EL ARTE DE CELEBRAR

1 abril 2010

Álvaro Ginel Vielva
Directos de la revista CATEQUISTAS
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor relaciona las palabras arte y belleza, proponiendo la urgencia de un reflexión crítica sobre nuestro modo de celebrar. El arte de celebrar consiste en celebrar con arte. Cuando una comunidad cristiana se reúne para celebrar lo que hace es poner de manifiesto un misterio: el de Dios invisible y totalmente otro, pero que al mismo tiempo se revela a la humanidad. Para dejar ver este misterio es importante  no caer ni en el esoterismo, ni en la rutina. Para este arte hay que formarse. El autor expone algunos detalles para desarrollar este arte de celebrar: lugar, espacios significativos, preparación, el ritmo celebrativo, la música, la expresión del cuerpo, las normas litúrgicas, las posturas.
 
El Diccionario de la Real Academia define la palabra arte así: Virtud, disposición y habilidad para hacer algo. Utilizamos el vocablo con frecuencia; decimos arte de vestirse, se da mucho arte (para hacer una determinada cosa). Puede aproximarse al sentido de maña, ser mañoso,  es decir, tener habilidad y destreza para algo. No obstante, cuando se utiliza el término arte hay un matiz de belleza, de detalle o acabado cuidado y no sólo de destreza. La consecuencia de que una cosa sea artística es que se presenta como bella, bien hecha, original, digna de admiración, interrogativa en el sentido de que “toca” alguna de las fibras existenciales de la persona: emociones, sentimientos, interrogantes, admiración, contemplación…
Entre nosotros están en alza los productos artesanos, es decir, aquellos que tienen un arte, una calidad, originalidad y singularidad que les distinguen de todo lo que se hace en serie o en fábrica. Denominamos a una persona como artistano tanto porque sus obras vayan a un museo, sino por lo bien que las hace, la originalidad que tienen, el “sello” personal impreso en ellas que nos suscita alabanza o especial admiración.
Al emplear en esa reflexión la palabra arte unida al verbo celebrar estamos admitiendo que la celebración cristiana está cargada de elementos cuya conjugación y desenvolvimiento llevan a producir algo artístico: algo bien hecho y, por eso, también digno de admiración, de interrogación, de contemplación, de apertura a una dimensión más allá de lo puramente visible.
Preocupa la poca importancia que muchas comunidades cristianas dan a celebrar con arte. Parece que se ha incrustado un virus nocivo en nuestra manea de celebrar: todo vale, no se da importancia a los detalles, no hay arte celebrativo. La forma de celebrar acaba en la forma. Ésta no es puerta para asomarnos al misterio de la acción de Dios a favor nuestro. Es fácil escuchar expresiones de  extrañeza y hasta de malestar ante cosas tan sencillas como el uso del incienso, o del latín en algunas partes de la celebración (acto penitencial, Gloria, Credo, Padrenuestro…). Inmediatamente se asocia estas prácticas con expresiones de “trasnochado”, “conservador”, “no pisar tierra”, etc.
Una reflexión crítica sobre nuestro modo de celebrar es importante y urgente. Se trata de educar al pueblo celebrante, a los presidentes y ministros que intervienen en la celebración, a los equipos litúrgicos parroquiales sobre el sentido litúrgico y sobre la importancia de celebrar con arte. Muchos  “miden y valoran la misa” por lo que dura más que por cómo se celebra: ¡La cosa es que acabe cuanto antes! Expresiones de éstas, frecuentes en el pueblo cristiano, son significativas e interrogativas. Sin embargo, a estas mismas personas no se les hace larga una “buena” homilía, una celebración “bien” hecha. El tiempo no es el principal problema. Quizá haya que buscar la causa en otro lugar.
 

