ADVIENTO 2003

1 noviembre 2003

Itinerario del Adviento siguiendo los evangelios de los domingos del Ciclo C

Álvaro Ginel
Director de CATEQUISTAS
 
Muchas veces iniciamos un camino sin conocer las etapas. El Adviento es un camino de preparación que la Comunidad cristiana tiene muy trillado y, por eso mismo, muy bien planteado. Al inicio de este Adviento del Ciclo C, guiados por el evangelista Lucas, vamos a recorrer, de domingo en domingo, unas etapas que nos acercan a la Navidad.
Lucas escribe a Teófilo, un creyente contemporáneo suyo, para que comprenda con certeza las enseñanzas recibidas (Lc 1,4). Es el único evangelista que verbaliza el objetivo de su evangelio al inicio de la narración. La manera de cumplir el objetivo es que el lector, Teófilo, descubra que hoy se cumple esta Escritura (Lc 4,14-30). El Adviento acompañados de Lucas es para prepararnos a reconocer el día de Navidad: Hoy se cumple en nosotros la venida del Hijo de Dios, el Mesías. Preparar los caminos del Señor, allanar las montañas es lo necesario para hacer florecer el desierto y descubrir en el desierto la llegada del Hijo de Dios. Vamos a seguir paso a paso el itinerario para tener una visión global y no ir a ciegas en la marcha hacia la Navidad.
 

1º Domingo 2º Domingo 3º Domingo 4º Domingo
Estad despiertos
y rezad en todo momento
Preparad el camino Qué tenemos que hacer Dichosa porque has creído

 
 

  1. Estad despiertos y rezad en todo momento

Primer domingo de Adviento (Jer 33.14-16; 1 Ts 3,12-4,2; Lc 21,25-36)
 
Estad despiertos
Inauguramos un nuevo año litúrgico. El inicio se hace proyectándonos hacia el final de los tiempos. El final es descrito como un momento de gran tribulación, un estado de conmoción y de temblor tanto en el Universo como en sus habitantes. La presencia y el anuncio de la venida del Hijo del hombre es la causa que produce la conmoción general.
De entrada hay que señalar una pedagogía en el hacer celebrativo de la Iglesia. Al principio del camino se anuncia lo que será el final para que a lo largo del camino el creyente sepa hacia dónde camina. El creyente no es un caminante que no sabe hacia dónde va. El creyente sabe hacia dónde va y cómo tiene que hacer el camino.
La descripción de Lucas: habrá señales en el sol, la luna y las estrellas…, se angustiarán los pueblos por el estruendo del mar… (Lc 21,25) no es algo ajeno a la experiencia que vivimos las personas. En momentos de apuro o ante la inminencia de acontecimientos que se nos escapan de las manos (una operación, una noticia inesperada, una prueba difícil…) es bastante común “temblar” y agarrarnos a lo que sea. Unos se agarran a las “cartas” para saber de antemano cómo les irá, otros se agarran a lo que pueden…, otros confían en el Señor… Otra imagen para comprender lo que el evangelista nos dibuja como situación general es comprobar lo que nos pasa cuando se nos anuncia una inspección ya sea de Hacienda o empresarial… Comienzan los nervios, la búsqueda precipitada de papeles, las hipótesis de lo que nos puede pasar, las artimañas para ocultar los puntos débiles… Hay presencias que “hacen temblar” porque “remueven y tocan los cimientos en los que nos construimos”. La presencia de Dios no es una presencia insignificante. Es una presencia que toca lo esencial de la existencia cósmica y de la personal existencia y remueve todo.
La redacción de Lucas al narrar el final de los tiempos destaca el comportamiento de los hombres: unos tiemblan, otros son invitados a vivir con la cabeza alta, de pie. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que se echa encima al mundo… Cuando comience esto, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación (v. 26-28). El Hijo del hombre que viene y que es causa de “hacer temblar” a unos es justamente la “causa” de confianza para otros; es Él quien da la fuerza para mirar y levantar la cabeza… Quien vive cimentado en Dios de manera ordinaria, quien vive en presencia de Dios no teme ni tiembla en el momento de la venida del Hijo del hombre porque ya vive en su presencia. No es Dios distinto en el día a día que en el momento final. Tiemblan ante Dios los que no viven a diario en Dios.
 
