José María Blanco es Delegado Provincial de Marginación (Salesianos León)
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Aborda y expone el artículo la reflexión y confrontación del Capítulo General 26 de los Salesianos sobre las nuevas fronteras de la misión. Se trata de una opción eclesial y salesianamente prioritaria que pide a los agentes de pastoral reavivar la vocación de misioneros de los jóvenes más pobres y señala, al mismo tiempo, algunas orientaciones precisas a la pastoral juvenil: dejarse afectar para llegar a un nueva manera de mirar e interpretar el mundo, sentirse interpelados y comprometidos para ser capaces de “dar más a quien ha recibido menos”, de salir de la propia tierra y de responder con audacia a las nuevas situaciones de exclusión.
Con motivo del CG 26, los salesianos hemos querido confrontarnos seriamente con Don Bosco, con su vida, con sus opciones, con su pasión educativa y pastoral, y preguntarnos con valentía si realmente estamos siendo plenamente fieles a su espíritu o tal vez las adherencias propias del paso del tiempo, el aumento y complejidad de las estructuras que hemos ido creando, la tendencia a la inercia y las resistencias a los cambios propias de toda institución grande, etc., nos han ido alejando poco a poco de él, no sólo históricamente sino sobre todo carismáticamente.
En el análisis realizado creemos con sinceridad que hay muchos signos positivos de fidelidad a Don Bosco en la vida de los salesianos, de las comunidades, de los seglares con los que compartimos carisma y misión. Pero también constatamos la necesidad de asumir con mucha mayor audacia profética algunas opciones que para Don Bosco fueron decisivas pero que en muchos casos, para nosotros, aunque teóricamente están presentes y asumidas, en la práctica han quedado relegadas a un segundo plano o no hemos sido capaces de responder con todas las consecuencias a lo que implican. A estas opciones es a las que el Capítulo ha denominado las nuevas fronteras de la misión.
Entre ellas, la que hemos considerado como prioritaria, porque es en la que más nos jugamos nuestra fidelidad a Don Bosco, es sin duda la de la opción por los jóvenes más pobres. No es posible “volver a Don Bosco”, lema de nuestro Capítulo General, sin una vuelta real y concreta a los jóvenes más pobres, destinatarios fundamentales de su pasión apostólica. Don Bosco no fundó una congregación para cuidar a los jóvenes bien instalados, con amplias oportunidades de estudios, trabajo, formación religiosa, etc. Su preocupación fueron siempre los chavales de la calle, los inmigrantes del campo que llegaban a Turín y no tenían nada, los marginados y rechazados por todos, los jóvenes sin familia y sin parroquia, los jóvenes explotados cruelmente en las nuevas fábricas o los que abarrotaban las cárceles porque nadie se había ocupado previamente de ellos.
- Educadores-pastores de frontera
Don Bosco fue siempre un hombre de frontera, en lo educativo, en lo social y en lo pastoral. Fue un educador-pastor que supo arriesgarse, que no se conformó con ser un cura como la mayoría de los curas de su tiempo, que no quiso dedicarse a los jóvenes a los que ya se dedicaba la mayoría de los educadores de su tiempo, que no se limitó a llevar a cabo una educación y una pastoral como la tradicional en la mayor parte de las escuelas y parroquias de su tiempo.
Tenía claro que el lugar de su misión no era el “centro” de la ciudad, de la sociedad y de la Iglesia, sino que su sitio estaba en los márgenes, en las periferias, allí donde se encontraban los jóvenes excluidos de lo social-político-eclesialmente “correcto”, los jóvenes que no interesaban a casi nadie porque no sabían “ni ayudar a misa”. Y se dedicará a recorrer las calles de Turín, las cárceles, las fábricas, los orfanatos…y pondrá su obra en Valdocco, uno de los barrios periféricos de peor fama de Turín. Esa será su tierra de misión pastoral, en la frontera… Muchos le tildaron de loco, de cura con comportamientos poco “decorosos”, indignos de su condición sacerdotal, o simplemente de estar perdiendo el tiempo con esa “chusma” de chavales. Pero él siguió adelante porque tenía clara su vocación de educador y de pastor para los jóvenes pobres.
