Julio Yague es párroco, educador social, especializado en intervención con menores (Madrid).
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo narra la propia experiencia y reflexión del autor con gente que tiene que enfrentarse en la vida con graves dificultades, y analiza algunos criterios sobre las posibilidades de desarrollo de todo ser humano. Sitúa el problema en el ámbito de una sociedad de traumas, que es además una sociedad de vulnerables. En ella conviven el traumatizado y el resiliente: dos tipos de respuesta a los conflictos y problemas. Ante ellas, valora las actitudes del educador y señala también propuestas educativas concretas.
“El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído”.
(Victor Frankl)
Lo primero que tendré que contar para que la reflexión sea de tu interés, es la motivación de este tema. Desde el ‘vivimos en el mejor de los mundos’ a la opinión de que ‘aquí no hay quien viva’, existen muchas variantes. Pero creo que podemos todos admitir que, en cierto sentido, estamos viviendo las consecuencias de unasguerras, de unas posguerras, aunque los campos de batalla no sean los tradicionales. No dejamos de sorprendernos cada día de alguna batalla o batallita que dejan heridos o muertos. Basta abrir los periódicos. (En los momentos en que escribo se anuncia una gran batalla económica, que dejará muchos heridos en las cunetas). Y podemos preguntarnos qué habrá sido hoy, después de un año, de aquella niña que presenció la muerte de su madre a manos de su padre; qué será de aquellos niños y jóvenes, víctimas de alguna de las catástrofes que cada día conocemos.
Sin embargo, nos admiramos de cómo, en medio de los momentos más difíciles de la historia, han surgido los genios. No sucumbieron a los tiempos oscuros. Al cabo de años de la segunda guerra mundial, hemos conocido los grandes hombres que se forjaron en los barracones de los campos de concentración. Basta conocer las reflexiones profundas, las propuestas logoterapéuticas de un Victor Frankl, nacidas en los momentos en los que afrontaba su duda de no ser el próximo en entrar en los hornos crematorios…
Estas dos experiencias enfrentadas, la de los que se hunden y la de los que nadan guardando la ropa, nos hacen pensar en las consecuencias que podemos sacar para enseñar a crecer a niños y jóvenes que viven, a veces con dureza, el enfrentamiento de situaciones vitales difíciles que crea este mundo, esta sociedad. Incluso, por oposición, quien vive situaciones de facilidad y del todo y todos a mi servicio, se ve empujado a una decepción ante la primera dificultad que encuentra en su camino. Dificultad que puede terminar con su vida, cuando la falta de sentido y estímulos para seguir viviendo, le puede sumergir en una depresión que anula sus ansias y posibilidades de crecimiento.
Por eso quiero expresar mis experiencias y reflexiones con gente joven y no tan joven que enfrentan graves dificultades. Al mismo tiempo quiero criticar tantos criterios equivocados sobre las posibilidades de todo ser humano y las sorpresas que he descubierto en muchos muchachos y muchachas, que han sido capaces de enfrentar las dificultades de su vida, sembrada en medio de la pobreza y marginación. De haber nacido en una familia sin dificultades, tal vez no serían la maravillosa clase de personas que hoy son[1]. Las catástrofes que vivimos, naturales incluso, nos invitan con mayor fuerza a buscar razones y códigos para la esperanza. Es la maravillosa experiencia que, como educadores y evangelizadores, podemos tener: ser testigos de las primaveras de vida que surgen en medio de tantos inviernos que sufre gente joven con la que tratamos.
Los educadores que acompañamos a estos adolescentes y jóvenes en riego aprendemos mucho. Sacamos conclusiones de las capacidades que todo ser humano esconde dentro. Así nos damos cuenta que educar es sacar lo mejor de cada persona, sin que se derrumbe ante el primer empujón que le da la propia historia. En eso se resume la tarea educativa. La hierba pisoteada retoma fuerzas para levantarse hacia el sol. Más tarde será capaz de florecer y dar frutos como cualquier otra planta. O tal vez mejor, ya que ha tenido que sacar mayor energía para sobrevivir. Así podemos definir con esta imagen ese término tan extraño que llamamos resiliencia[2].
Siento que en el camino del artículo descubrirás muchos bultos tirados en la cuneta. Los temas son muy complejos y hay que matizar y escoger lo que en pocas páginas se puede decir. Siento que el tema se dé en bruto. Es una manera de que admires todo lo que puede haber dentro. Y puede ser un estimulante para lanzarte a limar las asperezas y descubrir, por ti mismo, las caras que pueden ocultar este tema de la resiliencia y su referencia con la labor educativa.
