Álvaro Ginel es Director de la Revista Catequistas
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
De forma testimonial y muy sugerente, el artículo avanza la necesidad de planteamientos nuevos en la pastoral con jóvenes, de partir de una pastoral de misión. Desde una intuición básica de que la acción pastoral ha de comenzar por la atención y valoración de la existencia del otro, plantea algunas cuestiones esenciales: tomar en serio la cultura secularizada, la existencia como lugar de encuentro, la gradualidad y flexibilidad de los itinerarios, la primacía de la persona, la búsqueda de nuevas respuestas, la importancia de lo previo.
Un día hice esta propuesta, al final de las sesiones del seminario Reflexionar la propia experiencia pastoral[1], a los alumnos del Curso de Actualización Teológica, en gran parte misioneros y misioneras que pasaban un año sabático de formación permanente: resumid en una frase vuestra experiencia pastoral. Uno de los alumnos, sacerdote que llevaba en un país africano de mayoría musulmana más de treinta años de ministerio pastoral, contestó: estar y escuchar. El grupo se sorprendió con la síntesis e hizo silencio.
Este curso, en el mismo escenario académico, otro misionero que trabaja en Brasil nos contó su experiencia pastoral. En la relación que nos hizo se incluía: la dimensión económica, educativa, política, la formación de la comunidad, de los catequistas, la celebración itinerante de los sacramentos por el amplio territorio de la misión, etc. Nos llamó la atención el hecho de que la pastoral que nos presentaba en las comunidades cristianas no estaba basada tanto en los Sacramentos, como en la Palabra, la reunión y la oración. Comenzamos a interrogarle. Sus respuestas se pueden resumir así: El presbítero pasa por las comunidades cuando puede (cada tres o cuatro meses) y aprovecha para celebrar los sacramentos del Bautismo, Eucaristía, Penitencia, Matrimonio. La mayor parte del tiempo, las comunidades están sin presbítero. Tienen que tener su vida. Desde la perspectiva europea, con una referencia pastoral todavía muy sacramental, nos era difícil entender una pastoral “sin celebración habitual de los Sacramentos”. Si quitáramos, en algunas parroquias europeas, la celebración de los Sacramentos, ¿con qué nos quedamos? Centrémonos en esa realidad que están viviendo comunidades cristianas que no tienen una tradición pastoral semejante a la nuestra. Entonces uno percibe la acción pastoral edificada sobre otros ejes: la reunión, la Palabra, la oración, la acción liberadora a la que el Evangelio nos lanza, la preparación ¡y espera! de la celebración de los diversos Sacramentos.
¿Y si tuviéramos algo que aprender en nuestra situación concreta de estas realidades eclesiales que la Iglesia vive en lugares llamados de misión? ¿Nuestro hoy y aquí no tiene “algo” de lugar de misión?
Es cierto que junto a estos hechos escuchaba el otro día la narración de una peregrinación de 300 jóvenes al castillo de Javier, y cómo por el camino los adolescentes y jóvenes se iban confesando… Pertenecían a unos movimientos cristianos. Llama la atención comprobar estos resultados tan palpables en números. Por eso, porque se mira mucho a los números, algunos les proponen como “modelo” de acción pastoral eficaz y lamentan que desde “otras estrategias o pedagogías religiosas” no se tengan resultados similares.
Me parece que existe una tendencia facilona a calificar de buenos a los agentes de pastoral que “tiene éxitos contables”, es decir, que se traducen en números, y malos a los que trabajan de sol a sol “pero no tienen éxitos tan contables” (apliquemos esto de los números a: vocaciones, práctica sacramental, etc.). En principio, esta visión de la realidad religiosa es muy reductiva, puesto que se queda en contabilizar formas externas. La confesión de la fe es mucho más amplia y abarca a toda la existencia. Los números son manifestación de un solo aspecto de la religiosidad, aunque, eso sí, son cómodos y prácticos.
Creo que el punto de partida para una reflexión pastoral lúcida no es el encasillamiento de unos en el lado bueno y otros en el lado malo. Yo parto de que hoy todos los creyentes que viven el Evangelio con singularidades diversas sienten con fuerza la urgencia por el Reino. Esta urgencia se visibiliza en formas de acción eclesial que responden a antropologías diferentes y a lecturas válidas, pero no excluyentes ni totalizadoras, del Evangelio, de la Iglesia, de la Sociedad.
Una de las sensibilidades más interiorizadas en el hombre moderno y que hay que tener en cuenta en la acción pastoral es la tolerancia y el respeto. Estos dos aspectos forman parte del patrimonio de las sociedades modernas. La acción pastoral hoy encuentra no pocas dificultades y, en ocasiones, no pocas sospechas ante un anuncio del Reino de Jesús que comienza excluyendo, imponiéndose, arrinconando o clasificando al otro en el territorio de “la no verdad”. Son tiempos de desafío y de reto para, a la vez, confesar la fe en el Dios único y verdadero, y acompañar al que vive consciente y honradamente la vida desde otra verdad, desde “su verdad”.