Y quiso una congregación, y un movimiento de personas, que apostase también por lo mismo, en lo educativo, en lo social y en lo pastoral. Arraigados firmemente en Cristo y el Evangelio, centro de la fe, sintiéndose enviados por Él, pero trabajando, evangelizando, en “la frontera”, con los jóvenes excluidos por múltiples pobrezas de la vida digna y feliz que Dios sueña para todos sus hijos e hijas. Y por eso “inventó”, o potenció, estructuras e iniciativas “de frontera” como el oratorio-centro juvenil salesiano, a mitad de camino entre el clásico oratorio parroquial y un centro socioeducativo abierto a todos los jóvenes de la zona, los Talleres Profesionales, como plataforma intermedia entre la escuela y el mundo del trabajo, el Sistema Preventivo, un modo original de educar y evangelizar pensado sobre todo para los jóvenes con más dificultades, las Misiones salesianas, para llevar la fe hacia las lejanas tierras de frontera, etc.
Como continuadores de Don Bosco hoy, nos hemos sentido interpelados en este Capítulo, para revitalizar y reavivar nuestra vocación de misioneros de los jóvenes más pobres, de testigos de la Buena Noticia del Evangelio en las nuevas fronteras de la sociedad y de la Iglesia.
Nuevas fronteras porque nuevos son los retos y desafíos que nos plantean las pobrezas actuales de los jóvenes. Nuevas fronteras porque en ellas resuena siempre la novedad del Evangelio que puede renovar también nuestras vidas. Nuevas fronteras porque nos obligan a nuevos planteamientos, estructuras y métodos pastorales.
El Capítulo nos ha ayudado a tomar conciencia del reto. Ahora hay que encontrar los caminos para responder a ese reto. Aunque evidentemente no partimos de cero. Siempre ha habido salesianos y obras salesianas dedicadas a los más pobres. Es significativo el crecimiento continuo en los últimos años de las plataformas sociales salesianas en España. La sensibilización y formación en este campo ha ido también incrementándose. La toma de conciencia de nuestra responsabilidad en la defensa de los derechos humanos, especialmente de los menores, va encontrando cauces sólidos de reflexión y compromiso. La cooperación al desarrollo llevada a cabo por nuestras ong’s son un apoyo importantísimo para tantos proyectos en los países empobrecidos. Son todas realidades muy positivas que hay que saber reconocer y valorar. Pero al mismo tiempo tenemos que ser conscientes también de que aún nos queda mucho recorrido por hacer.
- Pastoral juvenil y nuevas fronteras
Un ámbito donde habrá que profundizar con seriedad es precisamente el de la pastoral juvenil: ¿qué implicaciones tiene para la pastoral juvenil el poner en el centro de nuestros proyectos a los jóvenes más pobres, a los alejados y excluidos?, ¿qué tipo de obras, de educadores-pastores y de ofertas son necesarios?, ¿cómo anunciar a Jesús e iniciar en la fe a estos jóvenes que en un principio parecen tan alejados de todo este ámbito?, ¿cómo hacer para que nuestros ambientes tradicionales de pastoral juvenil (escuelas, parroquias, centros juveniles) estén abiertos y preparados a una pastoral que llegue a los últimos?
Si ya en general toda pastoral juvenil es de por sí “pastoral de frontera”, por todas las dificultades que entraña hoy en día, con mucha más razón lo es una pastoral juvenil que opte por los jóvenes excluidos. Y sin embargo, no nos podemos inhibir, porque somos bien conscientes de que los destinatarios prioritarios del Evangelio y, por lo tanto, de la pastoral son precisamente los más pobres.
