Raúl Tinajero Ramírez
Director del Secretariado de Pastoral Juvenil
Archidiócesis de Toledo.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La JMJ de Madrid 2011 lleva unos años de preparación. El autor presenta el recorrido de esta preparación desde Sydney 2008: testigos de la esperanza, seguidores del Señor, arraigar y cimentar nuestra vida en Cristo.
Introducción
Cuando viajaba a Sydney en el verano de 2008, llevaba un deseo, recibir el Espíritu Santo y comprometerme a ser testigo del Señor allí donde estuviera.
Era lo que trataba de vivir de manera personal, pero era mi intención de transmitirlo a aquellos con los que viajaba en el grupo de Toledo y Córdoba.
La verdad es que, como siempre, el Señor me superó en mis deseos. Ciertamente recibí su Espíritu, me sentí llamado a ser su testigo, pero lo que pude ver en esos días, fue un pueblo, el australiano, acogedor, inquieto por la venida de tantos jóvenes del mundo, abierto a la esperanza y sobre todo, un pueblo que está en camino, que se quedaba impactado por los más de 400.000 jóvenes que, movidos por su fe, se desplazaban a su tierra; eran ejemplo de convivencia, alegría, felicidad, oración y esperanza.
Creo que el Espíritu actúo y sigue actuando, porque aquel domingo 20 de julio, cuando el Santo Padre, Benedicto XVI, anunció que la próxima JMJ sería en Madrid en Agosto de 2011, mi corazón dio un vuelco y en el mismo viaje de vuelta, junto con los jóvenes con los que regresaba, empezamos a pensar en el ciclo de tres años que teníamos delante de nosotros para transmitir el Espíritu que habíamos recibido con el fin de ser verdaderos testigos de esperanza.
Es cierto que la JMJ no es ninguna meta final, pero sí es un momento importante, un “empujón” a la pastoral juvenil de nuestro país que debemos aprovechar no sólo para conseguir grandes números sino para revitalizar, acercar y promover la persona de Jesucristo, su mensaje, su evangelio entre los jóvenes que no lo conocen o no lo quieren conocer, mostrando una Iglesia joven y viva, que camina, se preocupa y se divierte con el joven. Se trata de un momento de gracia para dar un verdadero testimonio de esperanza: el testimonio de miles de jóvenes que han optado por aceptar el reto que el Señor les ha planteado, como decía Juan Pablo II en el 2003 en Cuatro Vientos: Ser jóvenes, cristianos y modernos, algo que no está reñido y que es el mayor testimonio que los jóvenes que participen pueden dar a esta sociedad, desde Cristo y en Cristo.
Benedicto XVI nos ofreció un itinerario espiritual para que en estos años pudiéramos prepararnos a vivir este acontecimiento y que verdaderamente se convirtiera en una auténtica renovación espiritual de tantos y tantos jóvenes que van a participar en ella. Un itinerario que lleve consigo también una renovación en los planteamientos pastorales juveniles, en especial de las Diócesis españolas, de las Parroquias, grupos y movimientos, que traiga consigo una apuesta total por una Iglesia joven, cercana, viva y llena de esperanza.
Ese itinerario es:
– XXIV Jornada Mundial de la Juventud (2009): “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1Tm 4, 10).
– XXV Jornada Mundial de la Juventud (2010): “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17).
– XXVI Jornada Mundial de la Juventud (2011): “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7).
Sería un error quedarnos en reflexionar sólo sobre el lema que se nos ofrece para este año. Es necesario que hagamos un recorrido por este itinerario que nos haga comprender el sentido auténtico de lo que significa para la Iglesia universal y para la Iglesia local la Jornada Mundial de la Juventud.
Durante este año estamos teniendo en todas las Diócesis de España, la suerte de contar con la Cruz y el Icono de la Virgen María que el Papa Juan Pablo II regaló a los jóvenes para que viajaran por todo el mundo llevando un mensaje de esperanza y como muestra de que la Iglesia quiere caminar al lado del joven, ayudarle a cargar con sus cruces y animarle a encontrar, con la ayuda de la Virgen María, la respuesta a ese inmenso deseo de felicidad que tiene en su interior.
