EL DEPORTE, LUGAR EDUCATIVO

1 mayo 2006

Fernando García
 

Fernando García es coordinador provincial de deportes de la Provincia Salesiana de Madrid.

 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo propone con mucha claridad el deporte como espacio educativo y pastoral, entendiendo la  pastoral como el conjunto de acciones que la comunidad eclesial realiza para dar plenitud de vida y esperanza a los jóvenes. Propone, pues, el deporte como espacio donde educar, crecer, transmitir un sueño de persona; como lugar privilegiado para la relación educativa. Y propone un conjunto de pistas para realizar concretamente la educación a través  del deporte, teniendo delante los retos de la sociedad compleja en la que vivimos (consumismo, presentismo, cultura del exceso y de lo fácil, relativismo, individualismo, violencia).
 
Jesús era un manojo de nervios. Aquella tarde no se había estado quieto ni un minuto. Había cenado y una vez en la cama, apenas concilió el sueño. La imaginación le transportaba una y otra vez a lo que iba a suceder a la mañana siguiente. Fue el primero de la casa en levantarse, y aunque el colegio estaba a  poco más de cinco minutos andando, media hora antes de lo convenido, ya se había enfundado su camiseta de color azulón, su pantalón amarillo con ribetes azules, sus medias y sus zapatillas nuevas, que los abuelos le habían comprado para la ocasión. Todo este extraño comportamiento había comenzado desde aquel martes en el que el coordinador de deportes de su colegio, le había entregado la carta para sus padres, comunicándoles que el sábado siguiente habría partido. Jesús se lo había contado a sus amigos, a sus familiares e incluso hasta a los vecinos… y es que para Jesús, a sus ocho años, éste era ¡su primer partido!
El caso de Jesús es real. Es uno de tantos que conocemos muy bien los que trabajamos en el mundo del deporte. Por eso, mirando a los ojos a Jesús y a la ilusión de tantos niños que se levantan los sábados por la mañana pensando en su partido, nos podemos preguntar: ¿qué tiene el deporte para provocar en los muchachos esta cadena de emociones?; ¿cómo debemos canalizar esta fuerza para que no desemboque más tarde en violencia?; ¿puede ser el deporte un lugar educativo y pastoral?
Hubo un  tiempo en el que del deporte se tuvo una marcada «visión instrumental». La práctica deportiva era utilizada como un instrumento, e incluso a veces como un chantaje, para la consecución de objetivos más «serios» e «importantes» que estar corriendo detrás de un balón. Aún recuerdo el ambiente de tiempo libre que yo frecuentaba de pequeño en el que el requisito indispensable para poder participar en los campeonatos de fútbol sala o baloncesto, era presentar el carnet con el sello que acreditaba que se había asistido a misa…
La propuesta que me gustaría compartir con vosotros es otra. Yo creo que el deporte es un «lugar» en el que las personas satisfacemos la necesidad vital de jugar. Por eso, este juego llamado deporte desencadena, de forma especial en los muchachos, una auténtica tormenta de emociones, que el hábil educador debe saber manejar, para hacer de este espacio, un auténtico lugar educativo. El deporte, además, es en esta sociedad compleja, un lugar privilegiado de aprendizaje social. A través de sus normas, reglas y valores característicos, puede ayudar a las personas a realizar esa fascinante tarea que supone prepararse para vivir una vida adulta con autonomía y compromiso social. Por eso, el deporte, respondiendo a la tercera de las preguntas, lejos de ser un instrumento educativo, es un espacio propio donde poder realizar un trabajo educativo y pastoral de primera magnitud.
 