  1. Qué entendemos por arte de celebrar

Tenemos que delimitar aquello de lo que hablamos. El arte de celebrar no se reduce a la presencia de objetos de arte en la celebración. Hay celebraciones en espacios religiosos artísticos que chocan con el poco arte de la celebración, o con la celebración bien hecha. Se puede celebrar en una iglesia románica con un cáliz del siglo XII y con acompañamiento musical gregoriano, y celebrar mal. El arte de celebrar consiste en celebrar con arte[1].
Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones” (Vaticano II,Constitución sobre la sagrada liturgia, nº 34).
El arte de celebrar consiste en ordenar los elementos visibles, audibles, perceptibles, gustados y sentidos, que constituyen la celebración y permiten que lo invisible de la fe y de la gracia se manifieste. El arte de celebrar es cuidar los desplazamientos, actitudes, acciones, palabras, gestos, lecturas y cantos, en el momento y en los lugares precisos, en consonancia y  coherencia con lo que precede y con lo que sigue, en conexión con lo que se hace y se dice.
 
La ceremonia
 Celebrar es una actividad humana específica que ha sido objeto de múltiples estudios y reflexiones. Por ser actividad humana, la celebración se ajusta a unas normas establecidas por la sociedad o el grupo. En todo acto relevante humano hay un ceremonial y se sigue un protocolo. Se realizan las cosas de una manera previamente establecida y con unos actores determinados que ocupan su puesto y tienen señalada su participación. Las sociedades tienen su “jefe de protocolo” y su “encargado ceremonial” que velan y dan las órdenes oportunas para que cada uno haga lo que tiene que hacer y cuando lo tiene que hacer. En la ceremonia no hay improvisación. Todo está marcado de antemano. También en las catedrales y en las grandes celebraciones litúrgicas hay un “maestro de ceremonias” que cuida por la realización ordenada de la ceremonia. Con cierta ligereza se puede caer en la tentación de dejar todo a la improvisación. Recordemos algunos aspectos importantes de la celebración.

  • Una actividad ligada a la vida, a la historia de los pueblos y de las personas y, que sin embargo, aparece como una pausa en su desarrollo, que abre distancia para balbucear el sentido.
  • Una actividad que requiere un ceremonial, un programa y reglas de acción, transmitidas y recibidas, que deben ser puestas en obra sin cambiarlas, porque ese ceremonial tejido por generaciones fija una continuidad, toma los gestos y las palabras de ayer para realizarlos en el hoy y señalar el futuro.
  • Una actividad que supone una puesta en escena en un lugar determinado, compuesto de diferentes espacios cuyos elementos orientan a las personas, asignan los lugares para presidir, leer, moverse, dan la posibilidad de ver, escuchar, sentir y participar, cada uno a su medida.
  • Una actividad que puede interpretarse como arte porque supone una transposición. Es acción simbólica, pues juega con varios sentidos a la vez y crea lazos entre elementos separados: está lo que se ve y se plasma como realización objetiva, y está aquello a lo que apunta, que no se ve, que nos supera porque pertenece al orden del significado, de la realidad de Dios, en el caso de la celebración religiosa, a la que orienta a la persona y a la asamblea. No queda encasillada en la lógica de lo útil o funcional. Los gestos humanos son funcionales. Los actores que se desplazan en el escenario, que actúan, cantan o bailan, han ensayado trabajando y controlando los gestos, la voz, para que expresen emociones, susciten sentimientos, creen lazos, abran espacios a los sentidos. Se comportan como artistas.

 
Lo mismo sucede en las celebraciones. No se camina sólo para desplazarse de un sitio a otro, sino que se va en procesión cantando como pueblo que sigue a su Señor y se encamina a realizar el memorial de su mandato; se cambia de lugar para ir a proclamar la palabra que Dios mismo dirige a su pueblo. No se lleva un cirio encendido, una bandera, un cuadro como se llevaría una mochila o una linterna.
Sin ceremonia de apertura y de clausura, los Juegos Olímpicos serían simplemente unos campeonatos deportivos destinados a clasificar resultados, La ceremonia de inauguración con el desfile de participantes, el encendido de la llama, el izar de la bandera, la proclamación del juramento de ética deportiva… recuerda los orígenes y hace de los Juegos Olímpicos una celebración de la unión y de la paz entre los pueblos.
 