- “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1Tm 4, 10)
El nuevo ciclo que iniciábamos al finalizar la JMJ de Sydney en 2008 nos ofrecía una oportunidad para profundizar en el compromiso al que acabábamos de ser llamados: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”.
Ser testigos del Amor allí donde estemos, donde trabajemos, estudiemos, vivamos… Un reto lleno de ilusión, comprometido, pero esperanzador.
Para ello el Papa nos interpelaba con un nuevo reto en el 2009: “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1Tm 4, 10).
Ser testigos del Señor supone sembrar esperanza. Pero, ¿cuál es el motivo de nuestra esperanza? ¿En qué nos basamos para poder vivir desde esa esperanza?
Un joven, que se siente “joven”, no puede andar tras un horizonte oscuro, no puede dejarse llevar por el primer viento que sople a su lado. Un joven verdadero es rebelde por naturaleza, un luchador que busca la luz, que aprende, que escucha y que cuando llega el momento es capaz de aportar lo mejor que tiene para transformar el mundo. Un joven es el que alimenta ideales y sueños. Por ello no puede fijar su esperanza en algo que no tiene vida, en algo que conforme empieza se acaba, en algo que ofrece vida momentánea y perecedera. El auténtico joven busca la vida y lo eterno, lo que no se acaba, la Felicidad que llena en plenitud. El joven está abierto a lo infinito. Por mucho que se esfuercen en esta sociedad por querer callarlo y ocultarlo nunca lo podrán conseguir, porque está escrito en el interior, en la esencia, de toda persona y al final la búsqueda de la felicidad verdadera les llevará a abrirse a la infinitud.
Esta es nuestra esperanza, la esperanza en el Dios vivo, el que camina con nosotros, el que da un sentido auténtico a la vida, a nuestra vida, el que no nos limita, sino que nos abre nuestro horizonte, que nunca se acaba en esta vida y que encuentra la plenitud en la vida eterna. El Dios vivo, que creó el mundo en el que vivimos; que creó a su obra maestra, el ser humano, y le abrió, desde su finitud, a la infinitud, desde el pecado a la santidad; que murió en la Cruz, para Resucitar y mostrar el camino de la Vida. El Dios vivo, que hoy sigue, a través del Espíritu, iluminando, guiando, llamando a los jóvenes a ser verdaderos “apóstoles” en la época en la que vivimos, evangelizadores de esperanza, testigos del Amor.
“Ser testigos de esperanza en el Dios vivo”: el camino de preparación a la JMJ de Madrid, empezaba a tomar forma, a tener sentido; no es algo aislado, son pasos para crecer en nuestra fe, para seguir madurando en el Amor de Dios.
- “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17)
Estar abiertos a la plenitud, a lo infinito, poner nuestra esperanza en el Dios vivo, nos lleva a plantearnos cómo podemos heredar lo que nos ofrece, cómo podemos alcanzar aquello que nos dará la Felicidad plena, que responderá a ese gran deseo que existe en nuestro interior. ¿Cómo podremos saciar nuestro deseo de ser feliz?
Sabemos ya quién es la fuente: el Dios vivo. Sabemos que estamos llamados a ser testigos de la esperanza, guiados e iluminados por el Espíritu, ¿pero qué hacer? ¿cómo podré llegar a conseguir lo que tanto deseo, aunque a veces no sepa lo que quiero? ¿a qué debo comprometerme? ¿cuáles son las indicaciones para seguir el camino de la Felicidad?
El joven rico
El Papa nos ofrece el texto del Joven rico, del Evangelio de Marcos. Un texto con el que todo joven, todo cristiano nos sentimos identificados en alguna ocasión de nuestra vida.
