En camino hacia el misterio de Dios. Tres figuras emblemáticas: Zacarías, María e Isabel (Lc 1,5-56)

1 enero 2005

Javier González Monzón
Universidad Pontificia Salesiana (Roma)
 

“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas,

de pronto, cambiaron todas las preguntas”

(Mario Benedetti)


Generalmente en nuestros itinerarios de educación a la fe mostramos personajes y signos bíblicos como modelos estáticos, es decir, en su perfección final. Con ello contribuimos a subrayar aún más la distancia existencial y cultural que nos separa del texto bíblico. Propongo seguir un camino alternativo: identificarnos con los lectores. El autor del texto bíblico ha previsto y programado estratégicamente el camino del lector ideal y entre ambos ha creado vínculos de estrecha colaboración[1]. Se requiere adquirir las habilidades de un lector agudo ¿Cómo? Preguntándole al mismo texto.
 
No somos los primeros lectores de la palabra de Dios, sino que somos afortunados «enanos a lomos de gigantes». Por eso mismo, sacamos de lo nuevo y de lo viejo para ofrecer la frescura siempre viva y actual de la Palabra de Dios.
 
Vamos a seguir la dinámica mencionada aplicada al primer capítulo del evangelio de Lucas, donde emergen a la existencia tres figuras de una talla increíble, seducidas por el Misterio de Dios. Nos referimos a Zacarías, Isabel y María[2]. En un segundo momento señalaremos algunos apuntes para un itinerario de educación a la fe.
 

  1. Zacarías o el drama de la escucha (Lc 1,5-25)

 
Una sugerencia: sería más provechoso –y también más activo- leer este artículo teniendo al lado la Biblia[3].
 

  • El marco de la narración (Lc 1,5-7)

 
Un buen inicio atrapa al lector. Como en nuestros cuentos: «Érase una vez…». El narrador nos dibuja así el marco: «en los días de Herodes (tiempo), rey de Judea (espacio)…»(Lc 1,5). Aviso: Lucas ha iniciado con un estilo que recuerda al AT ¿Qué quiere evocar?
 
La presentación de los personajes clave viene a continuación: Zacarías e Isabel. El narrador hace una descripción externa: marido y mujer, ambos de linaje sacerdotal, devotos de la Torah y sin hijos. Nada se dice de su vida interior ni hay valoración de su situación. Pero las resonancias del AT y la mención a la esterilidad y a la ancianidad suscitan en el lector el recuerdo de historias pasadas en las que Dios actúa: Abrahán y Sara (Gn 15, 2-3; 16,1; 17,17) o Jacob y Raquel (Gn 30,22-24), Manóaj y su esposa, los padres de Sansón (Jc 13,3-25), y Elcaná y Ana, los padres de Samuel (1 Sam 1,1-20).
 
Zacarías vive una situación dramática. Un anciano sacerdote sin hijos es una contradicción viviente: el hombre que debía garantizar a los hermanos la bendición de Dios, no la tiene para sí. Pero si su situación es dramática, la de su esposa es una tragedia. En el mundo antiguo la esterilidad era culpa de la mujer. Pero la situación ya no tiene visos de solución: los dos son ancianos. La tensión dramática inicia porque no es a causa de un castigo divino, porque son justos ante Dios y caminaban de modo intachable «en todos los mandamientos y preceptos del Señor».
 
1.2. Inicio del relato: anuncio e interpretación (Lc 1,11-17)
 
La intriga está servida. La acción se desenvuelve en el Santuario del Señor, en una ceremonia de servicio litúrgico[4]. Se presenta el tercer actor: el pueblo («toda la multitud del pueblo» -Lc 1,10- es una exageración retórica y teológica).

Se le aparece el ángel. En el AT aparece con frecuencia el «mensajero del Señor» casi siempre de manera anónima. Los únicos ángeles designados por sus nombres en el AT son Miguel (Dn 10, 21; 12,1), Rafael (Tob 12) y Gabriel (Dn 8,16; 9,21). El término es el mismo que se usa para caracterizar las apariciones del resucitado en el NT.
 