- El problema
1.1. Sociedad de traumas
Sólo el comienzo de nuestro siglo XXI, del que gozamos, ha sido un golpe tras otro. Cada día esperamos uno nuevo y más violento. Recuerdo el estallido que escuché el 11-M al salir del coche, poco después de las 8 de la mañana. Provenía de la cercana estación de Atocha. Desde entonces, cualquier ruido fuerte me hace pensar en lo que entonces no suponía: ¿Será otra desgracia? Al día siguiente acudí al auxilio de los familiares de las víctimas. La onda expansiva dejó el dolor sembrado en muchos hogares. Me impresionó el silencio de los pabellones del parque Juan Carlos I, que acogía a las víctimas y a sus familiares. Muchas lágrimas se derramaron y muchas vidas se partieron. Las de los muertos, las primeras, pero mayor dureza quedó entre los vivos. Debían buscar razones para seguir en pie. Son muchos los traumas que vivimos día tras día. “¿Cómo la gente enfrenta eventos difíciles que cambian su vida? ¿Cómo reacciona a eventos traumáticos como la muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, una enfermedad difícil, un ataque terrorista y otras situaciones catastróficas?”[3].
Se desarrolló en aquellos momentos un ambiente de victimización. Era sana y lógica la empatía con aquellas personas que sufrían. Pasada la primera impresión, esa realidad se podía leer de otra manera. “Al focalizar la atención de forma exclusiva en los potenciales efectos patológicos de la vivencia traumática, se ha contribuido a desarrollar una “cultura de la victimología” que ha sesgado ampliamente la investigación y la teoría psicológica”[4]“y que ha llevado a asumir una visión pesimista de la naturaleza humana. Así, podemos decir que dos peligrosas asunciones subyacentes a esta cultura de la victimología en relación al trauma son: que el trauma siempre conlleva grave daño y que el daño siempre refleja la presencia de trauma“[5].
La psicología positiva va en busca de las posibilidades que surgen al afrontar un trauma. Y se ve claramente cómo, en esos momentos difíciles de la vida, surgen, en lo más profundo del ser humano, resortes que buscan la vida, que luchan por levantarse frente a los empujes que tratan de hundir. La misma Beatriz Vera Poseck expone las conclusiones de las reacciones de las víctimas del 11-S, así como las del 11-M, en contra de las alarmantes noticias periodísticas que exageran las repercusiones de esta desgracia en las vidas de los que la sufrieron y de sus familiares y allegados. “Un estudio realizado tras los atentados del 11-S demuestra que si bien en una primera evaluación realizada un mes después de los atentados la prevalencia de TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) en la población general de Nueva York era de 7,5%, seis meses después había descendido a un 0,6% (Galea et al., 2003), de forma que la gran mayoría de estas personas habían seguido un proceso de recuperación natural donde los síntomas desaparecen y se vuelve a un nivel de funcionalidad normal”[6].
Creo que es un tema importante para profundizar los padres y educadores, ya que a veces evitamos la maduración de la persona que sufre un trauma/duelo. El excesivo paternalismo en los momentos traumáticos, que, como es lógico, provocan una crisis en la persona, hace que cada individuo no madure por sí mismo. La crisis y el trauma son naturales en la evolución histórica de cada uno de nosotros y nos ha servido a todos para un crecimiento y un mejor conocimiento de nosotros mismos. No debemos evitar esa experiencia enriquecedora. Conocemos situaciones que han sido traumáticas en la vida de personas conocidas, que agradecen esos momentos como fundamentales en sus vidas. “Es curioso –afirma G. Orwel, participante de las brigadas internacionales de nuestra guerra civil, en “Homenaje a Cataluña”– pero después de las experiencias que he vivido no tengo menos sino más fe que antes en la honradez de los seres humanos. Esta guerra me ha dejado muchísimos recuerdos desagradables, pero no habría querido perdérmela”.
Todo trauma tiene su proceso, que hay que dejar discurrir sin detenerlo:
– trastorno: que es el lógico desequilibrio ante un golpe inesperado de la vida;
– trastorno retardado: en el que pueden aparecer los desequilibrios tiempo más tarde;
– recuperación: “los datos apuntan a que alrededor de un 85% de las personas afectadas por una experiencia traumática siguen este proceso de recuperación natural y no desarrollan ningún tipo de trastorno”[7].
– resiliencia: los resilientes pasan también por este período de trastorno, pero no se quedan pegados a él. Hablaremos de ello en el artículo como objetivo central.
– crecimiento: la persona sale fortalecida de la experiencia traumática, después de reflexionar la enseñanza que le queda. Se conoce mejor y se siente más fuerte.
La psicología positiva cree en las capacidades de la persona: somos capaces de reaccionar ante el trauma, ante el mal momento. Costará más o menos, pero al final saldremos con mayor conocimiento de nosotros mismos, así como de las técnicas que cada uno debemos utilizar para salvar el puente sobre aguas turbulentas que supone todo trauma. El trauma llega a ser como la vacuna que inocula dosis de antígenos que provocan al cuerpo para que reaccione y domine esos elementos negativos. El cuerpo se prepara así para luchar contra los males que le pueden causar serias enfermedades. El ejemplo es claro para entender la reacción ante el trauma que cada uno debemos aprender para no derrumbarnos.
