CINE ACTUAL, JÓVENES Y PERSPECTIVAS VITALES

1 enero 2011

Jesús Villegas
 
¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?
¿Qué?
[…]
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Esto es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero eso es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.
El guardián entre el centeno
J. D. Salinger
 
Quería empezar esta colaboración rememorando estas inolvidables palabras del adolescente Holden Caulfield, uno de los personajes más ricos de la historia de la literatura. Cuando su hermana Phoebe le pregunta por lo que le gustaría ser de mayor, el muchacho, que está viviendo el fin de semana más absurdo, desolador y extraordinario de su corta vida, recuerda unos versos de un poema de Robert Burns (antes ha oído canturrear a un niño un fragmento del mismo, precisamente las palabras que evoca en su intervención: “Si un cuerpo coge a otro cuerpo cuando van entre el centeno”) y le propone el horizonte que antecede a este comentario: puesto a elegir una ocupación en el futuro, a Holden le gustaría esperar pacientemente escondido en medio de un campo de centeno, mientras miles de niños juegan al borde de un precipicio y él vela para que no se caigan por él.
La lectura simbólica del fragmento nos permitiría avivar sugerencias de lo más diverso. La más explorada ha sido la que identifica el abismo con la pérdida de la inocencia: Holden en el fondo expresa con su deseo de trabajar por que los niños no se despeñen por una sima enigmática el miedo al abandono de la propia infancia y el rechazo por el mundo adulto. Desde otra perspectiva, podríamos con facilidad encontrar en esa inusual misión una incuestionable llamada al compromiso por el bien del otro, por su defensa, sobre todo cuando es más débil: Holden está enunciando en su discurso una balbuceante inclinación al altruismo.
No obstante, las interpretaciones existenciales o psicológicas no agotan la carga poética del fragmento, que, para quien esto escribe, es el motivo fundamental de que permanezca imborrable en su memoria. El propio personaje califica de “tontería” o de “locura” semejante aspiración, lo cual subraya lo que de extraño, inexplicable y, sin embargo, arrebatadoramente lírico tiene su deseo; a esto debe añadírsele el hecho de que, a lo largo de la misma conversación con su hermana en que nos revela su extraordinaria vocación, el muchacho haya insistido en que no hay prácticamente nada en su vida, en su entorno y, sobre todo, en el mundo adulto que le guste. De ahí que su declaración, en este contexto, alcance una intensidad y un calado emotivo hondísimo. Holden quiere ser, solo y únicamente, guardián entre el centeno, y ese deseo absoluto está preñado a la vez de lógica y de sinsentido, es al mismo tiempo la expresión de una voluntad preclara y un arrebato de misteriosa y enigmática iluminación. En el fondo, muchas de las inclinaciones, elecciones y actos adolescentes nacen de esa misma e inexplicable intuición, de un saber lo que se quiere sin haberlo aprendido, sin poder justificarlo, sin ni siquiera estar en condiciones de garantizar que ese impulso gratuito sea la verdadera respuesta a lo que la existencia reclama.
Quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre cómo el cine más reciente se acerca al tema de la vocación en los jóvenes. No sabía si incluir en el título de este trabajo esa palabra, “vocación”, con fuertes resonancias religiosas, o decantarme por términos que abrieran más el espectro de mi análisis (“llamada”, “construcción del futuro”, “plan o sentido de la vida”). En un principio me decanté por la frase “proyecto vital” que, por un lado, supera la simple identificación de la vida futura con lo laboral, y,  por otro, asume a sabiendas que, si en el término “vocación” se subraya que es el otro- lo otro- el Otro quien condiciona nuestra propia opción de vida, con el sintagma “proyecto vital” se intensifica la responsabilidad del sujeto, del “yo”, en la definición del porqué, el para qué y el cómo vivir. Después pensé que, aunque “vocación” y “proyecto vital” no nombran formas de entendimiento contradictorias de la experiencia humana de proyección hacia el futuro, sino procesos complementarios (para el cristiano, por ejemplo, el proyecto vital surge de la vocación), en el cine actual y, en gran medida, en la realidad nuestra del siglo XXI, predominan proyectos vitales sin vocación… Y aquí fue cuando no tuve más remedio que reconocer que, en realidad, más que proyectos (que exigen un planteamiento totalizador, unos objetivos, un proceso, un reconocimiento profundo de la realidad personal más íntima), en las pantallas de hoy se dibujan personajes jóvenes con vagas “perspectivas” vitales, con horizontes difusos que, en el fondo, no derivan de ningún proyecto.  De esta constatación, que demostraremos con el desarrollo de nuestro trabajo, nace, en conclusión, este estudio y el título que le hemos atribuido.
Holden Caulfield, en su enunciación casi intuitiva de un futuro imaginado, anticipa los condicionantes que en toda configuración de unas expectativas vitales suelen adivinarse: la interpelación de la personalidad (quiero ser quien creo que puedo ser, “aquel para lo que valgo”), la influencia del entorno (la canción que oyó al niño, la pasión que siente por su hermana pequeña Phoebe, su situación personal de desubicación) y las necesidades de los otros (los niños que juegan al borde de un precipicio). Sin embargo, este deseo concreto de ser “guardián entre el centeno” no se ha elevado a proyecto: es, en definitiva, pura perspectiva vital intuitiva, despojada de un enfoque totalizador. A lo largo de unas cuantas páginas penetraremos en cuáles son las aspiraciones de los jóvenes del cine más reciente: de qué manera reaccionan a esa triple llamada cuando la escuchan (el yo, las circunstancias, los otros) y cómo encuentran su particular lugar en el mundo, ese campo de centeno agitado por el viento de la incertidumbre.
 

