Siro López
- Raíces de belleza trascendente
Comenzaremos por el pasado. No es mi intención realizar una argumentación con tinte apologético y cargado de añoranzas, pero no hace falta esforzarse mucho para percatarse de que las religiones han sido verdaderas escuelas de arte. Puede parecer atrevido afirmar que el arte nace en el momento en que el hombre tiene conciencia de sí mismo e intenta relacionarse con lo trascendente, con la divinidad. La humanidad primera expresó desde un principio sus creencias a través de la danza, la música, la pintura…, fue únicamente después de muchos milenios cuando recurrió a la escritura para dejar constancia de sus credos religiosos. Si hiciésemos un recorrido a “vista de pájaro” a lo largo de la historia ilustrada del arte en los cinco continentes, nos daríamos cuenta que gran parte de la totalidad de las obras artísticas responden a un contenido transcendente y espiritual. Desde las pinturas de las cuevas rupestres, pasando por las pirámides de Egipto y continuando por toda la amplia arquitectura de templos e iglesias. De forma parecida sucede en el campo de la pintura, escultura, música y danza ritual que se han mantenido en constante vitalidad a lo largo de toda la humanidad.
No puede darse una manifestación religiosa sin un acondicionamiento del espacio, de la vestimenta, de la música, de lo simbólico, de las palabras y gestos, sin imágenes poéticas o cultuales. “Existe por tanto, un arte sagrado bajo la forma de una poesía sagrada, de una elocuencia sagrada, de una música sagrada, de una arquitectura sagrada, una iconografía sagrada, y esto, en todos los pueblos que han tenido una historia lo suficientemente larga, lo suficientemente pacífica y lo suficientemente abierta a la estética para permitir la aparición de un arte sagrado.”[1] No puede darse una religión divorciada de la belleza. Si así fuera, estaríamos ante el estado febril de una religión convertida en santuario arqueológico que intenta sobrevivir de las añoranzas del pasado.
Una fe que no se crea su expresión propia encarnada en la expresión artística contemporánea es una fe muerta, agónica o gravemente debilitada. Pero también, una creación artística que no ha descubierto en el universo de la experiencia religiosa una fuente de sentido y trascendencia se ha negado a sí misma el descubrimiento de su fundamento.
La creación artística, como la fe y esperanza teologales, no son sólo reflejo de una realidad ya existente sino suscitación de realidad todavía no existente. El artista, al igual que el santo, no van arreando por detrás el ganado de los hombres, confirmando sus evidencias o legitimando sus seguridades sino por delante, abriendo nuevos senderos, provocando y suscitando nuevos interrogantes, facilitando la labor de acceso a nuevas realidades.
Desde el siglo III-IV de la época cristiana hasta el siglo XVII la cultura occidental, en sus manifestaciones estéticas es, al mismo tiempo que historia del arte, historia del cristianismo. La inmensa mayoría de las obras artísticas producidas en estos siglos, han sido manifestación de la fe de las comunidades en las que surgían y obras en las que se expresaba la capacidad artística de esas comunidades.
Pero en este breve artículo de análisis de la realidad artística como expresión de la fe anunciada partiremos del modernismo como el inicio de un declive, que como todo invierno esperemos que pronto se divise una nueva primavera.
- Modernismo como fantasía
La Iglesia católica que tuvo que pagar muy caro su anterior indiferencia y rechazo al progreso científico y su filiación con las fuerzas conservadoras y explotadoras se esfuerza en este periodo por mantener su pureza doctrinal frente a pretendidos progresos de la cultura contemporánea, y por defender a los oprimidos por el sistema liberal.
