¡Socorro, tengo un hijo adolescente!

1 septiembre 2009

Mari Patxi Ayerra es madre y abuela, catequista, animadora social y escritora.
  
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo plantea la situación por la que pasan muchos padres ante los problemas y conflictos que viven sus propios hijos en la etapa de la adolescencia. Un tiempo duro no sólo para los padres que ven, de pronto, cómo cambian sus hijos, sino también y especialmente para los mismos adolescentes. Señala además algunos  de los conflictos que más frecuentemente sitúan a los padres en un continuo sobresalto: moda,  lenguaje, conductas de riesgo, dependencias, amor y sexo, etc. Subraya especialmente cómo los padres ante estas situaciones no pueden pasar de largo o hacer oídos sordos. Es el momento más importante de la cercanía y del acompañamiento.
 
Todos los padres del mundo deseamos lo mejor para nuestros hijos. Desde que llegan a este mundo les envolvemos con una serie de cuidados y atenciones que creemos son las que más les convienen, según la cultura que nos rodea. Mientras que a los niños chinos se les cubre todo el cuerpo, salvo un espacio mínimo para respirar, creyendo que así le están protegiendo de todo tipo de enfermedades, en occidente se les aligera de ropa para favorecer la libertad de movimientos y la inmunización de su salud. Nosotros cubrimos a nuestros hijos de besos desde su nacimiento, mientras que los orientales consideran los besos como algo sexual y nunca se los darán a sus niños. Y así ocurre en la mayoría de las parcelas de la persona.
La noticia de un embarazo, salvo en casos de problema económico o de mala relación de la pareja, producen una gran alegría y la llegada al mundo de un niño es una fiesta para la familia y los de alrededor. Cuando nace un hijo, aunque rompe la tranquilidad de la vida de los padres, y sobre todo la de las noches, es tal el amor que se siente por él y la ilusión que produce, que se sobrellevan las dificultades con alegría y toda la vida cambia y va girando alrededor de esa nueva criatura que, ya antes de llegar al mundo, trastoca a sus padres y hermanos. La realidad es que la infancia es un tiempo precioso y un hijo es el mejor regalo que puede haber en el mundo.
Antiguamente se decía que todo niño llega al mundo con un pan debajo del brazo y hoy ocurre, por el contrario, que se cree que un niño es una complicación y un gasto infinito. Ya antes de nacer, se le llenan de objetos, se le decora la habitación, se le prepara la ropa y elementos mil, que embellezcan al bebé y a su entorno y desde el momento en que nace se le rodea de regalos y “chismes” que celebran su llegada al mundo, que suele ser felicitada por todos los familiares y su entorno.
Este niño que trae consigo agobios y noches de insomnio, también produce alegrías por cada sonrisa, cada biberón terminado, cada cosa nueva que aprende y cada gracia con la que se va haciendo persona. Los padres suelen disfrutar de ver a su cría hacerse personilla y dar pasos en el andar, en el relacionarse, en el aprender, en el divertirse y en el comer. Se suele celebrar cada nueva postura, gesto, expresión, palabra y acción autónoma como una fiesta y normalmente crecen envueltos en cariño de sus padres, de sus allegados, juguetes y elementos mil que le hacen la vida más bonita.
Este infante que llega a alejar un poco a la pareja, a reducir su relación de amantes, para convertirles en padres, atentos siempre a la vida del hijo, les llena de ilusión, sorpresas, entusiasmo y alegrías cotidianas, hasta el punto de cambiar totalmente la vida de los dos que, automáticamente, suelen elegir convertirse en protectores de su cría, para que viva una buena vida y sea feliz.
Para conseguir que esté a gusto se convierten, en la mayoría de los casos, sin darse cuenta, en servidores de ese pequeño ser humano que les tiraniza, les agobia, les manipula y les pide de todo. Ellos le dan su tiempo, su dedicación, sus caprichos, porque le dan todo aquello que a ellos les hubiera gustado tener, si tuvieran su edad, y estos niños del primer mundo crecen llenos de trastos, planes y prisas. Le darán la mejor guardería, colegio, actividades extraescolares, ocios familiares y todo lo que pueda necesitar y disfrutarán de estar juntos y de la familia que van creando.
Dicen que la cría humana es la más frágil de todas las especies, porque mientras los animales nacen, se alimentan y se mueven solos, el niño es totalmente dependiente, de modo que si no se le cortara el cordón y se le ayudara a comer, vestir, limpiarse y moverse, se moriría de desprotección e inanición. Y todo esto lo saben muy bien todos los padres, que muy gustosos se ocupan de atender todas sus necesidades y de llenarle de cuidados, atenciones y cariño.
 