Rezad en todo momento
La confianza para permanecer erguidos brota de una actitud de responsabilidad y de una vida vivida con atención para no dejarse embotar la cabeza. Muchas veces, padres y educadores recomiendan a los hijos que “no lo dejen todo para el último día”, que “el futuro se va labrando día a día”, que “las prisas de última hora no son buenas”… Es la manera más cercana y gráfica que tenemos de traducir a vida ordinaria lo que Lucas nos aconseja de cara a preparación de la venida del Señor.
El tiempo de la espera es tiempo necesario e importante. Es en la espera donde tenemos la posibilidad de ser y hacer lo que realmente elegimos personalmente. Es en la espera del Señor donde vamos demostrando que vivimos en su presencia. Se prepara la venida del Señor viviendo en su presencia mientras esperamos que venga.
En este primer domingo de Adviento estamos invitados a hacernos la pregunta por el Señor que viene. El creyente es un “esperador de Dios”; el creyente vive en la “esperanza de Dios”. “El Señor viene, en el Señor espero, en el Señor he puesto mi esperanza”… son frases que resumen la convicción profunda del creyente. La esperanza hace vivir al creyente de manera diferente a todos los demás hombres… Mientras los demás tiemblan, él permanece en pie.
El peligro del creyente y de todo hombre reside en que se nos embote la cabeza con otras esperanzas menores a las que les damos el rango de mayores… Todo lo que nos aparta de vivir en presencia del Señor se convierte en posibilidad de embotamiento de nuestro corazón. El creyente vive el mismo mundo, los mismos acontereces que los demás hombres. Pero los vive con otra perspectiva: la esperanza. El creyente apuesta firmemente por algo que no falla: la venida del Señor. El Señor, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, vendrá. Esta es la convicción que vence la angustia. La vida en esperanza es la que crea esperanza y abre a otros a la esperanza. Creer en la esperanza y crear situaciones de esperanza, es dar razones para que otros confíen y esperen.
Lucas apunta una manera de vivir la esperanza y en esperanza: la vigilancia y la oración. La desesperanza se apodera de nosotros cuando no somos capaces de ver de cerca al Señor o cuando le perdemos de vista o cuando no nos tratamos con Dios y vivimos como si no estuviera presente. Solos y en solitario nos creemos que podemos hacer lo que nos da la gana… Y nos damos cuenta de que no somos solitarios. Vivimos en una presencia misteriosa que en un momento descubrimos como esencial y, algunos, entonces, tiemblan. La relación con Dios es la que nos hace mantener vivo a Dios en nosotros como esperanza y como presencia no tangible, pero sí posible.
 

  1. Preparad el camino

Segundo domingo (Bar 5,1-9; Fil 1,4-11; Lc 3,1-6)
 
El evangelio de este segundo domingo comienza situando a Juan en un contexto histórico muy preciso. Difiere el relato totalmente de los cuentos que suelen comenzar por: “Érase una vez…”. La predicación del Bautista no se realiza en el aire o en un lugar indeterminado, sino en un espacio y en un tiempo delimitados, con unas personas concretas. La palabra de Dios tiene un hoy. Hoy es el hoy de la palabra de Dios.
En el itinerario del Adviento pasamos del final del camino al kilómetro cero, al presente, al aquí y ahora. El final contemplado se hace realidad poco a poco, en el aquí y ahora. Por eso Lucas nos da todo lujo de detalles del comienzo de la predicación del Bautista: marca la fecha, enumera los personajes históricos del momento tanto políticos como religiosos. Después añade: la palabra del Señor se dirigió a Juan hijo de Zacarías en el desierto.
El lugar de la palabra de Dios, donde amanece, donde brota, es en un hombre que vive en el desierto. Donde Dios es predicado es donde hay escuchadores de lo esencial. El desierto es una manera de indicarnos que hay lugares donde se vive de lo esencial y esos lugares son lugares privilegiados de presencia y de palabra de Dios. Allí es donde mejor resuena: “todo mortal verá la salvación de Dios”.
Este encuadre de anuncio de Juan echa por tierra las lamentaciones de muchos creyentes que siempre están excusándose: “Es que estos hombres –chicos, adultos- de hoy…”, “Es que estos gobernantes…”, “Es que con esta gente...”. Con esta gente es con la que hoy comienza la predicación y la preparación del que anuncia a Jesús, sin esperar a los hombres y mujeres ideales. Los hombres y las mujeres ideales viven mezclados con los que nos parecen menos ideales… Los hombres y las mujeres ideales saben ir al desierto y vivir lo esencial. Esa es la diferencia. Y son los “no ideales” los que necesitan también el anuncio del Reino, aunque no sean capaces de entenderlo ni de escucharlo.
 