  1. Celebrar cristianamente

Cuando una comunidad cristiana se reúne para celebrar lo que hace es poner de manifiesto un misterio: el de Dios invisible y totalmente otro, pero que al mismo tiempo se revela a la humanidad. La celebración cristiana es propiamente una epifanía. La Alianza de Dios con Israel, que tiene su cumplimiento en Cristo, revela la inmensidad del amor de Dios y desvela el significado profundo de la existencia humana en todas sus dimensiones.
Sin embargo, Dios no se ha manifestado de un modo inmediato, sino adoptando la lógica de las mediaciones humanas. El Verbo se ha hecho carne. La palabra de Dios ha tomado cuerpo en un pueblo y en su historia, por medio de su Hijo único, y ha quedado transcrita en unos libros. La fe en Cristo salvador se ha transmitido a través de los ritos, de la fracción del pan, del cáliz compartido…
Lo que verdaderamente está en juego en la celebración cristiana es precisamente esta comunicación, esta manifestación de Dios a través de la consistencia y significado de las palabras pronunciadas y de los gestos realizados en un lugar por todos los que comparten la acción litúrgica. “El misterio está en lo visible, no en lo invisible”. (O. Wilde).
La celebración cristiana se ve particularmente amenazada por dos factores, que la llevarían a una pérdida de significado. Por una parte, el esoterismo, muy cercano a la magia. Esa tendencia a considerar que cuanto menos se entiende lo que se dice y se hace, más cerca se está del misterio. Por otra, la rutina, elautomatismo que llevan a no estar presente en lo que se dice y se hace, y dan lugar a un formalismo vacío, a veces rubriquista, a veces maquinal y vanalizador. Ambos factores son enemigos mortales del arte de celebrar, como, en general, de cualquier arte. En la medida en que los gestos, palabras y objetos son significativos y empleados con sensatez, los ritos cristianos podrán suscitar una participación plena, consciente, activa, interior y exterior de los fieles cristianos (Constitución sobre la sagrada liturgia, nº 14, 19, 21).
Tenemos que añadir, además, que hoy estamos atravesando una etapa de incultura religiosa muy profunda. Ante este hecho real, algunos pueden pensar que hay que despojar “de misterio” la celebración y hay que hacerla “plana”para que se entienda. Se olvida que hay cosas que nunca explicarán las palabras. La celebración, aunque tiene una dimensión didáctica, no es ésa su principal misión. Se celebra aquello de lo que tenemos noticia, aunque no lo abarquemos totalmente con nuestra mente. Una celebración jamás puede ser “plana”, inteligible a simple vista, desprovista de “más allá”, de misterio. Situarse en esta perspectiva  “plana” es destruir y dejar sin sentido la misma realidad de la celebración. En la celebración siempre tiene que “pasar algo más allá de lo que se ve y palpa”. Hay explicaciones que sobran porque nunca se podrá explicar todo el misterio celebrado. Más que explicaciones sobre lo que se celebra convendría evocar el sentido celebrativo de las personas.
 

  1. Formarse para el arte de celebrar

Son bienvenidos todos los esfuerzos de la formación litúrgica que se llevan a cabo en el ciclo institucional de formación de los presbíteros; son dignos de aplauso los equipos litúrgicos que van surgiendo en las parroquias e iglesias públicas para atender y cuidar la celebración; hay que reconocer el poder que tienen los medios de comunicación en la retransmisión de celebraciones litúrgicas ya sea desde Roma en las grandes solemnidades o desde la iglesia más humilde los domingos. Este tipo de hechos crean una referencia y un modo de hacer que es riqueza para el pueblo cristiano.
El arte de celebrar supone el conocimiento de la liturgia. Sin el cimiento de unas bases sólidas de teología litúrgica es imposible una buena celebración. Pero además de la teoría sobre la liturgia necesitamos una buena realización de la teoría.
El arte de celebrar nos lleva a centrarnos en el cómo llevamos a la práctica las acciones simbólicas que son los sacramentos. La celebración eucarística o la celebración bautismal son una composición de acciones que tienen coherencia interna y ésta debe hacerse visible por su modo ejecutarlas.
De manera sucinta, y sólo como evocación, nos vamos a detener en algunos detalles del arte de celebrar. Esperamos que sirvan para hacer reflexionar y para mejorar nuestras celebraciones.
 