En esta sociedad de la satisfacción, la educación no facilita el camino de maduración, ya que evita que cada persona, menor, joven o adulta, vaya generando sus propios recursos para superar las dificultades de la vida. Con tal de que el niño no sufra la mamá es capaz de ocultar cualquier circunstancia que pueda herir las susceptibilidades. Al final el joven sucumbirá ante la primera contradicción que tenga que vivir en solitario. Es interesante la tesis de. A. Rocamora que dice con dureza: “Hay que inocular al niño que la frustración es el pan nuestro de cada día…es una vacuna contra su sufrimiento futuro”[8],
El trauma, la contradicción, el problema, el conflicto, la dificultad… son inherentes a la historia de cada persona. Lo importante no está en que no haya problemas, sino en que exista la energía suficiente en la persona para encontrar las salidas. Todo problema es una oportunidad para madurar. Y desgraciadamente nos fijamos más en los que caen que en los que se levantan. Preocupan los que exhiben las heridas de las numerosas explosiones que padecemos, más que en los que vuelven a levantar su casa después del huracán.
1.2. Sociedad de vulnerables
Aunque los vientos de la vida soplen fuerte soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Esta invitación del Dúo Dinámico a la generación beat sigue siendo provocativa para esta generación. Aunque los padres y educadores han evitado, con frecuencia, las dificultades de crecimiento (lógicas en todo ser vivo), para ir aprendiendo a afrontar contrariedades más duras en el porvenir. El mismo Estado de bienestar ha querido dejar las cosas fáciles a la generación que no había vivido los momentos de las guerras (española y europea). Lo que yo he sufrido no quiero que lo sufra mi hijo, era el lema de muchos padres. Y ahora existe un clamor general de que no lo hemos hecho del todo bien. El último informe de la OCDE sobre la realidad educativa de nuestro país nos da qué pensar. En la comparación que se ha hecho con otras políticas extranjeras, se ha visto que el problema no está en una mayor inversión para mejorar la educación, sino en el trabajo personal que se puede hacer con esos medios. Bastantes países con menos inversión obtienen resultados más ricos y muchachos y muchachas mejor preparados.
Este estado de protección social, base del estado de bienestar, ha llevado a crear una infantilismo ciudadanoque hace pasar de la beneficencia a la dependencia (situación propia del menor, pero que se extiende hasta la mayoría de edad). Es bueno analizar las consecuencias que trae en los barrios necesitados la actuación de las rentas mínimas (REMI), a las que acuden muchas personas antes de ir a prepararse y buscar un empleo. Estas actuaciones políticas, propias de las épocas electorales, aportan a una población necesitada la idea de que el Estado es el responsable de arreglar mi vida. Crea en muchos chic@s el mal del institucionalismo del que no se liberarán algunos en toda su vida. La pobreza en estas circunstancias se hace endémica, profunda, personalizada, cultural e incluso estructural. A nivel de educación es un elemento peligroso, pues nunca crearemos un sujeto ‘independiente’, poseyendo todo ser la capacidad para lograrlo, en mayor o menor medida. Siempre necesitaré de papá para poder superar los problemas. ¿Para qué dejar la familia si me solucionan todo?
Esta superprotección lleva a crear generaciones cada día más vulnerables ante cualquier dificultad inherente a la vida humana. No se trata de culpabilizar a la persona del niño que crece. El sólo es capaz de respirar el aire que le proporciona el ambiente. Es la misma sociedad, los adultos, padres, educadores, medios de comunicación… los que creamos, a nivel social y ambiental, las bases de la vulnerabilidad. Las bases de esta vulnerabilidad son, en principio, externas: trabajo precario, inestabilidad en las relaciones, sentido vital frágil[9]; pero tienen también su componente interno: dependencia de cosas y personas ( principio de toda adicción), debilidad para afrontar los problemas, hundimiento ante las dificultades, escasa confianza en uno mismo.
Estos condicionamientos sociales y personales llevan a aumentar la vulnerabilidad en cada persona que va creciendo. Alain Touraine decía en un foro sobre “Juventud y exclusión social”, que los términos que definen a este momento socio-cultural son: volatilidad, inestabilidad, caos… lo que hace difícil para nuestros menores encontrar una piedra de soporte para poder dar el salto hacia situaciones de más seguridad. Los hacemos vulnerables con el tipo de sociedad que estamos sosteniendo.
