¿MAS SOMBRAS QUE LUCES EN EL MUNDO JUVENIL ESPAÑOL?

1 junio 2005

Juan González Anleo
 
Juan González Anleo es Catedrático de Sociología en la Universidad Pontificia de Salamanca.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Contra la imagen que de los jóvenes proyectan los MCS, optimista o abiertamente pesimista, el autor se detiene en presentar un conjunto de rasgos positivos que, en general, según los estudios sociológicos aparecen configurando la identidad de los jóvenes actuales. Señala, entre ellos: la tolerancia, la apertura a la diversidad, el aprecio a la familia, amigos y trabajo, la atracción hacia los nuevos movimientos sociales, la alta valoración de la solidaridad, la atención y valoración de lo próximo y cercano.
 
 
La imagen de los jóvenes españoles es de puro desconsuelo, para llorar. Me refiero a la imagen que proyectan los MCM. La paradoja es hiriente. La prensa, en general, es abiertamente pesimista. En cambio, la TV y la publicidad en las revistas y en todo tipo de publicaciones, para adultos o para los mismos jóvenes, más que optimista, se muestra seducida. Seducida y fascinada   por “lo joven”: cuerpos bellos y rebosantes de sexualidad, incansables y dinámicos, rostros alegres y amigables, abiertos a la amistad y la aventura, chicos y chicas dispuestos a todo, capaces de todo, tolerantes con todo…Así suelen aparecer los jóvenes en los spots publicitarios, las series televisivas, los anuncios de consumo, de ropa, de bebidas y de viajes, las entrevistas, los concursos y las tertulias. La prensa escrita, en duro contraste, se extiende, con o sin fundamento objetivo, en todo tipo de “horrores” de los que los jóvenes son los protagonistas o las víctimas,: vandalismo y violencia, botellón y drogas, sexo desenfrenado, embarazos adolescentes, desprecio de la sociedad y la política, desenganche eclesial, rechazo del matrimonio, huida cautelosa de todo compromiso serio, o menos serio la lista es interminable y fatigosa.
 
Hace pocos días un diario nacional publicaba un desesperado alegato, firmado por Eduardo Verdú, sobre- ¿contra?- los jóvenes, “El desprecio adolescente”. Extraigo los puntos más lacerantes:
 
“Estamos ante la generación de quinceañeros más egocéntrica, maleducada escandalosa y autodestructiva. Su actitud desordenadamente rebelde o su abulia ante el mundo provoca preocupación en sus padres, pero rechazo también en gran parte de su entorno. Los adolescentes se han transformado en una especie de tribu urbana totalmente desconectada no sólo de la generación precedente sino de cualquier joven que supere los 25 años (…) Los adolescentes no se identifican con el resto de los ciudadanos ni éstos con los adolescentes. (…) La falta de información o de diálogo entre padres e hijos es siempre la causa alegada para explicar el desfase de los adolescentes pero ésta es la prole más aleccionada de la historia en asuntos de estupefacientes o sexo. Se “colocan”, sin embargo, como nunca antes y a edades cada vez más tempranas (y) la tasa de embarazos entre chicas de catorce a diecisiete años ha venido a duplicarse en la última década. El adolescente no muestra interés por escuchar ni dialogar. Es una actitud esquiva y desdeñosa la que le blinda frente a las advertencias de las campañas antidroga (…) Los progenitores están seriamente preocupados porque intuyen que la asicronía con estos chicos no es una simple consecuencia de la edad del pavo sino de la ascendencia de una nueva ‘estirpe’ cada vez más encerrada en sí misma, enrocada contra la autoridad y contra el resto de reglas ajenas a su tribu.”
 
¿Tanta sombra y ni un rayo de luz en los jóvenes que alegran hogares y escuelas, calles, plazas y todo el bullicioso paisaje urbano de nuestros días? Vayamos despacio.
 
