(diario de trabajo)
Jesús Villegas
Lunes, día 15
Tengo que empezar a preparar mi artículo para el Misión Joven. Algo sobre cine y adolescencia. Así, a primera vista, el tema parece prometedor. Primera decisión: ¿hablar sobre el cine que ven los adolescentes o sobre las imágenes que de los adolescentes nos ofrece el cine? El primer enfoque, aunque interesante, me arrastrará, sospecho, a terreno trillado: llegar desde Scarie movie 3, American pie, Alien vs. Predator o Sé lo que hiciste el último verano a las cabezas y corazones de los futuros adultos me llevaría a consideraciones del tipo “necesitan argumentos esquemáticos”, o “el humor, la acción, el horror deben expresarse de forma límite para estimularlos” . En conclusión: amenazantes lugares comunes. Además, si tengo mal día, podría caer en juicios generalizadores y pesimistas sobre la educación para la sensibilidad que les estamos dando. No sería justo, puesto que yo, en mis tiempos mozos, era exactamente igual “de adobe”, palmo más, palmo menos, que ellos. En fin: hablaremos de los adolescentes tal y como aparecen retratados en la pantalla.
Me bajo al videoclub. Antes de meterme en faena, quiero rastrear sus estanterías, a la caza y captura de material fresco. Veamos: películas con adolescentes de las últimas temporadas. Primera pieza: Sueños de adolescente (2000, T. Davis). La carátula del disco está presidida por la siguiente frase-gancho: “Mi madre tardará veinte minutos. ¿Quieres que lo hagamos de nuevo?”. Continúo con mis pesquisas. Entre copias innumerables de Yo robot y La pasión de Cristo, me topo con un nuevo título, Tart Quiero probarlo (2003, C. Wayne). ¿Que qué quiere probar? Imagino que lo mismo que quería “hacer de nuevo” la protagonista de mi primer hallazgo. Sumo y sigo. Kevin &Perry. Hoy mojamos (2003, E. Bye). Bueno, bueno. Parece que ese es el asunto: “el asunto”, o sea, el sexo. Por ahí tenemos una línea temática. Más material: Chicas al ataque (2001, D. Gansel), Ingenuas y peligrosas (2001, F. McDougal), ¡A por todas! (2000, P. Reed)… Contagiado por los tres primeros especímenes, me inclino a pensar que estos tres títulos también están cargados de picardía y remiten a las hormonas en efervescencia, al despertar sexual, al descubrimiento, entre mágico y escabroso, del otro sexo; aunque, para desilusión mía, constato que sólo el primero cumple con creces mis expectativas, pues las otras dos películas pertenecen a esa original e incomprensible tendencia del cine norteamericano a facturar celuloide (que luego nosotros nos comemos) cuyas protagonistas sean animadoras deportivas. Ya se sabe: falditas cortas y camisetas ajustadas al servicio de cuerpos pujantes, descaro, pompones y mucho ritmo, cha, cha, cha… O sea, más de lo mismo (“el asunto”) bajo otra bandera.
Sigamos adelante. Con un poquito de atención puedo reconocer algunas películas del subgénero “comedia adolescente de instituto”, la mayoría de la factoría Disney, lo que supone que la omnipotencia del “asunto” se escarcha con azúcar y se confita en romántica historia “d`amour”: Así es el amor (2002, T. O`Haver), Diez razones para odiarte (1999, G. Junger), El amor no cuesta nada (2003, T. Beyer)… Sin verlas, me las imagino: chica o chico conoce a chico o chica; chica o chico se aleja (en sentido literal o figurado) de chico o chica; chica o chico cae en brazos de chico o chica. Todo esto en el ámbito de una pandilla heterogénea y “superguay”, en medio de la “movida” escolar, con el agobio de los exámenes (descubro la existencia del subgénero “cómo copiar” dentro del subgénero-instituto: Una banda de los tramposos (2002, A. Gurland) o La puntuación perfecta (2004, B. Robbins)), entre unos padres que no entienden nada, pero que quieren mucho a sus poyuelos en plena edad del pavo, y unos profesores que viven en la estratosfera de su mundo académico y estirado. En definitiva: las cinco o seis evidencias simples y amables sobre los adolescentes que, sin dejar de tener algo de verdad, suponen sólo un denominador común y, por tanto, trazan un retrato demasiado general y epidérmico de unos sujetos, creo, un pelín más complejos. Más material: Quiero ser superfamosa (2004, S. Sugarman), Lizzie Superstar (2003, J. Fall), Josie y las melódicas (2001, D. Kaplan y H. Elfont), películas sobre chicas empeñadas en triunfar en el mundo del espectáculo (la última en un tono crítico muy de agradecer). ¡Ajá! Están al lado de las películas de Britney Spears, Eminem o Mariah Carey: adolescentes tan “talluditos” que ya no lo son; símbolos, más bien, que actúan como referentes indiscutibles para muchos muchachos y muchachas. En estas películas se aborda el tema de la superación personal y el triunfo en el ámbito de la música, siempre tras un duro esfuerzo trufado de dificultades.
Consulto el reloj. Debo ir terminando. Reconozco un par de películas en la estela de El club de los poeta muertos (1989, P. Weir): The Emperor´s club (2002, M. Hoffman) y La sonrisa de Mona Lisa (2003, M. Newell): adolescentes en medio de su proceso educativo, que caen en manos, por suerte, de un profesor excepcional quien, con su brújula mágica, les indicará el verdadero sentido de la existencia. Muy visto, pero eficaz. También están las películas con padres e hijos a la gresca (Ponte en mi lugar (2003, M.S. Water)), lo cual todavía se agudiza más si los padres provienen de otra realidad cultural (Quiero ser como Beckham (2002, G. Chadha)), con lo que, a los efectos sísmicos del choque generacional, se le suman las diferencias de mentalidad entre, por un lado, los progenitores, baluartes de la tradición y de los principios del país de origen, y, por otro, los hijos, integrados en parte en los modos y valores de la tierra de acogida (recuerdo, en esta misma línea, Oriente es oriente (1999, D. O`Donnell)).