  1. Pero, de pronto, cambian

 
Pero estos niños que van creciendo sanos, divertidos, más o menos estudiosos, alegres y familiares, llega un momento, alrededor de los once o doce años (cada vez se inicia antes la adolescencia), en el que comienzan a sentirse incómodos tan cerca de sus padres y sienten ansias de libertad. Empiezan a cuestionar todo lo que antes les gustaba de la vida familiar, critican las costumbres, hábitos, rutinas y palabras familiares y dejan de estar tan a gusto pareciéndose físicamente a sus padres o divirtiéndose juntos. Entran en la etapa de la preadolescencia, cuando cuestionan aquella dependencia de los padres y hermanos que tanto les gustaba antes y ahora les va molestando. Ese niño adorable hasta ahora, se vuelve contestatario y respondón. La niña modosita que vestía exquisitamente comienza a elegir modelos horteras y rompedores, para dar una imagen contraria a la de su madre. Se expresan de forma agresiva y exagerada, utilizan un tono de voz agresivo y palabras soeces o nuevas, abandonando el vocabulario familiar y adoptando otro que les diferencia de los suyos y que se parezca al de sus amigos, que es el ambiente que más peso tiene sobre ellos y que van eligiendo, casi sin darse cuenta.
 
1.1.                      Tiempo duro para los padres
 
Este momento en el que los hijos parece que se avergüenzan de su nido, ese hogar en el que antes estaban tan contentos y que de pronto comienza a molestarles, a resultarles incómodo, porque van buscando su diferenciación, su individualidad, su ser único, sorprende a los padres y les deja sin saber qué hacer. Parece que, hasta ahora, todos estaban contentos de la familia, que juntos iban creando, y es como si alguien se marchara del grupo, se quisiera escapar de algo que parece que le aprisiona, que es ese tejido de relación, cariño, rutinas y convivencia cotidiana. Es un tiempo duro para los padres, pero lo es mucho más para el adolescente, que comienza a sentir en su interior una especie de tsunami existencial que le lleva a defender su territorio, a luchar por lo suyo, a sentir deseos de libertad y  de buscar otros grupos en los que ser de otra manera, adquirir otros hábitos, utilizar otros tipos de expresión y otras formas de vivir. Necesita dejar el núcleo familiar para ser él o ella, para elegir lo que quiere hacer, porque, de pronto, se siente presionado para comer, dormir, estudiar, divertirse, vivir, hablar… como se ha hecho en casa siempre.
 