Un apartado especial merece el tema de la familia, ámbito antes de seguridad y crecimiento de resiliencia, pero que se mueve en nuestros días entre la superprotección que inutiliza, y el abandono que hace saltar las alarmas de los factores de riesgo. Es en el ambiente cercano donde se dan las mayores utilizaciones y trastornos para los menores. Existen elementos tanto externos (pobreza, inmigración, abandono, maltrato…) como internos (escaso diálogo, ausencias, faltas de expectativas, rupturas) que hacen que las relaciones que tenían que crear factores de protección, se conviertan con frecuencia en factores de riesgo. Con todo, hay que proclamar contra los malos agüeros que la familia es el grupo social mejor considerado por los adolescentes y jóvenes en todas las encuestas. Esto supone una puerta de esperanza de que muchos hogares siguen dando el calor suficiente para que bajo este techo protector puedan crecer much@s niñ@s con la fortaleza de la resiliencia que creará adultos felices capaces de superar las dificultades que la sociedad ponga en su camino.
Desde estas circunstancias es desde donde el educador debe trabajar. No tenemos facilidades para hacerlo. No se trata de facilitar el camino, porque al final se le priva a la persona de los propios recursos para responsabilizarse de su propio crecimiento. La tarea principal que tenemos como educadores (maestros, pastoralistas, sacerdotes, animadores…) es la de acompañar al educando para que, llegado su momento, no precise de él, sino que, como el padre y la madre hacen muy bien al enseñar a andar al hijo, él mismo pueda soltarse y sentir el dominio de sus pies que avanzan por el camino. Educamos hoy para mañana, como bien apuntaba J. M. Petitclerc en uno de sus escritos. Hace un tiempo me pidió una persona joven acompañarla al cementerio para estar delante de los restos de sus padres. Después de cinco años no había podido hacerlo. Hoy ya es capaz de seguir sosteniendo encendida la vela del recuerdo de los suyos. Es una manera de fortalecer sus lazos familiares. Es este el acompañamiento que debemos hacer para que cada muchach@ que pasa por nuestras manos, tenga los resortes suficientes para saltar por encima de las dificultades. Es el propósito de estas ideas que comparto contigo.
- El traumatizado y el resiliente
Son los dos tipos de respuesta a las situaciones difíciles, traumas, conflictos, malos momentos, crisis… que todo ser humano vive, los dos modos de responder a los huracanes que pasan por nuestras vidas. Las vivencias y dificultades pueden ser las mismas, pero las reacciones son diferentes, como diferentes somos cada uno. La respuesta dependerá de los resortes profundos que cada uno tengamos dentro. Por eso es bueno conocer en qué consiste cada una de las formas de responder, para que preparemos los elementos que ayudarán a la persona a actuar de manera madura. Así seguirá creciendo y sintiéndose feliz porque va logrando ser actor victorioso de su propia historia. No será una historia de triunfitos televisivos. Será la victoria de alguien que sabe, como dice A. Rocamora, que “el sufrimiento es sólo el camino hacia la felicidad, hay que afrontarlo con madurez”. Es la experiencia dura y fundante de Victor Frankl: “El interés principal del hombre, es el de encontrar un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto, incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido”[10]. Frente al clásico homo sapiens, Frankl tiene la audaz osadía de oponerle al homo patiens, al “hombre doliente”, dice el filósofo Lluís Pifarré. El que no toma este camino de resiliencia entra en el grupo de los traumatizados de la vida.
Creo que es aquí donde se puede fundar toda la pedagogía preventiva que es tan característico del mundo salesiano. No se hace prevención con la protección, el cobijo…
sino ayudando a leer el verdadero sentido del trauma vivido y a buscar los mejores senderos de salida hacia los espacios abiertos que nos seguirán ayudando a avanzar en nuestra madurez. Aunque tengamos muchos años.
2.1. Posturas traumatizadoras
Ante estas situaciones traumáticas y la vulnerabilidad propia de esta sociedad que vivimos, muchos se sienten, como decía Chaplin, sparring de la vida. Para unos sirve el trauma para tomar la conciencia de víctima ¡y vivir traumatizado toda la vida. Todos conocemos gente cercana que al vivir los problemas que tiene toda vida y crecimiento, toman el carnet de traumatizados, al sentirse incapaces de superar esa dificultad. Quedan en ellos señales fisiológicas (problemas de sistema nervioso, pautas problemáticas de alimentación, falta de atención e interés, alteración de sueño, psicosis diversas…), así como cicatrices psicológicos (miedo, inseguridad, exclusión social, incapacidad de comunicación…). Los traumas no superados son a veces como los catarros: quedan crónicos.
Son noticia frecuente la intervención de los padres en los centros educativos para defender la incomprensión que los profesores/educadores tienen con su pequeño niño, traumatizado por una nota o una advertencia ante su mal comportamiento o agresividad ante los compañeros o autoridades académicas[11]. Señalar este hecho no es vano, ya que supone para los padres una manera de defender a su pequeño, lo que va haciendo crecer su sensación de que es víctima de la sociedad, que no lo entienden, que lo tienen rabia, que es incomprendido, que van contra él… Y, con el tiempo, perderá la capacidad de afrontar las contrariedades que toda vida social tiene. Estudios últimos nos han advertido contra este sentimiento muy normalizado en los adolescentes, niños ayer[12].