Tras la batida, repaso mi lista. Si descartamos las películas con adolescentes para adolescentes (las arriba citadas pertenecerían a esa corriente), la nómina de obras significativas y recientes protagonizadas por adolescentes halladas en mi videoclub podría ser la siguiente: Thirteen (2003, C. Hardwicke), Ken Park (2002, L. Clark), Bully (2001, L. Clark), Héctor (2003, Gracia Querejeta), Elephant (2003, Gus van Sant), Planta cuarta (2003, A. Mercero), Eres mi héroe (2002, A. Cuadri) , Ciudad de Dios (2002, F. Mirielles) y Felices dieciséis (2002, K. Loach). Habrá que revisarlas.
Martes, día 16
Ayer empecé a darle vueltas al asunto del artículo. En esta fase previa es muy importante dejar volar la imaginación. Así que, antes de nada, me siento en mi rincón de trabajo y anoto, en una lluvia de ideas, algunas intuiciones previas a propósito de los adolescentes que aparecen en las películas. Recurriremos, pues, al método inductivo. Mordisqueo el lápiz, me rasco con el lápiz mordisqueado el ombligo, aun a riesgo de infecciones, y anoto: “Adolescentes”. Luego garabateo: “Adultos”, que también empieza por “ad-“. Doy dos o tres vueltas al folio y sigo escribiendo: “ Las películas con adolescentes las ruedan y las escriben adultos”. Simple, pero cierto. De ahí, imagino, esa tendencia a situar muchos de los argumentos con protagonistas jóvenes en el pasado, en un pasado hasta cierto punto ideal (recuerdo, a bote pronto, Esperanza y gloria (1987, J. Boorman), Casi famosos (2001, C. Crowe), Las vírgenes suicidas (2000, S. Coppola), Liberty Heights (1999, B. Levison), Los juncos salvajes (1994, A. Téchiné), Las bicicletas son para el verano (1984, J. Chavarri), Los chicos de mi vida (2002, P. Marshall) y un largo etcétera), que remite al propio pasado de guionistas y realizadores. De esa primera idea se deducen otras tres que corro a formular. Primera: “La adolescencia suele ser un tiempo mítico, la época de “la primera vez que…”. A consecuencia de esta visión evocadora y nostálgica, en las películas se insinúa que nunca la amistad, el amor, la magia o la intensidad de la vida volvió (volverá) a ser como entonces”. Segunda: “La adolescencia, en esos casos, constituye más un estado de las cosas, una actitud hacia la existencia, que una edad concreta”. Por eso son tan adolescentes los niños de doce años de Cuenta conmigo (1986, R. Reiner) como los quinceañeros de Cielo de octubre (1999, J. Johnston) o, incluso, los jóvenes que rondan la mayoría de edad en Rebelde sin causa (1955, N. Ray). Ser adolescente, en definitiva, es estar en el momento clave, en “el Día D” o “la Hora H” de la encrucijada vital. Tercero: “De todo lo anterior se deduce que, si la adolescencia aparece enunciada en pasado, es, sobre todo, porque allí, en sus límites inciertos, se está configurando el futuro”. El adolescente “de cine” prefigura un adulto, mientras se desembaraza de su piel envejecida de niño. Y ese adulto aún por llegar, ese “ser prometido”, se reconoce, se adivina, se anticipa en el dejar de ser del niño que relata las películas. El adolescente, por tanto, concentra infancia, pubertad y madurez en su sola figura, con las posibilidades reflexivas y creadoras que para un artista conlleva semejante visión global del ser humano.
Carraspeo, me levanto, paseo. Creo que me estoy acercando. No sé dónde, pero estoy cerca. Casi me he comido medio lápiz cuando vuelvo a escribir: “Si la adolescencia es, en esencia, el maravilloso o/y horroroso o/y desconcertante tránsito del niño al hombre (de la niña a la mujer), los personajes adultos de película encontrarán en el adolescente, o bien la inocencia incontaminada infantil, o bien una perversa prefiguración del adulto antes de tiempo: de ahí la atracción que ejercerán en ellos estas criaturas bullentes”. Es verdad: el adolescente es siempre una tentación para el adulto, unas veces la tentación de la pureza, del ángel, del bien, del niño que ellos dejaron de ser (recuerdo, por ejemplo, Beautiful girls (1996, T. Demme), La flaqueza del bolchevique (2003, M. Martín Cuenca), o El hombre que nunca estuvo allí (2001, J. Coen)), otras, el abismo de lo prohibido, de la trasgresión y el desorden (de Lolita (1962, S. Kubrick) en adelante, hasta llegar a American Beauty (1999, S. Mendes)). En este mismo sentido, para el adulto constituye siempre un reto la iniciación del adolescente, y, por ello, acompañar, conducir hacia la madurez a quien está a punto de salir del cascarón dorado de la infancia resulta un tema muy cinematográfico. Hay, en esta línea, una innumerable nómina de películas protagonizadas por maestros (Profesor Holland (1995, S. Herek), Jóvenes prodigiosos (2000, C. Hanson), El increíble Will Hunting (1997, G. V. Sant), por citar tres que no sean la omnipresente El club de los poetas muertos), por mentores en los más diversos oficios o encomiendas (Descubriendo a Forrester (2000, G. V. Sant), Little Voice (1998, M. Herman), Las normas de la casa de la sidra (1999, L. Hallström)) o por familiares que, con un lento y meditado empujón, facilitan u ocasionan el ingreso de sus pupilos o pupilas en los ásperos límites de la adultez. Mención aparte merecería el tan socorrido argumento de la iniciación sexual del adolescente a manos del adulto (desde la mítica Verano del 42 (1971, R. Mulligan) hasta obras como La belleza de las cosas (1995, B. Winderberg)o la reciente Una mujer difícil (2004, T. Willians)), que acaban por insinuar, con cierta tendencia a la simplificación, que el único conflicto que el adolescente debe resolver para salir del atolladero de su indefinición es el que se establece con sus genitales… “Asunto” que no es baladí, reconozcámoslo, pero tampoco único.
Es tarde. Con tirar de este hilo de las relaciones adultos/adolescentes , acabaría topándome con un eje temático crucial: las problemáticas avenencias y desavenencias padre-madre/adolescente, tema, creo, central de las películas sobre las que deberé escribir en breve. Pero de eso tomaré notas otro día, que ahora tengo hambre.
Miércoles, día 17
Reviso el listado de mis películas, a ver con qué material cuento para empezar a trabajar sobre imágenes concretas. Los grandes clásicos del cine, en general, desprecian al adolescente como personaje cinematográfico. O, en su defecto, trasladan a un adulto “novato” en su oficio (de conducir ganado, de robar bancos, de navegar los mares) las contradicciones, las zozobras, la precipitación y el apasionamiento del adolescente. Desde este punto de vista, películas como Centauros del desierto (1956) de John Ford o Río Rojo (1948) de Howard Hawks, obras que tienen mucho de iniciación vital por parte de un joven bisoño e impulsivo, se podrían considerar magníficas películas sobre la adolescencia sin adolescentes.
