¿YA AHORA QUÉ?
Equipo de reflexión de Pastoral Juvenil Vocacional. CONFER
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
En este artículo, el Equipo de reflexión de pastoral Juvenil vocacional de Confer hace ver que los jóvenes siguen buscando a Alguien y se buscan a sí mismos. Esto hace que la pastoral juvenil sea siempre actual y esté abierta al futuro. Proponen algunos caminos: pasar de qué a Quién; favorecer el encuentro del joven con Aquel que buscan;… en la oración, en la celebración y en el compromiso.
- Introducción
“Don valioso, que da esperanza al futuro de la Iglesia” y, podríamos afirmar, da esperanza al futuro del mundo. Con estas palabras Benedicto XVI, en la audiencia del 24 de agosto de 2011, calificaba su experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.
Su experiencia no dista de la experiencia de aquellos que acompañamos a los jóvenes y vivimos esos días desde dentro, con las angustias, prisas y tensiones del momento, pero con la certeza de que en la expresión de la fe que suponen las Jornadas Mundiales de la Juventud late también el corazón de la Iglesia de ayer, de hoy, y, sobre todo, del mañana más inmediato. Sólo por eso merecía la pena el derroche de energía que supusieron esos días.
Los jóvenes y no tan jóvenes que se dieron cita, como diría el evangelio de Juan, “fueron… vieron… y se quedaron” (cf. Juan 1, 39). Como nuevos discípulos recorrieron el mismo camino que aquellos primeros discípulos que seguían a Jesús, y que buscaban algo más en su interior y en su vida. Y probaron: fueron. Y experimentaron: vieron. Y muchos dieron el paso siguiente: se quedaron.
Pero la experiencia vivida no se puede quedar en una experiencia más, fortaleciendo lo que muchos han llamado el “consumo de experiencias”, en este caso, espirituales. Es necesario seguir acompañando al joven en su proceso de maduración y en el descubrimiento de su vocación, que, en ocasiones, como en la JMJ, es alimentado por experiencias que fundan o hacen vibrar su fe de un modo especial, pero también es fortalecido por el día a día, por los pasos cotidianos y por el encuentro cercano con Dios en la comunidad eclesial en la que viven su seguimiento de Jesús.
Los jóvenes, también en España, siguen buscando, y lo hacen con fuerza. ¿Estamos dispuestos a acompañarles?
- “Se quedaron con Él toda la jornada” (Juan 1, 39)
Los discípulos de Jesús que aparecen en el evangelio de Juan fueron y vieron. Lo que descubrieron en Jesús, en sus palabras y en sus actos, les fascinó de manera especial. No se puede entender que ellos, que buscaban una respuesta para sus vidas, se lancen repentinamente a seguir a un hombre, al “hijo del carpintero de Nazaret”, como algunos llamaban, despreciándole, a Jesús, y lo hicieran con insistencia.
Los jóvenes hoy, como anteriormente hemos dicho, siguen buscando y buscándose. Y también buscan en Dios una respuesta a su vida. Tal vez no sepan muy bien cómo ni qué, pero la respuesta que en muchísimas ocasiones dan, en momentos sorprendentes, hablan de una profundidad que muchos hubiéramos deseado en nuestro propios procesos personales. Como los dos discípulos del evangelio, buscan. De esta insistencia la pregunta de Jesús: “¿Qué buscáis?”, a lo que responden, con sabiduría: “Maestro, ¿dónde vives?” (Juan 1, 38).
No sabemos si en algún momento a los jóvenes les hemos preguntado qué buscan. No estamos seguros. Y sería interesante hacerles la pregunta. Tal vez nos sorprenderían, como los dos discípulos. Porque los discípulos no esquivan la respuesta, como parece en una primera lectura: los discípulos aciertan con su pregunta a la pregunta. Ellos no buscan “algo”, sino a alguien, y, para eso necesitan saber, en primer lugar, dónde vive, dónde se encuentra, en qué momentos se puede estar con él. Como ellos, nosotros, los que acompañamos a los jóvenes personalmente o en grupo, en la parroquia o en el ámbito educativo, estamos llamados a pasar de qué al quién, de la actividad al centro de la actividad, del tener experiencias al tener experiencia de Alguien, de Dios. Aquellos y éstos, nuevos discípulos, siguen buscando y siguen buscando a Alguien. Tal vez esta primera intuición, no siempre expresada verbalmente por ellos, es la que movió su vida a dar el primer paso y participar en la Jornada Mundial de la Juventud: buscaban, no la experiencia sin más, sino el Alguien más de la experiencia.
a) La JMJ y su repercusión en el joven.