La respuesta que con frecuencia se da al maltrato, el abandono, la utilización infantil… es la institucionalización del menor, con el fin de que tenga los mismos medios que cualquier otr@ de su edad. El proteccionismo lleva a evitar que le falte nada, con la mejor intención, sin duda. Pero nos resulta, como bastantes educadores de centros reconocen, que los hacemos inútiles para enfrentar después lo que la vida tiene de dificultad. Un resumen de lo que la vida significa lo dice una frase muy visual: la vida es un oficio que hay que hacerlo de pie. Y con esta superprotección que el Estado de bienestar promociona, llegamos a un producto (¡perdón por el término!) no preparado para afrontar el frío que el invierno social sostiene. Tal vez no sea el mejor modo de ayudar a un desprotegido a afrontar la vida. El subvencionismo no es índice de buenos resultados educativos, como hemos dicho más arriba. Y caemos, los mismos educadores, en esta tentación, pues nuestros centros, asociaciones, talleres, instituciones… deben subsistir. La respuesta se debe dar en otro lenguaje, aunque siempre se necesitan medios económicos, pero no sólo. Educar canta en otros registros.
2.2. Posturas resilientes
Ante los mismos traumas y vulnerabilidades, muy propios de esta sociedad más que de sociedades anteriores existen en las personas, incluso las más pequeñas, respuestas sorprendentes de reequilibrio y maduración. Sin sospecharlo, te encuentras que al agacharte a recoger del suelo a un pequeño golpeado por la vida, le encuentras sonriente y diciendo con toda la seguridad de alguien maduro: …no te preocupes, que yo sigo adelante…Esta expresión sencilla te hace descubrir una serie de resortes que antes desconocía y que el golpe recibido hace aflorar a la superficie. No es gente que se vea derrotada y que no vea otro remedio que el de cerrar los ojos y tirar adelante por si vienen tiempos mejores. Es la postura de la madurez del que quiere crear una vida positiva y lo que acaba de conmoverle no entra dentro de sus planes de construcción.
“En un estudio más reciente sobre el atentado en Nueva York del 11 de septiembre (uno de los pocos estudios sobre el 11-S que no se han centrado en estudiar la patología y la vulnerabilidad), se ha demostrado que experimentar emociones positivas como gratitud, amor o interés, entre otras, tras la vivencia de un suceso traumático, aumenta a corto plazo la vivencia de experiencias subjetivas positivas”[13]. Esta lectura del trauma es lo que queremos profundizar, pues es el mejor medio de preparar a la persona, educarla para afrontar las dificultades de un mundo y sociedad complejos. La prevención no viene por evitar los problemas propias de cualquier vida, sino por tener los elementos suficientes para que la hierba de la vida que nos han pisado, como titulamos esta reflexión, no se hunda y se pudra bajo la bota del trauma que nos ha tocado vivir; sino que resurja, se levante con nuevos ánimos y sepa restaurar esas hojas que se han perjudicado. Pero el tallo vuelve a levantar su cara al sol que le puede hacer crecer.
Esta experiencia se da también en el tema de la salud. No en vano una de las ramas de la resiliencia, va por los campos sanitarios, tratando de dar al enfermo la fuerza necesaria para que su actitud sea positiva a la hora de afrontar el mal. ”Forma parte de la historia de la lucha del ser humano por mejorar la calidad de vida. Decir calidad de vida es hacer énfasis en la mejora de la salud y bienestar subjetivo y objetivo, en vez de centrarse en la reducción de factores de riesgo y el tratamiento de la enfermedad. Esta perspectiva positiva y centrada en losrecursos de los sujetos y comunidades para superar la adversidad constituye el núcleo central de la teoría y práctica de la invulnerabilidad”[14]. Es lo que vamos a proponer como sugerencias para poder cargar en la mochila de nuestr@s chic@s los elementos que les van a hacer falta en el camino para levantarse con nuevos ánimos.
2.3. Respuestas educativas
Todos nacemos con una resiliencia innata, y con capacidad para desarrollar rasgos o cualidades que nos permiten ser resilientes, tales como el éxito social (flexibilidad, empatía, afecto, habilidad para comunicarse, sentido del humor y capacidad de respuesta); habilidad para resolver problemas (elaborar estrategias, solicitar ayuda, creatividad y criticidad); autonomía (sentido de identidad, autosuficiencia, conocimiento propio, competencia y capacidad para distanciarse de mensajes y condiciones negativas); propósitos y expectativas de un futuro prometedor (metas, aspiraciones educativas, optimismo, fe y espiritualidad). Es la opina Bonnie Benard, creador de muchos estudios sobre este tema, así como de una fundación[15]. Pero la resiliencia se puede educar y preparar, en todas las edades y sobre todo en las más jóvenes, para que la persona tenga suficientes recursos para sobreponerse a los golpes que la vida de por sí ya trae.