Una postura de confianza, de respeto, de acogida y de espera es indispensable en el agente de pastoral para trazar un marco de reflexión que no excluya y que no clasifique en categorías de buenos y malos[2].
La reflexión que sigue está focalizada fundamentalmente sobre una pastoral de misión: lo que la Iglesia tiene que hacer con los que no conocen a Jesús, con los que tienen prejuicios sobre la Iglesia y su mensaje, con los que estuvieron, pero se fueron y, en un momento de su vida, deciden volver a sus orígenes. No tiene en cuenta de manera directa la pastoral más ordinaria que las comunidades llevan a cabo, especialmente con los creyentes. No tratar directamente este tipo de acción pastoral no significa olvidar que existe; más aún, creo que tiene que seguir existiendo. Pienso que las comunidades cristianas cada vez más tendrán que atender a varios frentes pastorales a la vez, porque plurales son los destinatarios. Pero en estos momentos necesitamos un impulso mayor hacia un tipo de pastoral al que no estamos habituados porque no nos lo exigieron las circunstancias. Hoy han cambiado tanto las cosas que tenemos que abrir el abanico de nuestro hacer pastoral para situarnos en una sociedad donde “las mentalidades se han secularizado, la pluralidad estalla por todas partes, la memoria cristiana se pulveriza, la práctica religiosa continúa descendiendo. La religión ha llegado a ser para algunos un asunto del pasado y, para un buen número, una opción personal que se quiere tener y mantener en el secreto íntimo de la conciencia”[3].
- La existencia como lugar de encuentro con Dios
¿Cómo abrir caminos de reflexión para una pastoral en nuestro tiempo y en nuestro contexto? Mi primera intuición es que la acción pastoral tiene que comenzar por una atención y una valoración de la existencia del otro tal como es aquí y ahora.
Este modo de situarnos como Iglesia en acción no es ajeno a la pastoral de la que venimos y en la que nos movemos todavía. Voluntariamente he cambiado el término vida por existencia. Expresiones como “fe y vida”, “llegar a la vida”, “cambiar la vida”, “analizar la vida”, “evangelizar la vida”, “poner a Dios en la vida”… nos resultan familiares. La originalidad del momento consiste en que quizás la existencia es lo único que nos da pie para abrir el Evangelio y presentarlo como salvación que viene delDios revelado por Jesús.
Me parece que la palabra existencia (o existencia humana) refleja mejor toda la complejidad de la realidad de la persona. Por otra parte, evita las connotaciones de la reflexión pastoral de mediados y finales del siglo pasado.
Mi convicción cada vez más profunda es que la existencia es el lugar privilegiado de encuentro con Dios[4]. “Lo de Dios y el hombre se juega todo en un mismo escenario: la trama de la vida, la trama de la historia. El hombre escucha a Dios y descubre la presencia de Dios allí donde vive y muere. No hace falta salir del mundo para conocer y escuchar a Dios”[5]. Las cosas sencillas de la vida: los encuentros, los interrogantes, las personas que pasan por nuestra vida de manea significativa, las que quedan y dejan algo de ellas en nosotros, lo que nos pasa, las opciones que tomamos, las que dejamos de tomar porque nos da miedo, la muerte, la vida, todo es posibilidad de encuentro con Dios. Muchísima gente hoy sólo dispone de su existencia como lugar privilegiado de encuentro con Dios ya que no participan en grupos, no frecuentan la reunión cristiana semanal, no leen habitualmente libros religiosos ni se nutren de la Palabra de Dios… Lo único que les queda en las manos para encontrarse con Dios es la aventura de su propia existencia[6]. Esta afirmación nos exige diversas aclaraciones.
1.1. Tomar en serio la cultura secularizada
La existencia de la persona se desarrolla en un tiempo y espacio. Somos históricos. Nuestro tiempo y espacio hoy, en las coordenadas desde donde reflexiono, están marcados por el fenómeno de la secularización y del secularismo. La religión ha perdido su puesto en la sociedad actual como referencia y, mucho más, en la vida de las personas concretas. Por todas partes se insiste en que vivimos una sociedad secularizada[7].
La dificultad está no en aceptar y afirmar el dato de la secularización, sino en ser consecuentes con la afirmación a la hora de hacer pastoral. Vaya por adelantado un agradecimiento a los agentes de pastoral que han hecho y hacen unos enormes esfuerzos de cambio y de adaptación, de búsqueda y de trabajo silencioso. Tenemos que reconocer que no es fácil encontrar la salida oportuna, como en las autopistas, a las preguntas que nos planteamos; pero los esfuerzos están en marcha. La edad, la formación adquirida, la personalidad formada en un determinado sentido pueden, en ocasiones, alejar o dilatar para “más tarde” la consecución de metas nuevas. Las situaciones humanas reales sólo nos piden una cosa: comprensión. Y no faltan motivos para comprender.