Tras los días en Madrid muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de hablar con jóvenes que habían participado en la Jornada Mundial de la Juventud y de cómo la habían vivido. Al impacto de la multitud, de los grandes acontecimientos y celebraciones, que causaron en muchos de ellos un shock inicial sucedían, normalmente, en la conversación los frutos reales de lo sucedido durante esos días. Uno de ellos llegó a comentar que, a pesar de la dureza de esos días, de las condiciones y del trabajo realizado (era voluntario) el esfuerzo había merecido la pena y que lo recordaba con nostalgia, porque había sido, para él, tal vez uno de los momentos más bonitos de su vida, que ya no volvería. Y utilizaba una palabra: efímero.
Ciertamente la experiencia de la JMJ es una experiencia efímera, impactante y transformadora. Creemos que, a estas alturas, nadie niega que produce un fuerte movimiento interior en la vida de aquellos que participan. Y sí, es su ser efímera lo que hace valiosa esta experiencia. Como los altos en el camino, como los miliarios en los caminos romanos, las experiencias efímeras, que constituyen un momento culmen y fundante, son necesarias y valiosas en sí. Pero necesitan, en su ser efímeras, ser acompañadas y releídas en la vida cotidiana, como tantas otras. La experiencia no volverá, pero puede ser actualizada y alimentada. A todo ello se refiere el Papa cuando afirma que “cuando pienso cuántos jóvenes encuentran en tales jornadas un nuevo punto de partida y viven después espiritualmente a partir de él, cuánta alegría queda después del evento… tengo que decir que allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos”[1]. En ese punto del camino del joven es donde entra a formar parte, como compañero de camino, la comunidad eclesial y el acompañante personal, para dar sentido al rumbo tomado y animar al joven en su vida diaria.
Muchos de los jóvenes que se dieron cita buscaban algo y Alguien. Fueron y vieron. Pudieron experimentar cómo la juventud no está reñida con la profundidad, que la profundidad no está reñida con un ambiente de fiesta, que la fiesta no está reñida con la celebración de la Eucaristía o la Confesión, y que la vida de la Iglesia no está reñida con los jóvenes, sino al contrario. Ellos son en gran parte el centro de su vida y su esperanza. Y lo hicieron compartiendo su fe, su ser cristianos, intentando vivir nuestro mundo “arraigados y edificados en Cristo”, a pesar de sus dificultades, y “firmes en la fe”, aferrándose a ella para caminar. Para ello superaron las dificultades, no sólo más inmediatas de desplazamiento o alojamiento. Superaron la dificultad del idioma y la cultura y descubrieron que hoy, como cristianos, más allá del idioma o la cultura, nos entendemos porque hablamos un mismo lenguaje, sí, expresado de diferentes modos, pero común a todos: el amor, y el amor de Dios. Un amor que produce gozo y alegría. De ahí que todos, en su mayoría, lo hayan subrayado como fruto en su evaluación de la Jornada con estas o parecidas palabras: la alegría de sentirse amado por Dios.
Se puede decir, por tanto, que la experiencia que se buscaba con la Jornada Mundial de la Juventud fue alcanzada por una gran mayoría de jóvenes. Ciertamente, no todos tuvieron la misma experiencia, en parte porque no todos habían hecho el mismo camino hasta llegar allí. Es tiempo ahora de hacer madurar lo vivido o dejar todavía, hasta que se asiente, la experiencia tenida.
b) El trabajo previo y la enseñanza de caminar en la unión.
Hasta llegar a este punto hubo un recorrido largo y laborioso. Todos recordamos cómo los días previos fueron días de auténtico vértigo y tenemos en nuestra mente las llamadas de teléfono y los imprevistos de última hora. Detrás de todo este movimiento hubo un trabajo anterior que supuso coordinar y unir lugares y grupos que, hasta este momento, habían trabajado independientemente.
