La escuela católica, una presencia de Iglesia imprescindible

1 septiembre 2006

Manuel de Castro es Secretario general de FERE-CECA y de EyG
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Este artículo analiza, especialmente, las dificultades que hoy encuentra la escuela católica para ser realmente plataforma evangelizadora. Provienen de los desafíos de una sociedad en constante y rápida transformación, cuyos cambios inciden con mayor claridad en los jóvenes. Defiende la necesidad e importancia de la presencia de la Iglesia en la escuela destacando, a la vez, la necesidad de una presencia nueva, porque también la escuela católica es tierra de misión.

Desde hace poco más de cuatro años desde FERE-CECA, la organización de titulares de las Escuelas Católicas, venimos promoviendo una serie de reflexiones en torno a lo que hemos denominado “Significatividad de la escuela católica” y que culminarán con la publicación de un nuevo Proyecto Educativo marco para las mismas. Somos conscientes de que la escuela católica está hoy “acosada” por una serie de interrogantes y nuevas situaciones de las que le será imposible zafarse y salir con vida si se esconde y no los afronta con decisión. Detrás de todos estos trabajos sobre la significatividad late la convicción de que la escuela debe repensar su propia identidad y actualizar su capacidad de servicio a la sociedad y a la Iglesia.
No son pocos los religiosos y religiosas dedicados a la educación que se preguntan si no habrá llegado el momento de que la Iglesia abandone el sector educativo, de la misma forma que ha ido abandonando otros sectores de servicios sociales, hoy perfectamente atendidos por el Estado, y se vuelque con todas sus fuerzas en tareas más específicamente apostólicas. Las enormes dificultades que encuentran para la tarea de evangelización parecen reforzar estas dudas. Porque, aunque es cierto que muchas familias siguen prefiriendo nuestros centros para la tarea de educar a sus hijos, a nadie se nos oculta la variedad de intereses que motivan su elección. La imagen social que ofrece hacia el exterior la escuela católica no la identifica primordialmente como lugar de evangelización, sino más bien como escuela de calidad[1]. De este modo, nos encontramos en nuestras escuelas con un alumnado ciertamente plural por sus creencias, increencias, convicciones e intereses. Los planteamientos tradicionales de la pastoral escolar, pensados para quienes accedían a nuestros colegios con una voluntad más o menos explícita de formación cristiana, se han venido abajo, produciendo una sensación de fracaso y malestar en muchos educadores. No pocos responsables de la pastoral escolar tienen la sensación de estar predicando en el desierto a unos jóvenes que son cada vez menos religiosos y saben muy poco o nada de unas cuestiones, las religiosas, que, por otro lado, les parecen irrelevantes para su vida.
No obstante, y a pesar de todas estas dificultades, pervive la convicción del valor evangelizador de la escuela católica, y de que, como indicaba la Evangelii Nuntiandi[2], el mundo de la educación sigue siendo un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio. Pero al mismo tiempo existe una percepción compartida de que nuestra escuela debe realizar un profundo esfuerzo de adaptación y cambio, si de verdad quiere responder a los enormes retos que la actual situación le supone y si no quiere seguir generando frustración y desaliento en los educadores cristianos.
 

  1. Una sociedad que nos desafía con su dinamismo imparable


Durante estos últimos años se han producido una serie de cambios tan determinantes en todos los ámbitos de la sociedad que suponen un auténtico reto para la escuela y que no le permiten seguir educando como si nada hubiera pasado. Unos cambios que nos afectan a todos, porque se producen en el mismo corazón de la sociedad española.

