto ante nosotros un acontecimiento de esta magnitud, no ha habido Diócesis, ni movimientos, ni realidad que no se haya movido para animar a los jóvenes a participar, sabedores de que esta experiencia ayuda a descubrir y a vivir a Cristo. Han sido miles los esfuerzos, por parte de nuestros Obispos, de todas las delegaciones, de otros ámbitos pastorales, para aprovechar este gran acontecimiento. Esta inmensa dedicación, este impresionante esfuerzo, nos debe interpelar para que, quizás sin tener por delante un acontecimiento tan directo, (pero sí sabiendo que el mayor deseo que podemos tener es acercarles a Cristo), se sigan dedicando tiempo y personas a la Pastoral Juvenil ordinaria, sin caer en la tentación, a las primeras de cambio, de olvidar todo el esfuerzo realizado, todo el bien que se ha hecho.
Para ello es necesario concienciarnos de la gran necesidad que seguimos teniendo de llegar con claridad y sin tapujos a los jóvenes, con un mensaje nítido, directo y expresivo de felicidad y esperanza. Es mucho el tiempo que debemos seguir dedicando a ello, partiendo del anuncio claro y explícito de Jesucristo, mostrando una Iglesia joven y viva; una Iglesia Madre que ama, que perdona, que acoge; una Iglesia abierta al que busca con esperanza, al que se pregunta por la felicidad, al que persigue sus mejores deseos… siendo conscientes de nuestras limitaciones, de nuestras debilidades, reconociéndolas con humildad, sin miedo a que nos “señalen”. Los jóvenes, aunque den la impresión de que no les afecta, cuando perciben un corazón que ama, que pide perdón y perdona, ello verdaderamente cala en sus vidas y les ayuda a preguntarse sobre muchas cuestiones que el mundo y la sociedad de hoy tienen olvidados.
Superación…
Aun sufriendo muchos obstáculos, se ha luchado por dar valor auténtico a la JMJ, por aprovechar, en el buen sentido de la palabra, la gracia que se nos transmitía, la capacidad de convocatoria que tiene en sí, por mirar más allá de nuestros intereses, de nuestras debilidades y limitaciones, y por estar abiertos a nuevos cauces de evangelización, de acercamiento a los jóvenes, de proyectos ilusionados e ilusionantes y luchar por un redescubrir el rostro sonriente de Cristo, cercano, abierto a dar respuestas a los más profundos deseos de felicidad. Todo lo vivido traerá seguro muchos frutos.
A veces, perdonadme, podemos caer ante oportunidades de evangelización como ésta que hemos vivido en criticarla o enjuiciarla desde el entendimiento humano; lo que en el fondo hacemos es justificar que no hemos preparado nada, que no lo estamos viviendo con el ímpetu y la esperanza que se merece: nos quedamos en lo superficial. Con esto no quiero decir que no tengamos un espíritu crítico, pero partiendo siempre desde el trabajo, desde la entrega, la motivación, la oración, la evangelización diaria, de valorar en sí el auténtico sentido de la oportunidad, del acontecimiento de gracia que se nos ofrece… Desde ahí es desde donde hay que valorar, corregir fraternalmente, apoyar con conocimientos y experiencias a que todo el que se acerque a vivir dicho encuentro, aprovechar y sacar lo mejor y lo más positivo, que es la alegría de Cristo, de ver una Iglesia joven, viva, abierta a la esperanza…
Después de pasar unos meses, conscientes de que la siembra ha sido realizada y de que muchos jóvenes se sintieron “removidos” durante esos días, podemos comprobar que la situación, la vida ha vuelto a su ritmo. Es ahí donde debemos ser fuertes, valorando lo vivido, para afrontar los numerosos retos que tenemos, el gran numero de imprevistos, dificultades, obstáculos que encontramos en nuestro día a día, en la pastoral juvenil. Ya lo hemos hecho, sin miedos, sin tapujos… podemos volver a hacerlo, ahora en lo pequeño, en lo ordinario, en la vida pastoral de nuestra parroquia, de nuestra Diócesis, con ese grupo de adolescentes, de jóvenes universitarios… allí donde estemos.
Para ello debemos evitar la tentación, muy humana, de pensar que el número es lo más importante, que si no tenemos grandes grupos no es posible llevar a cabo una pastoral juvenil efectiva. Los grandes momentos, los grandes grupos, serán momentos concretos y extraordinarios, pero no es lo normal, no es lo habitual. Debemos apreciar y valorar lo poco; construir desde ahí con esperanza y alegría; transmitirlo e implicarnos en la realidad de los jóvenes, abriendo nuevos horizontes y asumiendo los retos que ello conlleva, sin miedos y sin prisas.