Desde la inevitable lejanía del adulto, todos los jóvenes pueden parecerse: ropa y moda,   peinados, ruidos y gritos, gestos y argot, música, invasión y ocupación desafiante de la calle y de la noche, estilo escandaloso y vibrante …Pero las diferencias son más importantes de lo que suele el adulto imaginarse. El estudio de la Fundación Santa María “Jóvenes españoles 99” identificó, mediante un estudio minucioso , cinco tipos de jóvenes, a los que denominó institucionales ilustrados, el grupo más numeroso, algo menos de la tercera aparte de la muestra nacional de 4.000 jóvenes de 15 a 24 años ; en el extremo opuesto, una minoría de escaso volumen pero muy destacada por su violencia y radicalismo, los antiinstitucionales, un 5%; los   altruistas comprometidos, un 12%, llaman la atención por una seña de identidad que, en cierta medida, los hace excepcionales: son religiosos, tranquilos, de destacado rigor ético y, sobre todo, abiertos a compromisos sociales como los implicados por la pertenencia a las ONG, de las que son prácticamente los únicos miembros; en un espacio social muy distante se ubican los libredisfrutadores, un 25%, que llaman la atención por su alta permisividad y tolerancia hacia comportamientos poco “recomendables” o abiertamente asociales, como la droga, el alcohol, el sexo libre, etc, sin olvidar su rechazo de las instituciones y una indiferencia religiosa de gran calibre. El resto de los jóvenes, un 28%, es apático, poco activo social y culturalmente, encerrado en sí mismo e intolerante. Tienen también su apellido : retraídos sociales.
 
¿Luces y sombras, o más sombras que luces? Es evidente que no todo son sombras, nos lo dice la tipología que acabamos de ver. Hay grupos comprometidos, socialmente activos, bien encajados en la sociedad, moralmente serios, abiertos y tolerantes, incluso, aunque en menor cuantía, de una religiosidad más que aceptable. Pero lo que me propongo en esta reflexión es identificar los rasgos positivos que, con mayor o menor intensidad, caracterizan a los jóvenes en general. Y los estudios sociológicos hoy disponibles permiten esa caracterización, sin caer en alabanzas sin fundamento y sin ignorar los aspectos negativos, las sombras.
 

  1. Tolerancia y pluriculturalidad

Uno de los aspectos más positivos de los jóvenes españoles hoy es la tolerancia. Ellos mismos se proclaman tolerantes, y los adultos sitúan la tolerancia a la cabeza de las cualidades que se inculcan a los niños en casa, coincidiendo en esta preeminencia con los europeos en general, como ha puesto de manifiesto la Encuesta de Valores Europeos de 1999. Los jóvenes españoles son tolerantes y abiertos al “otro” diferente, en cualquiera de sus versiones. Sólo rechazan a   los violentos, y quizás por eso mismo, a los extremistas de la ultraderecha y la ultraizquierda, especialmente a los primeros. La singularidad sexual, étnica, religiosa o ideológica no les inquieta. Viven y se relacionan con todos sin ningún problema. Los datos de “Jóvenes españoles 99” certifican este alto nivel de tolerancia: no llegan al 25% los jóvenes a los que “no les gustaría tener como vecinos” a homosexuales, gays y lesbianas, enfermos del sida, trabajadores inmigrantes extranjeros y gente de otra raza. El rechazo al otro se ceba especialmente en los violentos- ETA, neonazis…-, y drogadictoss.
 
Otro rasgo positivo de los jóvenes españoles es su sólida apertura a la diversidad cultural, a la pluriculturalidad. La identidad juvenil se caracteriza hoy por la flexibilidad, la polivalencia, la adaptabilidad. Por eso mismo, el dilema planteado en nuestros días a escala mundial entre la globalización y el localismo, que algunos resuelven fundiéndolos en un solo concepto, la glocalización, ha recibido una clara respuesta y una solución en la vida y en la praxis cotidiana de los jóvenes, que viven con absoluta naturalidad el mestizaje cultural y social, con la excepción del grupo de antiinstitucionales al que me he referido en un párrafo anterior.
 

