CREER, VIVIR, TESTIMONIAR, CELEBRAR. EL RETO DE EDUCAR HOY EN LA FE.

1 octubre 2011

Fernando García
Director del Colegio Salesiano de Aranjuez
 
La pasada Semana Santa compartí los días de Pascua con un grupo de chicos de nuestros Centros Juveniles. La mayoría de ellos ya habían celebrado el sacramento de la confirmación y en sus primeros años de universidad, contaban ya con una considerable experiencia en encuentros, convivencias y actividades de animación. Incluso, muchos de ellos, eran a su vez animadores de grupos de fe de diversas edades, unos con niños, otros con preadolescentes, otros con adolescentes.
En esta experiencia tan intensa como es compartir el Triduo Pascual, en un lugar especialmente preparado para vivir los signos, les dirigí a estos chicos una pregunta con total sencillez y con total claridad: ¿eres cristiano? Sí, sí, así de simple. No te pregunto si has hecho actividades propias de los cristianos, no te pregunto si simpatizas con algunas de las cosas que dicen los cristianos, menos aún te pregunto si vas a misa los domingos. Te pregunto si eres cristiano. Si has llegado a un momento de tu vida en el que has descubierto una manera de ver las cosas, unas creencias, una manera de vivir, unos principios, unos valores, que orientan ya tu vida y que no van a cambiar cuando vuelvas a casa en una semana, o en un mes, o de la noche a la mañana. No te pregunto por lo que haces o dejas de hacer. Te pregunto si eres…
Lo que cuento no es recurso literario. Fue el comienzo de algunas conversaciones personales en la que algunos chavales a sus 20 años intentaban encontrar, en un momento privilegiado, especial, afectivamente intenso, como es la celebración de una Pascua Juvenil, lo que ellos son.
Responder a si de verdad somos cristianos, creo que es el objetivo que tiene que perseguir cualquier itinerario de educación en la fe. La ausencia de una respuesta a esta cuestión es, en mi opinión, la constatación del fracaso que están cosechando no pocas experiencias de grupos con niños, preadolescentes y adolescentes, que a pesar de haber acumulado créditos y créditos de horas de reuniones, en medio de un sinfín de actividades de tiempo libre, no han conseguido despertar en ese momento clave en el que el adolescente comienza a tomar la vida entre sus manos, la pregunta, ¿realmente soy cristiano?
Y al escribir estas frases, no acuso lo que otros hacen sino que pienso en mi propia experiencia, en mis años intentando transmitir razones de fe para afrontar la vida, a tantos chicos con los que hasta ahora me he encontrado en el camino y mis desencantos al comprobar que la repetición de ciertos modos y ciertas estructuras, no acaban de encajar con la forma de afrontar la vida de los chicos de hoy.
Con este artículo voy a intentar expresar algunas convicciones que me ha dado la experiencia y la reflexión sobre la cultura en la que se mueve esta generación líquida en la que lo sólido parece haber desaparecido, en la que el presente encarcela los proyectos de futuro y en la que la fuerza del placer ha alejado de la experiencia diaria un proyecto de felicidad en la que no todo lo inmediato puede ser admitido como válido. ¿Sigue habiendo hoy cristianos? ¿Pueden encontrar nuestros jóvenes una respuesta positiva a esa pregunta? Esperemos que sí.
 