La reacción de temor de Zacarías implica un reconocimiento de lo que está ocurriendo, aunque él mismo no sepa por qué –ésta es la primera interioridad de un personaje que nos ofrece el narrador-. Zacarías se encuentra ante un signo que pide ser interpretado. En este punto la narración se imposta en clave decididamente ocular: la localización del ángel se visualiza con minuciosidad («a la derecha del altar del incienso» Lc 1,11) y el narrador nos presenta un Zacarías sobresaltado por lo que ve. Para saber por qué se le ha aparecido el ángel, Zacarías necesita oír y la narración ha de situarse ahora en un plano auditivo. Es preciso interpretar el signo.
 
El ángel silencioso no habla hasta el v. 13, en discurso directo.¡Atención! el cielo habla por primera vez. Las primeras palabras son un estereotipo en las apariciones de la Biblia: «no temas»; porque su petición ha sido escuchada[5]. Ciertamente nada se nos dice explícitamente de que pidiera algo a Dios, pero en el camino del lector que llevamos ya sabemos a lo que se refiere. Y Dios escucha. Interesante la primera acción que tiene a Dios como sujeto: Dios es el que escucha la oración del justo (cf. Ex 32,11-14; Sal 106,23; St 5,16).
 
Lo importante es que el ángel anuncia lo que Dios se dispone hacer, en una dinámica de promesa-cumplimiento: Zacarías tendrá un hijo. Interesante cómo lo dice: «Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo» y se anuncia su nombre:» a quien pondrás por nombre Juan». El nombre en el mundo semítico comprende a la persona en su existencia y su misión (Juan significa «el Señor es favorable»).
 
El ángel además interpreta el anuncio y lo hace retornando al pasado: este hijo será el precursor prometido de la salvación escatológica que Dios va a realizar. Al interpretar este nacimiento, el ángel adopta el lenguaje de la Escritura, pero sugiere que el recto conocimiento de la promesa y su cumplimiento dependerá de una recta lectura de los signos del pasado bíblico. Para entender el presente y el futuro que éste presagia hay que mirar hacia atrás.
 
¿Cómo mirar atrás? El narrador compone el discurso del ángel a modo de tapiz de retazos de citas y reminiscencias del AT[6]. Dios actúa ahora como siempre ha actuado. Zacarías puede pensar que ya conoce el sentido de la promesa como respuesta a su oración. Pero lo que el ángel le ofrece es una interpretación mas amplia: ese hijo tendrá la misión de preparar un pueblo para el Señor. Según se desarrolla la interpretación del nacimiento, la figura de Zacarías se va desdibujando y se alcanza a los hijos de Israel (todo el pueblo) de modo que el centro lo ocupa Dios. El futuro mira más allá de Zacarías.
 

  • El relato de las reacciones (Lc 1,18-25)

 
En el v.18 recoge la reacción de Zacarías. No es casual que la palabra clave de la pregunta sea el verbo «conocer». Esta es la pregunta que nos presenta el narrador: ¿Se requiere algún tipo de conocimiento para acoger el Misterio? ¿Cuál?
 
En la respuesta de Zacarías resuena la pregunta de Abrahán (Gn 15,8; 17,7; 18,11). El que se parece a Abrahán en no tener hijos, tiene que parecérsele también en la pregunta. ¿De verdad son tan semejantes? Es verdad que ambos son estériles y de edad avanzada. Pero Zacarías es sacerdote, Abrahán no. Abrahán es el primero en la serie de personajes que en el AT no tienen descendencia, Zacarías es el último. En Gn 15,6 se dice que Abrahán puso su fe en Dios antes de plantear su pregunta, pero de Zacarías no. La pregunta de Abrahán se formula en respuesta a la promesa de la tierra, la de Zacarías responde a la promesa de un hijo; Zacarías pide en la oración un hijo mientras Abrahán no; Zacarías tiene su visión en el templo, Abrahán no… De hecho si la pregunta resuena casi idéntica, apunta en una dirección muy distinta.
 