El arte modernista adquiere toda una tendencia simbólica heredada del romanticismo, que le hace desembocar en el gusto en su diseño por las líneas ondulantes, torsiones asimétricas, etc. Se extenderá sobre todo en el diseño del mueble, en el papel ornamental, en el tejido, en el cartel y en la epidermis arquitectónica. Es un arte esencialmente decorativo. Este estilo tuvo muy poca aceptación en la arquitectura religiosa si exceptuamos la obra del gran creativo Antonio Gaudí (1852-1926). La inacabada catedral de la Sagrada Familia que da identidad a la ciudad de Barcelona quería ser al mismo tiempo, un lugar para el culto y un verdadero monumento creativo dedicado a Dios. Todo un proyecto de “borrachera creativa” cuidadosamente estudiado y armonizado; por ejemplo : en las cuatro torres de la fachada (estaban proyectadas 18 torres), las piedras están aparejadas en tornavoz para dirigir el sonido de las campanas hacia el suelo, toda una novedad. Llama también la atención de las obras religiosas de Gaudí, la Capilla de la colonia Güell en Santa Coloma, por su estructura irregular, sus distintos niveles espaciales y su cuidado desarrollo litúrgico.
Otro creativo fue Dom Paul Bellot (1878-1944) que siendo arquitecto se hizo monje y realizó multitud de obras por toda Europa. Su material preferido era el ladrillo, creando juegos de formas que nos recuerdan al arte mudéjar y sellando los materiales con cerámica policromada.
En el arte simbólico las obras religiosas fueron esporádicas. El Cristo amarillo de Gauguin o la decoración de la Capilla del Rosario encomendada a Henri Matisse, etc. Algo más representativa fue las obras de Maurice Denis (1870-1943) y Antoine Bourdelle (1861-1929).
Los expresionistas creyentes fueron capaces de plasmar en su arte, una sincera y dramática religiosidad que no fue bien acogida por algunos cristianos aburguesados en la religión del bienestar. Era demasiado fuerte para su sensibilidad. Georges Desvallières (1861-1950) creó, sensibilizado por el horror de la guerra, obras de fuerte expresividad : el Sagrado Corazón, Cristo flagelado. De forma similar, la obra de Georges Rouault (1871-1958), con lienzos como el Santo Sudario, Cristo expuesto a los ultrajes y sus conocidos grabados Miserere y la del belga Albert Servaes (1883-1966), con sus emocionantes ciclos sobre la Vida de la Virgen y sobre la Pasión de Cristo.
El descubrimiento de los nuevos materiales, como es el caso del hierro y del hormigón, van a transformar las posibilidades estructurales de la arquitectura. En un principio se da un cierto recelo a introducir en los templos, el cemento armado en sustitución de los materiales nobles; pero su rapidez de construcción y su bajo coste económico, convencerán sin mucha tardanza. En realidad, las nuevas iglesias no dejarán de ser ensayos arquitectónicos, motivados por el nuevo impulso litúrgico. Iglesias como Santa Teresa de Auguste Perret, Santa María de Hans Herkommer, Espíritu Santo de Martin Weber, etc. Se optará por un cierto minimalismo : simplicidad, pureza, desnudez, ausencia de color… Lo que en un principio se cuidó enseguida se pasó a la mera construcción de iglesias como si fuesen meros “pabellones deportivos” con perdón del respetado deporte.
3. Situación actual
Un divorcio consumado entre fe y arte contemporáneo
Comenzaré por la frase frecuentemente citada de Juan Pablo II que sintetiza con claridad el problema que queremos plantear: “La síntesis entre fe y cultura no es sólo una exigencia de la cultura, sino de la fe. Una fe que no llega a convertirse en cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida”[2] Es una afirmación muy comprometida, siempre que no responda a un mero protocolo discursivo en presencia de intelectuales, como respuesta a la siguiente pregunta que nos planteamos: ¿Cuál es la razón de la falta de sentido que se advierte en las obras o manifestaciones artísticas de la Iglesia en nuestros días ; ella que durante siglos fue exponente de belleza?
