Misión compartida

1 mayo 2010

David Álvarez
Es laico. Coordinador de Pastoral del colegio Santa María del Pilar (Marianistas) de Madrid
 
Un regalo inmerecido
Desde siempre he entendido que ser cristiano  no es una especie de suerte que yo tengo para ser más feliz, para ser mejor persona, o para sentirme mejor conmigo mismo, sino que es algo que he recibido como un regalo inmerecido y que yo a su vez debo regalar a otros, como hicieron conmigo. No entiendo que se pueda ser cristiano sin sentir la necesidad de invitar a otros a que lo sean; haber tenido la suerte de encontrarme con Jesús  resucitado y no comunicarlo con toda la intensidad de la que soy capaz, me parece que encierra una contradicción en si mismo. Ser cristiano y no evangelizar debe ser algo como ver los fuegos artificiales sin escuchar el sonido de sus explosiones: posible, pero triste. Por lo tanto desde el principio de mi historia de fe me he visto involucrado en esta misión de una u otra forma.
 
Grupos juveniles: un camino para vivir la fe
Hijo de mi tiempo, pertenecí a una  época de eclosión de los grupos juveniles parroquiales, en los que encontré el cauce para vivir mi fe. Como tantos jóvenes, la desembocadura del proceso no era integrarme en una comunidad cristiana adulta,  sino más bien el reengancharme como monitor de estos mismos grupos a los que había pertenecido de adolescente, me parecía hasta cierto punto lógico devolver lo que yo había recibido. En aquel equipo de monitores con los que compartía la misión, me sentí por primera vez embarcado en esta aventura de compartir mi fe con otros.  Como todos los grupos juveniles de aquella época mi experiencia pastoral estaba muy vinculada con el ocio y el tiempo libre, hacíamos cursos de monitores, sobre todo de tiempo libre, de dinámicas de grupo,  o de psicología evolutiva; también hacíamos  muchas marchas a la montaña, campamentos de verano,  y nos íbamos situando en una parroquia muy clásica, que nos acogía, toleraba nuestras rarezas y nos daba cierto protagonismo en las celebraciones, más como elementos decorativos, que en su planificación.
En aquel contexto la pastoral juvenil era una cosa de los jóvenes. Don Eugenio, el párroco de toda la vida, y al que desde siempre recuerdo en la parroquia, delegaba en nosotros completamente lo que hiciéramos con los chavales que ya se habían confirmado. En cierta forma compartíamos la misión con él, y con el resto de la parroquia, pero nunca dejamos de sentir que íbamos un poco por libre. Visto con una cierta perspectiva temporal, descubro que fue en un hombre bastante adelantado a la formación, previa al concilio Vaticano II que él había recibido, que  estaba bastante alejado del modelo de sacerdote que  el terminó siendo, y supo adaptarse a una época que no era la que le habían contado. Ojala que nosotros dentro de unos años sepamos aceptar en nuestras pastorales, las formas y los contenidos que los más jóvenes vengan a proponernos y no les orillemos.
 
En la Delegación diocesana de Pastoral Juvenil
Al ir asumiendo más responsabilidades terminé recalando en la delegación diocesana de la pastoral juvenil de mi diócesis, allí por primera vez tuve la conciencia de misión compartida. El delegado diocesano de pastoral juvenil era un sacerdote, que había formado un equipo  de laicos y algún religioso para la organización  de la delegación diocesana. Aquellas reuniones de los miércoles, sentados entorno a la mesa de la delegación, aportando nuestras opiniones, preparando los encuentros y los cursos de formación,  nos hacían sentir que aquello que nos traíamos entre manos era cuestión de todos. Posiblemente la pastoral juvenil sea un lugar privilegiado para ensayar la misión compartida. Los jóvenes deben ser los principales agentes de evangelización entre de los jóvenes, una de las cinco claves que el documento marco de pastoral juvenil manejaba en aquellos años, era la de protagonismo y corresponsabilidad. Aquellas palabras estaban todavía lejos de ser una realidad, no sé si lo llegaron a ser en nuestra pastoral juvenil.
 