Estamos conectados…
Creo que uno de los grandes éxitos de la JMJ, ha sido el fortalecimiento de la necesidad de vivir conectados, de vivir en comunión. Seamos de donde seamos, del país que sea, con distintas culturas, distintas formas de vivir y expresar nuestra fe, al final nos hemos dado cuenta de que vivimos unidos en una misma fe, una fe que ha roto fronteras, no sólo territoriales, sino también internas, que existen en cada uno de nosotros. Estamos conectados: con Cristo, por nuestra fe, nuestra oración, nuestra vida, nuestra entrega; con nuestros hermanos, por el testimonio, la experiencia de fe, la alegría de la juventud; con el mundo, porque estamos en él, vivimos en él y no para pasar desapercibidos, sino para aportar lo mejor de nosotros, para ayudar a construir un mundo mejor. Estamos conectados, venciendo nuestros propios intereses, mirando más allá de nuestros carismas personales o grupales, buscando una comunión necesaria para un verdadero testimonio esperanzado…. La pastoral juvenil necesita que estemos conectados…
La comunión ayudará a que sean muchos los frutos que se den en la pastoral juvenil. Cuando los intereses personales, exclusivos y excluyentes, predominan en nuestros grupos, en nuestros carismas, no sólo no ayudan a crecer personalmente o en grupo, sino que cierran las puertas a una pastoral coordinada, activa, viva y abierta a nuevos retos, en los cuales se podrá llevar acabo una verdadera evangelización, necesario en los momentos que vivimos.
Para ello es fundamental salir de nosotros mismos, aceptar y comprender los muchos caminos que el Señor ofrece para llegar a Él. Respetar y aprovechar aquello que otros, de otros lugares, de otros grupos o movimientos, nos pueden ofrecer. Nadie tiene las claves perfectas para llevar hacia delante una pastoral juvenil total. Todos tenemos en nuestros planteamientos, más o menos novedosos, pautas acertadas y válidas para lleva acabo la evangelización con los jóvenes, y debemos compartirlas, debemos conocerlas.., la JMJ ha sido un encuentro de comunión efectiva, por poder contemplar y compartir las miles de iniciativas y maneras de hacer pastoral juvenil. Ha sido momento de apertura, de romper todas esas barreras que muchas veces nos creamos y que lo único que consiguen es separarnos y no dar un testimonio auténtico de fe y de amor. La JMJ nos ha ayudado a “conectarnos” mucho más, a compartir lo bueno y luchar contra lo que nos separa y desde ahí, desde esa comunión, ser conscientes que el testimonio será siempre mas vivo, más esperanzado y más impactante.
Mirada hacia el futuro… desde el presente
Hablar de la JMJ Madrid 2011, una vez que ha terminado, para los que la hemos estado preparando en nuestras Diócesis, nos llena de alegría, de esperanzas, de gozo por poder mirar al futuro viendo nuevos horizontes en los cuales los jóvenes tienen mucho que decir. Es hablar de Iglesia joven, viva. De comunidades que se renuevan, que se revitalizan.
Podemos estar viviendo un gran momento y, aunque pueda parecer un sueño, debemos ser conscientes de que lo vivido, el ejemplo que nos han dado estos jóvenes, tiene que remover por dentro nuestras conciencias y nuestras actitudes de compromiso, ayudar a vencer, hoy, en esta época con sus propias dificultades, el miedo a mostrar y vivir lo que somos, cristianos, discípulos de Cristo, con todo lo que eso conlleva.
Pero si algo ha marcado todo este gran acontecimiento, al menos en mi Diócesis y, por lo que he podido constatar, en otras muchas, han sido los llamados DeD, “Días en las Diócesis”.
Impresionante experiencia de fe, de convivencia, de Iglesia, de caridad… de amor. Porque no se puede definir de otra manera. Ha sido un verdadero soplo del Espíritu, de aire fresco, de fuerza renovadora, de gracia increíble, que ha calado en todos nosotros, los equipos de pastoral; que ha llegado profundamente a todas la comunidades de acogida, a las familias, a los sacerdotes… que nos ha renovado y recordado que Cristo sigue vivo, que merece la pena seguir trabajando por mostrar su Palabra; que no debemos cejar en el empeño de seguir dando la vida por el anuncio de la Buena Nueva.