  1. El punto de partida: La experiencia de los primeros cristianos

Tras el fracaso que supuso la muerte del crucificado, la Iglesia, es decir, la comunidad de seguidores del resucitado, comenzó a extenderse por el anuncio de un grupo de testigos. Los discípulos, que habían compartido vida con Jesús de Nazaret, no se hicieron creyentes ni en Caná de Galilea al ver prodigios, ni en Betania viendo salir a Lázaro de la tumba. Los discípulos se convirtieron en testigos después de la resurrección y fue la fuerza y el compromiso personal de su testimonio, el que los llevó a anunciar a otros, por todos los rincones del mundo, que el Señor había resucitado y que ellos eran testigos de ello.
Esta realidad que está a la base de nuestra historia cristiana, no la podemos olvidar si realmente queremos revitalizar la fuerza de nuestro anuncio. Cualquier itinerario de educación en la fe se tiene que asentar sobre personas concretas que con su vida, sean testigos de lo que creen, y con la fuerza de su testimonio, hagan que sus palabras sean creíbles para los que las escuchan. Sin evangelizadores no es posible evangelizar. Si no encontramos personas así, que conduzcan y acompañen a nuestros adolescentes en el proceso de descubrir lo que son como creyentes, ningún libreto de dinámicas, por muy imaginativas que estas sean, podrán reemplazarlos. En el inicio de nuestra fe no está un credo, sino una persona: Jesús de Nazaret, y en el segundo paso de nuestra fe está un grupo de entusiastas testigos capaces de dejarse la piel por anunciar lo que ellos creían.
El gran reto que tienen nuestras comunidades cristianas, es ser realmente comunidades. Es decir, formar un núcleo vital de personas evangelizadas para que estas puedan evangelizar. Formar un núcleo realmente animador de todo cuanto se hace en ese entorno que pretende educar en cristiano.
El primer paso de un itinerario serio de educación en la fe es formar y acompañar a esas personas que, como Pablo y los demás testigos de la primitiva iglesia, van a acometer la difícil tarea de transmitir de forma vital y creíble el evangelio a los jóvenes de hoy.
A lo largo de los años he visto muchas deficiencias en este punto tan esencial para la educación en la fe. A veces hemos hecho del grupo una actividad más y no hemos sabido cuidar un ambiente de profundidad entre aquellos animadores que asumen de una forma más explícita, la responsabilidad de transmitir sus opciones de fe. Otras veces, hemos confiado grupos de fe a chicos que, ni humana ni cristianamente, estaban suficientemente maduros como para asumir esta tarea de testimonio, porque sencillamente nadie puede dar lo que no tiene. Otras veces, hemos seccionado y dividido tanto entre la “catequesis” y los momentos de tiempo libre, que hemos convertido al catequista en alguien que está un rato con un grupo de chicos que se preparan a un sacramento para darles “doctrina”, pero que no ha conseguido llegar a su vida cotidiana y a ser realmente significativo para ellos.
Si miramos la forma de actuar de la primitiva iglesia, también en este siglo XXI, podemos llegar a conclusiones similares. Para que haya nuevos cristianos es necesaria una comunidad cristiana de referencia que sea realmente significativa para las personas que se forman en ella. Y esta es la primera tarea que tenemos que asumir cuantos tenemos una responsabilidad directa pastoral. Acompañar con creatividad y pedagogía a este grupo de testigos para que compartamos lo que vivimos, lo que creemos, lo que somos y así para que podamos ser referencia, ejemplo y fe encarnada y creíble, para los jóvenes con los que compartimos vida. Esto hoy, como ayer, creo que es el primer paso que hay que dar para suscitar, educar y acompañar la fe de los jóvenes.