En un proceso de discernimiento
Desde ese compromiso personal y mi  labor evangelizadora entre los jóvenes discerní mi entrada al seminario diocesano, posiblemente desde esa intuición primera de que ser cristiano lleva unido de manera indeleble el envío a predicar. No me ordené. Pero mi paso por el seminario sin duda me hizo madurar en mi fe y en mi concepción de la Iglesia y del papel que sacerdotes y laicos, (religiosos y no religiosos), debemos tener en la evangelización.
La llamada de Mc 3,14 “Llamó a los que él quiso, para estar con él y para enviarlos a predicar”, puede entenderse de una manera excluyente leída como que a los que llamó de una forma especial fue a los “sacerdotes”, “consagrados”, que estos tienen una misión especial y una relación  más viva con Jesús; es la interpretación que en alguna ocasión capte a mi alrededor en los ambientes eclesiales y de seminarios,  no llegué a compartirla plenamente, consideraba que cada cristiano  está entre aquellos que Jesús quiso, que todos estamos llamados a estar con él y a ser enviados a predicar. Lo contrario es crear unos cristianos más auténticos, más de verdad, unos cristianos que son los que tienen el encargo y otros que les ayudan (los lacios). Poco a poco fui descubriendo que también en el seno de la Iglesia había personas que pensaban así: “los laicos como los que ayudan a los curas”, esto me suena tan mal, tan rancio, como cuando un hombre dice que ayuda a su mujer en casa, como si ella tuviera el mandato “divino” de mantener la casa y de manera subsidiaria el hombre la  ayudase  pero la responsabilidad final es suya; que mal queda eso de “yo ayudo en casa”. Algo parecido puede darse en la Iglesia, los curas son los responsables y los laicos les ayudamos. Me encontré con laicos que pensaban así; si un laico daba un curso de catequistas estaba bien porque los curas “ya no llegaban a todo”; por eso nunca me involucré en el movimiento de celebración de la palabra en ausencia de presbítero que comenzó en mi diócesis; me parecía que era apostar por un desarrollo de la espiritualidad laical muy centrada en la sustitución sacerdotal.
 
Primeros trabajos
Tras terminar mis estudios de teología comencé a trabajar de profesor de religión en un colegio religioso concertado de la Compañía de María,  Una de las primeras cosas que me decían mis amigos al decirles donde estaba trabajando y que era profesor de religión, era  que  si ya ni siquiera había frailes para dar la clase de religión. Su concepción era todavía la que acabo de enunciar: los laicos ayudamos a los religiosos en la transmisión de la fe y damos clase de religión porque ya no hay suficientes marianistas. Un colegio es un lugar privilegiado para vivir la experiencia de misión compartida;  el ir descubriendo que el problema no es que no haya suficientes marianistas y por eso los profesores laicos vamos tomando responsabilidades en la transmisión de la fe, sino que todos, profesores laicos y profesores marianistas compartimos una misión, y la compartimos en igualdad de condiciones. Esto lo he vivido así en mi colegio y con los religiosos con los que me he ido encontrando. La pregunta que en alguna ocasión hemos discutido es: ¿Qué ocurriría si ahora otra vez se llenasen los seminarios y los noviciados, y volviesen a ser cientos de religiosos marianistas jóvenes y disponibles para ocupar puestos en los colegios?  Es posible que haya sido la falta de vocaciones y por lo tanto de efectivos lo que haya llevado a descubrir que tanto laicos como religiosos compartimos la misión de la evangelización de nuestros alumnos; pero este descubrimiento ha dejado de manera indeleble una marca que ya no permitiría volver a una concepción anterior. Los laicos que hemos descubierto nuestro papel en la Iglesia no estamos dispuestos a volver a ser ayudantes de los religiosos y no me imagino a estos, sintiendo su misión como algo privativo suyo. Los signos de los tiempos son de alguna forma una actualización de la revelación, y sin duda este es un signo de los tiempos donde debemos leer como Iglesia lo que nuestra realidad concreta nos está demandando.
 