Y a toda esta tormenta interior, que en la mayoría de los casos no se expresa, no se le pone nombre, pero se sufre por parte del que se quiere hacer mayor y lucha por encontrar su propio camino solo, y de los suyos que sufren sus modos y maneras, que a la fuerza, tienen que ser diferentes a las que se usaban en la vida familiar. Este niño que fue dependiente, de pronto, se siente un casi adulto contradependiente, que quiere ser mayor, pensar por sí mismo, decidir libremente, no sentirse manipulado, mandado ni enviado. Quiere ser libre del todo y para eso lucha con sus ansias de libertad oponiéndose a todo, cuestionando cada costumbre, acción o gesto de la vida familiar y aliándose con otros que están viviendo su misma etapa para, juntos, criticar, quejarse, envalentonarse, animarse y hacerse cómplices de estos sentimientos que ni ellos mismos controlan ni entienden.
Antes, la mayoría de la gente pasaba de la infancia al mundo laboral directamente. La adolescencia y la juventud son fenómenos relativamente recientes, hijos de nuestro tiempo. Por los años cincuenta, se vivía la contradependencia de forma suave y retardada. Llegaba alrededor de los 16 años y se le llamaba “la edad del armario”, porque estaban los hijos como para encerrarlos, de insoportables que se ponían. Hoy todo se anticipa y parece que los niños nacen cada vez más espabilados. Por eso la preadolescencia se inicia entre los 11 y los 12 y la adolescencia a continuación, y dura mucho, muchísimo tiempo en algunos casos, de forma que hay adultos que siguen oponiéndose a todo, sin tomar las riendas de su vida como adultos.
El proceso normal sería que, tras la contradependencia, etapa en la que se vive en un continuo “¿qué dices, que me opongo”, llega la independencia, alrededor de los 20 a 22 años, edad en la que uno necesita alejarse de sus padres, vivir independiente, trabajar para cubrir sus propias necesidades básicas e ir haciéndose persona adulta que se hace la comida, cuida su ropa, atiende su casa, gestiona sus relaciones y gana dinero para autoabastecerse. Es fácil que en esta época de independencia tenga deseos de estar con otros jóvenes como él, y frecuentar menos el hogar familiar, para demostrarse a sí mismo que sabe vivir autónomamente, sin necesidad de que sean los padres los que le hagan las tareas domésticas.
Este paso hacia la independencia es un síntoma de salud para el joven, aunque algunos padres lo suelen interpretar como un fracaso familiar, ya que les gustaría más que saliera el hijo de casa para casarse o emparejarse. La realidad es que lo ideal sería que todos los jóvenes se independizaran pronto, para así valorar su familia, y todo lo que han recibido de padres y de hermanos, con el fin de aprender a vivir como personas adultas y autónomas.
Ocurre en demasiados casos que, familias que viven como abandono el que los hijos se independicen, o creen que les impulsa el no estar a gusto en el hogar, se culpan a sí mismos por los deseos de los hijos y les presionan para que se queden en casa el mayor tiempo posible, ocupándose los padres de sus necesidades básicas y provocando que los hijos se aprovechen de ellos, sin participar en las tareas domésticas, en la economía familiar y en la tarea de la alimentación, que conlleva el comprar, archivar las viandas, cocinar y recoger. Esta postura de los padres, en vez de educar a los hijos e impulsarles a hacerse adultos, les convierte en chicos dependientes, analfabetos domésticos, que se aprovechan de las comodidades del hogar paterno, del trabajo de los padres y de su dinero, que les lleva a ahorrar o regalarse unos viajes impresionantes, mientras quizás sus padres puedan estar pasando estrecheces económicas o no hayan viajado nunca a ningún sitio, y sus hijos conocen ya medio mundo, lo cual es una injusticia como un castillo.
Tras la fiebre de independencia, de vivir solos, de autoabastecerse y de ser autónomos, que se alejan de la vida de los padres para crear la propia e incluso se borran de la fe de los padres, para buscar la suya, viene la etapa de la interdependencia, que es en la que vivimos todos los seres humanos adultos. Todos necesitamos de otras personas, nuestra vida está en relación, intercambiamos servicios, tareas y atenciones y así vivimos mejor compartiendo lo que cada uno sabe y tiene y entregando al mundo lo mejor de uno mismo en el trabajo, en las relaciones, en la sociedad y en el mundo. Siendo todos interdependientes, el mundo sigue girando en este entramado de personas, medios, trabajos y servicios que necesitamos para vivir.
 
