Orar con los peregrinos (Carrión de los Condes)

1 diciembre 2008

Elena Martín
 
Con un plano cenital avistamos desde las alturas nuestro hermoso continente; descendemos a nuestro pequeño país; vemos ya la región castellano-leonesa y nos adentramos en tierra de campos; llegamos a Carrión de los Condes, un bonito pueblo de la provincia palentina; y, allí, en un sencillo albergue de peregrinos, un grupo de personas elevan su oración al Padre bueno y Padre de todos.
Válgame esta cinematográfica introducción para iniciar la presentación de esta experiencia. La cámara nos ha conducido a Carrión de los Condes, un hermoso pueblo que dista 40 kilómetros de su capital, Palencia. Las calles y plazas de Carrión están llenas de vida. Los acogedores carrionenses caminan ágiles junto a los fatigados peregrinos que casi van arrastrando los pies. Es necesario contemplar esta estampa, este ir y venir de personas, este diario encuentro de culturas, lenguas, religiones, increencias; este cruce continuo de caminos, búsquedas, inquietudes, sufrimientos. El Camino de Santiago configura lo que hoy es Carrión de los Condes y lo que son tantos otros lugares por los que atraviesa el Camino: un claro paradigma de nuestra sociedad actual, una amalgama de personas de diferentes culturas, edades, condición social, que tienen en común el hecho de estar en camino. El hombre es siempre homo viator, un ser que camina y que busca, aunque a veces camine por inercia o no sepa lo que busca. Pues bien, en este cruce de caminos que es la vida y que es en concreto el Camino de Santiago, la presencia e implicación de la Iglesia son necesarias y urgentes. Allí hemos querido estar nosotras.
Somos una comunidad de Hermanas Agustinas. Nuestro monasterio está en Becerril de Campos, Palencia, donde tenemos una sencilla casa de espiritualidad en la que tratamos de compartir nuestra vida con el hombre que se acerca, abriendo así un espacio común de encuentro con Dios. Pero pronto el Espíritu fue abriendo nuevos caminos, nunca mejor dicho. Nos dimos cuenta de que hay muchas personas que nunca se acercarían a nuestra casa, como tampoco a nuestras parroquias y grupos de fe; y para ellos también va dirigida la Buena Nueva. Por proximidad física al Camino y por una afinidad también a la espiritualidad de la peregrinación, pronto vislumbramos que era en el Camino de Santiago donde se podía dar este encuentro con el hombre de hoy tal y como transita por nuestras calles y caminos. A grandes rasgos, omitiendo algunos maravillosos vericuetos del Espíritu, fue de esta forma como surgió el proyecto de trabajar en el Camino de Santiago desde lo que somos, siendo una referencia religiosa y allanando el camino para que el peregrino se encuentre con Dios.
Llevamos algo más de un año encargándonos de la acogida en el albergue parroquial de Carrión de los Condes. Ya antes lo habíamos hecho durante los veranos en el albergue de Bercianos del Real Camino, León. De abril a octubre son los meses de mayor afluencia de peregrinos y es entonces cuando podemos desarrollar nuestra labor de acogida y, dentro de ésta, nuestra propuesta de oración con los peregrinos.
 
Acogida y propuesta de oración
 
Antes de explicar el contenido de dicha oración, es imprescindible señalar, aunque sea sin muchos pormenores, en qué consiste nuestra acogida, pues, sin duda, es ésta la que posibilita y prepara el terreno para que los peregrinos accedan a venir al encuentro orante y celebrativo que tenemos al final de la jornada. La parte más oculta de la acogida es la que tiene lugar por la mañana antes de abrir el albergue, pues es entonces cuando dedicamos el tiempo necesario para limpiarlo. Un espacio limpio y acogedor siempre ayuda a que el peregrino se encuentre a gusto. A las 12 abrimos el albergue y allí siempre hay dos hermanas con una sonrisa en los labios y un poco de agua de limón fresca para recibir al peregrino que llega exhausto. Durante los meses de verano formamos comunidades mixtas de acogida, de forma que junto a las hermanas también colaboran como hospitaleros: amigos laicos, familiares, sacerdotes, seminaristas, religiosos. Tras este sencillo primer momento de acogida, los peregrinos se asean, almuerzan y descansan. Por la tarde, como propuesta clave que prepara el terreno a la oración, ofrecemos un encuentro musical. La música es un extraordinario vehículo de comunicación. A través de canciones de siempre y canciones de todos se logra crear un ambiente distendido y fraterno. Otro momento importante es el de la cena fraterna, en la que todos aportamos lo poco que tenemos y, milagrosamente, cada noche se multiplican los alimentos. Si me detengo a contaros estas cosas es porque todos estos gestos y encuentros hacen que el peregrino deje a un lado posibles prejuicios y se encuentre con una Iglesia acogedora, cercana, alegre, en donde uno puede descansar. Creemos que el modo de estar y servir puede llegar a hablar más de Dios que el anuncio explícito posterior.
Tras la cena y para concluir el día, les invitamos a un breve encuentro final. Los peregrinos necesitan descansar para ponerse en marcha el día siguiente, por eso esta celebración no dura más de veinte minutos. Entre los asistentes, tengo que decir que sobre todo en verano hay un grupo numeroso de gente joven, pues es en esta época cuando tanto estudiantes como trabajadores gozan de sus vacaciones. Pero, sinceramente, para mí lo sorprendente no es que un grupo de jóvenes se reúna para orar, sino que un grupo de personas de diferentes edades y nacionalidades puedan estar juntas y participar de una misma oración. Es una verdadera riqueza este encuentro intergeneracional y quizá una necesaria vía de trabajo en la pastoral eclesial.
 
