La catequesis, momento esencial y prioritario del proceso de evangelización

1 abril 2009

Emilio Alberich es Presidente de la Asociación Española de Catequetas

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Parte este artículo de la necesidad, fuertemente sentida hoy, de revisar en profundidad la catequesis: el modo de entenderla y realizarla, sobre todo en función del proceso de la iniciación cristiana. Se trata de redescubrir el proceso evangelizador y de respetar las distintas etapas y los tiempos. Pero para llegar a un cristianismo evangelizador, hace falta una verdadera conversión pastoral y situar entonces la catequesis en su lugar preciso, como momento prioritario de la evangelización. Para ello, la catequesis debe repensar a fondo su identidad, sus actores, sus métodos y contenidos.

La catequesis sigue siendo, en la mayoría de nuestras comunidades y parroquias, una «asignatura pendiente». Desde muchos puntos de vista, no funciona, no consigue los frutos esperados, no parece responder al ingente despliegue de fuerzas que normalmente se invierten. En muchos catequistas, sacerdotes y agentes pastorales cunde la insatisfacción, el desánimo. Se quiere responder a la situación lanzando el imperativo de la evangelización, ponderando la importancia de los pasos previos a la catequesis e invocando la actuación de formas de «primer anuncio» de la fe. Estamos ante el deseo de rehacer el «proceso evangelizador», y en este contexto hay que reflexionar también sobre el papel y las modalidades de la labor catequética, precisando sus nuevas coordenadas y el cometido que le compete.

1. EL «REDESCUBRIMIENTO» DEL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN El modelo de toda catequesis, nos dice el Directorio General para la Catequesis (DGC) es el catecumenado bautismal (DGC 59). Y a la luz de este modelo, una cosa resulta evidente: como el catecumenado, la catequesis debe redescubrir su dimensión esencial de «proceso», de «itinerario», de camino por etapas. Y esto en el contexto del dinamismo de la evangelización, dentro de «proceso de evangelización» al que pertenece. Hoy la catequesis está pidiendo a gritos una revisión decidida de su modo de ser entendida y de su manera de ser realizada, sobre todo en función del proceso de iniciación cristiana.[1] Tal como se practica en la actualidad, hay que reconocer que no funciona y que, reducida por lo general a la catequesis niños y adolescentes, con vistas a la celebración de los sacramentos, todo termina en unas fiestas más bien mundanas, con sacramentos incorporados, que no anuncian para nada un futuro de fe. Esto, junto con otros hechos que delatan la crisis actual de la acción pastoral de la Iglesia, obliga a una revisión valiente y decidida de su misión. Se invoca por tanto una verdadera «conversión pastoral», que tiene en su centro la urgencia de la evangelización, la necesidad de un Iglesia «en estado de evangelización».
Ahora bien, al centrar la atención en la labor evangelizadora y sus exigencias, una dimensión, que le es esencial, ha sido felizmente redescubierta y puesta en evidencia: el llamado «proceso evangelizador».
En la entraña del razonamiento está la idea de que la evangelización, tanto por parte de los que la realizan como por parte de los que la acogen como opción de vida, se despliega normalmente en una serie de etapas o momentos que marcan el proceso del despertar y crecer en la fe. El DGC lo presenta de esta manera:
 
«El proceso evangelizador […] está estructurado en etapas o “momentos esenciales”: la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana» (DGC 49).

He aquí una sucesión que, describe el dinamismo, el itinerario ideal del quehacer evangelizador en su concreta realización:
 

  1. Tenemos ante todo la acción misionera como primer paso del proceso evangelizador. Es el testimonio y la oferta que se dirige a los no creyentes o a cuantos viven religiosamente alejados, y puede asumir, por lo general, formas muy variadas: presencia testimonial, actividad de servicio, diálogo, testimonio de vida. Lo ideal es que pueda llegar hasta el anuncio explícito del Evangelio, hasta la invitación a decir sí a Jesucristo como centro de la vida. Así lo presenta el Directorio:

 
«[La Iglesia] impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos; y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el “primer anuncio”, llamando a la conversión» (DGC 48).
 