Cuando descubrimos en nuestra vida la apertura a lo infinito, la apertura al Dios vivo; cuando nos sentimos llamados a ser testigos del Amor; cuando el joven descubre el Amor de Cristo en su vida, vienen las preguntas, las dudas: por qué, para qué, cómo, por dónde, con quién… miles de preguntas que sólo desde Él podemos responder, sólo desde la libertad que da optar por Cristo podemos contestar, sólo desde el encuentro personal con Dios, sólo desde la apertura al prójimo llegaremos a entender.
Todo joven aspira a lo mejor y para ello sabe que no puede quedarse en lo mediocre. Jesucristo se presenta ante el joven, sonriendo, alegre, mirando directamente a sus ojos. Y el joven se acerca, le mira, encuentra paz, sosiego; se encuentra consigo mismo; y se pregunta de dónde sale tanta paz, tanto amor, tanta misericordia; y como rebelde, inconformista que es, quiere hacer lo que Él hace, quiere aprenderlo todo.
Y es aquí donde Jesucristo incrementa su mirada, la hace más palpable, con más fuerza, hace que sintamos su amor, su esperanza… y es urgente su llamada.
La llamada
Nos llama, nos invita, nos interpela a que le sigamos. No sólo vale quedarse en contemplarlo, no sólo vale saber que contamos con su fuerza, con su Espíritu, sino que estamos llamados a seguir sus huellas, a optar completamente por Él, a mirar y vivir desde Él.
Aquí viene el gran reto, la gran apuesta: ¿dejarlo todo? ¿abandonar todo lo que el mundo me dice que es “fundamental” para ser feliz? ¿qué hacer?
“Si quieres ser mi amigo, anda y vende todo lo que tienes y ya libre, ven conmigo, yo te ofrezco mucho más”, dice una canción juvenil. Y así es lo que el Señor nos ofrece, mucho más de lo que nos podemos imaginar, mucho más de lo que podamos alcanzar con nuestros propios medios.
Debemos responder a la llamada. El joven rico se marchó, sin decir apenas nada, estaba demasiado apegado a las cosas del mundo. Conocía al Señor, sabía de la fuerza de su Espíritu que le empujaba a ser mejor pero ante la llamada a optar totalmente por Él no pudo responder, bajó su mirada y se marchó. ¿Cuántas veces nos puede pasar esto en nuestra vida? ¿Cuántas veces cuando llega el momento de mostrar lo que somos y lo que vivimos, miramos hacia otro lado?
Seguir al Señor no es fácil
Nadie nos ha dicho que seguir y optar por Jesucristo sea un “camino de rosas”, un camino fácil. Necesita un discernimiento de un tiempo para ir madurando la llamada, para ir descubriendo la voluntad de Dios, para reconocer dónde y cómo empezaremos a vivir la felicidad que el Señor nos ha prometido.
Muchas veces le ofrecemos al Señor alma y vida, pero cuando llega el momento, cuando llega la decisión final, decimos no. Son nuestra propia debilidad y nuestras limitaciones las que nos llevan a mirar hacia otro lado.
Pero no debemos desesperar porque Jesucristo lo va a seguir intentando. Su misericordia, su amor por nosotros, nos llevará a volver a plantearnos: ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
“El joven espera de Él la verdad y acepta su respuesta como expresión de una verdad que obliga. Dicha verdad puede ser exigente. No hemos de tener miedo de exigir mucho a los jóvenes. Puede ser que alguno se marche «entristecido» cuando le parezca que no es capaz de hacer frente a alguna de esta exigencias; a pesar de todo, una tristeza puede ser también «salvífica». A veces, los jóvenes tienen que abrirse camino a través de tales tristezas salvíficas para llegar gradualmente a la verdad y a la alegría que la verdad lleva consigo. Por lo demás, los jóvenes saben que el verdadero bien no puede ser fácil» sino que debe «costar». Ellos poseen una especie de sano instinto cuando de valores se trata. Si el terreno del alma no ha cedido todavía a la corrupción, ellos reaccionan directamente según este sano juicio. Si, por el contrario, la depravación ya ha penetrado, hace falta reconstruir este terreno, cosa que no es posible llevar a cabo sino dando respuestas verdaderas y proponiendo verdaderos valores”. (Carta de Nuestro Padre Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo. 1985)
“Ser testigos de esperanza en el Dios vivo, que nos llama a heredar la vida eterna”. Un paso más, abiertos a lo infinito, llamados a lo máximo.