El lugar
El lugar celebrativo o geografía donde se desarrolla la acción sacramental es el primer elemento que hay que tener en cuenta. El lugar religioso nos precede (la iglesia del siglo XIII, la catedral del siglo XVII, el templo construido en una barriada joven con materiales prefabricados) y nos condiciona. No es lo mismo celebrar al aire libre que en un recinto cerrado. La colocación de los actores, de los objetos, de los desplazamientos (procesiones) depende de la arquitectura del lugar.
Celebramos para poner en contacto a los participantes con su identidad (bautizados), con su existencia marcada por un acto de fe en el Dios que nos convoca para introducirnos en su acción salvífica, que alcanzó toda su plenitud en Jesucristo. No se puede perder de vista esto. Es central.
Celebramos haciendo unas determinadas acciones en un lugar concreto. Allí nos constituimos en asamblea que ocupa un espacio. Otras muchas generaciones nos han precedido en los mismos bancos. Vamos al templo no para ser espectadores de algo sino actores participativos.
Pongamos el ejemplo de la procesión  de entrada y de la proclamación del Evangelio. Sin presidencia, a la comunidad cristiana le falta algo, no es aún comunidad constituida para celebrar. Conviene recordar la importancia que se da a la entrada en el estadio a los equipos que compiten, la entrada de los toreros en la plaza, la entrada del que preside en la inauguración del parlamento… La procesión de entrada exige un espacio dentro del templo para realizarla con la cruz, el leccionario, los ministros principales de la celebración, los cantores, los participantes en la celebración. De la misma manera, la procesión para la proclamación del Evangelio tiene que ver con el espacio. No tiene la misma importancia la primera y segunda lectura que el Evangelio. La liturgia contempla esta diferenciación con acciones: desplazarse para tomar en la mano el evangeliario, caminar en procesión con el libro y acólitos con velas encendidas hasta el ambón, abrir el libro, saludar a la asamblea, incensar, anunciar el Evangelio, aclamar al final la palabra pronunciada, besar el libro, dejarlo allí o donde estaba, regresar cada uno a su lugar inicial.
De una manera sencilla podemos decir que el lugar religioso (capilla, parroquia, catedral, basílica…) tiene su importancia y condiciona las posibilidades de celebración. Y hay que añadir, que en el lugar religioso hay espacios particulares, cada uno con su identidad y significado.
Lo que hace que cada espacio sea propio y relevante es la acción que allí se realiza. Hablamos del espacio dedicado a la Reserva del pan consagrado, o del espacio para la celebración del sacramento de la Penitencia, o para la acogida, o de las diversas capillas laterales… De la misma manera, en el hogar existe un espacio para comer, para la ropa, para descansar, para charlar, para almacenar las provisiones… Y cuando esto no se da, nos lamentamos diciendo: “No tenemos espacio. Nos falta espacio de intimidad, o no tenemos espacio apropiado para que los hijos estudien”.
Cada espacio pide su decoración específica, sencilla, sin ostentación.
 
Espacios significativos
Acabamos de hablar de lugares y espacios. En el recinto celebrativo hay espacios que podríamos definir como propios porque están cargados de una densidad especial. Muchos cristianos poseen una incultura litúrgica notable, y no digamos los visitantes o turistas que entran en un templo cristiano. Sin embargo, todos deberían “entender por los ojos” cuáles son los espacios privilegiados de la iglesia.
 

  • El ábside, presbiterio y altar

Aunque son cosas diferentes, en muchos sitios forman un conjunto donde sobre sale el altar. En el templo cristiano todo confluye hacia el altar, lugar donde se hace presente el sacrificio de la cruz y es la mesa de la Cena de Señor. No se le puede convertir el altar en una “credencia donde se colocan todo orden de cosas”. Hasta los candelabros es mejor que estén rodeándolo. Sólo después de la presentación de los dones se llevan al altar lo que es necesario para la Eucaristía. Al terminar la comunión, de nuevo quedará como al inicio.

  • El ambón

Es la “mesa desde donde se reparte el pan de la palabra”. Conviene que sólo se use para su proclamación. Para moniciones, anuncios, dirección de la asamblea, es aconsejable usar otro atril diferente. Respetar los lugares es una manera de reconocerles la importancia que tienen.