La resiliencia hay que considerarla como una cualidad ordinaria, no extraordinaria. Se necesita en los momentos ordinarios en los que podemos sucumbir o tomar caminos que marcan la vida de la persona. Algún drogodependiente me ha preguntado alguna vez por qué en los momentos de su inicio en el mundo de los estupefacientes no le enseñaron alternativas para salir de sus angustias. De haber tenido recursos internos o apoyos externos, su vida hubiese tomado otros derroteros. Pero el único que está en el momento preciso y en el lugar exacto, es la propia persona que vive el problema. Si saca sus recursos resilientes sabrá levantarse, saltar, reaccionar para escoger los senderos que le llevan a la salida del laberinto en el que todos nos encontramos a veces.
- Educar en la resiliencia
La educación más que una ciencia es un arte. Tiene sus normas, como la pintura, pero en cada mano se utiliza de manera diferente. El educador es, como el pintor, quien es capaz de sacar una obra de arte donde otros sólo rellenan un bastidor de colores. Por eso dividimos en dos secciones la respuesta educativa de la resiliencia: la de la educación y la del educador.
La educación en la resiliencia tiene un decálogo que propone la Asociación. Psicológica Americana[16]. Parto de él cambiando algunas apreciaciones.
- Saber crear relaciones
¡Qué difícil y necesario es saber pedir ayuda! Las relaciones son lazos, de los que no ahogan, sino que crean una red bajo la cuerda que atraviesas con un cierto equilibrio. Sabes que, si caes, te recogerá entre sus brazos. ¡Qué importante es este recurso en tiempos en los que escasean los amigos y abundan los colegas!
- Leer los traumas, las crisis como posibilidades, más que como problemas
Los que sabemos lo que es nadar con adolescentes, conocemos bien que el trago de agua que tragan en una brazada, les supone la conciencia de que se van a ahogar. En esos momentos conviene superar el síndrome del náufrago y ayudarles a levantar la cabeza: la orilla puede caer cerca de donde están nadando. Salvar ese mal tragolos puede enseñar a cerrar la boca a tiempo. Es una buena lección de vida.
- Aceptar la vida como continuo cambio y crecimiento
Es ley de vida. Quien no tiene dificultades puede quedar enano personalmente, inmaduro. ¡ Cómo se nota la madurez de quien ha pasado dificultades en la niñez! No tiene por qué ser un amargado. El mismo ejemplo de los que han estudiado este tema ( Boris Cyrulnick, Victor Frankl…) son buena gente que nos han enseñado las potencias escondidas que llevamos todos dentro. Hay que esperar el momento oportuno para demostrarlo.
- Aprender a ponerse metas
Pueden ser cortas al principio, e ir consiguiendo realizarlas. El ser humano es ‘proyectista’. Es el único animal capaz de pintar en un papel el camino que va a seguir para conseguir llegar a un lugar. Soñar es barato, pero resulta caro el no hacerlo, pues nos marta la capacidad de crear, que es lo que nos acerca más a lo que Dios quiso hacer de nosotros. Cuando un pequeño logra una meta se siente la persona más feliz del mundo. Quien no sueña termina rompiendo los sueños de los demás.
- En los momentos difíciles tomar decisiones
Si son equivocadas ya las remediaremos. La peor equivocación está en quedarse paralizado. El encontrar alguien para contrastar el tipo de decisiones que quieres tomar es fundamental Es ahí donde crecen los amigos.
- Aprovechar las dificultades para conocerse a sí mismo
Son los mejores momentos en los que podemos descubrir todo lo que habita en nuestro cuarto trastero.
- La confianza en uno mismo
Es la base de cualquier empresa que queramos construir.
- Cuando te venga un callejón sin salida, mira a tu alrededor
Descubrirás que hay avenidas por donde puedes salir. La perspectiva ayuda ver que el peligro está más lejos de lo que crees.
- Lo último que se pierde es la esperanza
Y hasta que se pierda hay mucho que andar. Pero la impaciencia nos hace desistir de lo que hemos emprendido.
- ¡Cuídate!
Me lo dicen muchos amigos. Y posiblemente no saben lo que dicen y lo que encierra ese ánimo. Suele ser una frase hecha. El que te aficiones a actividades que te reconforten, te distraigan, te hagan gozar… es la mejor manera de volver a tomar la clave que te aparta un tiempo del ‘comecocos’ que piensas que avanza hacia ti y te acorrala. Todos los educadores hemos observado, sobre todo en las chicas, que cuando han recuperado la fe en sí mismas, han empezado a vestirse con mejor gusto.
Por completar los pilares en los que se basa la resiliencia, no podemos olvidar los que propone Grotberg (1995), uno de los principales teóricos de la resiliencia. El apunta estas bases que hay que sustentar bien: autoestima consistente, introspección (es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta), independencia, capacidad de relacionarse, iniciativa, humor, creatividad, moralidad, capacidad de pensamiento crítico[17]. Estas son las actitudes que toda educación en resiliencia debe conseguir.