  1. Jóvenes de cine 2010: Algunas perspectivas vitales

Tras repasar la cartelera del último año, me atrevo a seleccionar las películas con jóvenes más significativas de la temporada, entendiendo por “significativas” aquellas que reúnen, en parte o totalmente, una mezcla bastante heterodoxa de valores: calidad, repercusión en los medios, éxito de público, trascendencia del personaje o personajes jóvenes en su desarrollo… De forma personal selecciono los siguientes títulos para trabajar: Fish Tank, Alicia, El silencio de Lorna, El retrato de Dorian Gray, An education, Precious, Amador, La red social, Canino. Dejo fuera con algunas dudas el cierre de la saga Crepúsculo, La chica del tren, Kick-Ass, La cinta blanca, The lonely bones, entre otras; algunas mediocres películas españolas (Campamento Flipy o  El diario de Carlota) y lo que se haya estrenado en noviembre y diciembre, pues estoy pergeñando estas páginas a finales de octubre.
Veamos cuáles son las perspectivas vitales de los jóvenes que describen estas nueve películas de mi muy subjetiva y personal cala:
 
Fish Tank
La adolescente protagonista de esta interesante película británica aspira a convertirse en bailarina de hip-hop. Vive en una barriada marginal, en compañía de su madre, con la que mantiene una tirante relación, y de su hermana pequeña, a la que aborrece con cariño. A medida que el metraje avanza entablará una ambigua relación con la nueva pareja de su madre, un vínculo que, si en un principio adquiere los matices de lo paterno-filial, poco a poco se decanta hacia lo sexual. Cuando descubre que este hombre que la ha seducido en realidad está casado y tiene una niña, la revelación está a punto de desembocar en tragedia: mientras Holden Caulfield abogaba por salvar niños del precipicio, Mia, nuestra quinceañera, apuesta por arrojar a un río a la hija inocente de su amante traidor, en una escena dolorosa y brutal que el director, sin embargo, atenúa al ahorrarnos un desenlace mortal.
Tenemos, en conclusión, a una muchacha problemática que en medio de circunstancias personales bastante sórdidas sueña, por un lado, con un triunfo discreto en el ámbito donde encuentra más directo cauce de expresión de una interioridad furiosa, escindida y doliente (el baile) y anhela, por otra, una relación afectiva que, además de colmar sus deseos adolescentes, compense tanto la falta de referencia paterna como la ausencia de una madre, más pendiente de su satisfacción personal que de la educación de sus hijas. Si en esta segunda fuente de sentido ya hemos explicado que todo se frustra, tampoco en su faceta musical Mia va a encontrar una respuesta: en el momento en que es admitida para una prueba de baile, acaba constatando con dolor que en realidad la audición solo busca stripers que sepan contonearse alrededor de una barra.
En esta película, por tanto, las perspectivas vitales, identificadas con lo artístico y lo sentimental, se diluyen al verse asfixiadas por un contexto social opresor y degradado. Sólo la escapada hacia otros horizontes con la que culmina la proyección, simbolizada a lo largo del metraje en un caballo encadenado que la protagonista intenta liberar de sus ataduras en un par de ocasiones, se presenta como posible puerta hacia unos mejores y más duraderos cauces de futuro.
 