- “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”(Col 2, 7)
El camino que iniciábamos al finalizar la Jornada Mundial de Sydney, este ciclo de tres años, llega a su momento cumbre, al año en el que podemos vivir este acontecimiento de gracia para toda la Iglesia, para España, y que debe tener su repercusión en los grupos locales, en las parroquias, en los movimientos, en la educación, etc…
Una Iglesia joven
No es ningún final, pero si una oportunidad para dar a conocer una Iglesia joven, viva, distinta a como a veces nos la “pintan”; junto con ello, para unos continuará el descubrimiento de la persona de Cristo, para otros el continuar madurando en su fe. Muchos incluso se sentirán llamados a vivir como testigos del amor recibido, a comprometerse en su vida por el anuncio del Evangelio, desde el descubrimiento de la vocación, de la voluntad de Dios para sus vidas.
Será un año lleno de esperanzas, de ilusiones, de grandes deseos. Un año para abrirnos al Amor, para redescubrir nuestras raíces, para construir sobre roca, para no tener miedo a vivir y mostrar lo que somos, para responder a lo que hemos sido llamados: ser discípulos de Cristo.
De ahí el lema que ha escogido el Papa para este año, para la Jornada Mundial que celebraremos en Madrid, que forma parte del texto de Colosenses:
“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo el hermano, a los santos de Colosas, hermanos fieles en Cristo.… Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Os digo esto para que nadie os seduzca con discursos capciosos. Pues, si bien estoy corporalmente ausente, en espíritu me hallo con vosotros, alegrándome de ver vuestra armonía y la firmeza de vuestra fe en Cristo. Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido;enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias. Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo…”
Mirada juvenil al texto
Es importante que a la hora de reflexionar sobre el lema escogido comprendamos el contexto en el que se debe enmarcar dicho lema (por ello no sólo pongo la frase escogida sino una parte del capítulo 2 de Colosenses, que nos puede ayudar a entender ese contexto del que hablo), así que tratemos de verlo a la luz de la oración. No es mi intención hacer una exégesis, una lectura didáctica del texto escogido. Lo que pretendo, al igual que en lo tratado anteriormente, es hacer una reflexión desde la perspectiva juvenil de la situación actual partiendo del lema y tratar de ayudar en ese descubrir, crecer, madurar en la fe, que supone vivir la Jornada Mundial.
Es evidente que el mensaje del Papa para este año nos guiará en esta reflexión, porque Benedicto XVI nos da las principales pinceladas para poder comprender y vivir el sentido auténtico de dicho lema.
En sus primeras palabras nos habla de su juventud: “…Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza….” ¡Qué curioso! Es algo que no nos cansamos de repetir en los distintos ámbitos en los cuales se trabaja con la juventud: buscamos una juventud que no sea mediocre, que aspire a cosas mayores, que apueste por lo bello, por la inmensidad; en lo que se refiere a nuestra vida de fe, una juventud que sienta la fuerza del Espíritu para aspirar a lo infinito, al Dios vivo, y que espere alcanzar lo eterno, lo máximo.., como comentaba anteriormente.
Centralidad de Dios
No caminar con esta perspectiva es insuficiente para el hombre. Sólo cuando el ser humano alcanza la plenitud, es decir, a Dios, descansa, toma sentido la vida misma. No tener a Dios, apartarlo, significa destruir el más noble deseo del hombre, la felicidad plena, y por lo tanto reducir al ser humano a las limitaciones propias, a una esclavitud que le encierra en sus egoísmos y rompe su apertura a la vida.