  1. Para los que acogen la invitación a la fe y se convierten, aunque sea de forma embrional, al Evangelio del Señor, se abre la acción catecumenal (o «catequético-iniciatoria»: DGC 49), que es el proceso de acompañamiento y maduración de cuantos se interesan y quieren ser (o volver a ser) cristianos. Aquí entra en función el clásico itinerario de la iniciación: acogida de los candidatos, ejercicio del padrinazgo, catequesis de iniciación, ritos y sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía), período mistagógico de profundización. No hay que olvidar que la acción catecumenal – aunque todavía tenga realización muy limitada entre nosotros – es mucho más que una institución o servicio: es una función esencial de la Iglesia, expresión de su maternidad (cf DGC 48). En ese sentido debemos sentir hoy la urgencia, no sólo de volver a actuar formas concretas de catecumenado bautismal, sino también de poner este experiencia en el centro inspirador de nuestra acción catequética y pastoral.

En esta etapa catecumenal encuentra su lugar preferente la catequesisde iniciación, de la que dice expresamente el Directorio General para la Catequesis (DGC 63-64) que es «momento» esencial del proceso de la evangelización. Y añade:
 
«La catequesis es uno de esos momentos – y cuán señalado – en el proceso total de la evangelización. Esto quiere decir que hay acciones que “preparan” a la catequesis y acciones que “emanan” de ella» (DGC 63).
 

  1. Con los fieles bautizados que a través de los sacramentos se incorporan a la comunidad cristiana, la Iglesia desarrolla la acción «pastoral», por medio del ejercicio de las tradicionales funciones: celebraciones y actos de culto, administración de sacramentos, predicación y catequesis, formas de religiosidad popular, vida de comunidad, servicio de caridad, etc. Es este el ámbito operativo que ordinariamente ocupa el espacio mayor, y casi exclusivo, del quehacer pastoral de muchas comunidades cristianas.

 

  1. En conexión con la acción pastoral conviene destacar todo un ámbito de actividad que por lo general recibe demasiada poca atención: el de la presencia y acción del cristiano en el mundo. Es la proyección de la acción eclesial hacia las distintas formas de testimonio evangélico en la sociedad: promoción humana, acción social y política, acción educativa y cultural, fomento de la paz, compromiso ecológico, etc. Esta dimensión merece consideración especial, aunque con frecuencia se descuida. Es aquí donde los cristianos deben salir de su coto interno para ponerse al servicio del Reino de Dios en el mundo. Es aquí donde los creyentes deben demostrar que son tales, no sólo cuando van a la iglesia o rezan sus oraciones, sino sobre todo en el complejo mundo del trabajo, de la familia, de la educación, de la política, etc.

 

2. RESPETAR LOS TIEMPOS, SIN PRISAS

Redescubrir y respetar la estructura del proceso de evangelización es hoy una exigencia pastoral insustituible. Por desgracia, nuestra pastoral ordinaria ignora casi por completo la existencia de este proceso y su lógica interna. Seguimos pensando que podemos contar siempre con un pueblo cristiano que es tal por nacimiento, por tradición, por herencia. No creemos necesario despertar la opción por la fe, por lo que – eso sí – nos planteamos el problema de cómo hacer para que estos cristianos sean, efectivamente, «buenos cristianos». El proclamado «proceso de evangelización» puede tener vigencia, si acaso, en las lejanas «tierras de misión».