  1. Creer: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,15)

Esta frase de la carta de Pedro me parece especialmente importante en este tiempo que nos toca vivir. Aquel consejo para los cristianos de ayer, es una exigencia y un objetivo para un itinerario de educación en la fe de los cristianos de hoy. Y es que es un hecho evidente que muchos de nuestros jóvenes, que han pasado mucho tiempo en grupos con nosotros, no se encuentran en una situación de poder dar razón de aquello en lo que creen.
Es sorprendente la ignorancia que incluso cristianos adultos y comprometidos con la vida eclesial, tienen de los elementos fundamentales de su fe, de su historia, de sus celebraciones, de sus principios de vida. Si hablamos de niños, adolescentes y jóvenes, esta ignorancia va creciendo de modo proporcional a como la familia deja de ser núcleo de transmisión de una cultura religiosa.
Ante el reto de anunciar a los jóvenes el mensaje de salvación que Jesús de Nazaret vino a traernos, no podemos hacer caso omiso de esta extendida ignorancia. Corren tiempos en los que no se puede dar nada por supuesto, en la que lo que era evidente y obvio ha dejado de serlo, en la que lo accesorio no puede ser considerado como fundamental.
Nuestra fe, que nació en aquel sepulcro vacío y en el testimonio de aquellas sencillas mujeres y aquellos iletrados pescadores, se ha ido explicando, formulando y enriqueciendo con los modos culturales de cada época. El credo que rezamos cada domingo es tan ejemplo de la rica y apasionante historia del cristianismo, como de lo ininteligibles que ciertas fórmulas pueden ser para nuestros jóvenes por mucho que, aún algunos, las reciten de carrerilla.
En una situación así, donde la familia ya no transmite la cultura religiosa, donde la escuela va perdiendo fuerza y en muchos sitios la religión va quedando aparcada, donde los medios de comunicación viven absolutamente al margen del hecho cristiano, es obvio que el desconocimiento de los elementos centrales de lo que los cristianos creemos es cada vez mayor entre los propios cristianos. Las dudas sembradas por éxitos novelísticos como el Código da Vinci son una prueba evidente de lo frágil que es la formación de los creyentes.
Resulta demasiado obvio decir que para dar razón de nuestra esperanza es fundamental que sepamos cuál es nuestra esperanza. Y en esta búsqueda del saber corren tiempos de separar el polvo de la paja, de aparcar las alharacas que han adornado nuestra fe con el correr de la historia, de volver a lo esencial, a lo que las primeras comunidades llamaron el kerigma, para que en estos tiempos de un pensamiento líquido postmetafísico, podamos ofrecer a nuestros jóvenes ciertos principios sólidos sobre los que se pueda asentar una personalidad creyente.
Es por tanto fundamental tener claro lo que tenemos que transmitir. Es difícil creer en lo que no se sabe. La fe de nuestros jóvenes tiene que ser creíble y por ello tiene que ser razonable. Es necesario saber. Y es necesario estructurar lo que queremos que nuestros jóvenes sepan en un recorrido pedagógico y gradual haciendo las adaptaciones curriculares que esta época de indiferencia, ignorancia e increencia imponen. De lo contrario estaremos hablando de cosas obvias para nosotros pero desconocidas para quien nos escucha. Estaremos pretendiendo resolver ecuaciones de segundo grado a una generación que no se le ha enseñado a sumar.
Pero hay una dificultad más. Hay tanto pluralismo en la generación actual que el evangelizador tiene que ser muy consciente de la situación de la que parten las personas con las que convive para no imponer fórmulas unificadoras para todos. Tenemos que ser valientes en el proceso de acompañar a los jóvenes a una fe adulta en Jesús de Nazaret, para no caer ni en el error de una reducción a mínimos al estilo de nuestro sistema educativo de la ESO, ni en el de hacer castillos en el aire, hablando de cosas que quedan demasiado alejadas de la cultura cristiana de quienes nos escuchan.
Esta reivindicación que estoy realizando de incrementar el saber de nuestros jóvenes, no significa que tengamos que abrazar ciertas tendencias que opinan que el problema de la transmisión de la fe se soluciona presentando un compendio de doctrina segura que tiene que ser aprendido por los jóvenes. Ya he expresado con anterioridad que estas aproximaciones dirigidas únicamente al intelecto difícilmente formarán creyentes. Tan cierto es que no por saber muchas cosas sobre los cristianos se es más cristiano, como que difícilmente se puede serlo si un conocimiento sobre lo que los cristianos somos, creemos y vivimos.