Alicia
En la Alicia de Tim Burton, el personaje de Lewis Carroll se ha convertido en una jovencita veinteañera que viaja por segunda vez al reino de fantasía, el non sense y lo subconsciente. Esta  segunda aventura, además de un reencuentro con su propia capacidad de fabular y reinterpretar carencias y deseos en clave imaginaria, supone una toma de conciencia de sus perspectivas vitales adultas. Cuando arranca la película, Alicia está a punto de casarse con un muchacho tan rico como vulgar. De ese matrimonio, impuesto por la presión del entorno, ella solo va a sacar cierta estabilidad económica y social y un sometimiento dócil a los propósitos de los otros. La recuperación temporal del universo infantil que una vez habitó supondrá una inmersión total de su persona en la verdadera raíz de sus anhelos. Regresar al territorio del Sombrero Loco, la Reina Blanca y el gato de Cheshire significa recuperar una identidad que la adultez ha estado a punto de difuminar. Su conversión en heroína, que derrota a la Reina Roja y a todos sus adláteres, culmina, además, una épica victoria simbólica sobre todo aquello que aborrece y a lo que ha estado a punto de encadenarse.
El desenlace de la película, cuando la protagonista se enfrenta con el arma de su sinceridad a todos los invitados a su fiesta de compromiso, se erige en un furioso alegato contra las convenciones: Alicia asume en ese momento sus deseos y decide seguir con la empresa comercial de su padre, lo que debe interpretarse como un gesto evidente de autonomía. Si en Fish Tank la posibilidad de concebir un proyecto vital exige escaparse de una realidad hostil y de unas ilusiones irreales o decididamente inalcanzables, en Alicia el mismo camino de  liberación pasa por una apuesta convencida por el yo profundo, aun a costa de desarmar las expectativas que otros han pretendido preestablecer para nosotros.
 
El silencio de Lorna
Los hermanos Dardenne aciertan una vez más, como nos tienen acostumbrados, a meter del dedo en la llaga de las heridas más sangrantes de nuestra sociedad occidental. En concreto, en esta película retratan a una muchacha albanesa que no duda en contraer matrimonios de conveniencia a cambio de dinero. Una vez instalada en Bélgica, su propósito es ahorrar para alquilar un local con su novio y montar un bar. Sin embargo, cuando el marido de circunstancias con el que convive (un joven drogadicto en pugna continua con su adicción) se convierte en una molestia que la mafia para la que trabaja pretende aniquilar, en Lorna comienza a surgir un sentimiento de culpa y un afecto hacia la víctima que enfrentará a la muchacha con la mezquindad de sus acciones, la escasa catadura humana de aquellos que la rodean y la insuficiencia de sus ambiciones existenciales.
El camino hacia la redención de Lorna será incierto, doloroso y fatal, pero su toma de conciencia (materializada en un embarazo psicológico tras el asesinato de su marido drogadicto) y los progresivos pasos hacia la dignidad logran devolver la humanidad a un personaje que, nacido en las sombras de la miseria de la otra Europa, había reinterpretado de forma egoísta y errónea conceptos como bienestar o realización personal.
Lorna sabe renunciar a una idea de futuro acomodaticia y miserable, que no duda en usar al prójimo como instrumento, porque logra ver los ojos del otro: su sufrimiento, su vulnerable debilidad actúan como reclamo de los propios valores y de ahí nace una rebeldía y una honestidad que yacía sepultada bajo la tierra de la ambición materialista. Frente a Alicia o Mía, que se movían impulsadas por el temperamento, por los entresijos de sus identidades, nuestra heroína acepta el reclamo del otro a la hora de optar por una manera de vida: unas acertaban a vislumbrar perspectivas vitales más o menos meritorias; la otra, al aceptar la interpelación de otro ser humano, atiende a las exigencias de una vocación de una altura ética incontestable.
 
El retrato de Dorian Gray
No estamos, desde luego, ante una de las más conseguidas relecturas de la genial creación de Oscar Wilde: ni la estética elegida ni los desacertados efectos especiales ni la presencia del actor protagonista colaboran en sacar de la más discreta mediocridad esta revisión del mito fáustico. No obstante, la historia del joven que vende el alma al diablo a cambio de una juventud eterna llena de placeres sigue conmocionándonos incluso revestida con los ropajes de la más torpe realización cinematográfica. Si cada época ha sancionado su propio ideal humano, que a la vez actúa como motor social (el héroe, el santo, el guerrero, el aventurero, el cortesano o el sabio fueron modelos de referencia a lo largo de la historia) nuestra modernidad se ha ido decantando por arquetipos ensimismados en su promoción personal: el triunfador, el multimillonario, el vividor… Estos perfiles han actuado y actúan como elementos preconfiguradores de las perspectivas vitales de generaciones enteras de individuos y, aunque no acaben por agotar las aspiraciones de cada ser humano concreto, condicionan en gran medida el mapa que de una vida plena muchos imaginan.
Dorian Gray encarna a la perfección una visión hedonista de la existencia: liberado de cortapisas morales, arriesga a convertir el disfrute sensual en el único vector de una existencia en pos del placer sin límite. Hay en el desenlace de esta entrega ilimitada a los dictados del instinto una recuperación del prurito ético, de los sentimientos y de la conciencia (un cierto amago de redención, diríamos), pero la apuesta por apurar hasta las heces los más arrebatados apetitos nos sitúa en las fronteras cortantes donde el ser humano deja de ser persona para ingresar en las formas en bruto de su animalidad. Cuando Dorian, en virtud de su persecución implacable del goce, cree recorrer las sendas que conducen hacia el superhombre, hacia un eslabón superior en la cadena evolutiva, sin embargo esta transitando una sórdida senda que le lleva a la antesala de lo humano, a los momentos previos a nuestra definición como seres civilizados.
A las perspectivas vitales individualistas de Mia y Alicia le hacía contrapunto la emergencia del otro en la historia de Lorna. Con Dorian nos situamos de nuevo en el fiel de la balanza del egocentrismo, pero ahora este desemboca en una dictadura de la carne, una corporalidad absoluta y voraz, que demedia sin remedio a la persona. Aunque solo fuera por lo que tiene de radiografía parcial de nuestra época merecería la pena reseñar esta película en estas páginas.
 