Digámoslo claramente, la pregunta de Zacarías supone que conoce esa tradición. Si conoce la escritura, debe saber que se cumplirá la promesa de Dios, lo que significa que no hay motivo alguno para que haga esa pregunta. El relato no podría expresar mejor la situación contradictoria en que se encuentra Zacarías: por un lado, tiene fe para pedir; por otro, no es capaz de creer ante la promesa de Dios. Así el narrador quiere que aparezca la fe de Abrahán encarnada en los personajes. Si bien Abrahán no ha sido citado hasta ahora. La libertad de Zacarías es reclamada, no forzada.
 
A lo largo de la obra lucana los planes de Dios no sólo no se verán amenazados por las dudas humanas o por el rechazo frontal, sino que paradójicamente se reforzarán en su trayectoria. Dios espera que el ser humano acepte sus planes, pero no depende del ser humano para su cumplimiento. El ángel se presenta a sí mismo y exhibe sus credenciales. Recuerda a Dn 9, 21-27. El narrador deja la interpretación a cargo de uno de sus personajes. Mientras que Zacarías reclama conocimiento, Gabriel le recrimina su falta de fe. La única respuesta ante el Misterio de Dios es la fe ¿Qué implica la fe?
 
Zacarías buscaba un signo para conocer, y el signo que recibe es el desconcierto inicial del mutismo y del silencio[7] hasta que se cumpla la promesa. El signo es a la vez punitivo y propedéutico, un juicio a la incredulidad y una pedagogía para la fe, sin obligarle ni imponerle a la fuerza esa fe… El narrador no le hace decir a Gabriel que no podrá hablar hasta que el otro crea. Una vez que sea concebido, nazca y reciba nombre el niño, Zacarías podrá hablar libremente.
 
El narrador nos sugiere que la fe se basa en un conocimiento de cierto tipo, en particular un conocimiento de la fidelidad de Dios a sus promesas en el pasado, pero debe ir más allá de él. El conocimiento es necesario, pero insuficiente. Hay que interpretar los signos.
 
El narrador deja el santuario en el v. 21 donde están Zacarías y al ángel y se desplaza al exterior, donde el pueblo se extraña de su tardanza. Cuando sale Zacarías el pueblo no está ya en oración, sino desconcertado. El signo es el mismo Zacarías mudo; la ironía está en que el que pedía un signo, él mismo se ha convertido en signo.
 
Tanto para Zacarías como para el lector, su mudez, da testimonio del poder de la palabra de Dios. El pueblo juzga diversamente: cree que es por haber contemplado una visión. Pero el lector sabe que es por no haber creído (Lc 1, 20). El pueblo necesita escuchar una palabra de interpretación y hasta que no la escuche, no tendrá conocimiento suficiente que le sirva de base para su fe. De nuevo no es casual que en la respuesta del pueblo se encuentre el verbo conocer (= comprender) ( cfr Lc 1,18). Termina rápidamente y lo hace volver a casa ¿Dónde es? No se nos dice nada.
 
En Lc 1,23 Zacarías desaparece de escena e Isabel, que ha sido sólo nombrada, pasa al centro de la escena. El embarazo de Isabel es el segundo signo de cumplimiento del relato. Ahora toca a Isabel la interpretación. El v. 25 es una lectura acertada, aunque incompleta del signo que es el embarazo: acertada porque reconoce que Dios ha intervenido -ha concebido (no se lo ha revelado un ángel ni su marido)-; la lectura es incompleta porque se centra demasiado en ella misma. Se pretende que en las palabras de Isabel resuenen las de Sara (Gn 21,6) y Raquel (Gn 20,23). ¡Qué lástima que nuestra traducción esté mutilada! Debería decir así: «Así ha obrado el Señor conmigo en los días en que se dignó mirarme para quitar mi afrenta entre los hombres» (Lc 1,25). Segundo apunte interesante que tiene a Dios por sujeto: Dios no es sólo el que escucha, sino además mira, se fija atentamente.
El narrador emplea su clausura de modo estratégico. Si María sabe que su prima está embarazada es porque le ha sido revelado. Cualquier personaje que amenace con arrebatar la iniciativa divina es silenciado de una manera u otra.
 