Y esto no es lo que queremos, no es lo que quiere el joven. Es el momento de dar un gran paso en nuestra vida de fe y de asegurar los cimientos de nuestra vida; de reconocer y revitalizar nuestras raíces; de seguir creciendo, pero con quien es el arquitecto de nuestra vida: Dios; de aclarar y comprender lo que es nuestra fe, lo que significa, para poder vivirla con esperanza y con ilusión. ¡Qué gran testimonio si esto lo llegáramos a conseguir! El futuro depende de los jóvenes, de vosotros jóvenes, de vuestra ilusión, de vuestra entrega, de vuestra formación, de vuestra fe. Empieza a estar en vuestras manos el conseguir algo mejor, pero para ello no debéis de conformaros con lo fácil, con lo “chupado”. ¡Aspirad a lo máximo, buscad a Dios!
Arraigado y edificado
“Arraigado” evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; “edificado” se refiere a la construcción; “firme” alude al crecimiento de la fuerza física o moral…, nos dice el Papa en su mensaje.
Voy a abrir un pequeño paréntesis antes de reflexionar directamente sobre el lema, para hacer una llamada a todos los que tenemos la responsabilidad de evangelizar a los jóvenes (padres, educadores, agentes de pastoral, sacerdotes y los principales, los mismos jóvenes) y para insistir que es el Señor el que da el primer paso, quien se acerca a nosotros, quien nos da la posibilidad de conocerle y desde ahí comenzamos a descubrir que somos su elección: pequeños, débiles y humildes, pero llenos de esperanza para ser testigos de su amor, para iluminar con nuestro testimonio a aquellos con los que convivimos.
Pero si alguien necesita de nuestra luz, de nuestro testimonio, de que le mostremos que la vida esta llena de esperanza -una esperanza que uno descubre cuando se da cuenta de todo el amor que lleva dentro de sí- de que vale la pena comprometerse, responsabilizarse, por construir un mundo mejor, son nuestros jóvenes, nuestros adolescentes. Y esto es tarea y responsabilidad de todos los cristianos, adultos y jóvenes. Debemos ser conscientes de que la mayor evangelización, el mayor anuncio de la buena nueva a los jóvenes, es nuestro propio testimonio.
A veces podemos caer en señalarlos como rebeldes sin causa, en apartarlos porque no tienen experiencia, porque no hay quién los aguante, porque no nos gustan sus maneras de entender la vida. Pero no nos damos cuenta que ellos son tan sólo el reflejo de lo que vivimos en nuestra sociedad. No son culpables de nada. Simplemente se dejan llevar de lo que ven y escuchan.
Confiar en los jóvenes
Tenemos un gran reto ante nosotros y es recuperar y valorar la juventud, la adolescencia. Confiar en ellos, para que desde ahí aprendan a confiar en Dios y en la Iglesia. Comprometernos con ellos, para que aprendan a comprometerse. No conformarnos con lo fácil, para que no sean conformistas. Vivir la rebeldía ante lo injusto, ante lo que no ayuda a la persona, para que ellos sean rebeldes con causa, por buscar un mundo mejor.
Sé que todo esto puede sonar a utopía, a algo que no se puede conseguir. Pero no es así. Somos muchos los que creemos en ellos y caminamos con ellos. La Iglesia confía en ellos, quiere caminar a su lado. Mostrarles que el mensaje de Jesucristo es rebelde, renovador, esperanzado. Que merece la pena seguir a Jesucristo, aunque parezca ir contra corriente en el mundo en el que vivimos hoy. Que esa Iglesia de la que se han apartado es joven, pero también madre y se preocupa con ellos y de ellos, como cualquier madre lo hace con nosotros, queriendo lo mejor para su hijo, pero siempre perdonando y animando a que sigan adelante sin miedo, aunque tropiecen una y otra vez.