Quieto ahí: el artículo no ha de ser erudito. Como me ponga en plan cinéfilo, espanto al personal. Así que abrevio mi recorrido. Destaco algunos títulos, por si me resultan después de utilidad, pero sin intención de diseccionarlos más adelante, sólo como mera filmografía de cabecera para iniciados: Fellini y sus recuerdos de adolescencia entre hiperrealistas y oníricos en Amarcord (1973), W. Allen y los suyos, teñidos de nostalgia, en Días de radio (1987)… Y, cómo no, Manhattan (1979), con la adorable Mariel Hemingway, esa madura jovencita de dieciocho años de la que se enamora perdidamente, sin saberlo hasta el final, nuestro imprescindible y sólo adulto en apariencia judío; la inolvidable El río (1950) de Jean Renoir, en la que una niña lo deja de ser en el ambiente entre sensual, mortuorio y embrujado de la India, Los olvidados (1950) de Luis Buñuel (adolescencia y marginación: cuestión clave. Que no se me olvide Los cuatrocientos golpes (1959) de Truffaut), el cine de Henry Hathaway (revisar Valor de ley (1969) o Los cuatro hijos de Katie Elder (1966), películas del oeste con el aprendizaje como motivo clave), la memorable Viento en las velas (1965) de Mackendrick (¡ese pirata enamorado en silencio de la preadolescente que ha secuestrado!). Y las adolescentes-tentación de Eric Rohmer en sus Cuentos morales, que sacan a relucir con su magnetismo incontaminado y su franqueza las hipocresías y mezquindades de los adultos (ahí están La coleccionista (1966), Pauline en la playa (1983) o La rodilla de Clara (1970)). Y el díptico de Coppola sobre las novelas de Susan E. Hinton Rebeldes (1983) y La ley de la calle (1983). Y… ah…Aquí está: Rebelde sin causa de Nicholas Ray. Por aquí debo empezar. Sin duda.
Habré visto esta película quince o dieciséis veces. Y, para el caso que nos va a ocupar, se trata de una obra fundamental: por la riqueza de matices con que presenta a sus personajes, porque habla de adolescentes con un estilo arrebatado y poético que es la adolescencia misma, porque demuestra cómo el sentir romántico está en la raíz del sentir adolescente. Jim, Judy y Platón son tres jóvenes desorientados, que buscan unos padres (un padre, sobre todo) que no encuentran: Jim (el mítico James Dean) presencia crispado cómo su padre se somete a una mujer autoritaria que lo anula y, a los ojos del muchacho, lo humilla hasta condenarlo al sacrificio de su dignidad masculina; Judy (la no menos rutilante Natalie Wood) se niega a aceptar que está creciendo, sobre todo porque eso supone que su padre rechace sus gestos de cariño, asustado en cierto sentido por su feminidad incipiente; Platón, el malogrado Sal Mineo, el personaje más trágico de los tres, vive con una niñera en una mansión tan lujosa como desoladora, mientras sus padres, separados, siempre de viaje, se limitan a enviarle cheques con que suplantar un afecto inexistente. Los tres, profundamente desarraigados y presos de una angustia sin nombre, reaccionarán a la contra antes esas carencias, ante ese referente adulto que no encuentran: Jim intentará acorazarse en una hombría, en una valentía y unos modos violentos que contrapesen la ausencia de virilidad del padre; Judy potenciará su sensualidad, sus impulsos pasionales no satisfechos por el cariño paterno; Platón, solo, sin amigos, para paliar su abandono se entregará a la amistad con Jim con tal arrebato que esa dependencia absoluta ocasionará, indirectamente, su trágico final. ¿Rebeldes sin causa? Quizás no tanto.
Nicholas Ray rueda con maestría y aliento la desazón de estos muchachos destinados a encontrarse, su pureza confusa, sus profundas contradicciones (fruto de la vulnerabilidad de unos caracteres que se resuelve en una fachada de consistencia y madurez demasiado fácil de resquebrajar). Además, no se limita a trazar un retrato sociológico, sicológico y lírico de unos muchachos de clase media-alta que no se encuentran a sí mismos porque carecen de espejos donde mirarse, sino que también nos remite a su perfil profundo o trascendente, a esa secreta zozobra existencial que habita en cualquier adolescente: el planetario, decorado que aparece en las secuencias clave de la película, se convertirá en un espacio simbólico, pues en ese lugar los protagonistas tomarán conciencia de su pequeñez ante el cosmos, de su insignificancia, de su extrema pero admirable debilidad, que es también raíz de su sensibilidad… Pero debo dejar de pensar en voz baja en la película y tomar alguna nota:
- Cinco notas sobre Rebelde sin causa
- Romanticismo: idealismo, deseo de evasión del mundo real, valor fundamental del sentimiento y la intuición sobre la razón, subjetivismo a ultranza, pesimismo y angustia vital a consecuencia de la presión de la soledad, todo ello con resonancias trágicas, muerte y violencia como tentación y abismo… Adolescencia: ver características del Romanticismo. Rebelde sin causa: ver características de la adolescencia.
- Jim: su cazadora roja (toda una declaración de carácter), su primera imagen (borracho como un adulto y jugando, en el suelo, con un muñequito de cuerda como un niño), sus reacciones extremas ante la insinuación de que es un gallina (como él cree que lo es el padre), aceptando un duelo a navaja a su pesar o jugándose la vida en coche frente a un acantilado sin querer, porque “algo hay que hacer” para demostrar que se es, o, dicho de otra forma, para demostrar que no se es como son nuestros mayores; su amor por Judy, tan dulce y absoluto en una noche; su manera delicada de entender y acompañar a Platón. Jim madura en un día: en Judy y en Platón encuentra lo que sus padres no supieron darle, el amparo, la dirección, el reflejo que le confirma que no está solo en su excepcionalidad. Por desgracia, es la muerte del otro (Platón), quien viene a poner orden definitivo en el yo.