Dios habla por medio de hombres
Conviene destacar que la preparación de la venida del Mesías se hace por medio de un profeta, Juan Bautista, que recibe de Dios palabra y espíritu porque busca la verdad y la Verdad le encuentra a él. Dios es anunciado por hombres y mujeres que en su desierto, en su realidad vivida con profundidad, descubren y escuchan la palabra de Dios. Para preparar la venida de Dios necesitamos “profetas” que nos hablen de Dios, hombres y mujeres de espíritu que nos digan lo que Dios les ha dicho. Por lo general, son otros los que “nos abren” los ojos y los oídos para descubrir a Dios. Son otros los que “nos ponen en camino” hacia Dios. Después, el camino lo hace cada uno.
A lo largo de la vida, de una u otro manera, cada persona tiene encuentro y roce con “personas llenas del espíritu de Dios” que le ayudan a reconocer la salvación de Dios. Muchas personas de nuestro hoy argumentan que ellas “tienen hilo directo con Dios” y no necesitan que nadie les diga nada sobre Dios. “Se las entienden muy bien con Dios”. Es innegable que ayer, hoy y siempre Dios se revela a quien quiere, como lo hizo con Juan en el desierto. Pero el encuentro con Dios necesita preparación y espera. A Dios nos llevan los que ya encontraron a Dios y caminan con Dios. Dios necesita ser esperado para ser acogido. Dios necesita un corazón preparado, sensibilizado para ser reconocido. Dios no es “algo más” en medio de nuestra vida. Dios es el que cambia la orientación de nuestra vida porque él es salvación.
 