Orar en la noche desde la vida
 
Hemos hablado de la música como forma de comunicación entre personas de culturas tan diferentes y, cómo no, para comunicarse con Dios. Comenzamos, pues, este encuentro cantando una breve antífona, a veces en latín, a veces en español, pero lo suficiente simple para que ellos puedan repetirla e iniciar una sencilla oración. La música, como en el cuento del flautista de Hamelín, hace que también los peregrinos que estaban preparándose para dormir bajen al encuentro y, si el albergue tiene cincuenta plazas, fácilmente nos juntemos unas treinta personas.
Tras la introducción musical, cada noche, una hermana de la Comunidad ofrece un mensaje para el camino. No se trata de un gran discurso. Son frases breves, las que a cada hermana y cada día le sugiera el Espíritu, las cuales vamos traduciendo a distintos idiomas. Solemos partir de su propia experiencia de caminantes para después mostrarles que la vida también es un camino. El camino les ofrece una multitud de regalos: el sol, el agua, la tierra, los pájaros, los pies para andar, los ojos para ver, un corazón para sentir, los pasos de un peregrino que camina a su lado. A su vez, el camino, paso a paso, kilómetro a kilómetro, hace aflorar en el peregrino numerosas vivencias: cansancio, tristeza, fragilidad, impotencia, desesperanza; también alegría, ilusión, serenidad. Todo esto es la vida y, peregrinando, el hombre aprende a vivir. En este primer momento, tratamos de que tomen conciencia de lo que han recibido y experimentado en el camino, de forma que la oración parta de su propia experiencia, de lo que ellos son y viven. Es importante este planteamiento inicial, pues entre los que allí nos juntamos suele haber creyentes de todo tipo e incluso no creyentes. El hecho de que puedan reconocerse en una determinada vivencia personal es un primer paso para que después acojan a Aquél que puede dar luz a su situación y sentido a sus vidas. Nosotras no ocultamos lo que somos y siempre en estas palabras también tratamos de hacer un anuncio explícito de Dios, un Dios que les ha dado la vida y tantos dones que han aprendido a valorar en el camino, un Dios que se ha hecho hombre, Peregrino que camina a su lado y que, además, Él mismo es el Camino y la Meta de su andar.
 
Dos regalos
 
Lo más especial llega al final de la celebración. Tras un tiempo de silencio, les ofrecemos dos regalos. El primero es una pequeña estrella de papel, de diversos colores, que la Comunidad de acogida, hermanas y amigos hospitaleros, han hecho a mano, durante el día, con inmenso cariño. Esta estrella irá con ellos, y tenemos certeza de que así es, como signo de Jesucristo, Luz del mundo, Luz de sus vidas, y como signo que también les recordará su paso por el albergue. En el Camino se aprende a valorar lo más sencillo y sabemos, por hospitaleros de otros albergues o por peregrinos que vuelven otro año, que guardan esta estrellita de papel como un tesoro.
El otro regalo no es directamente nuestro; es más bien un regalo que Dios les hace a través de nuestras pobres manos. Se trata de una bendición. Mientras que cantamos un canto apropiado, una hermana va imponiendo las manos, uno a uno, sobre sus cabezas. Sólo Dios sabe lo que pasará por sus mentes en estos momentos de espera. Lo cierto es que una sonrisa serena, unos ojos cerrados, unas manos juntas en señal de oración, una lágrima aislada o un río de lágrimas resbalando por el rostro ya dicen mucho de lo que ellos están viviendo. Todos estamos necesitados de estos sinceros gestos de cariño y cercanía. En un mundo donde priman el individualismo y las relaciones basadas en el propio interés, un acercamiento limpio y gratuito desarma a cualquiera. Muchos peregrinos pasan cada día por el albergue y muchos son los que cada noche rompen a llorar como niños cuando te acercas a ellos, les tocas y les dices: “El Señor te bendiga” o “Dios te ama”. En realidad es Dios mismo, a través de pobres instrumentos, quien se acerca a ellos y les bendice, siempre, independientemente de cual haya sido su vida pasada.
Y así de sencillo es este encuentro orante final. Cada noche la Comunidad prepara esta oración y cada noche comprobamos cómo Dios toca, no sólo las cabezas, sino también los corazones de muchos peregrinos. Nos sentimos, repito, pobres instrumentos y testigos indignos, pero maravillados, de la obra de Dios. El albergue de Carrión es una parada más en el camino de sus vidas. De la gran mayoría de los peregrinos no volvemos a saber nada, pero esperamos, al menos, ser un dedo extendido, una flecha amarilla que en su posible desorientación, en su caminar por la vida, les señale el Camino, la Verdad y la Vida.