1.2.                      Adolescencia, ¿vendrá de “doler?
 
Pero voy a detenerme un poco en la metamorfosis del niño hasta la mutación adulta, como es la etapa de la adolescencia, ese tiempo endemoniadamente difícil, que tanto hace sufrir y descoloca al que lo vive en si mismo, como al que convive con el protagonista. Para desculpabilizar lo antes posible, he de decir que en mi experiencia, las familias más armónicas y adorables suelen tener los hijos más reivindicativos, guerrilleros y contradependientes y, en cambio, otras que tienen menos comunicación y afectividad familiar suelen  tener hijos adaptados o con una necesidad menor de oponerse a los padres y de contrastar y criticar su autoridad y costumbres. Aún así, he conocido familias que han pasado por estas épocas casi sin darse cuenta y otras que las han sufrido con sangre, sudor y lágrimas, e incluso unos hermanos pueden ser extremadamente contradependientes y otros más suaves en su hacerse adultos, más fáciles para la relación y armónicos en el trato y las diferencias generacionales.
Porque la realidad es que duele y mucho, tanto a los que la viven en sus carnes como a los que la padecen en la cercanía familiar. Es una etapa difícil de la vida. Los padres que, como casi todos, adoran a su hijo o hija, comprueban un día que están siendo constantemente “examinados” por su vástago, que ha pasado de ser la niña o niño más adorable del mundo, a ser el boicoteador y el crítico más duro a todo su comportamiento personal y familiar. De pronto se encuentran “viviendo con su enemigo” y no saben qué hacer para facilitarle la vida, corregirle sin romper la armonía, sugerirle algo sin que “monte un pollo”, o intentar no pasar cerca, por si se le escapa una coz.
Pero el adolescente está mucho más confuso aún que sus padres. El o ella, que hasta ahora estaba tan a gusto consigo mismo y con los suyos, de pronto se encuentra molesto en un cuerpo que está cambiando a una velocidad vertiginosa. Está tomando forma femenina o masculina y crece el pelo en axilas y genitales, se dan de sí las caderas y aumenta el volumen del pecho de ellas, mientras cambia la voz y el tamaño del pene de ellos. Todo esto ocurre de un día para otro, casi sin que se de cuenta el protagonista y se convierte en el tema central de todas sus conversaciones con los colegas.
No cambia solo su físico, que les hace tener las hormonas “encabritadas”, llenándoles la cara de unas espinillas, que a ellos les parecen cráteres volcánicos repugnantes, que les afean y obsesionan, mientras que los mayores hacen bromas del famoso acné juvenil, sin entender lo preocupante y antiestético que resulta para ellos. Cambia también su mente, que va dejando de interesarse en juegos infantiles y se centra en las relaciones, la atracción del sexo opuesto, la moda, la música, la pandilla, el móvil, los tatuajes, los pircings, los artistas… Parece como si sus pensamientos hubieran huido de su persona y fueran por su cuenta, paseando de flor en flor, de amigo en amigo, de trapo en trapo y de sorpresa en sorpresa. También su parcela social sufre un gran cambio porque llega el momento de cambiar de relaciones, de vivir la intimidad, de contarse secretos, de hablar a solas, de tontear con la pandilla, de lucirse ante el sexo opuesto y de hacerse cómplices con los del propio, para seducir, flirtear, reírse por nada o hacerse los duros y fuertes o las mimosas, blandas y conquistadoras. Es como si toda su persona se estuviera preparando para emparejarse en el futuro y el juego de la seducción se hubiera despertado en su persona, de pronto, y le hubiera hecho cambiar de posturas, comportamientos, tonos e intereses.
En esta etapa difícil de la vida, es muy importante hacer un buen acompañamiento espiritual de los chicos, o que tengan un “coach”, o entrenador personal, que hoy está tan de moda. Porque cuando un adolescente tiene vida interior, es decir, que vive su parcela espiritual, tiene más recursos para poder con tanto desajuste. Lo comparte en grupo, se abandona en Dios, acepta hablar de estas cosas con algún adulto, que le libere de culpa y le presente con naturalidad esta etapa agitada y natural de su vida; se deja acompañar en la reestructuración de valores, la lectura de un buen libro, que le ayude a entender su follón interior y todo le resulta más llevadero. Si hace oración, vivirá todo esto acompañado de Dios, es decir, que sentirá que El le pone en contacto con lo mejor de sí mismo, autoperdonándose y tomándose con un poco de sentido del humor y potenciando en él sus cualidades de relación y su capacidad de amar y de regalarse al mundo.
Este es un tiempo especialmente delicado que merece un buen acompañamiento integral, en el que deberíamos quemar todas las naves, para que no naufrague nadie por soledad, miedos, culpas o desasosiegos sexuales, alergias familiares o desencuentros consigo mismo y con los demás. Hay que ayudarles a conocerse, autoestimarse y formular su proyecto personal, o preproyecto, pero es fácil acompañar su elección de valores que llenen su vida futura de sentido y de misión. Y el Evangelio, afortunadamente, es un apasionante G.P.S. que da todas las pistas para caminar rumbo a la felicidad total y a la vida en plenitud.
 