1.1. Una sociedad en constante transformación
 
La sociedad española, en lo político, va configurando un modelo de Estado muy descentralizado, en el que no son las cuestiones morales y educativas las que otorgan las mayorías necesarias para acceder a la tarea de gobierno. Esta descentralización y el fuerte arraigo del sentido autonómico no resultan incompatibles con un convencido sentido europeísta, como lo demuestra el hecho de que haya sido España el primer país en aprobar la nueva constitución Europea. Además, estamos asistiendo en los últimos años a una polarización peligrosa de planteamientos políticos que llevan anexos modelos sociales y filosofías de vida claramente contrapuestos.
La llegada de las nuevas tecnologías nos ha sumergido en el ambiguo fenómeno de una globalización descontrolada, que pone más de relieve los aspectos negativos que las potencialidades de crecimiento e igualdad social que de ella cabrían esperar. Será necesaria una mayor distancia histórica para valorar de manera adecuada la enorme transformación que la invasión de las nuevas tecnologías están produciendo en todos los ámbitos de la vida social, también, cómo no, en el ámbito escolar.
El incremento exponencial de la masiva llegada de inmigrantes a nuestro país introduce nuevos retos que afectan en lo más hondo a la sociedad española. Una inmigración ciertamente variopinta que nos plantea la gran cuestión de cómo integrar a personas provenientes de otras culturas, con otras religiones y, en algunos casos, llegados de países donde los valores democráticos no están aún asentados ni se viven como convicciones compartidas. Con buen sentido, los mayores esfuerzos de integración se están realizando con la población joven que acude a los centros educativos, pero nada o muy poco se está trabajando con la población adulta. En todo caso, no deja de ser fuente de profunda preocupación el hecho de que un país como Francia, con larga tradición en la recepción de inmigrantes, haya visto puesta en cuestión su política de integración con las recientes revueltas juveniles en sus principales ciudades.
Finalmente he de destacar otro de los datos más significativos y que más tienen que ver con nuestra tarea evangelizadora en las aulas: el avance cada vez mayor del proceso de secularización iniciado a finales del siglo pasado. La España de hoy está mucho más secularizada de lo que cabría esperar y el fenómeno tiene visos de incrementarse en las próximas décadas. En definitiva, nos encontramos con una sociedad enormemente pluralista, en la que todo es posible y a la que muy pocas cosas le escandaliza en el campo de la moral y las costumbres. Inmersos en el seno de un pluralismo cultural y religioso, la Iglesia va perdiendo el monopolio que había tenido hasta ahora en la transmisión de valores y modelos de vida.
 
1.2. Han cambiado, y mucho, los jóvenes
 
Si en algún sector de la población podemos percibir con mayor claridad los cambios sociales antes citados, donde éstos tienen un reflejo más descarnado e inmediato, es en el de los jóvenes. Precisamente, quienes constituyen el objeto inmediato de nuestra tarea educativo-pastoral son los más afectados por la secularización y, por consiguiente, quienes plantean los retos más serios a la labor evangelizadora de la escuela católica.
La reciente investigación sociológica de la Fundación Santa María, “Jóvenes españoles 2005”[3], confirma el avance de la secularización. Nuestros jóvenes se definen a sí mismos como egoístas, independientes, consumistas y poco maduros. Para ellos la familia es la institución mejor valorada. En relación con la Iglesia y la religión, los datos son ciertamente poco optimistas y se constata un evidente alejamiento de las mismas. La asistencia a la Eucaristía está disminuyendo sensiblemente. Sólo un 5% acude una vez al mes, un 19% en grandes festividades y otro 5% en ocasiones comprometidas. Hasta un 69% declara abiertamente que nunca o casi nunca va a misa. La religión no interesa y la Iglesia es la institución peor valorada y la que suscita más desconfianza, por detrás de las instituciones políticas y las multinacionales. La gran mayoría de los jóvenes actuales ya no se consideran católicos (el 51%), y entre los que se definen como tales, un gran número sólo ocasionalmente acude a algún acto religioso.
En definitiva, unos jóvenes para quienes las cosas más importantes de la vida son, por este orden: la salud, la familia, los amigos, el trabajo, ganar dinero, llevar una vida normal, el tiempo libre, una vida sexual satisfactoria, los estudios y la formación.
 
1.3. Una escuela obligada a cambiar
 
Todo este universo de nuevas circunstancias y fenómenos que hemos percibido en la sociedad, en general, y en los jóvenes en particular, están igualmente presentes en nuestras escuelas católicas, a las que desafían cada vez con más fuerza. A pesar de todos nuestros intentos por hacer ver a los padres el carácter marcadamente religioso de nuestros centros y de su Proyecto Educativo, el alumnado que finalmente accede a los mismos es tremendamente plural. Entre ellos hay un grupo aceptable de alumnos cuyos padres han elegido nuestros centros interesados por la educación cristiana de sus hijos, pero la gran mayoría de estos padres parecen más interesados por la educación en valores humanos y por una enseñanza de calidad[4]. No falta tampoco una minoría de padres a quienes las cuestiones religiosas no les interesan en absoluto. Es decir que nuestro alumnado, como la sociedad española, es enormemente diverso.
Una realidad que desafía nuestra misión educativa y obliga a la escuela católica, tal y como se señala el estudio realizado por FERE-CECA ”Significatividad evangélica de la escuela católica” [5] a :
 