  1. Educación y pastoral

 
En buena medida, la discusión sobre si el deporte es un trabajo educativo y pastoral, se soluciona aclarando bien estos términos. En función de lo que entendamos por educar y por hacer pastoral, tendremos una u otra opinión sobre el tema. Quien quiera saber mi opinión con más profundidad puede tomar entre sus manos otro artículo publicado en esta misma revista bajo el título «Pastoral Juvenil en una sociedad compleja»[1], como aquí no puedo extenderme demasiado, me limito a dar unos rápidos brochazos.
La educación es uno de los retos más importantes que tiene que afrontar la sociedad compleja en la que vivimos. Educar es básicamente ayudar a crecer: ayudar a los jóvenes a adquirir una identidad personal fuerte que les capacite para afrontar el reto de vivir con autonomía y responsabilidad; ayudar a vivir en sociedad, a desarrollar con las demás personas un proyecto común, para la construcción de un entorno más justo y solidario; ayudar a crecer en humanidad, desarrollando todas las capacidades que los jóvenes llevan dentro y abriéndoles a la dimensión trascendente de la vida.
Esta noble tarea, que es la educación, es una labor de equipo. Un buen proyecto educativo incluye intervenciones muy diversas, en una única dirección. Es en este sentido donde el deporte se convierte en uno de los lugares privilegiados de educación. El «sueño de persona» que el educador quiere transmitir al niño, adolescente o joven que tiene delante, lo puede llevar a cabo en una clase de matemáticas, en un centro juvenil de tiempo libre, en una tutoría, en una charla en el patio… o en un entrenamiento.
Dado el carácter libre y espontáneo que rodea las relaciones educativas en el ámbito deportivo, esta transmisión de sueños e ideales puede realizarse de una forma mucho más eficaz. Para que esto sea posible, es indispensable que el entrenador, tome conciencia de su función educativa y que ésta se lleve a cabo de una manera coordinada entre todos los agentes educativos que intervienen en la vida del muchacho: padres, profesores, animadores de tiempo libre, catequistas, entrenadores…
Me gustaría dar una última pincelada a esta rápida reflexión sobre la educación. La educación es un proceso de comunicación y en este proceso tienen tanta importancia las palabras como los gestos. Comunicar no es sólo echar discursos, sino llegar a un terreno compartido de signos entre las dos personas que establecen un contacto. Esta constatación tiene una importancia especial en el mundo del deporte, donde lo simbólico prevalece frecuentemente sobre el discurso. El entrenador, desde el momento en que se pone al frente de un equipo, está lanzando mensajes comunicativos al grupo y a cada uno de sus miembros, con sus actitudes, sus gestos y sus expresiones. Manejar con sabiduría los pequeños detalles que se observan en un entrenamiento o en un partido, es de vital importancia para poder ser un buen educador y puede resultar mucho más eficaz que un interminable sermón sobre el respeto o la solidaridad.
Defendida la dimensión educativa del deporte abordo con la misma rapidez la otra cuestión: su dimensión pastoral. No pocas veces he escuchado a coordinadores de deportes lamentarse de que su trabajo no es suficientemente valorado porque es considerado como una especie de pastoral de segunda categoría. De nuevo debemos clarificar el lenguaje y preguntarnos: ¿qué es lo que entendemos por pastoral? Si la pastoral tiene como único objetivo garantizar la asistencia de público a las celebraciones dominicales, ciertamente el mundo del deporte poco tiene que aportar a este trabajo. Pero si la pastoral coloca en el centro de sus preocupaciones a la persona y a su desarrollo integral, tal vez la situación respecto al deporte de un giro de 180 grados.
Una persona autorizada en el mundo de la pastoral juvenil define esta disciplina como el «conjunto de acciones que la comunidad eclesial realiza, bajo la guía del espíritu de Jesús, para dar plenitud de vida y esperanza a todos los jóvenes»[2]. El contenido de la pastoral es por tanto la vida; una vida que desde la óptica de la fe es invitada a ser vivida con la cabeza bien alta, con pasión, con esperanza, con plenitud.
Superada la vieja disyuntiva entre educación y evangelización, el creyente lleva consigo una visión cristiana de la vida que le hace evangelizar mientras educa y educar mientras evangeliza, porque la experiencia de fe no es una experiencia más entre otras posibles, sino que tiene una función unificadora del resto de experiencias vitales. Por eso mirar la vida con los ojos de la fe supone dar una tonalidad nueva a los acontecimientos de la vida cotidiana.
Bajo esta óptica, el educador cristiano no pretende «llevar a los chicos a la iglesia», sino transmitirles un sueño de persona y de vida en plenitud. Para ello aprovecha cada fragmento de la vida de los jóvenes para comunicarles implícita o explícitamente los valores del evangelio. Al igual que ocurría al abordar el ámbito educativo, también aquí los procesos comunicativos que se establecen entre el entrenador y los muchachos, tienen una vital importancia para que esta labor se lleve efectivamente a cabo.
El deporte es un lugar privilegiado para ayudar a lo jóvenes a crecer y para transmitirles un proyecto de vida y de persona. Utilizar el deporte como un simple gancho o como un mero instrumento para fines «más dignos», es infravalorar la importancia de un campo de trabajo educativo y pastoral que es especialmente valorado por adolescentes y jóvenes. Ahora bien, ¿Cómo podemos realizar concretamente esta educación a través del deporte? Para responder a esta pregunta propongo siete perspectivas que a mi parecer puede aportar el deporte en la tarea de construir un sueño de persona para esta sociedad compleja en la que nos ha tocado vivir.
 

