Fundamentalismo y vida cristiana. Textos para la reflexión

1 marzo 2005

Luis Antonio Medina
 
Mucho se ha escrito y se está escribiendo sobre fundamentalismo en las últimas décadas. La selección de textos que ofrezco es muy parcial y limitada. Su objetivo es simplemente propiciar una reflexión en torno a la presencia de actitudes fundamentalistas en la vida cristiana. Son textos para la reflexión y, quizás, también para el debate. Creo que es ambas cosas son necesarias en la praxis educativa. Si las actitudes fundamentalistas nos rodean y se ciernen sobre nuestra propia experiencia cristiana, es necesario llegar a una reflexión en profundidad sobre el sentido y alcance de este fenómeno.
La reflexión es preferible realizar en grupos reducidos, aunque posteriormente pueda ser interesante la comunicación de lo reflexionado en cada uno de ellos, si fueron varios los grupos que la efectuaron. Pueden entregarse todos los textos, que ofrecen puntos y visiones complementarios. En este caso, bastaría seguir las pistas de reflexión que propongo al final. Pero es posible también entregar a cada grupo simplemente uno de los textos seleccionados. Entonces, se trataría de que cada uno de los grupos analizara y comentara solamente dicho texto. La puesta en común aportaría mayor riqueza y complementariedad.
 

  1. Fundamentalismo religioso e irreligioso

 
“Hace unos días un diario madrileño reproducía una foto realizada hacía meses en la que el presidente Bush, antes de comenzar un Consejo de Ministros, rezaba por las víctimas del atentado del 11 de septiembre. Y junto a ella, un comentario en el que la oración presidencial se esgrimía como prueba del fundamentalismo religioso que se habría adueñado de la Casa Blanca. Triste y sórdido. Rezar en público vendría a ser, para estos fundamentalistas irreligiosos que querrían relegar lo religioso al ámbito privado cuando no prohibirlo sin más, una expresión de fundamentalismo. Y blasfemar, acaso un derecho fundamental.
Si hay un fundamentalismo religioso, abyecta patología de lo más sublime, también existe otro irreligioso fruto de la simpleza ilustrada. La misma que lleva a desconocer la obra de los pensadores clásicos y a realizar «grandes descubrimientos» que son viejos de siglos. Prisioneros de la caverna falsamente ilustrada, toman como única realidad las pálidas sombras que sus atormentados sentidos son capaces de percibir. Son incapaces de discernir entre un fenómeno y sus patologías. Como la religión presenta en algunos casos síntomas fundamentalistas, lo mejor es suprimir la religión como cosa de fanáticos. Con tan extravagante razonamiento habría que prohibir, entre otras muchas cosas, el fútbol y la política. Tan perspicaces para percibir los desmanes del fanatismo religioso, son incapaces de comprender la potencia humanizadora de la religión, lo que a ella deben las grandes creaciones del espíritu humano, la íntima relación entre arte y trascendencia. Acaso no soporten las palabras que puso Bach al frente, creo, de su «Pequeño Libro de Órgano»: a la gloria de Dios y para provecho de mis prójimos. Es el mismo sentido religioso que alienta en la obra de los grandes artistas, no sólo los del pasado sino también los más recientes. Pero nada cabe hacer ante la terca tenacidad de estos inflexibles enterradores del espíritu. Simplemente, contemplar la excelente salud que exhibe su pretendido cadáver. Por lo demás, quien sólo percibe vacío y nada a su alrededor probablemente sólo alberga vacío y nada en su interior. En cierto modo, nuestra visión del mundo es proyección de nuestra realidad personal.
Este fundamentalismo irreligioso, que sufre convulsiones y mareos con sólo recordar la Edad Media y que suele despacharla con las simplezas al uso y las loas a una modernidad tergiversada, seguro que no aceptará la razonable solución adoptada por el Gobierno para la enseñanza de la Religión en los centros públicos. No les bastará que exista una opción entre unas versiones confesionales de la asignatura y otra no confesional. No les importará que se satisfagan tanto las libertades constitucionales como los acuerdos con la Santa Sede. Lo que querrían es la supresión de toda referencia religiosa en los centros públicos, el anatema sobre toda religión, reducida a la condición de patología del espíritu. Son los mismos que ríen y aplauden las blasfemias y las burlas públicas a las creencias religiosas y al sentimiento de lo sagrado y se indignan y braman con gesto plañidero y censor si un jefe de Estado o de Gobierno reza en público. Es una vez más la tolerancia de ida pero sin vuelta, unidireccional. Ni siquiera les basta con poner al mismo nivel la piedad y la burla antirreligiosa. Hay que tolerar todo menos la expresión pública de lo trascendente. Se tolera el mal y se proscribe el bien. Con semejantes mimbres intelectuales y morales, no cabe extrañarse de la finura de sus análisis: la imagen de Bush rezando es la prueba del fundamentalismo religioso que se ha adueñado de los Estados Unidos”.