Un porcentaje amplísimo de agentes de pastoral ha bebido su vida cristiana en un ambiente de acción pastoral en clima de cristiandad, ha desarrollado su acción pastoral con parámetros pastorales que ya es difícil mantener; ahora se les está pidiendo que “trabajen pastoralmente” en la realidad del mundo presente que está impregnada de secularización. El cambio es profundo. Las resistencias humanas, comprensibles. La acción pastoral, de tejas abajo, no es posible. Sólo la acción del Espíritu del Señor que transforma los corazones y hace Pentecostés donde y cuando quiere, puede alumbrar el horizonte de una hacer pastoral volcado en la misión. Hasta los nuevos agentes de pastoral nacidos en un ambiente más secularizado están desprovistos de referencias claras y palpables de lo que es una pastoral misionera en ambiente de secularización. Somos todos aprendices de una acción pastoral que la razón nos pide pero que la experiencia nos niega. Esto nos lleva a ponernos en una postura de discípulos, de caminantes con derecho a vacilar o a ir a tientas, de escuchadores de Dios y del hombre de hoy.
Los Obispos franceses escribían a los católicos de Francia y les decían: “Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Un mundo desaparece y otro está emergiendo, sin que exista ningún modelo preestablecido para su construcción”[8]. Aquí está la intuición fundamental: un mundo emerge y no tenemos modelo preestablecido de cómo será, y por tanto, de cómo hacerle frente y hacer pastoral en él. Nuestra normal tendencia nos lleva a repetir lo que hemos visto, lo que hemos hecho, lo que hicieron con nosotros. Con facilidad damos pequeños retoques o introducimos adaptaciones como respuesta a la situación concreta. Pero son retoques y adaptaciones.
Estamos retados y llamados a ser consecuentes con la afirmación de que un mundo y una sociedad nueva están apareciendo. Las ofertas pastorales no pueden ser repetición de lo que fue válido ayer. Y que no sea válido hoy no quiere decir que no sea válido. Educados en el ayer, se nos pide vivir a fondo el presente –estar y escuchar el pálpito de nuestro mundo- y vislumbrar el futuro posible para inventar la acción pastoral.
No partimos de cero: tenemos una tradición secular de la Iglesia, con etapas de la historia que nos pueden servir de inspiración, y tenemos la fuerza y la vivencia del Evangelio alentados por la presencia del Espíritu que se nos ha prometido. Los agentes de pastoral estamos llamados no a una reconversión como la entiende la sociedad y el mundo de la empresa, sino a una conversión en el sentido más bíblico. Es decir, no todo nos vendrá de la técnica, de las tácticas y de las ciencias auxiliares (¡cosas que necesitaremos!) sino de la vivencia de la confesión de fe en Jesús en nuestra situación. El Evangelio tiene en sí fuerza para sugerir caminos de transmisión, caminos de acción. Si el mundo en el que vivimos es nuevo, nuevo tendrá que ser el hacer pastoral.
1.2. La existencia, lugar de encuentro
La expresión “sacar aplicaciones para la vida” puede resultar familiar a predicadores, catequistas, agentes de pastoral. “Sacar aplicaciones para la vida” era una manera corriente de hacer pastoral: se reflexionaba o se daba un tema, se analizaba un pasaje bíblico y después se sacaban aplicaciones para la vida.
La pregunta de un hacer pastoral nuevo que pone la existencia humana como lugar de encuentro con Dios es: ¿No será a la inversa? Es decir, ¿no tendremos que partir primero de la existencia personal y de la existencia compartida con otras existencias para indagar las huellas de Dios, las preguntas que nos llevan a la búsqueda de Dios?
En una sociedad de cristiandad, el punto de partida es dar por supuesto que se cree, que se tiene una “cultura básica cristiana”, unas referencias cristianas asimiladas por ósmosis. En una sociedad secularizada, la fe cristiana ya no cuenta en la vida real, y el sentido de la vida se plantea y resuelve desde otros principios que aquellos de la confesión de la fe en Jesús. La existencia humana queda abierta a todos los vientos. Mientras en la sociedad de cristiandad se trataba de profundizar y ahondar el sentido de un “credo” inicial (bautismo de niños), en la sociedad secularizada el objetivo es anunciar un mensaje de salvación como respuesta válida para vivir. No existe nada previo, nada dado por supuesto que tengamos que profundizar. Existe sólo una propuesta de forma de vivir que se presenta y tiene que ser acogida como sugerente, como merecedora de mi atención.
El relato de los discípulos de Emaús puede ser la mejor referencia para entender el cambio del que hablamos. En la existencia triste y de frustración que viven los discípulos que huyen de Jerusalén ocurre algo: unencuentro que les hace pensar, que les calienta el corazón, que les pone en marcha hacia aquellos que habían dejado previamente. Lo que experimentan los caminantes de Emaús en sus vidas decepcionadas y llenas de angustia acontece por una presencia, por un encuentro con Alguien que les interroga y les hace ver que lo que acaba de pasar tiene sentido y es continuación y plenitud de una larga historia que les precede. Entienden así su vida enmarcada dentro de una historia más amplia, y todo recobra sentido.
