LA MISA NO ME DICE NADA

1 abril 2010

“En llevar a cabo la obra de la santificación

procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico

sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana,

y procuren, además, que los fieles se nutran del alimento espiritual

por la recepción frecuente de los sacramentos

y por la participación consciente y activa en la liturgia”

(Christus Dominus, 35)

 
La participación en la Eucaristía, en algunos lugares, ha caído en picado. Si la teología ve en la Eucaristía el signo más evidente de la vida cristiana, tenemos que constatar que, paradójicamente, este signo deja indiferente a muchas personas, especialmente a muchos jóvenes. Esto llena de perplejidad, y hace sufrir, a padres, educadores y pastores.
¿Es importante la Misa? Es la primera pregunta que se plantean los autores del primer artículo de este número de Misión Joven. Si, a cada uno de nosotros, nos hicieran esta pregunta posiblemente nos viésemos animados a contar lo que la Eucaristía ha hecho en nosotros, las huellas que va dejando en nuestra vida,…nuestro amor a Jesucristo, la invitación que recibimos del Señor a comprometernos con la vida, la historia, con los más necesitados. Quizá todo esto, nuestra experiencia, lo contásemos con pasión porque de “la abundancia del corazón habla la boca”. También es probable que hablásemos de nuestros padres, nuestros catequistas y sacerdotes…quienes nos ayudaron a gustar y valorar la Eucaristía. Tendríamos palabras para la comunión con la Iglesia universal y con los creyentes que ya nos han dejado (la comunión de los santos).
El primer artículo sostiene que la Misa no es sólo importante sino que es fundamental. “Sin el domingo no podemos vivir”, decían los primeros cristianos.
Los autores del primer artículo afirman que Misa y fe van unidas: “Este es el Sacramento de la fe”. Una crisis en la fe, produce un alejamiento de la Eucaristía; y un alejamiento de la Eucaristía debilita la vida de fe.
Si de la Eucaristía decimos que es “centro y cumbre” en la vida cristiana y muchos cristianos, muchos jóvenes, no la viven como ‘centro y cumbre’ nos podemos preguntar dónde está el problema. Para responder esta pregunta proponen unas claves de interpretación. La primera es que los jóvenes son hijos de la cultura de su tiempo. Y en este tiempo, en esta cultura, hay un grave problema de fe. Otra clave muy significativa es la relación entre el lenguaje y ‘lo sagrado’, entre el signo y el misterio. Para unos la lejanía de la Eucaristía por parte de los jóvenes es problema del lenguaje, para otros es reflejo de la pérdida de ‘lo sagrado’.
Nuestra cultura marcadamente antropocéntrica tiene grandes dificultades para elevar la mirada a algo que la trascienda, para alabar, bendecir o agradecer. Por todo ello, cada día, es más evidente que la Eucaristía es hoy un signo contracultural: memoria frente a presentismo, eclesialidad y comunión frente a individualismo, apertura al misterio frente a la mirada superficial.
Podemos aterrizar estas reflexiones con algunos puntos para la revisión. Todos somos conscientes del momento complejo que vive la Pastoral, y en particular la  Pastoral Juvenil. Un dato concreto es la dificultad que están teniendo la catequesis, la educación en la fe y la evangelización explícita, en este mundo cada vez más secularizado. También somos conscientes del peligro de que la cultura secularizada se nos meta dentro de nuestros ámbitos. El Papa Benedicto repite constantemente que la pregunta por Dios, hablar de Dios, encontrarse con Dios es el problema fundamental de nuestra cultura.
Dicho todo esto, nos parece oportuno animar a una Pastoral Juvenil que siga apostando por el anuncio del evangelio, una pastoral juvenil que lleve al encuentro con Jesucristo. Deberíamos animarnos para buscar la manera de que los jóvenes se encuentren con Jesucristo, también en la vivencia de la Eucaristía. No podemos darnos por vencidos. La historia de la Iglesia nos recuerda que en la formación cristiana de los jóvenes la Eucaristía ha tenido un lugar privilegiado. No deberíamos olvidarlo hoy tampoco.
El foco que la revista quiere encender es el pastoral. Hay otros focos que iluminan esta situación: la teología dogmática, la teología espiritual, la liturgia…Este diálogo, entre unos y otros, nos ayudará a entender el problema, a iluminarlo y a proponer caminos de crecimiento.
Cuando encendemos el foco pastoral planteamos propuestas pedagógicas. Nos sigue iluminando el Concilio (SC, 19) cuando invita a la participación interior, la participación exterior (prudente creatividad, preparación y  acogida), a la educación litúrgica (lenguaje y mistagogía) y, por último, a la paciencia.
Un papel destacado para ayudar a valorar la Eucaristía a niños y jóvenes lo tenemos los agentes de pastoral (padres, catequistas, educadores, animadores, sacerdotes…). No es pretencioso decir que somos un puente entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres. Decimos que no es pretencioso porque lo experimentamos como don y se nos convierte en una misión. Son necesarios educadores amantes de la Eucaristía. Hombres y mujeres muy humanos y, al mismo tiempo, muy de Dios, transformados vitalmente por la Eucaristía. Para el hombre de nuestro tiempo “el mensajero es el mensaje”. Educar a la participación de la Eucaristía sólo puede hacerlo un educador que viva profundamente la fuerza de la Eucaristía en su vida. San Agustín siempre oportuno, sugerente y profundo al hablar de la Eucaristía dice así: “Recibir lo que sois, haceos lo que recibís”.
También queremos destacar la necesidad de Educadores que sepan hacernos gustar el misterio y la belleza encerrados en la Eucaristía. Educadores también que sepan desarrollar el arte de celebrar. Aquí queremos destacar la muy interesante reflexión de Álvaro Ginel en el segundo estudio. Relaciona las palabras, arte y belleza. “El arte de celebrar consiste en celebrar con arte”. Cuando una comunidad cristiana se reúne para celebrar lo que hace es poner de manifiesto un misterio (Dios invisible y totalmente otro); pero que, al mismo tiempo, se revela a la humanidad. Para dejar ver este misterio es importante no caer ni en el esoterismo, ni en la rutina. Para este arte hay que formarse. El autor expone algunos detalles para desarrollar este arte de celebrar: lugar, espacios significativos, preparación, el ritmo celebrativo, la música, la expresión del cuerpo, las normas litúrgicas, las posturas.
Acabamos este breve editorial con una expresión de Henri de Lubac: “La Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia”. El ser Iglesia lo visibilizamos en la Eucaristía; y el celebrar la Eucaristía nos hace ser Iglesia.
 

Koldo Gutiérrez

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Por Koldo Gutiérrez, sdb

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