A todas esas preguntas habrá que ir dando respuesta poco a poco, descubriendo en ellas la llamada que Dios hoy nos hace como agentes de pastoral de frontera. A través de la reflexión y de la escucha atenta y profunda de la realidad juvenil actual, de la experiencia educativa y pastoral compartida de tantas personas comprometidas ya en este campo, de la elaboración de itinerarios y proyectos pastorales “experimentales” cuya práctica y evaluación nos puede ir dando pistas interesantes de futuro, etc., tendremos que ir descubriendo esas nuevas respuestas, esos nuevos caminos.
El Capítulo, sin concluir las reflexiones, ofrece un amplio conjunto de pistas sobre todas estas cuestiones. Aunque dirigidas fundamentalmente a los salesianos, creo que pueden ser pistas interesantes para todos los agentes de pastoral interesados e implicados en estas nuevas fronteras.
2.1. Conversión de la mirada y del corazón
No es posible ser fieles al Evangelio, no es posible ser seguidores de Jesús, sin una opción clara y decidida por los más pobres. El Dios anunciado y encarnado en Jesús es el Dios de los pobres, el Dios que siente compasión y se conmueve hasta las entrañas ante el grito de dolor de los oprimidos, el Dios que se manifiesta como liberador del pueblo esclavizado en Egipto y que se pone siempre del lado de los humildes y de los últimos, el Dios que alza su voz a través de los profetas contra las injusticias y la corrupción de los gobernantes, el Dios que a través de la palabra y sobre todo de las acciones de Jesús se revela como Buena Noticia para los pobres. El camino que lleva a Dios pasa necesariamente a través del amor tierno y comprometido por los que sufren, por los excluidos de la sociedad. Mística y compromiso, contemplación y lucha, son ejes que se implican mutuamente en la experiencia cristiana, tal y como la vivió Jesús y como la han vivido a lo largo de la historia todos los grandes seguidores y seguidoras de Jesús.
Así lo entendió también Don Bosco, cuya pasión por Dios no le llevó a un falso misticismo, a un espiritualismo desencarnado, sino que le llevó a ver y sentir la realidad con la mirada y el corazón de Dios. Y, como Dios mismo, oyó el grito de los jóvenes pobres que vagaban por la ciudad de Turín, que eran explotados en las nuevas fábricas, que se maleaban en las cárceles, o que, sin familia y tal vez sin fe, estaban solos en la encrucijada más importante de su vida donde se decidía su futuro, víctimas de una sociedad que se aprovechaba de ellos y se servía de ellos mientras le eran útiles y luego se desprendía de ellos en las cárceles o dejándoles morir por las enfermedades y las pésimas condiciones de vida, cuando ya no les necesitaba.
¿No recuerda todo esto lo que hoy estamos viviendo con los inmigrantes que llegan a nuestro país?, ¿o con los menores en situación de riesgo o exclusión?, ¿o con pueblos enteros de los que nos hemos enriquecido, y seguimos haciéndolo, y que abandonamos a su suerte cuando se ponen en peligro nuestros privilegios?
Asumir la frontera de la pobreza implica en primer lugar asumir una nueva manera de mirar e interpretar el mundo y la sociedad. Es adquirir una mirada, una sensibilidad, un modo de leer la realidad, que nos haga abrir los ojos y ver esa frontera de la pobreza no como algo lejano sino como algo que tenemos muy cerca de nosotros, en las consecuencias y aún más en las causas, fruto de nuestro estilo de vida, de nuestra indiferencia, o de nuestra falta de coraje en muchos casos. Sólo si se nos conmueven las entrañas como a Jesús ante el sufrimiento de las personas, sólo si, como Don Bosco, quedamos “horrorizados” ante el espectáculo de la pobreza, podremos adentrarnos con pasión en el mundo de los pobres.