La consecuencia de todo esto es que la acción misionera «ad extra» brilla prácticamente por su ausencia, entre nosotros. Se presupone de hecho una opción de fe y un sentido de pertenencia cristiana que en realidad son más formales que sustanciales, comprometiendo seriamente el proceso de iniciación y toda la pastoral sacramental. Nuestros cristianos – al menos muchos de ellos – siguen solicitando y frecuentando los sacramentos, pero se trata más bien de actos sociales que no comprometen ni aseguran una real adhesión de fe.
Otra consecuencia lógica: no damos importancia a la acción catecumenal, ya que no hay – así se piensa – candidatos adultos al bautismo y puesto que la iniciación cristiana se desarrolla, en su forma tradicional con los niños y adolescentes, como acción pastoral dentro de la comunidad cristiana.
En cambio, la acción «pastoral» ad intra, siguiendo la tradición, ocupa todo el espacio del quehacer eclesial, polarizada en la práctica religiosa de la comunidad que de alguna manera se conserva fiel y sigue frecuentando la iglesia. Alguien ha dicho que estamos invirtiendo el sentido de la parábola de la oveja perdida: dedicamos nuestros cuidados a las pocas ovejas que quedan en el redil y descuidamos casi por completo a las más de noventa que se han perdido fuera. De cuando en cuando, dentro de esta lógica intraeclesial, se lanzan algunas iniciativas para hacer volver a la práctica religiosa a los llamados «lejanos», como en el caso de las misiones populares.
Otra consecuencia de este planteamiento es que la presencia y acción en el mundo de nuestros cristianos resultan muy escasas, casi inexistentes, y con poca o nula relevancia social. Una visión espiritualizante y dualista impide a la comunidad cristiana incidir de manera significativa en la esfera social y política y contribuir eficazmente a la transformación de la sociedad.
En este panorama de práctica pastoral no falta la catequesis, concentrada por lo general en la preparación a los sacramentos de niños y adolescentes. Con resultados decepcionantes, que dejan un amargo sabor de boca a catequistas y agentes pastorales. Se constata incluso que muchos sacerdotes «no creen en la catequesis», y no es de extrañar que una catequesis de este tipo no despierte precisamente el entusiasmo.
 

  1. PARA QUE LA IGLESIA VUELVA A ENGENDRAR NUEVOS HIJOS

 
Todo esto nos lleva a concluir que se impone verdaderamente una valiente «conversión pastoral», para pasar de un cristianismo convencional y «sociológico» a un cristianismo evangelizador, «de propuesta»,[2] pasando «de la herencia a la proposición o también de una pastoral del reclutamiento a una pastoral engendradora».[3] Tenemos que volver a activar la función generadora de la Iglesia, superando la inercia conservadora, o peor, el deseo de restauración. Habrá que superar el miedo a la generación, la actitud de quien no cree en la posibilidad de engendrar nuevos hijos. Un obispo alemán, Mons. Joachim Wanke, lo ha expresado en términos muy claros:
 
«A nuestra Iglesia católica en Alemania le falta algo. No el dinero. Tampoco los fieles. Lo que le falta a nuestra Iglesia católica en Alemania es la convicción de poder conseguir nuevos cristianos».[4]
 