  • La sede del presidente

La sede es el lugar donde quien preside la asamblea acoge al pueblo, ora, escucha las lecturas, despide al pueblo. Se diferencia del ambón desde donde proclama el Evangelio y predica. También tiene sentido diverso del altar, que es el espacio propio de la liturgia eucarística hasta terminados los ritos de comunión.

  • La nave

Con este término general nos referimos al espacio dedicado a los que participan en la celebración. Es el espacio de la ecclesia, asamblea  o pueblo de Dios donde los bautizados se encuentran con el Señor, oran, escuchan. Este espacio debe ayudar a tomar conciencia de ser asamblea, no personas dispersas.

  • El baptisterio

Colocado a la entrada de la Iglesia, tiene el sentido de “pórtico” o “umbral” por donde se pasa a formar parte de la comunidad eclesial. Hoy es frecuente verle junto al presbiterio, entre el ambón y el altar, como lugar de iniciación a la escucha de la palabra de Dios y de la participación en la Eucaristía. Es un espacio que debe recobrar sentido en la vida cristiana por ser la fuente, el inicio de la vida de los sellados por el Bautismo.

  • La capilla del Santísimo

De ordinario esta capilla está situada en un espacio tranquilo, propicio para la oración y la adoración. Debe estar convenientemente señalada y que ofrezca en su decoración y ambientación aquellas condiciones básicas para que los cristianos puedan orar y adorar, hacer silencio o meditar. No es un espacio celebrativo comunitario, sino pensado para la devoción personal.
 
La preparación
Preparar la celebración no puede ser entendido de manera reductiva como preparar las cosas necesarias para la celebración. Preparar una celebración es, ante todo, prepararse uno mismo. Se está preparando la celebración cuando se leen los textos bíblicos, se reflexionan y se busca la palabra de homilía que los actualice hasta poder anunciar: Hoy se cumple esta palabra entre nosotros.
Prepararse es, además, leer las oraciones, buscar la plegaria eucarística mejor con el fin de dar armonía a todo el conjunto de la celebración.
Después podemos hablar ya de otra preparación material: todo aquello que es necesario para la celebración: espacio (limpieza, calefacción o ventilación, colocación de las sillas…), objetos, libros, dones, ornamentos, personas que intervendrán, cantos oportunos… ¿Por qué una celebración en la gran nave si sabemos que vendrán pocos a la Eucaristía? La elección del espacio  es importante. ¿Por qué no puede haber dos o tres capillas en uso para la celebración eucarística, según capacidad, para acomodarse al número de personas que vienen a la Eucaristía?
 
El ritmo celebrativo
La celebración tiene su ritmo, es decir, una cadencia o sucesión de acciones, gestos, cantos, palabras. Cada parte de la celebración está preparada por lo que precede y prepara a lo que sigue. Así, los ritos iniciales sirven para constituir la asamblea y disponerla para la escucha de la Palabra. La liturgia de la Palabra nos introduce en la celebración de la acción sacramental ya sea la Eucaristía o cualquier otro de los sacramentos.
Es preciso evitar repeticiones o “inflar” demasiado un momento con detrimento de otros. Por ejemplo, después de la comunión no es momento de acción de gracias. Si nos fijamos en el sentido que tienen las “oraciones después de la comunión” nos daremos cuenta de que todas insisten en que lo celebrado nos aproveche y nos llene de la fuerza divina para realizar en la vida lo que hemos celebrado sacramentalmente. Sobran, pues, esas acciones de gracias tras la comunión que están tan extendidas sin base realmente consistente. Otra cosa es que en el momento de los avisos se dé gracias a los que han contribuido con su participación al desarrollo de la celebración. Quienes preparan la celebración deben tener esto en cuenta y saber lo que es original de cada parte, de lo contrario se mezcla todo sin pies ni cabeza.
 
La importancia de la música
¿Podríamos imaginarnos una película en que la música no tuviera en cuenta lo que se desarrolla en la pantalla? La música sagrada debe estar íntimamente ligada a la acción litúrgica. La elección de los cantos tiene que guardar estrecha relación con el momento o acción en que serán cantados. Un canto penitencial no es para una procesión, ni un himno para el momento posterior a la comunión. La música debe llevar a los músicos, cantores y a la asamblea entera a entrar y ahondar en la acción litúrgica en que se entona.
De igual manera la música deberá sintonizar con el momento del año litúrgico, respetando la originalidad de cada tiempo.
 