An education
Jenny, la protagonista de esta agradable película ambientada en el Londres de los años 60, es una jovencita de dieciséis años inteligente y sensible. Sus padres, de un materialismo y una practicidad rayanos en la estupidez, se han volcado en su formación con el propósito de que entre en Oxford o, en su defecto, encuentre un marido que le permita ascender en la escala social y le asegure una vida acomodada. Es entonces cuando la muchacha conoce a David, un treintañero forjado en la universidad de la vida, que la introduce en un mundo de conciertos, cenas, clubes y subastas. Jenny se ve atraída por esta rutilante alternativa vital, alejada tanto del convencionalismo burgués que encarnan sus padres, como de la grisura intelectual, el aburrimiento y la falta de emociones que cree reconocer en la vida de sus profesoras, en las que adivina una posible versión de lo que a ella misma le espera tras su formación universitaria.
París, la música de Julliette Greco, el existencialismo, los cigarros Gauloise, la bohemia…: para Jenny, la cultura francesa simboliza todo aquello que el mundo y la vida tiene de excitante y de dulce. Tentada por ese canto de sirenas, se deja arrastrar a una variante despreocupada y frívola de la existencia a manos de David y sus colegas. Sin embargo, poco a poco va a ir descubriendo que las cosas a menudo no son como parecen: sus nuevos amigos pueden mantener su ritmo lujoso de vida porque se dedican a estafar a ancianas; además (como ya ocurría en Fish Tank), su pretendiente en realidad está casado y tiene un hijo… Al mismo tiempo, reparará en que su profesora, cuando insistía en que debía perseverar en su proyecto de ir a Oxford, no se movía ni por los intereses meramente crematísticos de su padre, ni por un insano y envidioso deseo de condenar a su pupila a reproducir su misma y rutinaria existencia, sino por la intención de dotar a su alumna de autonomía y verdadera plenitud. Al final, Jenny reconduce su vida, consigue ingresar en Oxford y procesa toda su traumática experiencia como una forma de educación, dolorosa pero firme.
En este interesante relato, de indudable carga moral, asistimos al clásico pulso entre deseo y realidad, encarnado en un continuo juego de contrarios: universidad de la vida frente a formación académica clásica; rebeldía frente a aburguesamiento; París versus Londres, sentimientos contra razón… Lo interesante de estas dicotomías, no obstante, es que, a pesar de la supuesta resolución acomodaticia de la historia, con nuestra protagonista “volviendo al redil”, en el fondo el mensaje no resulta ni mucho menos tan conservador como de una visión poco atenta se pueda deducir. En realidad, Jenny renuncia al proyecto de casarse con David y retoma sus estudios como un gesto valiente de asunción de su propio destino, que, hasta ese momento, han prefigurado, en primera instancia, sus padres y, después, su novio. Nuestra adolescente no renuncia en ningún momento a París ni a los goces derivados de la sensibilidad, el arte o los sentimientos: la diferencia radical estriba en que, a consecuencia de lo vivido, ha pasado de ser una “mantenida” (material y espiritualmente hablando) a convertirse en quien maneja el timón y marca el rumbo en sus decisiones.
An Education contornea con más claridad algunos subtemas prefigurados en las primeras películas que hemos comentado y que se afianzarán en las que estudiaremos a continuación: de nuevo estamos ante un caso de proyecto vital sin vocación, es decir, la historia de Jenny se construye desde la base de un individualismo posmoderno, ajeno en gran medida a todo aquello que no sea la propia realización personal; una vez más, la película se centra en un personaje femenino, lo que suma a la siempre interesante temática de las perspectivas vitales juveniles el aliciente de desarrollar esta temática sobre personajes que deben reconquistar nuevos espacios en un mundo dominantemente masculino; así mismo, vemos cómo los adultos demedian, enturbian, frustran o dificultan la configuración del futuro por parte de los jóvenes (ya ocurría en las cuatro películas anteriores y lo reconoceremos en Canino y Precious), excepto en aquellos casos (aquí, la profesora de Literatura) en los que la madurez sirve para ejercer de verdad una vocación y, por tanto, los modelos adultos sitúan al joven, no en el centro de sus intereses, ambiciones, deseos o propósitos inconfesables, sino en el corazón de sus preocupaciones.
 