La misma existencia, con sus más y sus menos, con sus vaivenes y sacudidas, con sus encuentros y desencuentros se hace pregunta y se hace atisbo de luz que nos envía a un centro donde hablar y reencontrar la Verdad y la Vida. Los de Emaús no tienen “una aplicación práctica” para vivir su desconsuelo. En su desconsuelo encuentran una pregunta y una luz para ponerse en camino hacia donde estaba la luz[9].
En mis años de formación catequética, cuando estaba en auge la llamada catequesis de la experiencia que nos venía de París sobre todo, se nos enseñaba que había un plan progresivo de formación, hecho desde la Psicología evolutiva y la Teología (un poco menos desde la Biblia). Se partía de una programación, de unos temas que se suponía que era lo que una persona “vive” a una determinada edad; para entender el tema mejor se buscaban “hechos de vida” vividos por otras personas y se “ayudaba” a que las personas del grupo trataran de descubrir en su vida cosas parecidas. No importaba que ese hecho de vida descrito fuera ya patrimonio de la persona. Se preparaba al individuo para que lo entendiera, si ya lo había vivido, o para que lo viviera cristianamente cuando llegase. Ahora el esquema que tenemos que emplear con muchas personas es diferente, entre otras cosas porque no han sido evangelizadas, porque no han estado en grupos, porque lo primero que vivenes la vida, y muchas veces de manera amontonada, antes de disponer de recursos suficientes para afrontar lo que viven. Muchos niños y adolescentes viven “antes de tiempo” acontecimientos de la existencia que les marcan y les dejan huellas.
1.3. Los itinerarios de formación cristiana no son líneas rectas
En el lenguaje popular existen unas expresiones que están cargadas de sabiduría: “La vida puede dar muchas vueltas”. “¡Vete tú a saber lo que será de esta persona en el futuro!”. La vida nos sorprende en propia piel y en piel ajena: “¿Quién me iba a decir a mí que me iba a pasar esto? No me lo puedo creer”. “De otro, lo podría haber imaginado, pero de éste… ¡jamás!”. Esta sabiduría acumulada en el patrimonio de la humanidad es la que nos hace pensar, junto con la experiencia directa de animadores de planes formativos de todo tipo, que la formación religiosa presentada con progresión programada (los itinerarios formativos o de fe) no es la que asimila mejor la persona en nuestro contexto secularizado, falto de referencias cristianas y de acompañantes que vivan la fe. El grado de formación humana y cristiana que cada libro propone no es el que al final del curso la persona concreta llega a interiorizar. Posiblemente, ésta sí disponga de unos conocimientos estructurados, pero es más dudoso que esto mismo lo podamos decir del cambio personal, de la conversión, etc. La maduración de las personas no es lineal. No sé muy bien qué palabra o símil emplear para describir la configuración con Cristo, que no es fruto de esfuerzo humano, sino de la acción de Dios en cada persona que libremente le dice, como María:fiat.
Nuestro propio itinerario de creyentes es un ejemplo: Nos tomamos vacaciones en la fe, volvemos a recaer, nos paralizan los miedos, lo que sabemos no somos capaces de aplicarlo a la vida, experimentamos momentos de aceleración y, en otras ocasiones, tenemos que subir la cuesta de la vida en primera, porque la pendiente se nos hace dura… Al final de la adolescencia queremos que se vayan “con todos los sacramentos recibidos” y dejar al Espíritu de Dios el resto… Tenemos que escuchar las lamentaciones de muchos agentes de pastoral que se quejan, al final de los procesos de formación, de la inmadurez que tienen y de la falta de compromiso con la comunidad cristiana… Es cierto que ninguna pedagogía religiosa puede poner la fuerza de su eficacia en sí misma. El don de Dios se derrama en nosotros y en todos a pesar de nosotros, porque el Espíritu de Jesús es libre. Pero nos queda la responsabilidad de intentar ayudar al destinatario de nuestros días para que acoja la acción de Dios.
No pocos hombres y mujeres hoy tienen que volver a recorrer un camino de apertura a Jesús, el Resucitado, partiendo de su existencia como itinerario real. Nos queda siempre la confianza en cada persona (capax Dei), en su libertad, en su ritmo de aceptarse y asumir su vida. La comunidad cristiana, sabedora de estas realidades, no se cruzará de brazos alegando que ya han sido evangelizados. Más bien se hará encontradiza con hombres y mujeres que van por el camino, como el Resucitado con los de Emaús, para escuchar su desilusión, su angustia, para recoger sus lágrimas y dolor, su equivocaciones (“me he equivocado al elegir”), sus alegrías y triunfos… En estos acontecimientos que la persona vive, los agentes de pastoral tendrán que percibir la puerta que da a las preguntas de búsqueda de Dios o proponer directamente el anuncio de Jesús que ayude a “releer la vida”, y releerla al calor de quien puede situar nuestra vida en una historia de salvación que se nos regala, que nos precede, que nos envuelve y que, si queremos, podemos vivir en plenitud.