Si realmente somos sinceros, se está aludiendo a una ruptura o divorcio profundo entre la cultura y la fe. La Iglesia no sólo ha dejado de ser protagonista sino que ha dejado de figurar en el reparto. En la actualidad no deja de ser un tema suficientemente comentado y analizado en diversidad de libros y revistas, pero en el que no se acaba de dar pasos concretos que visualicen una fe expresada y enriquecida por los diversos lenguajes, propios de la cultura en la que vivimos. Quizás porque se mantienen actitudes defensivas y de sospecha sin justificación, como si se temiese contaminarse. “A partir del momento en que comenzó el proceso de secularización de la sociedad, la Iglesia -incapaz de descubrir los valores que subyacían al mismo- se negó a despedirse de la cultura que fenecía, comenzando así una etapa de creciente aislamiento. Podríamos decir que desde el siglo XVI la Iglesia ha vivido permanentemente a la defensiva.”[3] En su tiempo, el mismo Ratzinger llegará a decir : “La Iglesia se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual.”[4] “¿Mas cómo recuperar en el momento actual, tan tardío, lo perdido ?”[5]
Y no es fácil luchar contra esa coraza metálica que aprisiona y congela toda manifestación de sensibilidad y cordura. Dietrich Bonhoeffer escribe: “La estupidez es un enemigo más peligroso del bien que de la maldad. Contra la maldad se puede protestar, cabe desenmascararla, es posible impedirla mediante la violencia si fuera preciso. (…) Frente a la estupidez, sin embargo, nos encontramos inermes. Frente a ella, la protesta y la violencia son totalmente inoperantes. Los razonamientos no prenden, no se da crédito a los hechos que contradicen los prejuicios propios.”[6]
Sin embargo, desde los primeros momentos de la Iglesia, entonces más explícita y ardientemente, hasta nuestros días, los cristianos han sentido la necesidad imperiosa de reconciliar en sí mismos los distintos lenguajes artísticos con la expresión de su fe. Se han realizado análisis de por qué se ha producido esta ruptura, de cuando y cómo. Se ha buscado la culpabilidad ya sea en la cultura moderna o en la fe que no ha sido capaz de encarnarse dentro de la cultura. Pero ¿podemos quedarnos aquí, en el simple análisis del pasado, mientras mantenemos disimuladamente recelos y sospechas, intransigencias y actitudes pesimistas que únicamente nos distancian y nos bloquean?
Si en algo puede estar la Iglesia orgullosa a lo largo de su ajetreada historia es precisamente en su intento dinámico de ser una Buena Noticia expresada con los lenguajes propios de su cultura. Como muy bien se afirma en la Constitución Sacrosanctum Concilium: “La Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al carácter y las condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente.”[7]
Es de desear que en este nuevo siglo en el que nos encontramos, donde los cambios y transformaciones culturales acontecen a una velocidad vertiginosa, donde el multiculturalismo, la imagen y los medios de comunicación social llevan la delantera, la Iglesia tenga la valentía de reconocer su paso lento e intente realizar todo tipo de esfuerzos para poder acercarse y hacerse entender al hombre y a la mujer del siglo XXI. De nada sirve expresar la fe en categorías culturales del pasado pues se hace inútil y baldía toda la labor evangelizadora destinada al hombre y mujer de nuestro siglo. Eso no desmerece los esfuerzos, la calidad y la necesidad de valorar la riqueza artística y catequética de nuestro patrimonio artístico, véase las exposiciones organizadas por la Fundación Las Edades del Hombre. Pero nos debemos preguntar ¿dónde están las obras de arte (al menos de los artistas creyentes) que expresen las diferentes corrientes teológicas presentadas en la actualidad? ¿Acaso la Iglesia de hoy, en el nuevo siglo de la imagen, ya no necesita de nuevas hierofanías?
¿Dificultades insuperables ?
La fe cristiana en cuanto se vive y se expresa en un grupo humano concreto, se configura necesariamente como realidad cultural y artística en consonancia con las pautas y lenguajes de ese grupo humano en el que se inserta. A lo largo de la historia, la fe se ha ido implantando en épocas y países diversos, en situaciones y costumbres determinadas, en universos simbólicos diferentes, en una amplia diversidad de culturas. En ellas se institucionaliza y en ellas queda enmarcada. De este modo la artes propias de ese grupo humano llegan a impregnar tanto las representaciones y formulaciones del mensaje revelado, como las prácticas y expresiones cristianas. Y así, aunque la fe no se puede reducir a cualquier forma sociocultural, la fe sólo llega a ser experimentada si se expresa en formas artísticas determinadas.