  1. María o la oyente de la Palabra (Lc 1,26-38)


En el umbral del segundo episodio los lectores saben qué va a ocurrir: Dios quiere un pueblo bien dispuesto para su visita y que el hijo de Zacarías e Isabel está destinado a prepararla; pero no queda claro cómo realiza Dios esa visita. También saben que la promesa de Dios exige fe pero no conocen los perfiles precisos de esa fe.
 
El narrador hace una vez más que tome el cielo la iniciativa, reforzando la dinámica de promesa-cumplimiento establecida en el episodio anterior. Se trata de una técnica de reanudación: recupera elementos del episodio anterior y los matiza: va a explorar en qué consiste esa fe en la que insistió Gabriel. Es un nuevo comienzo.
 
El relato avanza en el tiempo («al sexto mes» del embarazo de Isabel), se sitúa en un espacio distinto: en Nazaret, una ciudad de Galilea, y presenta un nuevo personaje, María. Hasta ahora no sabemos qué relación guarda con el episodio anterior, pero se mantiene la unidad de acción al menos a nivel de plan divino.
 
En el relato anterior Zacarías se movía de un lado a otro mientras que el ángel permanecía fijo. Ahora se nos informa de unos movimientos del ángel: «entrando… » (nótese que no se aparece); y, al final del relato, se narra su ida, dejando a María como pivote del relato.
 
María es una joven, soltera aunque comprometida, de cuyo linaje y piedad nada se dice. Se dice dos veces que es «virgen» para preparar lo que sigue. José es mencionado en su condición de descendiente del rey David. Aparecen tres personajes cuya identidad los vincula a los planes de Dios (Gabriel como el mensajero, María como virgen – cf. Isaías 7,14- y José como de la estirpe de David).
 
En el episodio anterior el ángel permanece silencioso. Ahora le hace empezar con un saludo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). A lo largo de todo el episodio los detalles visuales son acallados en favor de detalles auditivos. Por ejemplo, nada se dice sobre la aparición o si María vio al ángel… se hablará de palabras, oído, saludo… En una historia dominada por la fe el relato se narra en clave auditiva. En v. 29 se turba María por lo que oye. Se trata de una visión de María más penetrante que la de Zacarías, preocupada por el significado del saludo del ángel.
 
Comienza el relato de la promesa. Lc 1,30-33: anuncio e interpretación. Se inicia la respuesta a la pregunta de María. Gabriel se dirige a ella por su nombre. Se aclara en qué va a consistir la visita divina anunciada en los vv. 13-17, es decir, mediante el Mesías davídico. vv. 13-17 anuncian un nacimiento y luego ofrecen una interpretación del mismo con expresiones tomadas de la Escritura. El conocimiento, una vez más observamos se obtiene mirando al pasado.
 
La iniciativa es absolutamente de Dios: ha encontrado gracia ante Dios, y en el v. 32 será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su padre. (Dios se nombra de tres maneras para dejar clara su iniciativa absoluta). Ya se sabe el qué pero ¿y el cómo? ¿Cómo será esto puesto que no conozco varón? (Lc 1,34). Dado que María está prometida a José, varón de la casa de David, tanto ella como el lector podrían contar con que el Mesías habrá de nacer durante el inminente matrimonio. Resulta sorprendente la pregunta de María en el v. 34, pues implicaría que ella da por supuesto que el niño nacerá antes de iniciar su vida de esposa con José.
 