- Aprender a tratar la existencia
Sabemos leer libros, sabemos leer los signos del cielo y predecir la meteorología, sabemos leer los movimientos de los políticos… pero nos cuesta leer la propia vida. Somos malos lectores de nuestra historia personal. Para muchos agentes de pastoral la vida “no es lo importante”. Lo importante es el Mensaje, la teoría, el tema. Nadie pondrá en duda la prioridad del dato revelado. No se trata de eso, sino de la acción pedagógica que prepare los caminos del Señor. Quienes a firmamos el valor de la existencia como punto de partida de la acogida del Jesús, creemos que es urgente aprender a tratar la existencia, la propia y la de los demás.
2.1. Ante todo, una referencia personal
Cuando en la acción pastoral intento poner en práctica la línea operativa que aquí describo he sentido que me quedo interiormente como en un vacío, o con una duda. Vivo una secreta insatisfacción interior. Me he acercado a buscar la raíz de esta sensación interior y me parece haberla encontrado en esto: Lo lógico, lo programado, el itinerario bien pensado, donde no falta nada de lo importante y donde todo está organizado lógicamente, me da la seguridad de que “lo importante, lo esencial ha sido tratado”, el contenido ha sido expuesto. Esto me tranquiliza y me hace dejar en manos de Dios y de su Espíritu los frutos de lo sembrado. Pase lo que pase, yo “tengo la conciencia tranquila de haber hecho y dicho todo lo que tenía que hacer y decir” (aunque si lo que pasa es “bueno” ¡no tengo ningún problema en apuntármelo como tanto personal!).
Por el contrario, cuando me centro en un trabajo pastoral que pone como central la existencia del otro, la vida de cada día (que muchas veces es rutina, -¡siempre lo mismo!- o desbarajuste, -¡se te junta todo en un momento y todo te desborda!-) no experimento la misma paz. Me interrogo si lo habré hecho bien o mal, si los resultados no se deberán a no seguir un itinerario formativo más sistemático, o si se me quedará algo sin decir, sin hacer. En el fondo está la pregunta: ¿a quién tengo que ser fiel? ¿y si no logro dar todos los contenidos? ¿qué es lo que hay que hacer?
Aprender a tratar la existencia exige aprender a no poseer en la mano la seguridad que da una programación bien ordenada. Se trata de un desplazamiento del centro de acción pastoral: de lo correctamente programado, a la atención preferencial a la existencia concreta de las personas. Bien mirado, no debe existir contradicción. Si ésta se da, se debe, a mi juicio, a un juicio comparativo entre dos formas de llevar adelante la acción pastoral.
La centralidad de la existencia en la acción pastoral no es olvido ni renuncia a nada esencial de lo que tengo que anunciar, sino proceso diverso que comienza por prestar atención a la persona, proceso diverso para anunciar el Mensaje evangélico o para provocar la interrogación que sitúe a la persona ante la acogida del don de Dios. En la vida todo va llegando, todo va surgiendo. Hay que saber esperar la plenitud del tiempo, la plenitud de cada persona. De la misma manera que “se dan temas” en un itinerario programado ¡y nos resbalan y no los entendemos!, igualmente en la vida nos pasan muchas cosas ¡y no las entendemos a la primera ni a la segunda!Todo tiene su tiempo. Y Dios está ahí, esperando la plenitud de cada uno, que llega cuando tiene que llegar. Nos tenemos que entender “de otra manera”, como personas que caminamos hacia la plenitud paso a paso, en las realidades de cada día[10]. No se trata de vivir resignados, sino de entendernos y de entender al Otro en un dinamismo que no acaba cuando acaba un libro. No estaría de más hacer el ejercicio personal de narrar la trama de nuestra historia de creyentes. Quizás nos daría pistas para entender otras vidas.
Si he aportado esta referencia personal es para comprender a todos aquellos agentes de pastoral que experimentan dificultad a la hora de centrarse en la existencia de las personas como camino de acción pastoral. Probablemente, en el fondo, lo que les produce malestar es esta sensación de vacío, de inacabamiento, de algo que no es “redondo”, o la imposibilidad de poder decir en un momento: ¡Ya está todo dicho y hecho! Ya me puedo quedar tranquilo! Yo personalmente me consuelo escuchando las palabras de Jesús a los suyos: “Me quedan muchas cosas por deciros, pero no podéis con ellas ahora; cuando venga Él, el espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,12-13). Sentirme consolado no quiere decir, en manera alguna, sentirme paralizado. Escucho con gozo la invitación de los Obispos franceses a proclamar la totalidad del misterio de Jesús: “La Iglesia está, pues, llamada a ejercer no sólo una acogida amplia y desinteresada, sino también a una vigilancia activa: porque se trata de percibir las señales de lo imprevisto de Dios a través de estas demandas múltiples, y de comprender al mismo tiempo que tales demandas exigen una iniciación prolongada al misterio de Cristo, a su Palabra, a sus sacramentos y a la vida nueva de la que él es la fuente”[11].