  1. Padres en continuo sobresalto

 
Pero voy a extenderme un poco más en los conflictos de esta etapa. A los padres se les pone la carne de gallina cuando ven a su hijo, horas y horas, mirándose al espejo; cuando no encuentra su imagen ideal y se le ve desasosegado por lo mal que le sienta toda la ropa. De pronto, le parece que con todo lo que antes se veía bien, ahora resulta horrible, antiguo e inadecuado. No le gusta su cuerpo y no sabe cómo ocultarlo o exponerlo. Y por eso unas veces se pasa de ropa, estirándose las mangas y el faldón de la camiseta, o se planta un escotazo que parece un anuncio de lactancia materna.
 
2.1.                      Tiranía de la moda
 
La imagen, y por tanto la ropa, adquiere una importancia trascendental en esta edad. Se suelen uniformar en marcas, adornos, colores, extravagancias o distintivos. Muchos de ellos se identifican con una tribu urbana, o gente a la que le gusta un determinado tipo de música y viste de una forma concreta, y adoptan sus costumbres y su estética. Puede tu adorable hija vestirse, de pronto, de luto riguroso, llena de imperdibles, con aspecto siniestro y símbolos satánicos, porque se ha hecho gótica, como sus amigos; o aparece tu hijo con un tatuaje cutre, como el de su pandilla; o busca la ropa vieja de su padre para tener un look casi de mendigo; o infla sus zapatillas, sin atar y se pone unos pantalones, con la entrepierna en las rodillas, tres tallas más de la que necesita, para dejar que se caigan y poder lucir su ropa interior. Así que no hay que extrañarse si se pasan horas y horas ante el espejo, incluso sería lo mejor ponerles uno bien grande en su habitación, para que se descubran, se acepten, se admiren y se reconcilien consigo mismos, y así la familia evitará que esté bloqueado el cuarto de baño, por la cantidad de tiempo que necesita el adolescente para probarse una y otra ropa, buscar el peinado ideal o encontrarse bien consigo mismo.
Estoy recordando a la hija de unos amigos, que una tarde lloraba desesperadamente ante el espejo, luchando contra su flequillo erizado y explicándonos lo desgraciada que se sentía, ya que con ese pelo tan horrible no podía salir con los amigos ni ir a clase. Lo vivía como el drama del siglo y al escucharle empáticamente, se ponía una en su pellejo y comprendía su sufrimiento y frustración. La verdad es que el mercado cosmético español saca provecho de esta esclavitud corporal de los adolescentes. Dicen que cada español gasta al año 300 euros en belleza, así que el mercado cosmético es de los que más ha crecido y no sufre la crisis que vivimos en otras parcelas.
Lo que los adolescentes necesitan es desarrollar su identidad personal y para eso buscan un grupo de pertenencia. Algunos continúan dentro del estilo promovido por su sistema familiar y otros se identifican con grupos juveniles. El atuendo se convierte en una de las principales formas de materializar su pertenencia. El adolescente se hace distinto para integrarse en un grupo de iguales. En la mayoría de los casos la vestimenta es sólo cuestión de forma y no de fondo.
La realidad es que la moda tiene la culpa de ese ritmo frenético de cambio en el mundo de la belleza y ellos siguen las “tendencias de la moda”, aunque sea de forma marginal, y los diseñadores se aprovechan inventando cada seis meses algo nuevo, para que resulte antiguo lo anterior. Ahí tenemos el boom de la lencería que, entre que visten una ropa interior que parece “un hilo dental” y que asoma por el pantalón, en cuanto se agachan, y las fiestas del pijama, que son noches locas que pasan durmiendo juntos en una misma habitación, toda una pandilla de chicos o de chicas, están haciendo el negocio del siglo, por lo que proliferan las tiendas de ropa con un diseño entre la candidez y la sensualidad.
 