- Actitudes del educador
Nadie crece sólo. El ser humano es, fundamentalmente, un ser social. Nacemos acompañados. Al menos por nuestra madre. Y crecemos también en compañía. El ser humano que crece solo, sólo se estira y engorda, pero no madura. Es como la fruta que no goza del sol. Por eso es importante la presencia del educador. Y ¡tantos son educadores en la vida! Partiendo de que educar es sacar lo que hay dentro de nosotros, normalmente lo mejor, son muchas las personas y los medios que lo van consiguiendo en la vida. Desde los padres, a los maestros, los educadores; desde los familiares, a los vecinos; desde los compañeros, a los políticos; desde el colegio en el que nos apuntan, a la parroquia que nos acoge; desde el móvil que nos regalan, a los juegos que nos divierten… todos ellos van configurando nuestras capacidades para reaccionar ante los malos momentos. La resiliencia que conseguimos se da a través de la interacción yo-medio social.
Ciertamente, como hemos dicho, todos nacemos con una cierta resiliencia. No es propia de gente extraordinaria. Lo que hace falta es fortalecer todas aquellas actitudes que nos preparan para reaccionar de manera positiva y maduradora ante los traumas, contrariedades, conflictos… que toda vida acarrea. Todo hombre y mujer, niño, adolescente y joven, tienen la capacidad, mayor o menor, de reaccionar, pero la ayuda del educador hace que una experiencia sea más positiva y cada uno sepa sacar las consecuencias que vayan creando una continua historia de crecimiento.
Son muchos los ambientes y las personas que nos pueden ayudar a adquirir esos recursos que nos van a hacer triunfar en medio de los huracanes que pretenden destruir nuestra casa. Los ambientes, tanto externos como personales, pueden constituir para el menor, sobre todo, unos factores de riesgo para destruir y retardar las capacidades de dominio de los dolores y traumas normales de la vida; o pueden ser ayudadores, factores
protectores o factores de resiliencia. Los ambientes personales en los que se puede ayudar o impedir el crecimiento suelen ser: la familia, la escuela, la ciudad, la parroquia, el parque, los medios de comunicación, los juegos de la habitación, el recreo… lugares en los que se dan las circunstancias que nos ayudan a madurar nuestra capacidad de enfrentar de manera positiva el fortalecimiento o debilitamiento de nuestra resiliencia.
Esta educación de la resiliencia es universal y continua. Pero es fundamental en las situaciones de riego de la persona. Por eso se nota con mayor intensidad en las personas que han sufrido algún tipo de ambiente deteriorado: malos tratos, rechazo, violaciones de diferentes tipo, ausencias de los que debían estar presentes… en todas las personas que han sufrido, se puede dar una experiencia más positiva que en los que han tenido una vida de crecimientonormalizado. “Hay que sufrir para ser feliz”, afirma Boris Cyrulnik, que incluso llega a titular una de sus obras: La maravilla del dolor (Barcelona, Granica, 2001). Pueden llegar a ser más fuertes, y en nuestra vida de educadores conocemos a bastantes, que los que han tenido la vida fácil. Basta releer la experiencia de V. Frankl con la que abríamos esta reflexión.
4.1. Tipo de educador que se necesita
Me baso en los estudios de Grotberg para describir el tipo de adulto-educador que puede ser positivo en la creación de resiliencia en el menor educando. Grotberg habla, sobre todo, de la intervención con menores en situación de riesgo social, donde se ven más claras las oposiciones, pero que sirven para cualquier otra situación más normalizada. Estas son las características que resumen Victoria Muñoz Garrido y Francisco de Pedro Sotelo[18]:
– Ambiente social facilitador: Se refiere a redes de apoyo social, como grupos comunitarios, religiosos; también a modelos positivos y a la aceptación incondicional del niño o adolescente por parte de su familia, amigos y escuela. Por tanto es necesario que el niño cuente con:
– Personas a su alrededor que le quieran incondicionalmente y en quienes confiar.
– Personas que le pongan límites para aprender a evitar peligros o problemas.
– Personas que le muestren por medio de su conducta, la manera correcta
de proceder (modelos para actuar).
– Personas que le ayuden a conseguir su autonomía.
– Personas que le cuiden cuando se encuentre enfermo, en peligro o necesite aprender.
El educador cercano y escuchador, es un tesoro en nuestra vida. Por malos momentos que pasemos. Dice Pierre Mannoni un proverbio que encierra mucha ciencia educativa y sanador: sufrimiento hablado, sufrimiento matado (“souffrance dite, souffrance tue”).
4.2. Tarea del educador
El resumen de lo que debe hacer el educador es la palabra acompañante. No debe quitar el protagonismo a quien hace el camino. Debe recordar siempre las normas del camino educativo:
– No es un acto, sino una actitud que dura toda la vida (“nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar…”). Incluso los educadores nos seguimos educando.