Precious
Precious apenas ha cumplido los dieciséis años y ya tiene dos hijos de su propio padre. Su madre la trata con una violencia verbal atroz, que a veces degenera en violencia física. Vive en Harlem, padece una obesidad mórbida y acude a una escuela de la que forma parte como una pieza más del mobiliario. Su única vía de escape ante tamaño cúmulo de sordidez es su propia fantasía: se imagina a sí misma como a una estrella de la canción, del cine o de la moda, deseada por fin por un hombre apuesto, mirada y admirada, redimida así de su absoluta nulidad. Ella es nadie o menos que nadie y sus ficciones son la forma subliminal de conquistar un nombre, un rostro, una identidad que los otros, los que debían subirla al pedestal de su yo mediante el amor, se han empeñado en aniquilar a fuerza de brutalidad y abuso.
Si dos adultos (sus padres) se encargaron de dinamitar las expectativas vitales de Claireece Precious, serán otros dos, una profesora y una asistente social, las que comiencen a andamiar el alma malparada de nuestra protagonista. Primero, dotándola de voz a través del diálogo o del diario que la señorita Rain le obliga a cubrir; después, depositando en ella todo el cariño que la vida, hasta ese momento, se ha negado en regalarle.
A partir de este momento, las perspectivas vitales de Precious se irán delineando, aunque sea de forma titubeante: a pesar de su juventud, se empeñará en mantener la tutela de sus hijas y criarlas en el entorno de amor que ella no pudo disfrutar. Además, luchará por sacar adelante unos estudios que le permitan ampliar sus horizontes. Arropada por sus nuevas compañeras de clase y, sobre todo, fortalecida por la aceptación de sí misma a la que ha llegado, la historia de Precious enfilará un futuro que no dejará de ser duro e incierto (es seropositiva), pero que al menos estará forjado con materiales nobles como la fe en uno mismo, el amor y la palabra. Al final, nuestra heroína ya no necesitará ficciones que enmascaren sus propias carencias y miedos: al mirarse al espejo por fin se verá a ella misma y, lo que es más importante, reconocerá que su nombre, Precious, no funciona como una feroz ironía, sino que menciona, exactamente, la imagen que ahora le devuelve el espejo: la de alguien que ha llegado a quererse.
El protagonismo femenino en esta historia es absoluto, lo que refrenda aquello que anticipábamos en el comentario de An Education: si modelar el futuro resulta tarea ímproba para cualquier joven, cuando además se pertenece al sexo “débil” (debilitado por una historia inmensa de anulación y desprecio) el reto alcanza proporciones titánicas. Quiero subrayar también, de cara a nuestras posteriores conclusiones, cómo otra vez son adultos con vocación los que liberan a una muchacha de una existencia sin sentido y la sitúan en la senda de lo que merece la pena ser vivido. Tampoco quiero olvidarme del papel trascendental que se concede a la comunicación en esta película: recuperar, dotar, liberar la palabra son pasos trascendentales hacia la escucha de esa llamada hacia la propia realización que nos habita.
 