  1. El deporte ante los retos de la sociedad compleja

 
Vivimos una época de complejidad. Las sociedades occidentales no responden a un patrón homogéneo y unitario fácilmente identificable. Se da una pluralidad de valores y de formas de ser y de vivir, que conviven bajo una apariencia de tolerancia y respeto mutuo. Es en esta sociedad compleja, donde fácilmente se defiende una cosa y su contraria, donde el educador cristiano aporta su proyecto de persona desde lugares tan dispares como puede ser el aula, el taller o el campo de juego. El deporte, resulta en este sentido, un incomparable campo de entrenamiento para el aprendizaje a la vida social y para ofrecer unos valores adecuados para la situación actual.
 
2.1.           Consumo, luego existo
 
La sociedad actual ha colocado al consumo en el eje de su existencia. Consumir se ha convertido en el motor de la economía y en una de las necesidades básicas que es preciso satisfacer para poder ser feliz. De esta forma, «consumidor» pasa a ser uno de los adjetivos que mejor definen a la persona y todo cuanto a ésta le rodea pasa a ser «objeto de consumo».
Dentro de esta lógica, el deporte, como el tiempo libre, cae en las redes de empresas especializadas, que desde la ley de la oferta y la demanda y con el objetivo de obtener beneficios económicos, explotan este campo de consumo en plena fase de expansión.
El deporte, entendido como objeto de consumo, como solución para entretener a los niños durante la jornada laboral de los padres, o como negocio rentable, pierde prácticamente todos los valores educativos que éste entraña. La espontaneidad de las relaciones, el sentido de la gratuidad y del trabajo en equipo, pierden valor cuando lo que más pesa es el negocio o cuando la decisión de hacer deporte no responde a la ilusión de los chicos sino a la necesidad de los padres.
No en vano, la evolución de las jornadas laborales de hombres y mujeres, ha llevado a algún sociólogo a afirmar que el deporte y el tiempo libre serán los grandes negocios de las empresas del siglo XXI.
Frente a esta realidad, nuestro deporte no quiere perder una dimensión lúdica y recreativa. Con una buena dosis de realismo que nos hace vivir sujetos a las leyes económicas y obligados a subsistir pagando cuotas, fichas, derechos federativos o desplazamientos, debemos estar más cercanos al trabajo de voluntariado que al del mundo de la empresa. Nuestro deporte nunca debería poder pagarse con dinero, porque debe sostenerse desde el trabajo de unas personas que además de entrenadores se sienten educadores, comprometidos con la inestimable tarea de ayudar a crecer a las personas.
En una sociedad donde todo gira en torno al consumo, nosotros presentamos un deporte que lo hace en torno a la persona.
 