2.2.                      Lenguaje propio
 
Otra cosa que ocurre y hace difícil la convivencia familiar son las expresiones verbales que de pronto adquiere el adolescente, que utiliza con su familia y mucho más cuando habla con sus amigos. Frases como “va a su bola”, no te rayes”, “está en su mundo”, “echarse unas risas”, “tía o tío”, “mola mazo”, “meterse una birra”, “qué móvil tan guapo” “está que te cagas” y otras muchas más, algunas bastante soeces, las utilizan para expresar lo mismo pero con su propio lenguaje. Ya son las cosas y no las personas, guapas; ya no son tíos o tías los hermanos de los padres, sino todo ser humano con el que se comuniquen a gusto. Para pedirte que no les repitas algo, te dicen que te rayas y, realmente, viven en su mundo, como en una burbuja mental, porque del de su familia no les gusta ya ni la ropa, ni el lenguaje, ni las costumbres, ni casi nada.
Los cánones de belleza son de una enorme tiranía para estos chicos y chicas que andan buscando en sí mismos la perfección. Los medios de comunicación utilizan el photoshop para manipular los cuerpos de las jóvenes, aumentando curvas, estrechando piernas, estilizando cuellos…, que hacen que los jóvenes inmaduros, por querer parecerse a estos cuerpos modelos, no se encuentren nunca a gusto consigo mismos y sufran enormemente en la comparación con alguien que no es humano, que tiene mas bien cuerpo de Barbie, o de su pareja Kent, dos muñecos, con tipos de persona estilizada y anormal, que ya desde niños se les va grabando en la memoria, como el prototipo del estilo, la moda y la belleza.
A los padres les suele descolocar el aspecto exterior de sus hijos, pero lo que más les duele es su cambio de valores. El lenguaje soez, la exageración  de sus gestos y posturas y el temor a comportamientos que le lesionen para toda su vida.
En cuanto al espacio escolar, encuestas realizadas en una serie de institutos muestran que en la educación, el sexo débil es claramente el masculino, ya que más del 80% de los conflictos suelen ser provocados entre los chicos. Ellos suelen estudiar una media de tres horas semanales y las chicas ocho. Los estudios del Ministerio de Educación establecen que entre los estudiantes que acaban la ESO, el porcentaje de varones repetidores es el 49%, que dobla, prácticamente, al de las mujeres que es el 26%. Además los premios extraordinarios por rendimiento académico o esfuerzo personal pertenecen a las chicas, de forma abrumadora, hasta tal punto que en algunos centros se priman los méritos masculinos, para evitar que los varones se sientan como “convidados de piedra en la fiesta”, practicando la discriminación positiva en determinadas universidades privadas, en las que las mujeres necesitan medio punto más de nota, para poder ser admitidas.
 
2.3.                      Conductas de riesgo
 
Una de las características del que se va haciendo mayor es que quiere demostrar su valentía y hacerse cómplices los amigos de sus aventuras, experiencias cumbres extravagancias y riesgos. Es en esta edad cuando antes se hacía la locura de tirarse de cabeza al agua, en el lugar mas peligroso del pueblo, o hacer una heroicidad deportiva, hoy lo que hacen es probar el tabaco, la velocidad, los trastornos alimentarios, el alcohol, las drogas, el sexo y todo lo que les resulte diferente, arriesgado y les produzca la sensación de ser distintos de los mayores.
¿Qué pueden hacer los padres hoy para prevenir el consumo de drogas, alcohol, tabaco y sexo? ¿Hasta qué punto influyen sus amigos y hasta dónde son importantes sus planes del fin de semana? Pues los padres tienen tanta inquietud como desconocimiento, ya que nos es más fácil creer que nuestros hijos llevan una vida saludable y que serán las compañías no aconsejables, las que les pueden inducir a ciertos comportamientos. Los padres deberíamos disponer de una información suficiente y objetiva sobre todos estos temas. La verdad es que la tarea educativa se comienza desde la infancia, hablando de todo con naturalidad, integrándolo en el diálogo familiar cotidiano e intentando dar toda la información posible, para que no les sea tan seductor el consumo de sustancias, el sexo sin amor y diversas actitudes al llegar a la adolescencia.
Están de moda las series de televisión que ofrecen modelos de adolescentes que faltan al respeto a sus profesores, y profes de instituto que proponen una relación sexual a un alumno, que es una falta de respeto aún mayor, ya que la adulta es ella y no su alumno, que se embarazan con 13 años, que hacen circular la droga por la clase, que cometen todo tipo de travesuras graves… y con estos programas lo único que se consigue es maleducar y deformar a los educandos, en vez de transmitirles valores o aportarles información que luego les facilite el camino de la vida. En cambio se silencian los modelos de adolescentes majos que viven una vida normalizada y armónica.
Desgraciadamente demasiados chavales van siendo víctimas de “los petas, las pastis, los tripis, la garlopa” y tantos venenos… y los demás lo ven como algo normal que ocurre a otros, hasta que lo prueban, se enganchan y se estropean la vida… Luego dicen permisivamente. ¿Y quién no se ha metido alguna vez una rayita?…
Como dice Javier Elzo, en su libro “La voz de los adolescentes”, las elevadas tasas de consumo de alcohol en edades tempranas ha sido objeto de todo tipo de estudios epidemiológicos y se ha llegado a la conclusión de que es una conducta adulta, “bendecida socialmente”, el celebrar todo acontecimiento con alcohol y eso es lo que han copiado los hijos, hasta convertir el botellón en el paradigma del ocio juvenil.
 