  • Aceptar, integrar y atender a la diversidad

La llegada de los inmigrantes y la presencia de alumnos con necesidades educativas especiales constituyen un verdadero reto para la escuela, por las dificultades que entraña su educación y el logro de la integración efectiva de este tipo de alumnado en la sociedad. Pero, por otro lado, debería convertirse en una oportunidad de hacer realidad el compromiso con los más necesitados, característica presente en la intención fundacional de casi todas las congregaciones religiosas del ámbito educativo. Nuestra escuela ha venido siendo atacada sin piedad por este flanco, por nuestra supuesta falta de compromiso con este tipo de alumnado y por preferir, dicen, a los alumnos brillantes. Admitiendo un alto grado de demagogia en quienes nos acusan, lo cierto es que la atención a los alumnos con dificultades es hoy un signo de la educación que nos desafía de modo especial. Pero debemos darnos cuenta de que “Aceptar, integrar y atender la diversidad no es tarea fácil. Mantener la sensibilidad, las puertas abiertas y las acciones educativas, a pesar de estas dificultades estructurales, es un signo profético y del Evangelio”[6].

  • Responder a las nuevas formas de pobreza de la infancia y la juventud

Nuestros jóvenes españoles han superado casi por completo las situaciones de pobreza económica y social que se vivieron en otras épocas. Pero no podemos olvidar que entre ellos “hay un elevado número de personas que viven diversas situaciones de pobreza en el entorno de nuestras obras: la indiferencia religiosa y falta de valores, el fracaso escolar, la desestructuración familiar, el paro juvenil; y, aún más, los problemas que plantea la integración étnica y aquéllos que conlleva la dura situación de algunos jóvenes de alto riesgo social. Más en concreto, la experiencia de una enseñanza obligatoria prolongada está poniendo en evidencia algunas carencias en los puntos de partida y en las metas del currículo formativo que convierten a la escuela, también a la escuela católica, en una posible fuente de marginación”[7].
En definitiva, entre nuestros jóvenes están asentadas nuevas formas de pobreza, distintas a la económica, a las que la escuela católica debe responder.
 

  • Adaptarse para educar en tiempos de increencia

Como antes señalaba y tal y como nos indica la investigación sociológica de la Fundación Santa María, la secularización y la descristianización de la juventud española se ha acelerado profundamente. “En los últimos años, la mayoría de los jóvenes españoles de 15 a 24 años han dejado de considerarse católicos de hecho”[8].
En estas circunstancias es difícil educar en la fe a quienes nada quieren saber de la misma porque no les interesa y porque para ellos la cuestión religiosa carece de importancia. Sin duda nos encontramos ante el reto más determinante con el que debe enfrentarse la escuela católica, pues toca su misma razón de ser y de existir como tal.
Las primera consecuencia evidente es que “la escuela católica debe plantearse un objetivo irrenunciable: el cultivo de la dimensión religiosa humana como algo previo y a la vez simultáneo a la educación de la fe. Desde la experiencia social de irrelevancia de la fe urge desarrollar todos aquellos valores “en alza” de la actual sociedad que posibilitan el encuentro con la trascendencia y con la propuesta del evangelio: libertad, paz, solidaridad, tolerancia, etc.; y, al mismo tiempo, será preciso preparar el terreno para enraizar los valores del evangelio que hoy tienen menos vigencia: fidelidad, verdad, constancia, coherencia, entrega y sacrificio”[9].
 