Amador
Traigo a colación Amador por diversos motivos. Si hago un repaso de constantes, estamos una vez más ante una historia con protagonismo femenino, ambientada otra vez en los márgenes de la sociedad de bienestar (su personaje central, Marcela, es una emigrante peruana), que nos habla del paulatino adueñarse de alguien de sus decisiones. Pero, más allá de las conexiones con la batería de películas que estamos comentando, su inclusión en este trabajo responde a dos circunstancias.
En Amador, como suele ocurrir en buena parte del cine de León de Aranoa, se juega con algunos símbolos que van cohesionando el relato. Para muchos críticos, estos pecan de ingenuos y de excesivamente literarios, amen de investir de lirismo impostado las inverosímiles historias donde se encajan. Sin dejar de reconocer cierta base real en estas valoraciones, no podemos negar que el director de Los lunes al sol consigue que esas construcciones simbólicas soporten con solvencia las historias más o menos creíbles que desarrolla. En la película que comentamos resaltan tanto las flores, que desde el primer plano cobran un protagonismo crucial en la trama y en el fondo de lo narrado,  como los puzles. Es este segundo símbolo el que alcanza resonancia a la hora de hablar de perspectivas vitales.
Amador, el anciano enfermo al que cuida Marcela, se entretiene montando puzles. En un diálogo clave, Amador explica a Marcela que el cielo en los puzles siempre es lo más difícil de montar (recordemos que el nombre de la protagonista nace de la integración de las palabras “mar” y “cielo”; que “cielo” es horizonte, futuro, aspiración y Marcela será una mujer que debe reconfigurar con muchas dificultades su futuro…: este es el León Aranoa simbólico que muchos aborrecen); que, aunque pueda parecer absurdo, montar un cuadro desmontado, cuando se puede comprar ya íntegro, tiene su sentido, pues es uno mismo quien lo arma; y, finalmente, que la vida de cada cual es como un puzle: al nacer ya tenemos todas las piezas en nuestras manos, solo hay que saber encajarlas. A partir de ese momento, la película no dejará de recurrir a la figura del puzle y, lo que es más, a las resonancias simbólicas desatadas en la conversación comentada, para recamar así de profundidad la historia de Marcela. Por cierto, la pastora de la Primera parte de El Quijote, que ha pasado a la historia como una de las primeras heroínas literarias del feminismo y la libertad, se llamaba también Marcela… ¿Casualidad o nuevo aldabonazo simbólico?
La teoría de la vida como puzle y, por tanto, el entendimiento del proyecto vital como una tarea de “montaje” de lo ya dado a primera vista deslumbra con su brillo, pero en última instancia se descubre insuficiente. Vivir, sí, consiste en ir encajando piezas, en volver el caos cosmos, pero no todo está en nuestras manos de principio, no todas las piezas se nos entregan al primer momento: ahí, en esa autosuficiencia, en esa negación indirecta de lo otro/el otro/el Otro (la pieza con la que no se contaba), radica la carencia de muchos de los planteamientos de futuro que retrata el cine actual (léase lo dicho a propósito de El Silencio de Lorna). En el fondo, la historia de Marcela desmiente ese aserto de Amador, pues su vida solo empieza a reorientarse tras el contacto con el anciano, es decir, tras el hallazgo de una pieza inesperada y trascendental.
Como ya ocurría en Fish Tank y se adivinaba en otras películas con jóvenes, hoy en día prefigurar un futuro consiste más en rechazar lo no deseado que en elegir una forma de vida concreta. Se sabe, se expresa, se renuncia a lo que no se quiere; pero falta fuerza o altura para definir con rotundidad lo que se anhela. La historia de Marcela sobre todo consistirá en eso, en desmarcarse de las perspectivas de vida que un matrimonio anodino le ofrece, con un marido que no quiere tener hijos y que, además de engañarla, se obceca en medrar a fuerza de vender flores robadas, conservadas en un frigorífico y revendidas después de haber sido perfumadas con ambientador… De esas flores momificadas, símbolo prístino de lo falso, huirá Marcela al final, aunque, insisto, su huida carezca de rumbo. Mía, Lorna y Marcela, al final de sus historias, han hallado aquello que no desean para ellas mismas, pero todavía están lejos de alcanzar un horizonte. Sus vidas son todavía puzles a medio hacer, sin cielo, a los que les faltan algunas piezas…
 
La red social
Como viene siendo habitual en él, el director David Fincher firma una interesantísima película sobre un tema, el nacimiento de la red social Facebook, que le sirve de disculpa para indagar en las obsesiones, los miedos y las carencias de nuestra época. Desde el emblemático análisis del alma humana contemporánea que fue el thrillerSeven a la soberbia lección sobre la vivencia presente de la temporalidad en un recorrido histórico memorable de su anterior El curioso caso de Benjamín Button, el creador norteamericano ha insistido una y otra vez en tomarle el pulso al presente con una capacidad preclara para detectar sus constantes vitales y sus fisuras.
Además, la historia del joven Mark Zuckerberg, el multimilloranio más joven del mundo, y de su emblemática aportación al universo virtual se despliega ante nosotros como un memorable retrato sobre la ética, la épica y la estética (o su falta) del triunfador, un modelo humano que, a tenor de lo aquí narrado, alcanza la cumbre del éxito, sin poder otear desde ella el horizonte del verdadero sentido de la vida.
La complejidad de la descripción de este personaje se basa, primero, en su propia impermeabilidad; segundo, en la opción del director por mantener una absoluta neutralidad a la hora de perfilarlo y, tercero, en la soberbia interpretación del actor que encarna a este genio contemporáneo: vulnerabilidad, torpeza, cinismo, apatía adobada de ataques de entusiasmo y, sobre todo, una sombra continua de infelicidad se pintan en cada gesto de Jesse Eisenberg, un tipo capaz de montar una red para establecer vínculos a escala planetaria y que, sin embargo, nos parece condenado a una desasosegante soledad.
Sin caer en la moralina, vamos descubriendo cómo el afán megalómano de Zuckerberg nace de una carencia afectiva: su creatividad, su ambición, su inteligencia aplicada al desarrollo de una idea, en última instancia, solo aspira a compensar su torpeza para moverse en el mundo de las relaciones humanas. La mayor maquinaria de comunicación que ha generado el ser humano la funda un tipo que, en el fondo, carece de habilidades sociales y muestra, en última instancia, un desinterés por sus semejantes como tales, sobre todo por falta de destreza para codearse con ellos en igualdad de intenciones.
La película está llena de sugerencias en la línea del tema de nuestro estudio. Señalemos, por ejemplo, cómo la desorientación vital del protagonista surge de un error de bulto, al intentar identificarse con un proyecto y sacrificar a esa máscara todo lo demás (ética, amistad, forma de vida), de tal modo que, en último extremo, de Mark no sabemos nada porque ha desaparecido en su propio entramado, en su propia red. A diferencia de los otros personajes que hemos estudiado, limitados por circunstancias diversas, Mark es un superdotado que dilapida sus talentos porque sobredimensiona su inteligencia y su creatividad, minusvalorando precisamente los valores que él pretende facilitar mediante su invento, vinculados con los afectos y las relaciones. En la película, por otra parte, se suceden las más diversas formas de entablar contacto (las que facilita internet; las de poder de los clubes de la prestigiosa universidad de Harvard; los amores de una noche; las juergas en discotecas, casas o fiestas privadas; las que el medio legal articula en un juicio…) y todas tienen en común algo que actúa como síntoma de una época: la falta de verdadero tú a tú, el interés como motor, la carencia. A más supuesta comunicación, más endeble calidad de los lazos.
Mark se desmarca de los otros personajes de nuestro trabajo porque parece tener un proyecto vital, dispone de herramientas para realizarlo, alcanza sus metas; pero en ese itinerario hacia la realización personal no ha actuado movido más que por sus propias carencias: buscando respuestas que se hallan en la intimidad, ha lanzado una sonda inútil al universo inabarcable de lo virtual. Que te agreguen un millón de personas a su lista de amigos en Facebook no significa que tengas siquiera uno solo…
 