2.2.            Una nueva configuración del tiempo
 
La relación de las personas con el tiempo ha ido cambiando a lo largo de la historia. No hace demasiado años, se vivía una cultura marcadamente centrada en el pasado. La tradición, los valores familiares, la herencia de los antepasados, eran el mejor patrimonio que se podía transmitir a las nuevas generaciones. El pasado era la clave de lectura del presente y el criterio fundamental para mirar al futuro.
Esta situación, que aún vivieron nuestros padres y abuelos, se ha transformado radicalmente en la actualidad. A los jóvenes de hoy, el pasado les suena a sermones de una generación que no conecta con sus ideales, y el futuro a algo demasiado lejano y complicado como para pensar en ello. De esta forma, aprovechar el presente, gozar al máximo el momento y vivir el día a día sin «comerse demasiado la cabeza», se convierte en un patrón ordinario de conducta de una generación que privada de las lecciones del pasado y de los sueños de futuro corre el riesgo de acabar adormecida en la droga placentera del presente.
Este «presentismo» o «cultura del fragmento», como gustan decir los filósofos actuales, condena a muchos jóvenes en una especie de cárcel de la que resulta difícil salir. Sin historia, sin tradiciones, sin ideales, sin sueños, sin sentido… sólo el placer efímero del momento parece merecer realmente la pena.
Ante esta situación, el deporte ofrece por sí mismo, una serie de valores que pueden ayudar a nuestros jóvenes a recuperar ese equilibrio temporal entre pasado, presente y futuro en todos los ámbitos de su vida. La práctica deportiva, por sencilla que sea, mira necesariamente hacia delante. El deporte no se entiende sin unas metas, sin unos retos por los que luchar desde el presente. El trabajo diario de cada entrenamiento se encamina hacia la consecución de unos objetivos a final de la temporada. Para ello se cuenta con la experiencia acumulada a lo largo de la trayectoria del equipo. Se aprende de los errores y aciertos del pasado, para corregirlos en el presente con la ilusión puesta en el futuro.
El entrenador es en este sentido, el vínculo entre el pasado y el futuro. Con su experiencia vivida es capaz de transmitir y regalar a sus chicos lo que ellos aún no han alcanzado en sus cortos años de vida, y al mismo tiempo es capaz de motivar planteando un horizonte alcanzable a medio o largo plazo. Esta realidad del mundo del deporte es toda una metáfora para la vida. Vivir es soñar por un futuro, por un proyecto personal que se realiza acompañado de otras personas. Sin sueños, no hay vida. Sin futuro, difícilmente se acoge toda la riqueza del presente. En una sociedad donde la pérdida de sueños, de objetivos y de ilusiones acompaña la vida de tantos jóvenes, el deporte se presenta como una espléndida metáfora en las manos de los educadores, para hacerles ver a los que lo practican, la importancia de trasladar a la vida diaria cuanto se aprende de la lógica inmediata y trivial de la competición deportiva.
 
2.3.            Una cultura del exceso
 
Otro de los rasgos característicos de la cultura actual es lo que me gusta denominar con la expresión «cultura del exceso». Hoy en día «el límite» es visto como un enemigo de la vida; algo a eliminar a toda costa para poder satisfacer al máximo los deseos del momento. Discursos sobre la moderación, la prudencia o la templanza respecto a los deseos, resultan fuertemente impopulares.
Estoy convencido de que fenómenos como la cultura del botellón, el consumo de drogas de diseño enmacrodiscotecas, o la cultura de la noche, son consecuencia directa de esta mentalidad que hace del límite un enemigo a derrotar por los deseos. Es una batalla por el placer en el que hay que enfrentarse tanto a los límites del propio cuerpo, -cansancio, agotamiento, sueño- como a los impuestos por la organización social, -prohibiciones, normas, policía- pasando por aquellos del entorno familiar con el que se tiene una relación difícil.
Esta situación se entronca con la expuesta anteriormente. Al fin y al cabo si sólo se tiene puesta la mirada en el momento presente, las consecuencias de las acciones, por muy inmediatas que sean, siempre quedan difuminadas en la neblina del futuro. Ante esta situación, los jóvenes necesitan educadores que les transmitan la importancia de buscar la felicidad dentro de la dialéctica deseo-límite. Tan desaconsejable es la visión estoica que convierte a los deseos en algo negativo que es necesario aplacar, como la visión actual que proclama la liberación de las pasiones y de lo que te pida el cuerpo.
Un proyecto armónico de persona prepara para afrontar esta dialéctica porque sólo aceptando los propios límites, es posible encontrar ese sentimiento estable que es la felicidad, mucho más profundo que los efímeros placeres del momento. Y aquí de nuevo, el mundo del deporte sale en ayuda del sabio educador. El deporte nos enseña que sólo aceptando los propios límites y luchando por superarlos, podemos realmente disfrutar. Algunos límites vienen marcados por las normativas de la competición y otros por las cualidades y capacidades personales de los deportistas.
En nuestra concepción popular y no elitista del deporte, todos, independientemente de sus cualidades, pueden disfrutar de la práctica deportiva, pero para ello hay que realizar un lento y constante aprendizaje de la dialéctica deseo-límite. Tan inapropiada es la actitud del entrenador que desprecia a algunos jugadores por sus escasas capacidades, como la del que les sobrevalora haciéndoles competir en un torneo donde sólo reciben reveses.
Asumir con realismo los propios límites, para no creerse uno más de lo que es, y luchar por superarlos, es una de las máximas evidentes de cualquier equipo y es de nuevo, una metáfora para la vida y para intentar cambiar una cultura del exceso, que a base de dosis intensas e instantáneas de placer, puede llevar a una generación a una situación estable y duradera de confusión.
 