La expresión del cuerpo
El cuerpo es palabra. El que preside y los que intervienen en la celebración antes de dirigirse a la asamblea o leer ya “han hablado” con su cuerpo, con su forma de estar, de desplazarse por el tempo, de gesticular, de mirar a la asamblea, de hacer reverencias o genuflexiones… A los fieles les influye la actitud corporal. No es lo mismo el acto penitencial del rito de entrada en la celebración mirando al crucifijo o con la mano en el pecho que recitado como una letanía más… No es lo mismo saludar al pueblo con El Señor esté con vosotros mirando al libro o buscando un papel perdido, que poniendo los ojos en la asamblea. Cuerpo y palabra deben ir armónicamente unidos. No es lo mismo presentar el Pan consagrado mirando a los ojos del que lo va a recibir, mientras se le anuncia: El Cuerpo de Cristo, que repartirlo de manera impersonal, mecánica como quien reparte “algo” y no a “Alguien”.
También la participación de los niños exige corrección y dominio del cuerpo. Ser niño no es excusa para hacer las cosas mal. Los niños y niñas necesitan el apoyo de los adultos. Se les puede acompañar y, sobre todo, hay que ensayar y explicarles la importancia que tiene su comportamiento durante la celebración. Lo entienden y saben comportarse. Lo malo está en la improvisación. ¡Cómo deberían florecer los equipos de monaguillos en las parroquias! “Hacer de monaguillo” es un ministerio y hay que tomarlo como un “grupo con identidad propia” dentro de la comunidad. “Ayudar o servir en el altar” no es un “sal allí y ponte junto al cura”. Es algo más. Y puede ser un grupo vocacional.
 
Las normas litúrgicas
Las normas litúrgicas responde a dos grandes principios: antropológico y eclesial. Las personas necesitamos saber que realizando algo de una manera se logra lo que se pretendía. Un matrimonio civil tiene su ritual, como lo tiene el cristiano. Eclesialmente, la celebración de un sacramento es algo que excede a la interpretación personal. Es un acto eclesial, de toda la Iglesia, y ésta lo ha recibido de Cristo y lo ha ido modelando con expresiones y ritos comunes para todos los cristianos de manera que todos se reconozcan en lo que se hace. Cada sacramento tiene su ritual, su manera de realizar aquello que significa. Detrás está toda la Iglesia en una larga tradición. Por naturaleza el rito es conservador (repite, reitera), pero lo hace para asegurar a quienes lo realizan que han logrado lo que pretendían, y para preservarlos de defectos, omisiones o fantasías.
Dicho esto, los rituales postconciliares dan mucha libertad para quienes los estudian de verdad. Es más fácil repetir lo de siempre que ahondar en las posibilidades que se sugieren. Si lleváramos a sus últimas consecuencias la expresión “tirar de misal” nos daríamos cuenta de lo reductor que es el uso que hacemos de los Rituales.
Una misa en un pueblo de la montaña palentina con 4 o 6 personas sigue las mismas reglas que la misa de una gran catedral, pero no es lo mismo, es preciso el “toque” que la realidad de la asamblea celebrante exige. El rito de acogida y formación de la asamblea se ha realizado a la puerta de la iglesia charlando, esperando a fulanito que ha dicho que le “aguardemos” porque estaba acabando de ordeñar. Y cuando llega entramos todos y nos ponemos en presencia del Señor que nos llamó al son de la campana, pedimos su misericordia y su gracia para escuchar y celebrar…
Las quejas de muchos fieles a nuestras celebraciones se centran en que no entienden lo que se celebra y que en no se sienten entendidos porque se les habla “en general” sin tener en cuenta su realidad. “Se les echa” lo mismo a todos no sólo en la rigidez de unas normas, sino en la contextualización del Evangelio proclamado, sin una palabra de cercanía, de atención a la realidad que ellos son y viven.
 