1.4. Una inestabilidad educativa que no cesa
 
Uno de los aspectos que más daño están provocando en la educación española es la falta de un marco jurídico estable, tanto más cuanto que dicha inestabilidad no es consecuencia de la necesidad de ofrecer nuevas respuestas a esta sociedad en constante transformación, sino fruto de la lucha por el predominio en la escuela de posiciones políticas e ideológicas tradicionalmente enfrentadas. La reciente aprobación de la una nueva Ley Orgánica de Educación (LOE) ha puesto de manifiesto que el debate educativo, lejos de centrase en lo que en realidad era el motivo confesado de la reforma, la superación de un alto nivel de fracaso escolar y de la mala calidad de la educación, ha transcurrido, una vez más, por los senderos de la confrontación política. No es de extrañar que las grandes estrellas de este debate no hayan sido precisamente el análisis de las diferentes teorías para acabar con el fracaso escolar y para mejorar la calidad de la educación, sino el respeto a las libertades educativas reconocidas por la Constitución, la clase de religión y la educación para ciudadanía. Cuestiones todas ellas que tocan el ámbito ideológico.
Nos encontramos ante una nueva Ley muy abierta que podrá ser ampliamente desarrollada por cada una de las comunidades autónomas y que puede condicionar la tarea evangelizadora de nuestras escuelas. Con un marco jurídico de reconocimiento de las libertades educativas muy similar al que hemos vivido durante los largos años de aplicación de la LOGSE, la presencia de un concejal en los Consejos Escolares de los centros constituye un elemento perturbador cuyas consecuencias no me atrevo a calibrar en estos momentos, dada la dificultad intrínseca de que los ayuntamientos dispongan de personas para cumplir con este cometido. La nueva regulación de la clase de religión no debería suponer gran cambio en el seno de las escuelas con ideario católico, en las que seguimos dando por supuesto que la elección de este tipo de centros implica la aceptación de la clase de religión católica. La introducción de la asignatura de Educación para la ciudadanía, que tantas críticas está recibiendo por la posibilidad de sea utilizada como instrumento de “adoctrinamiento” según la moral del Gobierno de turno, debería convertirse en nuestros centros en una nueva oportunidad de educar en valores en consonancia con nuestro Proyecto Educativo y como un complemento adecuado para la clase de religión.
 

  1. Presencia de la Iglesia en el ámbito escolar

 
Sin duda quienes trabajamos en las más de 2.000 escuelas católicas, donde se educan 1.450.000 alumnos de diversas edades, nos hemos preguntado más de una vez sobre la eficacia evangelizadora de nuestra tarea. No tenemos datos objetivos sobre una cuestión que, por otro lado, es sumamente compleja de medir. Los que nos ofrece el estudio ya citado sobre la juventud de la Fundación Santa María no son especialmente significativos a este respecto[10] (FS pg. 241 ss). Sólo he hallado tres tablas con cuestiones religiosas en las que se compare los resultados obtenidos por quienes estudian en colegios públicos y quienes lo hacen en centros privados. Así, por ejemplo, cuando se pregunta sobre la utilidad de la clase de religión, el 52% de quienes estudian en colegios públicos afirman que no sirve para nada, frente al 42% de quienes estudian en colegios privados. El 41% de quienes estudian en colegios públicos estaría de acuerdo con la afirmación de que “Dios existe y se ha revelado en Jesucristo”, frente al 54% quienes lo hacen en centros privados. Afirman que la Iglesia les merece muy poca confianza el 79% de quienes estudian en los centros públicos, frente al 74 % que lo hacen en centros privados.
Aún teniendo en cuenta que hay cerca de un 10% de alumnos escolarizados en la escuela privada no confesional, vemos que las diferencias no son muy notables. Ciertamente los datos no son nada concluyentes, sobre todo si admitimos que para una recta valoración de la capacidad evangelizadora de nuestros centros habría que conocer antes cuál era su situación religiosa de partida cuando entraron en nuestros colegios y cuál fue al final de su proceso formativo.
En todo caso, y ante esta nueva situación por la que estamos pasando, la pregunta sobre si merece la pena o no la presencia de la Iglesia en la escuela en la actualidad tiene una respuesta contundente: hoy, y en las actuales circunstancias más que nunca, merece la penar estar en la escuela. Pero, al mismo tiempo, hemos de estar de una manera nueva, que surge del esfuerzo por mantenernos fieles tanto al proyecto evangélico que ofrecemos, como a la sociedad misma, a los padres de los alumnos que nos encomiendan la educación de sus hijos. A este respecto me atrevo a hacer algunas indicaciones.
 