2.4.           El extendido relativismo
 
Es una opinión extendida y mayoritariamente compartida por la gente joven, el hecho de que nadie tiene la verdad sobre las cosas, sino que todo depende de las circunstancias del momento. Nada es mejor que nada, todo es opinable, todo depende… Palabras tan solemnes como la verdad, o el bien, de las que probablemente en el pasado se hizo un uso excesivo, se han guardado en el baúl de los recuerdos, para ser sustituidas por «mi verdad», o por «el bien para mí»…
Eliminados los principios, los valores objetivos, las personas se quedan sin asideros donde agarrarse para orientarse en la vida. Eliminado Dios como punto de referencia, multiplicados los sistemas éticos a gusto del consumidor y reducidas todas las cosas al nivel de lo opinable, en la sociedad actual parece igualmente defendible una cosa que la contraria, siempre eso sí, que esté de acuerdo con las modas del momento o con los patrones de pensamiento que imponen los «tolerantes» medios de comunicación social.
De nuevo el deporte, ofrece una perspectiva diversa ante este extendido relativismo de la sociedad de hoy. Una de las primeras enseñanzas que hay que inculcar a quienes se acercan por primera vez a la práctica deportiva es el respeto a las reglas. La normativa de la competición o la figura del árbitro, representan esa dimensión objetiva y no opinable que resulta indispensable para la práctica deportiva. Respetarlas no se trata sólo de un buen consejo sino de la condición indispensable para que subsista el deporte. Cuando hemos asistido recientemente en la alta competición a la proliferación de casos de dopaje no hemos hablado sólo de la presencia de una trampa, sino de una adulteración que arruina definitivamente una competición o toda una disciplina deportiva.
Desde los niveles más básicos de iniciación deportiva, el respeto a las reglas, a la normativa, a la figura de la autoridad, son mensajes que tienen una enorme proyección social y que asumidos desde el campo del deporte son extrapolables a todos los ámbitos de la vida. Al igual que resulta difícil jugar un partido serio sin un árbitro, la sociedad difícilmente puede funcionar sin unas reglas que todos compartamos y asumamos. Recuperar el sentido de la autoridad y de la objetividad de las normas, es una tarea urgente para mejorar la convivencia en una sociedad que en ocasiones ha confundido la libertad con el capricho y la subjetividad con el relativismo.
 
2.5.           La cultura de lo fácil
 
Basta abrir una revista de actualidad para encontrarnos con anuncios que pregonan la inmediatez y rapidez de sus productos. Aprenda inglés sin esfuerzo, adelgace veinte kilos en un mes… Quienes trabajamos en la educación y afrontamos diariamente la fascinante tarea de enseñar, podemos constatar cómo palabras como constancia, esfuerzo, sacrificio, trabajo diario… han desaparecido del vocabulario de muchísimos estudiantes. Hoy se buscan resultados inmediatos sin esfuerzos prolongados; se prefiere lo fácil frente a lo costoso.
Esta mentalidad es responsable de buena parte del fracaso escolar, porque por muchos y buenos anuncios publicitarios que pongan las empresas o academias de turno, aún no se ha encontrado la medicina que sustituya la ardua tarea del estudio personal.
De nuevo el deporte, sale en nuestra ayuda para ofrecer una perspectiva diversa de las cosas. Frente a esta cultura de lo fácil y de los resultados inmediatos, cualquiera que haya dado dos patadas a un balón o haya tirado cuatro veces a canasta, sabe a la perfección que sólo el trabajo, la constancia y el esfuerzo personal y colectivo es garantía de éxito en la competición deportiva.
El deporte que nosotros proponemos, inculca todos estos valores para la práctica deportiva y para la vida. Para un muchacho de catorce años entender que tiene que correr y sudar la camiseta para poder salir de titular en el próximo partido, le resulta bastante obvio, pero entender que este proceso es muy similar al que se establece entre el estudio personal y los resultados académicos ya no es tan natural. Trasladar lo valores del mundo del deporte a la vida del muchacho es la tarea de un sabio educador.
 