- Judy: sus celos, ese cuerpo, esos gestos entre deseantes y cándidos, esa mirada de mujer que quiere crecer y no crecer; que insiste en ser niña y en no serlo, como quien corre en todas las direcciones sin moverse; su manera de dar arena a Jim para que no se resbalen sus manos en el volante, antes de que se juegue la vida en el acantilado, en una prefiguración de ese amor como asidero que vendrá después.
4.-Platón: ¡Qué solo! ¡Qué indefensa su presencia! Detenido, al principio, en la comisaría, por ¡matar a unos perrillos recién nacidos! (suicidio simbólico). La misma pistola, al final, (un arma que le queda grande, como debería quedar grande a cualquier ser humano) ocasionará que la policía, inconsciente de su real indefensión, lo acribille a balazos. Sólo querido por Judy y Jim, sus padres putativos, y por esa criada cuya presencia transmite un hondo patetismo. Nada más acaba de conocer a Jim, confiesa, casi al instante, que es su mejor amigo, en una declaración que invita a la compasión, al arrebato de ternura. Muere con la cazadora de Jim; en el gesto final , este, una vez muerto su mejor amigo (que lo era), le sube la cremallera de la misma y dice: “Siempre tenía frío”: emoción, entrega, generosidad, desesperación: palabras todas de la misma familia que “adolescencia”.
- La escena en la casa abandonada: Allí se refugian los tres, Jim, Platón, Judy. Inventan una historia: Jim y Judy son recién casados; Platón representa ser su criado, también su hijo. Les enseña las estancias desoladas que son, a la vez, su palacio, el único posible. En esa fantasía, en ese ideal encuentran por primera vez refugio, una salida imaginaria al mundo real. Creen ser adultos. En la piscina, dicen, ahogarán todos los hijos que tengan (sic: nuevo comentario que expresa en clave su malestar respecto a sus padres). Platón se duerme mientras Judy le canta una nana: los tres en contacto, unidos, en ese momento de felicidad que será el único. Entre risas, con Platón dormido, los otros dos descubren enternecidos que este lleva un calcetín de cada color (uno azul y otro rojo), como todo adolescente lleva el alma también descuadrada: marca de ambigüedad, de contradicción, de incertidumbre. Cuando Platón despierte, solo de nuevo, (al mundo real, a esa vida de la que se han escapado… demasiado cerca, no obstante, como para no ser atrapados), se desencadenará la tragedia.
Jueves, día 18
Soy amigo de buscar en los videoclubes cintas o discos de segunda mano a buen precio. Mira por dónde, hoy he encontrado, por dos euros, Ken Park de Larry Clark, una de adolescentes. La tengo en la lista. La carátula no se anda con chiquitas: vemos el rostro de un chaval entre las piernas y el vientre desnudo de una mujer. “El asunto” sin tapujos. El que conozca algo el cine de este director americano puede sospechar, sin miedo a equivocarse, lo que va a encontrar dentro de esta caja: un retrato inmisericorde y provocador de adolescentes límite, marcados por relaciones paterno-filiales aberrantes (los problemas familiares de los protagonistas de Rebelde sin causa son una fiesta en comparación con las atrocidades que padecen estos muchachos), entregados a las drogas, la violencia y, sobre todo, al sexo, que, al final, constituye tanto una forma más de deshumanización como la única vía de salida a sus tortuosos cadalsos particulares. Encendamos el vídeo y agarrémonos al asiento, que, seguro, vendrán curvas.
La película comienza con un muchacho en monopatín. Llega a una pista para skaters. Se sienta en el suelo. Saca una cámara de vídeo. Se enfoca a sí mismo. Saca una pistola. Se vuela los sesos. Ese es (era) Ken Park (al final sabremos que se ha suicidado tras haber dejado embarazada a su “chica”). Todavía no se me han atragantado las palomitas, pero casi. El resto es bastante peor: al protagonista lo conocemos en su casa, mientras tiene cogido contra el suelo a su hermano pequeño y le obliga a la fuerza a decirle que le quiere (“cómo conseguir el amor del enemigo sin dejar marcas” podría titularse el episodio). Poco después, cuando nuestro héroe púber, ya solo, se marcha de casa, mantiene la siguiente conversación con su madre. “Tu hermano me ha dejado un mensaje para ti”, pregunta la madre, después de pedir un cigarro a su pimpollo. “¿Qué?”. “Que te den por culo, mamón”. Digamos que este ha sido uno de los momentos más tiernos de la película. De su casa el sujeto en cuestión pasará a la de su novia. La hermana pequeña de esta se entretiene viendo un vídeo… ¿Disney? No: de muchachas en tanga (planos de traseros por aquí y por allá, todos bien torneados y, en este contexto, vagamente absurdos). Al poco tiempo nos enteramos (lo veremos, más bien, con todos los pelos (literal) y señales) de que el protagonista mantiene relaciones sexuales con la madre de su novia un día sí y al siguiente también… Y así sucesivamente. El caso es que este es uno, pero hay otros tres adolescentes en las mismas…o peor: uno es insultado y machacado continuamente por su padre, que lo acusa de ser un marica, hasta que este hombre ejemplar, una noche, tras regresar borracho a casa, intenta abusar de él; otro vive con sus abuelos, se inventa historietas protagonizadas por niños africanos desnutridos cuyas fotos colecciona y a los que bautiza juguetonamente, se masturba estimulado por los jadeos de las tensitas en pleno esfuerzo deportivo, mientras medio se asfixia para aumentar su placer con una corbata y, al final, asesina a sus abuelos… ¡porque hacen trampa al jugar a palabras cruzadas!… Suma y sigue. Faltaría la chica, pero ¿para qué continuar? Sólo advierto que es ferviente religiosa…
Adolescentes americanos de clase media que creen vivir en Los Ángeles cuando habitan en el infierno sin saberlo. Son hijos de familias deformes, cuya anormalidad ellos incrementan con su tremebunda ignorancia. Carecen de valores, de propósitos, de metas. Están vacío, los han vaciado de alma (no sé si el director o las circunstancias). Sólo buscan saciar su cuerpo de placer. En la escena final, cuando tres de ellos, los dos primeros descritos y la chica, hacen el amor sin descanso, me entero de cuál es su idea del paraíso: una isla donde mantener relaciones sexuales sin riesgo de embarazo a todas las horas, dieciséis, no, diecisiete veces al día. Sin más, sin otro horizonte. También sin otros problemas.