(Ignacio Sánchez Cámara, «Fundamentalismo irreligioso», ABC, 15.II.03)

 
2. La experiencia religiosa, contraria a la intolerancia
 
“La experiencia religiosa no debería llevar nunca a la intolerancia ya que entramos en relación con Dios que es suma Bondad. La representación de un Dios severo y castigador es una proyección de nuestros deseos de venganza o de nuestra necesidad social de orden. Nuestra justicia entiende la ley del talión, la compensación de la ofensa. Pero ¿cuál es la justicia de Dios?
En el evangelio vemos que los jornaleros que llegan al trabajo a última hora cobran lo mismo que los que han trabajado toda la jornada. Esta generosidad para con los últimos nos parece a nosotros una injusticia. El perdón desborda y va mas allá de la justicia. Si en la base de todo hombre religioso hay una profunda experiencia de perdón gratuito sin haberlo merecido, no es posible que se generen desde aquí actitudes intolerantes. Más bien éste será el patrón para tratar a los demás…
Todas las religiones suponen que Dios se ha revelado al hombre. Dios quiere entrar en relación con sus criaturas para darse y comunicarse. Desea ayudar al hombre a encontrar su felicidad y, con esta intención, le prescribe principios de comportamiento y le revela algo de quién es Él mismo. Una de las primeras tentaciones es la de querer conocer totalmente a Dios. Dominar a Dios significa dominar el más grande de los misterios y, como en Dios podemos conocer el sentido de todos los enigmas que el hombre tiene planteados, el fundamentalista cree poder, por fin, dominar toda inseguridad… La gran tentación de la religión es definir completamente a Dios para así poder manejarlo. Dios supera nuestra razón y, todos los conceptos que le podemos atribuir no son sino conceptos humanos que, quizás apuntan hacia lo que es Dios, pero no lo agotan. Dios es siempre mayor, siempre nuevo y sorprendente. Escapa de cualquier definición”.

(J. FLAQUER, Fundamentalismo. Entre la perplejidad, la condena y el intento de comprender, Cristinianisme i justicia, Barcelona 1997, 17-18)

 

  1. Defensa de la identidad cristiana

 
“Habría que insistir en que la afirmación de la propia identidad no supone ni el aislamiento de los otros ni el enfrentamiento con ellos. La identidad religiosa –también la humana- se construye en relación con los otros. El cristianismo, como toda religión, no es un movimiento que lleve al sujeto a aislarse de los demás o a excluirlos. Al contrario: decir Dios y llamar a Dios Padre es reconocer que todos somos hermanos. De ningún modo puede entenderse la recuperación o la construcción de la propia identidad en términos de oposición, sino de reconocimiento y de diálogo con los otros. Sólo cuando a eso lo demos fórmulas de realización concreta, promoveremos de verdad el diálogo interreligioso, porque sólo entonces veremos que dialogar con el otro no es un añadido a nuestro ser, sino una exigencia de nuestra propia condición cristiana”