De todo ello podemos extraer algunas enseñanzas:
– La riqueza de la diversidad
Si algo puso de manifiesto el trabajo previo a la JMJ fue la enorme diversidad de la Iglesia y, en nuestro caso, de la Iglesia en España. Las diferentes sensibilidades, los diferentes modos de expresar la fe y la alegría del encuentro con Dios, lejos de suponer una dificultad suponen una riqueza para nuestra Iglesia. El simple hecho del conocimiento, favorecido por esta interconexión necesaria para la organización de los diferentes eventos, ha supuesto para nuestra Iglesia todo un ejercicio de comprensión y valoración del otro y de su realidad, en ocasiones no tan distante de la nuestra, como en un primer momento pudiera parecer. Parroquias, congregaciones religiosas, institutos… se vieron enriquecidos en la puesta en común y en la coparticipación en la organización de las actividades y supieron superar las dificultades, en ocasiones, de entendimiento entre muchos grupos, valorando lo común y poniendo por delante su responsabilidad: ayudar a los jóvenes al encuentro con Cristo.
– No existen “pequeños” en la Iglesia
El trabajo previo realizado abrió las puertas, también, de los pequeños grupos y de las pequeñas comunidades y puso de manifiesto el enorme trabajo y la enorme contribución de todos ellos. Haciendo un esfuerzo que superaba incluso sus capacidades, muchas comunidades y parroquias abrieron sus puertas y movieron a sus miembros en un ejercicio de acogida, que, en España, no ha tenido precedentes. Los “pequeños” no existen en la Iglesia, pues todos hemos sido necesarios, cada uno desde sus cualidades y posibilidades. Es tiempo ahora de hacer valer el esfuerzo realizado por estos.
– La interconexión y el trabajo en red
Si algo ha quedado de manifiesto durante la etapa previa a la JMJ es que la Iglesia en España ha de trabajar conociéndose y comunicándose. En un mundo donde la distancia no es una dificultad, nuestra Iglesia y nuestras comunidades o grupos no pueden vivir favoreciendo distancias. Es necesario romper, como se hizo durante esos días, con la ausencia voluntaria dentro de la Iglesia. La comunión no es sólo posible dentro de la Iglesia: es una realidad que es necesario fortalecer a través del mutuo conocimiento y de las mutuas relaciones entre los que tienen la responsabilidad y el encargo de animar al Pueblo de Dios y los grupos eclesiales.
Éstas y otras enseñanzas han puesto de relieve que, con sus dificultades, nuestra Iglesia sigue hablando al mundo y puede seguir moviendo a los jóvenes en su proceso de búsqueda pero necesita, en primer lugar, de la unión y de la misión compartida real.
c) Las lecciones de la juventud
Pero no sólo la Iglesia en España aprendió del proceso realizado. Los jóvenes antes, durante y después de la JMJ dieron diversas lecciones que es necesario tener en cuenta.
– De lo particular a lo universal
La JMJ puso de manifiesta cómo los jóvenes viven hoy nuestro mundo. Ellos han nacido en una sociedad ya interconectada, donde la información viaja de un extremo al otro en un instante y donde la amistad ya no tiene que ver con la cercanía física, sino con la cercanía del corazón. Sólo desde la comprensión de este mundo nuevo que nace es posible entender el modo de vivir la fe que mostraron. Anteriormente se ha hablado del lenguaje común utilizado: el del sentirse amado por Dios, que superaba toda dificultad. Éste lenguaje en ellos es innato. Lo particular no se contrapone con lo universal. Los jóvenes durante esos días dieron una lección al mundo sobre cómo las dificultades y las diferencias entre los pueblos se superan escuchando y hablando ese lenguaje. Un lenguaje que nace del encuentro con Dios, que nos construye como hermanos en la diferencia.
– La alegría de vivir la fe
El amor del que se hablaba en la enseñanza anterior produce en el joven alegría. Muchos han subrayado, entre ellos Benedicto XVI, que la alegría nace de la fe[2], del sentirse amado por Dios. Y de alegría hablaron, y mucho, los gestos de los jóvenes que participaron en la JMJ. No podemos recluir la alegría en un armario, dentro de las sacristías, para que nos visite de vez en cuando. La alegría y la fe van de la mano y no se pueden excluir ni de nuestras celebraciones, ni de nuestros encuentros, ni del acompañamiento personal. Esta alegría se puso de manifiesto en muchísimos momentos y se pudo sentir con fuerza en diferentes actividades. De entre ellas, como vida consagrada, podemos resaltar el Macrofestival Ven+id, donde se unió de modo sugerente la alegría de los jóvenes con la alegría de sentirse llamado que querían transmitir los consagrados y consagradas en España. Es un buen ejemplo de cómo la unión de la preparación tiene su repercusión también en la alegría y el gozo de los jóvenes que se ven animados por la alegría y el gozo de aquellos que les acompañaban.