¡Qué mal cuerpo! Quiero enjuagarme la boca. ¡Veré un capítulo de “Barrio Sésamo” de mi hijo para desintoxicarme de tanta sordidez! ¿Me valdrán para mi artículo estas dos horas en compañía de seres que sólo son humanos en la apariencia? No sé si Larry Clark me ha querido mostrar o explicar algo, o si se trata sólo de un director con ganas de incomodar a toda costa. Su cine es como una pesadilla: una deformación, una exageración sin misericordia de ese lado oscuro que todos escondemos. Una caricatura extrema de la adolescencia, de sus fantasmas y sus aristas. Ahí algo de verdad, sí, un riesgo, una prefiguración apocalíptica de hacia dónde podemos estar yendo; pero… no sé. Recuerdo Thirteen, esa historia de una muchacha de trece años que va cayendo en el abismo a consecuencia del influjo de una mala amiga. En esa obra, el personaje acababa cuestionando su propia situación, su madre intentaba rescatarla del precipicio, había, en fin, cierta lucha entre la luz y las tinieblas. En Ken Park todo es sombra, sin un atisbo de esperanza, ni un resquicio para el sentido. Los adolescentes son monstruos inconscientes de su monstruosidad. Creo que me ahorraré Bully , la otra película de este director que pensaba visionar: Larry Clark ya me ha vomitado encima bastante por hoy. Y por los siglos de los siglos.
Viernes, día 19
Busco, ente mis notas sobre películas, algunas que guarden relación con adolescentes. En concreto, cuatro de ellas tienen escrita en rojo la palabra “Adolescentes en positivo” y “Muy recomendables para trabajar en clase”. Leo lo que anoté en su día:
Cielo de octubre (1999, J. Johnston).
Argumento: Basada en hechos reales. Historia de un muchacho que, en los años cincuenta, embarca a tres amigos en la aventura de construir un cohete en miniatura. Su empeño por rozar las estrellas choca con los propósitos de su padre, el superintendente de una mina de carbón, que aspira a que sus hijos continúen su estela bajo tierra. El trabajo, la ilusión, la fuerza de voluntad de este muchacho en un pueblo perdido de América obtiene sus frutos al ganar un premio nacional en una feria científica, lo que supondrá la oportunidad para él y para sus amigos de estudiar en una universidad importante.
Comentario: Una historia de superación, de sueños cumplidos, en los que el esfuerzo se sobrepone a las dificultades. La relación paterno-filial, llena de detalles, logra expresar con muchos matices el conflicto entre el proyecto, la visión de la vida y la mentalidad del padre, y las ilusiones del hijo, de manera que los afectos, la atracción/rechazo que se tienen se formula sin demasiadas concesiones al ternurismo hasta el previsible y emotivo final. Propuesta idealista, muy del gusto americano, nada sorprendente, pero que con eficacia y sin excesivo almíbar nos habla de la necesidad de no doblegarnos ante los retos, de cómo el afán humano de progreso puede llevar a la persona a alcanzar las metas más altas.
Para retener: a) El juego de valores y contrastes entre el cielo (su contemplación y su conquista con el cohete equivalen al triunfo de los sueños, al cumplimiento de los ideales; su simbología nos remite al porvenir, al misterio, al reino del hijo) y la mina (que representa la realidad, el peso de las circunstancias, el presente, las certezas, el padre), con sus poderosas connotaciones, muy bien aprovechadas. b) Los sucesivos intentos de los cuatro amigos con el cohete. Su larga nómina de fracasos es insuficiente, sin embargo, para provocar su rendición: el progresivo perfeccionamiento de sus tentativas se concreta en el propio vuelo del artefacto, cada vez más vertical, y esa trayectoria progresivamente mejorada transmite de forma física y con una capacidad para cautivar y emocionar indiscutible el acercamiento a las metas anheladas. c) Los adolescentes, en esta película, aprovechan su aparente candidez como fuente de energía. La inocencia, el impulso hacia lo imposible les permite escapar de una realidad oprimente y asaltar los cielos. Además, su empeño científico aúna el rigor de la investigación con la más pura fantasía: desean hacer volar su invento en la época de los inicios de la carrera espacial, impulsados por un loable deseo de perfeccionamiento técnico, pero también con la gratuidad, el desinterés y el puro apego al goce de las ilusiones cumplidas que caracteriza a cualquier niño. O a cualquier poeta. O al mismísimo Juan Salvador Gaviota.
Europa, Europa (1990, A. Holland).
Argumento: Basada en hechos reales. Un adolescente judío en plena Segunda Guerra Mundial vivirá mil peripecias para librarse de la muerte. Huirá de Polonia, residirá una temporada en un orfanato ruso, se hará pasar por un joven alemán, hasta convertirse, ironías del destino, en un héroe nazi. Su trayectoria continúa en un colegio de elite para los futuros cachorros del ejercito de Hitler. Todo ello mientras Sally, el muchacho, oculta su verdadera identidad, sus creencias y convicciones, evitando, sobre todo, que los otros descubran su pene circuncidado. Los conflictos ante esa personalidad escindida, la necesidad de interpretar continuamente un papel que a veces se acaba creyendo (el de comunista convencido en Rusia o el de ario recalcitrante en Alemania), unido todo esto a los deseos e ilusiones de cualquier adolescente, se articulan con brillantez, dando como resultado una película rocambolescamente histórica, tan sorprendente como conmovedora.
Comentario: Si asumir la propia identidad para un adolescente resulta difícil, en la situación límite que plantea la película adquiere visos tragicómicos. Sally se debate entre sus orígenes judíos y esa nueva y voluble condición impuesta por las circunstancias, cuestionándose a cada momento las raíces movedizas e inaprensibles de lo que somos. Su trato directo con hombres y mujeres de toda clase y condición (polacos, rusos, alemanes…) le permiten constatar que, en esencia, entre unos y otros no hay otras diferencias que las construcciones ideológicas absurdas en que se funda cualquier intento de segregación… o la presencia o ausencia de un prepucio.