2.2. Aprender a tratar la existencia
Hace unos años que animo grupos de adultos que nacen con ocasión de la comunión de los niños. Se trata de personas que en un momento de la vida deciden continuar profundizando la fe que tenían olvidada “por mil cosas de la vida”, pero que las charlas a las que asistieron cuando la comunión de uno de sus hijos les volvieron a poner en camino. Aprendí en estos grupos que las hojas que preparaba para la reunión era imposible tratarlas… Sí, las podía tratar, pero “dando un golpe de estado” en el grupo e imponiendo la hoja a la vida que allí se “cocía”.
Me hice muchas preguntas y llegué a la conclusión de “dejar de hacer hojas”. Comencé a ir a los grupos con hojas en blanco y lápiz. En ellas tenía que escribir la vida que se colaba en palabras, frases, silencios, lágrimas, temas que salían… Aprendí que muchos “contaban” anécdotas de la vida, pero no llegaban a las raíces de la vida. Aprendí que la vida es muchas veces “cosas que nos pasan”, pero no fuente de interrogación, de sorpresa, de búsqueda, de encuentro con Dios…
Dos elementos aparecieron enseguida: Era más fácil llevar una hoja escrita que llevar una hoja en blanco que había que escribir con la vida que salía sobre el tapete. La hoja escrita la “imponía yo” y la llevaba bien preparada. La hoja en blanco la “escuchaba” yo en el grupo, no era lo que yo había preparado, sino lo que los miembros vivían… casi sin caer e la cuenta de ello. Y eso me resultaba difícil. Captar la profundidad de la vida no es fácil. Exige aprender a escuchar, aprender a esperar, aprender a confiar en el otro, aprender a leer entre líneas, aprender a ver señales de algo más profundo en la superficie de la vida, aprender a valorar lo pequeño de cada día hasta poder decir que nada de la vida es pequeño. Muchas veces pasamos por la vida “en directa o embalados” y no tenemos tiempo para darnos cuenta de lo que en ella nos estamos jugando… La segunda cosa que tuve que aprender (y que sigo aprendiendo) es que la fe nos la jugamos no en el templo, sino en la vida. Es fácil ser creyente en la celebración, pero parece que no sabemos ser creyentes pelando patatas, paseando al niño por el parque, viendo la televisión, en el trabajo, escuchado las confidencias primeras del hijo que dice con 13 años: “Mamá, estoy enamorado… Ya nos hemos dado un beso en la mejilla… ¿Nos podemos dar un “beso-pico”?
Escuchando la vida, podemos adoptar diversas posturas: situarnos ante el otro como maestros que enseñan porque ya han pasado por las mismas experiencias y, por eso, nos sentimos capacitados para dar consejos, o situarnos como acompañantes que ayudan a que el otro caiga en la cuenta del espesor de su propia existencia. Acompañar es esperar y confiar, es guiar sin imponer. Podemos olvidar que “la existencia del otro se parece a la mía” pero no es lo mismo; cada uno tiene su contextualización, su propia historia, su entorno. Me parece más interesante situarse en una perspectiva en la que el otro no necesita tanto consejos o “paños calientes” como fuerza y pistas para comprenderse, para comprender lo que le pasa, para sacar las propias energías, para afrontar las preguntas y los retos que la vida le presenta, para acoger un Don que le viene de fuera o para preguntarse por las razones últimas de vivir… He palpado cómo los grupos se paralizan y se quedan sin palabras cuando les preguntas: “Bueno, en todo esto que vivimos, ¿cómo ser cristianos? ¿Dónde está Dios?”. Hay muchas vidas de creyentes que no son vividas en creyente en los momentos de alegría o de dolor… ¡Y esto es un dolor! No saben o no logran sacar la “ficha” que “estudiaron en catequesis” (¡con los buenos programas que tuvieron para “aplicarla”!) para aplicarla a la situación real.
2.3. Aprender a ofertar nuevas acciones pastorales
La manera de programar las acciones pastorales que hoy tiene la mayoría de las comunidades cristianas arranca de fechas concretas (celebración de sacramentos, celebración de fiestas, calendario litúrgico). La acción pastoral “prepara para” realizar con mayor sentido o profundidad o “conocimiento” determinados sacramentos o celebraciones litúrgicas…
Creo sinceramente que es una posibilidad y una buena posibilidad de organización de acciones pastorales, pero no la única. También la existencia proporciona “momentos fuertes” de la vida que no coinciden con los “tiempos fuertes” de la liturgia ni con sus fechas y celebraciones, porque la existencia no tiene calendario prefijado. Hay que saber aprovechar esos “momentos existenciales fuertes” como punto de partida, o como isla solitaria, para una propuesta pastoral basada en lo que afecta al corazón de las personas y las zarandea y las sitúa ante las preguntas últimas. Momentos existenciales son: la experiencia del hospital, del dolor, los cumpleaños, los acontecimientos familiares (desde el nacimiento a las crisis de pareja o a la separación), el trabajo, la lectura de un libro, el encuentro con personas que nos “dejan huella”, “la casualidad” de entrar un día en la iglesia y hacer silencio o hablar con el cura y sentir que algo se removía dentro, “el dar vueltas” en la cabeza a algo que no tenía claro, un funeral, la participación en la liturgia de un monasterio, etc.