Tenemos una oportunidad ante nuestros ojos para mostrarles todo esto sin tapujos, sin avergonzamos de lo que somos: cristianos, discípulos de Cristo. Este año es propicio para ello, es lo que nos ofrece la Jornada Mundial de la Juventud en Agosto en Madrid, un año de gracia para descubrir, vivir, crecer y testimoniar lo que somos. Es un gran momento para que motivemos a nuestros jóvenes, les acerquemos a Jesucristo, les mostremos una Iglesia joven, llena de esperanza, porque confía en ellos. Para que surjan jóvenes que se sientan llamados a comprometerse en su parroquia, con grupos que den vitalidad a nuestras comunidades, a nuestra vida de fe.
3.1. Arraigados, enraizados, en Cristo y desde Cristo.
¿Cuáles son nuestras raíces? nos plantea Benedicto XVI en su mensaje. Si esta pregunta la hiciéramos en un grupo de jóvenes universitarios a la puerta de la facultad, (según las estadísticas), la respuesta sería la siguiente: principalmente la familia, las tradiciones populares, nuestra cultura. Es posible que en algunos casos nos hablaran del origen, del fin, como raíz de nuestra vida e incluso alguno hiciera referencia a Dios. Y no es porque la mayoría no crea en Dios, pero ¿lo ven como fundamental en sus vidas? ¿encuentran respuestas en Dios para definir su vida? Lo más probable es que no se lo hayan planteado, o se quedaran en una primera etapa catequética (la comunión), o que, a causa de la securalización hayan abandonado su fe.
Por ello creo que es importantísimo que, en este proceso en el que estamos inmersos, se nos ofrezca reflexionar sobre nuestras raíces. Es necesario saber qué es lo que nos da seguridad en nuestra vida. Nos dice el profeta Jeremías: “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto”. Pero lo que dice el profeta, hoy es complicado de vivir, por varios motivos: el buscar una fuente de agua viva, de agua pura, compromete, responsabiliza, exige. Y esto no está muy “de moda” y más cuando hablamos de Dios. Pero ante esta postura, nace la esperanza de otros muchos jóvenes que al descubrir el amor de Dios en su vida y sentirse fortalecidos por su Espíritu, son conscientes de que deben ser fuertes, “robustos” en su fe, y para ello deben buscar esa agua que no se agota nunca y que fortalece su vida: y como el árbol que tiene buenas raíces, crece frondoso, da color y paz, y cubre de las inclemencias del mundo a aquél que se acerca con amor, con dolor, o a aquél que anda perdido y sin rumbo, el que descubre en Dios sus raíces, no sólo crece con fuerza en su fe, no sólo se alimenta de la esperanza y la felicidad que tanto desea, sino que se convierte también en esperanza y felicidad para otros, en testigo de su raíz, del Dios vivo. De ahí la importancia de que seamos conscientes de nuestro origen, de nuestra raíz, de donde nos alimentamos en nuestra fe.
Si en este año no somos capaces de afianzar nuestras raíces en el Dios vivo, estaremos perdiendo una gran oportunidad. La Jornada Mundial no deja de ser un propuesta de la Iglesia, del Papa, para descubrir nuestras raíces, reafirmarlas, pero no sólo para nuestras vidas, de manera personal, sino para las de todos aquellos que buscan y no encuentran, que esperan y no hallan, ya que es posible que nosotros seamos los que tengamos que mostrarles testimoniarles con nuestro compromiso, con nuestro estar arraigados en Cristo.
“Ser testigos de esperanza en el Dios vivo, que nos llama a heredar la vida eterna, reconociendo que en Él está nuestra raíz… ”
3.2. Edificados en Cristo y por Cristo.
Nuestra vida está siempre en construcción; nuestra vida de fe está siempre en un proceso de descubrimiento, de maduración. La felicidad plena a la que estamos llamados no es de un día para otro, se va construyendo poco a poco; estamos llamados a la santidad desde nuestro bautismo y eso sabemos que es complicado de conseguir, pero lo deseamos y por ello nos esforzamos en amar desde Dios y acercarnos a Él paso a paso, con constancia y perseverancia y siendo conscientes que sigue “tirando” de nosotros.