(J. MARTÍN VELASCO, “Hay crisis de Dios incluso en las instituciones religiosas”, Vida Nueva 25.IX.2004, 10)

 

  1. El cristianismo es radical, no fundamentalista

 
“El cristianismo (y en general toda religión) es radical, en el sentido más noble de la palabra, porque compromete a toda persona y tiene repercusiones en todos los ámbitos de la existencia. Radical porque debe y quiere mantener con toda claridad y limpieza sus convicciones más profundas. Radical porque el mensaje cristiano transforma totalmente la vida y debe vivirse con toda coherencia (“si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo: Lc 9, 23). Radical porque no admite componendas (“el que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”: Lc 14, 23) y plantea un dilema (“el que crea se salvará, el que no crea se condenarà”: Mc 16, 16; “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios”: Lc 9, 62). Y radical porque en la Cruz, Cristo dio su vida “por nosotros y por todos los hombres”. Por todos los hombres, incluidos sus enemigos. Pero es esta radicalidad de la cruz lo que hace incompatible al cristianismo con todo fanatismo y con toda intolerancia. Los fanáticos eran precisamente los que llevaron a Jesús a la cruz.
El fundamentalista apela a la radicalidad cristiana, pero en realidad la desvirtúa. Pues Jesús, revelación del Dios en el que creen los cristianos, vino para dar vida y vida en abundancia. Todo lo que no conduce a la vida no puede reclamarse de Jesús, aunque apele con fuerza a su nombre. Más aún, es contrario a su mensaje. La violencia, que conduce a la muerte, es totalmente contraria a la fe en Cristo. Es una profanación de la religión hacer en nombre de Dios violencia al hombre”

(M. GELABERT, Teología dialéctica. Ante la fe desafiada, San Esteban, Salamanca 2004, 116-117)

 
5. Pero el fundamentalismo está dentro de nosotros
 
“Lo único que necesitamos es tratar de observarnos a nosotros mismos, y esa experiencia sistemática de nosotros mismos lo confirmará: todos nosotros –y sobre todo cuando nos hallamos muy fascinados por valores ideales, contenidos de fe e imperativos de perfección, como ocurre en el espacio cristiano-, tenemos en nosotros tales inclinaciones a adoptar posturas fundamentalistas. Y luego saltan muy fácilmente intereses fanáticos ocultos, que muchos de nosotros llevamos en nosotros mismos, por lo menos en cuanto propensión a tirar por esa dirección…
Por eso, este tema nos concierne a todos, y no es sólo un tema que habla de “personas malvadas”. Aquí se trata no sólo del estado de una parte del mundo, como algo que se halla bien deslindado y separado de nosotros. Sino que se trata esencialísimamente de la dinámica de nuestra propia vida interior; se trata de lo que se desarrolla en las capas más altas de nuestra personalidad… Debemos aprender a percibir con claridad y a aceptar hasta que punto ocultamos en nosotros mismos intereses e inclinaciones de índole fundamentalista, especialmente por lo que se refiere a la tendencia a orientar por un valor único sumamente determinado todo el mundo de los valores individuales y colectivos”.

(G. HOLE, “Fundamentalismo, dogmatismo, fanatismo. Perspectiva psiquiátricas”, Concilium 241 (1992) 52-53.

 
6. Actitud ante el fundamentalismo
 
Para resumir, me parece que hay cuatro puntos de vista importantes:
a) Hay que llamar la atención de los fundamentalistas sobre las raíces que existen en la propia tradición para la libertad, el pluralismo y la apertura hacia los demás: en la Biblia hebrea y en el Talmud, en el Nuevo Testamento y en la tradición eclesiástica, en el Corán y en la Sunna.
b) Pero también hay que llamar la atención de los progresistas sobre la necesidad de la autocrítica: ante cualquier indolente adaptación al espíritu de la época, adaptación que no sepa decir que no; ante toda falta de sustancia religiosa, de perfil teológico y de sujeción ética dentro de una religiosidad liberal moderna desdibujada.
c) Hay que tender a una nueva orientación espiritual básica, y vivirla con credibilidad precisamente ante todos aquellos que no se dan por satisfechos con el autoritarismo católico romano, con el biblicismo protestante, con el tradicionalismo ortodoxo o con el fundamentalismo de impronta judía o musulmana.
d) A pesar de todas las dificultades y de todos los puntos de oposición, hay que buscar también el diálogo con los fundamentalistas y la colaboración con ellos tanto en el ámbito político y social como en el religioso y teológico.