  1. Vivir: “Ver la vida con los ojos de Jesús”

Hace unos años resumí en esta frase el mensaje que quería transmitir para el futuro a un grupo de jóvenes con el que había compartido momentos de grupos de preparación a la confirmación. Tiempo después, me parece que puede indicar uno de los objetivos que tenemos que alcanzar en la tarea de acompañar a los chicos para ser cristianos auténticos.
Si Jesús, según el testimonio que nos dejaron sus seguidores, pasó por la vida haciendo el bien y es la palabra definitiva de un Dios que da Vida  a cuantos creen en él, no hay otra manera de afrontar la vida para un cristiano que tener su misma mirada ante los acontecimientos de cada día.
Ver la vida con los ojos de Jesús es hacer de la propia vida un proyecto de salvación, es hacer de Jesús el Señor de la propia vida y aprender de su mirada y de sus encuentros con la personas, para orientar sobre los propios valores, la propia mirada y la calidad de las relaciones que entablamos con los demás.
Ser cristiano, según esta sencilla fórmula, es tener la mirada de Jesús ante la vida. Es urgente que en nuestra tarea de acompañar a los chicos en su proceso de fe, eduquemos su mirada para que vayan conociendo y profundizando en la mirada del maestro. Para ello es necesario que vayamos dando las herramientas necesarias a nuestros jóvenes, para que se puedan acercar a las páginas del evangelio sin que estas se les caigan de las manos porque no saben cómo se escribieron o cómo deben interpretarse.
Por cuanto estoy diciendo en el reto de “ver la vida con los ojos de Jesús” se está persiguiendo realmente un triple objetivo: la configuración de un modelo de persona cristiana, la construcción de una actitud ética ante la vida y la propuesta de un estilo de oración centrado en la Palabra.
Decía en mis primeras líneas que necesitamos cristianos que realmente sean y no sólo que hagan o hayan hecho “cosas” en momentos determinados de su vida. La construcción de la propia personalidad, del propio ser, es uno de los retos fundamentales de la educación durante la época de la adolescencia y de la juventud. En un tiempo donde las esencias saben a rancio y donde todo fluye y nada permanece, sin embargo es más necesario que nunca, ayudar a los chicos a construir su propia personalidad, es decir, su modelo de persona que son y quieren ser. Cómo no pensar al decir estas cosas en la parábola que Jesús contó sobre la casa construida sobre roca y la casa construida sobre arena.
La opción de fe no es una actividad más que se suma al resto de actividades que una persona realiza al cabo de su vida. La opción de fe es una opción que aglutina, une y consolida, es una manera de vivir en torno a unos cimientos, unos principios, unas opciones que no se cambian a las primeras de cambio. Si no se forma esta actitud ante la vida, que conforma un modelo de persona cristiana es muy difícil dar continuidad a lo que se hace y a lo que se vive. La cultura del fragmento, del nihilismo hedonista, de la inconsciencia, se haya en las antípodas de esta forma de vivir. Ver la vida con los ojos de Jesús supone verme a mí como persona de una forma determinada.
De este modelo de persona nace una actitud ética ante la vida. Muchas veces se nos identifica a los cristianos por el posicionamiento que tomamos, considerado de una forma simplista y aislada de su conjunto, ante algunos temas que están en el debate ético y social. Tengo que manifestar mi desgaste ante el hecho de que cuando se habla de ética cristiana, al final siempre se acabe hablando de lo mismo. Lo realmente importante no es la casuística del está permitido o no lo está, sino educar a los jóvenes para tener esa mirada de Jesús esperanzada ante la vida y ante las personas.
Las parábolas del reino, los encuentros de Jesús con las personas y el final de la vida del maestro, auténtica parábola no escrita, son un campo de aprendizaje maravilloso de cuanto se espera de un cristiano ante la vida.
Por último, junto a esa construcción de la propia personalidad y esa formación de una actitud ética ante la vida, hacía referencia a que tener la mirada de Jesús, supone ayudar a los jóvenes a crear un estilo de oración centrado en la Palabra. Desde hace años llevo aconsejando a chicos de diferentes edades la lectura del Evangelio de cada día como hábito de vida cristiana. En algunos casos sirve para ir aprendiendo cosas que no se habían leído nunca por esa creciente ignorancia a la que ya he hecho referencia, en otros, a medida que se va madurando en la fe cristiana, para que la confrontación de la propia experiencia con el evangelio, vaya conformando una lectura creyente de la vida que permita descubrir a Dios en la vida para ver la vida desde Dios.
Para que esto sea posible, tenemos la urgencia de enseñar a nuestros chicos a leer los evangelios, es necesario ayudarles a interpretar unos textos para que superen una lectura ingenua o literal. El proceso para realizar esto tendrá que ser gradual, no se trata de realizar cursos acelerados de exégesis bíblica o irse por las ramas para dar salida a los muchos conocimientos que uno tiene sobre el tema. En un proceso de educación en la fe es urgente hacer que la Palabra que nos ha sido legada como testimonio de fe de las primeras comunidades, siga siendo Palabra viva para las comunidades de hoy.
Quienes escribieron aquellos textos entrelazaron tanto su experiencia creyente con la historia que narraban, que hoy resulta imposible separar quirúrgicamente lo que es frío relato histórico de lo que es apasionado relato de fe. Conocer esto tiene que llevar a nuestros creyentes de hoy a volver a entrelazar lo que leen de Jesús de Nazaret con su propia vida, para que esos textos no sean mera literatura, sino auténtica experiencia de fe transmitida en la Iglesia para iluminar la propia experiencia.
De esta forma, bajo la fórmula “ver la vida con los ojos de Jesús” he expresado tres urgencias de un proceso de educación en la fe que tendrán que llevarse a cabo de forma gradual y pedagógica: ayudar a los jóvenes a construir su personalidad teniendo a Jesús como modelo, consolidar unos principios y unos valores éticos ante la vida a partir de la lógica del Reino, acercarse al Evangelio y a los textos revelados como una fuente permanente de inspiración, de reflexión, de confrontación ante la vida de cada uno.
Llevar esto a cabo es indispensable para ser auténticamente cristiano en una cultura donde el fragmento triunfa sobre una personalidad sólida, donde el relativismo y la inconsciencia ética sepultan la pregunta sobre el bien y donde la Palabra de Dios, aún en círculos cristianos, sigue siendo una gran desconocida para los creyentes de a pie.