  1. Familia, amigos, trabajo

Familia, amigos y trabajo destacan como “santísima trinidad” de la juventud española de nuestros días. No es una mala deidad. El ganar dinero y el tiempo libre y de ocio sólo aparecen en cuarto y quinto lugar, aunque hay que tener aquí muy presente lo que ya descubrió Amando de Miguel en una de sus investigaciones sobre la sociedad española: cuando se les pregunta sobre los valores o ideales personales, los españoles siempre citan en primer lugar la familia, sin discusión, seguida de la amistad y del trabajo, pero cuando se les pregunta “malintencionadamente” sobre los valores de los demás, el dinero desplaza a la familia y salta al primer lugar. Chicos y chicas, adolescentes y jóvenes algo más maduros no se diferencian apenas en su reverencia a los tres valores señalados, pero el factor ideológico- política y religión- marca con fuerza contrastes interesantes en el esquema completo de valores juveniles. Los católicos practicantes – mucho o poco- valoran bastante más la familia, los estudios y una vida moral y digna; los no creyentes siguen considerando a la familia como el aspecto más importante de su vida, pero con bastante menos convencimiento que los chicos y chicas practicantes, y se distancian notablemente de éstos por su escasa estima a una vida moral y digna, a la política y a los estudios. Valoran más, en cambio, el ganar dinero y el tiempo libre.
 

  1. Nuevos movimientos sociales y desestima de instituciones

Los nuevos movimientos sociales, que han desplazado en el imaginario de adultos y jóvenes a los “viejos movimientos sociales” del XIX y XX – comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo…- gozan de un gran atractivo en el mundo juvenil. Destacan con más de un 80% de aprobación (datos de 1999) los movimientos de apoyo a los enfermos de sida, los de defensa de derechos humanos, los ecologistas, los pacifistas, los de lucha contra la segregación racial y los de apoyo y acogida a los emigrantes. En otras palabras, interesan por encima de todo el Hombre, el Marginado y la Naturaleza. La Iglesia y los educadores deberán tener muy en cuenta estas prioridades juveniles, y buscar la forma de remontarse desde ellas al mundo trascendente que da sentido pleno a esas prioridades, y, en muchos casos, ofrece en el Evangelio el camino para hacer frente a los problemas reales que la lucha por aquellos tres objetivos plantea sin cesar al joven creyente y a todos los jóvenes de buena fe.
 
Se lamenta hoy la escasa estima que los jóvenes prestan a las instituciones, en particular a las que implican orden, control y jerarquía, como la justicia, las FFAA y la Iglesia, a las de carácter político, y las que “se ensucian las manos” en el borrascoso mundo del dinero: Grandes Empresas y Sindicatos. Hay sin embargo varias instituciones que se salvan de la quema, y en ellas descubrimos un rasgo positivo de los jóvenes españoles. El sistema de enseñanza recibe un voto de confianza del 63% de éstos, pero no podemos en justicia concluir ingenuamente que los jóvenes españoles adoran el saber, la ciencia y el conocimiento. Los datos apuntan a que en la escuela, el instituto y la Universidad, lo que los jóvenes valoran por encima de todo es el factor “amigos”, muy por encima de los profesores y de la capacitación para el trabajo y, desde luego, que la organización y los métodos de enseñanza. Se puede, pues, sospechar con algún fundamento que no es tanto la institución como los “efectos colaterales” de la misma, el lugar de encuentro con amigos y compañeros, lo que atrae a los jóvenes. Muy por encima del sistema de enseñanza, las instituciones a las que los jóvenes otorgan el máximo de crédito y confianza son las ONG. Por su carácter desinteresado y benéfico, por su cercanía al mundo de la pobreza y la marginación, por su ausencia- o nivel mínimo-   de estructura burocrática, y, sobre todo, porque es la realización práctica y socialmente visible de uno de los valores más apreciados por los jóvenes, la solidaridad. La alta valoración de la solidaridad que hoy se percibe en el mundo juvenil, y las frecuentes muestras prácticas de la misma, honra a los jóvenes, muy en especial a los que de hecho pertenecen a organizaciones de carácter solidario, religioso o no: casi un 10% de los jóvenes de 15 a 24 años, lo que viene a significar en números redondos más de medio millón de chicos y chicas.
 