Canino
Una de las películas más perturbadoras del año pasado fue, sin duda, esta multipremiada cinta griega. El carácter metafórico de la propuesta y su posible lectura política no ahoga, sino que potencia, la posibilidad de situar esta creación en la órbita de aquellas obras que, como algunas de las aquí comentadas, culpabilizan a los adultos de las carencias de los jóvenes y, lo que es más grave, insinúan que la cortedad de las perspectivas vitales juveniles procede de las amputaciones a las que estas se ven sometidas por los referentes de autoridad, sean familiares, educativos o sociales. ¿De qué hablan películas como La cinta blanca o Pan negro, si no es del nacimiento de monstruos, gestados en la infancia por medio de sistemas represores, tiránicos y obscenos, aniquiladores de cualquier ideal? Y la niña de Kick Ass, ultraviolenta, sin ningún prejuicio a la hora de exterminar enemigos (personaje que ha levantado ampollas en ciertos sectores críticos), ¿acaso no es más que un reflejo brutal del padre que la educó en el ejercicio de una violencia sin límite? De aquellos polvos familiares, estos lodos personales, que dice el saber popular.
En Canino se desarrolla una fábula que ya hemos visto otras veces en el cine (El bosque o El castillo de purezajuegan las mismas bazas argumentales): unos padres deciden inventar un mundo ficticio que impida que sus tres hijos entren en contacto con el mundo real y se perviertan. Para ello, los mantienen encerrados en su casa mediante artimañas de falseamiento de la realidad, inventan un lenguaje castrante que evite mencionar abiertamente lo que pueda resultar incorrecto o amenazante y limitan su mundo a una endogámica y viciada cadena de ritos y relaciones. La película evoluciona desde el absurdo y el humor a la sordidez, a medida que una de las hijas toma conciencia de que hay vida al otro lado, de que existen fuerzas como el deseo y la fantasía y, sobre todo, de que habitan en una burda mentira. Sus afanes de huida chocarán con la verdadera naturaleza dictatorial de su padre… La tragedia no tardará en desencadenarse.
La película, durísima por momentos, desgarrada y malsana, combina el surrealismo de los comportamientos de unas criaturas ajenas a las costumbres del mundo exterior (la escena de la danza de las dos hermanas resulta sin duda memorable) con un hiperrealismo preñado de sentidos, que van de lo filosófico a lo político. Canino, entendida como espejo de nuestro presente, nos interpela al proponer que quizás este entorno de bienestar en el que vivimos camufle y nos distraiga con satisfacciones inmediatas, como a los personajes de la película, de la verdadera realidad, aquella en la que se juega el sentido último de la existencia.
Quiero terminar reseñando cómo, al igual que en Precious la recuperación de la voz y de la palabra actuaban como revulsivos en el camino hacia la posibilidad de un futuro, en la película griega es la manipulación del lenguaje la mejor expresión de una realidad controlada, con conocimientos prohibidos e inquietudes interiores acalladas. Liberar la palabra o malversarla predisponen a los sujetos, o bien a su promoción, como en Precious, o bien a su definitiva castración, como ocurre en esta historia.
 