En el anuncio hay muchos enigmas: Si el niño habrá de nacer durante el matrimonio ¿Por qué omite Gabriel cualquier alusión a José que es el descendiente de David? ¿Por qué a una mujer prometida y no casada? Los especialistas rechazan cualquier intento de explicación a partir de la psicología de María, se trata de un recurso del narrador para preparar la revelación culminante en v. 35. Ello le da al relato un tono de colaboración entre María y el ángel en el proceso de la anunciación.
 
María y Zacarías en el arte narrativo de Lucas poseen la misma información, quizás esté en desventaja María, ya que no se le anuncia el modo concreto: tener un hijo como Zacarías. Pero las diferencias son más marcadas:
 
– María no se fija inmediatamente en sí misma, sino en el anuncio, en la iniciativa de Dios, en contraste con Zacarías que empieza subrayando su propia necesidad de saber;
– María no da muestras de incredulidad, pero pregunta el cómo;
– María duda de sus propias credenciales (no conozco varón) más que de las del ángel, enuncia una carencia propia, no una falta del cielo;
– María no exige ver, sino que afirma simplemente su incapacidad para ver. Sus palabras implican impotencia más que un intento de captar un conocimiento que pudiera servirle de base para su propia iniciativa;
– La pregunta de Zacarías implica un fallo de memoria, mientras que la de María implica la memoria de que todas las demás anunciaciones fueron hechas a personas casadas y no a una virgen.
 
Por segunda vez se menciona al Espíritu Santo. La primera, en el v. 15. Se trata de un lenguaje de comunicación entre Dios y María. No se menciona a Jesús por su nombre, sino «al que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios». Estamos en el núcleo de la cristología lucana[8].
Cuando el lector espera que Gabriel diga más cosas sobre Jesús, como hizo con Juan, el ángel pasa a hablar de Isabel, ya embarazada. Así dirige la atención a un Dios que tiene poder para hacer algo que quizá parezca menos verosímil que producir a un niño de un vientre estéril. Si el principio del conocimiento adecuado está en reconocer la propia incapacidad, su consumación consistirá en reconocer el poder de Dios, como se desprende de la respuesta de Gabriel.
 
La dirección del relato va de Jesús a través de Isabel a Dios. Para María la sorpresa consiste en saber que su prima está embarazada. Para el lector la sorpresa es saber que son parientes. Isabel es un signo del que María oye hablar pero que no ve. Mientras Zacarías pedía un signo capaz de conferirle algún conocimiento, a María se le da un signo que exige la fe. Mientras que a Zacarías se le pedía que creyera que Dios iba a hacer de nuevo lo que ya había hecho antes, a María se le pide que crea que Dios hará lo que nunca habrá hecho antes. No se le da más que a Zacarías pero se le pide mucho más. ¿Qué camino habrá de recorrer el creyente una vez que haya pronunciado su palabra de sumisión?
 

  1. La salutación a Isabel: la interpretación de la fe (Lc 1,39-56)


El narrador busca hacer converger la fe y su interpretación. La atención en el v.39 continúa sobre María de viaje a Judea, sola, sin la mención a José. Se describen cuatro acciones de María: se levantó, se fue, entró y saludó. Si en la primera escena se narraba el movimiento de Zacarías, en la segunda, del ángel, en la tercera, de María. El relato se centra cada vez más estrechamente en María. Una vez que ha llegado ni Isabel ni María se mueven. El único movimiento es el salto del niño en el seno.
 
El narrador no dice nada acerca de las razones de María para emprender el viaje, se da noticia de cuándo marcha (» en aquellos días»), con qué talante («con prontitud») y ello libremente. Parece quedar sin respuesta el por qué lo hace. Con la indicación de que son parientes basta. ¿Por qué quiere el narrador que ambos personajes se encuentren? Porque quiere que sea la fe la que desencadene la acción desde el primer momento. En los dos primeros fue la iniciativa del cielo la que puso en marcha la acción; ahora toca a la respuesta humana. No es mera coincidencia que vaya al único personaje que ha leído de manera acertada aunque incompleta los signos. Para así dar una interpretación completa y cierta de los signos. El relato guarda silencio acerca del embarazo de María, el narrador sigue eludiendo hablar de Jesús. El relato se centra en Dios y María.
 