  1. Testimoniar: “Con dulzura y respeto” (1Pe 3,16)

Es un hecho innegable que vivimos en una sociedad compleja donde no es posible realizar unos estereotipos homogéneos que describan cómo son o dejan de ser los jóvenes. Habitamos sociedades plurales donde conviven formas de pensar, de vivir y de opinar. De hecho la tolerancia, entendida muchas veces como que todo el mundo tiene derecho a hacer lo que quiera, se ha convertido en el valor incontestable de nuestra cultura.
En un contexto así, cualquier grupo, por minoritario que sea, tiene derecho a aparecer en la vida pública para defender sus opiniones por extravagantes que éstas puedan parecer. Esta extendida tolerancia a veces pone en crisis la pregunta sobre lo permitido. En aras de la tolerancia todo el mundo tiene derecho a expresarse quedando la pregunta por el bien reducida al campo de lo privado.
Con esta forma de pensar, debería ser lógico que los cristianos nos situáramos en la esfera pública al menos en igualdad de condiciones a como se sitúan otras confesiones, otros posicionamientos sociales, políticos, culturales o ideológicos. Pero la realidad es que esta tolerancia y este pluralismo, paradójicamente desaparecen cuando se habla del cristianismo. Todos tienen derecho a opinar en la vida pública menos los cristianos, porque la religión, especialmente la religión cristiana, pertenece al ámbito de lo privado. Si un político esgrime un argumento en el que pueda aparecer un atisbo de convicciones cristianas, cae sobre él una tormenta de críticas pidiendo su dimisión. Cómo ha podido osar en nuestra sociedad tolerante y plural manifestarse públicamente como cristiano.
Richard Rorty, un pragmatista norteamericano que está a la base de buena parte del pensamiento laicista de algunas sociedades occidentales, lo expresa con claridad en unos diálogos mantenidos con Gianni Vattimo y publicados bajo el título “The future of Religion“: “(El anticlericalismo) es el punto de vista según el cual las instituciones eclesiásticas, a pesar de todo lo bueno que ellas hagan, a pesar de todo el alivio que ellas causen a aquellos en necesidad o en desesperación, son peligrosas para la salud de las sociedades democráticas[1].
Bajo la apariencia de laicidad del Estado y tras ganar el aplauso fácil de la gente al afirmar que la cristiandad medieval ya hace tiempo que pasó, se lleva a cabo un laicismo revolucionario que ahoga cualquier presencia del cristianismo en la vida pública. El cristianismo, que no la religión, es algo puramente privado. No se puede tolerar desde esta “cristianofobia tolerante” la presencia de los cristianos en la vida pública.
Esta realidad la estamos viviendo con fuerza en España como la están viviendo en otros países occidentales. Las cartas se juegan con inteligencia. Sólo hay que caricaturizar la iglesia como una institución clericalizada de conservadores recalcitrantes, con ansias de seguir influyendo en la sociedad y en la vida de las personas, para que ese laicismo incoherente con los principios de la tolerancia, no sólo no sea contestado socialmente, sino que gane un aplauso generalizado especialmente entre los más jóvenes.
Y la peor respuesta que se puede tener ante esta tendencia social es la confrontación. Reclutar milicias cristianas no creo que sea la mejor formación que tienen que recibir nuestros jóvenes para ser cristianos adultos en la vida pública. Es evidente, que desde algunos sectores de la iglesia, esta confrontación con la sociedad está cobrando fuerza de modo proporcional a como se sienten atacados por ella y está sustituyendo la actitud de diálogo con la cultura que se encuentra en los textos conciliares.