2.1. Ser conscientes de que nuestras escuelas son tierra de misión
 
Ante todo, como ya he dicho anteriormente, no podemos perder nunca de vista que el alumnado que acude a nuestras escuelas es tan plural desde el punto de vista religioso como lo es la misma sociedad española. A pesar de que todos los padres de nuestros alumnos deben “aceptar y respetar” nuestros proyectos educativos cristianos, los hechos demuestran que a ellas acuden todo tipo de alumnos: practicantes, creyentes, no practicantes, indiferentes, no creyentes y algún que otro alumno de otras religiones.
La posibilidad de una presencia de Iglesia en un ámbito escolar así de plural hemos de considerarla como un auténtico privilegio. Urgida por el mandato evangelizador de Cristo, no se queda esperando a que acudan a ella sólo los interesados por la educación en la fe, sino que se siente constantemente impelida a “salir” de sí misma y a buscar a esa masa de alejados e indiferentes a los que poco parecen interesarles las cuestiones religiosas. Cuando los centros católicos tuvimos que optar entre aceptar o no el sistema de conciertos, éramos conscientes de que el rechazo de los mismos habría posibilitado una presencia de alumnos más identificados con nuestra propuesta educativa, pero que perderíamos la posibilidad de acceder a esa gran masa de jóvenes que hoy se educan en nuestras escuelas y que constituyen nada menos el 20% de la población escolar de entre 3 y 18 años.
Y como consecuencia de ello, hemos de ser conscientes que la mayor parte de nuestras escuelas católicas, más que tierra de cristianización y de educación en la fe, se han convertido en tierra de misión, de anuncio, de propuesta y punta de lanza de la misión evangelizadora de la Iglesia. Para evitar frustraciones y malentendidos en los educadores cristianos, debemos comenzar por asumir esta realidad y vivirla como oportunidad para llegar a los alejados, a quienes jamás se acercarían a la parroquia o a la Iglesia.
 
2.2. Es necesario revisar la respuesta que damos
 
Es cierto que en una situación como ésta podemos correr el riesgo de perder nuestra propia identidad, pero no es menos cierto que en las actuales circunstancias no podemos seguir ofreciendo las mismas respuestas pastorales pensadas para una situación bien diferente a la actual. Urge revisar y repensar nuestros proyectos educativos, redactados la mayoría de ellos en unas situaciones muy distintas. Urge dar una respuesta evangelizadora y misionera. Hemos de anunciar, sí, a Jesucristo, pero a un Cristo capaz de hacerles felices y de llenar de sentido sus vidas, y hemos de tratar de conseguir la adhesión a su persona. Nuestras actividades pastorales serán, sobre todo, de anuncio para la gran mayoría de alumnado y de propuestas de maduración cristiana para quienes se sientan más cercanos a la fe.
En esta tarea nos hemos embarcado desde las organizaciones de las Escuelas Católicas, FERE-CECA y EyG, en la de elaborar un nuevo proyecto educativo marco que sirva de base y que nos obligue a todos a renovar y adecuar nuestra acción educativa y evangelizadora en la escuela.
Hablamos de proyectos educativos porque estamos convencidos de que la evangelización en la escuela es una tarea de todos. La acción pastoral no se reduce a los momentos más específicamente religiosos, sino que envuelve todo el ser y el hacer de la escuela, un trabajo en equipo que sólo se consigue a través de un proyecto educativo compartido.
 
2.3. No perder de vista los objetivos específicos de la escuela católica

  • El diálogo entre fe y cultura

La escuela católica tiene como una de sus señas de identidad más destacadas la de constituirse en plataforma de diálogo y encuentro entre la fe y la cultura de nuestro tiempo. Como ya señalaba hace años la Congregación para la Escuela Católica, “de la naturaleza de la escuela católica deriva también uno de los elementos más expresivos de la originalidad de su proyecto educativo: la síntesis entre cultura y fe”[11].
Un diálogo que engloba una doble tarea. Por un lado, la de evangelizar la cultura y, por otro, la de inculturarla fe. La clase de religión es lugar privilegiado para este diálogo, pero no el único, pues la tarea de armonizar fe y cultura compete a todos y cada uno de los educadores, entre otras cosas, porque “en el proyecto educativo de la escuela católica no existe separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta sólo un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y verdades que descubrir”[12].
Este diálogo entre fe y cultura debe ser también posible cuando la escuela católica no está reservada sólo para los que se profesan católicos, como se pone de manifiesto actualmente en numerosos países. Una realidad que en alguna medida estamos comenzando a vivir.
 