Por ello, la primera pista a la que nos invita el Capítulo General 26 en este núcleo, es hacer nuestra la experiencia de Don Bosco de dejarnos “afectar” existencialmente por las situaciones de pobreza actuales de los jóvenes: “Al recorrer los caminos del mundo, también nosotros nos encontramos en los rostros de los jóvenes inmigrantes, a muchachos explotados por el turismo sexual y por el trabajo de menores, a tóxico-dependientes, a enfermos de SIDA-HIV, a inadaptados sociales, a desocupados, a víctimas de la violencia, de la guerra y de los fanatismos religiosos, a niños-soldado, a muchachos de la calle, a disminuidos físicos y psíquicos, a jóvenes en peligro. Quedamos impresionados por lugares de marginación en los que los jóvenes viven, como en periferias de ciudades y barrios de chavolas, y por algunas situaciones de marginación como las de los refugiados, de los indígenas, de los gitanos y de las minorías étnicas. Reconocemos también las esperanzas de los jóvenes espiritual y culturalmente pobres, que solicitan nuestro compromiso: jóvenes que han perdido el sentido de la vida, carentes de afecto a causa de la inestabilidad de la familia, desilusionados y vacíos por la mentalidad consumista, indiferentes religiosamente, desmotivados por el permisivismo, por el relativismo ético, por la extendida cultura de muerte”[1].
Volver a Don Bosco, volver al Evangelio con la pasión de Don Bosco, exige, en primer lugar, una conversión de la mirada y del corazón, un preguntarnos cómo es nuestra sensibilidad ante todas estas realidades, hasta qué punto nos hemos acostumbrado a ellas, o peor aún, si en nuestro modo de verlas y juzgarlas nos hemos “contagiado” tanto de la mentalidad dominante que nos alegramos cada vez que se anuncia “mano dura” con los inmigrantes, con los menores, con los “diferentes” por motivos religiosos, culturales, sexuales, etc., en vez de verlos con los ojos y corazón misericordiosos de Dios que nos recuerda que son hermanos y hermanas nuestras, hijos e hijas del mismo Padre, que nos dice: “lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
2.2. Sentirse interpelados y comprometidos
Pero tampoco podemos quedarnos ahí. Otros muchos contemporáneos de Don Bosco vieron también a los jóvenes pobres de las calles de Turín. Pero se quedaron en la lamentación, o en la espera de que otros hiciesen algo. Sin embargo Don Bosco, se sintió interpelado en primera persona. “Don Bosco se sintió enviado por Dios para responder al grito de los jóvenes pobres e intuyó que, si era importante dar respuesta inmediata a su mísera situación, todavía lo era más prevenir las causas”[2].
Ante los nuevos desafíos, ante las nuevas fronteras de la pobreza juvenil, Don Bosco responde con audacia. Conjugando “respuestas inmediatas” con “prevenir las causas”. Dos aspectos fundamentales de la acción pastoral salesiana: la urgencia y pragmatismo de las respuestas ante la pobreza, y la capacidad de ir más allá con respuestas más globales que vayan a las causas mediante la educación de los jóvenes y la transformación de la sociedad. “Siguiendo su ejemplo, queremos ir a su encuentro, convencidos de que el modo más eficaz para responder a sus pobrezas es precisamente la acción preventiva (…), educación ética, promoción de la dignidad de la persona, compromiso socio-político, ejercicio de la ciudadanía activa, defensa de los derechos de los menores, lucha contra la injusticia y construcción de la paz”[3].
Desafíos como éstos requieren auténticos esfuerzos de renovación y procesos de cambio de mentalidades y de estructuras: “de una atención ocasional a los jóvenes pobres, a proyectos precisos y duraderos a su servicio; de una mentalidad asistencial, a la implicación de los jóvenes pobres para que sean protagonistas de su desarrollo y se comprometan en el ámbito sociopolítico; de una intervención directa por las víctimas de la injusticia, a un trabajo en red para combatir sus causas”[4].
Unos procesos que nos tienen que llevar a “tomar opciones valientes a favor de los jóvenes pobres y en peligro”[5], que exigen sensibilidad personal y comunitaria, predilección por los pobres, proyectos explícitamente dedicados a los jóvenes más pobres de la zona, solidaridad con las obras sociales, valor para resituar y reajustar las obras para que estén al servicio de los jóvenes pobres, búsqueda de alternativas a determinadas situaciones negativas de los jóvenes, defensa de los derechos de los menores con valor profético y sensibilidad educativa.