Pero son muchas las dificultades que encontramos en nuestro crecimiento, en nuestra construcción. Con cierta frecuencia fuertes vientos que tambalean nuestros cimientos e incluso pueden destruir lo construido. Son tantos los inconvenientes que a veces podemos dejarnos llevar, mirar hacia el lado “fácil”, abandonar la construcción. Si somos sinceros, son muchas las ocasiones por las que pasamos por ello. Y si vamos más allá, son muchos los jóvenes que han abandonado su construcción, porque los cimientos no han sido los adecuados o nadie les ha mostrado lo importante de construir sobre roca.
“El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida” (Lc 6, 47-48).
En el mensaje de Benedicto XVI, al referirse a este término, nos habla de valentía. Valentía para mostrar lo que somos, para vivir lo que hemos recibido, para solventar las dificultades y los problemas que aparecen en nuestra construcción. Valentía que provoca en el joven el deseo de construir lo mejor, de dar lo máximo, de revelarse ante lo injusto, porque se siente seguro, acompañado, guiado y fortalecido. Y es cierto que el mundo nos puede ofrecer muchos motivos para vivir con valentía, e incluso pensar que podemos alcanzar la felicidad con ellos, pero hemos de ser realistas la oferta del mundo siempre será limitada y aunque nos ayudará a vivir en muchos casos con valentía, nunca podrá ofrecer la plenitud. Por ello debemos ser conscientes de que la valentía que provoca en el joven el estar con Dios, el confiar en Él, les lleva a aspirar lo máximo, a luchar desde el amor y la entrega por aquello que puede transformar verdaderamente al ser humano, que puede ofrecernos un mundo abierto a la vida, abierto a la esperanza.
Sólo desde la Palabra de Cristo podemos encontrar el verdadero camino que nos lleva a esa valentía, a ser testimonio en el mundo. Es el mejor “material” para construir nuestra “casa”; nuestra fe en Dios nos ayudará a estar seguros, a poder vernos sobre “roca” que no se derrumba. Sólo en Dios podemos vivir hacia la plenitud.
“Ser testigos de esperanza en el Dios vivo, que nos llama a heredar la vida eterna, reconociendo que en Él está nuestra raíz, que construimos sobre roca…”
3.3. Firmes en la Fe.
“…Hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo…” (Mensaje de Benedicto XVI para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud).
Ser testigos de la esperanza en el Dios vivo, llamados a lo eterno, no sólo exige que vivamos enraizados y edificados en Cristo, sino que seamos firmes en lo que nos da la felicidad y nos abre a la perfección, que aumentemos nuestra confianza en el Señor, para que cuando vengan esos momentos de derrumbe, donde nuestras mayores convicciones y argumentos de vida parecen tambalearse, seamos capaces de, aún sin ver, fiarnos de Dios.
Se insiste en la sociedad de hoy que creamos en lo que vemos, que todo lo que suene a espiritual, religioso, no da ningún tipo de certeza, y menos para un joven, en que nos dejemos llevar de nuestros impulsos, deseos, placeres (quizás muchos de ellos buenos y positivos pero vuelvo a insistir, limitados y no perfectos), en que no hagamos caso al “pensamiento” que nos descubre la existencia de una perfección fuera de nosotros, que nos habla de una felicidad plena que lleva consigo un salir de sí mismo para buscar mas allá de nuestras propias limitaciones, en que nos unamos a un “paraíso” terrenal, acorde con nuestras necesidades, nuestros impulsos, nuestros places; un paraíso hedonista… y ¡qué fácil es dejarnos llevar de ello! Incluso viviendo y sabiendo quién es el fundamento de nuestra vida.
Pero ante todo esto sólo debemos mirar a nuestro lado: ¿cuánta “fachada” bella? ¿cuánto edificio construido por fuera para dar una apariencia especial? ¿cuánta imagen externa..?, pero al abrir.., ¿qué nos encontramos?