  • La educación moral y la educación en valores

“La escuela católica debe contribuir a la elaboración de un discurso ético universal en y para un mundo cada vez más global, que propugne la defensa de la dignidad de la persona sin distinción de origen, clase social, lengua, cultura o religión. La escuela católica, junto a las otras escuelas, puede y debe contribuir a la difusión de un espíritu de solidaridad y compenetración con el otro, frente a la propagación de tendencias individualistas y egocéntricas o hasta explícita o implícitamente xenófobas, y ojalá en esta tarea las escuelas se sintieran acompañadas por otros ámbitos educativos tan altamente influyentes como la familia o los medios de comunicación”[13].
Hablar de la educación moral es también hablar de la educación en valores. Muchos de estos valores serán compartidos con otras escuelas, y en su transmisión hemos de colaborar con ellas. Otros valores y actitudes serán alternativos, sobre todo los que disponen y facilitan la aceptación de la fe: los valores de sentido, la interrupción del alocado consumo de sensaciones, la reflexión, la educación del deseo, la apertura al silencio y a la contemplación, la vivencia en profundidad de lo humano y la apertura al Misterio[14].
 

  1. Conclusión


¿Merece la pena nuestra presencia en la educación?, es la pregunta inquietante que muchos educadores cristianos se vienen planteando con total legitimidad. Para mí, como he afirmado a lo largo de este artículo, la respuesta es categórica. Hoy más que nunca merece la pena estar en la escuela. Pero sólo en la medida en que seamos capaces de llevar adelante “la misión de la escuela católica, la de educar a niños y jóvenes para que lleguen a realizarse integralmente como seres humanos, encuentren su sentido de la vida en una visión humanista-cristiana de la persona, valor básico que articula y fundamenta a los demás valores, y en una referencia permanente al Evangelio. Fiel a su carisma fundacional, realiza su trabajo en la perspectiva del diálogo fe-cultura-vida y permanece abierta a todos como servicio de la Iglesia a la sociedad en que vive”[15]. En otras palabras, en la medida en que sea evangélicamente significativa.

Manuel de Castro

estudios@misionjoven.org

 
[1] EQUIPO FERE-CECA y SM, Significatividad evangélica de la escuela católica, Madrid, SM-FERE, 2001, 17
[2] Evangelii Nuntiandi, 24
[3] GONZÁLEZ BLASCO, PEDRO y EQUIPO, Jóvenes Españoles 2005, Madrid, SM, 2006
[4] EQUIPO FERE-CECA y SM, Significatividad social de la escuela católica, Madrid, SM-FERE, 2002, 49
[5] EQUIPO FERE-CECA y SM, Significatividad evangélica de la escuela católica, Madrid, SM-FERE, 2001, pg. 41 ss.
[6] Ibidem, pg. 45
[7] Ibidem pg. 50
[8] GONZÁLEZ BLASCO, PEDRO y EQUIPO, Jóvenes Españoles 2005, Madrid, SM, 2006, pg.249
[9] EQUIPO FERE-CECA y SM, Significatividad evangélica de la escuela católica, Madrid, SM-FERE, 2001, pg. 56.
[10] GONZÁLEZ BLASCO, PEDRO y EQUIPO, Jóvenes Españoles 2005, Madrid, SM, 2006, pg.241ss.
[11] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela Católica en los umbrales del tercer milenio, 1997, n13
[12] Ibidem, nº 14
[13] EQUIPO FERE-CECA y SM, Escuela católica: signo y propuesta de futuro, Madrid, SM-FERE, 2005, pg. 86
[14] MARDONES, JOSÉ MARÍA, La indiferencia religiosa en España, Madrid, Ediciones HOAC, 2003, pg. 141 ss.
[15] EQUIPO FERE-CECA y SM, Escuela católica: signo y propuesta de futuro, Madrid, SM-FERE, 2005, pg. 99