2.3. Optar por lo más evangélico
El Rector Mayor, en su discurso de clausura, constataba que “la atención a los últimos, a los más pobres, a los más menesterosos está llegando a ser una sensibilidad institucional que, poco a poco, implica muchas obras de la Inspectorías. Se han multiplicado las plataformas sociales, se ha dado lugar a un trabajo en red y se está operando en sinergia con otras agencias que trabajan en el mismo campo. Es como si se hubiese comenzado a salir de los muros, girando por la ciudad y escuchando el grito y la invocación de auxilio de los jóvenes”[6]. O como dice más adelante: “Hoy el trabajo de los pioneros ha sido asumido por la Institución, y sobre todo se está adquiriendo una mentalidad que nos permite colocarnos en todas partes con esta clave de lectura, haciendo la opción a favor de los más excluidos y marginados. Es una gracia observar que en la Congregación está creciendo esta mentalidad:dar más a quien ha recibido menos”[7].
Esta sensibilidad y opción crecientes es expresión ineludible de lo que significa una vuelta real a Don Bosco, con su mismo corazón compasivo y creativo, con su misma predilección por los jóvenes más pobres. Es hacer experiencia hoy de lo que Don Bosco sintió y vivió recorriendo las calles y las cárceles de Turín: “Con el mismo corazón de Don Bosco sentimos que tenemos que encontrar nuevas formas de oposición al mal que aflige a tantos jóvenes (…). No podemos dar como caridad lo que les corresponde a ellos como justicia”[8].
Don Bosco al entrar en contacto con los muchachos de la cárcel de Turín supo comprender la realidad social y leer su significado en profundidad, haciendo nacer en él una inmensa compasión por aquellos muchachos. De esa compasión nacen sus proyectos sociales de prevención, planteados con una gran fantasía educativa y pastoral, con respuestas nuevas a los nuevos desafíos: “Así es como Don Bosco piensa ante todo prevenir estas experiencias negativas, acogiendo a los muchachos que llegan a la ciudad de Turín en busca de trabajo, los huérfanos o aquellos cuyos padres no pueden o no quieren cuidarse de ellos, los que vagan por la ciudad sin un punto de referencia afectivo y sin una posibilidad material de una vida digna. Les ofrece una propuesta educativa centrada en la preparación para el trabajo, que los ayuda a recuperar confianza en sí mismos y el sentido de la propia dignidad. Ofrece un ambiente positivo de alegría y amistad, en el que asuman, casi por contagio, los valores morales y religiosos. Ofrece una propuesta sencilla, adecuada a su edad y sobre todo alimentada por un clima positivo de alegría y orientada hacia el gran ideal de la santidad. Consciente de la importancia de la educación de la juventud y del pueblo para la transformación de la sociedad, Don Bosco se hace promotor de nuevos proyectos sociales de prevención y de asistencia”[9].
Y todo ello lo hace Don Bosco superando una visión meramente asistencialista, buscando ir a las raíces, a las causas de la exclusión, buscando una trasformación cultural, un cambio de mentalidad en la sociedad que previniese esas situaciones, implicando al mayor número posible de personas.
Esta preocupación por avanzar más decididamente en esta dirección no es nueva. Ha estado muy presente en los últimos Capítulos Generales de los SDB y en diversas circulares de los Rectores Mayores. Muy significativa fue la carta que don Vecchi escribió en 1997 afrontando este tema, “Sintió compasión de ellos (Mc 6, 34)”[10], de la cual podemos recordar algunos textos a modo de ejemplo, aunque toda ella es un estímulo para avanzar en esta frontera de las nuevas pobrezas juveniles: “el anuncio de salvación a los pobres es el signo por excelencia del Reino y por consiguiente la dimensión más profunda de nuestra misión educativa”[11]; “(la opción preferencial por los pobres) no corresponde a algunos, sino que es obligación de toda la Iglesia. No hay que realizarla aisladamente, sino en comunión; no hay que instrumentalizarla con protagonismo de personas o de grupos, sino que debe realizarse con la complementariedad de dones, prestaciones y proyectos”[12]; “del encuentro con los jóvenes pobres nació nuestra pedagogía (…), de la situación de los muchachos pobres surgen las iniciativas y los programas que surcan nuestra historia: el Oratorio, las Escuelas de Formación Profesional, el internado como si fuera una familia (…). Parece pues natural que parta desde aquí para renovarse”[13]; “muchas iniciativas son ‘buenas’, pero no todas hablan con la misma elocuencia, realismo y verdad. Muchas obras pueden ser de cierta utilidad, pero no todas manifiestan el Evangelio, el amor de Dios sembrado en el corazón de los creyentes con la misma inmediatez y profundidad. Muchas acciones parecen aceptables, funcionales en la sociedad en la que vivimos, algunas son fuertemente ‘evangelizadoras’ y proféticas. La presencia entre los jóvenes más necesitados está entre éstas”[14].