Pero la situación actual parece más complicada. En la nueva realidad social, nos encontramos con un amplio pluralismo cultural[8] en donde la fe aparece como una posibilidad más al lado de otras, pero ya no por encima de ellas. Las interpretaciones de lo real, de las creencias y de los valores, han dejado de ser uniformes en la cultura de nuestra sociedad española. Ser creyente en el seno de una cultura plural como la nuestra será ya, cada vez más, una cuestión de opción personal, y cada vez menos una cuestión de mimesis social. En la pre-modernidad, el acto de fe y la propia identidad cristiana contaba con una amplia aceptación o plausibilidad del acto de fe. Con el advenimiento de la modernidad esta actitud que se creía permanente se ha ido derritiendo con las altas temperaturas y en ciertos casos, quemaduras propiciadas por la cultura y la razón crítica.
La fe y el arte de nuestra cultura encuentran, como ya se puede sospechar, una primera y seria dificultad. Hoy, en medio de esa cultura pluralista y de las identidades que provoca, se hace especialmente difícil el hecho de adquirir la fe y el hecho de mantenerla, por lo que expresarla mediante los lenguajes artísticos queda en las agendas del olvido. Lo primero porque la fe ya no es la opción social que se impone sin más, la fe es hoy más objeto de elección que nunca. Lo segundo, porque, aunque se la posea, queda siempre expuesta y contradicha a las corrientes impetuosas de una cultura fuertemente secularizada (que fácilmente acaba siendo secularismo como “auténtico cáncer de la secularización, dando origen a una cultura horizontal incapaz ya de dirigir la mirada al cielo”[9]) o también a corrientes espiritualistas que se sirven de Dios para una mayor productividad o inversión a nivel personal. Erich Fromm hace referencia a este peligro: “Por el contrario, jamás se pone en duda tal finalidad suprema, sino que se recomiendan la creencia en Dios y las plegarias como un medio de aumentar la propia habilidad para alcanzar el éxito. Así como los psiquiatras modernos recomiendan la felicidad del empleado, para ganar la simpatía de los compradores, del mismo modo algunos sacerdotes aconsejan amar a Dios para tener más éxito. Haz de Dios tu socio significa hacer de Dios un socio en los negocios, antes que hacerse uno con El en el amor, la justicia y la verdad.”[10]
En años no muy pasados hemos conocido un suceso tan lamentable como la guerra civil española en donde era calificada como cruzada, o que había caudillos “por la gracia de Dios” y de igual modo, en la actualidad asistimos al espectáculo de bendiciones con la guerra de Irak. Dios puede seguir funcionando como disculpa para evadirse de la realidad en unos, o para legitimar actitudes de violencia política, o para alcanzar intereses comerciales, o de partidismos en nombre del “humanismo cristiano”.
La inmersión de Dios en la cultura tiene estos costes. Si los cristianos solemos sentirnos tan a gusto en este mundo, deberíamos preguntarnos si no será porque hemos sido influidos por los valores del mundo que nos rodea. Quizá los dominios de nuestra fe se han reducido en nuestra vida a momentos de piedad en festividades patronales, bodas, funerales y bautizos o visitas papales.
El Concilio Vaticano II ofrece innumerables testimonios sobre la función crítica de la fe respecto a las culturas, así como sobre la incesante tarea de purificación, regeneración y conversión que la Iglesia ha de llevar a cabo sobre sí misma. Entre otros: Gaudium et Spes, 58; Apostolicam Actuositatem, 6 y 7; Ad Gentes, 21; Lumen Gentium, 9.