– “Necesitamos un espacio”
Tal vez fue una de las peticiones que más se escuchaban esos días. Espacio no siempre se tenía y todo estaba masificado. Pero nos referimos a otro tipo de espacio y a otra voz que, si bien no se escuchó tal cual, sí se respiraba entre los jóvenes. Ellos reclamaron su espacio dentro de la Iglesia y en España. Muchos de los que participaron compartían también la indignación que otros muchos habían manifestado meses antes, al menos en parte. Y reclamaron su espacio también en nuestra Iglesia y en nuestros grupos. Muchos de ellos lo hicieron como voluntarios. Muchos, muchísimos, colaborando durante todos esos días para que las actividades transcurrieran con normalidad. Y otros muchos encargándose de los diferentes grupos, pequeños y grandes, que durante los días previos, participaron de los días en las diócesis o de las actividades propias. Fue su manera de decir “aquí estamos” y de reclamar su coparticipación en las decisiones y en la organización. Hoy podemos decir que aquellos días no hubieran sido lo mismo, o, mejor dicho, no hubieran sido, sin ellos y su esfuerzo, tiempo y dedicación.
A todo ello tenemos que unir una enseñanza que merece una mención aparte: el silencio.
Tal vez sea uno de los “leitmotiv” del Papa Benedicto XVI, pero, ciertamente, el silencio fue protagonista de muchos de los momentos que se vivieron esos días y que habla también de cómo tenemos que entender hoy la Pastoral Juvenil y las propuestas vocacionales: dejando también el justo espacio al silencio, a la Palabra, a Dios.
Los que vieron por televisión la vigilia de Cuatro Vientos, precedida de la tormenta que azotó el lugar, subrayan que de todo lo que pudieron contemplar y escuchar lo que más les llamó la atención fue el silencio. Curioso. Un silencio “sonoro”, que habla de una necesidad de nuestros jóvenes, nuestras Iglesia y nuestro mundo. Algo así no se improvisa ni prepara si no es porque el corazón estaba “tocado”, porque Él, el Corazón, había hablado al corazón de los jóvenes durante esos días. Los que lo vivimos en el propio lugar añadimos, además, al experiencia de tranquilidad y serenidad que, tras la tormenta, llenó el lugar. El silencio había reclamado su espacio, y lo tuvo. Y los jóvenes lo acogieron, no por obligación, sino porque lo necesitaban.
Nuestra pastoral con ellos también ha de respetar el justo espacio del silencio. Del silencio de adoración y también de los silencios que los jóvenes reclaman. Y acompañar estos silencios, que pueden ser “sonoros”.
Los jóvenes, así, fueron, vieron… y se quedaron con Él, con Dios, fascinados por un momento que es necesario acompañar.
- ¿Y ahora, qué? Acompañar la jornada y las jornadas
Si tuviéramos que extraer, de todo lo dicho, un reto de entre todos los que han aparecido para nuestra pastoral y la pastoral con jóvenes hemos de hablar del acompañamiento. Acompañamos la Jornada Mundial de la Juventud, pero también es necesario acompañar las Jornadas Personales del Joven, en singular.
Conocemos las debilidades que nos impiden en muchísimas ocasiones trabajar y entregar nuestra vida en la misión que se nos ha encomendado: la excesiva fragmentación de las propuestas que realizamos, de las experiencias y de los procesos, centrándonos excesivamente en lo puntual o los momentos fuertes; la falta de referencias comunitarias y eclesiales; la falta del encuentro personal con Jesús por no favorecer los momentos de reflexión, silencio, compromiso real… Todas ellas son debilidades que no pueden callar nuestras fortalezas, algunas de las cuales se pusieron en juego durante la JMJ. Es necesario, por tanto, reconocer que no siempre aquello que hacemos responde al objetivo: transmitir y acercar al joven a la experiencia de Dios. Aprendiendo de nuestras flaquezas, de nuestros puntos más débiles, podemos poner la fuerza en lo contrario, tratando de compensar las debilidades personales que cada uno tiene y que, lo queramos o no, también se transmiten en muchas ocasiones a los jóvenes con los que trabajamos y con los que caminamos, porque, en definitiva, nuestra fortaleza, la que proviene de Dios, también se hace visible en nuestra debilidad (cf. 2Cor 12, 9).
a) De qué al Quién: “Qué buscáis… dónde vives”.