Emparentado con la solidaridad debo hacer referencia a la red de grupos, grupúsculos y movimientos antisistema y antiglobalización que van apareciendo con el universo juvenil español. Sus objetivos y, sobre todo, sus métodos, son a veces discutibles, pero en el fondo revelan un valor indiscutible: el malestar, la protesta y no pocas veces la lucha contra un mundo que no les gusta. Esta actitud de profundo descontento, a veces poco definida, es un capital flotante de religiosidad, típicamente cristiano- no es frecuente en otros universos religiosos- , y pone de manifiesto en el imaginario juvenil la persistencia soterrada de una utopía de bondad, belleza y armonía entre los hombres   que para mí tiene raíces evangélicas. Pablo VI y Juan Pablo II se han referido más de una vez a esa utopía, a ese preguntarse no tanto “porqué es así la sociedad” sino “porqué no es como la soñamos y la queremos”. En una época de la historia marcada por el declive de las ideologías y el enfriamiento de todas las utopías, la marxista y la humanista, los ojos de los hombres se pueden volver a un Reino de Dios iniciado en la tierra por obra de comunidades cristianas que sean capaces de vivir la radicalidad del Evangelio y la “valentía indescriptible de atreverse a ir en contra de todas las experiencias baratas de los hombres (y de) elevarse como un único grito por encima de esta historia, diciendo ¡Existe Dios, Dios es Amor’” (Rahner).Esa valentía y ese grito de los que habla el teólogo están quizás siendo hoy prenunciados , algo grotescamente en ocasiones, por los jóvenes que se atreven a enfrentarse con los poderes de este mundo para proclamar su rechazo de un mundo insoportable.
 

  1. Proxemia juvenil

El descrédito ante los ojos de los jóvenes de la mayor parte de las instituciones nos invita a considerar un rasgo juvenil algo ambiguo, la proxemia juvenil, así denominada por Javier Elzo en su trabajo de “Jóvenes españoles 99”. Proxemia significa una mayor atención y valoración de lo próximo, lo cercano y lo local. Por una parte eso puede explicar que las instituciones que los jóvenes perciben como lejanas sean objeto de la desconfianza y la minusvaloración juvenil. “Percibir como lejanas” implica una lejanía de los intereses y preocupaciones de los jóvenes, que, lo han confesado en numerosos estudios, son prioritariamente el paro, la droga, , el sida y la falta de futuro, preocupación juvenil esta última que traduce problemas básico de toda la sociedad española como el acceso a la vivienda y los empleos escasos o precarios. Los empleos basura que castigan fundamentalmente al mundo de los jóvenes. Esa lejanía, real o no, pero percibida y resentida como tal, se traduce habitualmente en una pregunta que de forma más o menos explícita se hace la mayoría de los jóvenes: “¿Qué hace por mí, en qué me ayuda a resolver mis problemas la Constitución, el Gobierno, el Sindicato, la Iglesia…?” No debe olvidarse que una característica muy acusada de los jóvenes hoy es el pragmatismo, fruto en buena medida del consumismo, que incita a valorar los objetos, las instituciones y las organizaciones, incluso las personas, por sus resultados prácticos, para-mí-ahora.
 
Pero la proxemia en su sentido original- valoración de lo próximo y local- es un rasgo positivo y alentador en un mundo dominado por la globalización, con su amenaza siempre pendiente sobre la identidad de las pequeñas comunidades y de las culturas particulares. La glocalización, a la que antes me he referido como fusión de la globalización y del localismo, puede aprovechar la   proxemia que caracteriza a los jóvenes españoles, y convertirse en un desafío que llame a su imaginación y a su sentido profundo de protesta contra la homogeneización y la pérdida de identidad   que trae consigo el imperialismo de la cultura norteamericana McWorld.
 