¿Merece la pena vivir con una actitud tan “farisaica”, dando una imagen que no es real? ¿Vivir sólo para construir una fachada que con cualquier problema se vendrá abajo? ¿Olvidarnos de lo importante?
Una casa es bella cuando es acogedora, cuando al entrar te encuentras con una mano extendida, con un abrazo de esperanza, con una mirada de amor, con un corazón que es capaz hasta de negarse a sí mismo por ayudar y darse al que lo necesita.., que al descubrir qué es lo importante, hasta lo exterior, que no deja de ser expresión del interior, se convierte en hermoso, atrayente, lleno de luz y de esperanza.
Nos dice el Papa: “Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.”
Tenemos que ver, ayudar a ver; vencer la oscuridad, la ceguera que nos absorbe en muchas ocasiones, y sobre todo no tener miedo. Hemos de confiar plenamente en Dios y no dudar de Él; ser conscientes de que nuestra debilidad es vencida desde la misericordia y la gracia del Señor. Él se entregó en la Cruz para vencer nuestra debilidad. La Cruz nos da esa firmeza en su Amor. Y la Cruz pesa y es dura, pero da la plenitud, lleva consigo la Felicidad total, aunque sea algo contradictorio con lo que nos ofrece el mundo de hoy.
Vivamos la Eucaristía, la Penitencia, la entrega por los más pobres. Es ahí donde nos encontraremos cara a cara con Jesucristo. Donde encontraremos respuestas a nuestros anhelos más altos. Donde nuestra vida encontrará la seguridad para continuar creciendo, para no avergonzarse de mostrar lo que hay en su interior. Es ahí donde encontraremos la fortaleza para ser auténticos testigos de fe. Evangelizadores, transmisores de la Buena nueva. Luz del mundo, sal de la tierra.
La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150)
Y desde esta adhesión personal, supone vivir en comunión. No podemos vivir aislados. Vivimos nuestra fe en la Iglesia. “Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal.” (Mensaje del Papa para la XXVI JMJ)
“Ser testigos de esperanza en el Dios vivo, que nos llama a heredar la vida eterna, reconociendo que en Él está nuestra raíz, que construimos sobre roca, confiando plenamente en Cristo, que camina a nuestro lado,…”
- Conclusión
Por ello es necesario tener un grupo, una comunidad, un movimiento de referencia, vinculado a la Parroquia, a la Diócesis, a la Congregación, en general, a una comunidad eclesial, donde podremos descubrir, crecer, afianzar nuestra fe, para desde ahí ser testigos en nuestra vida personal, en nuestro trabajo, en el día a día.
Este debía de ser el gran fruto de la Jornada Mundial: que nacieran grupos de jóvenes en todas las comunidades, que rejuvenezcan nuestra Iglesia, que se sientan miembros activos y protagonistas en la corresponsabilidad de ser testigos de esperanza, de evangelizar, de mostrar a Cristo. Jóvenes que reconozcan al Dios vivo que les invita a alcanzar lo eterno, que en Cristo encuentran el alimento para seguir adelante, porque en Él está la raíz, la roca sobre la que edificar con la seguridad de que no se derrumbará. Jóvenes que confiando plenamente en Él, alcanzarán a beber de la fuente de la que mana el agua viva que sacia nuestro deseo innato y verdadero de vivir la auténtica felicidad.
Y para ello, nosotros, vosotros, todos aquellos que tenemos alguna responsabilidad sobre la pastoral juvenil, debemos apostar por ellos. Concienciar a nuestra Iglesia de la necesidad de que se sientan integrados en las comunidades, entendidos y apoyados. Crear los ambientes, los grupos, para que ellos maduren y se vean corresponsables. Escucharles. Acompañarles. Dedicar todo el tiempo del mundo. No escatimar en medios humanos y materiales. Son el futuro de la Iglesia, pero también empiezan a ser el presente, no lo olvidemos.
Acabo con estas palabras con las que también concluye el Papa su mensaje: “Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventudson una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios.”
Raúl Tinajero Ramírez