Verá la salvación de Dios
La expresión “ver la salvación de Dios” es una expresión que para muchos hombres y mujeres no tiene ningún sentido. Hace poco me contaban la extrañeza de una chica al oír el un sermón la expresión “salvarse”. Preguntó: ¿Qué es eso? ¿De qué me tengo que salvar? Yo estoy bien como estoy. Yo no necesito que nadie me salve.
Cuando en la vida ordinaria utilizamos la expresión “estoy perdido”, ¿qué queremos decir? Posiblemente que no hemos seguido el hilo lógico de un argumento, o la historia de una narración, o que no estuvimos en la reunión anterior y no entendemos nada porque no estamos en contexto… En estos casos, bastará repetir de nuevo y comenzar desde el principio para “encontrarse” y dejar de estar pedido.
Otras veces con la expresión “estoy perdido” va más allá y surge cuando reconocemos que la vida que llevamos no es la verdadera, no es la que queremos, pero las circunstancias no nos dejan otras posibilidades o no tenemos fuerzas para dar marcha atrás. Y uno reconoce con anhelo de otra cosa: “estoy perdido”, “no tengo otro remedio”. O después de una entrevista con el médico reconocemos que “estamos perdidos” porque no hay recuperación posible de la salud… Estar perdido es reconocer que no hay salida, que no hay horizonte, que vamos hacia un final irremediable y reconocer, al mismo tiempo, que hay otro camino pero se nos niega o nos lo hemos negado. “No tengo remedio” es otra expresión que aclara y enriquece lo que significa estar perdido.
Cuando hoy el profeta anuncia: “todo hombre verá la salvación de Dios” nos está diciendo que hoy, en nuestro aquí y ahora, tenemos posibilidad de agrandar el horizonte de nuestros horizontes. Es decir, podemos abrirnos y reconocer que no acabamos en nosotros mismos. Hay otro horizonte que nos dan y al que podemos acogernos. El final de la persona no es la misma persona sino Dios. Podemos vivir en la confianza de que toda nuestra vida no depende sólo de nosotros, sino de Dios. “Estar perdido y no tener remedio” es sencillamente permanecer en los límites de las propias fuerzas sin abrir los ojos a todo lo que Dios es para nosotros. El que se encuentra perdido dice: “No tengo fuerzas”. El que encuentra en Dios la salvación exclama: “Mi fuerza y mi poder es el Señor. En Dios he puesto mi esperanza”.
“No logramos creernos que va a venir una vez más Dios sólo porque no reconocemos que una vez más lo hemos vuelto a perder, y por eso, no aceptamos que nadie nos diga que hay que prepararse a su venida. Porque no tenemos intención de preparar su venida, no oímos a quien nos está diciendo que está por llegar; las voces del Precursor siempre han clamado en el desierto. Y por no oír esas voces que siguen clamando hoy como ayer, seguimos desaprovechando la ocasión de encontrarnos de nuevo con Dios. Es una lástima, es una verdadero pecado, que por no echar suficientemente a Dios en falta, nos falte Dios y no le preparamos el camino que quería tomar para llegar junto a nosotros. Nos perdemos a todo un Dios sólo por darlo sin más por supuesto en nuestro corazón y en nuestras vidas. Si no queremos correr ese riesgo, empecemos por escuchar a todo aquel que nos hable de Dios; hagámonos más atentos con quienes nos hagan ver que aún nos falta Dios; comprobar que nuestro mundo no es el cielo, que nuestra familiar no es el hogar que anhelamos, que en nuestros corazones hay todavía mucho mal, no es desesperante, si ello nos lleva a aceptar la falta que Dios nos hace.”[1]
 

  1. Qué tenemos que hacer

(Tercer domingo (Sof 3,14-18; Fil 4,4-7; Lc 3,10-18)
 
¡Lanza gritos de alegría, hija de Sión. El Señor Dios está contigo! Son las palabras del profeta Sofonías que hacen de este tercer domingo un domingo de alegría. Esperar al Señor es motivo de alegría. Esperar su presencia es causa de nuestra alegría porque es un Dios que quiere habitar en medio de los suyos.
“Sí, sí, la teoría es muy bonita; pero qué es lo que tenemos que hacer en concreto para preparar la venida del Señor”. Lucas hace pasar ante nosotros una caravana de personas que se interrogan y que le interrogan. La interrogación manifestada es fruto de una interrogación sentida previamente como consecuencia de la predicación del profeta. La palabra del profeta no cae en vano, “hace cosquillas a muchos” y se interrogan.
Entre los que preguntan están los anónimos englobados en la “multitud” y los profesionales: recaudadores, militares… Lucas cita de manera expresa aquellas profesiones que eran mal vistas por el pueblo porque eran los que colaboraban con el invasor romano y mantenían el orden. Es significativo que Lucas destaque justamente a personas metidas en estos negocios sucios (que permitían aprovecharse del otro) como las personas capaces de esperar y de preguntarse por el Mesías. De alguna manera, el evangelista nos está diciendo que no hay lugar, grupo de personas, profesión o situación que imposibilite a la persona plantearse la pregunta de Dios. La búsqueda de Dios es posible desde todos los sitios y para todos los hombres.
Continuando con el aquí y ahora del domingo anterior se nos viene a decir que el aquí y el ahora de la preparación de la venida del Mesías es la situación que vivimos.
 