  1. Paz y democracia

En el ámbito político hay que señalar como rasgo positivo la promesa de estabilidad y paz que implica la ubicación política de los jóvenes españoles en el centro. La rebeldía de los jóvenes, rasgo siempre reclamado por ellos en las consultas y las encuestas, y el larvado sentimiento antisistema y antiglobalización del que se ha hecho mención, no se traslada al extremismo en la política. Un 10% de los jóvenes de 1999 se ubican en posiciones moderadas, de centro-izquierda, exactamente en el punto 4,6. se la escala izquierda-derecha (de 1 a 10). A finales de los 70 y en los 80, recién ingresados en la democracia, los jóvenes tendían a concentrarse en posiciones de izquierda neta, y casi un tercio se adhería a alternativas de tipo revolucionario. La juventud española, junto con la italiana, griega y, algo menos, la francesa, es la más orientada a la izquierda de toda Europa, y aunque puesta a elegir entre la libertad y la igualdad, la primera sale triunfadora- en los comienzos de la década de los 90 ambas opciones estaban casi igualadas- su opción por la igualdad sigue siendo alta, un 38% la ponen por encima de la libertad. Puede gustar o no gustar, pero en esta época de neoliberalismo salvaje me parece un buen augurio, un rasgo juvenil positivo. Como lo es, sin duda, contra el arrollador neoliberalismo , el que un 58% de los jóvenes prefiera la alternativa “el “Estado debe intervenir y controlar las empresas” frente al “funcionamiento libre del mercado”, sobre todo si se tiene en cuenta que la opción juvenil por la democracia es terminante, y así las tres cuartas partes afirma que es preferible, frente a sólo un 23% que dice preferir un gobierno autoritario.
 

  1. El valor de la familia

El valor de la familia, la importancia que los jóvenes le atribuyen, los beneficios que en ella reconocen, constituyen uno de los rasgos más positivos de la juventud española actual   Esa valoración aumenta si tenemos en cuenta que los jóvenes españoles viven hoy en un paisaje social sembrado de paradojas y una de ellas, quizás la más llamativa, es el hecho de que su posesión de recursos formativos y culturales es muy superior al de ninguna otra generación juvenil de la que se tiene memoria histórica. Es además muy grande su emancipación normativa, dado el amplio margen de libertades conseguidas y del elevado nivel de permisividad social de que disfrutan, pero su emancipación “territorial” es tardía, difícil y costosa, y muchos jóvenes, emancipados psicológica y moralmente, siguen viviendo en el hogar familiar por las razones ya conocidas, difícil acceso a la vivienda y contratos basura. Muchos recién descolonizados”,es decir, ya independientes y con recursos propios- económicos, aunque sean inseguros, educativos y culturales- se sienten a gusto compartiendo hogar, pan y convivencia con sus padres “excolonizadores”.
 
La familia española, a pesar de la crisis de sus formas tradicionales y de los embates legales y mediáticos a los que está siendo sometida, sigue figurando muy por encima de todas las cosas importantes de la vida de los jóvenes. Una mayoría indiscutible, cerca de las tres cuartas partes, le atribuyen una “gran importancia”, por encima de la otorgada a los amigos y el trabajo, algo más de la mitad, y del dinero, los estudios y la competencia profesional. La familia aparece como un espacio seguro de estabilidad vital y emocional en el que la educación y el bienestar de los hijos gozan de una garantía total. Y no hay prácticamente distinciones según edad, sexo, nivel educativo o clase social.. En 1999 más del 80% de los jóvenes mostraban su acuerdo con estas dos afirmaciones: «La familia proporciona la estabilidad que no se halla en otros ámbitos» y «El tiempo dedicado a la educación de los hijos es la labor más importante de los padres aunque ello suponga ganar menos dinero». Debo señalar, aunque pueda molestar a no pocos, que los hijos que más importancia reconocen a su familia y que mejor se llevan con sus padres son los que se declaran católicos, incluso aunque no practiquen. En general, los datos de los estudios de la juventud española han encontrado una correlación indiscutible entre solidez y calidad de la vida familiar y religiosidad alta o media.
 