Se nos invita a cambiar de mentalidad y a tomar muy en serio los distintos momentos del proceso evangelizador, siguiendo la lógica de una perspectiva claramente evangelizadora. Actualmente resulta demasiado estridente el divorcio entre fe y vida y la desproporción entre la masa de bautizados y los contornos presumiblemente reales de la comunidad cristiana.
Habrá que fomentar ante todo la acción misionera propiamente dicha, superando la tradicional polarización pastoral en la actividad intraeclesial. El campo que se nos presenta es muy amplio: presencia en el mundo y actitud de servicio, participación en foros profanos, diálogo cultural y religioso, iniciativas de primer anuncio del Evangelio, etc. Se siente con fuerza la necesidad de volver a actuar este momento inicial del proceso evangelizador, el primer anuncio, por tanto tiempo olvidado, y sin el cual resulta vano el empeño catequético.[5]
También la acción catecumenal – se nos está diciendo desde hace mucho tiempo – debe ser restaurada y valorada como función esencial dentro del proceso evangelizador, poniendo en el centro de la tarea pastoral elcatecumenado en sus distintas modalidades (bautismal de adultos, bautismal para niños en edad escolar, «catecumenado» de reiniciación para «los que vuelven»), y como modelo e inspiración básica de la catequesis. Hay que insistir: la importancia del catecumenado bautismal no depende tanto del número de catecúmenos cuanto de su significado eclesial. Su restauración representa hoy un test de vitalidad pastoral y una ocasión providencial de renovación y rejuvenecimiento de la comunidad eclesial.
La centralidad del catecumenado trae consigo, necesariamente, una revisión decidida, a la luz del modelo catecumenal, del proceso tradicional de iniciación cristiana. El conocido fracaso de este proceso – que ya no «inicia» sino que «concluye» – hace que se imponga un cambio radical de perspectiva.[6]
La fidelidad al proceso de la evangelización nos conduce también a una revisión seria de nuestra acción pastoral «ad intra», que ya no podrá contentarse con atender a los tradicionales «fieles practicantes», es decir, a los que siguen viniendo a nuestras iglesias y frecuentando las prácticas religiosas. Hoy más que «practicantes» necesitamos «creyentes», cristianos de fe personalizada, en camino hacia la madurez de la fe. También desde este punto de vista estamos ante un profundo cambio de perspectiva: la evangelización, antes que ser una acción más, debe representar más bien una dimensión del conjunto de la pastoral de la Iglesia. Sólo una Iglesia creyente podrá ser evangelizadora.
Y aquí encontramos de nuevo el significado insustituible de lacatequesis, dentro del proceso evangelizador. Una Iglesia de creyentes solo puede surgir de un esfuerzo catequético que multiplique las iniciativas de formación en la fe, que acompañe en el camino hacia la madurez cristiana, hacia la estatura de adultos en la fe. Y esta perspectiva nos hace vislumbrar de alguna manera un cambio de orientación de incalculables consecuencias: el paso de una catequesis centrada en la edad infantil a otra que atiende sobre todo al mundo de los adultos. Los documentos de la Iglesia lo dicen desde hace años en todos los tonos (cf DGC 59), pero la realidad sigue estando muy lejos y la catequesis, en el noventa por ciento de los casos, sigue siendo sobre todo infantil.
Finalmente, un proyecto evangelizador tiene que hacer efectiva y convincente la presencia y acción en el mundo de los cristianos, y también aquí puede y debe ser decisiva la aportación de la catequesis. Una catequesis renovada y actualizada debe contribuir a promover y forjar un nuevo modelo de creyente que interiorice la dimensión social de la fe y esté preparado para el compromiso cristiano en la sociedad, en el mundo laboral y cultural, en el foro de la política, para testimoniar y promover desde la fe los valores del Reino (el amor, la verdad, la justicia, la paz, la fraternidad, etc). Una Iglesia evangelizada y evangelizadora necesita creyentes convencidos que se muestren como tales más en la ciudad que en el templo, más en su entrega al empeño transformador que por la asistencia a las prácticas religiosas.
Ya hemos empezado a comprender por qué se dice de la catequesis que «debe ser considerada momento prioritario en la evangelización» (DGC 64). Es decir, algo imprescindible, esencial, que merece una atención muy particular. Veamos más de cerca por qué.