– El protagonista es el caminante, cuyo paso se debe respetar dejando que sienta en sus pies la dureza de las piedras que va pisando.
– Al mismo tiempo que acompaña, todo educador, padre, animador, sacerdote de la parroquia… debe ayudar a conseguir los siguientes:
- Recursos personales
Es la fuerza psicológica interna que desarrolla el niño en su interacción con el mundo. Así también la autoestima, autonomía, control de impulsos, empatía, optimismo, sentido del humor y fe o creencia en un ser superior o en la fraternidad universal. Es necesario que el niño:
– Se sienta una persona por la que otros sienten aprecio y amor.
– Sea feliz cuando hace algo bueno para los demás y les demuestre su afecto.
– Sea respetuoso consigo mismo y con los demás.
– Esté dispuesto a responsabilizarse de sus actos.
– Se sienta seguro de que todo saldrá bien.
- Habilidades sociales
Ser capaz de manejar situaciones de conflicto, de tensión o problemas personales. Es necesario que el niño perciba que puede:
– Hablar sobre lo que le asusta o le inquieta.
– Buscar maneras de resolver sus problemas
– Controlarse cuando tiene ganas de hacer algo peligroso o que no está bien.
– Contar con alguien que le escuche y le ayude cuando lo necesita.
No es una actitud externa de alguien que simplemente observa. El propio acompañante va aprendiendo del camino que hace al acompañar. Recordemos ese gran principio de P. Freire: Nadie educa a nadie, nos educamos mutuamente. Es la manera como el educador va consiguiendo crecer en su resiliencia, pues sigue estando en edad de ello.
Así podremos llegar a resolver los malos momentos como lo que cuentas de Juan XXIII, cuando todavía no era Papa. Llegado a una recepción de importantes personajes, resbaló y cayó todo lo grande que era. La gente al verlo quedó callada, sin saber cómo reaccionar. Y el bueno de él saltó desde el suelo diciendo: “¿Se dan cuenta lo bajo que puede caer un cardenal?” Todo el mundo echó a reír. El humor, signo de riqueza resiliente, demostró las capacidades personales del que después nos admiró con su sencillez y profundidad. Aquella hierba supo resurgir desde el mal momento de una caída.
JULIO YAGÜE CANTERA
julio@panben.org
[1] Es lo que nos propone J. García-Roca en uno de sus estímulos para leer con profundidad nuestra sociedad: Paisaje después de la catástrofe: códigos de la esperanza, Sal Terrae, Santander 2003.
[2] Cfr. J. Yagüe: “Y mirando al agua descubrió que era un hermoso cisne…” en Misión Joven, 370 (2007) p.31-58
[3] APA Hepl Center: El camino de la resiliencia, American Psychological Association 2004
[4] Gillham y Seligman, 1999, Seligman y Csikszentmihakyi, 2000
[5] Beatriz Vera Poseck, Resistir y rehacerse: una reconceptualización de la experiencia traumática desde la Psicología Positiva Personalidad resistente, resiliencia y crecimiento postraumático. p. 2. en www.psicologia-positiva.com/resistir.pdf
[6] Beatriz Vera Poseck, o. c., p. 6
[7] Beatriz Vera Poseck, o. c., p. 7
[8] Cfr. A. ROCAMORA, Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido, Desclée de Brouwer, Bilbao.
[9] Cfr. Los programas de Caritas basados en estudios de J. García-Roca: Daniel IZUZQUIZA “La playa de los cristianos. Más allá del individualismo compasivo” in Sal Terrae, diciembre 2007.
[10] V. FRANKL, El mombre en busca de sentido. Conceptos básicos de Logoterapia, Herder, Barcelona 1979, p 158.
[11] Un correo que pasa por Internet “1977 vs 2007” pinta así una de las escenas: Escenario: Disciplina escolar. Año 1977: “Hacías una putada en clase. El profesor te metía dos bien merecidas buenas hostias. Al llegara a casa tu padre te arreaba otras dos”. Año 2007: “Haces una putada. El profesor te pide disculpas. Tu padre te pide disculpas y te compra una moto”.
[12] Cfr. Javier Urra: El pequeño dictador…. Vicente Garrido Genovés: Antes que sea tarde, P. Bruckner: La tentación de la inocencia, Anagrama, Barcelona.
[13] Beatriz Vera Poseck, o.c.. p. 11.
[14] Luis Fernández-Ríos, “Invulnerabilidad: una revisión histórico-crítica” Revista Psiquiatría Facultad Medicina Barcelona 2003, 30.
[15] www.bernardvanleer.org/.
[16] APA Help Center http://www.centrodeapoyoapa.org/
[17] Cfr. Revista «Psicoanálisis: ayer y hoy» en http://www.elpsicoanalisis.org.ar/numero1/resiliencia1.htm Estudio más completo enhttp://resilnet.uiuc.edu/library/resilencia/resilencia6.pdf
[18] Cfr Revista Complutense de Educación, 16 (2005) 107-124).