Qué tenemos que hacer
A Juan no le preguntan qué tenemos que creer, sino qué tenemos que hacer. La preparación para la llegada del Mesías no comienza por un creer en el Mesías. Esto es un paso posterior. Ahora es tiempo de preparar. La buena preparación consiste en asumir actos significativos. Juan no les pide cambiar de vida, sino cambiar la vida, vivir de otra manera la vida. Vivir abiertos a los demás y no pensando en ellos mismos. La mejor manera de abrirse a Dios es comenzar abriéndose a los cercanos y viviendo con honradez, sin aprovecharse de la situación de privilegio que pueda dar la profesión. No les propone Juan soñar, sino hacer cosas reales, posibles… Por ejemplo, abrir el armario y compartir los vestidos; abrir la despensa, y dar de comer al que lo necesita; ser justos y exigir lo justo; no maltratar a nadie…, vivir en paz y trabajar por la paz. Detrás de Juan vendrá otro, el Espíritu, que pondrá metas más altas: la aceptación, por la fe y el bautismo, del Mesías.
 
Un hacer que produce alegría
Una de los reproches que hoy se escuchan contra los creyentes es precisamente la falta de alegría que produce la manera de vivir la confesión en Dios. Y una de las señales que hoy atraen más a todos es toparse con creyentes que viven la alegría que proviene de su Señor. En un mundo que crea alegrías caducas y artificiales sorprende el testimonio de la alegría que mana de la fe.
El hacer que Juan proclama no es un hacer para “fastidiar”, es un hacer que cambia la vida y la libera. Por eso se convierte en fuente de alegría y de gozo. Si la vida cristiana no es manantial que alegra la vida no es creíble ni es atrayente.Hay una fuente de alegría que consiste en ver cómo superamos pruebas, cómo alcanzamos metas y objetivos, cómo ganamos autoestima y autorrealización. Esta fuente se convierte a veces en fuente de depresión cuando no llegamos a lo que nos habíamos propuesto. Existe hoy una propuesta de alegría y de “estar bien consigo mismo” que reduce el universo a lo alcanzable con las propias fuerzas personales.
Pero la alegría que Dios espera de nosotros no es fruto del esfuerzo propio y superación de nuestras dificultades. La alegría que hoy se nos proclama tiene su eje en saber que Dios es cercano, que Dios nos conoce y que Dios se acuerda de nosotros… No se trata de alegrarnos porque contabilicemos cuánto podemos hacer nosotros, sino cuánto hace Dios por nosotros, cuánto está dispuesto a hacer si nos ponemos en su onda.
La alegría, para el cristiano, es un don que Dios da. Vivir alegres no es penoso si vivimos esperanzados y esperando al Señor.
 

  1. Dichosa tú porque has creído

Cuarto domingo (Miq 5,1-4; Hb 10,5-10; Lc 1,39-45)
 
El itinerario de Lucas hacia la Navidad es muy claro y progresivo: ver la meta, situarse en el aquí y ahora, creer que es posible aquí y ahora hacer algo para recibir al Mesías. Finalmente, en este cuarto domingo, se nos presentan modelos concretos de acogida de la palabra de Dios: Isabel y María, la madre de Jesús. Estas dos mujeres son fértiles por ser creyentes. La fe da fecundidad. La fe no nos deja en la estepa estéril. No se cree sin consecuencias. No se cree sin fruto y sin dar frutos.
 
La primera bienaventuranza
La primera bienaventuranza la proclama Isabel y se la dirige a María. “¡Bendita tú! ¡Bendito el futro de tu vientre! ¡Bendita tú porque has creído!”. No se le llama a María bendita o bienaventurada porque es madre de Dios, sino porque es creyente en Dios, porque creyó en su palabra.
El destino de cualquier creyente es éste: ¡Bendita tú porque has creído! El que cree y se fía de Dios, encarna a Dios en la entraña de su vida. Y con Dios dentro de sí es ocasión para que los demás crean, es motivo de alegría. Lleva a Dios a la vida quien ha permitido que Dios entre en su vida.
 