Si damos consistencia a los acontecimientos de la vida, resulta que la vida es el programa. Además de las propuestas pastorales hechas al inicio de curso tendremos que admitir que los lugares de convocación no se agotan en un tablero a la puerta de la iglesia. Los nuevos lugares de convocación son los despachos, el encuentro con la gente, las visitas, lo inesperado que nos llega, el turismo religioso, la disponibilidad para el otro, los horarios cómodos que hagan ver que la comunidad cristiana tiene personas disponibles para los demás en tiempos cómodos… en una palabra, los lugares de convocatoria serán aquellos lugares donde se pude narrar la existencia y donde alguien escucha y ayuda a tomar más en la mano la propia vida.
Consecuencia de esto será que la formación de grupos tal como hoy la entendemos, tendrá que cambiar. Existirán quizás menos grupos pero más personas que necesiten acompañamiento personal hasta llegar a pertenecer a un grupo. La expresión que se escucha como excusa para no formar grupos: “no hay suficiente gente para un grupo” tendrá que ser matizada; “es suficiente” que exista una persona que busca para que la comunidad cristiana la acoja y le proporcione un acompañante… El grupo no se formará tanto por edades cuanto por sintonía de preocupaciones, de búsqueda de sentido o por interés de conocer el Mensaje de Jesús.
2.3. Recuperar la importancia de lo previo a la catequesis
Los Obispos Italianos recordaban a las comunidades cristianas la “necesidad de un renovado primer anuncio”[12]. Les pedían una conversión misionera porque hoy los hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan, como siempre, saber en quién cimentar las esperanzas. La fe cristiana responde con Pablo: “Quien confía en Jesús de Nazaret no queda defraudado” (Rm 10,11).
Hoy existen hombres y mujeres que buscan y se suben a los árboles para ver pasar al Maestro comoZaqueo (Lc 19,4-5) ya sea por curiosidad o por una búsqueda interior; otros, como Nicodemo, le buscan de noche, sin querer ser vistos y sin poder acoger la verdad (Jn 3,1-21) porque tienen que “renacer” y eso no se hace en una noche, sino en muchas jornadas; no faltan los que se acercan a él con otros intereses, como la samaritana (Jn 4,1-30), y acaban aceptando la propuesta de vida que él vive y predica. Para todas estas personas la comunidad cristiana tiene que disponer de personas y de tiempos de acompañamiento sin fecha de caducidad. Muchos hombres y mujeres hoy tienen que darse tiempo para desmontar construcciones de Dios falseadas o prejuicios que les impiden llegar a la verdad.
Para entender el tiempo nuevo de acción pastoral que ya está a la puerta, la referencia a la tenemos que tenemos que acudir es, sobre todo, la distribución de etapas que nos legó la institución catecumenal. Hoy como entonces, habrá que dar mucho más tiempo a la etapa previa a la catequesis que al tiempo de la catequesis explícita. Para la “edificación del edificio de la persona creyente” no nos valen las grandes máquinas que vemos utilizar en la construcción de edificios; en dos días desmontan el terreno, cambian “la faz de la tierra”… Para “cambiar el corazón”, para “disponerlo” a la conversión, hay que trabajar poco a poco, lentamente… Lo del corazón, para que sea seguro, tiene que ser reposado, respetando el ritmo de las personas en su singularidad.
El paso del “no nacer creyente” sino de “hacerse creyente” nos obliga a reestructurar nuestros hacerespastorales. El Evangelio de Jesús no ha perdido fuerza. Es posible que los cristianos sí que hayamos perdido fuerza y estemos salpicados por una cierta rutina o desencanto. Pero sabemos que la fuerza del cambio está en el corazón mismo de la vivencia del Evangelio que nos irá mostrando el camino a seguir. No podemos caer en la tentación deabsolutizar formas concretas. Nos basta absolutizar al Señor Jesús, como Señor de todo.
ÁLVARO GINEL
estudios@misionjoven.org
[1] Seminario que animo en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid.