Al inicio del artículo se hablaba sobre cómo los discípulos que aparecen en el primer capítulo del Evangelio de Juan son capaces de responder a Jesús con lo que para ellos era una necesidad. No buscaban “algo”, sino “Alguien” que diera sentido a su vida.
La Pastoral Juvenil también tiene el reto provocar el encuentro con Alguien, con Jesús, más allá y superando el activismo y el consumo de experiencias que impera en nuestra sociedad.
Cuando alguien se acerca a una agencia de viajes, junto con los tradicionales viajes en crucero, a los fiordos noruegos o a las islas Canarias, también se encuentran los “paquetes” de experiencias. En ellas se propone, por un módico precio, vivir un momento (lo que los jóvenes llaman “momentazo”) que no se puede vivir si no es de propio intento y al que normalmente no tienen acceso. Se venden, literalmente, experiencias.
Corremos el riesgo de que la JMJ, que fue, estrictamente hablando, “algo”, un momento, una experiencia, se quede en eso. Sabemos que en ella muchos jóvenes encontraron a “Alguien”, a Jesús, que dio sentido a lo que allí vivieron. Pero es necesario acompañarlo para no caer en el “vender experiencias” de nuestro mundo. Y lo que se puede decir de la JMJ lo podemos decir de todo aquello que normalmente hacemos y proponemos a nuestros jóvenes: Pascua juvenil, actividades de verano, camino de Santiago, encuentros en Taizè, retiros, charlas, oraciones, celebraciones de la Eucaristía y otros sacramentos. Todos están expuestos al comercio de experiencias si no son debidamente acompañados y orientados. Porque ellos no buscan el qué, aunque se sientan, como en ocasiones nos sucede a nosotros, reconfortados con lo vivido y el éxito obtenido, si es que eres de los que tiene que organizarlo.
b) Favorecer el encuentro del joven con Aquel que buscan…
Acompañar al joven supone favorecer el encuentro con Aquel que buscan y al que no terminan encontrando en muchas ocasiones. Los agentes de pastoral juvenil, a veces, tratamos de dar respuestas a interrogantes que no se han planteado los jóvenes y les inducimos preguntas que no tienen nada que ver con su vida. Son más bien nuestras preguntas y nuestras inquietudes. Y también damos respuestas a esas mismas preguntas y no sus respuestas, estableciéndose un diálogo entre el acompañado y el acompañado: es decir, un diálogo consigo mismo que no tiene en el joven el centro.
Para evitarlo, es importante querer al joven y su momento, no tratar de cambiarlo, sino comprenderlo y descubrir, con él, en qué momento vital se encuentra y sus dificultades, y, desde ellas, dar respuesta a lo que cada joven quiere y necesita. En el acompañamiento personal y real es el joven y su proceso el centro, y no el proceso y el acompañante el que toma el protagonismo.
Es todo un desafío para nuestra pastoral juvenil, en muchas ocasiones centradas en la elaboración y diseño de actividades (en ocasiones enfermizamente centrada) hacer lugar a los jóvenes, a esos jóvenes que reclaman su espacio en la Iglesia, y escucharlos, ayudarlos a encontrar claridad, acompañarlos en la toma de decisiones (sus decisiones, no las nuestras), alentarlos en el conocimiento y en la opción fundamental de su vida como cristianos.
Hemos de acompañar para superar la dificultad de la fragmentación de nuestro mundo y de sus experiencias. Si la interconexión que antes veíamos como uno de los frutos de la JMJ y en la que se ha de seguir caminando es real, hemos de traducirla en caminos nuevos adaptados a la realidad actual, en propuestas concretas de acompañamiento personal que se conjuga con momentos grupales, en experiencias “conectadas” entre sí que ayudan, poco a poco, al joven a descubrir su vocación. Es, en definitiva, lo que últimamente se denomina “cultura vocacional”, donde todo contribuye a que el joven, todos los jóvenes, puedan acoger la voz de Dios en su vida, su “llamada” personal, por nombre.