  1. Conclusiones: cine y vocación en el cine actual con jóvenes

A la luz de lo hasta aquí expuesto, nos atrevemos a aventurar algunas conclusiones que sirvan de cierre a estas notas:
–          En los jóvenes del cine actual es infrecuente la llamada de lo/el Otro. De las nueve películas estudiadas, solo hay alusiones a lo religioso en Amador, en una serie de escenas ambientadas en la iglesia, de fuerte componente irónico, y en una de las fantasías de Precious, en la que se imagina cantante de Godspell. En los demás casos no se alude nunca, ni de forma simbólica (tibiamente en El retrato de Dorian Gray) ni directa a esta dimensión de la persona. No hay tampoco mediadores o misterios latentes que decanten estas historias en algún momento en una dirección trascendente.
–          Cuando el otro llama lo hace encarnándose en figuras cercanas, como el hijo (Precious, Amador; en  El silencio de Lorna se trata de un hijo imaginario, pero su fuerte pregnancia simbólica lo eleva a figura crucial; también son hijos, ahora de otros, en Fish Tank o An education los que reconducen desde el error hacia la autonomía a las adolescentes protagonistas).
–          Muy pocas veces se detecta la interpelación de un prójimo ajeno al círculo más inmediato de relaciones (en los casos analizados esto solo ocurre en El silencio de Lorna).
–          Abundan los personajes femeninos sobre los masculinos. A pesar de la limitación de sus expectativas, suele tratarse de personajes positivos: en ellas, respecto a sus coetáneos masculinos, aparece redoblada la intensidad de la búsqueda de sentido, las dificultades para emprender una senda personal, la energía necesaria para reconducir hacia los propios deseos la voluntad de los otros. Solo en El retrato de Dorian Gray y La red social el protagonismo es masculino: no es casual que sean las historias donde con más nitidez se muestra el fracaso de ciertas perspectivas vitales.
–          En general los jóvenes se caracterizan por el ensimismamiento: el entorno no actúa como fuente de llamada y la realidad para ellos funciona como mero contexto o como simple herramienta a su disposición, nunca como detonante de la propia respuesta a la vida (si exceptuamos, de nuevo, El silencio de Lorna).
–          Actúan movidos por su temperamento (Alicia, Fish Tank), sus cualidades (An Education), sus carencias (La red social), sus deseos (El retrato de Dorian Gray) o sus frustraciones (Precious, Amador, Canino), es decir, se mueven ante los reclamos exclusivos de su identidad, con lo que, más que ejercicio de una vocación, reconocemos, en el mejor de los casos, la puesta en práctica de ciertos proyectos vitales egocéntricos.
–          Del mismo modo, muchos reconocen lo que no desean de sus vidas, aunque están confusos en el momento de establecer con claridad lo que buscan, tal y como ejemplifican Fish Tank, Amador o Canino. Empiezan por escapar de la atadura, aunque a partir de ahí la ruta se vuelva incierta. Por eso algunos personajes, más que de proyectos vitales, disponen de ciertas perspectivas incompletas y difusas.
–          Los referentes adultos actúan en muchos casos como hitos negativos: se aprovechan de los jóvenes (Fish Tank, El silencio de Lorna, Precious), se empeñan en impedir su autonomía (además de en las películas citadas, Canino, Alicia), pervierten sus valores (El retrato de Dorian Gray, An education).
–          Los referentes adultos positivos actúan movidos por una vocación bien configurada (Precious o An education), que dirige a los jóvenes hacia su crecimiento. A veces su influjo es menor y  se trata de meras figuras benefactoras que los acompañan en un periodo de la vida (el sombrerero loco en Alicia, la prostituta y Amador a Marcela en Amador).
–          La palabra y su ejercicio sanador ayudan a que la bruma entre la que se vislumbran sus destinos se disipe parcialmente: esto sucede en Fish Tank (la amistad con el muchacho al que conoce en los episodios del caballo actúa como forma de liberación inicial), Precious, Amador (las conversaciones de Marcela con Amador o con la vieja prostituta la animan a tomar la decisión de marcharse de casa), El silencio de Lorna.
–          En numerosas ocasiones sus perspectivas vitales están confundidas, o bien por una errónea interpretación de lo que significa apurar la existencia a fondo (caso emblemático de El retrato de Dorian Gray, pero lo mismo le ocurre a Jenny durante buena parte de An education), bien porque su imaginación no corre pareja a los derroteros de la realidad (Fish Tank, El silencio de Lorna), bien, finalmente, porque se ha equiparado el triunfo, el cumplimiento de una ambición o la expresión absoluta del ingenio con la verdadera vocación (La red social), cuando esto solo constituye una parcela incompleta de la realización personal.
 

Jesús Villegas