Por esta razón he querido titular mi propuesta de diálogo con la cultura a la que tenemos que educar a nuestros jóvenes cristianos para ayudarles a ser adultos, con el consejo que nos dejó la carta de Pedro: con dulzura y respeto, y que completa así la cita con la que hablé de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza.
Durante seis años coordinando la Pastoral de un Colegio he despedido a los alumnos de segundo de Bachillerato, que mayoritariamente comenzaban sus estudios universitarios, recordándoles los consejos que les decía en la flor y nata de su adolescencia en 2º de la ESO. Porque el salir del Colegio y acudir a la universidad, en muchos casos, era volver a la adolescencia, roto el abrigo de una estructura, todo lo que parecía construido se podía venir abajo si no había un adecuado acompañamiento. Si la experiencia me ha dicho que esto era verdad en cosas tan simples como llevar los estudios al día o acudir regularmente a clase, cuánto más no lo será para continuar procesos iniciados de educación en la fe al encontrarse en el mundo universitario, con un contexto en ocasiones indiferente y en ocasiones hostil, hacia cuantos se declaran públicamente como cristianos.
Por esta razón la educación en la fe tiene que preparar para realizar un diálogo sincero con la cultura, con la sociedad, que tiene que ayudar a nuestros jóvenes, a afianzar sus principios desde la lógica del respeto y de la dulzura que la carta de Pedro nos enseñó.
Para realizar esto no hay mejor itinerario que el periódico de cada día, leído en clave cristiana por una comunidad creyente que sirva de referencia a estos jóvenes que se van abriendo camino en la sociedad, desde sus opciones creyentes.
Y junto a este diálogo con la cultura, con la sociedad, con la política, ha de situarse un compromiso cristiano con los más desfavorecidos que exprese esa dimensión social de la caridad. La diaconía, la actitud de servicio, forma parte de la vida de la Iglesia desde sus orígenes. Las diferencias doctrinales en la primera comunidad cristiana se sellaron con el compromiso de las comunidades paulinas de no olvidarse de las necesidades de los pobres de la iglesia de Jerusalén. Durante siglos la Iglesia ha sido la única institución que se ha preocupado por los más desfavorecidos en esta vieja Europa, atendiendo enfermos en hospitales, educando a los más necesitados en colegios, dando de comer a pobres en los conventos y monasterios.
Si alguna de las dimensiones de nuestra fe goza aún de un cierto prestigio en la sociedad, es esta dimensión social de la caridad, este compromiso con los más necesitados. El Premio Príncipe de Asturias concedido a las Hijas de la Caridad o el generalizado reconocimiento que la sociedad da a instituciones como Cáritas o a la labor de los misioneros es buena  prueba de ello.
Por eso, incluir en un itinerario de educación en la fe, diferentes niveles de voluntariado cristiano y de compromiso por los demás, no sólo es inexcusable como exigencia propia de lo que significa creer en Jesús, sino que además es pedagógicamente acertado para mantener a muchos chicos enganchados en nuestros ambientes, al ser esta dimensión de nuestra fe mucho más atractiva para ellos que otras que resultan algo más áridas.
Testimoniar, por tanto, tiene una doble vertiente que hay que profundizar. Testimoniar es capacitar a los jóvenes cristianos a dialogar con una sociedad que vive de espaldas a la fe. Testimoniar es adquirir compromisos adecuados a la edad de cada momento y a la realidad del entorno en que se vive, como consecuencia de la fe en la que se cree y que se celebra.