La Pastoral hoy tiene el reto de dejar a un lado el número y centrarse en la persona. Y es que en nuestra sociedad hoy, en muchos aspectos, no dejamos de ser un mero número, desde el número de carné de identidad que nos identifica como miembros de un país hasta el número que tienes que coger para poder comprar en la cola del supermercado. Esta mentalidad, donde prima el número frente al sujeto también se asienta en la Iglesia y en ocasiones se ha asentado y ha servido como única referencia. Hoy hemos de llamar por el nombre, como Dios, sabiendo que cuando pronunciamos un nombre, concreto, la otra persona se siente acogida y amada y nosotros, por nuestra parte, comprometemos nuestra vida en la suya. Acompañar al joven supone “conocer” su nombre: su situación vital, sus dificultades y sueños, ir con ellos, querer incondicionalmente su vida, aunque no la entendamos ni compartamos en ocasiones, y seguir estando, arriesgándose a ser, en ocasiones, un profeta en el desierto, pero no dejándose vencer por el desierto.
c) …en la oración, en la celebración y en el compromiso.
El encuentro que hemos de favorecer en el acompañamiento se ha de enriquecer con los justos momentos de oración y celebración, para abrir al joven a la vida de la Iglesia y del mundo, orando desde la realidad, poniéndoles en contacto con la Palabra de Dios como fuente de vida y luz para el camino. Es importante preparar al joven para el mundo en el que va a tener que vivir su fe. Y eso pasa, entre otros aspectos, por tener un contacto real con diferentes comunidades eclesiales, fortalecidas por nuestra parte como comunidades de referencia donde hacer experiencia de Dios, por conocer los diferentes modos que tiene de ser cristiano, las diferentes vocaciones a las que puede estar llamado. Aquí es donde la Pastoral Juvenil ha de potenciar su trabajo conjunto, intercongregacional, intereclesial, en comunión y con sentido de pertenencia. Los jóvenes han de participar de las decisiones, de las celebraciones, de la preparación. Lo han demostrado, por ejemplo, en la JMJ, y han reclamado su espacio. Ellos son los verdaderos protagonistas de su caminar dentro de la Pastoral Juvenil, y han de ser acompañados en el ejercicio de su libertad.
Sólo así tendrá una raíz fuerte el compromiso que muchos de los jóvenes a los que acompañamos han adoptado.
Con todo ello se podría decir que, frente a una mentalidad que ponía el acompañamiento como una experiencia más dentro de las múltiples actividades, éste se convierte en el eje en torno al cual giran las diferentes propuestas que hacemos al joven. A todo ello contribuirá el trabajo en red, incipiente, es verdad, pero que cada vez cuenta con más fuerza, el trabajo en equipo, que ha demostrado y demuestra su fortaleza en la JMJ y otras actividades, la convicción cada vez más generalizada de que la propuesta vocacional, en sentido amplio, como búsqueda del propio lugar dentro de la Iglesia, no es un trabajo de uno sólo o de un encargado dentro de una congregación o de un acompañante, sino de todo el conjunto de la Iglesia, y las posibilidades reales que ofrece nuestro mundo, como la posibilidad de convocatoria y difusión de las nuevas tecnologías, el salto de la frontera de la distancia.
- Conclusión: “Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro” (2Cor 4, 7)
Somos conscientes de nuestras debilidades, de nuestros barros particulares. Muchos de ellos se han puesto de manifiesto en el proceso de preparación y organización de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011, junto a los puntos fuertes y las enseñanzas que, tanto el proceso previo, como los días vividos, nos han dejado.
Tenemos ante nosotros, como agentes de pastoral juvenil, el fascinante reto de hacer nuestra misión entre los jóvenes y con los jóvenes, de acercarles y acompañarles en su proceso de descubrimiento del verdadero tesoro por el que merece la pena dejarlo todo, venderlo todo.
La alegría, la cercanía, el acompañamiento sincero y real del joven, la comprensión y cariño, el dejarnos “descolocar” por él, son los panes de cada día con los que tenemos que alimentar nuestra vida de entrega. Sin miedo a abandonar nuestro lugar y rompernos, para dejarle a Él, a Dios, su justo espacio. En el fondo no dejamos de ser vasijas de barro, para el tesoro, que es Cristo.
Equipo de reflexión de Pastoral Juvenil Vocacional
de CONFER
[1] Benedicto XVI, Luz del mundo, Herder, Barcelona 2010, 125.
[2] “Como última característica que no hay que descuidar en la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud quisiera mencionar la alegría. ¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado”, en Benedicto XVI, Discurso del Santo Padre a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad, del 22 de diciembre de 2011.