Miles son las familias que han experimentado el gozo de sentirse como las primeras comunidades, abriendo sus corazones, sus casas, ofreciendo lo que tenían, compartiendo sus vivencias, sus pertenencias, sus esperanzas, a aquellos que venían desde otras comunidades, de países lejanos y cercanos, convocados por el sucesor de Pedro. Ha sido un darse que traerá consigo un fruto abundante; una experiencia de vida, de transmisión de la fe, donde se ha compartido todo lo que es nuestra tradición, nuestras raíces, nuestros proyectos de futuro.
Todo ello ha sido posible porque el Señor estaba en medio, porque el Amor de Dios invadía el corazón de unos y otros, porque la Esperanza en un mundo nuevo rebosaba en todos; porque la alegría y la fuerza del Espíritu era mayor que los pequeños “miedos” con los que podemos convivir.
De ahí que se haya reforzado su convencimiento de vivir comprometidos en sus comunidades y hayan descubierto que la Iglesia, en sus parroquias, necesita de ellos para seguir evangelizando y sembrando esperanza. Lo demás lo podremos conocer, si Dios quiere, en los próximos años…
2- ¿Claves para una pastoral juvenil actualizada?
Es complicado poder tener la “varita mágica” para dar las pautas fundamentales que respondan y satisfagan todos nuestros buenos deseos para realizar y llevar acabo una auténtica Pastoral Juvenil.
Creo que hay mucho andado y mucho por andar. Es evidente que los jóvenes de hoy necesitan respuestas claras y precisas antes las muchas cuestiones que se plantean. También es cierto que lo que viven y encuentran en su entorno no ayuda nada a que se planteen, podríamos decir, cuestiones de profundidad, de esas que se llaman “grandes interrogantes”. Hoy no pasan de “preguntas cotidianas”, y a lo más llegan es a “preguntas importantes”, pero el salto a plantearse esas cuestiones fundamentales de la vida les es muy difícil, pues su entorno, su ambiente, no ayuda a eso, e incluso se percibe en la sociedad de hoy un cierto interés por que no se lo planteen.
Es cierto que la JMJ nos ha provocado. Y el trabajo encomendado se ha llevado a cabo, con más o menos acierto. Todo está por ver. La siembra ha sido realizada. Ahora toca que cada uno en su lugar, en su campo, en su ámbito, sea capaz de renovar su compromiso quien es el Camino, la Verdad y la Vida.
Constancia y Perseverancia
No se trata de conseguir grandes resultados, ni de buscar soluciones espectaculares. Se trata de que, desde la pastoral ordinaria, los que tenemos responsabilidad, desde el día a día, con perseverancia y constancia:
– Aumentemos nuestro compromiso en la evangelización con los jóvenes y de los jóvenes, tanto en medios humanos como materiales.
– Confiemos en ellos, porque nos han demostrado que se puede confiar plenamente en sus inquietudes y esperanzas.
– Reconozcámosles miembros activos en las responsabilidades pastorales de las diócesis, parroquias, movimientos… donde aporten sus proyectos evangelizadores, ayuden en la renovación de las comunidades e iluminen con su caridad creativa.
En la JMJ de Colonia, Benedicto XVI dijo en su discurso a los obispos alemanes: «La experiencia de estos últimos veinte años nos ha enseñado que, en cierto modo, cada Jornada mundial de la juventud es para el país donde tiene lugar un nuevo comienzo para la pastoral juvenil. La preparación del acontecimiento moviliza personas y recursos. Lo hemos visto precisamente aquí en Alemania: se ha llevado a cabo una auténtica “movilización”, que ha activado energías. Por último, la celebración misma conlleva un fuerte impulso de entusiasmo, que es preciso sostener y, por así decir, hacer que sea definitivo. Se trata de un enorme potencial de energías, que puede acrecentarse más y más, difundiéndose por el territorio”.
Escuchar a los jóvenes
Es necesario escuchar a los jóvenes, y la experiencia de otras JMJ nos enseña que tienen mucho que decirnos, pues son muchas sus expectativas:
– Han manifestado que su fe en Dios se ha fortalecido y que, gracias a la JMJ, tienen ahora una relación más estrecha con Dios.
– Nos enseñan a no avergonzarse de su fe; a mostrarla abiertamente en sus ambientes; a querer aprender mucho más de la fe que viven.
– Nos muestran un compromiso mayor con el prójimo; descubren y testimonian el verdadero rostro de Jesús.