  1. Celebrar: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”

Tal vez la celebración sea la piedra de toque definitiva de un camino de educación en la fe que lleve a los jóvenes a ser realmente cristianos con una fe auténtica. Si no hay conexión entre lo que se cree, lo que se vive y lo que se celebra no hay autenticidad en la vida creyente. Esa es la razón por la que he elegido en el título de este apartado, esa oración de la liturgia de la ordenación sacerdotal que es en realidad un deseo para todo cristiano que quiera vivir su fe en los avatares de cada día.
La celebración es ante todo, el lugar privilegiado que expresa la dimensión comunitaria de nuestra fe. El cristianismo no es un camino individual de perfección, ni un sistema ético de valores para orientar la vida de cada uno. La historia de la Iglesia, desde sus orígenes ha afirmado con insistencia el carácter comunitario de nuestra fe. El pasaje de Emaús es un relato significativo de esta experiencia. La huida de la comunidad lleva al desconsuelo, a la increencia, al abandono. Sólo en la mesa compartida se descubre al Señor de la vida y se recobran las fuerzas y la esperanza, para volver a Jerusalén para ser en la comunidad cristianos auténticos.
El “yo me las entiendo a solas con Dios”, ha existido en diferentes momentos de la historia de la Iglesia con tendencias diversas, ante las cuales la comunidad de creyentes ha reaccionado siempre con fuerza: Sin comunidad, sin iglesia, no hay cristianismo.
En una cultura profundamente individualista y donde el sentido de pertenencia a las instituciones se ha ido perdiendo progresivamente, es fácil entender las dificultades que presenta introducir a los jóvenes en la necesidad de participar en las celebraciones litúrgicas para vivir su fe. La dificultad es doble, primeramente es una dificultad de pertenencia a una iglesia más vista como institución alejada de la vida real de la gente, que como una comunidad de creyentes en la que se comparte vida y se reza juntos cumpliendo la promesa del Señor resucitado. Por otra parte, el lenguaje, la simbología y la estructura de la celebración cristiana, se hace año tras año cada vez más árida y difícil de llevar para nuestros jóvenes, alejados de una liturgia que no conecta con sus vidas.
Educar a la celebración conlleva afrontar estas dos urgencias: educar a la pertenencia a la Iglesia como sacramento de salvación, como comunidad de creyentes y educar para hacer de la liturgia y de los sacramentos, algo vivo y comprensible para los jóvenes.
En este proceso de educación en la fe creo sinceramente que tenemos que ser muy realistas con lo que hay para no crear realidades paralelas. Muy probablemente la comunidad parroquial concreta, no satisfaga plenamente nuestras expectativas, pero no creo que sea un buen camino crear ambientes burbujas que se prolonguen indefinidamente. Podrán existir fases en las que convengan celebraciones por sectores o Pascuas Juveniles, o cuantas iniciativas pastorales se nos ocurran para ayudar a los jóvenes con los que estamos caminando, a comprender y vivir la celebración, pero al final de un proceso, un joven cristiano tiene que vivir su pertenencia a la iglesia y tiene que celebrar su fe en una comunidad concreta, con unas celebraciones concretas, más o menos vitales, más o menos preparadas, más o menos cercanas, más o menos aburridas…
La vivencia del año litúrgico y de los sacramentos es la pedagogía de la Iglesia para que los cristianos vivan con intensidad los diferentes momentos de su vida. A ello tenemos también que preparar a nuestros chicos en esos itinerarios de educación en la fe, para que cuando llega el momento en la vida en la que ya no se tiene un grupo cálido de referencia por las circunstancias, por la edad, o por lo que sea, esa pedagogía de la liturgia y esa comunidad cristiana donde se celebra y vive la fe, pueda ser el ámbito donde el creyente asiente, viva, comparta y enriquezca su fe.