Para retener: magistral la utilización de la circuncisión de Sally como elemento dramático (ocultar esa marca de su judaísmo será una obsesión continua; esa señal física de su pertenencia a un pueblo es, además, por nimia e insignificante, mucho más significativa como emblema de las absurdas causas de la discriminación); merece destacarse también el papel del azar en toda la peripecia del personaje, que sobrevive gracias a que los bamboleos del destino lo colocan en cada ocasión en el lugar adecuado para esquivar la tragedia. La soledad desde la que se ve condenado a soportar su secreto, en medio siempre de potenciales enemigos, se traduce en una desazón vital que es magnífica metáfora de la volubilidad de todo adolescente. Memorables las dos escenas con personajes alemanes a los que acaba revelando su verdadero origen: un maduro soldado, que se siente atraído físicamente por el muchacho y que acabará por convertirse en su único amigo (le dirá una frase tan capital en el contexto de la película como redonda para entender la adolescencia: “A veces es más fácil representar un papel que ser uno mismo”), y la madre de la muchacha a la que ama, en cuyos brazos comprensivos desahogará, con un llanto infantil y catártico, la presión que ha ido acumulando a lo largo de toda su peripecia de encubrimiento y desorientación.
Ponte en mi lugar (2003, M.S. Watter).
Argumento: Amable comedia Disney en la que los caracteres enfrentados de una madre viuda a punto de contraer segundas nupcias y una hija con toda su adolescencia a cuestas se ven sometidos a una experiencia mágica que ayuda a ambas mujeres a comprenderse mejor: a consecuencia de un hechizo, intercambian sus cuerpos, de forma que han de vivir una en la piel de la otra durante todo un día, además, crucial para las dos: a lo largo de la jornada, la madre culminará los preparativos para la boda y la hija participará en un concierto importantísimo con su grupo de música. Al final, la unidad familiar y la estima personal mutua se ven fortalecidas tras la aventura.
Comentario: La película vale tanto o tan poco como la idea de partida, ese trueque de personalidades que actúa como experiencia empática y liberadora. El retrato de la adolescente se basa en evidencias y lugares comunes de todo tipo (en plan comedia de instituto: amistades, amores y rivalidades escolares; formas de vestir y comportarse desmañadas desde una perspectiva adulta; choques y enfrentamientos con el hermano pequeño y con la madre; la música como fuerza liberadora y expresiva), sin demasiadas complicaciones que impidan el espectáculo reconfortante y suave. Cualquier adolescente puede reconocerse en parte en ella, sin que, en el fondo, revele lo esencial de ninguno.
Para retener: Me gusta la idea de partida, ese pasar un día en el pellejo de alguien que se encuentra en una etapa de la vida diferente a la nuestra. Los beneficios de esta práctica son dobles, como se deduce de la película: comprenderemos mejor las decisiones y actitudes del otro, pero también comprobaremos que aplicar un “toque” de color adolescente a la monocromía de nuestra madurez o, a la inversa, impregnar con cierta templanza adulta la adolescencia, pueden resultar maneras saludables de afrontar el día a día con otra cara.
Quiero ser como Beckham (2002, G. Chadha).
Argumento: Una muchacha de origen hindú que vive en Londres sueña con emular a su ídolo, David Beckham. Entabla amistad con una chica inglesa, en cuyo equipo de fútbol femenino empieza a jugar a espaldas de sus padres. El conflicto entre las ideas y tradiciones de sus mayores y sus propios deseos coincide, además, con los preparativos de la boda de su hermana, episodio que agudiza las tensiones familiares. Los constantes enfrentamientos, sobre todo con su madre, se ven contrarrestados por el apoyo de su amiga, su entrenador, del que acabará enamorándose, un amigo hindú homosexual que la anima a no sacrificar sus opciones personales y, en última instancia, su propio padre. En un final conciliador, en el que todos los trastos se salvan (la familia, el amor, la amistad, los sueños), la protagonista y su amiga consiguen un contrato para jugar como profesionales en Estados Unidos.
Comentario: Película que juega a todos los palos de lo éticamente correcto y lo argumentalmente “resultón”: la convivencia entre culturas, la nueva definición de los roles femeninos, los múltiples devaneos que ocasiona la adolescencia, la aceptación de la diferencia, sobre todo sexual, los nuevos ídolos, el deporte rey… La película se ajusta como un guante a la morfología clásica de las historias de superación personal (Cielo de octubre, Billy Elliot (2000, S. Daldry), El sueño de Jimmy Grimble (2000, J. Hay)…), aunque de la combinación de tantos temas “de obligado cumplimiento” nace un producto, si no original, al menos heterogéneo y sugerente para el diálogo.
Para retener: La distancia irónica con que la directora, en una época como la nuestra, de intolerancias étnicas y fundamentalismos de todo pelaje, aborda el papel y el significado de las tradiciones y la diversidad, insinuando con su desparpajo y su humor que la persona está por encima de cualquier cultura. Sorprenden, aunque no convencen, los malabarismos con que se sostiene el guión para que todo cuadre sin estridencias: la protagonista, a la vez, obedece y desobedece; las tradiciones se vulneran y se respetan; la amistad se traiciona y se consolida; el amor se sacrifica y se conserva: en fin, en la intención de filmar una comedia sin aristas que no incomode [nota añadida: el inverso perfecto al cine de Larry Clark], se sacrifica el dolor, la pérdida, la renuncia, el fracaso, en bien de una idílica y un tanto mosqueante tendencia al “todo es posible y la vida es estupenda”.
No está mal: me parecen cuatro visiones de adolescentes reconocibles y útiles, eso sí, más por lo que tienen esos personajes de tipos que de personalidades completas y pergeñadas al detalle. De esa tendencia a la simplificación se deriva la validez pedagógica de estos cuatro retratos. Todos coinciden en el despliegue de una serie de cualidades positivas que rescatan al adolescente de su mala fama perpetua, a saber, la bonhomía, la honestidad, la fuerza de voluntad, la entrega a los sueños propios (el sueño de la supervivencia en Europa, Europa). A ver si este fin de semana me veo tres o cuatro películas recientes, protagonizadas por sujetos más complejos, atentas en su trama a la construcción de individualidades únicas y no tanto al desarrollo de una historia de superación. Y, luego, habrá que empezar a escribir el artículo, que ya va siendo hora.
Sábado, día 20
He seleccionado estas tres películas para trabajar: Héctor, Felices dieciséis, Eres mi héroe. Descarté las otras porque el tiempo apremia: me da rabia no revisar Elephant, esa original propuesta experimental sobre los crímenes de dos adolescentes en el instituto americano de Columbine (punto de partida del archiconocido documental de Michael Moore Bowling for Columbine). Otra vez será. Por dónde empiezo. “Pito, pito, gorgorito…”. Te tocó. Primero pincharé Hector , de Gracia Querejeta. Veamos.