El artista creyente se ha de convertir en profeta de unas bienaventuranzas incumplidas y en ningún caso debería prostituirse ofreciendo máscaras estéticas que oculten la profanación de lo más sagrado: la dignidad humana y por lo tanto, también del Dios mismo. Cabe preguntarse, por eso, cómo se lleva a cabo hoy entre nosotros este encuentro entre la fe y la cultura: si en la mutua fecundación y dependencia, uno de los términos es relativizado en beneficio del otro, originando graves consecuencias para la identidad humana o cristiana del hombre concreto; si en el proceso de inculturación la fe informa con la novedad de su Mensaje los entramados de esa cultura histórica o más bien acaba siendo una adaptación estéril a la misma; si es factor de regeneración y de integración de la persona o sitúa al creyente en ruptura con el medio propio y con su tiempo.
Cuando el cristianismo entra en relación con las culturas, se produce no sólo una influencia de lo cristiano en lo cultural (suscitando a veces reacciones de defensa por parte de la cultura), sino también una influencia de las culturas en la fe cristiana. En ocasiones esta influencia es benéfica y decisiva para la fe. Así ocurre cuando la cultura recuerda o hace caer en la cuenta al cristianismo de aspectos de su mensaje que sin esta influencia hubieran permanecido escondidos. Por ejemplo, las actuales preocupaciones ecológicas o feministas han sensibilizado a los cristianos y han abierto sus ojos a una nueva lectura que recoja lo más original de la tradición bíblica. Igualmente el encuentro con la cultura, e incluso las oposiciones que en ella se suscitan ante el mensaje cristiano, puede conducir a una revisión de las posiciones cristianas, a desempolvarlas de lo inauténtico, a exigirnos una mayor pureza de presentación, a hacer que desaparezcan los malentendidos.
En esta misma línea Juan Martín Velasco insiste en la necesidad de acudir a las fuentes, a la verdad como objeto de la inteligencia que irremediablemente nos facilitará el reencuentro con la cultura actual: “Sucede que cuanto más vuelve el cristianismo a sus verdaderas raíces, más próximo se encuentra a las mejores aspiraciones y a las necesidades más profundas del hombre de todos los tiempos. Cuanto mejor realiza la comprensión cristiana de la verdad, más puntos de contacto encuentra con el hombre que busca sinceramente la realización de su vocación humana en el terreno de la vida intelectual.”[11]
En esta misma línea se encuentran las referencias que hace Richard Harris en relación a la estética y su búsqueda de la verdad: “Toda forma de arte hace referencia a la verdad. La verdadera belleza es inseparable de la búsqueda de la verdad. Cuando se intenta crear algo bello separado de la verdad, el resultado es el sentimentalismo”.[12] De ahí que muchos teman la fuerza del anuncio y de la denuncia procedente del bagaje artístico.
La cultura también se sirve del cristianismo en determinadas manifestaciones y con intenciones diversas. No hace falta rebuscar mucho para encontrarse en el cine[13], la literatura y en el arte en general no ya problemas y cuestiones eclesiales, sino figuras y temas cristianos, y especialmente la figura de Jesús que sigue siendo tremendamente interpelante[14]. Pensemos que la mayor parte de los artistas más importantes del arte contemporáneo, sobre todo pintores y escultores, han hecho referencia a Jesús de Nazaret en alguna de sus obras. Una buena muestra de lo dicho aparece en el libro de Manuel Jover: “Cristo en el arte”[15].