Una vez que se ha informado del saludo de María al final del v. 40, el relato pasa a una modalidad fuertemente auditiva que predominará en todo el episodio. La acción es puesta en marcha por el saludo y el narrador suprimirá los detalles visuales a lo largo de todo el episodio, como hizo ya en el anterior. Esta decisión de transportar a un modo auditivo la narración de la fe y sus consecuencias sugiere que en la respuesta de la fe, para el narrador, importa más lo que se oye que lo que se ve. Paradójicamente María es un signo que se oye pero no se ve.
 
Las tres referencias al saludo de María (vv.40.41.44) subrayan su importancia. No es de su contenido, sino de su efecto, del que se da cuenta largamente. Se habla de María como la que ha creído. ¿En qué pone María su fe? Se explicitará en el Magnificat y en el relato lucano en su totalidad.

El v. 41 es el único momento del episodio en que el narrador abandona el relato externo para informarnos del salto del niño y de la venida el Espíritu Santo sobre Isabel (cuanto sigue es un discurso profético, por eso introduce el narrador el Espíritu Santo). El impulso del Espíritu Santo va a la zaga del saludo de María, y se produce en el momento en que Isabel propone su propia interpretación del signo que es la venida de María. Por primera vez el Espíritu representa la intervención del cielo en el proceso del reconocimiento humano para otorgar a un personaje la capacidad de interpretar acertadamente unos signos que de otro modo resultarían impenetrables. Si en los dos primeros episodios era Gabriel el que aparecía como figura profética que anuncia el nacimiento e interpreta su significado. Ahora en el tercer episodio lo hacen Isabel (y Juan): María, la que ha creído.
 
En vv. 19-20 Gabriel evaluó rápidamente la duda de Zacarías, sin embargo el mensajero celeste nada dice en respuesta a la palabra de fe de María. Isabel pasa de la segunda a la tercera persona para referirse a María: ¡feliz la que ha creído! Aparece por primera vez Jesús como «Señor» (cf. Sal 110,1 LXX).
 
El texto al presentar sus personajes carga el acento en sus relaciones. En los vv. 41-45 el Espíritu Santo no solo es principio de poder , capaz de operar una concepción virginal, sino de conocimiento. Con ello muestra que en su cercanía Dios comparte su poder y su conocimiento para superar la impotencia y la ignorancia.

  1. La fe se hace canto (Lc 1,46-56)


Cuando calla Isabel y el narrador se fija de nuevo en María, nada se dice del Espíritu Santo. El himno que entona María no es un discurso inspirado al estilo de la profecía de Isabel. La razón es que se pretende subrayar la diferencia entre la profecía y la alabanza como modos de reconocer la visita de Dios. Así se añade la alabanza a la profecía como los dos frutos de la fe, como modos de reconocimiento que hacen posible la fe. Del Magnificat nos limitamos a señalar algunos elementos importantes para nuestro tema:
 

  • El poder de salvación

¿En qué sentido se hace referencia al poder de Dios? ¿Cómo entiende María ese poder que Gabriel ha afirmado? ¿En qué pone exactamente su fe María? En el v. 38 ha dado el narrador una respuesta de fe genérica ahora da una respuesta más matizada. María ensalza a Dios como mi «Salvador» (v. 47), que ha mirado la humildad de su esclava. Una vez más Dios mira y se fija. Es importante la cualidad que atrae la mirada de Dios: la humildad, entendida como apertura al Misterio, a su trascendencia y santidad. Pero ¿cómo es Dios salvador de María? ¿Cómo realiza esa salvación?