2.4.                      Dependencia del móvil
 
El móvil se ha convertido en su compañero inseparable. Se calcula que a finales de este año habrá 4.000 millones de móviles en el mundo, pero los adolescentes tienen mucho que ver en esta cifra. Cambian continuamente de terminal, hablan de forma compulsiva y se dan toques sin cesar. La tecnología destapa trastornos, abusos a profesores, controles paternos y sumisiones sexuales. Así es la nueva dependencia de la comunicación del siglo XXI. Uno de cada tres adolescentes se confiesa sentirse intranquilo o ansioso, cuando se ve sin su móvil. Y es que este elemento se ha convertido en un peligro ya que, como todas las nuevas tecnologías, tiene un componente adictivo para el que el ser humano no estaba predispuesto, y que como el chocolate y la droga, proporcionan un placer inmediato que llena el vacío. La subordinación de los chavales al móvil les hace estar expuestos a una dependencia enfermiza. Duermen con él encendido, salen de clase y lo encienden buscando mensajes con ansiedad y son capaces de recurrir a cualquier hora y a cualquier persona, para que les haga una transferencia, aunque sea de tres euros, para poder teniéndolo “vivo”.
Existe una especie de ritual, del paso del niño al adolescente, en el que se inicia en el uso del móvil. En Estados Unidos hasta se ha hecho un concurso de sms, o mensajes escritos en el móvil, con ese nuevo lenguaje abreviado, que han creado los adolescentes, en los que se comen casi todas las vocales y alguna consonante, que les hace alcanzar una velocidad vertiginosa y son tan habilidosos pulsando las teclas que llegan a escribir una media de 80 mensajes diarios. Se les ha hecho tan imprescindible el móvil para ellos, que ya resulta casi un apéndice de su mano, además de serles  económico, rápido y un instrumento de comunicación sin el que no pueden pasar un rato.
 
2.5.                      Amor y sexo
 
En cuanto a la sexualidad, los adolescentes se sienten físicamente preparados para el amor, pero su personalidad aún está sin hacer y pueden cometer graves errores como beber en exceso, tener una relación sexual inmadura, cambiar sus obligaciones escolares por estar todo el día en las musarañas, soñando con amigos, amores y experiencias cumbres… Mientras, en el pasado año 2.008, se produjeron 6.000 abortos de menores de 16 años, ya que muchas adolescentes creen que no pueden quedarse embarazadas en su primera relación sexual.
A los padres, cuando les llaman del colegio, convocándoles a una reunión extraordinaria, para hablarles delsexting, ese nuevo juego por el que los adolescentes se dedican a hacerse fotos desnudos, en posturas comprometedoras y difundirlas por el móvil, o por redes sociales de Internet, les parece mentira que su hijo, esa criatura frágil y desvalida, sea capaz de tomar la iniciativa o sea víctima de tamañas atrocidades, pero siguen con la vista su móvil, que nunca lo suelta de la mano, queriendo adivinar qué imágenes contendrá dentro o qué estará enviando o recibiendo su “chiquitín”…
Mientras, ante la televisión, ven cómo su hijo, oye la noticia del embarazo de una niña, sin prestar la menor atención, ni parecer que le interese en absoluto el tema, por lo que deducen que, efectivamente, sigue jugando a las muñecas o a los coches, como habían imaginado siempre, y está claro que los temas sexuales todavía le vienen demasiado grandes. Entretanto, él o ella, les miran de reojo para confirmar que son ellos, los padres, los ignorantes de su madurez, de sus habilidades y de sus romances y que no pueden imaginar sus inquietudes sobre el tema o cómo la cámara del móvil se puede convertir en suplemento de sus relaciones sexuales.
 