Reconocer al invisible
Dos creyentes, dos mujeres fecundas se encuentran. Su fecundidad viene de su disponibilidad y de su aceptación de lo que no habían pensado o en lo que ya creían que ni podían pensar. Su fecundidad viene no del plan que ellas se trazaron, sino de la aceptación del plan que Otro trazó para ellas. El plan de vida proyectado dejó paso al plan de vida que Dios proyectó para ellas. El creyente es el que deja que Dios le haga los planes. Un plan de vida que no deje sitio a que Dios nos cambie la vida, más que abrirnos a Dios nos aleja de Dios. Creo que aquí residen muchos de los bloqueos a Dios que hoy existen. Nos proponemos tantos planes de vida personales, tantas cosas y objetivos tan detallados que no dejamos sitio a los planes de Dios sobre nosotros.
María e Isabel dejan entrar en sus vidas al Invisible.
Reconocer a Dios en la gruta de Belén no será un lejano y frío mirar, sino dejarse mirar para que Dios entre en la vida de quienes le dirigen la mirada. No miramos a Dios para que Dios permanezca fuera de nosotros, como extraño, sino para que Dios entre en nosotros y se encarne en nosotros. Navidad será, así, dejar que Dios haga de nuestro corazón una entraña o una gruta donde morar.
Dos creyentes se encuentran y el encuentro les fecunda, les hace más creyentes, les ayuda a reconocer lo que Dios ha hecho en cada una de ellas. Para María, el encuentro con Isabel es ocasión de una lectura creyente de todo lo que Dios ha realizado en ella y en el pueblo del que ella forma parte. Me parece sumamente importante este encuentro de creyentes porque nos habla de la necesidad y urgencia de encontrarnos con creyentes que nos ayuden a reconocer todo lo que Dios ha hecho en nosotros. Hay cosas que sólo se pueden hablar con creyentes y que sólo un creyente te puede evocar. Hay aperturas a Dios que sólo son posibles al lado de otro creyente, por la palabra de otro creyente, por la provocación de otro creyente… La fe del otro no es indiferente. La fe del otro es camino para mi propia fe. La fe de otros dilata los límites de mi propia fe.
En Isabel nos encontramos todos aquellos que nos sorprendemos cuando estamos en presencia de un creyente “que nos da envidia” y del que decimos “¡qué suerte tienes en creer así!”. “¡Dichoso tú que admites a Dios así en tu vida y descubres a Dios con esa sencillez!”. Estas palabras son provocadoras y no se escuchan sin incitar a reconocer que es Dios el protagonista de toda vida de fe.
¡Cuánta posibilidad de agrandar nuestra fe nos perdemos cuando no encontramos creyentes cuya fe nos provoque! ¡Cuánta acción de gracias tenemos que dar por tener la suerte de contar con creyentes que nos hagan reconocer la obra de Dios en nosotros!
 
María caminante
Sorprende gratamente que Lucas pone a María en marcha inmediatamente después de aceptar el anuncio del ángel de parte de Dios. Cuando María termina de decir: “sí, aquí está la esclava del Señor”, el ángel se va. Ya María sola, fecundada del Espíritu de Dios, lo primero que hace es ponerse en marcha hacia quien la necesita y es, a la vez, mujer fecundada.
La aceptación de Dios lleva a los hermanos, como la aceptación y apertura a los hombres (domingo anterior) abría el camino hacia el Mesías. Dios no encasilla ni acorrala en guetos. Dios esparce y lleva a los otros.
María, que ha sido visitada por Dios, se convierte en visitadora de otros. En esta tarea de acercarse y visitar es donde la vida se remueve, el futuro cambia, las manos del creyente se hacen samaritanas y donde se encuentra a Dios y se lleva a Dios. Reconocer a Dios encamina inmediatamente a reconocer a los otros. Mirar al Dios de Belén nos llevará a mirar a los hombres y mujeres, comenzando por los más necesitados. No hay reconocimiento de Dios sin reconocimiento de las necesidades del otro. Así es la Navidad que Lucas nos traza en su itinerario hacia la gruta de Belén.
[1] J. J. Bartolomé, El corazón de la palabra, Ciclo C, Editorial CCS, Madrid 1994, 33