Hay otra razón para este indudable “encontrarse a gusto” en la familia: la mayoría de los jóvenes, un 53%, asegura que” se llevan estupendamente con sus padres”. Los conflictos se suelen limitar a discusiones a propósito de la participación juvenil en las tareas domésticas, la hora de llegar a casa por la noche y de levantarse por la mañana, y, lógicamente, la dedicación a los estudios y la cuantía de la “paga” semanal. Es curioso, entre 1990 y 2000 ha disminuido el porcentaje de hijos que señala algún tipo de conflicto paterno-filial por estos motivos: de 283 a 222%. Probablemente porque los padres han ido cediendo, sobre todo en el eterno escollo: las horas de regreso nocturno y de “diana” matutina.   Estas cesiones han ido acompañadas por una saludable democratización de la familia. En “Jóvenes españoles 99” los datos sugieren el predominio del modelo democrático, participativo y de apoyo, según se trasluce de las respuestas afirmativas a dos cuestiones clave: la frecuente consulta a los hijos para las decisiones que afectan a toda la familia, y la explicación a los mismos de las razones de una orden. Las respuestas que sugieren una familia autoritaria no pasan del 12%, y las que hacen sospechar que predomina el modelo permisivo, de laissez-faire, rozan el 15%.
 
La familia vela por la seguridad, estabilidad y bienestar de los hijos, es dato certificado por los mismos jóvenes, pero además, y en contra de lo que pudiera parecer a juzgar por lo que se contempla en no pocas series de Televisión, orienta a sus hijos. Me imagino que con no pocas dificultades, porque la desorientación axiológica, la crisis de valores y el relativismo moral ha hecho estragos en la sociedad española, gracias en gran parte al “florido pensil” de intelectuales y “maestros mediáticos” de que disfrutamos, pero, a pesar de todos los pesares, la familia, repito, orienta a los chicos y chicas, y lo hace más que ninguna otra agencia de socialización. Es triste recordar que, interrogados sobre dónde se dicen las cosas importantes para hacerse una idea sobre el mundo y la vida, , la mayoría cita la familia, casi la mitad los amigos, y sólo un 19% se acuerdan de la escuela , el Instituto o la Universidad. La Iglesia prácticamente ha desaparecido. Y de nuevo son los jóvenes católicos practicantes los que con mayor frecuencia citan a la familia.
 

  1. Permisividad y libertad

La permisividad, el “todo vale”, incluso en el campo moral, es una señal de tolerancia, pero puede implicar un auténtico desmadre cuando se entiende que el “permiso social”, la indiferencia, se extiende también al terreno de la droga, la prostitución, el fraude en los impuestos, el aborto o el suicidio. Hay que reconocer que en este punto las sombras son más poderosas que las luces. La máxima justificación, un aprobado en términos escolares, la reciben, por este orden, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, el aborto y las relaciones sexuales entre menores. El único aspecto positivo se encuentra en el rechazo del vandalismo callejero, el soborno y el fraude en los impuestos. Avanza la permisividad en el ámbito privado, muy especialmente en el terreno de la biopolítica, en tanto que no se registran avances en la ética o moral pública.
 
La autonomía, la libertad, la apertura de horizontes, la capacidad para elegir en todos los ámbito de la vida social, aunque bastante menos en el terreno laboral, es al mismo tiempo una gran ventaja y un gran riesgo de esta juventud española que ha entrado en el siglo XXI. Luces y sombras, como es frecuente en la vida real de la gente.
 

  1. ¿Y en el terreno religioso?