  • El poder como misericordia

El poder de Dios es entendido como la misericordia de Dios y su fidelidad. El himno presenta unas imágenes del poder de Dios en acción: salva a unos (humildes, hambrientos) y dispersa y derriba a otros (soberbios, potentados y ricos). Es un Dios dispuesto a tomar partido y carne a favor de los que no cuentan en la historia. Luego el himno entiende que Dios es salvador haciendo misericordia por siempre. Así a partir del v. 50 se hace más social y se menciona Abrahán que se insinuaba en el fondo del relato desde el inicio.

  • El nacimiento de la memoria humana

El himno redondea su visión haciendo que María sitúe su experiencia excepcional del poder de Dios en el contexto de la experiencia de Israel. Como Gabriel, María vuelve su mirada a las pasadas obras divinas para entender lo que Dios hace ahora y el futuro que en todo esto se prefigura. Así, el relato de Lc 24 que hasta ahora nos hemos resistido a mencionar, hablará no solo de la resurrección de Cristo, sino de la resurrección de la memoria.
 

  • La marcha de María

Al final del himno torna el narrador y afirma que se quedó tres meses antes de regresar a casa ¿Por qué tres y no dos o uno? Porque María actúa libremente y de paso deja en la sombra la figura de José a fin de subrayar la concepción virginal de Jesús.
 
Segunda cuestion: ¿Por qué hace el narrador que María regrese a casa antes de que Isabel dé a luz? Porque quitaría protagonismo a María y el recién nacido pasaría al centro de la escena. Pero Zacarías se ha quedado en el fondo del escenario… Dios y su acción no pueden quedar en la sombra.
 

  1. Algunas conclusiones para nuestros itinerarios de educación a la fe


Unos elementos que se deducen del análisis realizado como sugerencias a impostar en nuestros itinerarios de educación a la fe de manera creativa. Sugerimos el siguiente recorrido:
 

  • Visita a las Vestales

Sabemos que en el Imperio Romano las Vestales debían cuidar de que jamás se apagase el fuego eterno del templo de Vesta porque éste representaba el porvenir del Imperio. Este fuego sagrado es la educación al Misterio. Hablamos de educar a las actitudes del silencio, la contemplación y la admiración ante la realidad. La Estética ofrece un campo de educación que abarca desde los sentidos a los sentimientos e incluso al compromiso.
 

  • Pasa por el mercadillo de la gratuidad

La iniciativa en la fe parte de Dios que se comunica libremente, eduquemos a la acogida a la acción de gracias y a la capacidad de servir y de descentrarse.
 

  • Chequeo en el otorrinolaringólogo

Aprender a escuchar y a dialogar es preparar para el encuentro y la lectura de los signos que en la historia de Salvación Dios ha constituido. Buen olfato para detectar los buenos olores de los malos; y una buena capacidad expresiva para anunciar y narrar la propia vida. El anuncio de la fe es necesario para el acceso a la fe. La fe cantada y celebrada es su vigor. La mediación de diferentes lenguajes que nos ayuden a interpretar y a expresar la realidad y la fe es una necesidad. El mutismo o la pobreza expresiva son símbolo de nuestra incapacidad o de nuestro raquitismo en la experiencia viva de la fe.
 

  • Stop

La capacidad de hacer un alto e interpretar la fe y la vida en la dirección adecuada. Se buscan intérpretes cualificados de las experiencias de vida y de fe de los jóvenes… Si los pastores no hubieran sido avisados de que el Mesías había nacido, podrían haberse encontrado con José, María y Jesús, pero jamás lo hubieran reconocido. Necesitamos reconocer los signos de la cercanía de Dios en nuestras vida y en la sociedad; y ello es imposible sin reflexión, meditación, oración y, menos aún, sin conocer cómo actúa Dios –aunque sea de memoria- .
 

  • Da una buena limosna…

Es La educación a la misericordia y a la ternura. Dios toma opción mira y escucha para hacer misericordia entrañable. La respuesta del hombre hacia los demás no puede ir sino en la misma dirección del Misterio.
 