  1. LA CATEQUESIS, «FUNDAMENTACIÓN», «PLENITUD», «CIMIENTO»

 
Son expresiones del Directorio, que explica que «el “momento” de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión» (DGC 63). Se dice también que la catequesis debe iniciar «en la plenitud de la vida cristiana» (ibid.).Y más adelante añade: «La catequesis, al realizar con diferentes formas esta función de iniciación del ministerio de la Palabra, lo que hace es poner los cimientos del edificio de la fe» (DGC 64). La idea parece clara: dar fundamentación, llevar hacia la plenitud, poner los cimientos… En el fondo de todo late la idea de que la catequesis debe contribuir a entrar en un dinamismo de construcción, de crecimiento, de perfeccionamiento. Todo lo contrario de una simple transmisión de conocimientos, o de la enseñanza de un depósito doctrinal para que, una vez “aprendido”, se pueda dar por concluida la tarea. De ninguna manera. Si la catequesis quiere ser efectivamente, como está en su misma naturaleza, auténtica educación de la fe, dentro de un dinamismo evangelizador de crecimiento en la fe, no puede olvidar que la fe es un edificio que debe ser construido y levantado con buenos cimientos. En los distintos aspectos que presenta la riqueza existencial y la complejidad del acto de fe y de su crecimiento.
La fe es mucho más que la aceptación de verdades reveladas. La tradición bíblica la presenta como abandono religioso de toda la persona y no sólo como adhesión intelectual u obediencia moral, de acuerdo con la naturaleza dinámica y vital de la palabra de Dios. La fe bíblica reclama para sí a todo el hombre con todas sus faculta­des, invitándole a responder ante Dios que se revela y se entrega con un movimiento integral de voluntad, inteligencia, afectividad y acción. Creyente, en su sen­tido genuino, es el que «acepta someterse y entregarse a Dios por la fe; dar a Dios ese crédito total de admitir que El ES LA VERDAD, apoyarse en él, no en uno mismo, y así llegar a ser sólido y verdadero con la solidez y la ver­dad misma de Dios».[7] En el Nuevo Testamento la fe conserva siempre este carácter de adhesión y confianza, pero subraya también la aceptación de un contenido concreto, es decir, del mensaje evangélico que culmina en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Es de destacar la densidad existencial de la fe, como acti­tud básica que da sentido y orienta toda la vida. En su esencia más profunda, la fe es síntesis y fuente de la vida religiosa, respuesta por excelencia del hombre a la totalidad del plan de Dios. Podemos comprender por eso que la fe no puede quedar separada de la esperanza y del amor, de manera que encierra toda la ri­queza de la vida cristiana vista como respuesta del hombre al plan de salvación revelado por Dios.
Ahora bien: en cuanto actitud global de adhesión a Dios en Jesucristo, la fe tiene dos vertientes o dimensiones esenciales: el abandono confiado en el Señor (lo que la teología escolástica suele llamar “fides qua”) y los contenidos y convicciones que dan sustancia a esa adhesión vital (la “fides quae”):
«Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, re­cordemos que este «sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra» (CT 20; cf DGC 54).
Estamos, por tanto, ante dos aspectos complementarios de la actitud de fe: «la entrega confiada a Dios y el asentimiento cordial a todo lo que El nos ha revelado» (DGC 54). Y en relación con las dos es necesario que la catequesis asegure buenos y sólidos cimientos.
 
5. NO BASTA LA EXALTACIÓN EMOTIVA
La adhesión fiducial de la fe, que a veces brota en un momento de entusiasmo religioso, o como consecuencia de una experiencia exaltante de encuentro con el Señor, no puede quedar en eso. Ya vemos lo que pasa en no pocos movimientos y grupos religiosos, como también en las sectas, cuando se viven momentos de gran exaltación emotiva, de entusiasmo compartido, pero que corren el peligro de no durar mucho, de no tener raíces, de no poder convertirse en adhesión seria y constante. La formación se impone como condición imprescindible para el futuro de la fe. La fe como actitud de fondo de quien acepta la oferta de Dios y su proyecto de vida, de quien dice sí a Jesucristo como centro de la propia existencia, necesita una seria labor catequética para que sea una adhesión fundada, sólida, apoyada en serias razones y convicciones. Toda conversión debe poder ser consolidada, reforzada, asentada en algo seguro, definitivo, firme como roca en medio de los avatares de las tempestades y avalanchas. Sin esta fundamentación catequética se corre el peligro de quedarse en un simple movimiento emotivo expuesto a los vaivenes del momento, a la intemperie de influencias negativas que llevan a perder su consistencia y su perseverancia. Solo una catequesis seria y continuada permite al acto de fe ir adquiriendo los rasgos de una realidad consistente, firme, garantía de un crecimiento fiel en el sentido de fidelidad y pertenencia. Cuando esto falla, podemos aplicar a la situación lo que dice la parábola del sembrador acerca de la semilla que cae en terreno pedregoso o entre los cardos: son los que empiezan bien, pero carecen de raíces y son inconstantes: «Otros son como lo sembrado en terreno pedregoso: cuando escuchan la palabra, la acogen con gozo; pero no tienen raíces, son inconstantes. Sucede una tribulación o persecución por la palabra, y al punto fallan. Otros son los sembrados entre cardos: escuchan la palabra, pero las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas y el afán por todo lo demás se les mete, los ahoga y los deja sin fruto» (Mc 4, 16-19)
 
No hay que olvidar que la fe, cuando se afianza y crece hacia la madurez, tiene que llegar a constituir un rasgo central y estable de la personalidad, superando las formas de religiosidad marginal, periférica, hasta convertirse en fuente de sabiduría y de sentido. Una fe así garantiza la estabilidad y resulta integrada en el conjunto de la personalidad, como punto central de referencia para las opciones de la vida. Gracias al esfuerzo formador de la catequesis, tiene lugar un proceso de integra­ción que armoniza todos los valores y motivaciones de la persona en torno a la actitud de fe, que ocupa así el centro operativo de la persona.
Es esto lo que permite evitar toda forma, consciente o larvada, deadoctrinamiento. En todo camino de fe, es importante que la persona sea actor de su propia decisión, que no quede nunca reducida a sujeto puramente pasivo. Una buena catequesis garantiza y potencia la libertad personal, asegurando la consistencia personal necesaria para que cada uno sea lo que decide ser.
 