[2] Animaba un encuentro de catequistas en el que participaban presbíteros y catequistas laicos en su mayoría. En una sesión de grupo pequeño se hablaba sobre la importancia de la familia. Había en el grupo un catequista separado. Un presbítero tuvo una intervención muy dura, dejando la sensación de que las cosas son muy claras y que la gente tiene que hacer lo que tiene que hacer, y ya está. Si te sales de la fila te sales de la verdad, era la línea de argumentación. El grupo se quedó paralizado porque, entre otras cosas, era “la palabra de un presbítero”. Entonces llegó una intervención: “Usted habla de lo que tiene que ser, de la teoría. Pero la realidad es la que es. Y el punto de partida es la realidad . Lo mejor es acoger lo que es y no juzgar a nadie porque no sabemos el sufrimiento y la realidad dura que viven muchas familias ni sabes la que yo vivo en mi situación. No se puede ir por la vida con la verdad aprendida, sino caminado hacia la verdad. Es posible que la meta sea lo que dice, pero es meta, antes hay un camino. Y por favor, sin juzgar y sin clasificar en buenos y malos que así las personas de Iglesia hacemos mucho daño a los de dentro y espantamos a los de “fuera” porque ya los tachamos de “malos” y perciben que no tienen nada que hacer acercándose a la Iglesia, la institución de la intransigencia”.
La intervención me pareció inmensamente interesante. Con las verdades aprendidas de memoria quizás decimos la verdad, pero no respondemos a la verdad y a la realidad que viven las personas. Con la verdad aprendida de memoria quizás nos situamos en el camino fácil de no ver la realidad y no aportar elementos para transformar la realidad. Con la verdad aprendida de memoria quizás sólo podemos realizar acciones pastorales para selectos. ¿Qué hacemos con los demás?
[3] Asamblea de los Obispos de Québec, Proponer hoy la fe a los jóvenes: una fuerza para vivir, trad. española en un inserto de la revista “Gazteen Berriak” de la Delegación Diocesana de Pastoral con Jóvenes, 50(2006)3.
[4] Cfr. A. GINEL, Historia de salvación y acción pastoral, en Misión Joven 334 (2004) 27-32.49-51.
[5] Ibidem, p. 28.
[6] En las nuevas condiciones que son las nuestras, es importante subir allí donde la fe tiene su manantial. El manantial está en la persona misma. El manantial está en la personas, en los momentos esenciales de sus vidas, en las experiencias básicas a través de las cuales se manifiestan los primeros estremecimientos, los primeros rumores de la fe. Es esta fuente es el punto de partida de todo itinerario. Nosotros debemos buscarla, desvelarla, canalizarla sin tregua. Como zahoríes tenemos que estar atentos a este nacimiento, lejano o próximo, de agua viva. Atentos al pozo secreto que cada uno tiene en lo más profundo de sí mismo”. Asamblea de los Obispos de Québec, Proponer hoy la fe…,Ibidem, pp.4-5
[7] “Entre los muchos aspectos indicados con ocasión del Sínodo, quisiera recordar la perdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos da la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia”. (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 7). Además de los Episcopados de Francia y Québec, ya citados, que reflexionan sobre la situación de nuestro mundo y sus repercusiones para la acción eclesial y pastoral, podemos mencionar al episcopado de Bélgica, Envoyés pour annoncer, Declaración para el año pastoral 2003-2004; al episcopado Italiano, Questa è la nostra fede. Nota pastorale sul primo annuncio del Vangelo, 2005. El episcopado Español ha reflexionado sobre estos mismos problemas tomando otro punto de vista: más que centrarse en la realidad del mundo, ha preferido centrarse en la Teología, cfr.Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. Instrucción pastoral de la LXXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Marzo 2006, en “Ecclesia” 3.305-06(2006)542-559. Hay otros datos de nuestro entorno más cercano que habrá que considerar como la encuesta última que acaba de aparecer: Fundación Santa María, Jóvenes españoles 2005, SM, Madrid 2006. LUIS GONZÁLEZ CARVAJALSANTABARBARA, Las dificultades de la fe cristiana en Europa, en “Sal Terrae” 94(2006)99-110.
[8] Les Évêques de France, Proponer la fe en la sociedad actual, en “Ecclesia” 5 y 12 abril 1997, p. 26(514).
[9] En una reunión de adultos les pregunté: ¿Qué es lo que hoy os ayuda a vivir en cristiano? Me llamó la atención la respuesta de una persona, que se define muy “filosófica” y que le gusta pensar: “A mí me ayuda a creer la vida. Las cosas sencillas de la vida me han ayudado a despejar dudas, a plantearme preguntas; los hechos son los que te abren los ojos, la vida diaria te va abriendo los ojos. Después necesitas compañía, hablar con otros, seguir buscando, pero la vida es mi libro para rastrear a Dios y para encontrarme con Jesús. Lo que más te hace pensar es lo que te pasa. Estás implicado en ello y por eso sientes una fuerza interior que te lleva a encontrar respuestas”.
[10] En la acción pastoral normal me sorprenden esas personas que van lentamente “re-visitando” la fe. Un día, te das cuenta de que avanzan de manera sorprendente y ellas mismas buscan medios para reformular la fe en libros, en encuentros, en coloquios personales.
[11] Les Évêques de France, Proponer la fe en la sociedad actual, en “Ecclesia” 5 y 12 abril 1997, p. 41(529).
[12] Questa è la nostra fede, Introducción.