Conclusión
No es nada fácil transmitir hoy la fe a las generaciones jóvenes. La familia, en su mayoría, ha dejado de ser canal de educción en la fe, la sociedad no sólo vive de espaldas al hecho cristiano, sino que en muchas ocasiones, lo ridiculiza y lo vende a los jóvenes como un producto caduco y pasado de moda, la iglesia continúa aún tan clericalizada, que el talante de las comunidades cristianas locales, depende casi exclusivamente del párroco o del cura de turno. Incluso entre aquellos chicos que han compartido un proceso en una parroquia, en un colegio, en un centro juvenil, llegamos a un momento en el que nos entran muchas dudas en que realmente hayamos conseguido llegarles a fondo, que realmente haya calado cuanto hemos intentado transmitirles, que, como decía en mis primeras líneas, hayamos conseguido que estos chicos respondan afirmativamente a la pregunta: ¿eres cristiano?
En este artículo he señalado, a partir de los verbos creer, vivir, testimoniar y celebrar, algunos aspectos que considero importantes para la evangelización de los jóvenes. Tal vez la pieza clave de cuanto he dicho sea mi convicción de que como no consigamos suscitar y acompañar a una comunidad auténtica de evangelizadores no será posible llevar a cabo evangelización alguna.
Este grupo, responsable último de la evangelización, tendrá que compartir vida con los jóvenes, tendrá que gustar de las cosas que para ellos son importantes, si quieren luego ser significativos para ellos cuando les hablan de sus creencias, de sus principios, de sus opciones de vida.
Formado este grupo, entonces será posible llevar a cabo un proceso de educación en la fe a modo de círculos concéntricos, en el que se vaya estructurando de manera gradual y pedagógico, lo genuino del hecho cristiano en torno a los cuatro verbos que he señalado en este artículo: creer, vivir, testimoniar, celebrar.
No creo en las fórmulas mágicas pero sí en las estrategias. Afrontamos una cultura diversa a la de los años 90 y no podemos seguir haciendo las mismas cosas que hace 20 años. Hoy es especialmente difícil creer, porque ya de por sí cualquier principio estable se asume con dificultad por nuestros jóvenes. Hoy es especialmente difícil vivir en cristiano, porque el relativismo, el hedonismo y la pérdida de consistencia de la pregunta sobre el bien, inunda muchos razonamientos. Hoy es especialmente difícil testimoniar porque los compromisos duraderos cuestan mucho más que antes, para una generación que se cansa muy pronto de todo. Hoy es especialmente difícil celebrar porque el lenguaje que habitan los jóvenes ha cambiado tanto, que introducirse en una iglesia es para muchos de ellos, entrar en un mundo desconocido, donde se habla de cosas que no les llegan.
Las dificultades están ahí y a las dificultades de un tiempo nuevo, se añaden las dificultades que creamos los evangelizadores por nuestra falta de adaptación o de clarividencia para saber interpretar la realidad de nuestros jóvenes y para saber transmitir el mensaje de siempre en el lenguaje de hoy.
Pero las dificultades no pueden asfixiar nuestra pasión. El mensaje del evangelio tiene que seguir siendo buena noticia para el mundo de hoy. A la tarea de comunicarlo, tenemos que ponernos con todo nuestro coraje para que el tesoro que hemos recibido y que nos ha sido confiado pase a las nuevas generaciones.

Fernando García

 
[1] For anticlericalism is a political view, not an epistemological or metaphysical one. It is the view that ecclesiastical institutions, despite all the good they do, despite all the comfort they provide to those in need or in despair, are dangerous to the health of democratic societies. (RORTY, R. VATTIMO, G. (2004). The future of religion. New York: Columbia University Press. P.33.