  • Mira la hora…

Es la invitación al realismo. Dios mira y se fija en la humildad, entendida como apertura a la trascendencia y abandono en Dios. Educar en la sencillez de vida y por qué no, en la austeridad y el dominio de sí. Si humildad es andar en la verdad, ¡qué verdad más práctica!
 

  • Sueña…

Se trata de la educación a la libertad, al amor y a la utopía. Hacer de nuestras comunidades ámbitos donde autentificar las aspiraciones de nuestros jóvenes y confrontarlas con el evangelio.
 

  • Vuelve a casa

La educación que parte de la vida y a ella torna. No se trata de evadir, sino de volver a la vida, pero en una tonalidad diversa (conversión) en sintonía (fe) ante la proximidad del Misterio.
 

  • Con la Madre

María siempre está presente de un modo activo, como lo estuvo en la generación de su hijo, en los nuevos hijos de la fe como Madre y Maestra.
 
[1] Cf. U. Eco, Lector in fabula. La cooperación interpretativa en los textos narrativos, Barcelona 31993. En el ámbito de aplicación a la Biblia: D. Marguerat – Y. Bourquin, Cómo leer los relatos bíblicos. Iniciación al análisis narrativo, Santander 2000; C. Mora Paz – M. Grilli – R. Dillmann, Lectura pragmalingüística de la Biblia. Teoría y aplicación, Estella 1999. Para información y bibliografía cf. http://www.unigre.it/pragmatica/homepage.htm [acceso 23/11/04].
[2] Aunque la bibliografía es abundante, dejando a un lado los grandes comentarios al evangelio de Lucas señalamos algunos estudios en leguna castellana: J. N. Aletti, El arte de contar a Jesucristo. Lectura narrativa del evangelio de Lucas, Salamanca 1992; R. E. Brown, El nacimiento del Mesías. Comentario a los relatos de la infancia, Madrid 1982; Mark B. Coleridge, Nueva lectura de la infancia de Jesús. La narrativa como cristología en Lucas 1-2, Córdoba 2000; J. M. García Pérez – M. Herranz Marco, La infancia de Jesús según san Lucas, Madrid, 2000; S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la Infancia I. Los cánticos del Evangelio de la Infancia según san Lucas, Madrid, 1990; II. Los anuncios angélicos previos en el Evangelio lucano de la Infancia, Madrid, 1986; J. M. Muñoz Nieto, Tiempo de anuncio. Estudio de Lc 1,5-2,52, Taipei 1994; G. Pérez Rodríguez, La infancia de Jesús (Mt 1-2; Lc 1-2), Salamanca, 1990;.
[3] Seguimos la traducción castellana de la nueva edición de la Biblia de Jerusalén.
[4] Al parecer, había 24 grupos sacerdotales, el grupo de Zacarías, el de Abías era el 8º y le tocaba 2 veces al año el servicio litúrgico en el templo durante una semana, o bien en la ofrenda del incienso de la mañana o de la tarde; cf. F. Bovon, I. El evangelio según san Lucas(Lc 1-9) (Salamanca 1995) 80.
[5] Así en el evangelio de Lucas la oración lo precede (Lc 1,13) y lo clausura (Lc 24,53) ambas en el templo.
[6] De la Torah: Gn 16,11-12; Nm 6,3; Lv 10,9; de los profetas (anteriores y posteriores) Jue 13,4; 2 Re 2,9-10; 1 Sam 1,11; Dn 10,12; Mal 2,6; y de los otros escritos: Eclo 48,10.
[7] El término griego que califica este fenómeno significa «sordo y mudo». Aunque la traducción hable sólo de mudo (Lc 1,20), por ello hablará por señas (Lc 1,22), pero no se entendería bien Lc 1,62: «Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase». A un mudo no hace falta hablarle por señas.
[8] Cf. R. F. O’Toole, Luke’s Presentation of Jesus: A Christology, Roma 2004.