– Su fuerza y su entusiasmo desde su vida juvenil, abierta a la esperanza desde su fe, ha hecho que, unos meses después, la JMJ, su ejemplo, su testimonio, su alegría, no sean cuestionados por nadie…, incluso silenciando a los sectores más críticos y hasta a veces destructivos de la sociedad.
– Nos piden que siga existiendo un seguimiento pastoral, propuestas claras para un seguir madurando en la fe; encuentros de oración, de convivencia… abiertos a su expresividad y a sus dudas, inquietudes y esperanzas.
– Insisten en que en las parroquias, en los movimientos, en los colegios se ofrezcan y se cuiden más las celebraciones juveniles, grupos de animación, catequesis participativas sobre cuestiones propias de su ser jóvenes…
– Nos indican con su actitud y su testimonio que se necesitan y que es necesario promover encuentros diocesanos, nacionales, donde puedan expresarse tal y como son, y verse arropados por otros que en su misma situación tratan de vivir su fe en el momento que les ha tocado.
– Son capaces de romper con todos esos obstáculos que a veces aparecen dentro de nuestra Iglesia, a consecuencia de intereses particulares, que llevan consigo actitudes egoístas y a veces exclusivas y excluyentes. Ante esto, ellos nos enseñan a vivir en comunión, dando lo mejor de cada uno para construir un mundo de vida y esperanza desde el Señor.
– Han sido capaces de ponerse de acuerdo, de coordinarse para poder llevar a cabo aquellos proyectos que se han propuesto en la tarea de evangelización. Sólo hay que verlo en cada Diócesis, durante los días previos a la JMJ. Han trabajado, codo a codo, por preparar y organizar todos los momentos de gozo que hemos vivido.
– Nos están demandando a aquellos que tenemos alguna responsabilidad que les acompañemos personalmente en su madurar en la fe.
– Son los apóstoles del mañana, y por ello necesitan que les ayudemos a seguir formándose.
Es necesario que acojamos sus descubrimientos, sus esperanzas, sus preguntas. Sentirnos interpelados todos, para ofrecer propuestas concretas que les ayuden a crecer en la fe, a que adquieran nuevos compromisos dentro de las parroquias y movimientos.
Prepararnos para la Nueva Evangelización
Me gustaría ofrecer a continuación, de forma esquemática, algunas pistas que ayuden a diseñar una pastoral juvenil en clave de nueva evangelización.
1.- Capacitar para los retos actuales a todos los agentes de pastoral de juventud
– Los sacerdotes que tengan una implicación en la pastoral juvenil: necesidad de vivir la comunión; compartir proyectos; ofrecer alternativas; promover grupos; necesidad de una formación permanente en lo referente a la Pastoral Juvenil.
– Los seglares agentes de pastoral juvenil: corresponsabilidad; ser miembros activos en las parroquias, arciprestazgos; capacidad de decisión y de acción; trabajo en red y comunicación fluida; promocionar cursos y encuentros de formación; posibilidad de un curso de Agentes de Pastoral Juvenil; apoyar las comisiones y grupos formados para los DeD y la JMJ.
2.- Revitalizar la familia y la parroquia, como ámbito de Iniciación Cristiana
Adolescentes
– Partiendo del hecho de que, para poder realizar una buena pastoral juvenil a estas edades, debemos tener contacto con ellos desde el primer momento que empiezan a ser adolescentes, sería necesario.
– También debemos valorar el entorno familiar y la parroquia, en toda ocasión, como el lugar más importante de aprendizaje para ser cristiano.
– Favorecer encuentros de comunicación entre padres e hijos, en la parroquia, antes de la confirmación y que pudieran ser continuados una vez recibido este sacramento.
– Las clases de Religión en los institutos deben ser también un medio para concienciar y educar a los adolescentes en la necesidad de aprender y vivir su fe en la familia y de invitar a que participen y crezcan en su fe en la parroquia. Es posible que en la mayoría de los casos su entorno sea desfavorable, pero no olvidemos que ellos serán padres algún día.
– Los encuentros, convivencias y otras actividades que realicemos con ellos, antes y después de la Confirmación, deben ir encaminadas a este propósito. Son nuestros mejores medios. No podemos desaprovecharlos.