- Tres retratos de adolescentes
Héctor
Héctor acaba de perder a su madre en un accidente de tráfico. De la existencia de su padre no supo nada hasta hace unos años y, a día de hoy, no lo conoce. Se va a vivir con sus tíos. Se trata de un muchacho reconcentrado, muy poco expresivo. Su timidez se traduce en ensimismamiento o, a la inversa, su ensimismamiento se disfraza de timidez. Es maduro: las circunstancias de su vida (nos vamos enterando de que su madre era drogodependiente, prostituta de lujo y, según se insinúa, quizás se suicidó) le han endurecido hasta el punto de que sus sentimientos parecen en letargo. Entonces irrumpe la figura del padre: un mexicano tranquilo, sabio y sincero, cincelado por la experiencia y dispuesto a recuperar el tiempo perdido con su hijo. Héctor actuará como catalizador, como una especie de ángel inconsciente que, con su presencia, desata en su entorno una especie de revolución colectiva (adolescencia como feliz enfermedad, tan contagiosa como reparadora): el resto de personajes con los que convive (su tía, su prima, su tío…) acaban, como él, enfrentándose a sus propios miedos, sincerándose con ellos mismos y, finalmente, liberándose de sus fantasmas interiores. Héctor aprende varias lecciones vitales que son otros tantos pasos hacia la madurez: cómo sólo dejando fluir lo que sentimos, por oscuro o prohibido que nos parezca, estamos en condiciones de soportar nuestras contradicciones; cómo la vida es una especie de partida de póquer y todo buen jugador necesita enfrentarse al tapete sin precipitación, midiendo sus movimientos antes de que el primer impulso le conduzca al error; cómo los deseos se cumplen, no soplando velas o siguiendo el curso de estrellas fugaces, sino en la medida en que pongamos de nuestra parte la voluntad y el aplomo; y, en fin, cómo elegir duele, pero forja; cómo del amor al odio (hacia la madre) o del odio al amor (hacia el padre) hay sólo un paso, y en ese paso es el conocimiento del otro el que nos hace mover los pies. En la película, hay un triángulo de adolescentes (el protagonista, su prima y el exnovio rebelde de esta) con fuertes y premeditadas conexiones con los personajes de Rebelde sin causa. Tienen su propio planetario (el descampado sobre la ciudad en el que se reúnen), sus instantes de felicidad al margen de un mundo demasiado ramplón, sus conflictos personales: la diferencia estriba en que Gracia Querejeta renuncia a la furia trágica, para decantarse por la suave melancolía del realismo intimista.
Ramón
El protagonista de Eres mi héroe es un muchacho al que le pilla la preadolescencia al final de la dictadura, cuando la Transición y sus convulsiones comienzan a cobrar cuerpo. A consecuencia del empleo de su padre, ha pasado por mil y una ciudades, hasta que acaba en Sevilla. Por esta misma circunstancia, ha sido siempre el objeto de chanza de su compañeros, el perfecto candidato a chivo expiatorio (una víctima de eso que hoy llamamos bullying). Para defenderse, Ramón se refugia en su propio mundo mágico y mítico (su amigo y consejero es un indio imaginario que se le aparece en el momento preciso para aconsejarle) y sigue a rajatabla tres normas que respeta para evitar conflictos con los “macarrillas” de turno: no chivarse, no llorar, no meterse en peleas. Su objetivo vital: convertirse en un invisible. En Sevilla, no obstante, las circunstancias se irán modificando: de su marginación inicial pasa a ser aceptado por la pandilla que al principio lo machacaba. Descubrirá el amor, la amistad y su traición, y, sobre todo, el compromiso político, que él y sus amigos viven de forma más intuitiva que consciente en el microcosmos de su escuela. Allí, comprobará que hay una diferencia de raíz entre los que detentan el poder y los que legítimamente lo poseen. Y, lo más importante, se librará de sus débitos infantiles (la confianza en la resolución mágica de los conflictos, la tendencia a rehuir los problemas en lugar de plantarles cara, el miedo a la debilidad, que debe aceptarse y asumirse, pues es consustancial al ser humano y puede transformarse en fortaleza…).
La película pretende equiparar de forma un tanto forzada el momento vital del protagonista con las propios desequilibrios de la también adolescente situación política española en los años setenta. Los intentos de acompasar y hacer que rime el crecimiento de Ramón con la toma de conciencia de su adultez por parte de toda una sociedad no funcionan y a veces degeneran en un tono panfletario. No obstante, el intento de mostrar cómo unos niños crecen mientras pasan de la esquemática división del mundo en malos y buenos a una más elaborada visión de la compleja realidad resulta, cuanto menos, interesante en su planteamiento. Ramón sale de la película que cree que es el mundo para descubrir cómo este, en realidad, consta de cuatro puntos cardinales, y no de ese solo que señalaban sus películas favoritas, las del oeste.
Domingo, día 21
Ayer tuve sesión de mañana y tarde. Hoy remataré la faena con más de lo mismo:
Liam
Felices dieciséis es la crónica desgarrada de un muchacho que ve cómo se truncan sus planes en el contexto de una realidad sucia y descompuesta. Liam es un quinceañero marginal que se gana unas libras, en compañía de su mejor amigo, vendiendo tabaco de contrabando por los bares. Su familia está integrada por delincuentes que sobreviven gracias al tráfico de drogas. Su madre está en la cárcel por encubrir a su pareja, un hombre brutal y sin escrúpulos que pretende utilizar a Liam para meter estupefacientes en la prisión de mujeres. Pero nuestro protagonista tiene un sueño: cuando su madre salga de la trena, en unas semanas, justo la víspera de su decimosexto cumpleaños, él le regalará una caravana donde vivirán juntos, lejos de ese contexto deprimente en el que han crecido. Para lograr su meta, Liam no duda en robar un alijo al amante de su madre. Comienza a traficar con drogas (montará un boyante negocio de “drogas y pizzas a domicilio”) y acaba integrándose en una mafia local, tras traicionar a su mejor amigo. Sin embargo, cuando su madre sale de la cárcel, esta no está dispuesta a adaptarse a los proyectos de su hijo. Esto desencadenará la tragedia.