2.6.           Un individualismo generalizado
 
Nuestra sociedad ha ido evolucionando en estos años, desde una organización más comunitaria a una más individualista. Aquellos tiempos en que las personas que vivían en un mismo entorno se conocían y hablaban entre ellas, ha ido dejando paso a una configuración de la vida más aislada y cerrada en un núcleo familiar cada vez más pequeño.
La familia antes era un concepto amplio que incluía varias generaciones y una amplia rama de sobrinos, primos y primos segundos. Hoy en día esta institución en franco declive, se limita en buena parte a padres e hijos que mantienen contactos cada vez más esporádicos con los otros miembros más cercanos. Por otro lado, las sociedades modernas más que con ciudadanos cuentan con individuos que consumen servicios sociales pero que no se comprometen ni lo más mínimo, ni con la gestión, ni con la organización de los mismos.
Ante este individualismo generalizado, el deporte, sobre todo en los deportes colectivos, aunque incluso en los individuales, ofrece la importancia del grupo y de la cooperación, como factor indispensable para obtener resultados.
Al menos teóricamente, muchas veces recibimos mensajes de los deportistas profesionales en esta misma línea: «lo importante es el equipo», «el grupo debe prevalecer sobre los intereses personales» «yo me debo a mi club»… Efectivamente, el mundo del deporte nos enseña que cada uno de nosotros somos responsables de la marcha del grupo, que para el buen funcionamiento de un equipo, todos somos importantes y que los mejores jugadores a nivel individual cuando no marchan en la misma dirección, no obtienen los mejores resultados colectivos. Una vez más no resulta difícil sacar consecuencias de esta actitud para el funcionamiento de una clase, de una empresa o de una sociedad.
Si en este punto, el deporte profesional, al menos teóricamente, nos lanza mensajes que podemos asumir desde una perspectiva educativa, más problemática resulta la relación existente con los otros compañeros de juego que suelen ser definidos como los contrarios, los adversarios o los rivales.
Una labor educativa de primera necesidad en el mundo del deporte, provocada por el aumento de la violencia que ha proliferado por los malos ejemplos transmitidos desde la alta competición, es transformar esta visión del «rival» por la del «compañero de juego». Sin un equipo contra el que jugar o sin un tenista al otro lado de la red, no hay partido posible. Inculcar un respeto hacia los otros es una de las dimensiones de esta función grupal del deporte en la que nunca se insistirá suficientemente.
 

  1. 7. Stress, descarga, evasión, violencia…

 
Dejo para el final el punto más delicado, y tal vez el de más difícil solución. Hace apenas unos minutos he comentado a una amiga que estaba enfrascado en escribir un sencillo artículo sobre el deporte como un campo educativo e inmediatamente me ha preguntado con una buena dosis de ironía: ¿Hablarás de la violencia? Y es que ciertamente éste es el gran cáncer que corroe al mundo del deporte y que le imposibilita en muchos casos, llevar adelante toda la fuerza educativa que he ido desgranando.
Cuando un grupo de padres vociferan como posesos a unos niños de diez años que acaban perdiendo los nervios ante tanto grito; cuando un entrenador pierde sistemáticamente los papeles ante un árbitro que además de estar aprendiendo, dedica las mañanas de los sábados a pitar más por amor al arte que por otra cosa; cuando un campo de fútbol al que acuden niños, jóvenes y adultos se convierte en una olla a presión donde se echa fuera todo el stress acumulado durante la semana acordándose hasta la décima generación de antepasados de aquel pobre hombre del silbato, poco o nada educativo se puede hacer.
Hay gente que vive el deporte como una oportunidad de descargar el stress acumulado, de evadirse de los problemas cotidianos y de echar fuera toda la agresividad acumulada durante la jornada. Así entendido, el deporte nunca podrá ser educativo.
Pero afortunadamente el deporte no es eso. El deporte es un magnífico espacio donde educar, donde crecer y donde transmitir un sueño de persona. El deporte es un lugar donde entablar una estupenda relación entre educador y educando que traspase la tarea inmediata de preparar un partido, para aterrizar en otras dimensiones de la vida. El deporte es un lugar donde se puede ayudar a crecer en humanidad y donde se puede ofrecer en clave de fe, una forma de vivir según los valores del evangelio.
Por estas razones y a pesar de las dificultades, creo profundamente en el deporte, siempre y cuando no sea utilizado instrumentalmente para otros intereses y siempre y cuando cuántos trabajan en él tengan plena conciencia de su labor educativa y del proyecto de persona del que ellos son portadores y que están llamados a comunicar.

FERNANDO GARCIA

estudios@misionjoven.org

[1] Cf. F. GARCÍA (2004). Pastoral Juvenil en una sociedad compleja. en Misión Joven 333. pp. 50-62.
[2] R. TONELLI (2002). Per una pastorale giovanile al servizio della vita e della speranza. Torino:Leuman. pp.16-17.