2.6.                      Demasiadas ofertas
 
Los adolescentes y jóvenes de hoy reciben cantidad de ofertas constantes para sacarles de la vida “normal” e introducirles en la sociedad mediática. En el transporte, en la calle y  a veces en casa, están pertrechados de sus auriculares, aislados de la historia y de la gente, sumergidos en músicas que vomitan sus MP3 o MP4. Cada vez son más los mensajes, los sms, las llamadas perdidas, los chats, los messengers, los metroflogs y fotologs, los móviles con su auricular y su micro colgante, los lenguajes crípticos con los que los chavales se hablan en claves difícilmente comprensibles para los adultos, los móviles que hacen fotografías y videos. Ellos tienen el mando de la consola, de la televisión, del ordenador…, porque han nacido en un mundo tecnológico que manejan mejor que quienes lo inventaron. Y en medio de todos estos aparatos y sistemas de ¿comunicación? están los chavales, que piden a gritos ser tenidos en cuenta, ser  escuchados que se les preste un poco de atención, aunque nos resulten ruidosos, provocadores, bullangueros y pelmas.
 
Conclusión
 
No podemos pasar de largo con una queja fácil, haciendo oídos sordos a su llamada, tenemos que estar cerca, acompañar sus procesos, contarles cómo vivimos nosotros y lo que nos ha ido bien en la vida, los errores que hemos cometido, para que se los puedan evitar y los secretos de la felicidad, como son la amistad, el amor, la sexualidad, la ternura, el respeto, la experiencia de Dios, el hogar acogedor, la austeridad, la libertad que da el crearse pocas necesidades, los fracasos que hemos tenido por querer dar demasiada importancia al tener, en vez de al ser… Y cuando los mensajes son desde el yo, contándoles, en primera persona, lo que nos ayuda a vivir bien, sin descalificarles, juzgarles ni agredirles, se reciben mejor y no se sienten manipulados. Porque los adultos, a veces, sin darnos cuenta, echamos la bronca, corregimos y les recordamos las faltas y todo lo que hacen mal. Necesitamos ser buenos compañeros de su vida, para impulsar su capacidad de reinventarse, para ayudarles a ser personas en su totalidad, a ser felices, a cumplir sus sueños, a ser gente de altos vuelos, no de comportamientos rastreros, pero eso no lo conseguiremos desde la crítica fácil o la descalificación generalizada contra ellos.
Como padres, hay que procurarles un ocio alternativo, como es el que pertenezcan a grupos, scouts, parroquiales, deportivos, Juniors, etc, aunque eso suponga el privarse de ir al pueblo, o el condicionar nuestros horarios a los suyos y nuestro ocio al de estos adolescentes que necesitan de nuestra discreta presencia o casi “control remoto”. También habría que implicarse en crear para los hijos clubs juveniles y promover campamentos urbanos en los colegios religiosos, con el fin de que sean espacios en los que se transmitan los valores humanos y cristianos que durante el curso se han estado trabajando, para que no tengan que acudir a otros campamentos con ofertas sólo lúdicas o deportivas.
Bueno, se me ha olvidado decir que no todos los adolescentes tienen todos los síntomas ni resulta tan difícil la convivencia con ellos, pero lo normal es que alguna de estas situaciones se presente y no está de más que conozcamos las dificultades, para entender a los adolescentes y sus “extravagancias”… Intentemos que salgan queridos de casa, hablar la vida con ellos y luego ponerlos en manos de Dios, que es el más interesado en que nuestros chicos y chicas se cumplan y lleguen a ser unas personas plenas.
 
Por si alguien no lo conoce, no me resisto a escribir esa historieta, que circula por Interne,t en la que cuenta un adolescente: Anoche mi padre y yo estábamos sentados en la sala hablando de las muchas cosas de la vida… Entre otras, hablamos del tema de vivir y morir. 
Le dije: Papá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. Prefiero morir.
Entonces, mi padre se levantó con una cara de admiración enorme… y me desenchufó el televisor, el DVD, Internet, el PC, el mp3/4, la PlayS, el teléfono, me quitó el móvil y la agenda electrónica…y me tiró todas las cervezas… ¡Casi me muero!…

Mari Patxi Ayerra