Liam es el reverso de Homer, el protagonista de Cielo de octubre (no es casual para trazar esta analogía que conozcamos a Liam y a su amigo mientras cobran unos centavos a unos niños por mirar las estrellas a través de su telescopio), una especie de inversión / perversión malévola del sueño americano trasplantado a la vieja Europa. Como el adolescente de aquella película, este también se ha marcado un objetivo hacia el que canaliza todas sus energías. El problema es que Liam ha errado en su percepción del mundo, atribuyendo a su madre, en concreto, unos valores y unas aspiraciones de las que esta carece. Al querer que la realidad se someta a toda costa a la imagen engañosa que de ella se ha forjado, Liam se ha ido enredando en una espiral delictiva cada vez más seria y en un juego de traiciones que, al final, cuando la verdad estalle ante sus narices (justo el día de su cumpleaños) lo condenará a la desolación más absoluta. Liam tiene las mismas virtudes que Homer, o que la protagonista de Quiero ser como Beckham, pero las circunstancias personales y sociales han transformada ese potencial en una carga autodestructiva. Su soberbia y su incapacidad para ver, sin idealismos, lo que hay son, en el fondo, resabios infantiles que, por desgracia, no puede permitirse quien ha nacido en un lodazal para ser acosado por las hienas.
Lunes, día 22
Tras la panzada cinematográfica del fin de semana, creo que sólo me falta revisar los artículos y colaboraciones que he escrito otras veces en la revista sobre este asunto u otros afines antes de comenzar la redacción. Así evitaré la tentación de repetirme. Puedo, además, remitir al lector interesado a esos escritos, si quiere tener una visión totalizadora de mis reflexiones sobre este particular. En concreto, en el número 330-331 comenté la película Thirteen (pág. 55). En el número 321 hablé del retrato que de los adolescentes se llevaba a cabo en Barrio (pág. 44-45), la película reciente que, para mi gusto, mejor piensa en imágenes esta edad apasionante. He analizado también Un lugar en el mundo, la estupenda creación de Aristarain, que relata el proceso de iniciación vital y política de un preadolescente en la Argentina rural (número 317: pág. 61 y siguientes). No debo olvidar que en los números 316 y 317 propuse una filmografía de cincuenta y una películas con protagonistas adolescentes (pág. 43, en ambos casos). Sobre El creyente, cinta que presenta la desquiciante experiencia de un muchacho judío que acaba militando en el movimiento neonazi, reflexione en el número 312-313 (pág. 43). En el monográfico dedicado al cine (número 306-307) escribí un artículo sobre imágenes de hombres y mujeres en el cine (pág. 58-82). Allí aparecen los retratos de Billy Elliot, Frodo, la princesa Jen (de Tigre y dragón) Wei Minzhi (de Ni uno menos), o Rosetta, personajes todos ellos adolescentes. También he comentado en otras ocasiones El Bola (número 288-289, pág. 43), Las normas de la casa de la sidra (número 281, pág. 43), American history X (número 274, pág, 43) o, Bienvenido a la casa de muñecas (número 269, pág. 43),Profesor Holland (número 230, pág. 43) con protagonistas que presentan el perfil que nos interesa. Para terminar, debo recordar que el número 231 publiqué un estudio sobre Imágenes de jóvenes en la literatura, que trazaba una tipología de adolescentes reconocibles en los textos literarios, perfectamente trasplantable al mundo del cine. Vamos, creo que con este listado estoy servido de autocitas.
Martes, día 23
Ha llegado el momento de ir al grano. En esencia, ¿qué quiero decir sobre los adolescentes en el cine? Si tuviera que resumir en dos patadas mis premisas de partida o, de otro modo, las conclusiones de esta investigación previa que he ido reflejando en mi diario, expondría lo siguiente:
- Muchas de las imágenes de adolescentes en el cine podrían agruparse en dos grandes grupos: retratos de corte positivo, en los que el crecimiento se manifiesta como afán de superación, y retratos “en negro”, en los que la inestabilidad connatural a esta etapa se ve desbordada por las circunstancias y acaba por condenar al chico o chica al fracaso y la frustración vital.
- Existe también una tendencia a construir un adolescente-tipo, más tópico que complejo, sobre todo en las películas en clave de comedia. Entre sus rasgos sobresalen siempre el tumultuoso despertar de la sexualidad, la aceptación del entorno familiar como marco ideal para superar con éxito su proceso de maduración y una firme decisión a la hora de encarar la consecución de sus metas.
- En los adolescentes marginales se extreman los peligros ligados a los propios desequilibrios de la edad. Sus cualidades, deseos en bruto e impulsos son similares a los de los jóvenes integrados, pero el desarraigo y el entorno puede transformar esas fuerzas en energías destructivas. Además, la visceralidad de sus acciones vuelve aún más inflamables los riesgos con los que topan.
- La figura del padre (a veces la madre), su ausencia o la necesidad de matarlo / resucitarlo simbólicamente constituye uno de los centros temáticos de la mayoría de las películas sobre adolescentes. El esfuerzo que hacen estos por conciliar independencia y ligazón supone una fuente continua de conflictos e inestabilidad. En el fondo, el clásico dilema entre la ley, encarnada por el padre, y el individuo se formula, en estos casos, con toda su intensidad.
- Hay en muchos de ellos una vaga conciencia de lo trascendente, de lo místerico, que se concreta en el papel simbólico que el cielo, las estrellas o los espacios elevados desempeñan en estas películas.
- Cuando las historias se ambientan en el pasado, suelen estar bañadas de nostalgia y presentan una significativa propensión al mito. En los argumentos situados en el presente, sin embargo, a no ser que se adopte un tono de comedia, hay mucho menos margen para el optimismo. En el fondo, en el adolescente actual se extreman las carencias y los efectos nocivos de la sociedad occidental, pues su sensibilidad a flor de piel los convierte en magnífica caja de resonancia y amplificación: en ellos vemos con lupa las mismas miserias de los adultos.
Se me ocurre que, si hubiera que recomendar diez títulos imprescindibles para pensar la adolescencia desde el cine y organizar, por ejemplo, un ciclo de proyecciones, yo me quedaría con Rebelde sin causa, Barrio (1998, F. León), Thirteen, Cielo de octubre, Europa, Europa, Felices dieciséis, Cuenta conmigo, Martín (Hache) (1997, A. Aristarain), Las normas de la casa de la sidra y la trilogía de L. y P. Dardenne (Rosseta (1999), La promesa (1996), El hijo (2002)). He dicho.
Miércoles, día 24
En fin, creo que ya lo tengo todo listo: mis notas, unas cuantas películas en la memoria, el ordenador en marcha, el bote de galletitas saladas, mucha agua y un poco de tiempo abonado de silencio. A ver qué sale.