Las posturas
Las posturas corporales en la celebración, igual que los gestos, están cargados de sentido. Ocurre lo mismo en la vida civil. Hay posturas rituales que hay que respetar, por ejemplo cuando se ofrecen flores a los caídos de la Patria, o se escucha el himno nacional, o se está delante de una autoridad, o se brinda por alguien… Los gestos rituales están cargados de aquello que el grupo desea expresar en ellos: santiguarse con agua bendita al entrar en la iglesia nos recuerda el Bautismo y es un gesto penitencial porque nos sentimos necesitados de perdón en presencia de Dios y de los hermanos; ponerse de pie para escuchar el Evangelio (mientras se ha estado sentado para escuchar las lecturas del Antiguo Testamento o de las Cartas apostólicas) es “por algo”: hay una diferencia entre las palabras de los profetas y la palabra de Jesús; en otros tiempos Dios nos había hablado por boca de profetas, ahora nos ha hablado por su Hijo; inclinase o hacer genuflexión al pasar junto al Sagrario es una confesión silenciosa de fe en la Presencia real del Señor…
Los gestos rituales y las posturas en la celebración son simbólicos: lo exterior nos lleva a una realidad más profunda. Cuando se pierde esto de vista, los gestos se convierten en “garabatos” que no llegan a ser gestos verdaderos (inclinaciones o genuflexiones a medias, signos de la cruz que no se sabe qué son, o si “copian” más a lo que determinados jugadores hacen al salir al campo o al meter un gol…). Los gestos hechos sin sentido corren el riesgo de convertirse en magia: hacer gestos para obtener el beneplácito de los dioses y conseguir algo concreto.
Las posturas más habituales en la celebración expresan una actitud interior:

  • Estar de pie es un signo de resurrección; en la primitiva iglesia estaba prohibido arrodillarse el domingo, día de la resurrección. San Agustín dice: Rezamos de pie porque es un signo de resurrección.
  • Estar sentados es la postura de paz, de escucha. Uno es el que lee. Pero el que habla a su pueblo es el Señor. De cómo se lea depende en parte que se escuche mejor o peor. Todo ayuda y contribuye.
  • De rodillas es la postura implorante y de arrepentimiento. Después se dio a esta postura el sentido de adoración.

 

  1. Conclusión

El arte de celebrar es una asignatura que cada día y cada domingo nos exige una interpretación acomodada a la realidad de lo que celebramos y a la realidad de la asamblea celebrante. Los rasgos expuestos no agotan en arte de celebrar; sólo invitan a potenciar el arte de celebrar.
Terminamos la reflexión con una bonita comparación tomada del libro que nos ha servido como inspiración para cuanto se ha dicho: El arte de celebrar.
Se podría comparar la acción de celebrar con la interpretación de una pieza musical por varios músicos. Todo empieza con una partitura. En ella todavía no hay música, sino tan sólo unos signos negros en una hoja de papel. Sólo serán música cuando los músicos la interpreten. Por otra parte, los que la interpretan no son los compositores; la música procede de otro, y los músicos van a interpretarla con rigurosa fidelidad, pero con un margen de libertad y de toque personal, lo que determinará que en la música de un mismo compositor existan diferencias según la interpretación que de la misma hagan las diversas orquestas.
Lo mismo, guardada la proporción, sucede con la liturgia. Está escrita en los libros oficiales de la Iglesia, pero no será liturgia propiamente hasta que la asamblea la celebre. Los que celebran no son los autores: es como una partitura compuesta por la Iglesia en el correr de los siglos. Los fieles, cada uno según su función, deben interpretarla con rigurosa fidelidad, pero también con el margen de libertad que imprime su forma particular en las distintas celebraciones dependiendo del lugar, las personas y los medios de que dispone esa asamblea.
Pero, a diferencia de la música sinfónica o de la música de cámara, el arte de celebrar no es lo que se dice arte puro. Es un arte aplicado, funcional en el sentido inimitable que san Agustín daba al canto de la Iglesia, que él comparaba a unos zapatos que, para poder andar a gusto, todos sabemos que no basta con que sean muy bonitos. El arte de celebrar está al servicio de lo que debe realizar la celebración: la puesta en acción de un acto de alianza.
El cómo interpretamos la partitura eso es el arte de celebrar.
 

Álvaro Ginel Vielva

 
 
[1] Para estas reflexiones me he inspirado en el libro El arte de celebrar que aparecerá a lo largo de este año publicado en la Editorial CCS.