Hemos de ser conscientes que en ocasiones aparece su mensaje distorsionado, en función y al servicio de sus propios intereses, que no coinciden con los evangélicos. Así ocurre no sólo cuando el arte actual promueve valores netamente antievangélicos, o se sirve de imágenes religiosas para fines puramente publicitarios y consumistas (como es el caso de la campaña de pantalones vaqueros realizada en Alemania por la agencia Hiepler Valencise Düsseldorf o la foto de Madone realizada en abril de 1994 por la agencia Beda Achermann, sino cuando desnaturaliza lo cristiano, presentándolo como mito y leyenda; o cuando presenta tendenciosamente o sesgadamente los orígenes del cristianismo como la auténtica verdad de lo que las Iglesias hasta hoy habrían ocultado. Ante tales errores o meteduras de pata, intencionadas o no, Martín Gelabert hace un llamamiento a la valoración de la historia dentro de nuestra cultura: “El principal error de las muchas presentaciones literarias y artísticas actuales de Jesús es precisamente el olvido de la historia. De ahí la importancia de preguntarnos por la relación entre cristianismo e historia.”[16]
El creyente de nuestros días, vinculado a las condiciones y planteamientos que le ofrece la modernidad, necesita recuperar la confianza en el valor profundo de la fe y, a la vez, reorientar el sentido de la colaboración leal con la cultura de su tiempo. Sólo desde un esfuerzo de clarificación fundamental y de identificación explícita de su condición cristiana y de la cultura en la que respira, le va a ser posible expresar su experiencia de fe en términos de belleza, de interpelación, de celebración.
Para dar este paso se necesitaría afrontar los siguientes aspectos a modo de conclusión:
- Ø Tomar conciencia del abandono, de la enfermedad sufrida, de la anorexia estética.
- Ø Afrontar con seriedad la formación artística en todas sus formas en los seminarios, casas de formación, institutos, universidades católicas, parroquias, etc.
- Ø Restaurar la sensibilidad estética de nuestras comunidades de creyentes para valorar, respetar, cuidar y potenciar nuestro patrimonio artístico y en definitiva, evangelizador.
- Ø Acoger sin recelo a los artistas cristianos proporcionándoles espacios de creación, de reflexión y de encuentro.
- Ø Lograr experiencias compartidas entre teólogos/as, artistas y agentes de intervención social ya sea mediante determinados proyectos comunes o en congresos y foros.
- Ø Salir de nuestros recintos amurallados e insertarnos en el mundo cultural del hombre de hoy.
[1] Michel Delahoutre, Lo sagrado y su expresión estética : espacio, arte sagrado, monumentos religiosos. Tratado de antropología de lo sagrado. I, Trotta, Madrid 1995, p.128
[2] Discurso de Juan Pablo II en la Universidad Complutense de Madrid (3-XI-82), Mensaje de Juan Pablo II a España, BAC, Madrid 1982, p. 94
[3] Luis González-Carvajal, Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander 1993, p.21
[4] Joseph Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1972, p.305
[5] Hans Urs von Balthasar, Ensayos teológios. p. 131
[6] Citado por Gotthard Fuchs, Diaconía cultural en “Concilium” 218, (1988), p. 144
[7] Sacrosanctum Concilium, 123
[8] Otros autores, como Giancarlo Collet y Gregory Baum hablan de multiculturalismo entendiendo por este, la realidad en la que personas pertenecientes a distintas culturas conviven en una misma sociedad; más aún, que se sienten obligados a convivir por diversos motivos.
[9] Luis González Carvajal, o. c., p.51
[10] Erich Fromm, El arte de amar, Paidós Estudio, Barcelona 1994, p.104
[11] Juan Martín Velasco, Una Iglesia intelectualmente habitable en “Sal Terrae” 78 (1990) p.701
[12] Richard Harries, El arte y la belleza de Dios, PPC., Madrid 1995, p.59
[13] Solamente indicar como el cine nace en 1895 con la proyección primera sesión pública que realizan los hermanos Lumière, y ya en 1897 se hace la primera versión de la Pasión, La passion du Christ que obtuvo inesperadamente un gran respuesta por parte del público. Ese mismo año se realizó Pasion Play, presentada en 1998 en el Eding Museum de Nueva York y que nuevamente resultó ser un gran éxito. Así podríamos continuar con una larga lista de películas de temática religiosa, que siempre han despertado en los espectadores, no sólo curiosidad sino también un gran interés.
[14] En los últimos años es sorprendente la gran profusión de obras de arte de contenido religioso presentadas en la Feria Arco celebrada en Madrid.
[15] Manuel Jover, Cristo en el Arte, Regina, Barcelona 1995
[16] Martín Gelabert, Cristianismo y cultura: una relación ambivalente en “Razón y Fe” 231 (1995), p. 288