  1. SIN CONTENIDOS, LA FE SE EROSIONA Y MUERE

 
Por otra parte, también desde el punto di vista de los contenidos necesita la fe poner buenos fundamentos, para no quedar reducida a una religiosidad raquítica, infantil, incapaz de “dar razón de la esperanza” que hay en nosotros. Y para eso resulta indispensable la aportación de una buena catequesis.
La fe cristiana necesita estar informada, ser rica en contenidos y, porconsiguiente, no superficial, o infan­til, o irracional. Hoy día no basta la religiosidad ingenua de quien cree de forma acrítica, superficial, de quien no es capaz de explicar, de algún modo, por qué cree. No demuestra estabilidad ni madurez el que cree «porque sí», el que ignora los elementos esenciales de sus creencias, el que se apoya solamente en tópicos y prejuicios. Ya no puede convencer la tradicional «fe del carbonero», ni basta alegar que «doctores tiene la Santa Iglesia» para «mantenerse en pie en la vida como creyentes».[8]
En las circunstancias actuales la fe, para poder mantenerse en medio de los embates de la increencia ambiental, tiene que estar bien fundamentada,diferenciada, capaz de discernimiento, no monolítica ni integrista. Y una vez más resulta necesaria la labor de fundamentación de la catequesis. Un proceso catequético bien llevado permite distinguir – dentro de la propia experiencia religiosa – lo esencial de lo secundario, lo inmuta­ble de lo contingente, lo seguro de lo opinable. Se consigue así el sentido interiorizado de la «jerarquía de las verdades» (DGC 114-115), unido al don del discernimiento que conduce a una experiencia religiosa abierta y dinámica y a la posibilidad de cambios y adaptaciones, sin dramas ni lacera­ciones. De lo contrario se cae en el rígido monolitismo religioso que, a lo mejor bajo apariencia de fidelidad, delata de hecho la inmadurez del inmovi­lismo, la intolerancia y el fundamentalismo.
 

  1. LA CATEQUESIS DE INICIACIÓN, ESLABÓN NECESARIO

 
Volviendo al proceso de la evangelización, parece lógico concluir que la catequesis, en su tarea de fundamentación y cimiento, es un elemento indispensable para que el proceso funcione y produzca los resultados deseados. Viene a ser un «eslabón» necesario: «La catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera que llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la comunidad cristiana. No es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción básica y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del discípulo como de la comunidad. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa: cualquier tormenta desmoronaría todo el edificio» (DGC 64). Es decir, en el desarrollo del proceso de la evangelización solo una buena catequesis puede asegurar perseverancia y solidez. Si se consigue que haya verdaderos momentos de conversión, ésta no puede quedar en el aldabonazo entusiasta de una adhesión momentánea: la catequesis tendrá que afianzar la estructura de la fe, darle consistencia, garantizar su continuidad y perseverancia. Por otra parte es evidente que el proceso no puede contentarse tampoco con proporcionar un barniz superficial de acercamiento a los contenidos de la fe. Si queremos que esta crezca hacia metas de auténtica madurez habrá que asegurar la acción articulada y bien estructurada de la catequesis que completa y perfecciona. En definitiva, podemos decir que entre proceso de evangelización y catequesis existe una mutua relación de animación y fecundación. La evangelización no se concibe sin el papel decisivo de la catequesis, pero al mismo tiempo la catequesis debe recibir de la evangelización «un dinamismo misionero que la fecunda interiormente y la configura en su identidad» (DGC 59). El drama que estamos viviendo viene, en cierto sentido, del hecho de que, o no existe conversión alguna, o ésta se queda en una fulguración sin raíces. Y de hecho constatamos que el pueblo cristiano, tal como aparece en la actualidad, se presenta más bien como una masa sin arraigo y sin raíces profundas, como una muchedumbre sin esqueleto, como cristianos de pertenencia sociológica que carecen de opciones personales bien fundamentadas. La urgencia de la catequesis, sobre todo en el campo de los adultos, parece clara. Es todo el pueblo cristiano el que está pidiendo un esfuerzo serio y bien organizado de formación cristiana. Se puede decir que, así como la Iglesia, con el Concilio de Trento, se preocupó de la formación del clero, creando los seminarios, hoy día debe sentir la imperiosa preocupación por la formación del pueblo cristiano en su globalidad. De lo contrario, puede suceder entre nosotros lo que dicen los obispos latinoamericanos de su situación: «el rico tesoro del Continente Americano… su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor… corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población».[9]
 