Coordinador general de pastoral
En estos últimos años vengo desarrollando en mi colegio la labor de coordinador general de pastoral. Todo un reto a nivel personal y también, todo un reto para el centro, pues por primera vez un laico es responsable de la pastoral. Esta experiencia me está ayudando a descubrir con mayor profundidad la riqueza de compartir la misión con todos los que hemos sido llamados a la misma. La pastoral en los colegios está en los últimos años cambiando de una acción muy centrada en la labor de los capellanes y de los religiosos, a otra más centrada en los equipos, en los que las decisiones nos son fruto de una persona sino de una reflexión conjunta. Posiblemente esto sea lo más significativo que la incorporación de laicos  a la responsabilidad en la labor pastoral de los colegios ha traído consigo, y no es que siempre los capellanes o religiosos encargados de las distintas actividades pastorales fuesen especialmente “directivos”; era un movimiento recíproco, en el que muchos de los lacios se  vivían a si mismos como “colaboradores” del sacerdote o del religioso, pero que en  último termino era una responsabilidad suya. Hoy en día estamos venciendo esta inercia. Mis compañeros profesores con los que comparto la tarea en el equipo de pastoral del colegio no piensan que la pastoral es una cosa mía y que ellos me ayudan, o al menos no piensan que sea más mía que suya; entendemos que es una tarea de todos en el que por diversas circunstancias ocupamos diversas responsabilidades, pero con la misma implicación en la misión.
 
La misión compartida
El ideal de misión compartida hacia el que caminamos, es que los religiosos y sacerdotes, se integren en los equipos que animan la pastoral colegial, aportando su experiencia y sus conocimientos como cualquier otro miembro del equipo. Esta tarea en ocasiones es complicada; la herencia de tantos años de una pastoral personalista nos pesa a todos, laicos y religiosos. De la misma manera en que los laicos estamos haciendo nuestro proceso de resituarnos en una Iglesia diferente a la que era cuando crecimos, también los religiosos y sacerdotes que trabajan en la pastoral colegial están buscando su sitio. Una tentación en la que intentamos no caer, es pensar que los curas lo único que pueden hacer es el ámbito sacramental; este sería un mal camino para compartir la misión. Seguramente poner en valor ante la comunidad colegial el signo y testimonio de su vida, es mucho más que presidir una celebración de la Eucaristía. La pastoral vivencial hacia la que queremos caminar no puede ser una pastoral opuesta a lo sacramental, sino una pastoral que integre lo sacramental dentro de su proceso vivencial; por lo tanto esto no será responsabilidad exclusiva de los sacerdotes, sino una parte más de una misión que compartimos.
Viviendo con plenitud su opción religiosa, compartiendo la tarea y la vida con sus compañeros laicos, haciendo visibles, accesibles y amables sus comunidades tienen sin duda una plataforma privilegiada para acercar a muchos hombres y mujeres el evangelio de Jesús
Esta nueva relación entre laicos y  religiosos esta siendo enriquecedora para ambos, para algunos religiosos que han vivido muchos años sintiendo sobre ellos la responsabilidad final de toda la pastoral, descubrir que muchos profesores y padres, se sienten igual de responsables que ellos de la transmisión de la fe, es sin duda motivo de alegría y de afianzamiento de su vida religiosa, de su opción vital,
También para los laicos entrar en contacto con los religiosos desde una relación de igualdad nos descubre la fuerza de su vida, contradicciones y esperanzas y nos ayudan  vivir más plenamente nuestra vocación en la iglesia.
 

                                                                   David Álvarez