Jóvenes
En esta edad, a partir de los 18 años, hemos de distinguir: los jóvenes que, después de haber realizado todo el proceso de Iniciación, no han llegado a cierta madurez en su fe y necesitan de todo un proceso de Catecumenado. Por ello debería procurarse un primer acercamiento a la parroquia, a través de medios más propios de adolescentes (que exponíamos anteriormente: encuentros, convivencias, seguimiento personal…), y desde ahí intentar hacerles ver el valor de la familia como lugar privilegiado para aprender y vivir su ser cristiano.
Los jóvenes que han adquirido cierta madurez en su fe y que están continuando su formación tanto espiritual como humana a través de grupos parroquiales o movimientos. Se les ha de hacer ver la necesidad de que vivan y experimenten su fe en la familia y que den testimonio de ello, a través de dicha formación y del trato personal (dirección espiritual)
3.- Impulsar la catequesis y la formación
Adolescentes: Impulsar los grupos de Post-confirmación
– Concienciar a los adolescentes de la continuidad después de la confirmación; no es ningún punto final.
– Para ello presentar siempre la Confirmación como el eje de un proceso, que suele durar entre 4 ó 5 años (dos al menos de preparación y dos o tres de Post-Confirmación), y que concluye con una opción por vivir su fe en la Iglesia a través de la parroquia o movimiento.
– Los agentes responsables de esta pastoral deben ser constantes en la ejecución de este proceso (aunque la respuesta de los adolescentes carezca en muchos casos de esta constancia).
– Es necesario una planificación, una programación que sea presentada a los adolescentes y que dé seguridad a éstos a la hora de optar por seguir en los grupos parroquiales. Cualquier muestra de duda ante ellos, sumada a sus actitudes de pasividad, favorecerá que abandonen.
– Esa programación ha de combinarse con la formación, la oración, la celebración, la convivencia, etc.., pero siempre presentado con antelación y seriedad.
– Esto exigirá evidentemente la dedicación de mucho de su tiempo por parte de los agentes de pastoral. Estamos llamados a evangelizar.
Jóvenes: Los jóvenes que han adquirido cierta madurez en su fe
– Catequesis de inspiración catecumenal (Consolidar los cimientos de una casa ya construida)
– Planes de formación adecuados para madurar en su fe.
– Vivencia y testimonio de los sacramentos de iniciación. Para ello sería necesario favorecer la implicación de los jóvenes en la catequesis de los adolescentes, bien sea a través de la catequesis de Confirmación o siendo monitores de grupos de Post-confirmación.
4.- Suscitar y desarrollar una pastoral misionera en nuestros grupos de jóvenes
Adolescentes
Una primera llamada a vivir en su momento, en su ambiente, el sentirse llamado a seguir a Jesucristo, descubriéndolos en su vida, en su problemática. Una tarea difícil y ardua en la cual debemos emplear muchas energías porque ellos serán los jóvenes y adultos que en otro momento deban anunciar la Buena Noticia.
Sabiendo que estamos llamados a llevar a todos los rincones de nuestras diócesis y del mundo entero el anuncio de la Buena nueva, debemos centrar nuestra Pastoral Juvenil en la proclamación del kerigma, de lo fundamental del cristianismo: “Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que se ofrece a los hombres, como don de la gracia y misericordia de Dios” (E.N. 27)
Por tanto, hemos de llegar, a través de medios cercanos a nuestros adolescentes y jóvenes, a suscitar en ellos la fe, la adhesión personal a Cristo, con una profunda labor catequética de formación y profundización, de un nuevo anuncio de Cristo “como en los primeros tiempos”. Para ello será necesario un cambio de mentalidad en nuestros planteamientos pastorales.
No podemos seguir funcionando conformándonos con los adolescentes que siguen en nuestras comunidades por inercia, o gracias a la insistencia de sus familias; tampoco nos debe desanimar el hecho de que no sean muy numerosos los que quieran vivir ese acercamiento a Cristo (es necesario que valoremos mucho más “la calidad y no tanto la cantidad”). Así pues debemos salir en su busca con replanteamientos de muchas tareas pastorales que ayuden a descubrir la alegría de seguir a Cristo, comprendiéndolos, ayudándolos en su problemática.
Jóvenes
Despertar en ellos el espíritu de misioneros en su ambiente, en su parroquia, en su comunidad, haciéndoles ver que son ellos los primeros que deben anunciar a los adolescentes la Buena Nueva de Cristo, con su ejemplo de vida. Todo ello ha de hacerse:
– partiendo de la reflexión y el discernimiento ante las nuevas situaciones,
– poniendo el mayor entusiasmo y fervor evangelizador,
– confiando en Cristo y en su Espíritu,
– buscando la creatividad pastoral, para no caer en hacer “lo de siempre”,
– y dando una fuerza especial a las actividades pastorales ordinarias.