8. ALGUNAS CONDICIONES INDISPENSABLES
Concluimos estas reflexiones indicando algunas condiciones que parecen necesarias para hacer que la catequesis sea de verdad ese momento esencial y prioritario del proceso de la evangelización. En su nuevo contexto evangelizador, la catequesis debe repensar a fondo su identidad, sus actores, sus métodos. Concretamente, será importante garantizar por lo menos estos aspectos fundamentales: Ante todo, la catequesis debe superar decididamente el tradicional «paradigma tridentino» (catequesis como comunicación de conocimientos religiosos, como enseñanza de la doctrina cristiana) para asumir de lleno las dimensiones del «nuevo paradigma catequético» que los tiempos reclaman (catequesis como proceso iniciático, centrado en las experiencias de fe y dirigido sobre todo al mundo de los adultos).[10] En segundo lugar, no es posible imaginar hoy una realización eficaz de la catequesis si esta no se apoya en la realidad envolvente de una comunidad cristiana viva y convincente. Una catequesis que no permita un auténtico «baño eclesial», que no actúe a manera de contagio y de ósmosis en el seno de una comunidad, está abocada a la ineficacia. Otro aspecto que no se puede soslayar: la implicación de la familia en toda labor catequética que quiera tener efecto en niños y adolescentes. Solo la referencia vital a los adultos representativos puede asegurar a la catequesis infantil garantías de profundidad y perseverancia. Son éstos algunos de los requisitos más importantes para que la catequesis sea, efectivamente, momento esencial y prioritario del proceso de evangelización.

EMILIO ALBERICH

 
 
[1] Cf ASOCIACION ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy. Madrid, PPC 2008.
[2] Cf H. DERROITTE, Por una nueva catequesis. Jalones para un nuevo proyecto catequético. Santander, Sal Terrae 2004.
[3] Cf G. ROUTHIER, Le devenir de la catéchèse. Montréal, Médiaspaul 2003; Ph. BACQ – C. THEOBALD (Eds), Une nouvelle chance pour l’Évangile. Vers une pastorale d’engendrement. Paris / Bruxelles / Montréal, Ed. de l’Atelier / Lumen Vitae / Novalis 2004.
[4] Cit. en: DIE DEUTSCHEN BISCHÖFE, «Zeit zur Aussaat». Missionarisch Kirche sein. Bonn, Sekretariat der Deutschen Bischofskonferenz 2000.
[5] Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010. Madrid, EDICE 2006, 14-18.
[6] Interesante y recomendable es, a este respecto, el Cuaderno ya citado de los catequetas españoles: ASOCIACION ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy. Madrid, PPC 2008.
[7] Y.M.CONGAR, La fe y la teología. Barcelona, Herder 1970, 111-112.
[8] Cf CONFERENCIA DE LOS OBISPOS DE FRANCIA, Texto nacional para la ‘orientación de la catequesis en Francia y Principios de Organización. Madrid, Editorial CCS 2008, 1.5.
[9] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn, 16,4). Documento conclusivo. 2 ed. Bogotá, Centro de Publicaciones del CELAM/San Pablo/ Paulinas 2007, 13.
[10] Cf El nuevo paradigma de la catequesis, «Sinite» 47 (2006)141, 5-186.; E. ALBERICH, El nuevo paradigma de la catequesis, ib., 13-39; ASOCIACION ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy. Madrid, PPC 2008.