- Campo privilegiado
El Rector Mayor recordaba al inicio del Capítulo: “Hoy la situación del mundo y de la Iglesia nos pide caminar con el Dios de la historia. No podemos renunciar a nuestra vocación de ser, como consagrados, la punta de diamante en el Reino de Dios, los centinelas del mundo y los sensores de la historia. (…). Un elemento típico de Don Bosco y de la Congregación ha sido siempre la sensibilidad histórica y hoy, más que nunca, no podemos descuidarla. Ella nos hará atentos a las instancias de la Iglesia y del mundo. Nos hará “ir” y “salir” a la búsqueda de los jóvenes.”[15].
Pues bien, esa sensibilidad histórica y pastoral puede hacer de los agentes de pastoral, personas capaces de responder hoy con valentía y confianza a estas nuevas fronteras. Como a Abrahán, Dios nos está llamando a salir de una tierra conocida y tranquila hacia otra desconocida e imprevisible: “Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre y vete a la tierra que yo te indicaré”(Gn 12, 1). Habrá algunos que, como los enviados por Moisés para explorar la tierra prometida, sólo vean “gigantes”(Nm 13, 32-33), problemas y dificultades, con el corazón lleno de miedo, pero otros en cambio verán, como Josué, una tierra llena de oportunidades, “una tierra muy buena”(Nm 14, 7), una tierra que antes que nada es la tierra a la que Dios nos envía, y donde Él nos espera, “el Señor está de nuestra parte; Él nos hará entrar en ella y nos la dará; es una tierra que mana leche y miel”(Nm 14, 8).
Como agentes de pastoral no podemos quedar indiferentes ante este nuevo reto. Las nuevas fronteras de las pobrezas juveniles son nuestro campo privilegiado de trabajo educativo-pastoral, son el campo donde nos jugamos nuestra fidelidad a lo esencial de nuestra misión evangelizadora: “El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Noticia, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y a la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”(Lc 4, 18-19). Habrá que buscar con audacia, paciencia y creatividad los caminos, que pueden ser diversos según las situaciones y los destinatarios, pero sin perder nunca de vista la meta, la frontera, el horizonte de nuestro caminar.
JOSÉ MARÍA BLANCO
[1] CG 26, Nuevas fronteras, nº 98.
[2] CG 26, Nuevas fronteras, nº 98
[3] Ibidem, nº 98.
[4] Ibidem, nº 104.
[5] Ibidem, nº 105.
[6] Ibidem, p. 206.
[7] Ibidem, p. 210.
[8] Ibidem, p. 210.
[9] CG 26, Documentos Capitulares, Discurso del Rector Mayor en la clausura del CG 26, p. 208.
[10]J. E. Vecchi, Sintió compasión de ellos (Mc 6, 34). Nuevas pobrezas, misión salesiana y “significatividad”, ACG, 359 (1997).
[11] Ibidem, p. 35.
[12] Ibidem, pp. 12-13.
[13] Ibidem, p. 24.
[14] Ibidem, pp 37-38.
[15] CG 26, Documentos Capitulares, Discurso del Rector Mayor en la apertura del CG 26, pp. 156-15