Los estudios y los datos se refuerzan en la misma dirección: el alejamiento religioso de las jóvenes generaciones va en aumento, y parece ser el factor dominante en la descristianización progresiva de la sociedad española, bastante más que el abandono religioso en las edades maduras o mayores. En el umbral del siglo XXI los jóvenes que se identifican como católicos practicantes se ha reducido a una tercera parte del total de jóvenes, un 35%, frente a un 32% de católicos no practicantes y un 26% de no católicos o no creyentes. ¿Tres juventudes? Así rezan los datos, opero hay que recordar que los no creyentes apenas han aumentado en los últimos 25 años ( un 29% en 1975 y un 26% actualmente); lo que sí aumenta es el número de católicos no practicantes a costa de los practicantes. Se tratarían de un alejamiento o desenganche eclesial más que religioso. Más que de secularización habría que hablar de des-eclesialización. El tiempo dirá si el alejamiento de la Iglesia lleva más o menos rápida e inexorablemente a un alejamiento y olvido de la religión. Yo me temo que sí, tengo poca fe en la pervivencia de lo religioso al margen de lo eclesial, al menos en la sociedad española y para los tiempos actuales.
 
Brillan también luces, aspectos positivos. Se va dibujando la presencia de una minoría juvenil católica seria y comprometida, cuya religiosidad personal es un factor de fuerte y positiva integración social de los jóvenes, un factor que influye fuertemente en su conducta moral, en su bajo nivel de permisividad y tolerancia a comportamientos indeseables- aborto, drogas, prostitución, sexo   en menores de edad…-, en altas tasas de asociacionismo y pertenencia a organizaciones benéficas, de ayuda al Tercer Mundo y Defensa de los Derechos Humanos, y que, en general, se correlaciona positivamente con niveles superiores de satisfacción con la vida, los estudios y la familia. Los sociólogos hablan del síndrome de “deseabilidad social” o conjunto de cualidades personales y actitudes sociales que hacen a una persona deseable y codiciable para cualquier grupo o sociedad que necesita gente integrada,   comprometida, responsable y activa. La minoría juvenil católica refleja en su perfil psicosociológico   esta deseabilidad.
 
Los jóvenes son en su mayoría creyentes. En Dios, en una vida después de la muerte, en la divinidad de Jesucristo y en la Virgen María como Madre de Dios. El Dios en el que creen es, para el 60%, el Dios revelado en la persona de Jesucristo. Abundan las dudas, pero en qué grupo o categoría social no lo hacen. Son creencias que no acaban de traducirse en pertenencia e identificación real con la Iglesia. Believing without belonging, creer sin pertenecer, como ha definido Grace Davis a la población católica británica. No es que esta situación sea la ideal, pues es muy posible que sin pertenencia activa a una Iglesia las creencias acaben convirtiéndose en sombras y huellas que no remitan a ninguna parte ni provoquen inquietud espiritual alguna. Hoy por hoy se perciben en el paisaje religioso juvenil español inquietudes espirituales de mayor o menor autenticidad. Es muy probable que el catolicismo popular- romerías, visitas a santuarios, procesiones, peregrinaciones…- en las regiones en las que tiene mayor arraigo y expresión, compense en cierta medida la huida juvenil de las iglesias los domingos. Efectivamente, sólo dos   de cada diez jóvenes confirman su asistencia dominical o mensual, pero la asistencia no se limita a los días festivos en los que el frenesí del fin de semana imposibilita psicológicamente a muchos jóvenes para hacer otra cosa que divertirse o reponerse de la fatiga de tantas horas nocturnas en pura diversión. Casi un 20% de jóvenes (1999) nos dice que van a la Iglesia en Semana Santa, Navidad, en alguna circunstancia especial, o con ocasión de peregrinaciones, procesiones, fiestas populares, etc.
 
Me parece una buena noticia, finalmente, que los jóvenes españoles empiecen a reconocer la dedicación y servicio de la Iglesia a los pobres y marginados, a pesar de que todavía persiste en el imaginario juvenil (y adulto) el prejuicio, sin la menor base real, de que la Iglesia es rica y que el clero vive mejor que la media de los españoles. A pesar de estos prejuicios contra la Iglesia y el clero, a pesar de que son pocos los jóvenes que   confían en la Iglesia, y menos aún los que   reciben de sus labios las ideas importantes para formar su visión del mundo y de la vida, más de la mitad de los jóvenes españoles afirman que son miembros de la Iglesia Católica y piensan seguir siéndolo.
 

Juan González-Anleo

estudios@misionjoven.org