(H. KÜNG, “Contra el fundamentalismo católico romano”, Concilium 241 (1992) 191-192)

 

  1. Importancia educativa de la familia y de la escuela

 
Se comprende que las estructuras intermedias entre el individuo y la sociedad cobren una importancia vital en la sociedad actual. En ellas se juegan las vinculaciones sanas o enfermas entre la persona y la sociedad. En estas instituciones primarias se prepara una personalidad capaz de vivir con una cierta protección y al mismo tiempo con suficiente libertad para poder hacer sus propios ejercicios de maduración y de creatividad… No tiene nada de extraño que tanto los grupos fundamentalistas como los preocupados por el fenómeno del fundamentalismo, pongan sus ojos en la familia y la escuela como estructuras intermedias de primerísima importancia…
En un momento en el que el relativismo de valores y comportamientos parece, especialmente a los ojos fundamentalistas, conducir hacia la desintegración familiar, no tiene nada de extraño que la familia sea uno de los lugares preferidos de la atención fundamentalista. La defensa de la familia se confunde con la defensa de los principios tradicionales, incluso con la autoridad patriarcal, la supeditación de la mujer, etc., pero existe aquí una llamada nada baladí para todo educador y agente social preocupado por la raíz de los problemas que aquejan a nuestros contemporáneos. La llamada fundamentalista tiene la virtualidad de poner el dedo en la llaga de un problema real y grave de nuestro tiempo, aunque a menudo equivoque la terapia.
La educación o escuela es otro de los lugares sensibles para la tonalidad fundamentalista. No sólo en Israel los grupos fundamentalistas tratan de hacerse con la educación, sino que ésta es uno de esos lugares de la disputa entre la denominada orientación laica y la religiosa incluso en países democráticos. Nuestro país no es una excepción. La historia del integrismo católico español va de la mano del intento de controlar la escuela y las presuntas reformas y aperturas progresistas se apoyaban en ella como en una de sus palancas principales. La escuela es un lugar de especial sensibilidad para las confrontaciones del fundamentalismo y con él”.
(J. Mª. MARDONES, 10 palabras clave sobre fundamentalismos, Verbo Divino, Estella 1999, 397-399)
 

PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
 

  1. ¿Existe un fundamentalismo irreligioso? ¿Cuáles son su alcance, sus características, sus manifestaciones?
  2. ¿Qué tiene que ver la religión con el fundamentalismo? ¿El fundamentalismo es algo propio y normal de las religiones o es, más bien, una patología? ¿La experiencia religiosa propicia la tolerancia o la intolerancia?
  3. ¿En qué consiste la radicalidad de la vida cristiana? ¿La radicalidad cristiana puede entenderse como intolerancia y fanatismo?
  4. ¿Por qué personas creyentes –de las diversas religiones- sienten la inclinación al fundamentalismo? ¿Cuáles son sus raíces?
  5. ¿Existen en la diversas religiones raíces para la libertad y el pluralismo? ¿Cuáles son esas raíces en el cristianismo?
  6. ¿Por qué el fenómeno fundamentalista defiende tenazmente la familia y la escuela? ¿Cuál es la concepción que de ellas tiene el fundamentalismo? ¿Es posible también su defensa tenaz desde otras actitudes no integristas ni fundamentalistas?¿Cómo pueden ambas instituciones ayudar a responder y a superar el fundamentalismo?