Este impulso evangelizador y el compromiso misionero debemos transmitirlo a nuestros jóvenes para que, al sentirse necesarios, ellos mismos sean también transmisores de lo que viven. Esto dará vitalidad y crecimiento a nuestra Iglesia. Ante esto es necesario:
– La formación continua.
– Alimentarse de la Palabra, para ser servidores de la Palabra.
– Dejarse impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés.
– Sentirse miembro activo en esta misión.
5.- Potenciar la cultura vocacional entre los jóvenes en nuestra diócesis
Hemos de plantearnos de una manera rotunda si en este trabajo pastoral, en esta misión de la que hablamos anteriormente, está impregnada de cultura vocacional. Ante ello debemos inculcar en nuestros jóvenes que todos tenemos vocación.
Adolescentes
Ayudarles a que descubran la necesidad de responder con amor a lo que se nos ha dado con amor. A que se cuestionen al menos, qué es la vocación, y puedan distinguir entre las diferentes vocaciones con las que se puede responder a la llamada de Dios. Para ello se les debe dedicar muchísimo tiempo y paciencia, escuchándoles, acompañándoles en sus “problemas” y buscando acciones pastorales que ayuden a descubrir en sus vidas que existe una llamada especial.
Jóvenes
Ayudarles a que ahonden en la dimensión eclesial de su vocación, haciéndoles ver que tienen una misión necesaria e insustituible, que tienen un lugar en su diócesis, en la parroquia, en la comunidad, sabiendo que esto les llevará:
– a vivir la disponibilidad
– el espíritu de servicio
– a sentirse protagonistas activos
– a acoger sus responsabilidades
– a que de su respuesta dependan muchas cosas en nuestra Iglesia y en el mundo.
Hemos de presentar entre los jóvenes la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada, tan necesaria en nuestra Iglesia y en nuestro tiempo, a través del fomento de esa cultura vocacional en nuestras tareas pastorales.
Hemos de acrecentar las vocaciones cristianas a la vida seglar y al matrimonio, haciéndoles ver que deben vivir estas realidades como don y llamada de Dios, como tarea y responsabilidad.
Algunas ideas como resumen
Como resumen de todo lo expuesto con anterioridad, ofrezco algunas propuestas concretas que ayuden a poder acoger los retos que se nos plantean:
– Promover el encuentro con otros creyentes, para convivir, orar, misionar, testimoniar su fe.
– Apoyar la creación de grupos de jóvenes que se reúnan periódicamente, con un programa cerrado y que exija constancia y perseverancia.
– Tener momentos de oración comunitaria: alabanza, escucha de la Palabra de Dios, intercesión, adoración
– Celebrar los sacramentos: misa, sacramento de la reconciliación
– Motivar y animar la oración personal diaria; ayudarles a vivir la adoración eucarística.
– Potenciar la caridad desde la acogida a los demás hermanos, partiendo de la comunión y el perdón.
– Dedicar muchos momentos para el acompañamiento personal y así descubrir cómo se puede progresar en cada nivel, animándoles a tomar sus propias decisiones.
Conclusión
Es un tiempo el que estamos viviendo, después de la JMJ, impresionante. Quizás con cierto respeto y miedo, por pensar que no sabemos qué hacer o por dónde caminar.
Hemos sido desbordados por la gracia del Espíritu Santo, a través del testimonio de tantos jóvenes que viven y quieren vivir todavía con más intensidad su fe; eso puede crear cierta ansiedad por buscar rápidamente respuestas y soluciones para la pastoral juvenil.
Debemos tener paciencia, seguir sembrando y construyendo. Vivir intensamente lo que cada día se nos ofrece. Potenciar nuestras propuestas de evangelización con los jóvenes. No amilanarnos ante los obstáculos que nos podamos encontrar. Confiar en ellos, porque nos han demostrado ampliamente que son capaces de asumir sus responsabilidades.
Es el Señor el que nos sigue mostrando el camino. El que nos da la fuerza necesaria para afrontar los nuevos retos. El que nos ha ofrecido este momento de gracia y quien ahora nos dará luz para poder iluminar allí donde estemos.
Confiemos plenamente en Él, dando lo mejor que tenemos. Y sigamos hacia delante. Ánimo… la aventura continúa.
Raúl Tinajero Ramírez